La vida con otro nombre

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Domingo 9 de septiembre

En la mañana del domingo 9, Eduardo Gutiérrez, estudiante de Odontología en la Universidad de Chile, miembro de la Brigada Universitaria Socialista (BUS), cuyo jefe era Luis Lorca, concurre al Estadio Chile, al acto de clausura de un pleno del regional Santiago Centro del partido. “Era un acto masivo, donde Carlos Altamirano [secretario general del PS] dijo que se iba a reunir las veces que fuera con los amotinados [marinos que permanecían detenidos y acusados por sus superiores de conspirar para tomarse la Escuadra]. Y todo el mundo estaba de acuerdo. Al otro día en la Fech se evalúa que la cosa estaba mala. Pero también había la sensación de que la situación económica podría repuntar, porque septiembre era el mes que estaba marcado para el golpe: si pasaba ese mes la derecha se iba a derrumbar, porque llegábamos al otro año”.

Darío Contador también participa de esa actividad junto a sus compañeros de la Juventud Socialista del regional Santiago Centro. En medio del acto, se retira del recinto con otros integrantes de la Juventud en señal de molestia con el discurso del senador Altamirano.21

Lunes 10 de septiembre

En la tarde, el escultor Lautaro Labbé, encargado de la seccional Museo Bellas Artes, que cuenta con 45 militantes, se dirige a la sede del regional Santiago Centro, en la calle Compañía frente al Liceo n° 1 de Niñas Javiera Carrera. “Ahí estuvimos encerrados hasta las cinco o seis de la tarde, sin almorzar, esperando armas”. Luego al grupo lo mandan a la sede del Comité Central en la calle San Martín. Ahí, “estuvimos como hasta las siete de la tarde y no pasaba nada, hasta que nos dijeron vuelvan a sus seccionales. Empezaron a dar instrucciones porque ‘el golpe viene’”.

Como todos los militantes socialistas, Lautaro sabe que viene el golpe, pero no calibra sus dimensiones. Piensa que los golpistas ocuparán La Moneda y los edificios públicos, que después se harán elecciones y eso “sería todo”.

Esa noche en Santiago no había transporte público. “Salgo de la reunión y las calles están desiertas, ni un alma, ni un paco, nada. No hay gente en ninguna parte, no hay autos circulando, no hay trasnochadores en el barrio alto ni en Las Brujas. Está todo cerrado, es algo totalmente inusual. Hay un silencio total en Santiago. Como a las 2:30 de la mañana, en la terraza de mi casa, me quedé mirando Santiago iluminado, escuchando, silencio absoluto, muerta la ciudad”.

Enrique Ramos, obrero mueblista, “eleno”, alias Manuel, quien con unos amigos había caminado de Santiago a Puerto Montt para celebrar el triunfo de Allende, es parte de la escolta presidencial y está en La Moneda. A eso de las seis de la tarde sus jefes le dan autorización para irse a casa. “Me empiezo a dar vueltas porque no tenía quién se hiciera cargo de mis armas. Nadie nos había dicho que las dejáramos, pero habían pasado cosas, además que había una ley de control de armas. Entonces me pilla Carlos Álamo [Jaime Sotelo] que estoy dando vueltas, en el fondo no tenía ganas de salir. Rodolfo [Hugo García], un compañero que ahora está en Francia, se queda con mi subametralladora, la pistola y el cinturón con las balas, los cargadores, todo”. Sale poco antes de las siete por la puerta de Morandé 80 y se topa con el general Augusto Pinochet, que va entrando.

A las nueve de la noche, en San Felipe, Waldo, que ha sido soldado profesional y trabaja en la Compañía Minera Andina en Río Blanco (hoy Codelco Andina), comparte unas pílsener en un bar cerca de la estación de trenes con su amigo y compañero socialista a quien llaman Mexicano, y quien durante 1972 recibió entrenamiento militar en Cuba. Conversan sobre los constantes estados de alerta, que ya cansan, y creen que sería mejor una decisión rápida del conflicto, pero no se imaginan cómo será.

