Mares de sangre I

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—Creo que todo obedece a un plan divino —opinó ella—, quien lo haya creado, merece la denominación de un dios.

—Es más que eso, un Logos y una Madre Espacio —la invitó a sentarse palpando el suelo con suavidad—, pero no estamos aquí para hablar de eso.

—Claro. —Sonrió aceptando su invitación.

—Intentemos la conexión con la naturaleza. Primero —objetó mirándola—, cierra tus ojos, siente cómo la brisa roza tus mejillas, labios, frente y la manera en que tu cabello oscila. Coloca las palmas sobre la tierra, sin presionar con fuerza, suavemente. La idea es sentir su vibración cálida —la corrigió al ver la forma en que sus nudillos y dedos perdían color—. ¿La sientes? —ella asintió—. Bien, ahora respira profundamente, despacio, sin prisa. —La chica comenzaba a ver una tenue luz blanca, parecía solo un punto lejano, pero crecía con cada inspiración—. ¿Ves una luz? —Movió su cabeza de forma afirmativa—, ¿cuál es su color?

—Blanco —murmuró, parecía estar en una especie de trance—, blanco, cada vez crece más, al inspirar. Quiero seguirla, la estoy... ¡¿sonidos?! Piar de pájaros, una cascada... cada gota que cae de ella es como un cristal rompiéndose, ¿ese sonido? —Lo siguiente lo dijo como una clara afirmación—. Por mi lado izquierdo... atrás se está rompiendo el pétalo de una rosa roja, ¡qué rico aroma! —Sonrió—. Está cayendo—. Roberto miró al lado señalado donde, efectivamente, caía un pétalo rojo de manera ondulatoria—. Es parecido al rasgar de una pluma, pero menos intenso y más lento.

—Estás lista, el siguiente paso es que —le instruyó— esos ruidos los dejes en segundo plano. Ahora concéntrate en el suelo, específicamente en el pasto, deja que este pase entre tus dedos. No muevas tus manos —ordenó al verlas buscar el césped—, solo visualízalo. Cuando lo veas nítido, hazlo crecer, recuerda que debes creer verdaderamente en... —El verde pasto serpenteaba onduladamente, hasta salir por sus dedos separados y seguía su ascenso. No solo aumentaba en altura el que estaba bajo sus manos, sino que todo a su alrededor crecía, el chico estaba anonadado—. ¡Luz! —exclamó poniéndose en pie—, contrólalo, debes dominar su crecimiento... —El pasto seguía expandiéndose, alcanzando sus caderas y Luzbella no se veía—. Déjalo como estaba antes...

—Aún no llega a su verdadera altura —contestó con una voz que no parecía propia, era más profunda y segura—: la naturaleza ha sido intervenida. Ella debería poblar el planeta, es la verdadera dueña.

—Sin duda, te has conectado más de lo que deberías —aseguró, sin perder la calma—. Luz, relájate. —Le puso ambos pulgares entre las cejas—. Relájate, ahora abre tus ojos lentamente y cada vez que lo hagas disminuye la conexión, ¡vamos, hazlo! —exigió con fuerza—. Cuando los tengas por completo abiertos, debes disminuir su espesor y altura, hasta dejarlo como estaba en el minuto en que comenzamos esta práctica.

Un viento fortísimo se dejó sentir, parecía que la naturaleza estaba molesta, pero justo cuando aparecían remolinos a su alrededor, Luzbella abrió sus ojos y toda esa furia abismal cesó y la maleza disminuyó, hasta quedar a ras de suelo.

—Qué sensación tan abrumadora —dirigió su mirada a su desencajado amigo—, es tan intensa. Me sentía superior en todo aspecto, ¿tan potente es esta conexión? ¿Qué te sucede? —prosiguió al ver ese aterrado semblante—. ¿Hice algo malo?

—No, no —tartamudeó—, solo te conectaste más de lo necesario. Creo que con esa conexión podrías dominar fácilmente la naturaleza a tu antojo. —Se colocó de lado mirando el arroyo—. Extiende tu mano al regato. —No hicieron falta más indicaciones, pues el agua se elevó unos centímetros cuando extendió su mano, y al agitarla el afluente describió el mismo movimiento.

