Investigando las migraciones en Chile

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Migraciones, cuidados y género: panoramas del debate en Chile 9

Menara Guizardi10 Herminia Gonzálvez11

Resumen

El capítulo presenta un estado del arte sobre los usos y desenlaces del enfoque de género en los estudios de la migración desarrollados en Chile desde los años noventa hasta la actualidad. A partir de una perspectiva feminista crítica, analizamos dos relevantes ejes conceptuales del debate internacional sobre las migraciones femeninas: las remesas sociales y los cuidados. Señalaremos, además, cómo estos debates fueron siendo introducidos en la agenda de investigación chilena. En la introducción, ofrecemos una contextualización de procesos internacionales y chilenos que, en sus matices, interpelan la formación de una perspectiva de género sobre la experiencia migrante internacional. En el segundo apartado, situaremos el giro de género en los estudios migratorios (ocurrido entre 1990 y 2000), discutiendo la vinculación entre el concepto de remesas sociales, de los cuidados, la emergencia del enfoque transnacional de las migraciones y las críticas feministas coetáneas. Luego, en el tercer apartado, sintetizaremos la vigencia de estas discusiones en Chile, construyendo nuestro particular mosaico de las investigaciones sobre comunidades migrantes en el país en las últimas dos décadas. Con una impronta crítica y comparativa, buscaremos visibilizar no solo los avances de estas contribuciones, sino las ausencias y zonas grises. El apartado final del texto nos conduce hacia horizontes futuros: en él ofrecemos nuestras proyecciones sobre los posibles (y necesarios) desenlaces de estos debates en contextos chilenos.

Contextos y rutas de navegación

En la mayor parte del siglo XX, las mujeres figuraron en los estudios sobre la migración internacional como actrices segundarias (Bryceson & Vuorela, 2002; Gregorio, 1998; Gonzálvez, 2007). El androcentrismo y eurocentrismo de los enfoques sociológicos, antropológicos, historiográficos y politológicos impidió que las y los investigadores se dieran cuenta del rol fundamental desempeñado por las migrantes, tanto en lo que concierne a la estructuración de las redes migratorias como a los procesos de reproducción social de las familias y economías de la migración (Martínez, 2003; Provansal, 2008).

A esta especie de «miopía selectiva» la podríamos clasificar, con cierta dosis de ironía, también como una dislexia interpretativa: si bien algunos estudios del siglo pasado han notado la presencia (e incluso han abordado la importancia) de las mujeres en la «vida privada» de las familias y comunidades migrantes, lo hicieron retratándolas frecuentemente como circunscritas a un espacio doméstico ficticio, aislado de un (también ficcional) espacio público (Herrera, 2012).

Esta distorsión de mirada indujo a la consolidación de un sesgo analítico en la literatura internacional de los estudios migratorios: la representación de las mujeres como agentes sin agencia, como sujetos cuyas voces, performances y acciones no se hacían notar en las esferas políticas y económicas de la vida migrante; es decir, en aquello que algunos analistas han considerado «el espacio público» de las comunidades migratorias.

No fue sino a fines de los ochenta, iniciada la conturbada transición globalizante al presente siglo, que las mujeres empezaron a ser vistas en los estudios sobre migración como sujetos dotados de agencia (Herrera, 2012). Primero, de una agencia libertadora de los lazos de subordinación de género. Lo anterior se dio especialmente en los noventa, cuando muchos analistas guardaban ciertas esperanzas sobre las posibilidades «empoderantes» de la globalización (Moraga, 2012). Pero ya para la primera década del siglo XXI, cientistas sociales de diferentes campos disciplinarios se habían dado cuenta de que la realidad migrante desautorizaba ciertas utopías interpretativas.

A la luz de los desenlaces crueles y asimétricos de la globalización, se empieza a observar entre las migrantes internacionales una agencia ontológicamente contradictoria: que media complejamente entre la resistencia a procesos de subordinación femenina, y la profundización de aquellos lazos que los reproducen. Se observa, asimismo, que estos lazos pasan a entretejerse, cada vez más, de forma transnacional: articulando las heterogeneidades y asimetrías de género entre las localidades de origen, tránsito y destino (Gregorio & Gonzálvez, 2012).

