Los años que dejamos atrás

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Fue la Ley 18.805, del 17 de junio de 1989. Estableció indemnizaciones millonarias para los jueces de la Corte Suprema que jubilaran antes del 15 de septiembre de 1989.

En su primer artículo fijó una indemnización para estos magistrados de la remuneración total del grado y demás beneficios pecuniarios vigentes a la fecha del retiro, con un máximo de 28 mensualidades. El mismo beneficio estableció en su artículo segundo para las viudas de aquellos que fallecieron entre diciembre de 1987 y la fecha de dictación de la Ley 18.80523.

La oposición la bautizó como la “ley caramelo” y la criticó con vigor.

La defendieron los partidos y la prensa oficialistas.

Su efecto fue nítido: buena parte de los ministros más antiguos se retiraron y Rosende llenó los cupos vacantes con aquellos jueces que creía más proclives a la dictadura.

Rosende quería una Suprema dócil, una suerte de “seguro” para evitar riesgos a las autoridades salientes. El tema que más le preocupaba era garantizar que continuara la aplicación de la Ley de Amnistía de 1978 para impedir juicios por los atropellos a los derechos humanos cometidos antes de esa fecha.

El ministro Rosende logró que 12 de los 17 jueces de la Corte Suprema con que comenzó la democracia el 11 de marzo de 1990 fueran nombrados por él.

El máximo tribunal, que en dictadura rechazó miles de recursos de amparo por los detenidos, quedó en el reinicio de la democracia con facultades como nunca tuvo antes. El presidente de la entidad quedó con un asiento en el Consejo de Seguridad Nacional, que elegía a los cuatro senadores designados: tres excomandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y un ex general director de Carabineros. Además, la Corte Suprema nombraba directamente tres senadores designados –en comparación, por ejemplo, los votantes de la región Metropolitana elegían cuatro senadores–, dos de ellos exministros de este tribunal y un ex contralor general de la República24.

Un examen del Diario Oficial de los últimos meses refleja la premura y desprolijidad con que se actuó. Varias leyes recién publicadas experimentaron modificaciones a los pocos días, incluso antes que terminara la dictadura. Algunos cambios fueron para rectificar errores generados por la prisa legislativa y, en general, buscaron ampliar el alcance de las normas.

Hubo también “perdonazos” varios.

La Ley 18.942, del 22 de febrero de 1990, condonó saldos de deudas al Fisco y sus respectivos intereses para las personas naturales que compraron inmuebles con destino habitacional a través del Ministerio de Bienes Nacionales, cuyas escrituras se suscribieron antes del 1 de enero de 1987. El monto máximo de condonación fue de 200 UF.

Otra de las normas finales fue la Ley 18.919, que el 1 de febrero perdonó las deudas de soluciones habitacionales adquiridas a través de la Fundación CEMA Chile.

Otras dos iniciativas del epílogo fueron publicadas el mismo día.

El 13 de febrero de 1989 se conoció la Ley 18.944, que derogó el decreto ley 50, de 1973, el cual impuso desde ese año los rectores delegados en las universidades. Esta ley implicó que las casas de estudios superiores pudieron volver a gobernarse por sí mismas y recuperar su autonomía.

También ese día se disolvió la Central Nacional de Informaciones (CNI). A través de la Ley 18.943 los recursos, bienes, patrimonio y obligaciones de la CNI se traspasaron al Ejército y quedaron en manos de la Dirección de Inteligencia de esta rama castrense (DINE). La norma incluyó al personal, dando garantías a quienes se desempeñaron en ese órgano represivo de que los años de trabajo se les reconocieran como “tiempo servido en el Ejército”.

Fue una retribución a los exagentes.

Otras leyes finales autorizaron la existencia de casinos en Iquique, Pucón y Puerto Natales (18.936), crearon el Consejo Nacional de Televisión (18.838) y autorizaron a las Fuerzas Armadas, Carabineros y PDI a comprar y vender bienes raíces (18.872).

Enrique Correa recuerda que, durante el proceso de traspaso, el general Ballerino, entonces ministro de la Secretaría General de la Presidencia, “nos dijo a Boeninger y a mí que nos iba a mantener informados de las actividades legislativas de la Junta”.

Hoy cree que esa fue una “trampa de Ballerino”. Pero esa idea no la tuvo entonces.

