Mares de sangre I

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—Hermanita —la sostuvo de sus hombros, pasándole un brazo por detrás de ellos—, nuestro padre ya se encargó de eso. —Le guiñó un ojo a su amiga—. Ahora no podrán volver a separarnos.

—¡A comenzar con la celebración! —Imelda los interrumpió, entregándoles unos vasos a Luz y a Roberto. Rómulo le ofreció otro a ella, mientras los demás los alzaban—. Te damos la bienvenida, Luzbellita.

—¡Un salud por el cumpleañero! —expresó Galaga.

—¡Hasta el fondo!

Los presentes se bebieron rápidamente el contenido de sus vasos, pero Luz, en cuanto dio un sorbo, notó que era una sustancia viscosa que le ardió al bajar por su garganta, provocándole una tos fulminante.

—¡Luz! —Tamara le sobó la espalda—. Respira.

—¿Qué era eso? —preguntó, recuperándose.

—Wiskolah —respondió Bernabé, entornando sus ojos marrones de tupidas pestañas.

—¿Qué es?

—¡Dah! —exclamó Imelda, moviendo su cabeza de un lado al otro haciendo oscilar su larga y rizada melena negra, con destellos lila, como un látigo—. Alcohol, ¿qué esperabas, jugo de piña?

—Pero somos menores, no podemos beber —recordó Luzbella—. Si sus padres se enteran…

—Por eso, la idea es beberlo rápidamente. —Imelda le quitó el vaso y se lo tomó de un sorbo—. Maravilloso.

—Vamos. —Roberto la asió de la cintura, conduciéndola hasta la mesa. Bajo ella había una caja rectangular blanca de la que sacó una botella de vidrio que contenía una sustancia amarillenta brillante, la vertió en otro vaso entregándoselo—. Es Espuma Limón.

—¿Más alcohol? —dijo, observando aquella burbujeante bebida.

—No es alcohol en sí, pero es un bebestible con sabor a limón que ayuda a mejorar el estado de ánimo de quien lo beba.

—¿Una bebida esotérica?

—Sí, Lucecita —repuso Rómulo, pasándole su brazo izquierdo por sobre sus hombros—, anda, pruébala, te hará sentir mejor.

—Prefiero un jugo o agua. —La dejó sobre la mesa.

—¡Pero Lucecita!

—¡Diviértete!

—No es correcto, puedo tener problemas con mis tíos si regreso en mal estado.

—No te preocupes por eso. —El cumpleañero le guiñó un ojo, ofreciéndole nuevamente el vaso—. Esta noche te quedarás acá.

—¿¡Qué!? —soltó sorprendida—. No puedo, Roberto, dijiste que regresaríamos…

—Calma —le pidió—, mi padre habló con tu tío para que te dejara pernoctar en esta casa por esta vez y lo consiguió.

—¿En serio? —preguntó incrédula. Él asintió—. ¿No tendré problemas luego?

—¡Para nada!

—¡Vienen tus padres! —anunció Galaga.

Los hombres hicieron desaparecer los vasos y la caja prohibida.

—¡Ya están todos! —Carolina, de cabello castaño claro, pupilas marrones y cutis blanquecino perfecto, alzó sus brazos—. ¡Qué maravilla! ¡Luzbellita, querida, nos alegra tenerte de vuelta en nuestro hogar! —La abrazó—. ¿Cómo has estado? Hemos permanecido muy preocupados porque no teníamos noticias de ti, hasta que este bello príncipe consiguió contactar contigo.

—¡Ya, mamá! —rezongó Roberto.

—Solo digo la verdad, terroncito. —Los chicos a su alrededor se tapaban la boca con sus manos para evitar reír fuerte—. Los esperamos dentro.

La mujer entró, pero Desiderio permanecía ensimismado observando bajo la mesa. De pronto, movió su mano izquierda en esa dirección apareciendo la caja, esta levitó hasta quedar entre sus manos.

—No soy idiota —musitó, después de ver las botellas que contenía—, chicos, disfruten la velada, pero sin esto. —Suspiró—. Los esperamos dentro.

El hombre ingresó a la casa rápidamente.

