Salvini & Meloni

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La coalición de centroderecha estuvo dominada por Silvio Berlusconi desde su irrupción en 1994 hasta las elecciones de 2018. En ella, además de Forza Italia, también estaban la Lega Nord y Alleanza Nazionale. AN era una extrema derecha más clásica, heredera del MSI y perteneciente a una tradición posfascista que se había moderado en los últimos años con el liderazgo de Gianfranco Fini. La Lega Nord era un experimento político mucho más reciente, circunscrito a las regiones del norte y con un discurso etnoregionalista y xenófobo bastante duro hacia los italianos del sur del país. Más adelante también utilizarían esa xenofobia contra la población inmigrante.

Berlusconi no tuvo ningún reparo en pactar con estas dos fuerzas porque las necesitaba para derrotar al centroizquierda, que ahora agrupaba desde católicos progresistas hasta excomunistas. La situación pareció estar bajo control durante mucho tiempo, y el liderazgo de la coalición era indiscutible. Ni los herederos del MSI, ni un partido que insultaba a la mitad de los italianos podían superar a la máquina electoral berlusconiana. Por ello, desde el entorno de Forza Italia se normalizó la presencia de estos actores en las instituciones, se hizo la vista gorda con los elementos más antidemocráticos de su discurso, e incluso se potenciaron algunos de sus temas preferidos en la agenda mediática. Por poner un ejemplo, los canales de televisión de Mediaset —propiedad de Berlusconi— bombardearon durante años a la ciudadanía con noticias sobre crímenes cometidos por inmigrantes, alimentando el rechazo hacia la población de origen extranjero20. En la cabeza de Berlusconi, el centroderecha sería el principal beneficiario de este bombardeo de comunicación, que culpaba a los gobiernos de centroizquierda de ser incapaces de gestionar la inmigración. Aunque ese descontento no se tradujera en votos a su partido, serviría de igual manera para hacerlo primer ministro. La estrategia funcionó durante años, pero al final terminó fracasando.


Hoy, la Forza Italia de Berlusconi es la tercera fuerza de la derecha a más de diez puntos de la segunda, y eso demuestra hasta qué punto los cálculos le salieron mal al magnate milanés. Berlusconi creyó poder domesticar a estos dos monstruos, lo consiguió durante un tiempo, pero fue incapaz de prever que acabarían devorándole. En aquel momento nadie imaginaba que hoy estaríamos en esta situación, y la gran pregunta es: ¿cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Cómo ha pasado Silvio Berlusconi de ser el pope de la derecha italiana a convertirse en una fuerza política completamente subalterna?

Probablemente no haya una única respuesta a este fenómeno, pero una de las más sugerentes es la expuesta por el periodista político Paolo Mossetti en su última obra, Mil máscaras. La deriva del nacionalpopulismo italiano. En ella, el autor señalaba que la sociedad transalpina llevaba décadas acumulando partículas de resentimiento21. Estas partículas, fruto de la destrucción, la despolitización y el declive de las sucesivas crisis de los últimos cuarenta años; dicho resentimiento dio lugar a una masa de reacción que acudió a votar en tromba a la Lega y al M5S en 201822. Hoy, esta masa constituye el electorado de la extrema derecha.

En Italia, una parte importante de la ciudadanía culpa de todos sus males al centroderecha moderado, a las instituciones europeas y a los partidos progresistas. Desde la pérdida de poder adquisitivo con la transición al euro —gestionada por el gobierno de centroizquierda de El Olivo—, hasta los recortes impuestos por el ejecutivo tecnocrático de Mario Monti, pasando por la gestión del fenómeno migratorio, el desempleo juvenil o el recorte de las pensiones con normas como la Ley Fornero23. La caída de Berlusconi y el ascenso fulgurante de los dos partidos a su derecha es fruto de unas heridas que se profundizaron tras la crisis de 2008, pero que llevaban presentes desde la década de los noventa, cuando irrumpe la Lega Nord en el norte del país y aumenta el voto a la Alleanza Nazionale de Fini. Si observamos los resultados electorales desde 1994 hasta hoy, la suma de las tres derechas —Forza Italia, la Lega y la Fratelli d’Italia sucesora de la Alleanza Nazionale— es prácticamente idéntica a la de nuestros días. Es la correlación de fuerzas entre los tres partidos la que ha dado un vuelco. El espacio para estas fuerzas existía desde hacía tiempo y esperaba la llegada de alguien capaz de aprovecharlo.

