Soy Jesús, vida y esperanza

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Conclusión





Luego de la visión del Sinaí, la vida de Moisés no volvió a ser la misma. La revelación de Cristo rompió para siempre la monotonía de su vida. Su existir se volvió tantas veces más interesante, más ocupado y más trascendente de lo que había podido imaginar. Su encuentro con el YO SOY le mostró un sentido más profundo y perdurable.



La edad no parece ser importante, ni la condición personal ni las expectativas sobre el presente o el futuro. Un acercamiento a la presencia del Señor puede darnos una dimensión insospechada. Puede ser el inicio hacia la vida y la esperanza. Durante las sesiones de un congreso cristiano, un hombre maduro daba testimonio de la felicidad que había encontrado en el Señor. “Lo único que lamento” –dijo– “es no haberlo conocido antes”.



¿Cuáles son los significados que se desprenden de la experiencia de Moisés ante la gloria divina?: (a) Que en medio de las cosas comunes de la vida es posible hallar algo diferente, porque existe un Dios santo. (b) Que el Ser santo no es indiferente, sino que se interesa por sus hijos. (c) Que el Dios de los cielos también está con nosotros y tiene un plan para ofrecernos. (d) Que en medio de lo efímero de todo lo que nos rodea, existe para siempre.



Quien se allega a la presencia divina puede también aprender a confiar en el amor, en el interés y en el plan de Dios para su vida. Todo cambia cuando se vive ante Dios. El Eterno se transforma en la esperanza de la vida.



1

  Elena de White,

My Life Today

 (Washington, D. C.: Review and Herald, 1952), p. 284.



2

  __________,

Patriarcas y profetas

 (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1971), pp. 256, 257.



3

  __________,

Profetas y reyes

 (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1957), p. 34.



4

  __________,

Patriarcas y profetas

, p. 250.



5

  Ibíd., p. 253.



6

  Ibíd., p. 254.



7

  Ibíd., p. 255.



8

  __________,

La segunda venida y el cielo

, trad. Juan Carlos Viera (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2005), p. 17.



9

  Juan Mateos y Juan Barreto,

Vocabulario teológico del Evangelio de Juan

 (Madrid: Ediciones cristiandad, 1980), p. 97.






Capítulo 2



Cuando algo te falte: “Yo soy el pan de vida”





Los siete “Yo soy” son una peculiaridad del Evangelio de Juan. El apóstol Juan era un sobreviviente, cuando fue movido por la inspiración a escribir el sublime relato. En las postrimerías del primer siglo, los demás apóstoles habían muerto y, probablemente, quedaban pocas personas que hubiesen conocido al Señor. “Como último sobreviviente de los discípulos que estuvieron íntimamente relacionados con el Salvador, su mensaje tuvo una gran influencia en el establecimiento del hecho de que Jesús era el Mesías, el Redentor del mundo. Nadie podía dudar de su sinceridad, y mediante sus enseñanzas muchos fueron inducidos a salir de la incredulidad”.10 A la sazón, el apóstol vuelve a contar la historia de Jesús a quienes no habían tenido el privilegio de ser testigos de su ministerio.



Impactan la sencillez y la profundidad espiritual del Evangelio de Juan, uno de los documentos más inspiradores del Nuevo Testamento. Se parece poco a los otros Evangelios. El autor del cuarto Evangelio cuenta historias diferentes, no registra parábolas y los milagros son pocos, aunque elegidos reflexivamente.



Su autor, Juan, hijo de Zebedeo, nunca usa su propio nombre para hablar de sí mismo. En cambio, se presenta como el discípulo al que Jesús amaba. Cuando menciona el nombre Juan, es para referirse al Bautista. No da la impresión de un hombre preocupado por su identidad personal, sino por la identidad de Jesús. Se supo amado y transformado por el Señor; entonces, propuso a sus lectores una experiencia personal con Jesús como la que él había disfrutado. O, tal vez entendió que la identidad más significativa se construye a partir de sentirse amado y aceptado por el Señor.



Entre otras características, el Evangelio de Juan reitera la fórmula

“Yo Soy”

 (griego

égo eimí

) por parte de Jesús. Los símbolos que sirven de predicados nos hablan de la persona y de la obra de Jesús. Todos ellos están tomados de la vida diaria, de las cosas comunes como el pan o la luz, las ovejas o la vid.