—¡Demonios! —exclamó Rómulo, alzando sus manos de largos dedos—. Será que siempre nos descubrirá.

—Sí, terroncito —se burló Bernabé frunciendo sus anchos y rosados labios—, no debes beber porque eres mi bebecito.

—¡Imbécil! —graznó Roberto.

—Chicos —intervino su hermana—, con Imelda y Galaga ya nos encargamos.

—La tarde y la noche siguen siendo jóvenes —expresó Imelda, sonriendo abiertamente y achinando sus ojos ámbar cubiertos por espesas pestañas que le daban un toque sensual a su mirada—, tenemos un plan B.

—También uno C —recordó Galaga, entrecerrando sus ojos marrones y balanceando su cuerpo de adelante hacia atrás con sus delgadas manos al interior de los bolsillos de su pantalón.

—No nos quedaremos sin provisiones.

Entraron a la casa, en el comedor les esperaba una mesa repleta de comida y una torta se alzaba entre Carolina y Desiderio.

—¿Por qué tan pronto?

—Para que tengan más tiempo de compartir sin pensar en ella.

—No me subestimen. —Entrecerró sus ojos.

—Terroncito, ven, por favor.

Roberto escuchó un par de risas ahogadas de sus compinches tras de sí. Mientras se aproximaba a la mesa, colocándose entre sus padres, estos levantaron sus índices hacia el techo saliendo de ellos una delgada línea ploma que se unió a otras formando un círculo que quedó abierto sobre la cabeza de Luzbella, esta se percató de que los chicos alzaban sus varitas, manteniendo sus ojos cerrados.

—Alza tu vara —escuchó la voz de Tamara en su oído, ante lo cual obedeció— y pronuncia Janmacarup.

—Janmacarup —susurró, viendo que de la punta del artefacto salía esa luz plomiza y se unía con las demás cerrando el redondel.

—Janmadina liquenacarup —pronunciaron sus padres al unísono, los comensales repitieron—, Janmadina liquenacarup, Janmadina liquenacarup. —Inspiraron profundamente—. ¡Liiiiiii!

—¡Feliz Janmacarup a ti! —exclamó alegremente, Tamara.

—¡A ti, a ti! —prosiguió Imelda.

—¡Feliz Janmacarup, Roberto te deseamos a ti!

El cumpleañero sacó la vela encendida de la torta, colocándola entre ambas palmas y tras inspirar esta se elevó hasta quedar en medio del círculo plomizo, del cual se formaron unas líneas que se unieron a la llama. La cual aumentó de tamaño hasta estallar y convertirse en la cabeza de un lobo que mantenía su lengua afuera, luego estiró su cuello y aulló. Tras un estallido, Luzbella percibió una vibración en su varita cayendo sobre ellos unas brillantinas plomas.

—Hijo, haz los honores —le pidió su padre—, ya sabes qué hacer.

El chico asintió, apuntando con sus palmas hacia la torta. Todos pudieron apreciar cómo los ingredientes que la constituían salían de esta mostrando su proceso de elaboración en reversa, quedando la leche contenida en diez vasos, una sustancia amarilla espesa en unos cuencos de madera y un bizcocho blanquecino sobre el plato en que estuvo el pastel.

—Tal como esta miel endulzaba aquella torta, esperamos que dulcifique tu vida. —Carolina le entregó el pocillo con lo señalado.

—Así como este pan alimenta tu cuerpo físico —prosiguió su padre—, que su esencia mística fortalezca tus cuerpos internos con la ayuda de Pavitra Abna.

—En representación al alimento que como madre te di en tus primeros meses de vida, está esta leche —le entregó un vaso con el líquido blanquecino— para que la gloriosísima Erdam Anivid te entregue su ternura y compañía por siempre.

—Que este fuego Elementario —entre las palmas de su padre ondeaban unas flamas celestes— ilumine siempre tu camino.

Carolina lo recibió entre las suyas.

—Siempre debes recordar que el fuego renueva incesantemente tu naturaleza y este es la representación de tu hoguera interna. —Se lo colocó entre las palmas—. ¡Ignis natura renovatur integra!

