Investigando las migraciones en Chile

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El segundo periodo (2005-2011)

Podríamos enmarcar un segundo periodo de los estudios sobre mujeres migrantes en Chile entre 2005 y 2011, etapa en la cual la cuestión femenina adquiere gran centralidad y cataliza la preocupación de investigadores de diferentes campos del conocimiento. Sus trabajos representan un avance fundamental por tres razones: i) significaron la apertura de un campo de debates migratorio contemporáneo en Chile, dialogando, entre otras cosas, con la perspectiva transnacional de las migraciones; ii) operan un contundente esfuerzo metodológico por testear formas cualitativas y cuantitativas de captar la presencia femenina migrante, y iii) fueron desplazándose hacia una perspectiva crítica que va transitando, paulatinamente, de una preocupación con «las mujeres» hacia una mirada transversal de género.

Este último punto remite a la elección del título del presente apartado: en un detalle que, al ser central en esta sección del capítulo, no debiera pasar desapercibido. Observen que hablamos de «las mujeres» y «del género» en los estudios de la migración desarrollados en (o sobre) los contextos chilenos. Lo hacemos porque, conforme explicamos en la introducción, si bien la preocupación con la cuestión femenina constituyó un punto de partida y un eje estructurante de los estudios migratorios en Chile desde fines del siglo XX, una perspectiva de género propiamente dicha –estructurándose desde la crítica articulada a las jerarquías relacionales, económicas, políticas y simbólicas– entre identidades masculinas y femeninas solamente aparece de forma más clara en los estudios de la migración en el país a partir de 2005. Si hasta este año los estudios retrataron las problemáticas y caracterizaron a la migración femenina, a partir de ahí las investigadoras (se trata mayormente de mujeres) empezarán a cuestionar el papel interseccional de las discriminaciones vividas por las mujeres migrantes en su enganche con una condición subalterna potenciada por las adscripciones de raza y clase (Staab & Maber, 2006; Tijoux, 2007).

Se va desarrollando, de forma cada vez más crítica, una mirada sobre la problemática inserción de las migrantes en los servicios domésticos (Alman, 2011; Godoy, 2007; Stefoni, 2009; Stefoni & Fernández, 2011; Thayer, 2011), atendiendo a los impactos psicosociales y corporales del fenómeno en las mujeres (Núñez & Holper, 2005; Tijoux, 2011), debido a su sobrecarga como bastiones de remesas. Estas empiezan, precisamente, a ser tratadas como vinculaciones que exceden meros lazos económicos y con un impacto crecientemente transnacional (Stefoni, 2011). Aquí, los debates chilenos acompañan de forma notable las discusiones internacionales coetáneas sobre la redefinición y tipologización de las remesas migrantes y su papel social entre origen y destino. Hay, además, una atención a la salud reproductiva de las mujeres (Núñez & Torres, 2007) y una gran preocupación sobre su relación con los hijos e hijas: tanto los que las acompañan en la migración, como los que quedan en origen a los cuidados de otras mujeres (Pavéz-Soto, 2010a, 2010b; Stefoni et al., 2008).

Estos debates van conduciendo a una visión mejor articulada de las problemáticas femeninas migrantes, a partir de la cual se interrelacionan aspectos micro y macro escalares (Cano & Sofia, 2009; Mora, 2008). Emerge así el debate sobre las cadenas globales del cuidado en la migración femenina internacional que aporta a Santiago, y este debate surge, incipientemente, una década después de que el tema se hubiera convertido en un ítem central de los estudios sobre migración femenina internacional (véase: Acosta, 2011; Arriagada, 2010; Arriagada & Moreno, 2011; Setién & Acosta, 2011).