Como la Concertación había ganado las elecciones, “naturalmente pensamos que [la promulgación de leyes] iba ser una actividad restringida”, dice. La envergadura y número de proyectos sorprendió a las futuras autoridades.

Asegura Correa:

–Ballerino nunca nos dijo ni nosotros habríamos aceptado esas leyes. Nosotros no podíamos dar opinión sobre las leyes que generara un cuerpo legislativo tan sui generis como los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, además que teníamos un Congreso electo. Boeninger iba recibiendo las llamadas de Ballerino y a medida que avanzaba el tiempo, nos dimos cuenta de la envergadura de lo que se estaba aprobando.

Boeninger resumió su percepción de cómo operaron las leyes de amarre: “El régimen saliente se esmeró en preservar, en la medida de lo posible, su modelo de democracia protegida, en base a una estrategia combinada de imposición y consenso, procurando asegurar mayoría parlamentaria para la derecha y autonomía plena y rol tutelar efectivo para las Fuerzas Armadas y el predominio por largo tiempo de la cultura conservadora en el ámbito judicial –Corte Suprema y Tribunal Constitucional– mediante la designación del mayor número posible de adherentes en los cargos pertinentes. De este modo se pretendía asegurar que la inevitable entrega del gobierno no significara una real transferencia del poder25.

Tal como ocurrió muchos años después, durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018), para la aprobación de la reforma tributaria, la residencia del senador DC Andrés Zaldívar en calle Espoz, en la comuna de Vitacura, fue en 1990, en la alborada democrática, el escenario de negociaciones clave.

Como la Concertación estaba en minoría en el Senado considerando los parlamentarios designados, la presidencia de esta cámara iba a quedar en manos de la derecha.

El problema era importante.

En el Consejo de Seguridad Nacional (Cosena) participaban ocho personas, cuatro civiles y cuatro uniformados, según las reformas constitucionales de 1989, y sus decisiones eran por mayoría de sus miembros. Por tanto, se requería de cuando menos cinco votos.

De los cuatro civiles, dos representaban el poder político y eran elegidos por votación (Presidente de la República y presidente del Senado); dos encarnaban el poder jurídico (presidente de la Corte Suprema y contralor general de la República) y cuatro al poder militar (uno por cada rama de las FF.AA. y otro de Carabineros).

Que el presidente del Senado fuera concertacionista evitaba que los uniformados tuvieran mayoría automática en un Cosena que podía “hacer presente” a cualquier autoridad algún hecho o materia que atentara contra la institucionalidad26.

“Nos faltaban votos para elegir al presidente del Senado”, dice Zaldívar. Con el equipo técnico y Aylwin acordaron que él negociara con la derecha. Esa es una de las especialidades de este político: negociar. Ofrecer y dar para llegar a acuerdos, convencer a otros, blufear con las cartas propias y especular sobre cuáles son las ajenas. Adversarios y amigos reconocen por igual que Zaldívar tiene estas capacidades desarrolladas en grado superlativo. Lo consideran una “máquina política”.

–Con Narciso Irureta27 fuimos a hablar con Sergio Onofre Jarpa, que estaba con Miguel Otero28 y le dije: ‘Mira, necesitamos que el presidente del Senado sea democratacristiano para poder facilitar la transición’. Podrían ser Gabriel Valdés o Eduardo Frei –cuenta Zaldívar.

Jarpa no vaciló. Le respondió:

–No, por ningún motivo Valdés. ¿Y por qué no usted?

–No, yo no voy a ser –contestó Zaldívar y se retiró de la reunión con RN sin lograr esta vez un acuerdo.

El dirigente DC sabía que Jarpa descartaba a Valdés porque todavía tenía presente la experiencia del diálogo fallido con la Alianza Democrática en 1983-1984, que le había costado su cargo de ministro del Interior de Pinochet. La combinación de “garrote y zanahoria” que había usado el titular RN para desmovilizar en ese periodo no había prosperado con la oposición, entonces insuflada con la energía de la calle, que provenía de las protestas sociales. Él desconfiaba de Valdés.

Además, en RN creían tener el premio mayor al alcance de la mano. “Con los resultados que habíamos obtenido, más los senadores designados, la posibilidad de ejercer la presidencia del Senado nos parecía un objetivo político razonable”, explica Andrés Allamand, entonces secretario general de este partido.

