ONG en dictadura

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Pero no solo el trabajo social experimentó transformaciones, sino que se articularon nuevas áreas de investigación nacidas de las experiencias de colaboración a la restitución de la sociabilidad popular. Los años ochenta fueron los de mayor desarrollo y apogeo de la educación popular, un conjunto de prácticas muy diversas que compartían la idea de que la educación era un componente fundamental para la reconstrucción del tejido social dañado por la dictadura. Ello, sin embargo, implicaba un doble ejercicio. Por una parte, desarrollar un enfoque educativo “liberador”, es decir, distinto del tradicional, en que educadores y educandos pudieran interactuar recíprocamente para producir nuevos saberes; y, por otra, se estimaba también que concebida de este modo la educación, alcanzaba o adquiría una dimensión política relativamente inédita, la de colaborar en el proceso en el que los sectores populares se pudieran constituir en sujetos políticos colectivos. En el lenguaje de la época, se trataba de favorecer el desarrollo de un renovado “protagonismo popular”.

La educación popular, concebida de esta manera como procesos de aprendizajes colectivos y como un componente de la rearticulación social y política, estuvo presente en las motivaciones y estrategias de desarrollo de muchas ONG. Configuró una suerte de horizonte colectivo capaz de dar significado a la producción del saber con un sentido político emancipador.

En el capítulo que nos ocupamos de la educación popular seguimos la historia de ECO, Educación y Comunicaciones, que jugó un rol muy activo en convocar a los educadores a reflexionar sobre sus prácticas tanto en sentido educativo como político. Por cierto, ECO no fue la única ONG que se ocupó de la educación popular como temática específica; también el PIIE y el CIDE hicieron sus propios aportes, y durante la década de los ochenta se llevaron a cabo diversos seminarios, talleres e incluso encuentros nacionales de educadores populares.

Como se propone en el capítulo dedicado a ECO, se pueden reconocer etapas en la educación popular: a) una etapa formativa, a fines de los años setenta; b) una etapa expansiva, de articulación y de mayor elaboración teórica y política, en el primer lustro de los ochenta; y c) una etapa de crisis e interrogantes sobre el futuro de la democratización en Chile, que paulatinamente dividió las aguas e hizo perder perfil y mayor proyección al movimiento de educadores populares.

La educación popular constituyó una experiencia muy relevante en los años ochenta, la que paradójicamente se fue debilitando cuando en medio de las protestas nacionales reemergieron los liderazgos partidarios y la política comenzó a recrearse siguiendo formas relativamente tradicionales.

De otro lado, la comunicación popular y las comunicaciones alternativas organizaron debates sobre las dimensiones culturales del mundo popular, sobre las posibilidades de construir una opinión pública en un contexto dictatorial, de reunirse y socializar, de “contarse” y “encontrarse” en espacios comunicativos y, por ende, en lugares políticos de enunciación donde se podía disputar la autonomía de los actores sociales. Las comunicaciones, como se indica en el capítulo respectivo, fueron expandiéndose a lo largo del siglo XX, con la prensa, la radio y la televisión. En los años cincuenta y sesenta, el Estado y las universidades jugaron roles más activos cuando la comunicación fue vista como un medio y un factor relevante en los procesos de integración social. Por supuesto, durante la Unidad Popular las comunicaciones fueron un campo permanente de disputa y de “construcción de realidad”, especialmente desde la oposición al gobierno de Salvador Allende. En dictadura, todo cambió cuando suprimido el estado de derecho y conculcadas las libertades públicas, se impusieron los medios “oficiales” y se silenció toda forma de comunicación que no fuera la aceptada por los militares en el poder. Parte de la planificación y la ejecución del golpe de Estado consistió en el control de la TV y el silenciamiento de las radios cercanas a la UP, cuyas antenas fueron destruidas; los medios escritos fueron inmediatamente prohibidos y sus instalaciones allanadas y expropiadas.