Roberto lanzó esas llamaradas azulinas sobre el lugar en que se encontraban los materiales que le habían ofrecido sus padres, comenzando a consumirse. Después de un chispazo, él sopló, consiguiendo que el fuego se apagara, seguido de un humo que no dejaba ver ni respirar, provocando una tos generalizada.

—Lo siento, aún no lo domino —se disculpó el cumpleañero, cuando sus padres limpiaban el aire del lugar mediante magia.

—Pronto lo harás, hijo. —Su madre lo alentó, con una mano sobre su hombro derecho.

—No está mal para ser tu segundo intento —comentó Desiderio, entregándole un cuchillo triangular—. Ahora, a repartir el pastel.

Luzbella vio que la torta de chocolate que había sido transformada a sus materiales primarios ahora había vuelto en gloria y majestad, y Roberto comenzaba con la labor de cortar las porciones, mientras Carolina le acercaba los platos para que colocara los trozos en ellos. Hasta que uno flotante quedó frente a ella, entonces lo recibió entre sus manos.

—Compadre, está buenísimo —opinó Bernabé, atragantándose con el pastel—. Has mejorado.

—El del año pasado estaba más o menos —recordó Bruno.

—Más o menos malo —se burló Rómulo—, más malo me atrevería a afirmar.

—¡Rómulo! —lo reprendió Imelda, este arqueó sus finos labios incoloros y su nariz de tucán se arrugó de un lado mostrando su molestia—. Más respeto.

—Ya, idiota —Roberto le ofreció un vaso con leche—, tómatela. —El aludido bebió un sorbo—. Está especialmente envenenada para que te calles de una vez.

El chico escupió la leche que acababa de ingerir nuevamente.

—No hay nada envenenado —corrigió Carolina, haciendo desaparecer la leche derramada con un hechizo—. No le hagas caso, Romulito.

Su esposo no pudo contenerse y dejó escapar una sonora carcajada. Mientras sacaba de un cajón un álbum que contenía unos pequeños discos redondos y se los entregaba a su hija. Esta, junto a Galaga, escogió el disco introduciéndolo en un aparato redondo que giraba produciendo sonidos musicales muy pegajosos.

El cumpleañero se acercó a Luz, justo antes de que Imelda se le aproximara a él, tomándole de una mano.

—¿Bailamos?

 

—Claro —aceptó.

El chico la condujo hasta el salón, en donde comenzó a hacerla girar en sí misma varias veces, hasta que la tomó de la cintura alzándola. Tras un brinco, cuando le depositó los pies en el suelo, se separaron moviendo sus brazos a la altura de sus pechos, dando cortos pasos hacia la derecha e izquierda.

Los siguientes en entrar fueron Bruno y Tamara, que se ubicaron más al centro, iniciando aquellos alocados pasos de baile, riendo sin parar.

Galaga intentó invitar a Imelda, pero esta se rehusó sentándose junto a Rómulo alrededor de la mesa del comedor.

—Compadre, no le hagas caso —le susurró Bernabé—, sabes que está loquita por ya sabes quién. Mejor búscate otra.

—No hay más mujeres acá con las que bailar ahora.

—No me refería a eso. ¡Venga! —Lo instó a entrar al salón—. Acá encontraremos con quién bailar.

Bernabé se inmiscuyó entre Tamara y Bruno, iniciando un bailoteo entre los tres. Galaga se quedó apoyado en el umbral con sus huesudas manos sobre sus brazos, hasta que Tamara fue por él.

—No, tranquila, estoy bien…

—No seas necio —lo condujo, caminando ella en reversa—, baila con nosotros.

Los chicos los rodearon, consiguiendo que formaran parte del grupo. Tamara lo liberó comenzando a saltar en medio del triángulo enloquecida y con sus ojos cerrados. Solo se dejaba guiar por la música. A ratos sentía que la tomaban de la cintura y, si estaba de frente a quien lo hacía se le colgaba del cuello o le retenía de las manos, dependiendo del ritmo que resonaba en el lugar. De ese modo, bailó con todos los muchachos que estaban a su alrededor.