De pronto sienten ruido de vehículos pesados y salen a mirar. A lo lejos, en la carretera con dirección a la capital, divisan varios camiones del Regimiento Yungay n° 3. El Ejército se traslada a Santiago. Pagan, suben a sus bicicletas y parten raudos a informar lo que han visto al profesor Vargas, secretario del regional Aconcagua del partido. Para él, esos antecedentes no son una sorpresa, como cuenta Héctor Urbina, otro militante. Hace ya unas horas, “un militar de confianza del PS, que tiene acceso a información porque trabaja en la plana mayor del Regimiento Yungay, que está acuartelado, cuando se le autoriza a ir a su casa a buscar sus cosas se contacta con Castillo, uno de los dirigentes, y le dice que el regimiento va para Santiago y que en la oficialidad hay ánimo de golpe”.

Llaman al Comité Central e informan. Después de hablar con sus dirigentes en la capital salen a la calle Urbina, Castillo, Vargas y otros compañeros, desencantados por la indolencia que dicen haber notado entre los compañeros de Santiago. Urbina recuerda que hasta ese momento la alerta vigente era la dos, que según su percepción no era muy grave.

Luz Arce, integrante de uno de los grupos especiales de apoyo a la Comisión Política (GEA), y más tarde colaboradora de los aparatos represivos, está a las diez de la noche en la central de comunicaciones del Partido Socialista en la calle San Martín, a pocas cuadras de La Moneda: “David, Ignacio y yo escuchamos la información que nos transmitió Toño. El télex [del partido] funciona a todo vapor. De todas las seccionales y regionales del país donde había militantes de turno en la noche llegaban informaciones acerca de movimientos de tropas y se solicitaban instrucciones”.22

A esa misma hora en Los Andes, al regidor (concejal) socialista y exalcalde Luis Muñoz González le cuentan que por la carretera va una caravana de vehículos del Regimiento Reforzado de Montaña n° 18 Guardia Vieja. La columna se desplaza con las luces apagadas. Muñoz llama a Vital Ahumada, gobernador socialista de Los Andes. Este se comunica con el Ministerio del Interior y con el senador Altamirano, y les relata el hecho. En su libro de conversaciones con Patricia Politzer, Altamirano recuerda:23

“Mientras comía en la residencia del embajador cubano, Raúl García Incháustegui, empecé a recibir numerosas llamadas telefónicas para informarme de los movimientos de tropas que se estaban produciendo por todos lados, en Los Andes, en Santiago, en Valparaíso. Entre las 10 y las 12 de la noche llamé a Tomás Moro tres o cuatro veces para comentar con Allende la gravedad de lo que estaba pasando, pero él insistía en que se estaban tomando todas las medidas (...) Yo estaba convencido de que el Golpe ya estaba en marcha...”

Habría muchas otras llamadas similares. Luis Urtubia, que dice haber sido el último miembro de la Comisión Política en retirarse de la sede en San Martín, confirma estas versiones; también le llegan rumores desde la Fach. Llama insistentemente a los teléfonos de La Moneda y no contestan. Se marcha desencantado a casa.

Silvio Espinoza, de la dirección del regional Santiago Centro, está de turno en la sede del partido. Es obrero en una barraca de vidrios e hijo de un dirigente ferroviario socialista. A las tres de la mañana recibe una llamada de un compañero de Valparaíso, quien le comunica que el golpe ya empezó en esa ciudad. De inmediato comienza a llamar a los demás dirigentes del regional: Juan Bustos, Roberto Morales, Tito Drago y otros. Como a las ocho de la mañana se dirige a La Moneda y se da cuenta de que el palacio está rodeado y se va a la sede del Comité Central en San Martín, pero nadie se aparece por allí a dar instrucciones. Entonces, junto con un compañero de la séptima comuna, se van hasta la Fundición Libertad, que era el “centro de resistencia” antigolpista asignado a su regional.