—¡Oh! —exclamó y el agua cayó con fuerza, mojándolo—, ¿qué es todo este poder?

—Simple, estás hecha para este tipo de magia —aseguró—. Ahora será mejor que volvamos al lago, debes irte a casa.

Caminaron juntos, pero separados por una pequeña distancia.

—Por curiosidad —aclaró Roberto—, ¿cómo lograste salir, sin ser vista?

—Fue difícil, pero gracias al ingenio de Enrique lo conseguimos. Aunque bastó una semana para urdir el plan. —Sonrió—. Tocó la casualidad de que su padre realizó un baile en homenaje a sus treinta años de casado y Enrique lo persuadió para que invitara a mis tíos.

Al llegar al lugar donde se inició todo, se encontraron con el dragón rojo y dos muchachos hablando de trivialidades familiares.

—Por fin —resopló Álvaro, abriendo sus ojos de par en par—, ¿la ha pasado bien, señorita? —Sin más, se impulsó, quedando sentado en la montura, sin mayor esfuerzo—. A subirse, más tiempo no podemos perder.

—Nos vamos. —Enrique le extendió su mano derecha, ella solo realizó un gesto con ambas manos extendidas a modo de «dame un segundo». Retrocedió, entendiendo la indirecta—. Como prefieras.

De un salto se montó en el tercer puesto.

—Gracias por todo —dijo, abrazándolo—, espero volver a verte pronto. —Al separarse, quedaron tomados de las manos—. Gracias.

Le dio un beso en la mejilla izquierda y con ayuda de dos manos extendidas en lo alto de la bestia alada, montó sin problemas.

Esta ascendió con rapidez y en una fracción de segundos, ya estaban muy alto traspasando las nubes. Sobrevolaron la muralla mágica invisible, con una fuerza de succión centrípeta fueron expulsados, para el animal no significó gran esfuerzo, parecía experto, como si muchas veces la hubiese sobrevolado antes. Descendieron unos metros más allá del roble anterior.

—Dense prisa —opinó el jinete ascendiendo con su dragón—, espero que aún estén en nuestra casa...

Corrieron a más no poder, con ayuda de los nuevos poderes adquiridos por Luzbella no tropezaron con ninguna enredadera o arbusto, ni ramita puntiaguda de baja altura. El camino, por tortuoso y sinsentido, se convertía en un sendero abierto, solo para que ellos transitaran.

El chico trepó hasta la primera rama del manzanero, pero antes de poder ofrecerle ayuda, Luz, estaba parada tras de él.

—Puedo ayudar a que el trayecto sea más expedito.

Él pareció no comprender, ella solo extendió sus brazos con las palmas abiertas y, acto seguido, todas las pequeñas y grandes ramas que constituían el árbol formaron un perfecto puente que ascendía en espiral. Enrique pareció escandalizado, pero no pronunció palabra alguna. Se limitó a subir hasta la delgada rama que los conducía al membrillero.

—Espera —murmuró extendiendo los dedos de su mano derecha y la rama se engrosó lo suficiente como para caminar sobre ella sin riesgo de resbalar.

En el otro extremo ya disponían de un puente circular hasta la gruesa rama que conducía al ventanal. El primero en entrar fue Enrique, seguido de Luzbella.

Justo en ese momento un carruaje entraba a la propiedad. Eran sus tíos.

—Sin duda, hoy has cambiado mucho —comenzó el muchacho manteniendo sus pupilas fijas en las de ella—. Sea lo que sea que te haya enseñado, no me gusta. No es para ti...

—Estoy bien, no te preocupes —aseguró—, ha sido solo un poco de práctica Elementaria, no le veo lo malo y...

—¡No! —espetó perentoriamente—, escúchame, ese tipo de práctica es peligrosa, puede llegar a controlar tu voluntad... no sabrás lo que haces...

—Sé lo que hago —contestó molesta—, no la dejaré, es parte de mí. Nací para ella.