–Yo siempre me imaginaba –evoca– que en esa foto histórica de la testera era importante que hubiera alguien que hubiera participado desde nuestro punto de vista en la transición. Pensaba que la persona que tenía mejores atributos para serlo era Jarpa. Empujé mucho esa fórmula, pensando en el sentido histórico que iba a tener.

Para Allamand, que hubiese alguien de RN en la testera del Senado “demostraba que nosotros también habíamos sido parte muy importante de la transición”.

–Pero la UDI, con mucha astucia, no coincidió con ese propósito... Fue una jugada astuta de la UDI, particularmente de Guzmán –agrega Allamand.

Zaldívar tenía un comodín en su mano, que el resto de los jugadores en la partida desconocía. Era su carta ganadora si no lograba el apoyo de RN, el partido mayoritario de la derecha.

Con discreción, se había conseguido el voto de un senador designado por Pinochet, el ex general director de Carabineros (1964-1970), Vicente Huerta. Explica Zaldívar que tenía una muy buena relación con Huerta, porque durante el gobierno de Frei Montalva, cuando fue ministro de Hacienda, le había entregado a Carabineros los recursos para la compra de aviones policiales, que el entonces general director quería para su institución.

 

–Tenía comprometido el voto de Huerta. Yo le había pedido: “Pero no le diga a nadie... calladito, que no sepa nadie” –recuerda Zaldívar con orgullo.

Las reglas no escritas de las negociaciones políticas suelen ser misteriosas para quienes no han incursionado en estos pasillos enrevesados. Protagonista de la política en primera fila desde los 26 años, cuando fue uno de los dirigentes que elaboró el programa con el que Frei Montalva llegó a la presidencia en 1964, Zaldívar las domina con maestría. Combinaba este conocimiento con un despliegue de energía que a sus interlocutores les hace pasar por alto su estatura. Fue subsecretario y ministro de Economía y después de Hacienda de Frei Montalva, senador en 1973, exiliado por la dictadura, presidente de la Internacional Demócrata Cristiana, y ya de regreso en Chile, timonel de la DC entre 1988 y 1990.

Al conseguir Zaldívar el voto de Huerta, la ventaja de la derecha en el Senado, incluidos los designados, que era de 25 a 22, se redujo de 24 a 23. Era su secreto y del exuniformado.

Todavía faltaba conseguir más votos de la derecha o de los designados que se inclinaran por un candidato de la Concertación para ganar, o al menos se abstuvieran. Si RN no estaba disponible para entregarlos, solo quedaba conseguirlos en la UDI.

Pero la UDI era el partido más cercano a la dictadura saliente.

A Jaime Guzmán también le rondaba la idea de lograr un acuerdo con la Concertación. Era la única forma que tenía el partido de conseguir algún protagonismo y mostrar credenciales legítimas de que podían actuar en democracia, y no solo con la tutela militar. Aunque RN casi los había duplicado en las urnas en 1989, en esta colectividad se sentían los herederos legítimos del gobierno saliente, los encargados de defender su legado, y creían que su voz debía ser escuchada. Guzmán sabía que para todo esto tener tribuna en el Parlamento era importante.

Corría el cálido febrero de 1990, recuerda el entonces diputado electo de la UDI Juan Antonio Coloma, cuando lo llamó por teléfono el senador electo Guzmán, líder de este partido y uno de los padres de la Constitución de 1980.

Guzmán fue directo al punto, como solía hacerlo cuando una idea bullía en él.

–Tú que conoces más a la gente de la Concertación, ando con una idea que puede ser decisiva –le dijo.

–¿Qué idea? –preguntó Coloma.

Guzmán estaba enterado que, desde hacía años, Coloma asistía a reuniones periódicas en la opositora revista Hoy, cercana a la DC. Habían partido organizadas por el periodista Emilio Filippi, director del semanario. A los encuentros asistían algunos periodistas del semanario y dirigentes políticos como Gutenberg Martínez (DC) y Ricardo Núñez (PS renovado), entre otros. Después que Filippi emigrara a formar el diario La Época con el editor de la sección Política de Hoy, Ascanio Cavallo, el nuevo director de esta revista, Abraham Santibáñez, que ascendió desde su cargo de subdirector, continuó las reuniones y se incorporó en ellas el periodista y sociólogo Alejandro Guillier, que redactaba la principal nota política semanal de esa publicación. En las tertulias discutían sobre la coyuntura política y los escenarios posibles. Coloma asistía con regularidad. Él dice que lo habían invitado para que los análisis que hacían fueran “un poquito más equilibrados”.