Allí se reúne con Benjamín Cares, quien es interventor de la Fundición Libertad. Se ha congregado un grupo de militantes y algunos obreros. Entre todos tienen tres pistolas y ninguna arma de guerra.

Durante el día recorren el dial buscando informaciones. Esperan algún grupo de las Fuerzas Armadas que permanezca leal al gobierno. No tienen ningún plan, excepto permanecer juntos hasta que lleguen las armas prometidas y se haga claramente visible el segmento militar que apoya a la Unidad Popular. Como hasta las cuatro de la tarde ninguna de las dos cosas pasa, deciden replegarse. Antes de salir, entregan orientación para que los militantes lleguen más rápido y seguros a sus casas, fijan contactos posteriores con dirigentes seccionales y recomiendan que esperen instrucciones y permanezcan atentos a la radio por si se activa una emisora leal. Luego se dispersan.

Meses después, Silvio Espinoza será convocado para realizar tareas partidarias en la clandestinidad, etapa en la que, con el alias de Elías, se convertirá en uno de los principales dirigentes del PS.

El joven abogado Eduardo Loyola, originario de Chillán, de padre de izquierda pero no militante, se desempeña como ejecutivo del área de relaciones industriales de la Minera Disputada de Las Condes, que pertenece al área mixta de la economía nacional. Se había vinculado a la Juventud Socialista en el liceo, en Chillán; luego estudió Derecho en la Universidad de Concepción. Ese lunes, recuerda, había mucha tensión en las oficinas de la compañía en Bandera 60, a una cuadra de La Moneda, porque se comentaba el discurso de Altamirano el día anterior. Pensaba que algo grave iba a suceder pronto. “Viví ese lunes como el preámbulo de una tragedia. Fue un día dramático en que tú olías la tempestad, pero no podías precisar si era tan inminente. Todos sabíamos que algo iba a ocurrir”.

 

Allende come y trabaja hasta muy tarde con sus asesores más cercanos en la residencia presidencial de Tomás Moro n° 200. Numerosos informes dan cuenta de movimientos de tropas, pero desde el Ejército dicen que son normales.

Martes 11 de septiembre

A eso de las seis de la mañana, Eduardo Loyola recibe un llamado del compañero Ricardo Valderrama, fiscal de la minera. Dice que lo pasa a buscar porque “la cosa viene mala”. Van a las oficinas de Bandera para intentar asegurar la integridad de los trabajadores. Loyola no tiene formación alguna para disparar, por lo que le resultaría imposible enfrentar a soldados armados. Llegan militares y los obligan a abandonar el lugar. Hasta ese momento no ha recibido instrucciones del partido. Camina hasta la Alameda, donde toma una micro hasta su casa en Tobalaba, cerca del Hospital Militar. Abraza a su esposa y a su hijo. Aún hoy recuerda nítidamente el sonido de los aviones y los disparos en el centro de la capital. Desde su vivienda intenta comunicarse por teléfono con los compañeros, sin éxito.

Al levantarse el toque de queda, va con el fiscal Valderrama a la compañía para entregarla formalmente a las autoridades militares y a los socios franceses de la empresa. Después se vinculará con el Comité Pro-Paz y con la Vicaría de la Solidaridad. Nunca será clandestino, pero con los años se convertirá en uno de los dirigentes más importantes del partido en la ilegalidad.

Valparaíso, dos de la mañana. Juan Bustos, uno de los detectives más confiables del gobierno, prefecto jefe de Investigaciones de la ciudad, enviado al puerto para seguir con atención los movimientos de la Armada y de Patria y Libertad, recorre las calles junto a Luis Vega, abogado de la Intendencia, y comprueba que los puntos estratégicos han sido ocupados por infantes de marina. Estos ya montan guardia en los edificios públicos, han cortado los teléfonos y acallado las emisoras que apoyan a la Unidad Popular. También advierten que la Escuadra, que ayer se negaba a zarpar para participar en la Operación Unitas y que solo lo ha hecho después de múltiples presiones del gobierno, ha retornado.24 La Armada ha dado inicio al golpe.

