Investigando las migraciones en Chile

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Migración, ciudad y áreas metropolitanas

Walter Imilan5 Daisy Margarit6 Jorge Moraga7

1. Introducción

La migración es una característica central en el desarrollo de las ciudades. El movimiento de personas y el arribo de nuevas poblaciones juega un rol relevante en los procesos de urbanización en su doble dimensión, tanto en la construcción física y material de la ciudad como en la conformación de una sociedad urbana que comparte y disputa valores, significados y prácticas (Bahrdt, 1961). La migración transforma el espacio urbano por necesidades de habitación, servicios y economía, a la vez que introduce y transforma prácticas y significaciones que expanden los repertorios de las personas y comunidades que habitan la ciudad. Esta ha sido la historia de la ciudad.

Hacia mediados del siglo pasado la masiva migración campo-ciudad en América Latina da inicio a procesos de metropolitanización, especialmente en las capitales nacionales. Miles de personas de áreas rurales se asientan en centros urbanos que concentran las oportunidades laborales y servicios. Santiago se pobló con personas provenientes de todas las regiones del país, concentrando sin contrapeso nacional población, economía y poder político (De Ramón, 2015). La capacidad de la ciudad de integrar a las nuevas poblaciones fue insuficiente, los nuevos habitantes urbanos debieron, en un importante porcentaje, crear sus propias fuentes de trabajo y proveerse de vivienda, expandiendo las economías populares y los asentamientos irregulares en las periferias. Este proceso común en toda América Latina implicó la emergencia de grandes poblaciones marginadas, el incremento de economías populares paralelas y la producción social del hábitat (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, 1976; Hardoy, 1973). Así, la formación de áreas metropolitanas tuvo en su base la exclusión y marginación de millones de personas que debieron, a partir de sus propias fuerzas, construir su espacio en la ciudad. Los flujos campo-ciudad a la región de Santiago han disminuido significativamente desde finales del siglo pasado; no obstante, la exclusión, precariedad y desigualdad que se han estructurado a partir de esos procesos continúan hasta la actualidad. Los estudios urbanos se han centrado de forma insistente en estos temas, analizando procesos habitacionales, transporte y movilidad, infraestructura, servicios y de gobernanza urbana, intentando buscar caminos que logren quebrar las tendencias iniciadas con la metropolitanización y que se han exacerbado en décadas recientes a través de políticas de liberalización del suelo y retracción del Estado como ente regulador (López, Arrriagada, Jirón, & Eliash, 2013). Esta es la ciudad a la que arriban los nuevos habitantes transnacionales en las últimas dos décadas.

Sin embargo, las personas migradas no solo se insertan en un marco de desarrollo urbano, es decir, en un determinado funcionamiento de mercados de la vivienda y en geografías de oportunidades desigualmente distribuidas, sino también son actores que producen cambios en ellas. En virtud de su masividad y prácticas cotidianas, la migración genera nuevas dinámicas laborales y mercados de vivienda, construye y disputa espacios públicos, así como cambian la provisión de servicios e infraestructuras (Imilan, Márquez, y Stefoni, 2016). La transformación de la ciudad es visible en la revitalización de barrios, la activación de una oferta habitacional formal e informal, la generación de nuevas actividades económicas y con ello nuevas prácticas de consumo. La capacidad de transformación de las personas migradas no se encuentra solo constreñida por las tremendas desigualdades territoriales, sino también por condiciones interseccionales que afectan de forma desigual en términos de estatus legal de ciudadanía, el género, el nivel educacional, el origen étnico y racial, que configuran diversas situaciones de vulnerabilidad y exclusión que afectan de forma diferenciada.

El estudio de las condiciones de acceso a la ciudad y transformación urbana es un campo que ha tomado creciente atención en los últimos años. El objetivo del presente capítulo es reseñar cómo este campo ha tomado forma y compartir reflexiones y análisis que emergen de él. En especial, observar la forma en que se analiza el impacto que ejerce el modelo de desarrollo urbano sobre las personas migradas, a la vez que identificar cómo ellas transforman la ciudad tanto en lo habitacional como en espacios públicos cotidianos. Nos parece importante resaltar esta doble dimensión, en cuanto las perspectivas estructurales del desarrollo urbano generan condiciones específicas a colectivos particulares, así como la capacidad de agencia de las personas migradas, que tiende a ser menos visibilizada en la urgencia y necesidad de tomar atención sobre la vulnerabilidad y exclusión que ejercen las políticas públicas, el mercado y la sociedad de acogida en general.

