Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

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Pero luego la atmósfera cambiaba poco a poco. En un intento evidente de excluir a Abigail, Voytek empezaba a hablar en polaco. Abigail, por su parte, hacía el papel de gran dama y respondía a sus chanzas groseras con réplicas agudas. Voytek empezaba a llamarla Lady Folger y luego, cuando estaba más borracho, Lady F. Abigail hablaba de él en tercera persona, como si él no estuviera presente, y hacía comentarios, con cierta repugnancia, sobre la costumbre que tenía de bajar de los viajes de droga emborrachándose.

A los que visionaron la cinta no debió de parecerles más que la crónica demasiado larga y aburridísima de una discusión doméstica. Con la excepción de dos episodios que, teniendo en cuenta lo que les sucedería a dos de los presentes, precisamente en esa casa, introducían un elemento inquietante que dejaba a uno tan helado como cualquier secuencia de La semilla del diablo.

Mientras servía la comida, Abigail recordaba una vez que Voytek, colocado, miró en la chimenea y vio una forma extraña. Corrió a por una cámara con la esperanza de captar la imagen: una cabeza de un cerdo en llamas.

El segundo incidente fue, a su manera, incluso más perturbador. Habían dejado el micrófono encima de la mesa, al lado del asado. Mientras trinchaban la carne, captó, a un volumen altísimo, una y otra y otra vez, el sonido de un cuchillo que chirriaba contra el hueso.

Hurkos no fue el único «experto» que se ofreció para solucionar los homicidios del caso Tate. El 27 de agosto, Truman Capote salió en Tonight Show, de Johnny Carson, para hablar del crimen.

El autor de A sangre fría dijo sin un atisbo de duda que una persona que actuó sola cometió los asesinatos. Luego pasó a decir cómo y por qué.

El asesino, un hombre, había estado en la casa antes. Ocurrió algo que «desencadenó una especie de paranoia instantánea». El hombre abandonó la finca, fue a casa a por un cuchillo y una pistola y regresó para asesinar metódicamente a todos los presentes. De acuerdo con las deducciones de Capote, Steve Parent fue el último en morir.

A partir del conocimiento acumulado en más de cien entrevistas a asesinos convictos, Capote desveló que el asesino era «un paranoico muy joven y enfurecido». Mientras cometía los asesinatos, probablemente experimentó una liberación sexual y luego, agotado, volvió a casa y durmió durante dos días.

Aunque Capote hizo suya la teoría de un solo sospechoso, los inspectores del caso Tate ya la habían abandonado. La única razón para adoptarla en un primer momento —Garretson— ya no era un elemento a tener en cuenta. Por el número de víctimas, la ubicación de los cadáveres y el uso de dos o más armas, estaban convencidos ya de que había implicados «al menos dos sospechosos».

Asesinos. Plural. Pero en cuanto a la identidad, no tenían la menor idea.

A finales de agosto se hizo una recapitulación para los inspectores del caso Tate y del caso LaBianca.

El «Primer informe del progreso de la investigación de los homicidios del caso Tate» alcanzaba las treinta y tres páginas. En ningún momento mencionaba los asesinatos del caso LaBianca.

El «Primer informe del progreso de la investigación de los homicidios del caso LaBianca» tenía diecisiete páginas. A pesar de las numerosas semejanzas entre los dos crímenes, no contenía referencia alguna a los homicidios del caso Tate.

Siguieron siendo dos investigaciones totalmente separadas.

Aunque el teniente Bob Helder tenía a más de una docena de inspectores trabajando a tiempo completo en el caso Tate, los sargentos Michael McGann, Robert Calkins y Jess Buckles eran los investigadores principales. Todos ellos eran viejos veteranos en el cuerpo y habían escalado con esfuerzo hasta el rango de inspectores empezando de policías rasos. Recordaban la época en que no había Academia de Policía, y la antigüedad era más importante que la formación o la evaluación de méritos. Tenían experiencia y tendencia a hacer las cosas a su manera.