Dice Samuel Riquelme, entonces subdirector de Investigaciones: “Yo había estado en el servicio botando cosas hasta cerca de la una de la mañana; a esa hora decidí ir a descansar un rato a mi casa, estando atento a cualquier llamado. Juan Bustos es el que llama y me dice ‘Mire, subdirector, está tomado Valparaíso por la Infantería de Marina’. Yo estoy solo, no está el director del servicio [Alfredo Joignant] en ese momento. Entonces me comunico con el Presidente, y él pregunta (…) ‘¿Cómo está el servicio?, ¿cuál es la disposición del servicio?’. Le digo: ‘Presidente, la disposición del servicio es la que tuvo cuando se produjo el Tanquetazo’. Pero era poco lo que podíamos hacer porque no teníamos los elementos para hacer una resistencia armada firme y sólida a las Fuerzas Armadas”.

Santiago, seis treinta de la mañana, suena el teléfono en el despacho presidencial de Tomás Moro. Es el general subdirector de Carabineros, Jorge Urrutia, y contesta el socialista Hugo García (Rodolfo), el GAP de turno en el despacho presidencial. El llamado hace que Allende parta con su escolta hacia La Moneda. Es tal la premura que muchos guardias salen a medio vestir. El Presidente ya sabe que la Marina ha aislado Valparaíso y cree que tropas de la infantería de la Armada, al mando del contraalmirante Sergio Huidobro Justiniano, se dirigen a Santiago, y que algunos regimientos del Ejército también se mueven hacia la capital. Confía en que Pinochet encabezará la defensa del gobierno, como lo había hecho el general Prats durante el Tanquetazo. También espera que Carabineros se mantenga de su lado, como se aprecia en su primera alocución de esa mañana, en la que destaca que el alto mando policial se encuentra en La Moneda. Finalmente, dice, espera que los soldados de la patria sepan cumplir con su deber.

En la madrugada, Carlos Altamirano se comunica con el senador Adonis Sepúlveda, su segundo en la pirámide de mando del PS. Intercambian informaciones y acuerdan reunirse a las siete de la mañana con la Comisión Política en un local que tenían contemplado para emergencias.

Sepúlveda comprende que la hora de exponer su propia vida ha llegado. Es un fogueado cuadro político, que adhirió muy joven a la vertiente trotskista del marxismo internacional. Ha sido dirigente muchos años, y en 1965, en el Congreso de Linares del PS, redactó la tesis política que resultó triunfadora, la que puso en cuestión la vía electoral para que la izquierda alcanzara el poder. Al amanecer, toma sus armas y una caja con proyectiles y se sienta a esperar que sus dos “gapitos” pasen a buscarlo para llevarlo al lugar de reunión. Pero sus guardaespaldas no llegan. Llama a su yerno, el médico Ricardo Pincheira (Máximo), responsable del grupo de inteligencia del partido y de la Presidencia de la República, que se conoce como “el aparato”. Máximo lo recoge.

En Tomás Moro, la joven militante socialista e integrante del GAP Elba Moreno (Mirtha), telefonista en la residencia presidencial, se despierta con el ruido de autos preparándose para partir. Se levanta muy preocupada porque escucha decir que el Presidente ha afirmado con mucha tristeza que “esto no da para más”. Se queda con Hortensia Bussi, la esposa de Allende, y una de sus hijas, Carmen Paz. “Nosotros no sabíamos qué hacer –cuenta–. No sabíamos dónde estaban los jefes, no nos habían dado órdenes de qué hacer en caso de que hubiera que abandonar la casa. Creo que la señora Hortensia no se quería ir cuando la fueron a sacar los detectives”.