Con el fin de compartir una mirada amplia sobre el estudio de la relación entre migración y ciudades metropolitanas, reseñamos en una primera sección la tradición de sociología urbana que vincula procesos migratorios internacionales con teoría urbana. Presentamos allí el trabajo de la Escuela de Chicago de sociología, que ha tenido una persistente influencia en la forma en que se estudian colectivos migrantes, su vida cotidiana en la ciudad y transformación en dinámicas de desarrollo urbano. El segundo apartado se concentra en el concepto de centralidad y economías étnicas que se suelen usar como telón de fondo para problematizar la inserción económica en la ciudad. Ambas secciones las hemos agrupado como perspectivas teóricas. Los siguientes apartados abordan análisis de Santiago, para lo cual hemos revisado un conjunto de trabajos realizados en la última década que describen e informan de debates relacionados con el acceso a vivienda y condiciones de habitabilidad, la transformación de espacios públicos y convivencia a partir de estilos de vida y prácticas laborales junto con la transformación y revitalización de barrios de la ciudad.

Como todo intento de síntesis de trabajos académicos, trabajamos con un conjunto parcial de estudios y publicaciones, atendiendo específicamente las reflexiones que intentan problematizar la migración en un contexto metropolitano y que dialogan explícitamente con dimensiones espaciales. Básicamente se trata de trabajos desde perspectivas disciplinarias como la sociología, antropología, geografía, urbanismo y arquitectura, en una creciente relación interdisciplinaria. Este conjunto de reflexiones empieza a consolidar un campo de trabajo en los estudios de migración, a la vez que está aportando a los debates más amplios en los estudios urbanos sobre Santiago.

2. Perspectivas teóricas
2.1. Escuela de Chicago

Chicago fue la primera «gran ciudad» de Estados Unidos. A comienzos del siglo XX experimentó un crecimiento explosivo inédito. La ciudad pasó de 30.000 habitantes en 1850 a 3.337.000 en 1930. Los barrios cambiaban a diario a un ritmo incesante; la ciudad se extendía y se densificaba, se hacía inabarcablemente compleja. La ciudad fue una puerta de entrada para millones de migrantes desde Europa y Asia. Muchos seguían camino y otros se asentaron. Según Lindner (1990), Chicago encarnó, junto a Nueva York, la «gran ciudad americana», producto de la innovación urbana y la convivencia de poblaciones de diversos orígenes. El mundo se hacía presente en la ciudad en un proceso de transformación cotidiano.

En este contexto, no resulta extraño que académicos de la Universidad de Chicago tomen atención sobre el desarrollo de esta nueva sociedad urbana. En particular, la preocupación académica se centra en el potencial conflicto social que puede surgir como efecto del acelerado proceso de urbanización que imbrica a grupos migrados diversos. Durante la década del 1910, el director de la Escuela de Sociología, Thomas, junto a Znaniecki publican The Polish Peaseant in Europe and America (1918/20), que inicia un programa de investigación que se extiende por dos décadas.

El trabajo de esta Escuela, que agrupa sólo a investigadores hombres blancos y algunos migrantes de primera generación, funda un tipo de investigación sociológica empírica, de carácter etnográfico, que ejercerá una influencia sostenida hasta la actualidad más allá de Estados Unidos en el estudio de las migraciones en espacios urbanos. Por una parte, establece estrategias metodológicas nuevas, pero también propone un modelo teórico que vincula el desarrollo urbano a los procesos de integración de la población migrada. Según Hannerz (1996), el trabajo de la Escuela le debe mucho a la dirección de Robert E. Park, que logró vincular dos niveles de observación: uno macro y otro micro. En otras palabras, uno originado desde un orden teórico y otro desde uno experimental.

a) Desde la vida cotidiana en los barrios

El trabajo de Thomas y Znaniecki utiliza documentos personales, como diarios de vida, cartas y autobiografías entre otros, todos materiales inéditos en la investigación sociológica de ese entonces, que era más bien de tipo filosófica especulativa –o llamada también sociología de biblioteca– que de un carácter empirista. La llegada de Robert E. Park a la dirección en 1920 marca el inicio de un prolífico trabajo que pone énfasis en capturar la vida cotidiana de diversos colectivos, algunos conformados por connacionales migrados y otros no, pero en las cuales la dinámica de la migración siempre está presente. Esta actitud metodológica permitió el desarrollo de un «paradigma de observación» (Lindner, 2004). La marca metodológica distintiva de la Escuela de Chicago resulta en un «arte de observar» (Lindner, 2004, p. 24) que dispone al investigador social a abandonar el gabinete y salir a explorar el «mundo real», una actitud guiada por los mandatos de «visitar los barrios», «imbuirse en las sensaciones» y «tomar contacto con la gente» (p.24.). En definitiva, se inventa la etnografía urbana. La inspiración etnográfica de Park se basa en el trabajo de la naciente antropología norteamericana, con su clásico ensayo The City. Suggestions for the Investigation of Human Behavior in the City Environment, publicado en 1925, donde afirma:

 

Los métodos de la observación que etnólogos como Boas y Lowie han desarrollado en la investigación de la vida y las costumbres de los indios norteamericanos, se podrían utilizar para investigar las necesidades, las creencias, las prácticas sociales y en general las formas de vida en «la pequeña Italia» (Little Italy) o en el Lower North Side, o bien para caracterizar las refinadas formas de vida de los habitantes de Greenwich Village o del vecindario en torno a la Washington Square en New York (1984, p. 3).