Parte de este cambio de perspectiva analítica se debe a la actuación de mujeres investigadoras que, compartiendo la condición femenina y trayectorias familiares migratorias (o incluso la experiencia propia como migrantes) con aquellas mujeres que estudian, promoverán un giro epistémico y situarán al enfoque de género como un eje ineludible –central y articulador– para el estudio de las comunidades migrantes. Esta transformación es una de las que estructuran el surgimiento de la perspectiva transnacional, la cual se ha convertido en una línea preponderante de los debates internacionales sobre las migraciones12.

Así, quienes impulsan el debate sobre al concepto de transnacionalismo en las migraciones, a mediados de los noventa, son mujeres y con historial migratorio. Algunas de ellas, como Nina Glick-Schiller y Peggy Levitt, son estadounidenses y escriben desde universidades de su país, pero provienen de familias migrantes. Otras, como Cristina Szanton-Blanc, Nina Nyberg Sørensen y Bela Feldman-Bianco eran, ellas mismas, migrantes en Estados Unidos. Las segundas y terceras generaciones de investigadoras adheridas a los debates del transnacionalismo (ya en los 2000) incluirían migrantes provenientes de países del sur del mundo, pero trabajando en universidades del norte global –especialmente las «chicanas», quienes aportarán muchísimo, además, al estudio de la migración femenina transfronteriza entre México y Estados Unidos–13. El trabajo de las migrantes latinoamericanas oxigena el debate de género y contribuye a la descolonización del mismo, ofreciendo elementos (estéticos, filosóficos y políticos) para repensar la estructuración de las separaciones analíticas entre las identidades femeninas migrantes y autóctonas.

A inicios del siglo XXI, también constituyeron un importante avance las investigaciones desarrolladas en España, país que recibió una voluminosa y feminizada migración latinoamericana (que pasó a componer también los contingentes de estudiantes, investigadores y personal administrativo de las universidades del país). Allí, especialmente entre 2000 y 2010, mujeres migrantes y autóctonas contribuyeron sobremanera a una crítica feminista a los estudios migratorios y ensancharon los debates de la perspectiva transnacional de las migraciones. Esta experiencia ha tenido un impacto importante en Chile, ya que muchas de las investigadoras que actualmente trabajan la cuestión del género entre colectivos migrantes en el país han estudiado posgrados en España. Así, estas investigadoras y sus desplazamientos han contribuido a la formación de un nexo entre los debates ibéricos y los chilenos en lo que concierne a los estudios migrantes.

Paralelamente, en los inicios del siglo XXI, investigadoras de universidades de América Latina empiezan a reflexionar sobre el transnacionalismo, aportando a una crítica del mismo desde contextos nacionales y locales específicos. La contextualización latinoamericana de este debate va de la mano del proceso de feminización de las migraciones internacionales que parten desde los países de la región y están vinculadas a una pluralidad de factores. Son, entre otras cosas, un efecto de las asimetrías de género (como la sobrecarga productiva y reproductiva de las mujeres) causadas por la generalización de ciertas reformas neoliberales (Martínez-Pizarro, 2003c; Mora, 2008; Stefoni, 2002, 2009).

Es justamente en este contexto de cambio regional de los flujos migrantes latinoamericanos que los debates sobre el transnacionalismo ganan relevancia en Chile. Y, a ejemplo de lo que ocurre en el norte global, lo hacen de la mano de un núcleo importante de investigadoras mujeres muy atentas a la dimensión de género de este fenómeno (Véase, por ejemplo: Acosta, 2011; Araújo, Legua y Ossandón, 2002; Erazo, 2009; Godoy, 2007; Liberona, 2012; Mora, 2008; Núñez & Holper, 2005; Núñez & Torres, 2007; Stefoni, 2002, 2005, 2009; Stefoni & Fernández, 2011; Tapia & Gavilán, 2006; Tapia & Ramos, 2013; Tijoux, 2002, 2007, 2011). Sobre lo anterior, habría que tejer dos aclaraciones.