Para quienes se resistieron a la dictadura, la comunicación se transformó en un asunto crucial. Saber qué estaba ocurriendo, intercambiar noticias, evaluar los alcances del golpe, las formas y la magnitud de la represión, las noticias del exterior, eran todas necesidades de información fundamentales para comprender la nueva realidad. Entonces, no solo se imponía la reflexión, sino también ensayar nueva formas de comunicación, muchas de las cuales podían costar la detención e incluso la vida: un rayado en una micro, una muralla, en un banco en la escuela; editar y distribuir un panfleto; alzar la voz cuando se averiguaba sobre la suerte de un familiar detenido; hacer un “contacto” clandestino en la calle. Nuevas formas y nuevos códigos de comunicación eran inevitables: la “R” de la resistencia era un verdadero símbolo de que había oposición, que el régimen no las tenía todas consigo.

La emergencia de nuevas “formas de comunicación” en la sociedad y la necesidad de elaborar (poner labor en la comprensión) la nueva realidad se fueron imponiendo en los grupos organizados en las bases de la sociedad, así como entre los intelectuales vinculados a las comunicaciones.

Renato Dinamarca nos propone en su capítulo una periodización de este proceso entre los intelectuales chilenos: “En un primer período, 1977-1980, los investigadores del campo de la cultura y las comunicaciones buscaron desarrollar una labor de rescate de las expresiones de la cultura democrática que estaban siendo borradas de la memoria colectiva por parte de la dictadura, al tiempo que nacen las primeras experiencias de comunicación alternativa y popular en Chile. Luego, en el período 1980-1983, los intelectuales vinculados al campo comenzaron a analizar las modificaciones que la dictadura llevaba a cabo en el ámbito de las comunicaciones y, desde 1983, el problema al que buscan dar respuestas fue el de la democratización del sistema de comunicación, el que es abordado desde diversas perspectivas teóricas que contribuyeron al debate y al desarrollo de nuevas experiencias en el ámbito de las comunicaciones”.

En cada etapa concurrieron diversos actores, especialmente intelectuales agrupados en las ONG que se ocuparon de temas culturales y comunicacionales: Ceneca, ILET y ECO, especialmente. Estas organizaciones tejieron relaciones con el mundo popular y reelaboraron sus nociones y propuestas relativas a la comunicación vinculándolas al desarrollo de la propia cultura popular y sus modos de expresión (el teatro, la canción, los micromedios), al tiempo que se ocupaban del impacto que alcanzaba la televisión como el mayor medio masivo de comunicación. Junto con las diversas expresiones culturales, se gestaron también en dictadura medios propios de comunicación entre los sectores más organizados: los boletines populares, que hacia mediados de los años ochenta, con el apoyo de ECO, dieron vida a una red de prensa popular.

Junto con la gestación de nuevas formas de comunicación popular, se hizo necesario dar continuidad a los debates sobre las comunicaciones que precedieron al golpe de Estado y a los desafíos que se instalaban tanto para influir en las comunicaciones en el nivel nacional durante la dictadura como en una futura democracia. El capítulo de Dinamarca hace un seguimiento de estos procesos y de las elaboraciones que los acompañaron hasta la recuperación de la democracia.

Otro de los ejes innovadores fue el debate sobre y desde las mujeres y, en particular, acerca de las mujeres populares, lo que permitió una oleada feminista novedosa, cuyos sentidos políticos vinieron a cuestionar los contenidos sociales de una futura democracia. En ese plano, un feminismo asociado al activismo militante de cientistas sociales, cuyas prácticas y debates conformaban un arco de contención a las disímiles formas de incorporar al género como categoría analítica y de experiencia, marcaron gran parte las discusiones transversales que cruzaron el campo intelectual de oposición durante los años ochenta.

Con perspectiva histórica, no parece exagerado sostener que uno de los más significativos movimientos sociales en dictadura fue el de mujeres, que si bien tendió a declinar en los noventa, ha vuelto a emerger con nuevas expresiones, sobre todo entre mujeres jóvenes, en los años dos mil. El estudio del movimiento de mujeres ocupa dos capítulos de este libro, uno relativo a la participación política y la producción de conocimientos sobre las mujeres, y otro relativo al análisis de un grupo de intelectuales mujeres que, junto con trabajar temáticas de género, buscaron potenciar el desarrollo de un “feminismo popular” que colaborará con la constitución de un actor social para incidir en la futura democratización del país.

