Encuentro Con Nibiru

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Nasiriya – La cena

Después de que el senador hubiese acabado bruscamente la conversación, los tres hombres quedaron durante un rato mirando la pantalla que tenían enfrente, la cual mostraba dibujos abstractos multicolores que se entrecruzaban unos con otros sin parar.

«¿Y ahora qué se hace?» preguntó el tipo alto y delgado, interrumpiendo aquella especie de hipnosis colectiva.

«Creo que tengo una idea» dijo el tipo gordo. «Hace ya tiempo que no nos metemos nada en la barriga y ya comienzo a ver hamburguesas por todas partes.»

«¿Dónde crees que puedes encontrar una hamburguesa?»

«No tengo ni idea, sólo sé que si no como algo enseguida, me voy a desmayar»

«¡Pobrecito, se va a desmayar!» dijo con voz de niño el tipo flaco. A continuación cambió de tono. «Con todos los michelines que tienes alrededor de las caderas podrías estar un mes si comer»

«Vale. Dejad ya de decir estupideces» exclamó enfadado el general. «Debemos pensar un plan de actuación»

«Pero es que yo, con el estómago vacío, no pienso bien» dijo con suavidad el gordito.

«Está bien» exclamó Campbell alzando las manos en señal de rendición. «Vamos a comer algo. Mientras, veremos cómo podemos actuar, de todos modos tenemos algo de tiempo antes de que llegue el senador.»

«Muy bien dicho, general» exclamó satisfecho el tipo gordo. «Conozco un lugar donde cocinan un fantástico estofado de cordero con patatas, zanahorias y guisantes, sazonado con salsa al curry»

«Bueno, debo decir que después de esta descripción tan detallada, incluso a mí me ha entrado un poco de hambre» dijo el tipo flaco mientras se frotaba las manos.

«Está bien, me habéis convencido» añadió el general levantándose de la silla. «Vamos, intentemos que no nos cojan. Aunque estoy convencido que todavía no lo han descubierto, yo, a todos los efectos, soy un fugitivo»

«¿Y nosotros no lo somos?» respondió el flaco. «Hemos huido del campamento y seguramente nos estén buscando por todas partes. De todas formas, por el momento, nos importa un pimiento.»

Después de algunos minutos un coche de color oscuro con tres personajes sospechosos en su interior corría a todo meter en la oscuridad de la noche, por las calles medio desiertas de la ciudad, mientras levantaba una nube de polvo fina y sutil a su paso.

«Hemos llegado, este es el sitio» exclamó el tipo gordo que estaba sentado en el asiento de atrás. «Es un poco tarde pero conozco al propietario. No habrá problema.»

El tipo flaco, que era el que conducía, buscó un sitio apartado donde aparcar el coche. Giró alrededor de la rotonda, a continuación se metió debajo de una marquesina ruinosa de un cobertizo abandonado. Descendió rápidamente del automóvil y, con aire circunspecto, observó con atención toda la zona de alrededor. No había nadie.

Dio una vuelta alrededor del auto, abrió la puerta del pasajero y dijo «Todo en orden, general. Podemos ir.»

El tipo gordo bajó también del automóvil y se dirigió a buen paso hacia la entrada principal del local. Probó a girar el picaporte pero no sucedió nada. La puerta estaba cerrada pero todavía la luz estaba encendida en el interior. Entonces intentó espiar a través del cristal pero la gruesa cortina de colores no le permitió ver gran cosa. Sin perder más tiempo comenzó a golpear enérgicamente la puerta y no paró hasta que no vio a un hombrecito, de pelo negro y rizado, asomar la cabeza desde detrás de la cortina.

«¡Que demonios…!» había comenzado a exclamar irritado el hombrecito, pero cuando reconoció a su corpulento amigo dejó la frase sin completar y abrió.

«¡Pero si eres tú! ¿Qué haces aquí a estas horas ¿Quiénes son estos señores??»

«Hola, viejo bribón, ¿cómo estás? Estos son dos amigos míos y estamos los tres muertos de hambre»

«El local está ya cerrado, he limpiado la cocina y estaba a punto de marcharme»

«Creo que este otro amigo te podrá convencer mejor que yo» y le puso delante de la nariz un billete de cien dólares.