En cuanto a los otros dos, bailaron juntos sin que nadie se inmiscuyera entre ellos. Roberto disfrutaba de su cercanía, le fascinaba su aroma y la suavidad de su piel. Algo le atraía a ella con una fuerza casi incontrolable. Durante una pieza con melodías románticas logró pegarla lo suficiente a su cuerpo, pudiendo, por un breve instante, rozar sus labios. Pero ella instintivamente se separó de él, terminando ese contacto.

—Iré por algo de beber.

En el comedor encontró a Rómulo charlando con Imelda, por lo que desvió la mirada aproximándose a un jarrón que contenía un líquido amarillo. Llenó un vaso con este y lo bebió aprisa, percibiendo un sabor a limón junto a una sensación de profunda relajación. Al terminárselo se sirvió otro, cuando volteó vio a los padres de su amigo salir por la puerta principal.

—¿Te sirvo más? —Rómulo estaba a su lado con la jarra entre sus manos—. Ya lo volviste a vaciar.

—Cierto —comprobó dirigiendo su atención al vaso—, no lo había notado. —El chico vertió más en él—. Gracias.

Salió de allí, encontrándose con Roberto en el vestíbulo.

—Luz, lo siento, yo…

—Tranquilo. —Le tomó de una mano, conduciéndolo al cuarto de baile—. Sigamos. —Comenzó a saltar, entregándole el vaso. Este bebió un poco, percatándose de que era Espuma Limón—. ¡Guju!

—¡Eh! —exclamó Rómulo alzando sus brazos—. ¡Los adultos se han marchado!

Los presentes aplaudieron, vitoreando felices. Imelda tomó una de las manos que Rómulo mantenía en el aire y él unió la otra con la que le quedaba a ella libre.

—¡Eh! —exclamaron al unísono con sus brazos alzados, ingresando al salón. Tamara y Bruno fueron los primeros en pasar por debajo del puente que habían formado, prosiguiendo Galaga con Bernabé y, finalmente, Roberto con una eufórica Luzbella. Continuaron pasando por debajo de los brazos que cada pareja alzaba, hasta que se formó un enredo de personas, y Roberto terminó bailando con Imelda, mientras que Luzbella quedó con Rómulo en esquinas opuestas del salón.

—Lucecita —reía el muchacho al verla saltar—, jamás te había visto tan animada.

—Tengo sed.

—Espera —la sostuvo de la cintura, entregándole una botella con un líquido transparente—, aquí tienes algo que te refrescará.

—¿Qué es?

—Un té helado de limón con menta, endulzado —le mintió—, te gustará, bébelo.

La chica se lo empinó, momento que él aprovechó para echar un vistazo hacia la otra esquina. Viendo que Imelda había conseguido proceder con lo acordado y permanecía colgada del cuello de Roberto mientras se besaban apasionadamente.

—Lucecita —recibió la botella vacía—, estás muy animada.

—¿Y por qué no estarlo?

—¡Ey! —la detuvo—, ¿para dónde vas?

Se lo quitó de encima de un empujón que lo hizo caer al suelo. Luz rio apuntándolo con un índice. Luego volteó, metiéndose entre los otros muchachos que bailaban.

—Eso te pasa por traidor. —Tamara estaba acuclillada a su lado—. No esperaba menos de Luz.

—Pero a tu hermanito no le va mal, ¿eh?

—Él puede hacer lo que le dé la gana porque es su cumpleaños, pero tú no lograrás tu cometido.

—Yo no estaría tan seguro.

—Lo lamento, pero no me despegaré de ella. No sé cómo lograste emborracharla, pero de ahí no pasará —le sonrió irónica—, lindura.

Entre saltos y vueltas, Luzbella se abrió paso hasta una mesita en que había unas botellas y tomó una al azar procediendo a beberla, mientras lo hacía su cuerpo trastabilló hasta chocar con la pareja que aún compartía un acalorado momento. Entonces, Roberto se percató de que estaba besándose con Imelda, pues, hasta ese momento, pensaba que lo hacía con Luz debido a un hechizo ilusorio que le permitió confundir al chico con una máscara energética provisoria. Esta pasó por en medio de ambos, sin percatarse de quiénes eran y salió al vestíbulo.

—¡Imelda, pero…!

—¿Me dirás que no te gustó?

—Eres una…

—¡Cuidado con lo que dirás! —le previno, apuntándolo con su índice.