El equipo del caso LaBianca, bajo el mando del teniente Paul LePage, consistió, en diversos momentos, entre seis y diez inspectores, siendo los sargentos Frank Patchett, Manuel Gutiérrez, Michael Nielsen, Philip Sartuchi y Gary Broda los principales investigadores. Los inspectores del caso LaBianca eran por lo general más jóvenes, tenían más formación y mucha menos experiencia. La mayoría de ellos se había titulado en la Academia de Policía y tendía más a utilizar las técnicas de investigación modernas. Por ejemplo, obtenían las huellas dactilares de casi todas las personas con las que hablaban, hacían más pruebas del polígrafo y pasaban más los modus operandi (MO) y las huellas dactilares por la Brigada de Investigación Criminal del Estado de California (CII). También ahondaban más en los antecedentes de las víctimas, y llegaron a comprobar las llamadas al exterior que había realizado Leno LaBianca desde un motel siete años antes, estando de vacaciones.

También tendían más a plantearse teorías «extrañas». Por ejemplo, mientras que el informe del caso Tate no trató de explicar aquella palabra escrita con sangre de la puerta principal, el del caso LaBianca especuló sobre el significado de las pintadas halladas dentro del domicilio de Waverly Drive. Sugirió incluso una relación tan remota que ni siquiera podía considerarse una corazonada. El informe señaló: «La investigación reveló que el último disco del grupo The Beatles, ref. SWBO 101, tiene canciones tituladas “Helter Skelter”, “Piggies” y “Blackbird”. La letra de la canción “Blackbird” dice a menudo “Arise, arise37”, que podría ser el significado de la palabra “rise” al lado de la puerta principal».

La idea fue incluida como de pasada, nadie recordaría después por quién, y olvidada igual de rápido.

No obstante, los dos grupos de inspectores tenían una cosa en común. Aunque hasta aquel momento el equipo del caso LaBianca había hablado con unas ciento cincuenta personas, y los investigadores del caso Tate con más del doble, ninguno de los dos se encontraba mucho más cerca de «resolver» el caso que cuando se hallaron los cadáveres.

El informe del caso Tate enumeró a cinco sospechosos: Garretson, Wilson, Madigan, Pickett y Jones, todos ellos ya descartados.

El informe del caso LaBianca enumeró a quince, pero incluyó a Frank y Susan Struthers, Joe Dorgan y muchos más que en ningún momento habían sido sospechosos serios. De los quince, solo Gardner seguía siendo un buen posible sospechoso, y, aunque no disponían de ninguna huella suya de la palma de la mano para descartarlo de forma definitiva (se había hallado una en un recibo de un depósito bancario en la mesa de trabajo de Leno), sus huellas dactilares se habían cotejado ya con las halladas en el domicilio, sin que coincidieran con ninguna.

Los informes del progreso eran estrictamente intradepartamentales. La prensa jamás los vería.

Pero unos cuantos periodistas ya empezaban a sospechar que el motivo real del silencio oficial era que no había nada de que informar.

SEPTIEMBRE DE 1969

El lunes 1 de septiembre de 1969, en torno a mediodía, Steven Weiss, de diez años, estaba arreglando el aspersor en la colina detrás de su casa cuando encontró un arma.

Steven y sus padres vivían en el 3627 de Longview Valley Road, en Sherman Oaks. Encima de la colina, Beverly Glen se extendía en paralelo a Longview.

El arma estaba al lado del aspersor, debajo de un arbusto, a unos veintidós metros —o a medio camino— subiendo por la empinada colina. Steven había visto por televisión Dragnet. Sabía cómo se manejaban las armas. La recogió con mucho cuidado por la punta del cañón para no destruir huellas y la llevó a casa para enseñársela a su padre, Bernard Weiss. Weiss padre le echó un vistazo y telefoneó al LAPD.