Uno de los lemas del partido era “Non rinnegare, non restaurare” (ni renegar, ni restaurar): https://www.youtube.com/watch?v=KrXYAInhmOY

Para profundizar más sobre la transición del MSI a AN:

Ignazi, Piero. “From neo-fascists to post-fascists? The transformation of the MSI into the AN”, West European Politics, 19:4 (1996): 693-714.

Gallego, Ferran. “The Extreme right in Italy from the Italian social movement to post-fascism”. Institut de Ciències Polítiques i Socials (1999).

Gramsci, Antonio; Sacristán, Manuel (ed.). Antología. Ediciones Siglo XXI, 1978. p. 313.

Término con el que se conoció popularmente a los escándalos de corrupción destapados en los años 90. En italiano la palabra tangente significa soborno, por lo que el término Tangentopoli significaría “Ciudad de los sobornos”.

Sartori, Giovanni. “El pluralismo polarizado en los partidos políticos europeos”, Revista de estudios políticos 147 (1966). p. 21-64

Los dos gobiernos del republicano Spadolini (junio 1981-agosto 1982) y (agosto 1982-diciembre 1982), y los de los socialistas Craxi (1983-86 y agosto 1986-abril 1987) y Amato (junio 1992-abril 1993) fueron los únicos ejecutivos que no estuvieron encabezados por un democristiano durante la Primera República.

La Umbria es una de las regiones centrales del país. Colindante con el Lacio (región donde se encuentra Roma), la ciudad más importante de la región es Perugia, y en ella también se encuentra Asís, donde vivió y murió San Francisco de Asís. Hoy está gobernada por Donattella Tesei, de la Lega. Por su parte, Emilia-Romaña es la región donde se encuentra Bolonia. Una de las llamadas zonas rojas del país, donde nunca gobernó la derecha, y que aún a día de hoy cuenta con un presidente de centroizquierda, Stefano Bonaccini del PD.

Sede del Gobierno y del Primer Ministro.

El PCI obtuvo en 1976 su mejor resultado en unas elecciones parlamentarias, con 12.616.650 votos (un 34,37%).

Manos Limpias, en italiano.

Mossetti, Paolo. Mil máscaras. La deriva del nacionalpopulismo italiano Siglo XXI Editores, 2021. p. 118

Bordel, Jaime; V. Guisado, Daniel. “Di qualcosa D’Alema! El largo invierno de la izquierda italiana”. Revista LaU, (2021),

https://la-u.org/di-qualcosa-dalema-el-largo-invierno-de-la-izquierda-italiana/

Magri, Lucio. El Sastre de Ulm. El viejo topo, 2009. p. 366

Líder del PSI y una de las figuras centrales en la trama de Tangentopoli. Fue condenado a casi diez años de cárcel y huyó a Túnez para evitar la prisión. Allí fallecería en el año 2000.

La logia P2 fue una sociedad secreta de corte anticomunista que trató de influir en la política italiana durante toda la Primera República. A ella pertenecían desde políticos democristianos hasta miembros de la policía o las Fuerzas Armadas y figuras importantes del mundo empresarial como Silvio Berlusconi. Para saber más sobre la logia P2 y sus conexiones con los atentados terroristas de la década de los 70: Turone, Giuliano. Italia oculta: Terror contra democracia. Trotta, 2019.

Veiga, Francisco, et al. Patriotas Indignados: Sobre la nueva ultraderecha en la posguerra fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols. Alianza Editorial, 2019. p. 291.

Taguieff, Pierre-André. L’illusione populista. Bruno Mondadori, Milano, 2003.

Taguieff en: Revelli, Marco. Populismo 2.0. Giulio Einaudi Editore, Torino, 2017. p. 125

Un partido sin apenas estructura ni militantes creado a imagen y semejanza de su líder. Más en: Ibíd. p. 123.

Mossetti, Paolo. Mil máscaras. La deriva del nacionalpopulismo italiano. Siglo XXI Editores, 2021. p. 99.

Ibídem.

Ibídem., p. 149.

Ley en materia de pensiones aprobada durante el gobierno de Mario Monti apoyada por el centroizquierda y el centroderecha que fue duramente criticada por aumentar la edad de jubilación y recortar las pensiones.