«Sí, la verdad…debo decir que sabes lo que haces» dijo el hombrecito cogiendo con rapidez el billete de las manos del gordito mientras lo hacía desaparecer en el bolsillo de la camisa. «Por favor, entrad» añadió abriendo la puerta y haciendo una reverencia al mismo tiempo. Los tres hombres, después de dar una ojeada alrededor para comprobar que nadie los estuviese observando, entraron, uno detrás de otro, en el pequeño restaurante.

El local estaba compuesto por dos habitaciones y no parecía demasiado limpio. En la habitación más grande tres mesas bajas y redondas, apoyada cada una sobre una alfombra raída y de colores desvaídos, estaban rodeadas por algunos cojines asimismo bastante viejos. En la otra habitación, en cambio, los muebles eran de un estilo más occidental y parecía un poco más íntimo. Unas amplias cortinas de colores cálidos recubrían las paredes. La iluminación era suave y el ambiente era, decididamente, más acogedor. Dos pequeñas mesas estaban ya preparadas, listas para los clientes del día siguiente. Sobre cada una de las mesas un mantel verde oscuro con bordados diversos, servilletas del mismo color, salvamanteles de cerámica con los bordes plateados, los tenedores a la izquierda, cucharas y cuchillos a la derecha y, en el centro, una larga vela amarillo oscuro sostenida por un pequeño candelabro de piedra negra.

«¿Podemos ir allí?» preguntó el tipo gordo mientras que con la manos señalaba la habitación más pequeña.

Sin siquiera responder, el hombrecillo del pelo rizado se dirigió rápidamente hacia la sala, acercó las dos mesas, ordenó las sillas y, después de hacer una bonita reverencia y un amplio y vistoso gesto con los brazos, dijo “Por favor, señores, así estaréis más cómodos”

Los tres se colocaron en la mesa y el gordo dijo. «Prepáranos tu especialidad y mientras tráenos tres cervezas.» A continuación, sin darle tiempo a responder, añadió. «No te pases de listo. Se que tienes distintas cajas escondidas por todas partes.»

El general esperó a que el propietario del local se metiese en la cocina, después comenzó a hablar de la conversación que habían tenido poco antes. «El senador es una persona sin escrúpulos. Debemos tener mucho cuidado con él. Si algo va mal, no dudaría lo más mínimo a encargar a alguien que nos matase»

«Pues que bien» respondió el gordito. «Parece que todos aquí nos quieren con locura»

«Intentemos hacer lo mejor posible nuestro trabajo y no sucederá nada» dijo el flaco que había estado callado hasta este momento. «Conozco bien a estos tipos, si no creamos problemas y hacemos todo lo que nos ordena, todo irá bien y cada uno de nosotros tendrá su justa recompensa»

«Sí, una bonita bala en medio de la frente» comentó susurrando el tipo gordo.

«Venga, no empieces con tu pesimismo. Hasta el momento todo ha transcurrido con normalidad, ¿no?»

«Sí, hasta ahora.»

Mientras tanto, escondido en la cocina, el dueño del local estaba hablando en voz baja, en árabe, por teléfono. «Estoy seguro que es él»

«Me parece increíble que haya ido allí sin la escolta adecuada»

«Y en compañía de otros dos. A uno de ellos lo conozco muy bien y estoy seguro que forma parte de alguna extraña organización que podría, de alguna manera, tener relación con el.»

«¿Podrías hacerle una foto y mandármela? No querría montar un lío de mil demonios para después darme cuenta que se trata de un simple error de identidad»

«De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Dame unos minutos»

El hombre cortó la comunicación, activó la cámara del teléfono móvil, se la metió en el bolsillo de la camisa de modo que el objetivo quedase ligeramente descubierto y, cogiendo una bandeja de aluminio, puso sobre ella tres vasos anchos. Destapó tres botellas de cerveza y puso cada una al lado de un vaso. Alzó la bandeja con la mano derecha, tomó aire y se fue hacia la mesa ocupada por los tres comensales.

«Espero que os guste esta marca» dijo mientras distribuía las bebidas. «Por desgracia no tenemos demasiada variedad. Aquí las leyes con respecto al alcohol son muy rígidas»

«Sí, si, no te preocupes» dijo el gordito mientras cogía una botella y la echaba llenando el vaso de espuma.