El Movimiento Social de Mujeres tuvo tempranas expresiones en los primeros meses y años de la dictadura en el campo de los derechos humanos, y se multiplicó luego entre diversos sectores de mujeres pobladoras, sindicalistas y campesinas. Particular importancia adquirieron las expresiones femeninas en medio de la acción de la Iglesia católica en el ámbito poblacional. En los años ochenta el movimiento alcanzó visibilidad pública a través de “coordinadoras” que agruparon no solo a diversos grupos de mujeres, sino que elaboraron manifiestos y salieron a las calles. La producción intelectual se verificó contemporáneamente y en interlocución con estas diversas iniciativas de asociación y expresión pública de las mujeres.

Pero también debió enfrentar, como se sostiene en el capítulo elaborado por Valentina Pacheco, diversos nudos temáticos, con efectos sociales y políticos: el feminismo y la incorporación del género como categoría analítica y práctica; la crítica a la estructura política tradicional y el papel de los partidos con relación a los movimientos sociales, y, en tercer lugar, las relaciones intelectuales-pueblo. Por una parte, el movimiento ponía en discusión las opresiones cotidianas y, por otra, en el campo teórico, el debate género y clase tensaba las relaciones con la política y los partidos de la izquierda, relativamente tradicionales en estas materias. La distinción entre lo público y lo privado fue otra de las tensiones y debates tanto en lo relativo a los roles de género atribuidos a lo masculino (público) y femenino (privado) como en cuanto a los nuevos roles políticos de las mujeres, que terminarían por demandar “democracia en el país y en la casa”.

 

Este movimiento y sus sucesivas elaboraciones teóricas y políticas fueron abriendo espacio a diversas expresiones sociales, culturales y políticas: casas y centros de la mujer, talleres, seminarios, encuentros, publicaciones académicas, así como una “prensa” propia: revistas y boletines.

El capítulo referido al feminismo popular indaga sobre mujeres líderes de esta corriente, especialmente intelectuales en cierto grado invisibilizadas por su condición de educadoras populares. Desde la perspectiva del análisis de discurso se analizan las metodologías empleadas para desarrollar la conciencia de género en las mujeres populares y las contradicciones que experimentaban, las facilitadoras o “agentes externos” implicadas en estos procesos. Finalmente, se propone una mirada crítica desde el feminismo con relación a la transición, que tendió a la desarticulación de las actorías populares constituidas durante la dictadura. Más en particular, se siguen las experiencias del Programa de Estudios y Capacitación de la Mujer Campesina e Indígena (Pemci) y del Colectivo de Trabajo Social, que publicaba la revista Apuntes para el Trabajo Social, que circuló entre 1981 y 1989.

Un campo de análisis y de elaboración específico configuró a las intelectuales vinculadas a los sectores populares: la mujer y su cuerpo (sexualidad, familia, pareja, etc.), y la mujer y su vínculo con los otros (la población, el barrio, los servicios, la autoridad, la política, etc.). Con relación a las metodologías, tanto con mujeres urbanas como con mujeres rurales, se trabajó desde la perspectiva de la investigación-acción y de la educación popular, enfatizando en la perspectiva de género. Especial atención se ponía, como se indica en este capítulo, en la constitución de un “yo” individual y colectivo de las mujeres campesinas y pobladoras; en la indagación en las memorias personales y sociales; en el desarrollo de una pedagogía del aprendizaje, cuyo punto de partida era la conciencia del propio cuerpo, así como en los diversos tipos de materiales educativos que facilitaban la expresión y problematización de la experiencia y la propia conciencia.

Si la educación popular y el Movimiento Social de Mujeres fueron dos campos de reorganización social y de elaboración teórica y política, los temas relativos a la economía, especialmente los modos en que esta modificaba la vida de los sectores populares, fue otra línea relevante e inédita de intervención social y educativa y de elaboración teórica.