EL HOMBRE FUERTE DE ITALIA

 

1. El hombre fuerte de Italia

El hombre común, el hombre de la calle, es así: la vida cotidiana se basa en su falta de preparación, porque sabe que son otros los profesores, los que han estudiado y son quisquillosos. Y como dice Salvini, “prefiero el carnicero al erudito”

David Allegranti

Linkiesta

Sus publicaciones atraen a decenas de miles de personas cada día. Sus intervenciones en la televisión alcanzan amplias cuotas de audiencia. Su manera de hablar, de vestir y de expresarse es popular, nunca anodina. No hay espacio para las expresiones técnicas o para las frases grandilocuentes que el político medio usa para esquivar preguntas difíciles. Si va a Florencia, lleva una camiseta con el nombre de la ciudad, si va a comer a algún restaurante tradicional, sube una publicación comentando lo buena que está la comida o recomendando los productos de la zona a través de sus redes sociales. Como si saliera de un cómic, su metamorfosis de vestimenta es apabullante. Estética desenfadada en televisión. Ropa popular en la calle. Traje en el Parlamento. Su misión es infundir la sensación de que tiene respeto institucional, pero sigue siendo una persona del pueblo y, sobre todo, para el pueblo.

En los mítines, que a consecuencia del nuevo fenómeno de campaña permanente son cada vez más frecuentes e ininterrumpidos, se hace fotos con todo el mundo. No es una exageración, en cada acto las colas para recibir il selfie del Capitano (el selfie del Capitán) duran horas. El hombre habla con todo el mundo. Su paciencia, a veces, parece infinita. Saluda, posa, sonríe, se despide. Así, con cientos de personas que fácilmente pueden alcanzar el millar. Reivindica la normalidad del día a día. La de los italianos de a pie. Dice detestar los chismes de palacio; esa política que hacen los hombres serios de traje.

Habla lo justo, pero sonríe a todo el mundo. Cuando abre la boca es para destacar lo obvio. Sabe poco de cada cosa, pero lo cuenta de forma magistral, afirma el periodista Matteo Pucciarelli1. Mientras escucha los problemas o las alabanzas de la gente va contando pequeñas anécdotas, sobre todo personales, acerca de su maravillosa hija o se deshace en elogios hacia el lugar en el que se desarrolla el acto. En cada selfie genera un pequeño contacto, un mínimo esfuerzo, de una repercusión gigantesca. La persona agraciada con la foto la sube a Facebook, Twitter, Instagram. Inserta un pequeño comentario destacando lo alegre, cordial y cercano que es este hombre. Parece haber entendido que la política no va de tecnicismos o de hombres de negro que no se parecen a la gente corriente. Habla en un lenguaje que el italiano medio conoce. Sabe que la política que entiende todo el mundo es la de la normalidad, la que habla de arancini en Sicilia o de pesto en Génova, que alaba los paisajes de la Toscana y sus raíces en la Lombardía. Escucha y habla del día a día. Interpela al estómago, a las pasiones.

Matteo Salvini es el hombre. Desde hace años su apellido suena con contundencia no solo en Italia, también en el resto del mundo y, con especial énfasis, en los círculos derechistas más importantes de Europa occidental. El interés en torno a su figura no es para menos. Desde que a finales del 2013 sustituyera a Roberto Maroni en la secretaría de su partido, la Lega (Nord), ha transformado radicalmente a su formación y a la derecha de su país. Tanto en valores como en resultados y poder. Bajo su auspicio la Lega ha pasado de 1,3 millones de votos en las elecciones generales de 2013 a los 9,1 millones en las europeas de 2019, pasando por los 5,7 de las generales de 2018.

La revolución Salvini ha hecho que la Lega volviera al poder con cotas nunca vistas bajo los gobiernos previos con Berlusconi. Ha cambiado el nombre de la formación y la ha implantado más allá del río Po, frontera natural y simbólica de la Lega Nord. Ha conseguido, incluso, ganar las últimas elecciones europeas. Muchos de estos elementos tienen que ver con una personalidad arrolladora, así como con una estrategia constante e intensa. Salvini ha cambiado la política del país desde las redes sociales, pero también desde los medios de comunicación y las instituciones.