Un concepto que guía el trabajo de la Escuela es que la ciudad está compuesta por un «mosaico de culturas». La ciudad, en consecuencia, se puede estudiar concentrándose en grupos específicos que se apropian de lugares que toman el carácter de territorios morales. Con esta noción en mente desarrollan una serie de trabajos en los que exploran grupos y su espacialización en la ciudad. Un trabajo que destaca en esta línea es The Hobo de N. Anderson (1923), una investigación sobre los trabajadores que no poseen ni residencia estable ni trabajo regular, la mayoría de ellos hombres europeos recientemente arribados a EEUU. En su monografía, Anderson describe sus formas de vida, trabajos e instituciones, con especial énfasis a través del análisis de «Hobohemia», un distrito de la ciudad de Chicago donde los Hobos acceden a numerosos servicios desarrollados para ellos que Anderson define como un «área cultural». Siguiendo este impulso, en 1927 F. Thrasher publica The Gang, un estudio sobre la cultura juvenil de migrantes de segunda generación en las calles de Chicago; L. Wirth publica The Ghetto en 1929, donde se describe la vida en el barrio judío de Chicago; C. Shaw presenta The Jack-Roller (1930), la historia de vida de un joven ladrón de la calle, y en 1932, P. Cressey publica The Taxi-Dance Hall, la etnografía de un salón de baile donde hombres solitarios, efecto de una migración masculinizada, pagan a mujeres como compañeras de baile. En 1943 se publica la obra cúspide –según muchos críticos– de esta Escuela: Corner Street Society de W.F. Whyte (1943). Esta obra, si bien trabaja en Nueva York, es la última bajo el influjo directo de la dirección de Park, y es incluso comparada con Los Argonautas de Malinowski como dos piezas fundamentales de la producción etnográfica de la primera mitad del siglo pasado. Ambos trabajos aplican métodos parecidos. Mientras que Malinowski instala su tienda en el centro de una aldea Trobriand, Whyte vive en un departamento en la Little Italy de Nueva York y es aceptado durante cuatro años como miembro de una pandilla de jóvenes italianos de segunda generación. La descripción de «la sociedad de la esquina», sus formas de organización, sus códigos y valoraciones, están dispuestos como un reporte de periodismo de investigación del mundo pandillero, e incluso, el relato tiene descripciones y giros narrativos como si se tratase del guión de un film noir, género cinematográfico de moda en el tiempo que Whyte hace su trabajo (Lindner, 1990). Si estos son recursos narrativos válidos para una descripción etnográfica, es porque los propios jóvenes utilizan estas imágenes de la industria cultural para autorrepresentarse. Así, estos trabajos etnográficos no solo fueron piezas de reflexión social sobre la producción de la diversidad urbana, sino que también cumplieron un rol público a través de su narrativa cercana a la literatura y el cine para representar los conflictos, anhelos y esperanzas de una sociedad urbana en formación por numerosas experiencias migratorias.

b) Teoría urbana desde el estudio micro

En 1925 se publica la recopilación de textos The City (Park & Burgess, 1984). En ella se presentan dos artículos que tendrán un impacto significativo en el desarrollo de una teoría para comprender la organización social de la ciudad como una totalidad. R. McKenzie escribe The ecological approach to the study of the human community (1984), texto en que redefine la idea de «área cultural» en «área natural». McKenzie establece una analogía entre sistemas sociales y sistemas biológicos. Desde una perspectiva que identifica como ecología urbana, McKenzie establece el principio de que los colectivos subculturales se comportan espacialmente como cualquier población de seres vivos. En efecto, las poblaciones (como colectivos homogéneos) en la ciudad experimentan un proceso de desarrollo que los lleva desde lo simple a lo complejo, de lo general a la especialización, en virtud de la división del trabajo, las migraciones y competencia por la localización. A través de procesos de «invasión y sucesión», se produce diferenciación funcional (conceptos tomados directamente de la ecología). Este proceso da como resultado unidades sociales con específicas características culturales que se expresan, ya sea en distritos bancarios o barrios de entretención, así como en enclaves étnicos o condominios segregados. Estas unidades son las áreas naturales que forman la estructura de la ciudad moderna.