Por decisión propia empiezan a romper papeles con números de teléfono: “Queríamos quemarlos pero no conseguimos fósforos, de las pocas personas que quedaban nadie tenía fósforos, ni la mamá Rosa [antigua empleada de Allende] ni la Nena [Elena Araneda, integrante del GAP] ni ninguno de los compañeros. Todos dicen ‘no tengo, si a mí Campitos me pidió los fósforos’, ‘si a nosotros también nos pidió los fósforos’. Campitos era el cocinero que atendía al Presidente Allende, que era milico no sé de qué. Sé que hasta el último momento andaba Campitos en la casa, después no lo vimos más”. Lo más probable es que el misterioso cocinero fuera un agente de la inteligencia naval, que acumulando los fósforos intentó evitar que se quemaran documentos importantes.

Mirtha recuerda que a media mañana un helicóptero rondó la casa, que los compañeros del GAP le dispararon y que la nave se alejó echando humo.25 “Cuando se dieron cuenta de que había gente y que tenían armas, llegaron los aviones y bombardearon. Nosotros estábamos al lado de la central telefónica, en un pequeño comedor, bajo una mesa, sin saber qué hacer, esperando que en cualquier momento cayera una bomba y desapareciéramos”.

Rato después, “salimos de la casa y vemos llegar una camioneta que no había podido llegar a La Moneda porque a algunos compañeros los habían agarrado, así que se habían devuelto. No estoy segura de si estaba Rubén [Alejandro García], pero sí estaba Cristián, que era pariente de Carlos Álamo [Jaime Sotelo]. Entonces Cristián dice ‘tenemos que salir de acá, ya vienen acercándose los milicos’. Yo no sé si alguien los mandó a sacarnos o llegaron por su cuenta”. El grupo se marcha hacia las industrias de la zona sur de Santiago para apoyar la resistencia socialista en esos lugares. Con ellos va Luisito [Félix Vargas], quien ha resultado herido en la cabeza por una esquirla y Mirtha lo ha curado poniéndole un parche enorme, porque sangraba mucho.

A las siete de la mañana se reúnen algunos miembros del Comité Central en el local de la Corporación de Mejoramiento Urbano (Cormu) en Portugal esquina Diagonal Paraguay (hoy, la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile), encabezados por Carlos Altamirano. Están además Adonis Sepúlveda, Exequiel Ponce, Ariel Ulloa, Rolando Calderón, Arnoldo Camú y Hernán del Canto, entre otros.26

El senador Eric Schnake, director de Radio Corporación, se encuentra en las instalaciones de ese medio frente a La Moneda. Otros integrantes del Comité Central llegan hasta Fensa-Mademsa en la calle Cinco de Abril, en Maipú: el economista Víctor Zérega, el sociólogo Gustavo Ruz, el doctor Jorge Mac-Ginty y el abogado y diputado Alejandro Jiliberto.27 Luis Urtubia arriba a un colegio en Recoleta, convencido de que allí debía juntarse el Comité Central.

En la Cormu, la Comisión Política discute sus opciones para sortear la asonada golpista. En las puertas del repliegue general, acuerdan no entregar el gobierno sin luchar. También deciden que uno de ellos debe ir a La Moneda a hablar con Allende: será Hernán del Canto, que ha sido ministro y es una persona de confianza del Presidente. Máximo, jefe del dispositivo de inteligencia, va con él porque debe ir a ocupar su puesto al lado del Presidente de la República.28 Del Canto debe preguntarle a Allende sobre las dimensiones del golpe, saber si todos los militares estaban embarcados en él, pedirle que salga de La Moneda y se atrinchere en alguna población o en el Regimiento Buin, que ellos creen permanece leal.29 Asimismo debe avisarle que el partido ha dado instrucciones para presentar resistencia en la medida de sus posibilidades.