A Il Capitano —“El Capitán”, uno de sus principales apodos—, le gustan los baños de masas, nada a la perfección entre el gentío y lo disfruta. No lo oculta, no lo necesita, pero estos rasgos de narcisismo de los que adolecen todos los políticos de primera línea se ven compensados por una extraña y singular capacidad de sentir y medir la temperatura de la sociedad. Su anemómetro personal es uno de sus puntos fuertes, y consiste en adaptar el mensaje a los vientos políticos para gustar a todo el mundo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Puede sostener una cosa y la contraria, puede publicitar comidas y restaurantes, tomarse mojitos en la playa y publicarlo en sus redes sociales, ir de viaje, criticar y defender lo mismo en poco tiempo y cambiar de alianzas según sople el viento. El fin parece ser el propio medio. Todo con una flexibilidad asombrosa a partir de unas declaraciones superficiales que nunca entran en polémicas y deja a la imaginación de cada cual pensar lo que quiera. Ganan los votantes en la autorrealización; gana Salvini en consenso. Pero como toda goma de mascar, las fuerzas que empujan en direcciones opuestas amenazan con romper el castillo político que ha construido Salvini. El hombre fuerte de Italia que prometía conquistarlo todo y a todos no vive su mejor momento, pero sigue siendo uno de los políticos con mayor capacidad de control sobre la agenda política.

Pucciarelli, Matteo. Anatomia di un populista. La vera storia de Matteo Salvini. Feltrinelli, 2016.

2. Lega Nord: el elefante en la cacharrería

No importa la edad que tengas, el trabajo que realices o la tendencia política que tengas: lo que importa es quién eres, y todos somos lombardos. Este es el dato realmente importante, ha llegado el momento de recordarlo dándole concreción política.

Umberto Bossi

Lombardia Autonomista, 1982

Si una persona no estuviera muy informada de la historia política italiana reciente, podría pensar que el fenómeno de Salvini y su partido son relativamente nuevos. Los resultados de una coyuntura de crisis cíclica que vive Italia, y afecta a todos los países europeos. Sin embargo, esta afirmación es una verdad a medias. El hombre, Matteo Salvini, y la fórmula, un partido populista de derecha radical1, que ha conseguido posicionarse como primera fuerza política en el fragmentado mapa político transalpino, sí son nuevos. Por el contrario, el partido detrás del político, la Lega Nord2, es actualmente el más longevo de la Italia actual, y no es ninguna novedad.

Es imprescindible mencionar varios elementos. El primero, es que el partido actual, la Lega, solo es la última metamorfosis que ha sufrido una formación política cuyos orígenes se remontan a la década de los ochenta. La segunda, es que dichos orígenes son fragmentarios, pues nunca hubo una Lega originaria o fundacional, sino varias “ligas” regionales que acabarían confluyendo en la Lega Nord.

Si uno piensa en la fuerza histórica y regional de la actual Lega de Salvini, dos regiones aparecen en todos los análisis y ensayos sobre la formación: el Véneto y la Lombardía. En esta última región septentrional, el partido, con sus diferentes listas de candidatos, nunca ha bajado del 15% en todas las elecciones regionales celebradas desde 1990, entrando en el gobierno hasta en tres ocasiones. En la región del Véneto, donde se halla la ciudad de Venecia, el partido ha cosechado resultados incluso más sorprendentes. Tras una etapa como fuerza testimonial durante sus primeros años (1985-1995), con porcentajes de voto entre el 3% y el 6%, le siguió una fase con cifras similares a la de la Lombardía, hasta desembocar en el actual reinado de Luca Zaia, presidente de la región. Zaia ha ganado en tres ocasiones consecutivas (2010, 2015 y 2020), y es uno de los políticos mejor valorados del país.

La Lega ha obtenido importantes resultados en muchas otras regiones como Liguria, Piamonte, Emilia-Romaña, Toscana o Marcas, pero todos estos éxitos electorales se circunscriben al liderazgo más reciente de Matteo Salvini. Los orígenes históricos, mucho antes de que el partido tuviera una intención de voto tan grande, se encuentran en el Véneto y en la Lombardía.