La empujó, haciendo que chocara con la pared y procedió a salir de allí. En el patio trasero se encontró con Luzbella, sentada mirando la luna.

—Luz. —Se acomodó a su lado.

—¿Te has preguntado a dónde van nuestros seres queridos cuando fallecen?

—Sí.

—¿Qué les sucederá?

—Pues, por lo que he estudiado, depende de cómo se hayan comportado en este plano.

—¿Cómo es eso? —Le prestó atención, él se fundió en sus pupilas.

—Según el Sagrado Libro de los Muertos —prosiguió él— tienen tres opciones: ir al Nirvana, al Avitchi o retornar de inmediato en otro cuerpo físico.

—¿Qué es el Nirvana?

—Es un lugar al que vas a tomarte un tiempo de reposo en el otro plano, es como ir por unas largas vacaciones espirituales.

—¿Desde allá pueden vernos?

—Sí.

—¿Crees que mis padres estén allá? —Él vaciló un momento antes de contestar, pues vio que los ojos de su amiga estaban muy brillantes y su barbilla comenzaba a temblar.

—Por supuesto. —Le acarició las mejillas con sus pulgares—. Deben estar descansando y cuidándote desde esa dimensión celestial. —Ella lo abrazó—. Cuando nuestros familiares mueren, jamás nos dejan.

—Eres un gran amigo, gracias por regresar a mi vida.

—Siempre estaré para ti.

—¡Chicos! —Tamara se les acercaba con unas botellas en sus manos—. ¡Comenzaremos con la invocación! —les anunció entregándoselas, estas contenían un líquido azul rey—. Síganme.

Él se levantó ayudándola a pararse. Luzbella apoyó su cabeza en el hombro derecho de su acompañante y él la atrajo de la cintura. De ese modo, caminaron tras Tamara hasta que salieron de las inmediaciones internándose en el frondoso y selvático bosque. El terreno se volvió empinado y agreste, pero entre Tamara y su hermano lograron contenerlo, haciendo retroceder a los arbustos y enredaderas. Se detuvieron frente a los demás, que juntaban un montículo de leña.

—Bien, daremos por iniciado este segundo año de invocaciones —proclamó Tamara alzando sus brazos, consiguiendo que un par de relámpagos los iluminara—. Antes de invocar a nuestros fuegos internos quiero aclararles que esto no es un juego, así que espero seriedad y respeto. Lo que verán esta noche puede marcarlos de por vida, así que lo mejor para aquellos miedosos es retirarse. —Miró a Galaga, quien movía sus pupilas incesantemente saliendo de ellas destellos azules mientras jugueteaba con su flequillo azabache cambiándolo de lado de forma incesante, hasta que se detuvo al partirlo a la mitad y colocarlo a ambos lados, tras sus orejas—. Habiendo dejado las normas claras, comenzaremos. —Extendió sus palmas, sobre estas se encendió un fuego azulino. Desde su derecha comenzaron a aparecer esas llamas en las palmas de los concurrentes hasta terminar en las de Luzbella. Tamara lanzó las flamas sobre los troncos y los demás lo hicieron en el mismo orden anterior—. Ahora tomen el contenido de sus botellas.

El líquido era dulce, sumamente adictivo, por lo que el beberlo era agradable. Luz se percató de que las lanzaban a la hoguera, ella hizo lo mismo al terminarse su contenido. En ese momento sintió que Roberto tomaba su mano izquierda y Tamara le tendía la suya, entonces la aceptó cerrando el círculo.

—Por el poder sagrado de Reficul y las esferas del Avitchi te invocamos para que nos des las respuestas que necesitamos —recitó Tamara—. Tenemos absoluta claridad del pacto que hacemos al invocarte y estamos dispuestos a pagar por tu ayuda. Este fuego Elementario es un símbolo de nuestro compromiso para contigo, pues te ofrecemos nuestro sagrado fuego para que hagas con él lo que estimes conveniente, ¡oh!, gran maestro.

—Sssssss —comenzaron a sisear los demás.

—Sanatás —pronunció con seguridad—, permítenos entrar en tus territorios para hurgar en los misterios que rondan la vida y la muerte de este multiverso y encontrar las respuestas que buscamos.

