La vida con otro nombre

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Una hora más tarde, “Michelle [Bachelet] me dice: ‘Vino Jorge Mac-Ginty [médico, integrante de la Comisión Política] y dice que no hay ninguna respuesta, hay que esperar’. Nos subimos al techo del hospital y vimos lo que presumimos era el bombardeo de La Moneda. En la noche nos dicen que hay dudas de si Allende está vivo o muerto y que viene el general Carlos Prats con tropas leales. Al otro día nos enteramos de que Allende murió y que nadie puede salir del hospital porque hay toque de queda. Y estamos, si no me equivoco, dos o tres días en el hospital. Me corto la barba y me voy a la casa de mis suegros como con diez personas más, a escuchar Radio Moscú”. Meses después será contactado por Eduardo Negro Reyes para incorporarse a las tareas de ayuda a la dirección clandestina de Exequiel Ponce.

Enrique Ramos, el GAP que no quería dejar sus armas en La Moneda el lunes 10, llama a Tomás Moro apenas se entera del golpe. Le informan que el Presidente y los escoltas, entre ellos su hermano menor Osvaldo (Manque), se han ido a La Moneda. Se despide de su madre y se va también. Después de mucho caminar logra treparse a una camioneta desconocida que lo deja en Cumming, más cerca del palacio de gobierno. Todas las puertas están cerradas, no tiene forma de comunicarse hacia adentro. Da varias vueltas hasta que unos carabineros lo obligan a retirarse. Poco después, desde un furgón, “bajaron dos compadres de pelo largo que tiritaban de nerviosos y me dicen ‘tú no puedes andar aquí, te andas regalando, no puedes andar aquí’. Me agarraron de los brazos, me tiraron arriba y partieron”. Los jóvenes, que Ramos cree que eran periodistas y militantes socialistas, lo sacan del centro y lo dejan en su barrio, donde reúne a los militantes.

“Junté como quince compadres, con quienes estuvimos como tres días y tres noches en la casa de Moisés. Teníamos palos, cada uno armó su garrote como más le podía servir”. En la noche de ese martes, aparece “un niño” y le dice que debe quedarse a cargo de la seccional y que aguante porque le van a mandar armas desde Renca para que se defiendan. “La idea era juntar gente para que el partido nos contactara y nos mandara a hacer alguna misión, porque no sabíamos si habíamos perdido o no”. El armamento nunca llegó. Meses después, Enrique sale del país rumbo a México y luego, por instrucciones de Beatriz Allende, a Cuba, donde trabajará en el Comité Chileno de Resistencia Antifascista.

Alejandro García (Rubén), también simpatizante de los “elenos” y miembro del GAP –primero en la sección Guarnición, que tenía a cargo la custodia de las residencias donde pernoctaba el Presidente, luego en Escolta–, tiene la misión de cuidar en todo momento al Presidente, y estos días son tensos y agitados. Hay un solo vehículo con algo de blindaje, una placa de acero en el asiento del Presidente; los otros no tienen porque desde la creación del dispositivo, copiado de los cubanos, Escolta “usa la seguridad por maniobrabilidad [y velocidad]. Los cubanos tenían Alfas Romeo, nosotros Fiat 125”.40 Llevaba meses sin ir a su casa porque habían reforzado las guardias. Estaban en disposición de combate para defender al mandatario, y creían firmemente que iban a tener apoyo del Partido Socialista y de uniformados cuando el momento viniera.

Está en un departamento de la población Carlos Cortés, en Los Militares con Manquehue, donde también viven otros GAP. Uno de ellos, Lila, que era la pareja del Huaso Raúl [Óscar Valladares], vivía en la casa de al lado y le tocó la puerta alertándolo del golpe de Estado. En la población hay unos treinta obreros de la construcción. “Se acerca el que parece ser el jefe y me dice ‘nosotros sabemos de dónde es usted, queremos cooperar en algo, ¿qué podemos hacer?’. Le digo ‘no sé lo que está pasando, quédense aquí y cualquier cosa vengo o mando a buscarlos’”.