De los escombros partidistas surgen las ligas

La Lega Lombarda se funda en 1984 por un joven Umberto Bossi que ya empezaba a destacar en las organizaciones políticas de aquella época y que acabaría siendo el futuro líder de la Lega Nord. Esta pequeña organización surge con unos ejes programáticos muy sencillos y, hasta ese momento, poco explotados en el tablero político nacional: reclamo de autogobierno para la Lombardía y una fuerte crítica al sistema de partidos surgido de la posguerra italiana. Ambos elementos adornados con un folklore propio de la región norteña como los himnos, los símbolos o la comida. Entre estos rasgos fundacionales ya se puede atisbar la evolución a partir de la década de los noventa: un partido con apariencia antisistema pero que se presenta con una serie de demandas autonomistas para la zona septentrional del país, el territorio que parte del río Po y es conocido como Padania. De hecho, este mismo rasgo antipartidista mutará durante el mandato de Salvini en coordenadas eminentemente antielitistas, que le permitirán convivir e incluso gobernar de la mano del Movimento 5 Stelle. Sin embargo, el objetivo principal por el que surge la Lega Lombarda es reclamar la autonomía e incluso la independencia de la región del norte.

En 1985, en los primeros meses de existencia del partido, tuvieron que enfrentarse a las primeras elecciones regionales de la Lombardía. Con una estructura débil y poco organizada solo obtuvieron 28.000 votos, el 0,46%. Sin embargo, algo empezaba a moverse en la región, y tan solo cinco años después, en la cresta de la ola de la crisis del sistema de partidos, con una Democracia Cristiana y un Partido Comunista Italiano en horas bajas, la Lega Lombarda se coloca en segunda posición por delante del histórico Partido Comunista. ¿Qué ocurre en este periodo? Lo que sucede son dos elecciones que sitúan a la organización en el imaginario de miles de ciudadanos del norte. En primer lugar las elecciones nacionales de 1987, en las que la Lega Lombarda consigue por primera vez un diputado y un senador (el propio Umberto Bossi, futuro líder del partido). Y en segundo lugar las elecciones europeas de 1989, donde obtiene dos europarlamentarios y más de medio millón de votos. Es a partir de este momento cuando Bossi y sus aliados consiguen entrar con fuerza en la escena política italiana y hacerse con el control y el protagonismo del resto de núcleos de la Lega, diseminados en distintas regiones del norte, pero sobre todo imponerse a su principal rival en la pugna del autonomismo septentrional, la Lega Veneta.

El conflicto entre las dos ligas era inevitable. En un interregno en el que ambas formaciones compartían agenda era cuestión de tiempo que una acabara imponiéndose sobre la otra. En esta disputa una destacó desde el comienzo. La Lega Veneta no solo se estrenó en las elecciones europeas y regionales de 1984 y 1985 con apoyos superiores a la Lombarda —3,4 y 3,7% respectivamente—, sino que además siempre se consideró como “la madre de todas las ligas”3. Fundada cuatro años antes que la de Bossi, sus ejes programáticos ya eran el federalismo fiscal y la autonomía veneciana. Sin embargo, los rápidos éxitos electorales generaron conflictos internos que debilitaron a la organización y al proyecto político. Las consecuencias inmediatas fueron una disputa por el liderazgo entre Achille Tramarin y Franco Rochetta, una escisión radicalizada que tomó el nombre de Lega due, y un retroceso electoral en 19854. Estos traspiés comenzaron a debilitar a la formación.

Bossi tomó nota de los problemas que asediaban a la Lega Veneta e intentó evitarlos. Dotó la Lega Lombarda de una organización todavía débil pero claramente vertical, y se adhirió a las reivindicaciones autonomistas de su compañera del Véneto. Estas maniobras causaron disputas y negociaciones entre ambas ligas ya desde 1985. En las elecciones generales de 1987 los vénetos perdieron a su único diputado nacional y en las de 1989, ya en coalición con la Lombarda, no consiguió recuperarlo, condenada a una posición subalterna respecto a Bossi5.

La Lega Lombarda siguió un camino electoral opuesto a su rival, obteniendo el 2,9% en sus primeras elecciones de 1987, el 8,1% en 1989 y el 18,9% en las regionales de 1990. Fue entonces cuando la Lega Veneta, “la madre de todas las ligas”, no tuvo más remedio que convertirse en una sección territorial de la recién creada Lega Nord de Umberto Bossi.