—La conexión fue muy fuerte —era una afirmación un tanto afligida—. Luz, por favor... Comprendo que a estas alturas te será difícil dejarla, pero puedo ayudarte.

—No es Magia Sombría —apuntó—, no le veo lo peligroso. Solo se controlan los elementos.

—Sé lo que te digo. —Cogiéndole las manos continuó—. Aunque no es práctica Sombría, es arriesgada debido a la primera conexión que puedas realizar —ella negaba—, ¡te está manipulando, entiéndelo, ya ha hecho efecto en ti! —levantó su tono de voz, apelando al criterio de ella—. Mírate, os dejo un par de horas con él y has cambiado considerablemente, ¡no es normal, esto no es normal!

—¡Cállate! —le gritó con vehemencia, abriendo el ventanal prosiguió—. Vete. —Él solo la miró preocupado. Negó con la cabeza y se dispuso a salir. Justo cuando tenía una pierna sobre la rama, ella habló—. Esto lo dices porque no te agradó Roberto.

—No he dicho nada sobre él —retrocedió—, solo dije que no apruebo lo que os ha enseñado.

—Si me quisieras tanto como dices —dijo dándose vuelta para mirarlo—, me apoyarías y lo aceptarías.

—Lo acepto —aseguró—, pero no apruebo este tipo de prácticas.

—Noté que te desagrada —recordó—, no te atrevas a negarlo.

—Quizás me dejé llevar por la primera impresión, solo debo conocerlo más —precisó—, es cosa de tiempo, con seguridad nos llevaremos bien. Mientras no continúe enseñándote esas cosas, estará todo en orden.

—Tú no entiendes —negó Luzbella—, vete y no regreses.

Cerró la ventana con un golpe seco, corrió la cortina quedando la habitación en penumbras.

Para cuando sus tíos abrieron la puerta de su cuarto, ella dormía profundamente y nada de lo que hicieron o dijeron logró despertarla.

A la mañana siguiente, un ruido de pequeñas piedritas golpeando en el vidrio de su ventana la despertó. Estiró sus músculos, seguido de un bostezo, se sentó en la cama, colocándose las pantuflas se paró. Luego dirigió sus pasos hacia el cristal y al descorrer la cortina vio bajo el membrillero, a su amigo. Inmediatamente, la abrió, este solo le extendió su mano derecha, soplándola y algo en llamas azuladas se elevó hasta llegar humeando, pero sin fuego, a sus manos, entonces desplegó el papel y leyó:

«¿Damos un paseo de unas cuatro horas? Prometo no retenerte más, solo quiero que conozcas más de mí y nuevos lugares que te encantarán.

 

P. D.: No te preocupes por tus tíos, me encargué de que duerman un poco más, es decir, las horas necesarias para que podamos pasear».

—Claro, bajo enseguida. —Describió con sus labios aquellas palabras, sin articular sonido.

Roberto las captó al instante asintiendo con una sonrisa en su semblante.

Se vistió rápidamente y, sin pensar en lo que hacía, bajó la escalera y salió por la puerta principal, hasta llegar al membrillero, donde su amigo la esperaba.

Al verla, la abrazó cariñosamente, acto seguido, unió su mano derecha con la izquierda de ella. Caminaron así hasta encontrarse lejos de los límites de la casa.

—¿Qué haremos hoy? —lo interpeló—, ¿practicaremos?

—Tal vez —contestó—, si es que nos queda tiempo. Hoy mi prioridad es mostrarte el otro mundo, específicamente su comercio.

—¿Cómo conseguiste localizar esta casa? —le preguntó.

—Bueno, teniendo en cuenta tu dirección, no fue difícil encontrarla. —Sonrió abiertamente—. El último día que nos vimos, hace casi seis años, hablé con tu tía y ella me la dio. Fue fácil, pero sospeché, por su expresión inquieta, que don Manuel no se lo tenía permitido.

—En efecto —corroboró—, en cuanto llegamos aquí él expresó claramente sus normas, y una de ellas era que no debía tener contacto con nadie que enviara cartas por medio de lechuzas y encantamientos raros, en otras palabras, con nadie que fuera del mundo prohibido anormal al que hasta ese momento pertenecía.