Rubén llega alrededor de las 8:30 a Tomás Moro: “Había bajado gente de El Cañaveral, estaban en sus puestos de combate por el perímetro de Tomás Moro y había carabineros también. Estaba Mariano [Francisco Argandoña], de jefe; estaba Luisito [Félix Vargas], de jefe también”. Mariano le pasó una camioneta para ir a buscar a los treinta obreros y les enseñaron lo mínimo: cómo cargar, cómo descargar y cómo se hacía la puntería. “Todos con fusiles de Tomás Moro”. El bombardeo empezó antes que en La Moneda, “y al primer rocketazo la mitad de los compañeros que iban a combatir dejaron los fusiles y se fueron”. Justo antes, llega un helicóptero y Hortensia Bussi “sale gritando que no disparáramos, que no nos iban a hacer nada; entonces no sabíamos qué hacer con la señora Tencha”. La mujer de Allende está con su hija Carmen Paz, mientras que Beatriz e Isabel están en La Moneda acompañando a su padre.41

La confusión es grande. Todos se preguntan qué sentido tiene estar allí. En eso llega el mayor de Carabineros Francisco Concha (lo apodaban “el mayor Rojo”) a ofrecer su colaboración. Habla con Mariano, quien le agradece el gesto, pero le dice que no pueden confiar en nadie. El uniformado retira a los cinco o seis carabineros que hacían guardia en la casa. Pronto los militares se acercan para rodearla y los defensores deben abandonarla para tratar de resistir en mejores condiciones.

“Se da la orden de sacar armamento en una ambulancia que era una Chevrolet C10. Nosotros nos replegamos al cordón Vicuña Mackenna. Me parece que soy de los penúltimos que salen porque al último salió Boris, que se devolvió para ver a un compañero. Nosotros salimos y ellos entraron. Así fue la cosa”.

Rubén cuenta que “habían dado la orden de salir sin fusiles, yo digo ‘no, todo el mundo con fusiles’. Salimos por la rotonda Kennedy o Atenas, no recuerdo bien. No llegué al cordón, que era el lugar de reunión, porque tenía que ir a dejarlos a todos y me empecé a dar vueltas. A las tres de la tarde andaba sin saber qué hacer, con cuatro fusiles y bastante munición. No me atrevía a pasar para el cordón porque ya se veía movimiento de tropas y porque era el auto plomo de la señora Tencha. Saqué mi pistola Walter con dos cargadores, dejé los fusiles, cerré el auto y lo dejé en una calle que da a Campo de Deportes, donde no había nadie”.

Caminó hasta Irarrázaval con Campo de Deportes preguntándose qué hacer, a dónde ir. “Ese fue el gran Plan Z. Se supone que estoy en un dispositivo de seguridad, que soy segundo oficial, tendría que estar enterado del Plan Z, con la coordinación que tendría que haber con todos los elementos armados de la Unidad Popular. Eso nunca existió. Las casas de seguridad, entre comillas, que teníamos, murieron para el Tanquetazo. El Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y Patria y Libertad sabían todo. Nosotros estábamos claros de que a ninguna de esas casas podíamos ir, porque llegábamos y nos mataban”.

Rubén llega entonces donde un familiar en Ñuñoa, quien, muerto de miedo, lo conduce hasta la casa de otro pariente que es militar. Este le dice: “Jano, en la guerra hay vencidos y vencedores, yo soy uno de los vencedores, pero antes que nada tú eres pariente mío, esta es tu casa”. Así se salvó. En los años posteriores Rubén se formará en Cuba como militar socialista, luchará en Nicaragua y volverá clandestino a Chile.