Coloma era el político de la UDI que mejor conocía cómo pensaban los concertacionistas.

Por eso Guzmán lo había llamado por teléfono. El líder de la UDI creía que el papel de los nueve designados debía ser el de “articuladores de acuerdos” entre la Concertación y la derecha para dar estabilidad a la transición. Era su proyecto.

Guzmán estaba preocupado por el efecto político de deslegitimación que se produciría si los senadores de la derecha votaban en bloque junto con los designados para elegir la testera de la Cámara Alta.

–Esto no será aceptable –le dijo a Coloma, relata este último–, una cosa es que tengamos los votos, y otra muy distinta es que, este mecanismo, que está destinado a ser un articulador, pase a ser decisivo. ¿Por qué no negociamos que nosotros como UDI vamos a dar los votos para que alguien de ellos sea presidente?

Ellos eran los concertacionistas. La idea era entonces como intentar mezclar el aceite y el agua.

–¿Te volviste loco? –replicó Coloma, uno de los pocos que podía abordar con este nivel de confianza a Guzmán–. ¿Cómo vamos a votar por ellos?

Guzmán insistió.

–El presidente del Senado tiene que ser alguien con la personalidad suficiente, debe ser con un compromiso, que el compromiso está en la Constitución, y comprender el rol histórico de la transición.

Coloma no estaba muy convencido. Guzmán remachó.

–El que yo creo que lo puede hacer mejor es Gabriel Valdés...

–¡¿Pero cómo?! –interrumpió Coloma, estupefacto.

En esa época, para Coloma, Valdés era la antítesis de la UDI, aunque sostiene que posteriormente llegaron a ser amigos. Pero Guzmán creía que el dirigente democratacristiano podría dar brillo al cargo. Reconocía su peso intelectual.

En 1982, al regresar desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Nueva York, del que fue subdirector tras su experiencia como ministro de Relaciones Exteriores de Frei Montalva, Valdés se hizo cargo de la dirección de la DC en vísperas de las protestas nacionales, donde se terminó de forjar la reconciliación y unidad del centro y la izquierda socialista. Encabezó el llamado sector chascón de la DC, el ala más progresista de ese partido, cuyos adversarios eran los guatones, los más conservadores, encabezados por Aylwin. En ese periodo de intensas movilizaciones, Valdés fue el líder de la oposición. Muchos creían que después iba a encabezar la transición. Pero en no pocas ocasiones procesos de esta intensidad devoran a sus protagonistas. La historia chilena y de otros países es abundante en ejemplos.

Valdés tenía mayor liderazgo que Aylwin, más aceptación en la izquierda, estatura internacional y había prohijado varios de los principales think tanks opositores. Fue decisivo en el acercamiento que hubo entre el centro y la izquierda socialdemócrata en dictadura. Hablaba idiomas, era culto, refinado, conocía el mundo y, a ojos de los militantes democratacristianos de base, parecía algo distante; más que querido era en cierto modo envidiado por estas características suyas. Su cercanía con la izquierda era considerada con suspicacias entre los guatones. Era llamado el Conde, por su estilo aristocrático. Pero tras su derrota en la ruda disputa con Aylwin por la presidencia de la DC, un cargo que constituía el pasaporte indispensable para erigirse como el candidato presidencial de la Concertación y el casi seguro primer Presidente de la República en 1990 después de la dictadura, ya no fue el líder enérgico y corajudo de comienzos y mediados de los ochenta, en que incluso encabezó una manifestación en Plaza Italia, que fue reprimida y terminó con él víctima del carro lanzaguas y de gases lacrimógenos29, ni el dirigente detenido en dictadura por convocar a protestas pacíficas. Tal como otros líderes políticos lo hicieron entonces, Valdés sacrificó sus legítimas ambiciones personales en aras de conseguir que finalizara la dictadura y después de la derrota en las internas de la DC no ahondó las diferencias con Aylwin y, sobre todo, con los democratacristianos que le habían dado la espalda.

