La ansiedad y nuestros interrogantes

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Z serii: Predicaciones #2
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3ª Predicación: “Ansiedad III”

“No pretendas lo que te sobrepasa…

Hijo, no te ocupes con demasiados asuntos,

porque así no terminarás bien;

por más que corras no alcanzarás”.

Eclesiástico 3, 21; 11, 10

Cuando hay ansiedad, hay desorden..., el cual proviene de los proyectos que no son elaborados con sensatez, desde la capacidad de evaluarlos hasta ponerlos en oración y aguardar la respuesta de Dios. Más de una vez, somos sorprendidos por nuestro entusiasmo o por nuestra tendencia distímica. Y tal vez, lo que estamos elaborando es producto de nuestra tendencia fantasiosa o caprichos personales que derivan de la inmadurez que aún persiste en nosotros.

Para muchas personas el nerviosismo, la hiperactividad (“activismo”), suscita en ellos el deseo de hacer por un hacer. Es como si vivieran escapándose de algo… En realidad, las personas que padecen este tipo de ansiedad rehúsan la calma y no valoran la paz. Probablemente entienden la paz como aburrimiento o monotonía. Y no advierten que no hay nada más aburrido o dificultoso que la prisa constante, ya que ésta roba el presente real y tensa hacia un futuro irreal que sólo existe en la imaginación.

El hombre apresurado busca continuamente cosas cuando lo que falta es un encuentro con él mismo. Por eso, sanemos la deficiencia donde está, es decir, a nivel emocional. Nos puede ser útil leer al profeta Isaías, capítulo 30, 15: “Porque así habla el Señor, el Santo de Israel. En la conversión y en la calma está la salvación de ustedes; en la serenidad y en la confianza está su fuerza”.

La verdadera paz es una agradable calma que nos mantiene fuertes y saludables para poder disfrutar con intensidad de todo lo que Dios nos ofrece en la vida, en todo orden. Dios es ese abismo de paz que engendra vida, riqueza y hermosura. Dios es dynamis, es decir, movimiento. Por eso, cuando poseemos a Dios, el alma jamás está aburrida. El alma se cansa cuando transita por una noche oscura. De lo contrario, es mocionada por el mismo Espíritu.

No olvidemos que la actividad más intensa es la del corazón. El corazón que posee a Dios, aunque sea parcialmente, no se adormece. Frente a la vida, sea cual fuere su situación, experimenta que el poder de Dios no conoce fracaso y sabe que Dios no está ajeno a nada de lo que le pasa”.

Siempre tengamos en cuenta que la ansiedad nos convierte en personas superficiales porque nos mueve a pasar rápidamente de una cosa a la otra, sin llegar a la profundidad de nada. No soporta la quietud interior, sino que provoca la desestabilización psico – espiritual. En vez, si nuestra opción se dirige hacia la búsqueda de Dios, no nos haremos esclavos de los planes de la ansiedad. Aprendemos a “dejar para después” lo que puede esperar. Así, en la existencia, reina un orden lleno de vida.

A veces, la gente confunde la ansiedad en sus vidas con enojo o depresión, cuando en realidad lo que tiene es ansiedad. Siempre tenemos oportunidad de recordad la enseñanza de San Ireneo de Lyon (s. II): “Lo que no es asumido, no es redimido”. Justamente, muchas personas no detectan su ansiedad porque no la reconocen, dado que no entiende bien de qué se trata o nadie se lo explicó. Por tanto, entres esas personas, podemos estar cualquiera de nosotros. Valga entonces la posibilidad de (re) descubrir que la ansiedad es el temor a que podamos ser heridos, sufrir, tener pérdidas, incomodidades, peligros, inconvenientes u otras situaciones que no consideremos “buenas”.

Los investigadores en estrés aducen cuatro reacciones físicas ante una amenaza, la cual es enmarcada dentro de lo que podemos llamar “el síndrome de luchar o huir”. Nos puede ayudar a entender la naturaleza de la ansiedad.

> Cuando el cerebro percibe un peligro, envía una señal eléctrica a una glándula llamada hipotálamo, que actúa como una llave que conecta la mente con el funcionamiento corporal. Esta glándula libera una sustancia química para alertar a la glándula pituitaria. En ese momento se libera en la sangre la hormona adrenalina.

> Esta potente sustancia química estimula las glándulas suprarrenales, que segregan cortisona, epinefrina, norepinefrina y todo un conglomerado de sustancias químicas que causan efectos perceptibles.

> El esófago se pone tenso, nos agitamos, entramos en taquicardia, el estómago interrumpe sus funciones digestivas para desviar sangre a los músculos y todo nuestro sistema vascular se contrae, a fin de que no perdamos demasiada sangre en caso de una herida.