Con todo, pese a la importancia innegable de estos estudios, es posible identificar en ellos algunos percances en la forma como se representan las mujeres. La mayoría de los trabajos desarrollados en este periodo se centraba en las peruanas que trabajaban en los servicios domésticos en Santiago, pero las retrataban, con enorme generalidad, como «las mujeres migrantes en Chile». Por otro lado, reproducían, por lo menos parcialmente, el desconcierto social provocado por la rápida entrada de las migrantes peruanas en el mercado de los servicios domésticos y de los cuidados –sustituyendo a las migrantes mapuche venidas del sur del país que, entre 1950 y 1980, fueron masivamente empleadas como trabajadoras domésticas en los barrios santiaguinos de clase media y alta–25. Así, estos trabajos tendían a presentar a las peruanas como el nuevo «otro etnificado» de las élites, pero sin ahondar en las dimensiones histórico-políticas del fenómeno. Estos usos semánticos terminaban invisibilizando la presencia de mujeres de otras nacionalidades, y también el empleo de las migrantes en otros sectores laborales. Se puede decir, entonces, que los debates influenciados por teóricas como Butler (2002) en relación a la constitución del género en sus fronteras corporales, como mecanismo de adscripción de procesos complejos de etnicización y proletarización, por ejemplo, estuvieron ausentes de estos debates iniciales sobre los cuidados en Chile. Además, no hay, en este periodo, una preocupación académica por la presencia de mujeres peruanas en el norte del país, en las zonas fronterizas con Perú.

Así, se puede decir que estos estudios construían un «tipo ideal» del sujeto migrante en Chile26. Este sujeto prototípico sería mujer, peruana, no-indígena, proveniente de la sierra norte del Perú, o de Lima, empleada doméstica, residiendo en Santiago. Esta representación no reflejaba la experiencia y las características de toda la migración femenina en el país.

El tercer periodo (2012 en adelante)

Estas cuestiones serán replanteadas, precisamente, en aquello que identificamos como un tercer periodo de los estudios sobre migración y género en Chile, enmarcado de 2012 y adelante. Un primer giro importante de esta etapa se refiere a la crítica, desde las regiones fronterizas del país, a la falta de interés académico sobre la condición migrante femenina en el norte chileno, en áreas con una histórica presencia peruana y boliviana.

Si bien Tapia & Gavilán (2006) ofrecen tempranamente un esfuerzo de diagnóstico de la migración en estos espacios nortinos, es solamente a partir 2012 cuando veremos una intensificación de los debates sobre el tema. Se publican, así, los primeros estudios de caracterización demográfica de la migración general (Tapia, 2012, 2015; Guizardi & Garcés, 2013) y específicamente femenina (Guizardi & Garcés, 2012) en el Norte Grande chileno.

Estos primeros estudios más descriptivos serán prontamente seguidos de investigaciones que aportarán, además, información cualitativa (Méndez & Cárdenas, 2012; Guizardi, 2016; Guizardi et al., 2014, 2017a, 2017b, 2017c; Guizardi & Veldebenito, 2016; Valdebenito & Guizardi, 2015; Tapia & Ramos, 2013). A partir de estos estudios, se empieza a plantear el uso de la categoría «frontera» para entender, doblemente, el tipo específico de movilidad migratoria que predomina en el norte del país, y la experiencia particular femenina, en su liminalidad, cuestionando la yuxtaposición entre el patriarcado cultural y el patriarcado de Estado (Guizardi et al., 2017a). Es así como estos estudios contribuyen a una lectura de la perspectiva de género en diálogo con los estudios (trans)fronterizos, pensando la interseccionalidad vivida por las mujeres migrantes en el norte de Chile como una superposición de experiencias fronterizas.