Luz, que permanecía con sus ojos cerrados, percibió que su mano izquierda había sido liberada. Entonces, aflojó la presión en la otra que sostenía, mientras pegaba unos pestañazos para acostumbrarse a la luminosidad que emanaba aquella hoguera.

—Todos deben verter un poco de su sangre sobre el fuego mientras le hacen su consulta, esta debe ser mental. —Se hizo un corte en su antebrazo izquierdo, derramando su líquido vital entre las llamas—. Cada uno verá su propia verdad.

En ese instante, se quedó inmóvil contemplando el fuego. Al mirar hacia los otros, Luzbella se percató de que realizaban el mismo procedimiento quedándose ensimismados contemplando las flamas azulinas. Ella se acercó con su varita en su mano derecha, realizándose un corte con la punta de esta y dejando caer su sangre mientras pensaba en su padre, sin articular pregunta alguna. De pronto, sintió un calor en su herida y al voltear su antebrazo vio que la incisión había desaparecido, impresionada dio un paso atrás, pero su atención se fijó en las altas llamas, en ellas aparecía su figura, cuando tenía tan solo ocho años, caminando por un pasillo.

«—Papá —llamaba con su vocecita infantil—, papá.

Llegaba al comedor, proseguía su búsqueda por las demás habitaciones hasta entrar en la cocina, donde divisaba a una persona colgando de una viga del techo. Rodeó la mesa, hasta quedar frente al suicida, pero no podía ser, ¡ese era su padre!

—¡Ah! ¡Papi! —gritaba con sus manitos tapándose la boca, mientras lágrimas caían por sus mejillas—. ¡No! ¡Papi! ¡Papi!

Percibió que unos brazos la movían, pero ella se zafó subiéndose a la mesa y aferrándose a una pierna del hombre, llorando desconsoladamente.

—Luz, baja, por favor. —Escuchaba una voz masculina infantil a lo lejos—. Luz, suéltalo…

—¡No, no! —repetía—. ¡Déjame! ¡Papá!

—¡Mamá! —esa voz infantil, pero masculina se alejaba—, ¡papá!

La niña siguió llorando, aferrada al cadáver, hasta que sintió unas manos adultas que la separaban de su progenitor.

—¡Chiquita, tranquila! —una voz femenina, que pudo identificar como la de Carolina, le susurraba con ternura al oído—. Todo está bien, tus tíos ya llegarán.

—Mi papi —sollozaba.

—Kinasomnium.

Cayó dormida en los brazos de la mujer y esta la llevó a su cuarto. Acostándola bajo las mantas de la cama, continuando con un contacto afectuoso sobre sus cabellos.

—¡No! —Carolina escuchó un grito femenino que le hizo erguirse y salir. Encontrándose con Marcia escandalizada—. ¡Esto no es posible!

—Por favor, cálmese —le pidió—. Debe estar tranquila para enfrentarse a su sobrina.

—Dicen que ella lo vio así —apuntó al colgado— y ¿por qué permanece allí? ¡Deberían haberlo bajado ya!

—Debemos esperar a que lleguen los servicios de emergencia. No podemos pasar por encima de los protocolos —le explicó Desiderio.

 

—Marcia, relájate —le susurró su marido, tocándole con sus pulgares el centro de sus palmas—. Olvidarás esto, ahora espera a que la niña salga del cuarto y no dejes que venga para acá.

La mujer caminó hacia el pasillo como hipnotizada, los otros dos lo observaron sorprendidos.

—Ustedes encárguense de esto —les indicó—. Me haré cargo del desastre que le causó a su hija antes de que despierte.

Caminó por el pasillo, encontrándose con su esposa mirando el vacío, siguió hasta ingresar en el cuarto de la niña, hallándola dormida. Se acercó a ella colocando sus pulgares en el entrecejo y los índices en las sienes.

—Neshtrim majmue —musitó, chocando su frente en sus pulgares. Después de unos minutos, prosiguió—. Eso recordarás y de ese modo te comportarás de aquí en adelante».

Luzbella volvió a la realidad, sobresaltada y profundamente herida. Roberto, a su lado, la observaba preocupado. Para su suerte, ellos eran los únicos fuera del trance.