 

El éxito de Bossi no solo tuvo que ver con las debilidades de su hermana y competidora en el Véneto. También supo diferenciarse añadiendo dos elementos: una crítica a la partitocracia romana y un etnoregionalismo alimentado por la oposición al sur. Esto es, Bossi impregnó a la organización, ya desde el principio, de un fuerte discurso populista y antipartidista en los años previos al estallido de Tangentopoli. Así, el autonomismo se vio complementado con una dicotomía norte/sur muy fuerte. Para Bossi y su grupo, uno de los principales problemas del norte próspero e industrial era una capital y un mezzogiorno atrasados, corruptos y vagos que vivían a costa de los norteños. Así lo pondrían de manifiesto en el primer artículo de la revista Lombardía Autonomista: “Nuestro fundamental interés común es la liberación de la Lombardía de la feroz y sofocante hegemonía del gobierno centralista de Roma a través de la autonomía lombarda”6.

Conforme se daba el proceso de transformación de la Lega Lombarda a la Lega Nord, que nacería oficialmente en 1991, el sujeto del etnoregionalismo fue variando desde la identidad lombarda hasta la nueva identidad padana. La Padania, un territorio que alude a las regiones del valle del Po —a veces incluyendo la Toscana, Umbría y Marcas—, se convirtió en el significante de la demanda independentista. Con la convergencia de estas organizaciones y su posterior evolución, daba comienzo la andadura de la Lega Nord antes del estallido de la Primera República.

Partido protesta y populista

Tres meses después del comienzo de Mani Pulite en 1992, a punto de nacer la Segunda República, tienen lugar las primeras elecciones a las que concurre Umberto Bossi como líder de la Lega Nord. El extraordinario éxito electoral, cuarta fuerza política del país con más de tres millones de votos, sirvió como acelerador de la descomposición del sistema de partidos. Nacía el último partido de la Primera República y el primero de la Segunda República, un puente político que décadas después se convertiría en la formación más longeva del sistema de partidos actual.

El discurso de Bossi, crítico con la corrupción del sistema en un ambiente de insatisfacción política, le permitió conseguir un resultado que, en perspectiva, fue abrumador. En las anteriores elecciones generales, la Lega Veneta y la Lega Lombarda juntas obtuvieron menos de medio millón de votos. Dos años después, esta cantidad se multiplicó por seis presentándose la Lega Nord en menos de la mitad de las regiones de Italia7. En todo el país obtuvo el 8,7% de los votos, pero en regiones como Lombardía superó el 17% y en Véneto el 23%. Estos resultados aceleraron la crisis de un sistema político cuyas identidades partidistas estaban resquebrajándose, y en el que la dialéctica izquierda/derecha, por sí sola, ya no permitía entender las dinámicas de competición electoral. Se abría un nuevo eje de entre la nueva y la vieja política, y la crítica al establishment permitía la reordenación de los bloques electorales. De esta manera la Lega Nord, que tenía experiencia previa como partido protesta8, pudo obtener nuevos votantes que, con la independencia como eje programático central, no hubiera tenido capacidad de atraer. Así lo cuentan Passarelli y Tuorto:

El nacimiento de la Lega Nord no produjo la crisis del sistema de la Primera República, pero sí contribuyó a debilitarla y a evidenciar sus carencias sobre la ineficacia del accountability. La Lega Nord se rebeló como amplificadora de la crisis […] formando de hecho un espacio político y electoral en el que esta nueva fuerza fue capaz de representar la expresión y necesidad de la renovación.9

Bossi supo identificar la necesidad de complementar el regionalismo con un discurso impugnatorio que, en medio de una crisis institucional y política, le permitió ponerse en el centro de las demandas de la ciudadanía. Anhelos de distinta índole —regeneración, nuevas identidades, modernización— encontraron en la formación de Bossi la garante de estas demandas heterogéneas. Este proceso no distará mucho del que llevará a cabo Salvini dos décadas más tarde.

Los datos evidencian esta coyuntura de crisis sin parangón. El índice de inestabilidad10 política en 1992 llegó a niveles inéditos desde las primeras elecciones democráticas tras la caída del fascismo, y el porcentaje agregado de los dos principales partidos —Democracia Cristiana y Partido Comunista— pasó del 61% en 1987 al 45,8% solo cinco años después. El bipartidismo se estaba viniendo abajo. Por primera vez en cuarenta años más de la mitad de los italianos eligieron opciones distintas de la comunista y la democristiana.