—Ese hombre, en verdad, es una escoria —gruñó—, no debería existir gente como él... Tiene muchas cuentas que pagar, mientras esté con vida. —Acababan de llegar al túnel, él encendió su mano con el mismo fuego chispeante utilizado el día anterior—. Vamos.

Le tendió un brazo, el cual, aceptó con agrado. En medio de la gran cueva rocosa, Roberto se detuvo, palpó una pequeña roca plateada y se abrió otro camino. Lo siguieron hasta salir a una gran avenida repleta de tiendas, al parecer, recién comenzaban con la atención al público.

—Te encantará.

Observaron con detención cada escaparate, mientras él le relataba para qué servían los instrumentos, libros y plantas que veían en cada almacén. Le compró unos cuantos libros de Magia Elementaria, insumos y objetos que le serían de ayuda para la práctica.

—¿Cuánto tiempo dormirán mis tíos? —recordó, cuando entraba nuevamente en la caverna—, ¿disponemos de tiempo aún?

—No —respondió mirando su reloj de bolsillo—, treinta minutos como mucho. Tiempo suficiente para llegar a tu cuarto y esconder estos objetos en la tabla suelta que está bajo tu cama. —Le guiñó un ojo—. Vamos, todos tenemos una y estoy seguro de que cabrán todos. Hasta sobrará espacio.

Caminaron hasta que la muralla empedrada les obstruyó el paso. Palmeó una roca roja oscura y el pasillo se dejó ver. Doblaron a la derecha, continuaron hasta llegar al final. En medio del imponente y agreste bosque, se alzaba ante ellos, con grotesca furia, un vendaval de viento arremolinado, pero a ellos no les importó, parecían no percibirlo.

—Mañana vendré nuevamente —le informó Roberto—, a la hora de siempre y ni te preocupes por tus tíos, dormirán plácidamente.

—Supongo que utilizas magia para sedarlos —se aventuró—, no me gusta, es más, creo que no hay necesidad de hacérselo a mi tía, ella me apoyará de todos modos. Hasta podríamos hablarle y todo estaría en orden... tío Manuel es el problema.

—Pues eso se solucionará pronto. —Le guiñó un ojo—. Tengo la solución que te permitirá salir conmigo, sin tener problemas con él.

—¿Cómo? ¿Cuál es tu plan? —se extrañó—, eso es imposible. ¿Usarás algún encantamiento?

—No. —Rio, atrayéndola hacia sí, al pasarle un brazo por sobre ambos hombros—. Es un secreto. Te prometí que asistirías a mi cumpleaños y no fallaré, es más, hasta podrás salir sin necesidad de esconderte.

—Me parece una idea muy maravillosa, pero si crees tener la solución —levantó los hombros— y en verdad confías en que será infalible... solo te diré que te deseo mucha suerte.

—Bueno —la ubicó frente a sí—, hemos llegado a casa, quiero que para mañana tengas todo el primer capítulo del libro de Magia Básica Elementaria en la Naturaleza leído y estudiado en su totalidad.

—Claro —lo abrazó tiernamente—, no te fallaré.

Cuando estuvo en su habitación. Buscó la dichosa tabla suelta bajo la cama; encontrándola en el lugar señalado. Eso le extrañó, pero guardó los utensilios y libros allí, dejando solo el que debía leer. Se dispuso en el escritorio y comenzó a estudiarlo.

Capítulo 1: Control mente – tierra

Dentro de las prácticas esotéricas comunes, que son aquellas que se realizan a través de un medio canalizador o instrumento básico como «la varita». Esta solo ayuda al principiante a concentrar y canalizar las fuerzas y energías llamadas «sobrenaturales» que, en verdad, son ordinarias a todos y cada uno de nosotros. Sin embargo, la realidad es que solo una minoría de las personas que habitan en este planeta son verdaderamente capaces de liberar esta energía, distribuida en cada uno de los siete chakras de nuestro cuerpo, siendo la glándula pineal la precursora de despertar parte de nuestro encéfalo dormido. Por consiguiente, esas energías se manifiestan a través de acontecimientos físicos inexplicables para los más escépticos, tales como que: se prendan velas sin más, leviten objetos o ronden entidades o «espíritus», con los que se debe lidiar cada día, hasta que estos, mediante nuestra ayuda, puedan encontrar el camino hacia la luz y tranquilidad espiritual que a cada ser le corresponde al separarnos de nuestro cuerpo físico, pasando a un plano de vibraciones etéreas ligado al primer círculo lunar o al Nirvana.