Hugo García (Rodolfo) también es GAP. Antes trabajó en la construcción mientras estudiaba de noche. Entiende poco de política, pero pone atención a los discursos de Salvador Allende, a quien admira. Termina adhiriendo a la Juventud Socialista en Conchalí. En el núcleo Laura Allende discute de marxismo-leninismo, “que nunca logré entender porque era muy complicado (…). Había que dedicarse para entenderlo y lo hice y aprendí algunas cosas”. A principios de 1973 había viajado a Cuba para recibir instrucción de seguridad personal para dirigentes políticos. A las seis y media del martes 11 suena el teléfono en Tomás Moro y Rodolfo contesta. Luego llama por citófono a la entrada y pide que toquen la alarma para que se levante la escolta.

Los GAP creen que es una broma como las que hacen siempre y prefieren seguir durmiendo. Hay que despertarlos en persona. Sube en el auto de su hermano Roberto [Isidro García] para ir con los demás a La Moneda. Sube también Augusto Perro Olivares, que pide un arma. Le explican cómo se usa. Olivares abre la ventana y apunta hacia fuera como lo hacen los GAP mientras circulan a gran velocidad.

En palacio, Rodolfo y un compañero se acomodan sobre la puerta de Morandé, pero hacen recorridos por el segundo piso. En el Salón Rojo, Carabineros ha instalado una ametralladora punto 30. Cerca de las nueve ve llegar la camioneta doble cabina con compañeros del GAP que vienen de El Cañaveral, comandados por Domingo Blanco (Bruno). Carabineros de las Fuerzas Especiales, al mando del teniente Patricio de la Fuente Ibar, que ya ha cambiado de bando, los detienen frente a la Intendencia, obligándolos a entrar en el edificio. Rodolfo, como todos, piensa que los van a largar a la brevedad.

La hora avanza. “Estaba en un pasillo cerca de la oficina del Presidente cuando sentí balazos, disparos de un tanque, de una ametralladora punto 30 o punto 50. Volaron pedazos de cemento y saltaron escombros, después paró un rato. Luego empiezan a decir que van a bombardear, que tenemos que salir”.

Comenzó el asedio. “Quedó la polvareda, se oscureció. Después los pacos nos bombardean con gases, esos gases parece que arrancan la piel de la cara. Era un infierno, pero ninguno se acobardó, todos estuvieron a la altura”. Minutos después, un nuevo raid de los aviones y los cohetes Sura P3 incendian el Salón Rojo. El Presidente da instrucciones de combate, seguido siempre por Jano (Daniel Gutiérrez), Carlos Álamo (Jaime Sotelo) y Aníbal (Juan José Montiglio). “Todos nos defendimos. Eduardo Paredes tenía un fusil FAL, que antes del golpe lo andaba trayendo en un maletín. Ese día, desde donde podía disparaba”. Hasta que Allende decide que la resistencia debe terminar. “En el descanso de la escalera, antes de llegar al segundo piso, el Presidente nos dice que no vale la pena hacer sacrificios inútiles, que esto va a ser una masacre, que está muy orgulloso de nuestra actitud, de haber sido fieles y haber enfrentado a los militares cobardes. Nos dice que debemos salir tranquila y ordenadamente por Morandé y que ‘yo saldré al último’. Eso lo confirmo porque lo escuché. Nos decía ‘compañeros, salgan tranquilamente porque alguien tiene que quedar vivo, ustedes pueden servir más afuera que aquí muertos’”.

 

“Empezamos a salir, estaba un compañero afirmado a la ventana, estaba herido en una pierna. Los militares nos van poniendo contra el muro, nos trajinan, nos sacan cosas, nos dan golpes y nos tiran en la calle. Alguien me pregunta quién está al lado mío, lo miro y era Arsenio Poupin.42 Nos tienen botados en la calle, en ese momento nos quieren pasar un tanque por la cabeza, de repente una ráfaga de ametralladora pega contra La Moneda, eran los compañeros del GAP, Isidro, Manuel Cortés y los otros”.

Ha terminado el combate en La Moneda. Ha caído la Unidad Popular.