Krauss reflexiona hoy que, para encabezar la transición, en la falange “teníamos nombres más brillantes, como Gabriel Valdés”, pero cree que él no hubiese hecho una transición como la que encabezó Aylwin. “Don Patricio fue el hombre justo en el momento adecuado”, remacha.

A los ojos de la UDI, Valdés era uno de los más izquierdistas dentro de la DC.

Para no dejar espacio a dudas, Guzmán reiteró a Coloma por teléfono:

–Tenemos que hacerlo.

–Pero ¿tenemos piso, algo? –preguntó Coloma.

No hubo respuesta. Había que construirlo.

La reunión donde se enrieló el acuerdo fue en casa de Zaldívar, recuerda el político. Tal como ocurriría muchos años después, su residencia en calle Espoz era epicentro de una negociación política fundamental. Pero en 1990 no era la cocina. Zaldívar dice que por la UDI asistieron, además de Guzmán, Andrés Chadwick y Juan Antonio Coloma, entre otros.

“La oferta que se les hizo fue compartir la mesa del Senado y les dábamos un espacio en comisiones”, relata Zaldívar.

Que Valdés fuera el candidato facilitaba el acuerdo con la UDI. Guzmán y él tenían un parentesco lejano entre ellos. La madre de Guzmán, Carmen Errázuriz, era prima en segundo grado del DC.

“Pongan ustedes el vicepresidente”, pidió Zaldívar.

El nombre que esgrimió Guzmán fue el del senador y empresario naviero Beltrán Urenda. Era controlador de la Compañía Chilena de Navegación Interoceánica y el sistema binominal lo había dejado electo como parlamentario independiente30 por la sexta circunscripción, Valparaíso costa –junto con la PPD Laura Soto–, a pesar de obtener 43.457 votos menos que el abogado DC Juan Hamilton, exministro de Vivienda de Frei Montalva, y uno de los propietarios de la revista Hoy y el diario La Época. El sistema electoral había ungido a Urenda con el 17,51%, mientras que Hamilton perdió con el 28,52%.

Pero la UDI quería algo más a cambio de entregar los votos para que la presidencia del Senado fuese de la Concertación: la segunda vicepresidencia de la Cámara de Diputados, donde la Concertación tenía mayoría absoluta y no requería de un acuerdo con la derecha para quedarse con la testera completa.

El escogido por la UDI para ese cargo fue Coloma.

La UDI logró además encabezar varias comisiones en la Cámara de Diputados.

Después del acuerdo Guzmán fue a hablar con Valdés en persona porque se necesitaba una articulación, garantías de que el pacto se iba a cumplir.

La reunión fue en casa del excanciller. Guzmán iba a ofrecer el cargo y quería garantías de respeto a Pinochet. Valdés sabía que hablaba con el padre de la Constitución. Solo se parecían en que ambos tenían inquietudes intelectuales, pero estaban situados ideológicamente en las antípodas. Tras un largo diálogo en el living, Guzmán le dijo:

–Usted fue el más duro enemigo del general Pinochet, el número uno; esto lo sabemos todos. Pero yo sé que usted es un hombre de bien y un caballero. Presiento que sería la última persona en permitir que se cometiera un atropello contra una autoridad de la República, como es y va a ser el general. Estoy tan convencido de eso, que no he venido a preguntárselo, como me sugirieron, sino a confirmárselo.

Valdés asintió. Él no iba a cambiar la ruta que el país había tomado. No estaba dispuesto a destruir las instituciones que eran base de la República. Guzmán tuvo un acuerdo con los adversarios31.

El líder de la UDI debió esmerarse también para convencer a los más reacios dentro de su partido y al gobierno.

No fue fácil.

Coloma recuerda lo que Guzmán explicaba en la UDI con su estilo pedagógico, propio de la experiencia académica del abogado:

–Compartamos la mesa. Nosotros hacemos este gesto y generamos confianza. Obliguemos a que nuestro mundo tenga que confiar en alguien de ellos. Pero también obliguemos que ellos confíen en alguien nuestro.