Como se ha dicho anteriormente, los principiantes que recién incursionan en este tipo de estudio necesitan una vara, pero cuando ya se es muy experimentado, longevo o incluso con mayores capacidades psíquicas, ya que le es más fácil y rápido aprender; ese instrumento canalizador les es prescindible. Por tanto, son capaces de valerse por sí mismos, canalizando desde su chispa interna en coordinación con la pineal y los chakras, toda esa energía por medio de la visualización mental y la propia voluntad consciente de que eso «imaginario» es posible y realizable. El creer lo es todo, sin ello no es posible la conexión con la energía circundante que nos rodea y la que está en nuestro interior.

Desde los inicios de la humanidad como civilización, han existido diferentes prácticas mágicas asociadas a la Magia: Sombría, Blanca, Hematomancia, Wicca, Verde, Amarilla, Celestial, Elemental y Elementaria, esta última estudiaremos en todo este tomo.

—Luz, querida —golpeaba la puerta, Marcia—, es tarde, debes levantarte. —Cerró el libro y lo guardó en el segundo cajón del escritorio—. ¿Estás bien?

—Sí, tía —dijo abriendo la puerta—, desperté temprano, pero como todos dormían no quise molestarlos.

—Querida —le sonrió—, estoy segura de que tu vida cambiará para bien, tendrás un futuro prometedor junto a un buen hombre.

—No hablemos de eso ahora —espetó—. Bajaré enseguida, no se preocupe.

Después del desayuno, continuó con la lectura de aquel capítulo que le era extremadamente atrayente y cada palabra le quedaba grabada en su memoria. Terminó de leerlo tres horas después del almuerzo, justo cuando Enrique golpeaba el cristal de su ventana. Ella fingió no verlo, pero el muchacho no se detendría allí, pues mediante un hechizo logró abrirla y penetrar en la habitación.

—Luz, por favor, no me hagas esto —le pidió—; no nos hagamos esto... sabes cuánto te quiero, nos queremos..., ¡caray! No me siento bien desde la discusión que tuvimos ayer y deseo arreglar este malentendido. —Le tomó una mano—. Mírame, ¡mírame! —le suplicó—, no quiero que lo nuestro se termine ni hoy, ni nunca. —Ella suspiró, pero parecía estar bloqueada como si aquellas palabras en la realidad no tuvieran el significado emocional que hubiesen tenido días antes—. ¿Qué te sucede? Ya no eres la misma que conocí... has cambiado.

—Puede ser. —Se puso en pie—. Mis sentimientos no son los mismos, yo, en verdad, no quiero hacerte falsas ilusiones, pero creo que mis prioridades han cambiado y —dirigió su mirada hacia la de él— ya no te siento parte de mí.

—¿Desde cuándo? —pronunció con dolor—, ¿cuándo nuestros corazones dejaron de latir a la par?

—Ayer. Después de probar esa Magia Elementaria, mis sentidos quedaron impregnados de ella —sentenció—. Lo mejor será que nos separemos por un tiempo.

—Insisto —repitió—, puedo ayudarte a salir de ella de la manera más sensata posible.

—Enrique, quiero probar nuevas prácticas... hay tanto que aprender y mi potencial está en su máximo apogeo. —Se paseaba por la habitación—. Quiero explotarlo al máximo y cuando sienta que ha terminado, prometo buscarte. Al menos para hablar, ahora no quiero distracciones, solo deseo enfocarme en mis estudios y poder ingresar por mérito antes al colegio esotérico.

—Comprendo —dicho esto, salió cerrando el ventanal.