El hombre, entonces, teniendo mucho cuidado de ponerse en frente del general, cogió el vaso, lo inclinó ligeramente y echó con cuidado casi la mitad de la botella. Después, haciendo lo mismo con la del tipo flaco, exclamó. «Se hace así. ¿Así que un pobre iraquí debe enseñar a tres americanos como se echa la cerveza, verdad?»

Una fuerte risotada surgió de la garganta de los tres comensales que, levantando los vasos, los hicieron chocar haciendo un brindis de buena suerte.

El propietario, después de haber hecho la consabida reverencia, se fue de nuevo a la cocina. Apenas había cruzado el umbral y, mientras se aseguraba que nadie lo estuviese observando, controló su teléfono móvil para comprobar la foto que había hecho. Las imágenes se movían un poco pero el careto del general Campbell se veía perfectamente. Envió enseguida el vídeo al número al que había llamado antes y esperó pacientemente. No había pasado ni un minuto, una ligera vibración del teléfono lo avisó de que tenía una llamada entrante.

«Es él» dijo la voz al otro lado de la línea. «Dentro de una hora, como máximo, estaremos allí. No los dejes marchar antes de ninguna de las maneras.»

 

«Acaban de llegar y todavía deben comenzar a comer. Tenéis todo el tiempo del mundo.» y colgó.

Astronave Theos – El almirante

Elisa todavía estaba observando el extraño objeto que Azakis le había dejado caer en la mano cuando la puerta del modulo número seis se abrió. Petri, con una expresión realmente resplandeciente llegó portando sobre la mano el teléfono móvil del coronel

«Lo conseguí» exclamó «eso espero». Se acercó rápidamente donde estaban los tres que se encontraban en el centro del puente de mando y continuó. «Es un sistema realmente antiguo pero creo que he conseguido comprender su funcionamiento. Me he conectado a uno de esos satélites que vagan alrededor del planeta sobre una órbita de menor altitud que la nuestra y creo que ahora será posible hacer una “llamada”.»

«Eres grande, amigo mío» exclamó Azakis. «No tenía ninguna duda que lo conseguirías»

«Antes de cantar victoria veamos si funciona de verdad» dijo Jack cogiendo el teléfono móvil de las manos del alienígena. El coronel observó con atención la pantalla del aparato y a continuación dijo asombrado. «Increíble, tiene las tres rayas de la cobertura.»

«Venga, prueba» sugirió Elisa ansiosa.

Jack recorrió rápidamente su agenda y encontró el número del almirante Wilson. Antes de llamar, sin embargo, le asaltó una duda. «¿Qué hora será en Washington?»

«Creo que sobre las dos y media de la tarde» respondió Elisa después de dar una ojeada a su reloj de pulsera.

«Ok, lo intentaremos.» Jack tomó un poco de aire y a continuación pulsó el botón “ENVIAR”. El teléfono daba señal. Increíble…

Esperó pacientemente y sólo después del séptimo sonido de llamada una voz áspera y profunda respondió. «Almirante Benjamín Wilson, ¿con quién hablo?»

«Almirante, soy el coronel Jack Hudson. ¿Me escucha bien?»

«Sí, hijo, fuerte y claro. Es un placer escuchar tu voz después de tanto tiempo. ¿Va todo bien?»

«Almirante… Sí, sí, gracias…» Jack estaba muy nervioso y no sabía en realidad por donde comenzar. «Le molesto por una cuestión de la máxima urgencia y que es, de verdad, increíble.»

«Por Dios, muchacho, no me tengas en ascuas. ¿Qué diablos está sucediendo?»

«Bueno, no es muy fácil de explicar. Usted se fía de mí, ¿verdad?»

«Pues claro, ¿Qué clase de pregunta es esa?»

«Lo que estoy a punto de decirle le podría parecer absurdo, pero le puedo asegurar que es la pura verdad.»

«Jack, si no me dices enseguida algo, me va a dar un infarto.»

«De acuerdo.» El coronel hizo una pequeña pausa, después le contó todo de golpe. «Yo, en este momento, estoy orbitando alrededor de la Tierra. Estoy en una nave extraterrestre y tengo terribles noticias para comunicar directamente al presidente de los Estados Unidos. Usted es la única persona de la que me fío y que podría ponerme en contacto con él. Le juro sobre la memoria de mi padre que no estoy bromeando.»

Trascurrieron un montón de segundos durante los cuales ningún sonido salió del altavoz del teléfono. Por un instante Jack temió que al almirante le hubiera dado un patatús. A continuación, la voz del otro lado del teléfono dijo «¿Estás realmente llamando desde allí arriba? ¿Cómo demonios lo has conseguido?»