Del Canto, de tendencia moderada (“Estaba en el mundo sindical y ese es un mundo de acuerdos, de entendimiento entre las partes”), aunque en 1967 llegó a tener una orden de detención por encabezar una huelga nacional de la Central Única de Trabajadores (CUT) en oposición a la política de Frei Montalva de ahorro forzado de los trabajadores, conocida como los “chiribonos”, dice que lo pasaron a buscar y cuando llegó a la sede del partido en San Martín “ahí ya los compañeros estaban tratando de sacar listas, de sacar todo, quemando libros”. Luego se va al local de la Cormu y allí se entera oficialmente de que hay golpe; “en la mañana no había carabineros ni militares en las calles, no había mucho movimiento”.

“El Presidente caminaba para todos lados –dice del Canto–. Cuando los militares notificaron que iban a bombardear La Moneda es cuando hace su discurso. Le dije a Augusto Olivares que esa era su despedida. Y ese discurso fue completamente improvisado, ni un papel, ni una pluma, nada. Cuando terminó entramos a la sala donde trabajaba, los dos solos. Me dijo ‘los militares, ya ve usted’, (…) ‘si los socialistas van a luchar, luchen…’ y que ‘en ninguna circunstancia, por ninguna razón saldré de aquí, yo soy el Presidente de Chile’”.

Con esa respuesta regresó Del Canto donde sus compañeros. Eduardo Coco Paredes lo mandó en un auto con chofer estacionado en Teatinos con Huérfanos, porque “ya los carabineros estaban contra nosotros”. Máximo se quedó en La Moneda. Del Canto dice a los demás que en La Moneda no hay ninguna posibilidad de hacer una defensa efectiva. Lo que tenían que hacer era organizarse en bloques. “Unos se van al cordón Cerrillos, otros al cordón Vicuña Mackenna, otros al de San Miguel. Así nos vamos todos”. La idea era luchar, realizando algunas acciones que permitieran apoyar a Allende en La Moneda.

Camú, Calderón y Ponce se dirigen a la fábrica Indumet a una reunión con representantes de otros partidos de la Unidad Popular y el MIR. Del Canto va con Sepúlveda y Altamirano al estadio de la Cormu en el Llano Subercaseaux, cerca del Matadero Lo Valledor. “Altamirano no hablaba, estaba mudo, no decía ninguna palabra. En el Llano Subercaseaux empezaron los helicópteros a rondar. Entonces salimos y nos fuimos a la casa del compañero José Pedro Astaburuaga en San Miguel. Tener a estas tres personas en tu casa era, francamente, una improvisación completa”.30 Poco después, Del Canto deberá abandonar esa casa y buscar refugio en la de su madre, a pocas cuadras de ahí. Al año siguiente seguirá siendo uno de los dirigentes más importantes del PS chileno desde Berlín Oriental.

La Comisión Política ordena que se repartan las pocas armas con que cuenta el partido, y que el aparato militar que se encuentra en el Llano Subercaseaux vaya hasta Indumet, forme una columna de combate reforzada con obreros y se dirija al centro de la ciudad para romper el cerco de los golpistas en torno a La Moneda. Disponen hacer un llamado al pueblo a defender el gobierno constitucional. Lo haría Adonis Sepúlveda por Radio Corporación, la emisora de la colectividad.31

 

En esos momentos la situación en la emisora es de alerta extrema. Dice Eric Schnake, presidente de la radio, en sus memorias: “Durante la noche del 10 al 11 de septiembre habíamos mantenido en Corporación la potencia de 50 KW en antena, para ser bien escuchados en todo el país e, incluso, en el extranjero. A medianoche, después de hablarlo con Carlos Altamirano, di la alarma de combate previamente establecida [la repetición cada cierto tiempo de un tema musical] y comunicada a todos los regionales y lugares de importancia estratégica para el partido. Pusimos en alerta permanente a los corporitos (renoletas de la radio), con un periodista en cada uno”.32 Pero la proclama de la Comisión Política no sale al aire porque la planta de la radio es bombardeada a primera hora. Una frecuencia de la radio en FM, que tenía poco alcance, llama incesantemente a la lucha, pero pocos la oyen.