Paralelamente, en los estudios de caso desarrollados desde Santiago, se profundizan las perspectivas de género sobre los cuidados y se expanden y multiplican los análisis vinculados a estas lecturas (Acosta, 2013; Arriagada & Todaro, 2012). Empiezan a aparecer, en esta etapa, diálogos más críticos, plurales y más feministas. A partir de 2015, se empezarán a trabajar identidades diversas –transexuales, bisexuales, gays, travestis (Stang, 2015)–, o incluso formas heterogéneas de entender la relación entre género y sexualidad (véase, por ejemplo: Carrère-Álvarez & Carrère-Álvarez, 2015; Magini & Núñez, 2016; Pavez, 2016; Stang & Stefoni, 2016; Torres-Rodríguez, 2015), excediendo con esto el par dicotómico que, en cierto sentido, se había estructurado en torno a las identidades masculinas y femeninas en los estudios de caso llevados a cabo en el país.

Con todo, pese a la diversificación y profundización de las miradas, quedan todavía campos y temáticas vinculadas a la perspectiva de género que abordar en los estudios de la migración en Chile. Daremos algunos indicios de esta discusión en el apartado que sigue.

Consideraciones finales: horizontes posibles (y deseados)

El presente capítulo siguió una ruta de navegación ambiciosa, pero atingente: surcamos las discusiones sobre género y migraciones situando los estudios, las problemáticas y las interpretaciones desarrolladas internacionalmente. Luego, desglosamos el desarrollo de estos debates en Chile. No obstante, quisiéramos encerrar esta navegación apuntando a itinerarios futuros y a elementos que, según entendemos, potenciarán la capacidad crítica de las miradas sobre la migración femenina en contextos chilenos. Con este propósito, discutiremos cuatro puntos de reflexión necesarios.

El primero dice relación con una dimensión epistemológica de los estudios de la migración femenina. El debate sobre fenómenos como la relación entre el género y la experiencia migrante –que implican constituciones asimétricas de identidad y de poder– requiere un cuidado epistemológico redoblado en relación a la definición de la perspectiva asumida por las propias investigadoras frente a las categorías analíticas empleadas.

 

Este debate epistemológico es del todo pertinente para sincerar las formas como nos hemos propuesto el ejercicio analítico que realizamos en este capítulo. Las dos autoras del texto somos mujeres que hemos migrado a Chile, lo que conlleva que los debates sean enunciados desde una posición que molesta la estabilidad de la bipolaridad analítica entre sujetos y objetos de estudio. En este momento, si la lectora (o el lector) revisara la bibliografía que citamos sobre las migraciones en Chile, se dará cuenta de que más del 90% de los trabajos fueron producidos por mujeres investigadoras. ¿Acaso serán estas circunstancias fruto de la coincidencia?

Nuestra experiencia como investigadoras y como migrantes nos ha llevado a concebir que no estamos frente a meras casualidades. Somos mujeres la mayoría entre las que estudian las experiencias femeninas migrantes en Chile porque hay una interpelación entre nosotras y las condiciones de subjetividad de las mujeres que estudiamos. Esta interpelación estructura una forma de producción política del conocimiento, dado que mueve el diálogo entre posiciones diversas de poder y de jerarquía entre mujeres. Es más: observamos que esta interpelación se vuelve central, puesto que ella constituye y facilita los vínculos de interpretación, empatía y análisis a partir de los cuales nuestros estudios son producidos. Desde nuestra perspectiva, los estudios sobre género y migración en Chile debieran avanzar más decididamente hacia esta reflexión crítica: tanto en el sentido de asumir la posicionalidad de las investigadoras en el entramado social, como su condición de (por lo menos parcial) intersubjetividad y reflexividad con las mujeres migrantes a las que abordan.

Lo anterior viene de la mano de consideraciones teóricas que no debieran ser despreciadas. Toda reflexión científica, así como toda investigación empírica, opera un recorte de los procesos sociales que se articula a partir de las categorías con las cuales pensamos y significamos dichos procesos (Becker, 1998). Estas categorías, creadas en un momento histórico particular, y la forma como seleccionamos y adherimos a estas categorías, a su vez, depende de nuestra propia conformación como sujetos sociales. Está influida por los contextos en los cuales vivimos, por nuestro papel en estos contextos, por las jerarquías, distinciones y diferenciaciones a que estamos situacionalmente sujetos (Dussel, 1999). También por la historicidad propia de los procesos y personas que analizamos y con las cuales interactuamos. Y, no menos, por nuestra relación con estas personas. Contexto, posicionamiento histórico e inserción subjetiva son elementos que encuadran los recortes de aquello que pensamos y logramos ver y analizar. Por lo mismo, el pensamiento social es una experiencia eminentemente política (Gramsci, 1982).