Es posible que los

“Yo Soy”

 estén relacionados con alguno de los milagros de Jesús. John R. W. Stott observó que Juan construyó su Evangelio alrededor de seis o siete “señales” seleccionadas (Juan 20:30, 31), y las asoció con las grandes declaraciones de Cristo que comienzan con las palabras

“Yo soy”

.11



Varios

“Yo soy”

 tienen claras conexiones con las fiestas de Israel. La frase

“Yo soy el pan de vida”

 se pronunció en el tiempo de la Pascua, la principal celebración de la primavera, y se relaciona claramente con el milagro de la multiplicación del pan.

“Yo soy la luz del mundo”

 se corresponde con la fiesta de los Tabernáculos, celebrada en otoño, y con el sanamiento del ciego de nacimiento.

“Yo soy la puerta de las ovejas”

 y

“Yo soy el buen pastor”

 tienen el mismo contexto. La expresión

“Yo soy la resurrección y la vida”

 pertenece al tiempo invernal de la fiesta de la Dedicación, o

Hanukah

, y se pronunció poco antes de la resurrección de Lázaro.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida”

 y

“Yo soy la vid verdadera”

 se asocian una vez más con la Pascua hebrea.







El pan de vida





Dijo Jesús:

“Yo soy el pan de vida”

 (Juan 6:41, 48). Esta declaración se encuentra en el capítulo seis del Evangelio de Juan, uno de los textos más importantes del Nuevo Testamento. Acerca de él escribió Elena de White: “La Palabra del Dios viviente debe ser nuestra guía. Cada uno debe comprender que depende de Aquel a quien pertenece por creación y por redención. Lean y estudien las declaraciones registradas en el capítulo seis de Juan. Oren para lograr una comprensión de estas verdades. Me alarma ver la debilidad espiritual de quienes han tenido una luz tan grande. Si hubieran caminado en esta luz, serían fuertes en el Señor”.12



“Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos”

 (Juan 6:4). Se trataba posiblemente de la Pascua del año 30. Grandes contingentes viajaban entonces a Jerusalén para la festividad que conmemoraba el éxodo de Israel. La peregrinación al Templo era amenizada con la entonación de alegres alabanzas (los Salmos 120 al 134 eran conocidos como cánticos ascensionales, llamados también graduales o de las subidas). En realidad, los siete

“Yo Soy”

 se pronunciaron entre la Pascua del año 30 y la pascua del 31. En la primera Jesús habló del pan; en la última de la vid; ambos elementos relacionados con la Pascua y con la Cena del Señor.



De las cuatro pascuas ocurridas durante el ministerio de Jesús, esta fue la única en que estuvo ausente de Jerusalén (Juan 2:13; 5:1; 12:1, 12). Ya no le era fácil volver, pues los dirigentes lo habían rechazado. Regresaría en la siguiente Pascua, para ofrecer el sacrificio de su propia vida como cordero de Dios. Jesús habría de morir el día de la Pascua y en la hora del sacrificio. Aunque se mantuvo alejado del gran Templo, no dejó de hablar del pan, elemento siempre presente en la fiesta de Pascua.



La alimentación de los cinco mil en Galilea preparó el escenario. ¡Qué día fue aquel! La multitud entusiasmada había querido hacerlo rey (Juan 6:1-15). Todo parecía indicar el amanecer de un nuevo día, después de tantos años de opresión extranjera. A duras penas logró Jesús convencerlos de su error acerca de la naturaleza de su obra y de su Reino.



Cuando Jesús se marchó, la muchedumbre lo siguió a Capernaúm, en la otra orilla del Mar de Galilea (Juan 6:22-24). En la sinagoga de aquella comunidad cercana al lago, Jesús les habló de un pan diferente, que pocos lograron comprender (Juan 6:25-59). Cinco veces Jesús se identificó como el pan de vida (Juan 6:35, 41, 48, 51, 58).



Teniendo delante de nosotros estas escenas y prestando oídos a las palabras incomparables del Señor, vamos a plantearnos un par de preguntas sencillas, para nuestra edificación espiritual. Encontrar respuestas adecuadas a estos interrogantes puede significar un hallazgo perdurable de sentido y esperanza.







¿Por qué necesitamos comer este pan?





En primer lugar, porque solo ese pan otorga vida eterna.

“Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”

 (Juan 6:32, 33). Un poco más adelante en su discurso, Jesús insiste en la idea de la vida otorgada por el pan.

“Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”

 (Juan 6:50, 51). Al cierre de la exposición, la idea retorna con renovada fuerza.

“Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum”

 (Juan 6:57-59).