El segundo artículo teórico de esta compilación es el escrito por E. Burguess, The Growth of the City (1984). En este trabajo se presenta un modelo de explicación del crecimiento de la ciudad. El modelo plantea que el espacio urbano se estructura en función de la movilidad residencial de los habitantes basado en su adscripción étnica y en los procesos de integración a la sociedad hegemónica de acogida, estrechamente vinculada a una condición de clase. Bajo estos principios se presenta un modelo ideal que explicaría el desarrollo de las ciudades en Estados Unidos, basado en cinco fases de desarrollo que corresponden espacialmente a un modelo concéntrico que se despliega desde el centro hacia la periferia. En el primer círculo se encuentra el distrito comercial, el centro de la ciudad. En el segundo anillo se establece un área de transición con colonias de migrantes y barrios precarizados. En el tercero residen los trabajadores (respetables, según Burgess) y migrantes de segunda generación. En el siguiente, el área residencial de la clase media americana, y finalmente, el último círculo corresponde a los suburbios. En este modelo, la movilidad residencial de la población migrante desde el centro hacia los suburbios se vincula con un proceso de «igualación» a la sociedad hegemónica. En esta movilidad las personas van reemplazando sus vínculos basados en sus lugares de origen hasta asentarse en el suburbio donde las huellas de la migración han sido disueltas para adscribir a la «americanidad». No obstante, como sugiere Kokot (1991), este modelo propone más bien una idea de «asimilación», donde la adscripción a la americanidad es a una forma de vida en particular, impregnada por los valores del cristianismo, racialmente blanco y patriarcal.

El gran aporte de ambos textos es que son los primeros intentos de dotar al desarrollo urbano de una teoría en relación con los procesos de población migrada, estableciendo modelos de aplicabilidad general que incluso aún hoy en día se les otorga una no despreciable eficacia explicativa. Sin embargo, muchas veces el conocimiento científico que ha alcanzado una amplia divulgación –como resulta el caso de la Escuela de Chicago–, en el transcurso de los años, y pese a que puede ser objeto de fundados cuestionamientos sobre el alcance de sus planteamientos o simplemente a su aplicabilidad estrictamente local, se transforma en fuente de sentido común. Es decir, se piensa como válida la aplicabilidad general de su descripción, incluso en geografías y procesos muy diversos (Erdentung & Colombijn, 2002; Treibel, 1990).

c) La impronta Chicago hasta hoy

La influencia de la Escuela de Chicago se mantendrá hasta bien avanzado el siglo XX, como se expresa en el trabajo de Waldinger (1989) sobre flujos migratorios en Estados Unidos posterior a 1960 y sus procesos de acceso habitacional. No cabe duda de que el trabajo de tipo etnográfico ha sido fundante en los estudios urbanos, pero más específicamente la noción de «área natural», entendida como enclave o barrio étnico, ha tenido un tremendo impacto. La idea de una identidad entre un espacio y una cultura tiene un largo recorrido en ciencias sociales, como plantea Augé (1995). Pero en el caso de población migrada ha devenido en un objeto de estudio permanente. Reconocidos trabajos recientes como el de Bourgois (2003), sobre jóvenes puertoriqueños en Nueva York, actualizan el legado de Chicago, tanto por su método como por la noción de barrio como unidad espacial de observación, pero también por el interés de develar las prácticas menos visibles para la sociedad hegemónica, como es en este caso la venta y consumo de crack. En efecto, pervive el interés en estudiar lugares de la ciudad donde se concentra población migrada, en los cuales se organiza una sociedad confinada por los límites de un barrio al margen de la sociedad hegemónica. Sin embargo, la noción de un colectivo migrante confinado a un barrio también ha implicado un planteamiento crítico respecto a las condiciones de exclusión estructural, como en el mismo trabajo de Bourgois, pero menos presente en la Escuela de Chicago inicial. Cuando Wacquant plantea el concepto de «estigmatización territorial» (2007) de barrios segregados racial y étnicamente, hace eco justamente a esta visión crítica respecto a una suerte de romantización del barrio como espacio de refugio social y cultural, para exponer más allá de una visión culturalista el rol que juegan políticas e instituciones en este confinamiento espacial.

El barrio como unidad de estudio para la comprensión de la migración y los procesos de urbanización se mantiene en diferentes programas de investigación, y si bien nos hemos centrado en el caso de Estados Unidos, su influencia es ampliamente identificable en Europa y América Latina. Cada vez más, la noción de confinamiento barrial se abre a comprender cómo la población migrada no sólo interactúa en un espacio de homogeneidad, sino cómo desde ellos se producen relaciones más amplias que no impactan sólo en sus barrios de residencia. sino en tramas urbanas y transnacionales muchos más amplias (Irazábal, 2013).