Esta reflexión nos impele a destituir el fetichismo de las categorías y la tendencia a asumir miradas ahistóricas y naturalizadas. Como las cientistas somos también seres sociales, nos resulta imposible enunciar racionalmente todo el entramado de condicionantes que interfieren y forman nuestra mirada, nuestra perspectiva. Mucho de lo que pensamos se constituye, como lo expresó Bourdieu (2011), desde el habitus: desde aquellas formas de conocimiento social que asumimos como disposiciones corporales, más allá y más acá de la racionalidad. Con todo, lo anterior no nos liberta de la vigilancia epistémica: del ejercicio permanente de buscar comprender y enunciar los condicionantes de nuestras interpretaciones27.

Así, el posicionamiento sobre la intersubjetividad entre investigadoras y migrantes podría incitar la deconstrucción de ciertos lugares comunes y facilitar la evitación de algunas distorsiones analíticas (los nacionalismos y transnacionalismos metodológicos, por citar algunas). Facilitaría, además, la ampliación de las capacidades de detección de los impactos de ciertos supuestos sociales que, por veces de forma inadvertida, permean desde los imaginarios de los investigadores hacia las representaciones que realizan de sus sujetos de estudio.

El segundo punto de nuestras reflexiones se refiere a la necesidad de reforzar esta postura crítica en los estudios de las migraciones femeninas en Chile hacia otras direcciones: hacia la búsqueda por romper las dicotomías analíticas que, desde cierto posicionamiento epistémico androcéntrico, han contribuido a reproducir visiones sesgadas sobre el rol de las mujeres en los procesos sociales en general, y migratorios, particularmente. Estas dicotomías se expresan en las ciencias sociales a partir del foco en pares categóricos antagónicos como biológico/cultural, sincrónico/diacrónico, agencia/estructura, material/simbólico, público/privado, por citar solo algunas (Gonzálvez & Acosta, 2015). Ellas siguen apareciendo en los estudios de caso sobre las mujeres migrantes en Chile y, no en pocos casos, implican una reducción de las capacidades analíticas de estos estudios. Este problema lo asumimos, desde ya, como una autocrítica a nuestros propios trabajos.

La tercera de nuestras reflexiones se refiere a la necesidad de profundizar en la comprensión de que las mujeres migrantes, tal como lo sugiriera Chakravorty-Spivak (1998), son atravesadas por una forma específica de subalternidad, que si bien es contexto-dependiente (es vivida y construida de forma heterogénea en los diversos espacios sociales y para diferentes mujeres), también resulta una realidad globalizada (ya que las mujeres son, vía de regla, subalternas en el mundo) (Mills, 2003). Esto implica considerar, como lo hicieron las feministas negras, que la condición femenina es, de por sí, una experiencia liminal, pero que algunas mujeres vivirán esta liminalidad de forma concentrada, debido a la yuxtaposición de diversos factores de subalternización28.

Como dijo Crenshaw (1991), algunas mujeres viven la interseccionalidad de factores de exclusión, y su subalternidad responde a procesos de marginación vinculados a las construcciones de clase, raza y género, respectivamente. Las mujeres migrantes constituyen, generalmente, sujetos subalternos, liminales e interseccionales. Cualquier investigación que no se proponga atender en términos teóricos a estas inferencias corre el riesgo de reproducir los mismos mecanismos simbólicos a partir de los cuales se invisibiliza la operación de estos procesos de marginación.