Los sucesos se desencadenan con rapidez. Augusto Pinochet aparece comprometido con los golpistas, y a eso de las ocho de la mañana se ha comprobado que los encabeza.33 En las Fuerzas Armadas no se encuentran unidades leales. Quizás las únicas excepciones son el coronel Efraín Jaña Girón en el Regimiento Talca y el coronel Renato Cantuarias, director de la Escuela de Alta Montaña de Río Blanco.34 Jaña le ofrece a Allende movilizar el regimiento en su defensa, pero este rechaza la oferta y le ordena que se mantenga atento en esa ciudad.35

La familia de Augusto Pinochet se encuentra en las instalaciones de la Escuela de Alta Montaña protegidas por Cantuarias. Se ha especulado con la posibilidad de que jugara a dos bandas y, en caso de que el golpe saliera mal, pensó que su familia podría pasar fácilmente a Argentina por el paso del Cristo Redentor.36

Desde media mañana Carabineros adhiere a los insurrectos. Los rebeldes, encabezados por el general César Mendoza, quien se ha designado a sí mismo director general, toman el control de la Central de Comunicaciones de Carabineros (Cenco) y desde entonces toda la institución empieza a obedecer sus órdenes: los intentos del general José María Sepúlveda, quien se encuentra en La Moneda junto al Presidente, no tienen éxito. (La orden que Allende da al general Sepúlveda de recuperar Cenco posiblemente sea la única instrucción importante de combate que entrega esa mañana.) Poco antes del bombardeo el alto mando de Carabineros abandona el palacio.

Casi veinte socialistas del GAP, diecisiete detectives comandados por Juan Seoane y los colaboradores más cercanos del Presidente, como Eduardo Paredes, Osvaldo Puccio Giesen, Osvaldo Puccio Huidobro, Enrique París, Jaime Barrios, Arturo Jirón, Carlos Jorquera, Óscar Soto, Patricio Guijón, Patricio Arroyo, Danilo Bartulin, Jorge Klein, Arsenio Poupin, Claudio Jimeno, Enrique Huerta y Miria Contreras combaten en “forma simbólica” en defensa del gobierno.37 La Moneda es indefendible: carece de troneras para disparar, y, por sus gruesas paredes, para hacer fuego se requiere exponer el cuerpo a las balas enemigas.

En La Moneda algunos quieren combatir hasta morir, otros negociar y otros discuten sacar a Allende vivo de ahí. A petición de Paredes, quien pensaba que el Presidente debía encabezar la resistencia en las poblaciones, se diseña un plan de salida de La Moneda. La idea es escoltarlo primero al Ministerio de Obras Públicas y luego al Banco del Estado, situado a un costado de La Moneda. Ahí las versiones difieren: una apunta a que el destino final es la zona sur y otra a que el objetivo es atrincherarse en el edificio del banco, que es una fortaleza.