En el capítulo que aborda estos problemas se realiza un seguimiento y análisis del Programa de Economía del Trabajo (PET), que surgió en 1978 en la Academia del Humanismo Cristiano. En sus inicios, el PET elaboraba informes económicos que evaluaban los efectos de la puesta en marcha del modelo económico neoliberal en Chile, pero al mismo tiempo establecía relaciones con el debilitado movimiento sindical y con las emergentes organizaciones de subsistencia que se multiplicaban en los barrios al amparo de la Vicaría y de las comunidades cristianas de base. Tanto los estudios que llamaban la atención y buscaban explicar las deterioradas condiciones de vida de los sectores populares (producto de la cesantía y de la disminución de los roles sociales del Estado) como su acercamiento al mundo de los pobladores llevaron al PET a proponer una lectura de las dinámicas de subsistencia como “Organizaciones Económico-Populares” (OEP). Se trataba de entender las diversas acciones emprendidas por los pobladores para enfrentar el desempleo: comité de cesantes, bolsas de trabajo, talleres productivos, así como el hambre y las carencias alimentarias: comedores infantiles, comedores populares, Comprando Juntos, Huertas Familiares, etc.

La lectura que el PET realizó de las dinámicas de subsistencia abrió un campo de elaboración inédito en Chile, en el sentido que se buscaba conceptualizar el complejo y heterogéneo campo de la economía popular, en que tradicionalmente convivían estrategias formales (el trabajo dependiente) con múltiples y variadas estrategias informales (trabajadores por cuenta propia). Sin embargo, como producto de la acción social de la Iglesia católica y de los propios pobladores en dictadura, surgieron nuevas formas de asociación económica entre los más pobres que les permitían hacer frente a sus deterioradas condiciones de vida. A estas nuevas formas se las denominó “economía solidaria”. En América Latina, a la diversidad de formas de sobrevivencia económico-populares se les ha llamado también “economía social”.

Las dinámicas de subsistencia se expandieron a principios de los años ochenta en medio de la crisis recesiva de la economía chilena que precede al estallido de las protestas sociales de los años 1983-1986. En este contexto se propusieron nuevas categorizaciones relativas a las organizaciones de subsistencia: organizaciones de consumo básico; organizaciones de trabajo, organizaciones por problemas habitacionales; organizaciones de servicios y organizaciones laborales. Estas organizaciones fueron no solo debidamente clasificadas, sino también cuantificadas.

Para los intelectuales del PET, esta red de organizaciones populares estaba dando cuenta de la emergencia de un significativo movimiento social y político más allá de una racionalidad puramente reactiva, al tiempo que comprometía dimensiones subjetivas del campo popular. Sin embargo, se admitía también que más allá de las prácticas democráticas que se vivían en estas organizaciones, no se lograba constituir un nexo adecuado con las concepciones más amplias de la democracia en un sentido institucional. Al igual que la educación popular y que el Movimiento Social de Mujeres, los pobladores asociados a las dinámicas de subsistencia vieron limitados sus horizontes en medio del proceso de transición a la democracia.

Si en las comunicaciones la dictadura restringió y controló toda forma de expresión de la población, en la educación se pusieron en marcha diversos controles, y en el mediano plazo, transformaciones fundamentales en el sistema educativo nacional.

El sistema educativo fue intervenido por la dictadura desde la enseñanza básica hasta la universitaria con el propósito de redefinir la formación de los chilenos del futuro, modificando no solo el currículum y los contenidos, sino también sus formas de gestión.

Para el CIDE (Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación), que se fundó en 1964, el panorama de la educación sufrió profundos cambios tanto en los años sesenta como en la dictadura. Este centro surgió vinculado a la Iglesia católica como apoyo a la educación particular en un contexto de reformas al sistema educativo impulsadas por el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Se buscaba influir en el papel de la educación particular a nivel nacional, lo que de alguna forma significaba llevar a la Iglesia a una mayor colaboración con el Estado. Sin embargo, la situación se modificó sustancialmente en dictadura cuando esta prohibió a los investigadores del CIDE su acceso a las unidades educacionales pertenecientes al sistema público.

Limitadas sus posibilidades de intervención en este ámbito, el CIDE orientó sus esfuerzos hacia la investigación y el apoyo a la educación entre los sectores populares organizados, lo que lo llevó a ser parte de importantes iniciativas de educación popular. Con todo, el CIDE no renunció a continuar desarrollando estudios sobre los cambios que se estaban verificando en el campo de la educación pública, de tal modo que convivieron dos “almas” o dos orientaciones de trabajo: la dirigida a la educación formal y la dirigida a la educación informal o popular.