—Luz, lo siento, no era mi intención que vieras eso.

Ella se levantó, emprendiendo la huida colina abajo, pero en un momento tropezó, comenzando a rodar hasta que su cabeza impactó con algo duro y no supo más de la realidad. Su amigo la encontró segundos después.

—¡Luz! —Se deslizó por la pendiente, parecía que la tierra mantenía sus pies pegados a ella. En cuanto llegó a un lado de la accidentada se dejó caer de rodillas—. ¡Lo siento! No debí hacer esta invocación, soy un estúpido. —Al encontrarle el pulso, se tranquilizó, pues estaba dentro de lo normal. Entonces la levantó entre sus brazos y la llevó hasta la casa, donde la recostó en una cama del segundo piso.

—¡Roberto! —Su madre estaba parada en el umbral—. Sabía que no debíamos dejarlos, pero ¿qué le hiciste?

—Ella resbaló y se golpeó en la cabeza. —La mujer la examinaba—. No fue mi culpa.

—¡Fuera!

—Pero…

—¡He dicho que salgas!

—No quiero dejarla…

—Si no sales, tu padre se enterará de esto y será peor para ti.

—Bien —alzó sus palmas a modo de rendición—, pero estaré en el pasillo. No me iré.

Él se quedó fuera del cuarto, acuclillado a un lado de la puerta. Hasta que sus compinches llegaron riendo, produciendo un ruido estrepitoso.

—¡Compadre! —exclamó Bernabé, esbozando una pícara sonrisa—. Te hacíamos con Lucecita en otro nivel.

—¿Hermano? —Tamara se arrodilló a su lado—, ¿qué tienes?

—Luz se accidentó —les informó—, la encontré tirada al pie de la colina sangrando.

—¿¡Qué!?

—Mamá la está examinando.

—Estamos en problemas —tartajeó Rómulo—, saben, yo mejor me voy.

—Sí, es lo mejor. —Lo siguió Imelda—. Hasta pronto.

La puerta del cuarto se abrió, dejando ver a Carolina con un semblante ensombrecido.

—Sus padres se enterarán de lo que hicieron esta noche, se los aseguro —apuntó hacia el final del pasillo—. Ahora, a sus cuartos.

—¿Cómo está Luz? —le preguntó Roberto, cuando sus amigos se habían metido en otras habitaciones.

—¡Malditos críos! —susurró molesta, pegándoles unas bofetadas a ambos hijos que los hizo volar unos centímetros cayendo de soslayo al suelo—. En especial tú —apuntó a Tamara—, una niña de tu edad no debe practicar ese tipo de rituales. —La tironeó del cabello—. Te has metido con fuerzas que no conoces y has despertado recuerdos que Luz había bloqueado.

—Sé que podrás solucionarlo —soltó Roberto, pero su madre le dedicó una mirada asesina, por lo que desvió su atención al suelo—, lo siento.

—Claro que lo arreglaré —aseguró—, pero ustedes, en especial tú —se dirigió a su hija, mientras le enredaba los dedos en el cabello obligándola a pararse al jalar de él—, tendrán una penitencia ejemplificadora.

—Mamá —gimió Tamara—, no le digas a papá.

—No lo haré porque sé cómo reaccionará, pero no se librarán de su castigo. —La empujó con tal fuerza que, al chocar con su hermano, ambos cayeron al piso—. ¡Lárguense de mi vista! ¡Ahora!

Los hermanos apresuraron el paso hasta refugiarse en uno de los cuartos.

Horas después, la enferma abrió sus ojos lentamente, intentando enfocar las imágenes realizando fuertes pestañazos, hasta que distinguió dos sombras que la observaban con atención.

—¡Has despertado! —se alegró Tamara, dedicándole una amplia sonrisa—. ¿Cómo te sientes?

—Apaleada —expresó, apoyándose en el respaldo de la cama con ayuda del chico—. ¿Qué me sucedió?

—Bueno, según todo nos lo indica —prosiguió Tamara—, bebiste más de la cuenta y mi hermano tuvo que traerte a la cama anoche.

—Recuerdo que —se quedó pensando— fui por algo de beber y me serví algunos vasos de limonada.