Durante el alba del siguiente día, Roberto pasó a buscarla y estuvieron practicando y recordando lo que aquel capítulo describía en sus líneas sobre la forma de influir en el desarrollo de las plantas y mejorar a las enfermas. En esa mañana, Luzbella consiguió mejorar el aspecto de una dalia marchita a otra totalmente viva y colorida.

—Así es como acaba nuestro día, querida —terminó Roberto—. Para mañana quiero que leas el capítulo dos: «Control mente - agua», en él aprenderás todos los movimientos que debes realizar con tu cuerpo para mover ríos, lagos, cascadas e incluso océanos. Claro, no lo haremos tan profundo.

El ejercicio de este capítulo fue tedioso y bastante agotador para la aprendiz, a la cual le costó dominar cada posición, tardando siete días exactos, pero dentro de ese plazo consiguió realizarlos perfectamente.

—Luz, querida —interrumpió su lectura del capítulo tres: «Control mente - fuego»—, hoy tendremos invitados para el almuerzo. —Sin ganas abrió la puerta—. ¡Oh!, ¿qué te está sucediendo? Pareciera que cada día estás más cansada, es como si algo estuviera absorbiendo tus energías. —Le agarró la mejilla derecha, percatándose de unas inmensas ojeras—. Estás totalmente demacrada.

—Tía —murmuró, sin ganas apartándose de esa mano que la sostenía—, tengo mis prioridades y metas que cumplir. —La mujer entró cerrando la puerta con pestillo.

—Por casualidad, ¿estás leyendo algún libro de hechicería Elementaria o Sombría? —apuntó examinándola exhaustivamente—, porque si estás metida en esas prácticas indecorosas, no tienes mi aprobación..., ¡son peligrosísimas! —murmuró sobresaltada—. Tu madre se metió con ellas durante un tiempo y luego se arrepintió enormemente debido a que perdió gran parte de su juventud, por suerte, pudo recuperar al amor de su vida: tu padre.

—No se meta en mis asuntos —rezongó, sentándose sobre la cama, sin ganas—. Estaré bien, no se preocupe. Y solo para que se sienta mejor y deje de decirme que me estoy convirtiendo en una inadaptada social, asistiré al dichoso almuerzo.

—Gracias, cariño —le palpó la mejilla—, estoy segura de que será de tu completo agrado, te hará bien. —Se paró—. La merienda está programada para las cinco de la tarde. —Le sonrió cerrando la puerta tras de sí.

Con esa información le quedaban exactamente cinco horas de estudio, hojeó el capítulo descubriendo que le faltaban cinco hojas para terminarlo. No se demoraría más de treinta minutos, el resto lo dedicaría a releer ciertas partes que no le habían quedado muy claras. Terminó todo eso en tres horas, lo que le dio tiempo más que suficiente para bañarse, vestirse y maquillarse.

—Las cuatro y media —dijo al ver el reloj de bolsillo dorado perteneciente a su padre—: treinta minutos libres.

Se lanzó con brusquedad sobre la cama, respiró hondo cerrando sus ojos. No se percató de que caía en un sueño profundo. Veía nubes blancas, niebla a ras de suelo. A cada paso que daba, se rasgaba la falda de su vestido de encaje rosado, de pronto, el corsé le apretaba, como si alguien estuviera tirando de las cuerdas ubicadas en la parte trasera. No podía respirar, luchaba por soltarse de quien le hacía daño. Sangre, ¡sangre, saliendo de su boca, nariz y oídos! Aquella fuerza brutal le estaba triturando cada órgano.

—Luz, Luz, querida. —Vislumbró a su tía frente a sí—. Despierta, querida, ya han llegado los invitados. —La chica se puso en pie—. Ese vestido rosado te sienta muy bien.

 

Bajó junto a su tía. En el vestíbulo estaba... no podía ser, pero era.

—Roberto —susurró casi imperceptiblemente, él le ofreció su brazo izquierdo, ella lo aceptó—, ¿es parte de tu plan?

—Lo prometido es deuda. —Esas palabras le parecía haberlas escuchado de Enrique—. Dije que haría lo imposible, y pretendo cumplirlo.