Entre las iniciativas de educación popular alcanzaron gran relieve el Programa Padres e Hijos (PPH) y los talleres de educación popular. Mientras el primero se desarrolló en sectores rurales y poblaciones de Santiago, los segundos convocaron a centenares de educadores populares de todo el país.

La producción intelectual del CIDE alcanzó también un importante desarrollo que convocó a profesionales, algunos de ellos con formación de posgrado en el extranjero. Una de las iniciativas más importantes en la articulación de redes e intercambio de la producción académica fue la formación de la Red Latinoamericana de Información y Documentación en Educación (Reduc). En el ámbito nacional, el CIDE estableció vínculos con otras ONG y centros de estudio, especialmente con el Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación (PIIE) y con Flacso.

Desde principios de los años ochenta, el CIDE buscó dar seguimiento a los cambios que se estaban produciendo en el sistema educativo a través de la publicación de diversos trabajos en los Cuadernos de Educación. Luego de las protestas nacionales, y cuando se abrían los debates sobre la transición a la democracia, centró su atención en “reaprender la democracia” y, al mismo tiempo, en torno a la necesidad de generar consenso con relación a los cambios que se deberían producir en democracia en el sistema educativo nacional.

Todos los casos que se abordan en este libro fundamentan que en el contexto dictatorial y la lucha por la recuperación de la democracia se produjo un proceso de revinculación entre la figura del intelectual, su rol en la sociedad civil y su compromiso militante. En ese plano, muchos actores del período abandonaron sus tiendas político-partidarias y, aunque mantuvieron algunas de sus redes, articularon identidades opositoras más laxas, que se tensionaron cuando el retorno de los partidos se hizo evidente y la transición se definió de manera pactada y con forma de democracia protegida.

Los debates sobre el rol del intelectual en una sociedad democrática orientaron horizontes de expectativas. Desde la autonomía y el pensamiento crítico a la colaboración tecnocrática mostraron que la identidad opositora y la consolidación de prácticas políticas renovadoras no tuvieron una sola posibilidad. Las posturas más pragmáticas, “coincidentes con el cambio de sensibilidad del país”44, que enarbolaban el “fracaso que producía la estrategia de movilización social, la que generaba cada vez más escenarios de corte abiertamente insurreccional, optaron por enfriar el carácter ideológico opositor” y “convencer a los políticos de aceptar el itinerario transicional impuesto por la dictadura, vale decir, la Constitución de 1980 y el plebiscito”45. Por otro lado, aquellos que planteaban la necesidad de consolidar la autonomía de los movimientos sociales, el fortalecimiento de la sociedad civil y reconstruir la cultura política popular incorporando componentes solidarios, emancipadores y soberanos, cuestionaron las formas que iba adquiriendo la transición y los contenidos sociales que fundamentarían la democracia recuperada46.

Con todo, los años ochenta fueron un momento particular en la producción intelectual y en la reconfiguración de un campo que no logró sobrevivir durante la transición a la democracia. Las razones son múltiples y van desde los problemas para conseguir financiamiento, hasta la incapacidad por instalar un espacio donde la función intelectual-académica pudiera extenderse y justificarse más allá de la lucha contra la dictadura. Otras razones exceden el espacio nacional y refieren a las transformaciones en las maneras de producir conocimiento, en las que la disputa por recursos y las dinámicas de producción en revistas indexadas internacionales, la posgraduación y la consolidación de una mercantilización globalizante del saber reubicaron el espacio académico en las universidades, desdibujando a los actores que permanecieron en la sociedad civil.

Así, aunque “visibilidad y actividad no garantizan influencia”47, las ONG y sus intelectuales posibilitaron la restauración de la crítica, la opinión pública y revincularon a la ciencia social con la sociedad, le entregaron un sentido político a la construcción de saber y a la reconquista democrática. Análisis sociales que se escribían para posibilitar cambios, para construir argumentos, para ayudar a la reconstrucción de la asociatividad popular, para fundamentar decisiones políticas o para articular sentidos comunes en una futura democracia, fueron lo corriente y lo deseado en estos años. Revisitar ese momento, ese campo y a esos actores es una invitación para reflexionar sobre el sentido de producir ciencia social e historia en estos años.