No obstante, convertirse en un partido protesta en una crisis política no bastaba. El etnoregionalismo seguía siendo un elemento fundacional y permitía presentarse como la alternativa al creciente desprestigio de las instituciones, pero era necesario algo más. Decidieron crear un enemigo interno, los terroni. La fractura de Italia en bloques norte y sur, patente desde la unificación e independencia del país, se vio acrecentada por los cambios socioeconómicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La industria y las tecnologías avanzadas que se instalaron de forma mayoritaria en el norte reportaron importantes beneficios a estas regiones, provocando un creciente agravio comparativo económico con el mezziogiorno italiano, mucho más atrasado y con menos inversión pública. Esto permitió que la Lega Nord complementara su mensaje antipartidista señalando al sur como un área de ineficacia que penalizaba el despegue de regiones como la Lombardía o el Véneto: los ciudadanos norteños eran trabajadores, los del sur eran vagos. El partido de Bossi jugó una carta de reclamo autonomista para liberarse, precisamente, de este atraso sureño. El norte era el núcleo económico y Roma debía permitirle administrar sus recursos de forma independiente. El famoso lema “Roma Ladrona” fue usado para designar a una élite política romana que vivía a todo tren a costa de condenar al norte.

A partir de 1990 nace el “Plan Bossi” que consistía en reivindicar, a través de identidades locales norteñas, la autonomía del norte contra un sur subsidiario y atrasado, así como contra una élite política anquilosada y corrupta a punto de estallar; populismo y etnoregionalismo combinados bajo una misma formación política. La Padania contra los terroni. La Lega Nord contra el Pentapartito11. Como hemos visto, en las elecciones de 1992 y 1994 este plan comienza a dar rápidamente buenos resultados electorales. La antipolítica se abrió paso en un terreno fértil y cómodo para la Lega Nord, que permitió a Bossi afianzarse como líder del partido. Con mayores apoyos en el campo que en las ciudades, la Lega Nord pasó de dos consejeros comunales en el Véneto en 1985, a veintiuno en 1990 y cincuenta y siete en 1995 en todo el norte. En diez años su implantación territorial daba signos de ser una de las más fuertes, y su organización se hacía cada vez más férrea, atrayendo a ciudadanos desafectos con la política y los partidos. Entre estos nuevos simpatizantes atraídos por la idea de una nueva política se encontraba un joven estudiante de periodismo llamado Matteo Salvini.

Las complicadas relaciones con Berlusconi

En 1994 Berlusconi y Forza Italia irrumpen en la escena política. Esto pone en aprietos a Bossi y su Lega Nord. La desaparición de la Democracia Cristiana y del Partido Comunista le aseguraban un avance electoral progresivo en el futuro inmediato, pero la discesa in campo12 del empresario recién llegado comenzó a complicar este proyecto.

El “Plan Bossi” empezó a venirse abajo. A pesar de obtener los mismos escaños, Forza Italia obtuvo cinco millones de votos más que la Lega Nord en 1994, una cifra que le permitió proclamarse líder del centroderecha. Bossi aceptó gobernar con Berlusconi, pero las relaciones entre ambos siempre fueron tensas debido al ambiente de desconfianza mutua. Las tensiones aumentaron cuando se demostró que el gobierno empezaba a pasar factura a Bossi, que unos meses después, en las elecciones europeas del mismo año, perdió más de un tercio de sus votos. La distancia entre ambas elecciones fue de tan solo tres meses. A pesar de entrar a gobernar, la evidente posición subalterna de los de Bossi y un electorado que no se sentía claramente de derechas13, pasó factura al partido. El descalabro provocó la salida de la Lega Nord del gobierno de Berlusconi y el inicio de una nueva estrategia, la Corsa Solitaria, a partir de 1996.

Para esta andadura solitaria, Bossi abandonó en diciembre de 1994 el gobierno, causando la formación del primer gobierno técnico de Lamberto Dini y, poco después, la convocatoria de elecciones anticipadas en 1996. Bossi entendió que debía volver a los orígenes y no optar claramente por ningún bloque ideológico. Ni el centroderecha de Berlusconi ni el centroizquierda de Prodi. Aparentemente dio resultados. La Lega Nord no se presentó bajo ninguna coalición y obtuvo medio millón de votos más que en los anteriores comicios, recuperando el terreno perdido en las europeas. Sin embargo, la izquierda liderada por Romano Prodi consiguió la victoria. La estrategia solitaria de Bossi, por tanto, debía mutar de nuevo para no caer en tierra de nadie en la oposición. Así, la Lega Nord, que había añadido el lema “por la Independencia de la Padania” a su nombre, se embarcó en una táctica soberanista que tendría como principal elemento la convocatoria de un referéndum de independencia en 1997.