 



El pan es uno de los alimentos más antiguos y extendidos del mundo. Es un alimento básico que se puede preparar de muchas maneras, mezclando harinas o granos molidos con líquidos. La harina puede ser de trigo, centeno, cebada, maíz, arroz, papas, soja, etc. Cuando se emplea levadura, la masa se fermenta produciendo burbujas gaseosas, que incrementan su volumen y la porosidad. El pan ácimo no lleva levadura. En la Edad Media el pan blanco estaba reservado para los ricos y el negro para los pobres. Sin embargo, las ideas actuales de alimentación saludable han vuelto a valorar los panes integrales, o negros.



Es interesante que en las islas del sur del Pacífico exista el llamado árbol del pan. Se lo cultiva porque su fruto es el principal alimento de la zona. Este tiene una pulpa blanca y harinosa, con la cual se pueden elaborar panes y otros alimentos muy apreciados.



En tiempos de Cristo, el pan se hacía con harina de varios cereales integrales, ricos en nutrientes. En muchos casos, no se trataba de un complemento para la comida, sino que el pan era la comida. Junto al mar de Galilea, el pan y el pescado eran en realidad la base de la alimentación. No podría Jesús haber apelado a un símbolo más comprensible y cotidiano. Sin embargo, sabroso y nutritivo como era, el pan de cada día no era más que una ayuda para sostener la vida. En su discurso, Jesús no está hablando de esa vida necesitada del alimento diario. Comer de este pan significa tener vida eterna, porque el pan es Jesús.



El Señor se compara a sí mismo con el maná que alimentó a Israel durante los años de su peregrinaje (Juan 6:31-33, 49-50). De esa manera, volvía a poner en la mente de sus oyentes el antiguo y conmovedor relato de la caída del maná registrado en el Éxodo (Éxo. 16:4, 5, 14, 26, 31, 35). Escribió el salmista al respecto:

“Sin embargo, mandó a las nubes de arriba, y abrió las puertas de los cielos, e hizo llover sobre ellos maná para que comiesen, y les dio trigo de los cielos. Pan de nobles comió el hombre; les envió comida hasta saciarles”

 (Salmos 78:23-25).



La palabra “maná” (del hebreo

mân

)


significa, literalmente, “¿Qué?”, porque el pueblo asombrado preguntó:

“¿Qué es esto?”

 (Éxo. 16:15). Ese alimento, menudo y redondo, sabía a “hojuelas con miel” y a “aceite nuevo” (Éxo. 16:14, 31; Núm. 11:8). Los israelitas recogían diariamente un

gomer

 (como dos litros) (Éxo. 16:16), con excepción del día de reposo. Es posible que la milenaria evocación del maná perdure en los dos panes que muchos judíos siguen colocando sobre la mesa familiar cada sábado. Conmemoran así la doble porción de maná que caía el viernes y de la cual comían durante el sábado. Se proponen, como antaño, recordar y observar el sábado, encendiendo dos luces a la puesta del sol. Hay importantes lecciones en el relato del maná; lecciones del esfuerzo cotidiano por la búsqueda del pan y de la necesidad del reposo y la gratitud; enseñanzas acerca del empeño y la responsabilidad, así como de la confianza y la entrega.



El maná fue un don de Dios entregado a su pueblo, sustento y esperanza de vida en la ruta árida del desierto. Era un pan celestial que descendió a la tierra para dar vida a los hombres que lo recogieran. Concentraba en sí mismo todo lo que necesitaban para conservarse sanos y fuertes. Como lo escribió Moisés:

“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”

 (Deut. 8:3). Con todo, el maná no daba vida eterna; solo la simbolizaba. El maná era todavía un alimento efímero y temporal. Miles y miles de aquellos que comieron diariamente el maná murieron en el desierto, sin llegar a la tierra prometida. Jesús es el verdadero pan de una nueva Pascua, portador de un alimento celestial recibido por fe.



Jesús era más que los panes multiplicados milagrosamente la tarde anterior en las cercanías del mar de Galilea: Jesús da vida eterna, una vida que no puede ser destruida ni con la misma muerte. “Todo el Evangelio de Juan define el ministerio de Cristo como la acción de traer vida abundante, o la plenitud de la vida, a los seres humanos (Juan 10:10). Esto se hace evidente en la frecuencia de la palabra

vida

, cuya presencia es mucho más abundante en los doce primeros capítulos, que relatan la acción de Cristo entre los incrédulos. En esta sección, el término

vida

 se menciona 32 veces”.13



En los Evangelios encontramos pocas evidencias de que Jesús haya utilizado con frecuencia la palabra “salvación”. Habló del Reino eterno de Dios y habló de “vida”. En Juan, “vida” equivale a salvación, vida espiritual y abundante en el tiempo presente, y vida eterna en el día postrero. Así lo creía Elena de White: “Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios ”.14