Por un lado, mencionar que la cuestión migratoria se visibiliza primero en los discursos políticos y mediáticos chilenos (Browne-Sartori, & Castillo-Hinojosa, 2013; Browne-Sartori, del Valle Rojas, Echeto, Rivera, y Moraga, 2011; Póo, 2009; Quevedo & Zúñiga, 1999). Es precisamente esta nueva relevancia asumida por la cuestión migrante en el debate público lo que empieza a catalizar la atención y el interés de los cientistas sociales. Con todo, es posible afirmar que hasta inicios del siglo XXI, las ciencias sociales en Chile prestaron poca atención a la migración internacional latinoamericana en el país. Por ejemplo, apenas se discutió la relevante migración de argentinos que, hasta el Censo 2002, figuraron como principal grupo migratorio en tierras chilenas (Grimson & Guizardi, 2015; Jensen, 2009)14.

Tras la redemocratización del país a inicios de los noventa, Chile inicia un periodo de crecimiento y estabilidad económica (Martínez, 2003; Navarrete, 2007; Núñez & Holper, 2005; Núñez & Torres, 2007; Schiappacasse, 2008; Stefoni, 2005), proporcionado, en gran medida, por el nuevo ciclo de expansión e internacionalización de su industria minera (Tapia, 2012, 2015). Esto, sumado a la crisis económica y política de los países vecinos –Perú y Bolivia, mayormente (Araujo et al., 2002, )– moverá una relevante migración andina hacia las regiones centrales de Chile. A partir de septiembre de 2001, con la creciente radicalización restrictiva de la migración a Estados Unidos y Europa, la tendencia migratoria intrarregional en Sudamérica se incrementa (Araujo et al., 2002; Lipszyc, 2004), y Chile acompaña este proceso con el crecimiento y feminización del contingente de migrantes internacionales15. Es solo entonces cuando las comunidades migrantes empiezan a ser vistas como un tema de debate académico.

 

Como han reiterado diversos investigadores, la migración (e incluso la movilidad transfronteriza) de los vecinos andinos al norte del país ha sido constante en los territorios nortinos chilenos (Guizardi & Garcés, 2012, 2013; Tapia, 2012, 2015; Tapia & Ramos, 2013). Pero constituía, entre 1990 y 2000, una novedad para las regiones céntricas (Grimson & Guizardi, 2015). La numerosa llegada de estos migrantes a la capital nacional, Santiago, despertó imaginarios y mitos nacionalistas sobre la diferenciación identitaria entre chilenos, peruanos y bolivianos, reencendiendo procesos y disputas que remiten a los enfrentamientos bélicos entre estos países en el siglo XIX (tras los cuales las actuales fronteras entre estos Estados-nación fueron establecidas) (Guizardi & Garcés, 2014).

Por otro lado, cabe mencionar que, a diferencia de lo que pasa en otros países de América del Sur, el debate sobre migraciones se inició en Chile a partir de una ingente preocupación por la dimensión femenina del fenómeno. Gran parte de los estudios iniciales sobre el tema, especialmente entre 2005 y 2011, tenían a las mujeres migrantes (frecuentemente a las peruanas) como protagonistas (Guizardi & Garcés, 2012). Así, podemos argumentar que el interés sobre la feminización migratoria constituye un eje aglutinador a partir del cual los debates sobre migración internacional en Chile se fueron estructurando inicialmente. De ahí nuestra perspectiva de que sería imposible rediseñar una historia reciente de los estudios migratorios en el país sin otorgarle centralidad analítica al papel de las mujeres –y a su relación con los hombres y con las formas de constitución de la masculinidad– en las comunidades migrantes16.

Para reconstruir un panorama de los estudios sobre la migración femenina en Chile, partiremos por situar, en el segundo apartado, el giro de género en los estudios migratorios internacionales (desde 1970 hasta la actualidad), discutiendo la vinculación entre este debate y las críticas feministas coetáneas. Abordaremos centralmente la emergencia de dos ejes analíticos: el debate sobre remesas sociales y sobre los cuidados. Estos campos teóricos constituirán un hilo conductor a partir del cual rastrearemos las formas de pensar y discutir la migración femenina en contextos chilenos desde los años noventa. Luego, en el tercer apartado, nos centraremos en recontar la historia de estas discusiones en Chile, construyendo nuestro particular mosaico de las investigaciones sobre comunidades migrantes en el país desde fines del siglo XX en adelante. Este mosaico retomará, además, las presencias y ausencias, las posibilidades y limitaciones de los enfoques teóricos, empíricos e interpretativos. El apartado final del texto lleva nuestra navegación hacia horizontes futuros. Aunque los cientistas sociales –especialmente las antropólogas, como nosotras– somos internacionalmente reconocidos por nuestros desacertados pronósticos sobre los procesos sociales que estudiamos, nos arriesgaremos a ofrecer, en el «apagar de las luces» del capítulo, nuestras proyecciones sobre los posibles (y necesarios) desenlaces de los debates sobre género y migración en Chile.