Militares al mando del general Javier Palacios los suben a patadas y culatazos a unos vehículos y los conducen al Regimiento Tacna. Allí los sobrevivientes de La Moneda, siempre con las manos arriba, son llevados a un patio grande y revisados por militares de civil. El oficial que cachea a Hugo García le encuentra dos balas de pistola en un bolsillo de la chaqueta. Lo apartan y lo llevan a una sala de interrogación. “Ahí tenían a un gordo pegador, tenía unas mesas, unas cuestiones ridículas, después las perfeccionaron. El guatón me pegó no más, me pegaba combos, pero con la tensión no sentía”. El interrogatorio versa sobre obviedades, quién era, si era del GAP, por qué andaba con armas. De vuelta, le ordenan quitarse los zapatos. “Ese día estaba lloviznando, hacía un poco de frío, me saqué los zapatos, los dos milicos me apuntaban con sus fusiles SIG. Me empecé a poner los zapatos, ‘no te pongas los zapatos’, yo seguí poniéndome los zapatos, [ellos estaban] que me disparaban, no les daba ni bola, no creía que me dispararan. Pasa un oficial y los conscriptos le dicen ‘que se quiere poner los zapatos’, etcétera. Y cuando llego a las caballerizas estaban todos los compañeros sin zapatos”.

“Al que más le pegaron fue al Coco Paredes. Cada oficial le pegaba, se pasaban el dato y ligerito venía otro y la misma historia: pasaban por arriba, le daban patadas en la cabeza. Pasaban marchando encima de nosotros y nos decían toda clase de insultos”.

En medio de improperios, burlas y golpes de oficiales del Ejército de Chile, amarrados de pies y manos en las caballerizas del Regimiento Tacna, acaba el día para los hombres que acompañaron al Presidente Allende en sus últimas horas. La gran mayoría son militantes del Partido Socialista y son parte de lo mejor de los cuadros jóvenes de la organización. Aún hoy no se sabe con certeza que pasó con muchos de ellos. Rodolfo sobrevivirá para contarlo.

Él, por haber vuelto al grupo el último, es la frontera entre los defensores de La Moneda y un grupo grande de obreros que llegan después, detenidos por infringir el toque de queda. “Empiezan a sacar a los obreros y el oficial de civil que nos recibió cuando llegamos, el que me revisó y me mandó a la sala de interrogación, es el que está sacando a los obreros que van subiendo al bus. Me dice: ‘Suba al bus’. Creí que los iba a subir a todos, pero miro y veo que están sacando a Juan Osses (Silvio) y a Pablo Zepeda y a nadie más del grupo. Aún no sé si lo hizo a propósito. ¿Es que sabía lo que iba a pasar con los GAP? Siempre me lo he preguntado. Me gustaría encontrarlo y preguntarle por qué me sacó”.

El bus los traslada al Estadio Chile, hoy Estadio Víctor Jara, donde seguirán los golpes y las torturas, pero no la muerte. Obligado a exiliarse como la mayoría de los sobrevivientes de la guardia, Rodolfo se instala en París, donde trabajará activamente en las estructuras de la colectividad junto a su hermano Isidro.

Isidro García (Roberto) era uno de los GAP que creyeron que Rodolfo bromeaba el 11 en Tomás Moro cuando los despertó. “Y salimos sin vestirnos muchos, algunos alcanzamos a ponernos el pantalón y así salimos”. Él va al volante de uno de los cuatro Fiat 125 que forman la escolta del Presidente en su último trayecto. Guarda el auto en el garaje de La Moneda, que queda frente a Morandé 80. Dice que estaba establecido en los planes de defensa del palacio que “si había combate, nosotros debíamos ocupar el Ministerio de Obras Públicas. La intención era que el Presidente atravesara el garaje, de ahí pasara al Ministerio y resistiera en el Banco del Estado. El comandante del Regimiento Buin tenía un compromiso con el Presidente para apoyarlo si había golpe, el mismo doctor nos lo había dicho en El Cañaveral, ya que siempre tocábamos el tema. Si el Regimiento Buin veía una reacción de la gente a favor del gobierno iba a apoyarnos”.