Un estudiante universitario realizaba una serie de lecciones de estudio de la Biblia, cuando se confrontó con la triste noticia del fallecimiento prematuro de su padre. Se sentía golpeado y entristecido, necesitado de esperanza. La doctrina de la resurrección le dio aliento, aunque no lograba evitar la idea de que su padre seguía viviendo en alguna parte. Se preguntaba si el alma de su padre no estaba en ese “espíritu” que vuelve a Dios, según lo expresa Salomón (Ecl. 12:7). Comprendió, finalmente, que su padre estaría siempre en la mente de Dios hasta el día de la restauración final y del reencuentro, en el día del regreso de Cristo. El verdadero pan del cielo, Jesucristo, vino para ofrecernos una esperanza tal. Esperanza de vida eterna, en medio de la finitud de cuanto nos rodea.



Hay otra razón que justifica comer del pan ofrecido por el cielo; este pan puede saciar el alma.

“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”

 (Juan 6:35).



El pecado nos ha quitado muchas cosas: el hogar edénico, la santidad, la alegría del contacto directo con Dios, la vida misma. Pero, ni seis mil años de enemistad, autosuficiencia y pecado nos han quitado el hambre y la sed de Dios. Agustín lo expresó en forma muy hermosa, al decir: “ nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”.15 Billy Graham solía decir que en el corazón de cada ser humano existe un hueco que tiene la forma de Dios.



El hambre y la sed representan necesidades humanas fundamentales. Tanto el hambre como la sed se definen como la gana y la necesidad de comer/beber; como apetito o deseo vehemente de algo. En la conocida pirámide del psicólogo humanista estadounidense Abraham Maslow (1908-1970), las necesidades fisiológicas (alimentación, agua, aire, sueño, abrigo) están en la base. Una vez satisfechas, se puede pensar en las siguientes: seguridad o protección (libertad de peligro, ansiedad y amenaza), aceptación social (afecto, amor, pertenencia y amistad), autoestima (autovalía, éxito, prestigio), conocimiento, estética y autorrealización. Al compararse con el pan, Jesús se ofrece a sí mismo como fuente irreemplazable y fundamental de satisfacción.



La multitud quería ese pan, pero se negó a recibir a Cristo. Lo mismo podría ocurrirnos si no nos abastecemos del pan vivo. Andaremos hambrientos y sedientos toda la vida. ¡Cuántos han dejado transcurrir el tiempo sin haber encontrado jamás aquello que de verdad sacia! Solo Cristo puede colmar una existencia fragmentada, incompleta y, tal vez, vacía. El pan espiritual es vida eterna; comerlo trae esperanza de eternidad, de trascendencia, de una existencia con sentido verdadero. La invitación de Jesús a comer de ese alimento celestial llega a nosotros, personas necesitadas de esperanza.







¿Cómo obtener el pan de vida?





En primer lugar, debemos venir a Cristo, es decir, creer en él. “Para recibir la vida es necesario ir a Jesús y creer en él”.16

“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”

 (Juan 6:35). Hay en este texto un indudable paralelismo entre “venir” y “creer”, como lo hay entre el “hambre” y la “sed”. Venir a Cristo es creer, porque la fe nos acerca al Señor y la incredulidad nos aparta. Sea como fuere que definamos el pecado, este es siempre separación, mientras la fe es unión espiritual con Jesucristo. Ese acto de fe encierra enormes bendiciones de paz, armonía y perdón. “Todo el que venga a Jesús con fe, recibirá perdón”.17



Juan presenta un equilibrio entre el aspecto objetivo y el subjetivo de la salvación. En el capítulo 6 del Evangelio se expone con claridad la parte divina y la parte humana de todo el proceso. Venir a Cristo es nuestra parte en el plan de salvación; todo lo demás lo ha hecho Dios. En realidad, es todo lo que como seres humanos podemos hacer; pero es también todo lo que necesitamos hacer.



En segundo lugar, debemos dejar de resistir la atracción de Dios. Siguió diciendo Jesús:

“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera”

 (Juan 6:37). Este es uno de los pasajes más bellos del sermón de Capernaum. Allí, Cristo está diciendo que aunque él rechaza a los que se acercan con intereses egoístas y temporales, acepta a todo aquel que se allega a su presencia con sinceridad de corazón. Algunas cosas son de importancia evidente en la obtención del pan de vida prometido por el Señor, y lo primero es no rechazar la atracción del Padre. Como en otras ocasiones, Juan incluye al “todo”. Todo el que siente la atracción del Padre viene a Cristo. Entonces añadió:

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”

 (Juan 6:44). Y una vez más:

“Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”

 (Juan 6:65). La versión Reina-Valera 1995 traduce traer como “atraer”. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan juntos por la salvación de los hombres. El Padre da, o trae, a las personas a Cristo por medio del Espíritu. Nadie se acerca al Señor, sino por obra divina; tampoco, nadie se acerca a Jesús sin ser recibido por él. La promesa impide pensar en el rechazo, porque la negación del Señor es definida. Es posible creer en la aceptación divina, ya que el cumplimiento de la promesa resulta de los pasos precedentes.