El agente Michael Watson, de patrulla por la zona, respondió a la llamada de radio. Más de un año después pedirían a Steven que relatara el episodio desde el estrado de los testigos:

P. ¿Le enseñaste [a Watson] el arma?

R. Sí.

P. ¿Tocó el arma?

R. Sí.

P. ¿Cómo la tocó?

R. Con las dos manos, por todas partes.

Adiós a Dragnet.

El agente Watson sacó los cartuchos del tambor. Había nueve, siete casquillos vacíos y dos balas. El arma en sí era un revólver Hi Standard Longhorn del calibre veintidós. Tenía tierra encima y estaba oxidado. El seguro estaba roto, el cañón suelto y un poco torcido, como si lo hubieran utilizado para dar martillazos a algo. También le faltaba la parte derecha de la empuñadura.

El agente Watson llevó el revólver y los cartuchos de vuelta a la División del Valle del LAPD, ubicada en Van Nuys, y después de registrarlos como «prueba encontrada», los entregó a la Sección de Pruebas y Objetos Perdidos, donde los etiquetaron, los metieron en sobres de papel Manila y los archivaron.

Entre el 3 y el 5 de septiembre el LAPD envió la primera tanda de «folletos» confidenciales sobre el arma que se buscaba en el caso Tate. Además de una fotografía del revólver Hi Standard Longhorn del calibre veintidós y de una lista de puntos de venta de Hi Standard proporcionada por Lomax, el subjefe de la policía Robert Houghton envió una carta adjunta donde pedía a la policía que hablara con cualquiera que hubiera comprado una pistola así, y la «comprobación visual del arma para ver si la empuñadura original está intacta». Para evitar filtraciones a los medios de comunicación, sugirió la siguiente tapadera: se había recuperado un arma así junto con otros objetos robados y la policía quería determinar de quién era.

El LAPD envió en torno a trescientos folletos a varias unidades policiales de California, de otras zonas de Estados Unidos y de Canadá.

 

Alguien descuidó enviar por correo uno a la División del Valle del Departamento de Policía de Los Ángeles, ubicada en Van Nuys.

El 10 de septiembre —un mes después de los asesinatos del caso Tate— apareció un gran anuncio en los periódicos de la zona de Los Ángeles:

RECOMPENSA DE 25.000 DÓLARES

Roman Polanski y amigos de Roman Polanski ofrecen veinticinco mil dólares de recompensa a la o las personas que proporcionen información que lleve a la detención del o de los asesinos de Sharon Tate, su hijo nonato y las otras cuatro víctimas.

La información debe enviarse

al apartado de correos 60048

de Terminal Annex

Los Ángeles, California 90069.

Las personas que deseen permanecer en el anonimato deben proporcionar medios de identificación posterior suficientes, uno de los cuales es partir por la mitad esta página de periódico, enviar una mitad con la información presentada y guardar la otra para cotejarla después. En caso de que más de una persona tenga derecho a la recompensa, esta se dividirá a partes iguales.

Al anunciar la recompensa, Peter Sellers, que había puesto una parte del dinero, junto con Warren Beatty, Yul Brynner y otros, dijo: «Alguien debe de saber o sospechar algo que oculta o a lo mejor teme revelar. Alguien debe de haber visto la ropa empapada en sangre, el cuchillo, el arma, el coche que usaron para la fuga. Alguien debe de poder ayudar».

Aunque la prensa no lo anunció, otros ya habían empezado a indagar de forma extraoficial. El coronel Paul Tate, padre de Sharon, se retiró del ejército en agosto. Tras dejarse crecer la barba y el pelo, el antiguo oficial de inteligencia empezó a frecuentar Sunset Strip, casas de hippies y sitios donde se vendían drogas en busca de alguna pista sobre la o las personas que habían asesinado a su hija y a los demás.

La policía temía que la investigación privada del coronel Tate se convirtiera en una guerra privada, porque se decía que no hacía sus incursiones desarmado.