Pero que hubiese confianza entre las partes requería de más puentes de los que existían en dictadura. La votación de los senadores y diputados para elegir las mesas directivas de ambas cámaras iba a ser secreta. Con ese procedimiento no se podía saber cómo había votado cada parlamentario hasta que ya lo hicieran.

Había que confiar en los propios y también en los ajenos.

–Jaime nos convenció de que era el paso decisivo para hacer una transición con las confianzas, que no fuese una transición obligada, sino que todos lo sintiéramos –plantea Coloma.

Durante dos semanas, RN criticó y resistió infructuosamente el acuerdo. Desde La Moneda presionaron para desmoronar la iniciativa y Pinochet estaba disgustado. Cáceres tampoco se convencía. Y RN, en especial Allamand, buscaban otra salida. Exploraron que fuera otro DC, pero no Valdés. La Concertación sondeó compartir el periodo de la presidencia del Senado entre Valdés y un RN, pero en este partido insistieron en el veto al excanciller. La última idea de RN fue aceptar compartir los años de presidencia, pero que la derecha ejerciera el cargo en el primer periodo. Era demasiado para la centroizquierda: las conversaciones se terminaron32.

 

Fue la primera de muchas negociaciones parlamentarias que después la Concertación hizo en democracia con la UDI y RN, e incluso con los designados. La transición a la democracia, a la que la dictadura debió resignarse para respetar su propio itinerario tras la inesperada derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988, fue el resultado de múltiples negociaciones como esta.

Quienes habían estado en la oposición en las calles eran simples espectadores de estas negociaciones. A menudo, ni siquiera eso, porque las conversaciones no eran públicas. Pero entonces la participación no era tema como lo es hoy: la preocupación era lograr la democracia.

Dentro de la Concertación también había negociaciones frenéticas.

Como la presidencia del Senado quedaba para un DC, la de la Cámara Baja debía quedar para la izquierda. En el PPD disputaron este puesto los diputados José Antonio Viera-Gallo y Jaime Estévez, ambos provenientes del tronco común del MAPU.

Viera-Gallo se impuso a Estévez.

Por los equilibrios internos en la Concertación, la primera vicepresidencia de los diputados debía ser de un democratacristiano. Quedó para Carlos Dupré.

A fines de enero y comienzos de febrero los futuros ministros se reunieron con los que iban a salir en marzo.

Krauss recuerda que a él le correspondió ir a La Moneda a una de estas reuniones el martes 30 de enero. Durante la noche del lunes 29, un total de 49 presos políticos, en su gran mayoría del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), entre ellos siete condenados a muerte por el atentado contra Pinochet en septiembre de 1986, y también miembros del Partido Comunista y de las Juventudes Comunistas, habían finalizado un túnel subterráneo de unos 50 centímetros de diámetro en promedio, que partía en una de las celdas de la cárcel pública de Santiago y terminaba cerca de 60 metros después, cerca del cauce del río Mapocho.

Partieron excavando antes del plebiscito del 5 de octubre de 1988, en el que muchos de ellos no creían o esperaban un fraude de la dictadura.

Una regla no escrita, pero de toda lógica, sostiene que en cuanto se termina un túnel en una cárcel debe ocurrir la fuga. Si no lo hacen en ese instante, las probabilidades operan en su contra: la salida puede ser descubierta en el penal o en el exterior, y perderse así toda la labor de construcción.

Los presos políticos trabajaron durante 18 meses. Se inspiraron en la película El gran escape, en la que actuaron Charles Bronson, Steve McQueen, James Garner y James Coburn, entre otros, como militares de los países aliados, prisioneros en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial, que huyeron a través de un túnel33.

El cine se hizo realidad. Y la realidad puso en ridículo a la dictadura en sus postrimerías. En la tarde del martes 30, la Agrupación de Familiares de Presos Políticos marchó por el paseo Ahumada, en el centro de la capital, para celebrar la evasión de la Operación Éxito gritando: “¡Con cucharas y cuchillos, se fugaron los chiquillos!”.