Mujeres, género y migración en los debates internacionales desde 1970: del cambio a la crisis de la reproducción social

Los estudios sobre el género y las migraciones en Chile acompañan de forma muy particular a los debates internacionales dedicados a estos temas. Si bien se retoman cuestionamientos, categorías y reflexiones realizadas coetáneamente en otros parajes del planeta, el diálogo con estos campos apareció en la academia chilena a destiempo a partir de fines de los noventa, y siempre de forma selectiva: recuperando ciertos puntos analíticos, pero invisibilizando otros.

También se observa que algunos de los grandes ejes de discusión que han movilizado las investigaciones internacionales empiezan a tener eco en Chile en momentos en que ya están siendo cuestionados en otros países. Estas particularidades pueden ser leídas, por un lado, como parte de la progresiva apertura de Chile a las investigaciones internacionales; proceso que solo pudo ocurrir muy gradualmente a partir de la redemocratización del país. Por otro lado, también resultan del hecho de que estos debates internacionales fueron incorporados o apropiados en Chile a partir de un proceso crítico de interpretación atento a su coherencia o pertinencia con los contextos migratorios particulares chilenos.

Así, el debate sobre género y migración en Chile se nos presenta como una contradictoria impronta: marcado por un destiempo en relación a la producción internacional y, simultáneamente, como un esfuerzo crítico y contextualista de superación de las décadas de restricción, control y aislacionismo del pensamiento social producido en el país. En el apartado que sigue detallaremos los recorridos del pensamiento social chileno en esta contradictoria tarea, pero resulta fundamental explicitar antes los debates internacionales sobre migraciones y género. Esto nos permitirá comprender de forma más lúcida las omisiones y emergencias que caracterizan los estudios sobre el tema desarrollados en Chile en los últimos años.

Como se ha podido comprobar en el transcurso de las últimas décadas, la producción científica sobre migraciones ha constituido un área de estudio muy fructífera para la investigación contemporánea en ciencias sociales. De hecho, como adelantamos en la introducción, se puede argüir que las ciencias sociales deben partes fundamentales de sus más novedosos aportes al diálogo establecido entre el fenómeno migratorio y los asuntos de género (Gregorio, 1997; Pedone, 2004; Provansal, 2008; Gonzálvez 2010). Esta producción, que se ha adjetivado como inmensa, ha establecido articulaciones con planteamientos feministas que, si bien han experimentado ciertos rechazos por la academia más heterodoxa, han resultado fundamentales para el desarrollo de relatos que rompen «con la hegemonía discursiva que impone un único mundo posible y una sola forma de leerlo» (Pérez-Orozco, 2014, p.43). Esta ceguera de género, reparada poco a poco gracias a los aportes de investigadoras preocupadas por las mujeres en la migración internacional, sitúa las claves de lectura de este apartado.

Si nos centramos en el momento actual, observamos un cuerpo robusto de estudios que nos muestran cómo se encarna en las mujeres migrantes compatibilizar los procesos de valorización del capital con los procesos de sostenibilidad de la vida (Alicea, 1997; Aranda, 2003; Coe, 2011; Bryceson & Vuorela, 2002; Hondagneu-Sotelo, 2000; Hondagneu-Sotelo & Ávila, 1997; Sørensen, 2008; Sørensen & Vammen, 2014; Vertovec, 2004). Pero esta enunciada inseparabilidad del circuito producción-reproducción no ha sucedido de un día para otro, sino que, por el contrario, ha implicado un camino de largos años. Gregorio (2011) explica lo anterior a partir de dos categorías de análisis: el cambio y la reproducción social.