Roberto se sitúa en el Ministerio junto a Manuel Cortés (Patán), Julio Soto (Joaquín) y otros compañeros. Desde ese edificio disparan los GAP esa mañana, armados con fusiles AK-47 y una ametralladora punto 30. Para evitar ser detectados disparan ráfagas desde una ventana e inmediatamente se ocultan, cambian de piso y de ventana, repiten la operación y se vuelven a ocultar. Creen que así aparentan ser más. Cuando los defensores de La Moneda están tirados en plena calle Morandé, un tanque intenta pasarles por encima y desde lo alto el grupo realiza los últimos disparos, que hacen desistir al tanque y ocultarse a los militares. Ahí dan por terminada la lucha. Esconden las armas, se asean y bajan mezclándose con los funcionarios del Ministerio. Con ellos salen, aunque los militares les ordenan dejar los carnés de identidad. Han escapado.

Marcelo Schilling (Gastón), hijo de agricultores, estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Chile en los años sesenta. El director de la Escuela es Ricardo Lagos Escobar y hay profesores tan distinguidos como Carlos Matus, Carlos Altamirano y Clodomiro Almeyda Medina. Milita en la segunda comuna en el regional Santiago Centro, y el partido lo manda al GAP. El dispositivo de defensa presidencial “era originalmente como Allende lo definió: su grupo de amigos personales. ¿Quién lo integraba? Rodolfo Ortega, que después terminó como gerente de LAN Chile; Osvaldo Puccio padre, Arturo Jirón, Óscar Cacho Soto, Eduardo Paredes, el Perro Olivares, el Negro Jorquera, Enrique Huerta y algún otro que se me escapa y que la historia reivindicará. No te puedo negar ni afirmar que Jaime Suárez estaba. El grupo se constituyó entre el momento en que Allende es electo y el que asume, pues pasan muchas cosas raras. No solo el asesinato del general René Schneider y la organización de grupos paramilitares y conspiraciones para evitar la asunción de Allende, también en su propio domicilio hay un incidente: a raíz de alguna alerta de peligro, la gente que se suponía que lo protegía [los detectives] en vez de apuntar hacia donde provenía el peligro apuntó a Allende. Entonces se dijo ya, esto no puede ser”.

El GAP se constituye con un mando colegiado entre miristas y el ELN. Por el MIR está Max Marambio (Ariel Fontana) y por el ELN Domingo Blanco Tarres (Bruno), Jaime Sotelo (Carlos Álamo) y Francisco Argandoña (Mariano Véliz). Esta conducción hace crisis y el partido toma dos decisiones importantes: que salgan los miristas y que el ELN se subordine a la conducción del partido.43 Para apoyar el cumplimiento de esta doble misión destinan a Schilling y a Víctor Olmedo, gran amigo suyo, entre “gente de la Universidad Técnica, de los secundarios, llegaron dirigentes campesinos, pescadores, mineros”.

Los GAP debían ser militantes convencidos y dispuestos a enfrentar situaciones complicadas. “Podía pasar un año sin que pasara nada y finalmente, como ocurrió, se nos vino el cielo encima –dice Schilling–. La gente estaba dispuesta a jugársela hasta las últimas consecuencias. Eso era lo elemental. Después se la entrenaba en algunas técnicas de defensa personal, tiro, algo de táctica, sobre todo cosas de defensa, porque era un grupo de protección, no un grupo de ataque. Era un grupo dispuesto a dar la vida, pero cuya capacidad de combate, de defensa, no era muy alta. Pero nosotros creamos un mito que disuadía”. A medida que se deteriora la situación política surgen diferentes visiones sobre el papel del grupo en un conflicto real. En esas circunstancias se le pide a Marcelo Schilling que abandone el GAP.44 Se va a Chuquicamata con Manuel Cortés y Francisco Gómez porque el gobierno sospecha de una actividad saboteadora muy fuerte de la derecha allí. Los mandaban como inspectores en prevención de riesgos, o a Recursos Humanos, Bienestar, a las pompas fúnebres o al Hospital de Chuquicamata, y así descubrieron el núcleo de saboteadores.45