Ingresaron juntos al vestíbulo, donde su tío conversaba con un hombre muy parecido físicamente a Roberto, pero casi de la edad de Manuel, o eso parecía, mientras bebían una copa de coñac.

El almuerzo estuvo marcado por una energía cómoda, simpática y familiar. Era extraño el comportamiento de su tío, tan cálido.

—Por supuesto, no faltaba más. —Escuchó Luzbella que le decía Manuel al padre de su amigo—. Su hijo tiene mi consentimiento, puede visitar y pasear con mi sobrina siempre que lo desee.

Los varones continuaron su conversación en el salón.

Roberto aprovechó esa instancia para arrastrar a su amiga al estudio de don Manuel. Cerrando la puerta mediante magia, luego le habló.

—¿Leíste el capítulo? —saltó; prendiendo el fuego de la chimenea, que estaba casi apagado—. Si no, te ayudaré a...

—Lo leí muchas veces —dijo sentándose en la alfombra frente al fuego—, pero no creo estar preparada, aún.

—Te ayudaré —parecía excitado—, solo observa el movimiento ondulatorio de las llamas. Las chispas que saltan. ¡Vamos, tú puedes! —Le dio ánimos—. Solo concéntrate.

—En verdad estoy exhausta —replicó mirándolo—, ha sido una semana muy intensa. He aprendido mucho y creo que merezco una pausa, para reponer fuerzas.

—Controlar el fuego es una tarea muy peligrosa y difícil. —Se acomodó a su lado derecho—. Espero que logres hacerlo, pues de ese modo podrás dar la prueba especial, que es dentro de tres semanas. Estoy seguro de que te aceptarán en la misma escuela que yo, pero estaremos separados por unas cuantas hectáreas, ya que no es mixto.

—Independiente de eso, nos veremos igual —sonrió—, pero ¿estás seguro de que controlando el fuego me aceptarán?

—Absolutamente —su respuesta era tan segura que le dio ánimos de continuar con lo pedido, observó el fuego con atención—, tu nivel subirá considerablemente.

—La contemplación del Elementario es la conexión necesaria para el dominio de este —dijo para sí, en forma de afirmación— y el convencimiento es la clave. —Extendió su palma en dirección al fuego y sin dejar de mirarlo, prosiguió—. El fuego existe dentro de mí, cada individuo posee un fuego parpadeando en su interior. —Cerró sus ojos y, al abrirlos, Roberto estaba boquiabierto, siguió su mirada hasta encontrarse con una llama proveniente de la palma de su mano—. ¡Oh, por Dios! —Rio, sin poder creer lo que había conseguido—. ¡Lo he logrado!

—Lanzadlo —indicó a la chimenea—, vamos, el impulso adecuado es visualizando como la llama salta de tu mano, un pequeño empujón, así —impulsó la suya con suavidad—, hazlo.

Luz respiró profundamente e hizo el mismo movimiento, pero solo consiguió hacer oscilar la llama en su mano. Entonces imaginó cómo saltaba desde su palma a la chimenea uniéndose al abrasador y cálido fuego, movió nuevamente su mano consiguiendo al fin que esta saliera disparada cayendo entre el anaranjado fuego.

—Bien, muy bien —aplaudió—, lo has conseguido, estos días solo debes practicar todo lo aprendido y mejorarlo, te ayudaré... estarás completamente perfeccionada para la prueba de admisión.

Los siguientes tres días los pasaron juntos en el lago Multicolor, practicando a sus anchas, sin que nadie los mirara raro. La pasaban muy bien. Reían, se abrazaban, jugueteaban y se lanzaban agua, sin nadar en él.

El día anterior al cumpleaños de Roberto se encontraron de frente con Enrique, que paseaba por el lago donde había comenzado una relación con aquella chica que ahora, al parecer, pertenecía a ese muchacho «amigo de la infancia». ¡Ja! Al verlos sintió como una daga penetraba en lo más profundo de su corazón. Luz hacía casi dos semanas no lo veía y ahora se sentía completamente confundida. Un hielo le resbaló por su espalda y se le formó un nudo en la garganta, pero aún con todo eso, continuó su camino, un tanto abrumada y nerviosa.