Tampoco estaba contenta la policía con la recompensa. Aparte de que daba a entender que el LAPD no era capaz de resolver el caso por su cuenta, un anuncio de ese tipo por lo general solo aporta llamadas de chiflados, de las que ya tenían de sobra.

La policía recibió la mayoría de ellas después de la puesta en libertad de Garretson. Los autores de las llamadas culpaban a cualquiera, desde el movimiento Black Power hasta la Policía Secreta Polaca. Las fuentes eran la imaginación, los rumores, hasta la propia Sharon, aparecida en una sesión de espiritismo. Una esposa telefoneó a la policía para acusar a su marido: «Aquella noche contestó con evasivas cuando le pregunté dónde había estado».

Buscavidas, peluqueros, actores, actrices, videntes, psicóticos, todos se apuntaron al carro. Las llamadas revelaron no tanto el lado oculto de Hollywood como de la naturaleza humana. Las víctimas fueron acusadas de aberraciones sexuales tan extrañas como las mentes de las personas que informaron sobre ellas. Para complicar la tarea del LAPD, hubo muchas personas —a menudo no anónimas, y en algunos casos muy conocidas— que parecieron deseosas de implicar a sus «amigos», si no relacionándolos directamente con los asesinatos, al menos involucrándolos con el mundo de la droga.

Hubo defensores de cualquier teoría posible. Fue la mafia. La mafia no pudo ser porque los asesinatos fueron muy poco profesionales. Los asesinatos fueron poco profesionales a propósito para que no se sospechara de la mafia.

Una de las personas que con más insistencia llamó fue Steve Brandt, antiguo cronista de sociedad. Como era amigo de cuatro de las cinco víctimas del caso Tate —fue testigo en la boda de Sharon y Roman—, la policía al principio se lo tomó en serio, y Brandt proporcionó bastante información sobre Wilson, Pickett y sus cómplices. Pero a medida que las llamadas se hicieron cada vez más frecuentes, y los nombres cada vez más importantes, resultó evidente que Brandt estaba obsesionado con los asesinatos. Convencido de que había una lista de personas que iban a ser asesinadas y de que él era el siguiente, Brandt intentó suicidarse dos veces. La primera vez, en Los Ángeles, un amigo llegó a tiempo. La segunda vez, en Nueva York, abandonó un concierto de los Rolling Stones para volver al hotel. Cuando la actriz Ultra Violet telefoneó para asegurarse de que estaba bien, le dijo que había tomado pastillas para dormir. Ella llamó inmediatamente al recepcionista del hotel, pero para cuando llegó a la habitación Brandt ya estaba muerto.

Siendo un crimen tan divulgado, resultaba sorprendente que hubiera tan pocas «confesiones». Como si los asesinatos fueran tan horribles que ni siquiera los confesantes crónicos quisieran involucrarse. Un delincuente condenado hacía poco, deseoso de «hacer un trato», sí que aseguró que otro hombre había alardeado de participar en los asesinatos, pero, después de una investigación, la historia resultó ser falsa.

Se verificaron las pistas, una detrás de otra, y luego se descartaron. La policía siguió sin estar más cerca de la solución que cuando se hallaron los cadáveres.

Aunque durante un tiempo casi se olvidaron, a mediados de septiembre, las gafas graduadas que se encontraron al lado de los baúles, en el salón del domicilio de Tate, se convirtieron en una de las pistas más importantes, simplemente porque cada vez iban quedando menos.

A principios de ese mes los inspectores enseñaron las gafas a varios agentes comerciales de empresas ópticas. Lo que supieron fue en parte desalentador. La montura era de un modelo muy común, el estilo «Manhattan», fácil de encontrar, en tanto que las lentes graduadas también eran de serie, es decir, no había que esmerilarlas a medida. Pero, en el lado positivo, también se enteraron de varias cosas de la persona que las llevaba.