El martes 11, Patán combate en el Ministerio de Obras Públicas y Fernando se ve obligado a ocultarse en casas de familiares y amigos en Puente Alto para salvar la vida. Schilling (Gastón) está en Arica. Enterado del golpe, pide un salvoconducto para ir a Chuquicamata porque piensa que debe trasladarse a su lugar de trabajo. “Cuando llegué había un desorden general, la gente se había entregado, era un desastre. Empezó a salir en la radio con bastante frecuencia que tenía que presentarme y si no lo hacía iba a ser ejecutado donde me encontraran. Visité a algunos de los que estaban en sus casas o les mandé recados con sus mujeres diciéndoles que teníamos que salir o nos iban a matar a todos. Me contestaban cosas como ‘yo soy ingeniero’, ‘yo soy abogado’, como si fueran títulos nobiliarios que los protegían de todo. Decidí salir por mi cuenta. Me hice de un auto y con la complicidad de un militar pude salir con salvoconducto a Santiago”.46 Debe pasar a la clandestinidad y, después, al exilio en México. Con los años se convertirá en uno de los principales dirigentes del Partido Socialista renovado.

El martes 11, como todos los días, de uniforme y con un cuaderno en la mano, el escolar José Enrique Acosta se dirige al Liceo José Victorino Lastarria en Providencia. Va porque su segundo medio es el único curso que se niega a acatar el paro de la Feses que los alumnos han votado. Como no tiene la costumbre de oír radio en la mañana, no sabe que hay golpe. En Avenida Salvador con Providencia no hay micros, sí autos con banderas chilenas tocando bocinas. En la puerta del liceo los inspectores le dicen que se devuelva, pero no va a su casa sino a La Moneda. Cree que es un nuevo Tanquetazo, y como aquel 29 de junio no fue, ahora quiere ir a apoyar a su gobierno, aunque no sabe cómo. Va al Correo 21, oficina de Correos de Chile en la esquina de las calles Moneda y Morandé, donde trabajan dos tíos. Ve pocas personas, que marchan en silencio, mirando el suelo. En Plaza Italia hay una persona muerta, tapada con diarios. En medio de la calle, un tanque apuntando al oriente.

Mira la hora, falta poco para las nueve de la mañana. Frente a la Universidad de Chile hay otro cadáver. Es un suplementero al que le llegó un balazo, alcanza a escuchar. Un grupo de militares cruza de San Diego a Bandera con los fusiles apuntando al suelo. Siente miedo, pero continúa. Por Ahumada llega hasta la Plaza de Armas, donde algunas personas escuchan una radio a baterías. En un quiosco que está cerrando compra Ramona, la revista de las Juventudes Comunistas. El quiosquero se la pasa doblada, como anunciando la clandestinidad. Le llama la atención que la calle no está cerrada y que pasa gente. Llega al Correo 21.

Está repleto de funcionarios y gente que ha ido a realizar trámites y no puede salir. Los tíos no han podido llegar. Hay tensión y miedo. Por Radio Agricultura escucha la repetición del Bando n°1. Luego se oyen cañonazos, y comienza a oler a quemado. Baja al subterráneo, donde, como en las películas de la Segunda Guerra Mundial, espera el bombardeo anunciado. Poco antes del ataque entra una patrulla militar en tenida de combate. La gente, dando por hecho la división de las Fuerzas Armadas, se pregunta si serán leales. En el bombardeo el edificio se mueve con un ruido estremecedor. Exactamente a las tres, lo sabe porque mira el reloj, deja el recinto por el medio de un callejón de militares con cuello azulino. El joven se pregunta de qué bando serán, porque los anteriores tenían un cuello anaranjado.