El concepto de reproducción social es parte de los debates marxistas que serán reinterpretados por el pensamiento feminista a partir de los años setenta (Ferguson, 2008, p.43). En el argumento marxista, el modo capitalista de producción, para existir, debe no solamente producir sus condiciones actuales de existencia, sino que debe producir también la continuidad de las mismas en el tiempo (Laslett & Brenner, 1989). Así, la producción del capitalismo implicaría la reproducción de los mecanismos que fomentan la mantención de las divisiones, inequidades y asimetrías entre clases y entre bloques internos a las mismas clases (Bourdieu, 2011). Habría, así, una vinculación profunda entre la continuidad del sistema y su reproducción inmanente: el cambio social dependería, entonces, de la posibilidad de romper este ciclo de permanencia del modo productivo.

En síntesis, el cambio demandaría la ruptura de las estrategias de reproducción social. Extrapolando el argumento de Althusser (1988), para quien ciertas instituciones sociales como la familia, el Estado, la iglesia y la escuela constituirían elementos centrales para el mantenimiento de estas estrategias de reproducción de la desigualdad, el argumento feminista cuestionará la subalternización de género que subyace a estas mismas estrategias (Ferguson, 2008). Su debate contribuirá a denunciar que parte relevante del proceso de reproducción del modo productivo descansa sobre los hombros de las mujeres, a quienes les toca gran parte del esfuerzo de «reproducir» a las nuevas generaciones. Esto implica pensar que cualquier perspectiva proclive a producir el cambio social, debiera, necesariamente, preconizar un cambio en las asimetrías de la división de trabajos y poderes entre géneros.

Las categorías «cambio» y «reproducción social», a nuestro parecer, coalicionan claramente el diálogo internacional mantenido desde los años setenta hasta la actualidad entre las migraciones y las relaciones de género. Es más: ellas muestran de qué forma los debates de género han contribuido al desarrollo teórico sobre migraciones.

Pero, aun de acuerdo con Gregorio (2011), iniciar este recorrido implica situarnos décadas atrás, cuando las preguntas analíticas sobre las mujeres en la migración estuvieron básicamente centradas en interrogantes sobre el cambio social. En estas investigaciones iniciales, los estudiosos se preguntaban si con la migración las relaciones de género tendían a ser más igualitarias o si, por el contrario, se reproducían relaciones de desigualdad y subordinación en el lugar de destino ya existentes en el de origen. Se interpretaba que con la migración se producía el paso de un sistema de género (el de la sociedad de origen) a otro (el de la sociedad de destino), al que se le atribuía un cierto potencial transformador en las mujeres. Gregorio llamó este enfoque como «los sistemas duales de género» (2011, p.55).

Las indagaciones de este enfoque se situaban en las transformaciones o en las permanencias en el aquí o el allí, y en ellas las fronteras emergían no tanto como espacios porosos, sino como territorios anclados en el Estado-nación. Este abordaje estaba marcado por una forma particular de nacionalismo metodológico, pues la vinculación entre sociedad y Estado-nación era asumida de forma territorialmente isomórfica: como si las fronteras delimitaran tácitamente una separación cultural, política y relacional entre sociedades y sujetos. Esta mirada establecía, así, una correspondencia entre la nacionalidad, el territorio y las formas de ser y pertenecer de la gente, implicando una visión homogeneizante de las identidades (y relaciones) de género de un lado y de otro de la frontera.

Durante este periodo que abarcó los años ochenta y noventa –dependiendo del contexto académico desde donde nos situemos17–, la literatura sobre las mujeres en la migración creció rápidamente, particularmente desde la historia (Gabaccia, 1992), la geografía (Chant, 1992), la sociología (Pedraza, 1991, Kofman, 2004) y, sobre todo, desde la antropología (Brettel & de Berjois, 1992; Biujs, 1996; Mahler & Pessar, 2001; Gregorio, 1998). Esta última disciplina se fue configurando, paulatinamente, como vanguardista en las teorizaciones sobre los significados del género en la migración (Gregorio, 1998; Ramírez, 1998; Herránz, 1997). Este vanguardismo se debe al esfuerzo de varias generaciones de antropólogas feministas por visibilizar las diferencias entre las experiencias migrantes masculinas y femeninas, contribuyendo a definir a la mujer como sujeto migrante activo. En términos sintéticos, es posible delimitar al menos dos grandes campos de debate alrededor de los cuales los estudios del género en los procesos migratorios han desarrollado estas críticas de inspiración feminista: 1) las discusiones sobre remesas sociales, y 2) sobre los cuidados. A continuación, sintetizamos estas discusiones.