Probablemente eran de un hombre. Tenía la cabeza pequeña, casi con la forma de una pelota de voleibol. Y los ojos muy separados. Tenía la oreja izquierda aproximadamente entre 0,6 y 1,2 centímetros más arriba que la derecha. Y era muy miope: si no poseía unas gafas de repuesto, probablemente tendría que comprarse otras pronto.

¿Una descripción parcial de uno de los asesinos del caso Tate? Podía ser. También era posible que las gafas fueran de alguien sin relación alguna con el crimen, o que las dejaran como pista falsa.

Al menos era algo en que basarse. Otro folleto, con las especificaciones exactas de la graduación, se envió a todos los miembros de la Asociación Americana de Optometría, la Asociación Californiana de Optometría, la Asociación de Optometría del Condado de Los Ángeles y de los Oftalmólogos del Sur de California, con la esperanza de que arrojara más resultados que el folleto sobre el arma.

De los ciento treinta y un revólveres Hi Standard Longhorn vendidos en California, las unidades policiales fueron capaces de localizar y descartar ciento cinco, un porcentaje sorprendentemente alto, dado que muchos de los dueños se habían trasladado a otras jurisdicciones. La búsqueda proseguía, pero hasta entonces no había arrojado un solo sospechoso bueno. Se envió una segunda carta relacionada con el revólver a trece armerías de Estados Unidos que, durante los meses anteriores, habían pedido empuñaduras de repuesto para el modelo Longhorn. Aunque las respuestas no se recibirían hasta mucho después, tampoco dieron ningún resultado.

Los inspectores del caso LaBianca no tuvieron más suerte. Hasta aquel momento habían hecho once pruebas del polígrafo, todas ellas con resultados negativos. Después de hacer una búsqueda de MO en el ordenador de la CII, se verificaron las huellas dactilares de ciento cuarenta sospechosos; la huella de la palma de la mano hallada en el recibo del depósito bancario se cotejó con la de dos mil ciento cincuenta sospechosos. Y una huella dactilar encontrada en el mueble-bar fue cotejada con las de un total de cuarenta y un mil treinta y cuatro sospechosos. Todos los resultados fueron negativos.

A finales de septiembre ni los inspectores del caso Tate ni los inspectores del caso LaBianca se molestaron en redactar un informe de los progresos.

OCTUBRE DE 1969

10 de octubre. Habían pasado dos meses desde los homicidios del caso Tate. «¿Qué pasa entre bastidores en la investigación (si es que hay tal cosa) de la policía de Los Ángeles del estrambótico asesinato de Sharon Tate y cuatro personas más?», se preguntaba el Hollywood Citizen News en un editorial de primera plana.

El LAPD guardó silencio oficialmente, como hizo desde la última conferencia de prensa sobre el caso, el 3 de septiembre, cuando el subjefe de la policía Houghton, aunque admitió que todavía no sabían quién había cometido los asesinatos, dijo que los inspectores habían hecho «unos progresos enormes».

«¿Qué progresos exactamente?», preguntaron los periodistas. La presión aumentó; siguió habiendo miedo, acrecentado si cabe por la insinuación, muy poco velada, de un comentarista de televisión conocido que afirmó que a lo mejor la policía estaba encubriendo a una persona o a unas personas «destacadas de la industria del entretenimiento».

Mientras tanto siguió habiendo filtraciones. Los medios de comunicación informaron de que se habían encontrado estupefacientes en varios sitios del domicilio de Tate; de que algunas víctimas estaban drogadas cuando murieron. En octubre también se divulgó ampliamente que el arma buscada era del calibre veintidós (aunque se identificó como pistola, en vez de revólver), y se emitió incluso una noticia por televisión —la policía rompió el silencio rápido para negarla— según la cual habían hallado trozos de la empuñadura del arma en el lugar del crimen. El canal de televisión siguió en sus trece, a pesar del desmentido oficial.

Un calibre veintidós con una empuñadura rota. Bernard Weiss se puso a pensar varias veces en el arma que había encontrado su hijo. ¿Podía ser el arma asesina del caso Tate?