 

Mira brevemente hacia La Moneda humeando y se sobrecoge. A media cuadra de Morandé ya no hay presencia militar. Dos mundos en menos de una calle. Va hacia su casa en Avenida Italia. En Plaza Italia sigue el tanque apuntando al oriente. ¿Estará en pana? En la esquina de Condell con Ricardo Matte Pérez ve otro tanque, que ha derribado un pilar de cemento en la entrada de una casa de la editorial Quimantú. No hay un alma. Llega a las seis a su hogar. Su padre, como todos los días, está regando el pasto. A principios de los años ochenta José Enrique Acosta (Juan Carlos) se convertirá en uno de los dirigentes más importantes de la Juventud Socialista en la clandestinidad.

El “Viejo Carlos” es un obrero zapatero de la comuna de Puente Alto. Sabe que “hay olor a pólvora” y ha estado preparando algunas cosas que tenía para defenderse, pero no piensa que el golpe será tan pronto. Con los compañeros estimaban que alrededor del 19 de septiembre podía ser. El martes se levanta temprano y Radio Corporación le da la noticia. Mira a sus hijos y a su mujer como despidiéndose y se va a la Municipalidad de Puente Alto, donde se desempeña como ayudante del jefe de personal, decidido a defender el gobierno por el que tanto ha luchado. Allí echan algunos “fierros” (armas) en un camión basurero que era blindado, esperando salir, pero carecen de un plan. Pronto advierten que no hay tropas leales a quienes apoyar, y se quedan esperando hasta que al comenzar la tarde se juntan en el fundo Las Nieves. Para resistir en ese lugar habían comprometido su asistencia alrededor de 400 militantes de la Unidad Popular. Solo llegan unos cuarenta militantes del Partido Socialista. Deliberan, piensan ir a apoyar la lucha en Santiago, pero prima el sentido común y se quedan. Al otro día, una persona que hoy es importante en el partido lleva la orden de “echar todo al canal, fondear todas las cosas, y el que pudiera, asilarse”. Para el “Viejo Carlos” empieza la lucha clandestina.

También en Puente Alto, “Francisco” va a cumplir ocho años. Conoció a Salvador Allende cuando tenía siete, en el Estadio Nacional, durante la Unidad Popular: “Estuvimos cerca de él en las tribunas. Lo veía como un dios, todo el mundo lo veía de esa manera, y los adultos lloraban”. El 11 de septiembre, “mi papi nos junta, y nos dice que tratemos de limpiar la casa. Ya había un ambiente pesado, y él para no asustarnos nos dice que vienen problemas muy serios, y nos recomendó que si preguntaban por él dijéramos que no sabíamos nada, que trabajaba para afuera. Nos preparó, en varias oportunidades nos repitió eso porque era probable que fueran los carabineros o los militares, nos dijo que teníamos que ser firmes. Mi papá desaparece en la mañana temprano, y nosotros no fuimos a la escuela. Mi mamá estaba en la cocina escuchando la radio despacito para que no se oyera afuera”. A fines de los setenta, viajará a Bulgaria, estudiará en la escuela militar, llegará a teniente y volverá a Chile para integrarse a los grupos clandestinos del Partido Socialista.

Óscar de la Fuente, secretario general de la Confederación Campesina e Indígena Ranquil, es un campesino nacido en un fundo de Calleuque, cerca de Molina, el quinto de once hermanos, y trabaja desde los quince años. Con la Ley de Sindicalización Campesina de 1967 la actividad política aumentó bruscamente en el campo. “Hacíamos lo de los canutos [miembros de las iglesias evangélicas], los domingos nos montábamos en la bicicleta y nos íbamos a los fundos a conversar con los campesinos. Yo sabía de sindicalismo porque había leído el Código del Trabajo, era rey en el país de los ciegos”. Tiempo después se inscribió en el Partido Socialista –“Me vine a Molina y llené la ficha”– y durante la UP se convierte en el principal líder campesino del partido; en 1973, la Ranquil es la mayor organización campesina del país. Él debe encabezar la generación de recambio pues la anterior cumple tareas en el gobierno.