Wilson es una persona increíble. En vez de preocuparse por los alienígenas se está preguntando como demonios he conseguido hacer funcionar el teléfono móvil desde aquí… Fantástico…

«Bueno, gracias a su tecnología han conseguido hacer una especie de conexión con un satélite de comunicaciones. No se decirle nada más..»

«¡Alienígenas! ¿De dónde vienen? ¿Cuál es esa catástrofe inminente? ¿Por qué te han cogido justo a ti?»

«Almirante, es una larga historia, espero tener tiempo para contársela, pero ahora lo más importante es que usted me ponga en contacto, lo más rápido posible, con el Presidente.»

«Muchacho, tengo una fe ciega en ti pero, para hacer comprender a nuestro amado presidente una historia de este tipo, necesitaré algo más que tu llamada.»

«Lo imaginaba y tiene razón» prosiguió Jack. «¿Y si le dijese que usted, en este momento, está sentado en una butaca de color marrón oscuro y que tiene un ejemplar del New York Times sobre las rodillas, mis palabras resultarían más convincentes?»

Petri había conseguido determinar las coordenadas del almirante mediante la señal de su teléfono, había puesto en posición la Theos justo en el cenit de la ciudad y había activado los sensores de corto alcance apuntando directamente sobre la fuente de las emisiones.

«¡Por todos los diablos!» exclamó el almirante separando los pies y dejando caer el periódico al suelo. «¿Cómo recontra has podido saberlo? Aquí no puede haber tele cámaras escondidas. Mi oficina la controlan y rastrean todos los días.»

«En realidad, el aparato con el que lo estoy observando no es una “tele cámara”. Digamos que es un sistema de visión absolutamente increíble. Estamos a 50.000 kilómetros de la Tierra y podría leer su periódico desde aquí sin ningún problema. Podría incluso decirle a cuántas pulsaciones está batiendo su corazón.»

«Me estás tomando el pelo, ¿verdad?»

Jack miró a Petri que enseguida cambó el modo de visualización.

El almirante aparecía como una figura rojiza con diversos matices de amarillo y gris oscuro. Sobre la pantalla, arriba a la derecha, aparecieron algunos números. Jack los leyó y continuó diciendo «Su corazón está latiendo a noventa y ocho pulsaciones por minuto y su presión arterial es 135/90 mmHg.»

«Eh, lo sé, es un poco alta. Tomo algunas medicinas para tenerla bajo control pero no siempre lo consigo. Sabes, la edad…» después reflexionó un instante y exclamó. «Pero todo esto es realmente increíble, me deja estupefacto. ¿Crees que podrás hacer lo mismo con el Presidente?»

«Creo que sí» respondió Jack buscando apoyo con la mirada en dirección a Petri, que se limitó a hacer un gesto afirmativo.

«¿Podrías al menos decirme algo sobre lo que está a punto de ocurrir? Dado que se han molestado desde quién sabe donde para comunicárnoslo, debe de ser un acontecimiento realmente serio»

«Vale, me parece justo que usted lo sepa»

Elisa lo incitaba a continuar gesticulando ampliamente con las manos y haciendo extrañas muecas con la boca.

«Su planeta se está acercando velozmente al nuestro. Uno de sus satélites, Kodon, nos rozará más o menos dentro de siete días y podría producir una serie de alteraciones indecibles. Incluso nuestra órbita y también la de la Luna se podrían resentir de este choque. Sobre nuestro planeta, olas impresionantes podrían abatirse sobre las tierras emergidas y las aguas podrían hacer desaparecer a millones y millones de personas. En conclusión, una catástrofe.»

El almirante se había quedado sin palabras. Se dejó caer pesadamente sobre su butaca marrón y, con un hilo de voz, consiguió susurrar «Que me parta un rayo»

«En realidad, a estos amigos que están aquí, les complacería poner a nuestra disposición un sistema que sería capaz de frenar la mayoría de los efectos nefastos pero es un método muy peligroso y que no se ha experimentado jamás antes. Además, aunque todo ocurra de la mejor manera posible, no conseguiremos superar el acontecimiento indemnes. Una parte de la influencia planetaria, aunque pequeña, no podrá ser contenida, por desgracia. Por lo tanto, deberemos organizarnos para reducir los daños y las pérdidas al mínimo.»