Pero eso no tenía ningún sentido. Después de todo, la propia policía tenía el arma y, de haber sido la utilizada, sin duda ya habrían vuelto a hacer más preguntas y registrar la ladera. Desde que entregó el arma a la policía el 1 de septiembre, Weiss no supo nada. Como no hubo ningún seguimiento posterior, Steve registró la zona por su cuenta. No encontró nada. Con todo, Beverly Glen no estaba tan lejos de Cielo Drive, solo a tres kilómetros.

Pero Bernard Weiss tenía cosas mejores que hacer que jugar a inspectores. Aquello era responsabilidad del LAPD.

El 17 de octubre, el teniente Helder y el subjefe de la policía Houghton dijeron a los periodistas que tenían pruebas que, si podían seguirles la pista, podrían llevar hasta los «asesinos» —en plural— de Sharon Tate y los otros cuatro. Se negaron a concretar más.

Se convocó la conferencia de prensa en un intento de aliviar un poco la presión sobre el LAPD. No se dio a conocer ninguna información sólida, pero se desmintieron varios rumores que corrían.

Menos de una semana después, el 23 de octubre, el LAPD convocó de forma muy precipitada otra conferencia de prensa para anunciar que tenía una pista sobre la identidad del «asesino» —en singular— de las cinco víctimas del caso Tate: un par de gafas graduadas que se habían hallado en el lugar de los hechos.

El anuncio solo se hizo porque aquel día varios periódicos ya habían publicado el folleto de «se busca» de las gafas.

Alrededor de dieciocho mil oculistas recibieron el folleto, de parte de las diversas asociaciones. Además, fue publicado de manera literal en el Optometric Weekly y en el Eye, Ear, Nose and Throat Monthly, con una tirada nacional conjunta de más de veintinueve mil ejemplares. Lo sorprendente no fue que se filtrara la noticia, sino que hubiera tardado tanto tiempo en hacerlo.

Sedienta de noticias sólidas, la prensa anunció «un avance importantísimo en el caso», pasando por alto el hecho evidente de que las gafas obraban en poder de la policía desde el día que se hallaron las víctimas del caso Tate.

El teniente Helder declinó hacer comentarios cuando un periodista, obviamente con excelentes contactos dentro del departamento, preguntó si era cierto que hasta aquel momento el folleto de las gafas solo había arrojado siete sospechosos, todos ellos ya descartados.

Fue un indicio de la desesperación de los inspectores del caso Tate que el segundo y último informe de progresos, preparado el día antes de la conferencia de prensa, consignara: «A día de hoy Garretson no ha sido descartado de manera concluyente».

 

El informe del caso Tate, que cubría el periodo desde el 1 de septiembre hasta el 22 de octubre de 1969, alcanzó las veintiséis páginas, la mayoría de ellas destinada a cerrar el expediente contra Wilson, Pickett y otros.

El informe del caso LaBianca, que se cerró el 15 de octubre, fue un poco más breve, veintidós páginas, pero mucho más interesante.

En una sección del informe, los inspectores mencionaron la utilización del ordenador de la CII. «En este momento está buscándose el MO de todos los crímenes donde las víctimas fueron atadas. Se realizarán ulteriores búsquedas centradas en las peculiaridades de los robos, los guantes usados, las gafas llevadas o el teléfono inutilizado».

Robos. Plural. Gafas llevadas, teléfono inutilizado. El teléfono del domicilio de los LaBianca no fue inutilizado, ni había ninguna prueba de que algún agresor llevara gafas. Eran referencias al caso Tate.

La conclusión era ineludible: los inspectores del caso LaBianca decidieron, por su cuenta, sin consultarlo con los inspectores del caso Tate, ver si podían resolver el caso Tate, además del caso LaBianca.

El segundo informe del caso LaBianca era también interesante por otro motivo.

Enumeró a once sospechosos, el último de los cuales fue un tal MANSON, CHARLES.