Ha ido a Santiago por asuntos de trabajo y la mañana del golpe se dirige a la oficina de la Ranquil, en la calle Dieciocho, a metros del Regimiento Tacna. “Cuando llegué a la esquina de la cuadra siguiente me di cuenta de que estaban en la calle los militares quemando cosas frente a la oficina. Fuimos vanguardia, fuimos de los primeros que nos quemaron las cosas en la calle”. Retrocede y se encuentra de casualidad con Luis Jiménez (Chico, Pescado), que es de su zona, y como tenían un auto de la Confederación partieron por la Panamericana hacia el sur. Los pararon varias veces los carabineros, y les decían que eran de Talca. Al llegar Jiménez entregó el vehículo a los carabineros “porque era un auto fiscal, cómo serían las pelotudeces que hacíamos”. Pasan la noche en la casa de un conocido en Pelarco, luego se van a Molina caminando entre fundos; se reúnen con el alcalde, dirigentes y campesinos que esperan instrucciones. El grupo discute si entregarse o no. Saben que los buscan por las calles, llaman por altoparlantes y emiten bandos locales. Deciden entregarse y así lo hacen todos excepto Pescado Jiménez, quien ha participado en un curso militar en Cuba. Ambos evalúan trasladarse a Santiago, pero Óscar no tiene vínculos en la capital. Tiempo después, cuando recupere la libertad, será contactado por Jiménez y será uno de los altos dirigentes en la clandestinidad.

Como muchos otros en los sesenta, la familia de “José Manuel”, de Osorno, era más allendista que socialista. Él milita en la Juventud, que en Osorno es fuerte y está muy organizada: incluso algunos militantes, como Carlos Bongcam Wyss, secretario regional de Osorno, debieron pasar a la clandestinidad en agosto por una orden de detención emanada de la Fiscalía Militar.47 Durante la UP trabaja en el Frente Interno y se instala en Santiago a laborar en el Servicio de Seguro Social (ex Seguro Obrero), donde conoce a su gran amigo Gregorio Gaete, hoy desaparecido. Cuando ya se veía venir el desenlace sangriento, Gaete lo integró en “un trabajo no sofisticado, pero delicado, para proteger las tareas del partido”. Por ejemplo, proteger las bombas de bencina. “Me tocó en una bomba de bencina en Santa Rosa. Me tocó laborar con soldados de la Fuerza Aérea. Había algunos que eran muy contrarios al gobierno, muy reaccionarios, pero mi tarea no era convencerlos de que era bueno lo que estaba haciendo la Unidad Popular. En ese minuto había que evitar que el país se paralizara y aprovechar que los soldados brindaban protección a las bombas. Trabajé con ellos amistosamente, pero cada uno en su rol; estaba la cancha rayada”.

Hasta la gasolinera llega Sara Montes, importante dirigente de la JS, para encomendarle la tarea de dar entrenamiento paramilitar a la militancia, aunque “José Manuel” sabía muy poco de eso y no disponía de armamento para enseñar. La Juventud Socialista cree que el golpe será el viernes 14 de septiembre. Sara, contra el tiempo, quiere tener compañeros con un mínimo conocimiento en el uso de armas. Pero ya era tarde.

Acuerdan que el martes 11 van a salir a dar instrucción con lo que tuvieran a mano. Temprano esa mañana lo despierta un tío y le da 5.000 escudos. “Me despedí con mucho sentimiento, muy agradecido, y me fui”, recuerda “José Manuel”. Llega al local del Comité Central en San Martín con Gregorio Gaete, pero ya no había nadie más que el Viejo Valenzuela, el histórico portero del partido, que abandona en silencio la sede que no se volverá a abrir. Parten al Servicio de Seguro Social, su lugar de trabajo. “Teníamos fusiles AK, pero la posición de tiro en la esquina de Morandé y Moneda y las escasas instrucciones en el manejo de esa arma no nos permitieron sacarle provecho. O sea, tú puedes tener un armamento muy pesado, de muy buena calidad, pero si no tienes una preparación militar adecuada para usarlo te sirve de poco. El grupo nuestro era de seis personas y en los pisos de arriba creo que había más gente”.

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