El historiador Patricio Quiroga coincide en la versión del intento de salida: “Poco antes del bombardeo aéreo, los hombres del GAP intentaron abrir una ruta de escape. La maniobra partía en la puerta de Morandé 80, para luego atravesar la calle, entrar al Ministerio de Obras Públicas, romper por el edificio del Banco del Estado y alcanzar la calle Bandera, para luego dirigirse a la zona sur y a los Centros de Resistencia: Sumar, Indumet, Madeco. Se designaron las misiones. Por radio se comunicó a la escuadra que defendía desde el MOP [Julio Soto, Manuel Cortés, Isidro García, entre otros] que debían estar dispuestos a apoyar la maniobra. Julio Soto [Joaquín] conduciría el vehículo en que iría el Presidente. El dirigente iría protegido por Juan Osses disparando a la izquierda; Osvaldo Ramos [Manque] por la derecha y atrás Jaime Sotelo [Carlos Álamo] y J.J. Montiglio [Aníbal]. El resto debía servir como cortina de fuego. Desde el segundo piso del palacio, Daniel Gutiérrez (Jano) tendría la tarea de hacer fuego con lanzacohetes para inmovilizar los tanques. La ruta era difícil y peligrosa, pero posible. Cuando estaba por iniciarse la maniobra, los defensores se encontraron con que la puerta del Ministerio estaba cerrada con cadena y candado. Se necesitaba poco tiempo para romper los sellos, pero un tiempo suficiente para una masacre, porque Morandé era un corredor de balas, con el agravante de que frente a la Plaza de la Constitución ya se movían los tanques. Ante la situación, Allende dio orden de abortar la maniobra y regresar a los puestos dentro de La Moneda”.38

Otros sostienen que Allende nunca consideró seriamente salir del palacio presidencial.

A media mañana, en la fábrica Fensa-Mademsa de Maipú se ha reunido una parte del Comité Central junto con militantes y obreros, entre ellos Abel Santamaría. “Yo vivía en la Villa México, en unos departamentos que fueron tomados durante el gobierno de Eduardo Frei, de trabajadores de la salud. Me estaba levantando cuando escuchamos en la radio el anuncio del golpe. Me vine inmediatamente para el centro porque tenía responsabilidades que asumir y ya no se podía pasar. Tuve que regresar...”, dice este militante hijo de un oficial de Carabineros, que fue administrativo en un hospital y que había estado un mes en Cuba aprendiendo nociones de defensa y tiro. Entonces se fue a Fensa-Mademsa, uno de los centros de resistencia socialista; su misión es prestar seguridad a los miembros del Comité Central. Ya habían llegado Víctor Zérega, Jorge Mac-Ginty, Alejandro Jiliberto y Gustavo Ruz. Se daban cuenta de que cualquier resistencia se transformaría en una matanza. “Hubo un gran debate de los miembros de la Comisión Política, que finalmente tomaron la decisión de que todos se fueran”.

En Fensa-Mademsa predomina la postura de Gustavo Ruz: no estaban las condiciones para presentar una resistencia organizada y efectiva. No saben de Altamirano ni de otros dirigentes, sí saben que se combate en Indumet y en las poblaciones La Legua, El Pinar y San Joaquín, pero no conocen los alcances de esta lucha, ni tienen planes ni armamento –excepto algunas armas cortas– para apoyarlos. Cuando tienen noticias de que Allende ha muerto, como a las cuatro de la tarde, deciden dar por concluida su resistencia con un discurso de Ruz agradeciendo a todos su valentía.

“Nosotros nos quedamos ahí porque teníamos que sacar a la gente, ya que los militares iban a tomarse la fábrica –agrega Abel Santamaría–. ¿Cómo lo hacíamos? Los miembros de la Comisión Política era gente muy conocida y sus vehículos estaban lejos de la industria, así que si salían muchos autos se iban a delatar porque estaba todo acordonado”. Al finalizar la tarde, entonces, vestidos con overoles de obrero, los dirigentes socialistas abandonan la fábrica para refugiarse en una casa en una de las poblaciones cercanas a la fábrica Copihues. Al otro día, salen del área en grupos pequeños.

Luego, Abel Santamaría y Ruz se dirigen en auto al centro, dejan establecida una casa en Independencia como punto de contacto, “y después cada uno se fue a donde tenía su casa de seguridad. Al otro día nos íbamos a encontrar...”. Para Abel comenzaba una dura etapa en la clandestinidad, específicamente ayudando a Gustavo Pollo Ruz, que integrará la primera dirección clandestina. Años después Abel sería uno de los principales cuadros militares de la organización.