Esa noche no lograba conciliar el sueño, algo le incitaba a acercarse a Enrique, hablarle para explicarle que aún lo quería y que todo eso de la confusión no era más que un lapsus mental por concentrarse en una meta que estaba pronta a realizarse, pero ¿qué tal si él no tenía ánimos de escucharla? Ella realmente no lo soportaría. El haberlo perdido le parecía tan real. Su tía tenía razón cuando le dijo que introducirse en esos estudios le significaría pérdidas emocionales inmensas, de las cuales se arrepentiría luego.

La tarde siguiente estuvo marcada por el encuentro «casual» con Enrique cuando ellos salían de la casa con dirección al cumpleaños. Ella solo agachó su cabeza, él la contempló desanimado. Roberto, al ver esto, la asió de la cintura, consiguiendo entrelazar los dedos de su mano libre con los de su amiga instándola a apresurarse, sin perder de vista al compungido intruso.

—Hoy la pasaremos muy bien —le susurró al oído adentrándose en el bosque y reteniéndola entre sus brazos—, nos iremos rápidamente, sostente fuerte.

Todo comenzó a dar vueltas, por lo que ella se aferró a sus hombros, cerrando los ojos y dejando de respirar.

—Tranquila. —Escuchó la voz de su amigo en un susurro, mientras unas manos deambulaban por su espalda—. Ya llegamos.

La chica abrió sus ojos, notando que en frente tenía una construcción en piedra caliza de dos pisos, con muchos ventanales.

—Tu casa —musitó—, está tal como la recordaba.

—No ha cambiado —sonrió, tomándole de una mano—, vamos, dentro nos esperan.

La condujo hasta la puerta principal, pero antes de poder empujarla, esta se abrió. Asomándose una niña extremadamente delgada, de largo cabello negro y pupilas ámbar. Esta envolvió al chico entre sus brazos, él rio por lo bajo.

—¡Feliz cumpleaños, hermanito!

—Sí, ya me lo has dicho más veces de las que puedo recordar desde que me levanté. —La separó de sí apuntando hacia su interlocutora—. Ella es Luzbella.

—¡Oh! ¡Lo siento! —La abrazó con calidez—. No me di cuenta de tu presencia, pero me alegra verte otra vez. —Se miraron a los ojos, al percatarse de que la observaba intrigada, se presentó—. Soy Tamara.

—¡Tami!, pero… estás tan grande, ya no te recordaba.

—Tranquila —le sonrió—, ambas cambiamos durante estos años. —Les hizo un ademán—. Entren, todos están en el patio trasero.

Roberto tomó una mano de su amiga, instándola a seguirlo. Tamara, al ver ese contacto, les sonrió dedicándole una pícara mirada a su hermano, adelantándoseles hasta abrir la puerta corrediza de cristal que daba al otro jardín.

—¡El cumpleañero ha llegado! —Alzó sus brazos sobre la cabeza—. ¡A felicitarlo!

Sentados alrededor de una mesa metálica de color negro estaban Bernabé, Bruno, Abel, Rómulo, Galaga e Imelda. Esta última dejó de sonreír al ver que ellos estaban tomados de las manos.

—¡Compadre! —Bernabé se les acercó, saludándola primero con un beso en una mejilla—. Tanto tiempo, Lucecita. —Luego abrazó a su amigo—. ¡Felicitaciones!

—Lucecita —la saludaba Bruno, entrecerrando sus seductores ojos verdes y esbozando media sonrisa—, no pensábamos verte por acá.

—Sí, desde el funeral de tu padre que no sabíamos de ti —intervino Rómulo, sosteniendo a Luz al pasarle un brazo tras sus hombros para continuar susurrándole al oído—, pero nos alegra tu regreso.

—Claro —sonrió incómoda—, gracias.

—Ya, Rómulo. —Lo apartó—. Luz, a todos nos alegra volver a verte. Espero que, esta vez, puedas seguir al lado de mi hermano para siempre.