Actualmente, con la transición de la globalización a una fase postglobalizada del capitalismo (Bauman, 2016) nos encontramos con que la instalación de la crisis de reproducción social integra este nuevo régimen de vida, el cual pone en conflicto el capital y la vida a nivel global (Pérez-Orozco, 2006, p.21). Contrastar las dinámicas de la migración generizada con estas crisis de la reproducción social y generar mecanismos metodológicos, teóricos y empíricos para captar la vinculación entre estos fenómenos macroescalares y la vida cotidiana de las mujeres migrantes, constituyen desafíos apremiantes para el campo de los estudios migrantes en Chile. Esto porque implican repensar los procesos de subaltenización e interseccionalidad como realidades multiescalares.

Finalmente, nuestro cuarto punto de reflexión se refiere a la propia comprensión de los desdoblamientos del género en cuanto categoría. Los debates respecto de la relación entre migración y organización social de los cuidados condujeron a algunos consensos académicos con importante adhesión entre estudiosos de las migraciones internacionales. Como discutimos en el segundo apartado, uno de estos consensos se refiere a que, en los contextos actuales (de globalización y postglobalización), las fronteras de género producidas mediante la separación de la esfera reproductiva (entendida como doméstica) y la esfera productiva (entendida como laboral), fruto del «contrato sexual», se complejizan apareciendo nuevas lógicas de dominación. Estas nuevas lógicas, no obstante, descansarían en mecanismos que repliegan el género en la producción de nuevos cuerpos, corporalidades y subjetividades, constituyéndose los conflictos, crisis e inequidades a través de formas «metafóricas» y «metonímicas» de producción de las fronteras entre diferentes identidades de género.

Estos debates fueron fuertemente influenciados por las teorías queer de autoras como Judith Butler (2002). Sus argumentos nos remiten a que asistimos a: i) la producción de cuerpos-máquinas masculinizados, en tanto son requeridos para producir plusvalía en el marco de las relaciones de mercado (Gregorio, 2011); ii) cuerpos sexuados en su relación con el empleo e imposibilitados para cuidar y autocuidado, y iii) cuerpos feminizados, etnizados y proletarizados que transitan entre el hogar y el mercado, y son necesarios tanto en la producción de plusvalía como también como proveedoras de cuidados. A partir de estos debates, los estudios de las identidades de género en contextos migratorios transnacionales empiezan a considerar que, debido al poder impositivo de las asimetrías patriarcales (Segato, 2003), la condición femenina es constitutivamente heterotópica, implicando, en sí misma, una condición fronteriza. Con heterotopía, aludimos al concepto usado por Foucault (1984) para referirse a los espacios «absolutamente otros»: acondicionados a los márgenes (metafóricos o literales) de la sociedad. Estos lugares estarían reservados a los sujetos cuya existencia es desviante, cuyo comportamiento se distingue de aquel previsto o impuesto por la norma. Consecuentemente, los espacios de heterotopía producen y son producto de la existencia y experiencia social de sujetos heterotópicos. Se sugiere, de esta forma, que la experiencia femenina migrante es doblemente (o por lo menos reincidentemente) fronteriza. Ella implica la superposición de dos o más condiciones heterotópicas y liminales, en términos sociales.

Pero, al mismo tiempo, la «doble heterotopía» de estas mujeres las dota de una posición estratégica para operar mecanismos intersticiales de transformación de las relaciones establecidas (aun cuando estas transformaciones se limiten a esferas microsociales). Lo anterior no quita que ellas también reproduzcan patrones, mecanismos y simbolismos que facilitan su propia subordinación (Guizardi et al., 2017a). Esta experiencia que cruza fronteras de género y nacionales desde la contradicción entre subalternización y resistencia, puede ser comprendida como una condición de híper-frontera (Guizardi et al., 2017c). Desde nuestra perspectiva, los estudios en Chile debieran avanzar en estas reflexiones, posicionando la relación entre remesas, afectos, cuidados y género en estos límites que se repliegan en el cuerpo y desde el sujeto.

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