«Muchacho» respondió con suavidad el almirante. «Creo que el Presidente debería saber inmediatamente todo lo que me has contado. Sólo espero, por nuestro bien, que esto no sea una broma, porque ninguno de los dos sobreviviría aunque, en mi interior, creo que sí es verdad. Quizás me he quedado dormido en la butaca y dentro de un rato me despertaré y me daré cuenta que esto no es nada más que una pesadilla..»

«Incluso a mí me gustaría que fuese así, almirante. Por desgracia esto no es un mal sueño sino la pura y cruda verdad. Confío en usted para hacer llegar esta noticia al Presidente.»

«Ok. Dame un poco de tiempo para encontrar la forma apropiada de hacerlo. ¿Cómo me puedo poner en contacto contigo?»

«Pienso que lo podrá hacer con sólo rellamar a este número» dijo Jack mientras volvía la mirada hacia Petri que, con una expresión un poco titubeante, alzó los hombros. «Debería funcionar» continuó Jack. «De todos modos, si no lo hace dentro de una hora le llamo yo, ¿ok?»

«De acuerdo. Hasta luego.»

«Se lo agradezco infinitamente» dijo el coronel y acabó la conversación. Quedó durante unos minutos inmóvil con la mirada perdida en el vacío, a continuación, volviéndose hacia los tres que estaban pendientes de sus palabras, dijo tranquilamente «Nos ayudará.»

«Esperemos que sea así» replicó un poco titubeante Elisa. «No creo que sea fácil convencer al Presidente que esto no sea una tomadura de pelo.»

«Sólo él puede llevar a cabo una empresa de este tipo. Démosle un poco de tiempo.» después, volviéndose hacia Petri, dijo «Con tus sensores o cualquier otro artefacto del demonio que quieras utilizar intenta mostrar un bonito espectáculo. Deberemos asombrarlo con algo realmente excepcional y que sea capaz de dejar a todos con la boca abierta.»

«Yo me encargo» dijo Petri con una sonrisa sardónica. «La verdad es que efectos especiales no nos faltan»

«Si quieres puedo indicarte la posición exacta de la Casa Blanca, la residencia oficial del presidente de los Estados Unidos de América, y también la del Pentágono, que es la sede del cuartel general del Departamento de Defensa.»

«Muy bien» dijo Elisa acercándose a Azakis «mientras vosotros dos os divertís atemorizando a los pobrecitos habitantes de la Tierra, te agradecería que me explicases que es esta extraña cosa que me has dado antes.»

«Como te decía, pienso que pueda ser la solución a todos vuestros problemas con los residuos»

«No me dirás ahora que bastará que lo encienda para hacer desaparecer todo el plástico que hay por ahí disperso, ¿verdad?»

«Por desgracia no hemos inventado todavía nada parecido pero esto podría ayudaros a sustituirlo»

«Soy toda oídos» y se lo dio.

«Este pequeño objeto no es otra cosa que un mini generador de campo de fuerza. Gracias a una sencillísima programación es capaz de tomar la forma del objeto que se desea.»

«No lo entiendo»

«Ahora mismo te hago una demostración. Abre la mano.» Azakis apretó con delicadeza el pequeño y oscuro rectángulo entre el pulgar y el índice y se lo apoyó sobre la mano abierta. No había pasado ni un segundo cuando, por encanto, una hermosísima maceta de mil y variados colores se materializó en la mano.

«Pero ¡qué diablos…!» Elisa, atemorizada, retrajo instintivamente la mano y dejó que la maceta cayese a tierra mientras rebotaba de aquí para allá, pero sin romperse y, sobre todo, sin emitir ningún ruido.

«Perdona» consiguió susurrar Elisa apenada. «Realmente no me lo esperaba» y se inclinó para recogerla.

La cogió, la levantó sobre la cabeza y comenzó a observarla desde todos los ángulos. A pesar de que la superficie era totalmente lisa no parecía que la luz se reflejase en ella de ninguna manera. Al contacto el objeto estaba más frío de lo que se esperaba y no parecía que estuviese hecho de un material que ella conociese.

«Esta cosa es absolutamente increíble. ¿Cómo lo habéis conseguido?»

«Todo el mérito es suyo» respondió Azakis indicando el pequeño objeto negro que estaba incrustado en el fondo de la maceta. «Es eso lo que está generando un campo de fuerza con la forma que ves.»