Tal como en el filme, la principal dificultad para los 18 que excavaron fue dónde depositar la tierra que extraían, más de 50 toneladas. La solución que encontraron fue ponerla en bolsas al entretecho de la cárcel. También pusieron rieles de madera para trasladar la tierra en un depósito plástico por dentro del túnel. Con un motor artesanal, que tenían para hacer artesanías, y una hélice fabricaron un sistema casero de oxigenación que fluía hacia el interior a través de una tubería hecha con botellas plásticas de bebidas. Ampolletas de bajo consumo los iluminaban. Aplicaron el sistema de construcción de bóveda, muy estrecho, en el que apenas cabe una persona arrastrándose y sin incorporarse, de hasta 50 centímetros de altura, y usaron algunas tablas para reforzar la estructura, sin vigas de madera porque carecían de ellas, una técnica inspirada en los combatientes vietnamitas de la guerra contra tropas estadounidenses. Excavaron con destornilladores, cucharas, tenedores, tarros, ollas, palos y hasta con las manos. El último que intentó fugarse, Jorge Martínez, a quien sus compañeros llamaban Guatón, quedó atrapado en el túnel y no pudo salir, según la versión de las autoridades que el afectado desmintió. Ladridos de perros callejeros los delataron.

Recibieron apoyo externo. Al salir, en un patio de la Estación Mapocho de Ferrocarriles, muy cerca del cauce del río Mapocho, se cambiaron de ropa. En los alrededores del Parque de los Reyes los esperaba un bus que trasladó a los 24 que salieron primero y habían planificado la evasión. Allí les entregaron un poco de dinero, un pasaje de Metro y los llevaron a distintas casas de seguridad.

Ellos dejaron el túnel abierto. En la cárcel, más de una hora después otros presos políticos se percataron de que 24 de ellos no estaban en sus celdas. En una prisión no hay muchos lugares para ocultarse. Rápidamente comprendieron que se habían fugado. Buscaron el pasadizo y cuando lo encontraron, la decisión que tomaron fue que se evadieran quienes tenían las mayores condenas. Veintiséis lo hicieron en este segundo grupo y el último fue Martínez. Pero otros 25 lograron sumarse a la fuga. Siete fueron recapturados rápidamente.

La evasión fue incruenta.

Carabineros instaló controles en carreteras y helicópteros sobrevolaron Santiago en busca de los fugados.

En el palacio de gobierno fue como un temblor.

–Cuando llegué a La Moneda –rememora Krauss– me di cuenta que estaba vacía. Entré al gabinete de Cáceres y no había nadie. La reunión se suspendió.

Pasaron décadas para que se reconociera la épica y el descomunal esfuerzo que requirió la Operación Éxito, la mayor evasión en la historia del país. Lo hizo el filme Pacto de fuga, del director de cine chileno David Albala, que se estrenó en 2020, inspirada en este episodio. Los actores Benjamín Vicuña y Roberto Farías interpretaron a los líderes, Amparo Noguera a la abogada de los presos y Francisca Gavilán a la esposa de uno de ellos y militante del PC, que los apoyó desde el exterior34.

La fuga trajo al primer lugar de la agenda el tema de los presos políticos en dictadura, casi 500 personas que habían combatido al régimen, algunos con las armas, todos brutalmente torturados después de su detención y víctimas de juicios encabezados por fiscales militares, sin garantías procesales.

¿Qué iba a hacer la democracia con ellos?

Por esos días finales de la dictadura, Krauss se encontró en Antofagasta con Volodia Teitelboim, secretario general del Partido Comunista. Tras el saludo, el líder PC le preguntó:

–¿Cuándo vas a soltar a los presos políticos?

–¿Cómo?

–Pero si tienen que abrir las cárceles...

–Estamos haciendo una recuperación de la institucionalidad democrática. Tenemos que ajustarnos a eso –explicó Krauss.

–Puchas, eras mi esperanza de que podías cambiar el pulso a tu presidente –respondió Teitelboim.

La libertad de los presos políticos tardó años en concretarse. Las “leyes Cumplido”, conocidas así por el apellido del ministro de Justicia de Aylwin, Francisco Cumplido, quien las impulsó a través de una negociación con RN, fueron la llave para abrir las puertas de las cárceles.

A los pocos días de asumido el gobierno concedió la libertad y/o amnistió a 47 de ellos. El proceso completo requirió de tiempo, huelgas de hambre y movilizaciones de los presos políticos, sus familiares y organizaciones defensoras de los derechos humanos. En 1994 salieron en libertad los últimos, conmutando sus penas por extrañamiento o exilio forzoso.