Al que a mi viene,

no

 le echo fuera

 dijo Jesús. Este “no”, en su forma original es una negación enfática, equivalente a “nunca”, “bajo ningún concepto”, o “de ninguna manera”. Una certeza tal vuelve más hermosa la promesa y nos invita a creer en su aceptación, porque así lo ha prometido.



El pecador nunca es rechazado cuando se acerca movido por la atracción del Padre. Comentando estos pasajes, escribió Elena de White: “Nadie vendrá jamás a Cristo, salvo aquellos que respondan a la atracción del amor del Padre. Pero Dios está atrayendo a todos los corazones a él, y únicamente aquellos que resisten a su atracción se negarán a venir a Cristo”.18 Agrega la misma autora: “La luz que resplandece de la cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo. El corazón y la mente son creados de nuevo a la imagen de Aquel que obra en nosotros para someter todas las cosas a sí”.19



Si no nos resistimos al magnetismo divino, nos acercaremos a Cristo. “Aunque el pecador no puede salvarse a sí mismo, tiene sin embargo algo que hacer para conseguir la salvación. ‘Al que a mí viene, no le echo fuera’. (Juan 6:37) Pero debemos ir a él; y cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, debemos creer que nos acepta y nos perdona. La fe es el don de Dios, pero el poder para ejercitarla es nuestro. La fe es la mano de la cual se vale el alma para asir los ofrecimientos divinos de gracia y misericordia”.20



Ese acudir a Cristo ocurre en la condición misma en que el pecador se encuentra y en el momento en que este lo decida. “Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Mas ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza. Miles se equivocan en esto: no creen que Jesús los perdona personal e individualmente”.21

 



Reciben el pan y el agua de la vida quienes se dejan llevar por la atracción del Espíritu y se acercan a Cristo. El alimento de vida nutre a todo el que se aferre de la promesa de la aceptación del Señor.



Finalmente, hemos de permitir que Cristo se incorpore definitivamente a nosotros. “Comer la carne y beber la sangre de Cristo equivale, entonces, a

creer

; esto es, aceptar a Cristo creyendo que Él puede perdonar los pecados”.22



“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero, porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él”

 (Juan 6:53-56).



El pan que comemos se convierte en nuestra carne y nuestra sangre. Del mismo modo, Cristo quiere ser parte de nuestra vida para siempre. Bien haremos en repetir el pedido de los oyentes de Jesús:

“Señor, danos siempre este pan”

 (Juan 6:34). La respuesta del Señor será la misma que la de antaño:

“Yo soy el pan de vida”

.



El primer

“Yo Soy”

 del Evangelio de Juan es, en sí mismo, una invitación a la aceptación de Cristo como aquel que vino para satisfacer nuestras más profundas y auténticas necesidades. Una apelación a la búsqueda diaria del alimento espiritual que se encuentra en su Palabra y del pan material seis días a la semana, apartando el séptimo para el reposo y la adoración. Es nuestro privilegio responder positivamente a su invitación de acercarnos a él, creyendo en su promesa de vida eterna, e invitarlo a formar parte de nuestra existencia.



10

  Elena de White,

La edad dorada

, trad. David P. Gullón (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2004), pp. 204, 205.



11

  John R. W. Stott,

Cristianismo básico

, trad. C. René Padilla, 2ª ed. (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1977), p. 41.



12

  White,

Alza tus ojos

 (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1982), p. 179.



13

  Mario Veloso,

Comentário do Evangelho de Joâo

 (Santo André, Sâo Paulo: Casa Publicadora Brasileira, 1984), p. 164.



14

  White,

El Deseado de todas las gentes

 (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1955), p. 731.



15

  San Agustín,

Confesiones

, trad. Antonio Brambilla Z. (Buenos Aires: Ediciones Paulinas, 1990), libro I, cap. 1.



16

  Veloso,

ibíd

.



17

  White,

Hijos e hijas de Dios

 (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1978), p. 14.



18

  __________,

El Deseado de todas las gentes

, p. 351.



19

  __________, ibíd., p. 148.



20

  __________,

Patriarcas y profetas

, p. 458.



21

  __________,

El camino a Cristo

 (B

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