«¿Lo podrías hacer con forma de botella?»

«Por supuesto» respondió Azakis con una sonrisa. «Observa» y mientras lo decía apoyó la yema del dedo índice sobre el pequeño rectángulo y la maceta desapareció. Lo estrujó de nuevo apoyando sobre él el pulgar y una elegante botella de color azul cobalto, de cuello largo y sutil, apareció de la nada.

 

Elisa quedó con la boca abierta y tardó algo de tiempo en recuperarse de la impresión. A continuación, sin sacar los ojos del objeto, dijo con voz quebrada por la emoción «Ven Jack, esto no puedes perdértelo.»

El coronel, que ya había dado a Petri todas las indicaciones para identificar los dos objetivos, se volvió hacia ella y, con paso tranquilo, se le acercó. Miró distraídamente el objeto que Azakis tenía en la mano y, con aire cansado, dijo «¿Una botella? ¿Qué es tan interesante de ver?»

«Sí, claro, una botella» replicó refunfuñando Elisa. «Sólo que hace unos segundos era una hermosa maceta de colores.»

«¡Venga ya! No me tomes el pelo.»

«Zak, demuéstraselo.»

El alienígena realizó la misma sencilla operación de antes y esta vez, entre sus manos, apareció una enorme esfera negra como la pez.

«¡Madre de Dios!» exclamó el coronel dando un salto hacia atrás.

«Esto sabes lo que es, ¿no?» dijo Azakis mientras abrazaba aquella bola de casi un metro de diámetro.

«Sí, sí» exclamó la doctora toda nerviosa. «Es idéntica a aquella que hemos encontrado sepultada en el campamento, dentro de la misteriosa caja de piedra.»

«Había también otras tres» añadió el coronel «que sirvieron luego para el aterrizaje de la nave espacial.»

«Justo.» confirmó Azakis. «Las habíamos dejado nosotros la última vez y nos han servido como referencia para la recuperación del cargamento de plástico.»

«¡Guau!» exclamó Elisa. «Todo se está aclarando poco a poco.»

«Perdona, una pregunta estúpida» dijo Jack volviéndose hacia el alienígena. «Si quisiéramos usar estas cosas como recipientes, por ejemplo para el agua, tendríamos que inventar un sistema práctico de cierre y apertura. ¿Cómo se podría hacer?»

«Muy sencillo. Se usa otro y se hace con forma de tapón»

«Mira que soy memo. No lo había pensado.» exclamó Jack dándose un golpe en la frente.

«¿Cómo llamáis a estas cosas?» preguntó Elisa con curiosidad.

«Su nombre en nuestro planeta es Shani» respondió Azakis mientras hacía desaparecer de nuevo la esfera y la sustituía el rectangulito oscuro.

«Entonces esto es un pequeño Shani.» dijo Elisa sonriendo mientras que, teniéndolo entre las manos, lo observaba con atención. «¿Puedo intentar yo construir algo?»

«Bueno, no es tan sencillo. Yo lo consigo porque, para su programación en tiempo real, utilizo mi implante N^COM. Por lo tanto, o te pongo uno a ti o utilizas….» se interrumpió y se puso a revolver en un pequeño cajón al lado de la consola. Después de algunos segundos extrajo de él una especie de casco muy similar al que habían utilizado antes para respirar y, poniéndoselo, terminó la frase diciendo «esto»

«¿Me lo debo poner en la cabeza?» preguntó Elisa dudando.

«Exacto.»

«¿No me va a freír el cerebro esta cosa, verdad?»

Azakis sonrió. La cogió delicadamente de las manos y la ayudó a ponérselo correctamente.

«¿Y ahora?»

«Coge el Shani entre los dedos y piensa en un objeto cualquiera. No te preocupes por las dimensiones. Está programado para no transformarse en nada que sea mayor de un metro cúbico.»

Ella cerró los ojos y se concentró. Después de unos segundos, un fantástico candelabro plateado de tres brazos se materializó entre sus manos.

«¡Dios mío!» exclamó estupefacta. «Es absurdo. Es increíble.» Elisa no conseguía contener su emoción. Giraba y volvía a girar el objeto entre las manos analizándolo en todos sus detalles. «Es exactamente como lo había imaginado. No es posible, estoy soñando.»