 

1 Doctora en Historia, Académica del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.

2 Doctor en Historia, Académico del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.

3 Gilman, C. (2003). Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI, p. 16.

4 Ibid., p. 17.

5 Brunner, J., y Barrios, A. (1987). Inquisición, mercado y filantropía. Ciencias Sociales y autoritarismo en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Santiago: Editorial Flacso, pp. 20 y 78.

6 Ibid., pp. 16-17.

7 Ibid., pp. 27, 28 y 29.

8 Gilman, op. cit., p. 72.

9 Brunner, op. cit., p. 80.

10 Entrevista a Thelma Gálvez, 2015.

11 Puryear, J. (2016). Pensando la política: intelectuales y democracia en Chile, 1973-1988. Santiago: Cieplan, p. 26.

12 Brunner, op. cit., p. 49.

13 Ibid., p. 46.

14 Puryear, op. cit., p. 26.

15 Ibid., p. 55.

16 Ibid., p. 56.

17 Nombre con el que se conoció al grupo al que Pinochet encargó la tarea de elaborar una nueva Constitución.

18 Puryear, op. cit., p. 59.

19 Salazar, G. (2000). Labradores, peones y proletarios. Santiago: Lom Ediciones, p. 8 (Primera edición, SUR Profesionales, 1985).

20 Salazar, G. (2003). Historiografía y dictadura en Chile: búsqueda, dispersión, identidad. En La historia desde abajo y desde dentro. Santiago: Facultad de Artes Universidad de Chile, pp. 81-94.

21 Agurto, I. (1988). Las organizaciones no gubernamentales de promoción y desarrollo urbano en Chile. Una propuesta de investigación. Material de Discusión núm. 110. Santiago: Flacso, p. 15.

22 Puryear, op. cit., p. 64.

23 Brunner, op. cit., p. 91.

24 Agurto, op. cit., pp. 9-10.

25 Puryear, op. cit., p. 78.

26 Ibid., p. 69.

27 Brunner, op. cit., p. 91.

28 Por ejemplo, el trabajo en torno a la problemática de los pobladores fue realizado por sociólogos, economistas, trabajadores sociales, historiadores y antropólogos que convivían en espacios organizacionales para abordar desde diferentes perspectivas las complejidades de un actor cuya definición y características estaba en discusión. Pobreza, juventud, género, política e historia se articulaban en lugares de enunciación, como textos, diaporamas, cursos, talleres y seminarios, para generar análisis sociales que sobrepasaran las fronteras de las disciplinas.

29 Puryear, op. cit., p. 75.

30 Entrevista a Juan Eduardo García-Huidobro, 2016.

31 Brunner, op. cit., p. 105.

32 Entrevista a Cristián Cox, 2016.

33 Entrevista a Fernando Ossandón, 2015.

34 Entrevista a Vicente Espinoza, 2015.

35 Puryear, op. cit., p. 72.

36 Entrevista a Mario Garcés, 2015.

37 Puryear, op. cit., p. 117.

38 Entrevista a Paulina Saball, 2015.

39 Garcés, M. (2010). ECO, las ONG y la lucha contra la dictadura militar en Chile. Entre lo académico y lo militante. Revista Izquierdas, 3(7), 6.

40 Moyano, C. (2013). Trayectorias biográficas de militantes de izquierda. Una mirada a las élites partidarias en Chile, 1973-1990. Revista Historia, (46).

41 Entrevista a Cristián Cox, 2016.

42 Entrevista a Lidia Baltra, 2016.

43 Entrevista a Paulina Saball, 2015.

44 Jocelyn-Holt, A. (2000). Sociedad civil y organizaciones no gubernamentales en Chile: una historia germinal. Congreso Nacional de ONG, Picarquín.

45 Ibid.

46 Un ejemplo de estas críticas está en los talleres de Análisis de Coyuntura realizados por ECO entre 1988 y 1989.

47 Puryear, op. cit., p. 128.