—Luz —Roberto le susurró con ternura—, eso no era limonada —esta lo miró sorprendida—, era Espuma Limón.

—¡No!

—¿Qué más bebiste?

—Pues Rómulo me entregó una botella que era de té helado, sabía a limón con menta —Tamara no pudo evitar soltar una risita— y después de eso, no recuerdo más.

—Sí, linda, perdón —le pidió disculpas, la muchacha—. Eso que te dio, sin duda, era Mojito.

—¿Alcohol?

—Así es.

—¿Qué pasó luego?

—Bueno, lo que vi fue que lo empujaste. Te reíste en su cara y seguiste bailando con nosotros —le relató—. Luego fuiste por algo de beber y, mientras te refrescabas, te desplomaste. —Miró a su hermano—. Para tu suerte, este bello príncipe estaba a tu lado y te recibió entre sus brazos.

—¿Sus padres lo saben?

—No, ellos no estaban.

—¿Recuerdas algo más?

—No —contestó, después de meditarlo un rato.

—¿Quieres desayunar?

—No me vendría mal.

Salió de la cama, caminando entre los dos hermanos. En la cocina se encontró con los dueños de casa. Carolina le entregó un tazón con chocolate, indicándole que tomara asiento.

—Supe que fuiste la primera en acostarte.

—¿Sí?

—Hablamos con tus tíos —prosiguió Desiderio—, iremos a dejarte después del desayuno.

—¿Qué dijo mi tío?

—Que podías regresar antes de las seis de la tarde —le informó Carolina—, te dio un par de horas más.

—Si gustas, puedes quedarte a almorzar.

—¿Qué dices? —Roberto entrelazó sus dedos en una de sus manos.

—Por mí está bien —expresó feliz. Su amigo sonrió, justo cuando Tamara le entregaba un sándwich—. ¿Y los demás?

—Se fueron hace una hora.

—¿Qué hora es? —preguntó engulléndose su pan.

—Las once de la mañana —le informó—. A las tres de la tarde es el almuerzo.

Al terminar el desayuno, salieron al patio trasero. Entonces ella se percató de que tenían piscina.

—¿Quieres nadar un rato? —le preguntó Tamara—. Puedo prestarte ropa.

—Me encantaría —se alegró—, pero acabamos de comer…

—Tranquila —la atajó Roberto—, en nuestro mundo existe la solución para meterse después de comer sin riesgo a acalambrarse.

—Ven, vamos por ropa adecuada.

Roberto entró minutos después, encontrándose con su madre.

—¿Qué traman?

—Luz quiere nadar y me preguntaba si tienes Bochicramps.

En la mano de la mujer apareció una botellita con un líquido marrón.

—Nada de cadenas en el agua, ¿entendido?

—Entendido. —Recibió lo solicitado.

—Solo nadar.

—Así será.

—Se lo diré a tu hermana. —Suspiró—. Luzbellita ya ha sufrido mucho como para que ustedes le hagan más daño. —Él asintió, disponiéndose a salir—. Hijo, el que ustedes hayan vuelto a su vida debe ser algo positivo para ella, no lo arruinen.

—Sí, mamá.

—Una estupidez más y no vuelves a verla.

Escucharon las voces de las muchachas acercándose, por lo que la conversación terminó. Cuando ellas entraron, Carolina las interrumpió.

—Hija, necesito de tu ayuda un momento. —Les sonrió—. Roberto te acompañará, mientras, disfruten chapotear en la piscina.

El muchacho estaba aturdido mirando a su amiga, pues aquellos pescadores y la polera le quedaban muy ajustados a sus curvas. Luzbella se le aproximó sonriendo y él la siguió, hasta que la vio zambullirse en el agua.

—¿Vendrás? —le preguntó, asomando su cabeza.

—Por supuesto.

Se quitó la camisa y los pantalones, quedando con un short negro. De ese modo, se zambulló saliendo a flote a su lado. Ella le lanzó agua a la cara e inició la huida nadando, él se sumergió alcanzándola sin problemas, reteniéndola de la cintura y provocando que soltara un gritito seguido de una risa. La rodeó, sin soltarla, hasta quedar en frente quitándole el cabello del rostro.

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