> De esta forma, el cuerpo se prepara para responder al peligro, ya sea luchando o huyendo.

¿Qué conclusión podemos esbozar con este planteo?

Cuando reaccionamos de la manera planteada ante el estrés, nuestro cuerpo, saludable y armónico, está pidiendo acción o resolución. Pero si el objeto de temor es algo de lo que no podemos huir, ni a lo cual podemos presentar batalla (debido a nuestra pobre fe, a la falta de confianza en Dios Salvador, etc.) y no sabemos qué otra cosa hacer, quizás sencillamente entremos en un estado de “ansiedad”.

Esto nos propone pensar que estamos como a la expectativa de los problemas, cada vez que la ansiedad se nos presente. No sólo podemos limitarnos a este tipo de expectativa, sino que puede ocurrir que prevalezca una tendencia imaginativa muy intensa como centrar nuestros pensamientos en la incomodidad o en la tragedia que podría suceder. Otros piensan en las consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse. Otros se preguntan dónde se habrá escondido Dios, tal es el caso del Salmo 143, 7c: “No me escondas tu rostro”. Otros experimentan una gran dificultad en la oración y aún al pensar en su Palabra.

La ansiedad responde, sin duda, a una gran variedad de causas y en la mayoría de nosotros se suman más de una…

Ante de intentar analizar la etiología de la ansiedad, sepamos que no todas las causas son generadas por nosotros, sino que se advierten otras generadas por agentes exógenos.

Las respuestas no deben ser taxativas ya que la ansiedad se descubre en la compleja advertencia de la interacción que genera problemas. Esto es, no se trata de una ecuación matemática sino de la habilidad de descubrir “las relaciones” que la originan. Y éstas, son muy personales. Sin embargo, la experiencia da a luz causas comunes que pueden ser de gran utilidad para nuestra reflexión:

a) Nacer ansiosos: cada vez hay más personas que nacen con la tendencia a reaccionar más sensiblemente que otras. Esto quiere decir que son más proclives a entrar en el síndrome de “luchar o huir”. Probablemente, estas personas estén más propensas a sentirse mal, a lo largo de la vida que aquellas que no tienen estas características congénitas. Claro que la presencia de Cristo en nuestras vidas modifica todo, incluyendo lo genético.

b) Monólogo interior peyorativo: se da en aquellos que no advierten que las nociones, percepciones, opiniones y juicios afectan directamente las emociones y el comportamiento. Si tuviésemos que calificarnos, de un modo global, nuestro monólogo, ¿qué calificación le pondríamos hoy?, ¿podríamos cambiar el adjetivo peyorativo? Si la respuesta es sí, ¿qué adjetivo lo pondrías? Nuestras preocupaciones y ansiedades actuales están imbricadas en nuestro monólogo interior. Posemos nuestra mirada en el aspecto cognoscitivo, en las nociones o falsas creencias. Son las que subyacen en el monólogo interior peyorativo, como pueden ser los siguientes: “Yo no he sido lo suficientemente bueno”. “No puedo esperar que Dios me bendiga, ayude, proteja”. “No puedo pretender que mi amigo vaya a la iglesia. Tal vez piense que soy muy religioso y eso le puede molestar”.

La diferencia nocional es la que más incita un estado de ansiedad cronificado. Por eso, la solución está en asumirlas para luego redimirlas… Aunque parezca insólito, más de una vez, no logramos sanar la deficiencia porque no captamos específicamente a qué nivel o en qué plano esta: nocional, afectivo o religioso.

Para poder detectar cada vez más y con mayor precisión nuestro cometido, invito a profundizar estas pistas de reflexión a fin de disminuir o llegar a liberar posibles ansiedades que nos angustian y debilitan la vida.

Nos preguntamos, nos respondemos:

Como ambientación, entiendo que no está demás formularnos estas preguntas:

 ¿Aprendimos de otras personas a “vivir ansiosamente” o a preocuparnos de todo en vez de ocuparnos de…?

 ¿Cómo fue que llegamos a tener miedo del rechazo de otra gente, de morir, del fracaso, de lo que los otros pueden opinar o decir, de que no les guste porque tenemos poca o mucha cultura, etc.?

 ¿Tenemos la sensación de riesgo, como si pudiéramos ser atacados, castigados o heridos de alguna forma?

 ¿Nos sentimos tensos?, ¿cuál es la causa?

 ¿Experimentamos “acorralamiento” ?, ¿atinamos a pensar qué hacer?

 ¿Pedimos consejo u oración a un referente en la vida de la Iglesia?

 ¿Cuáles son nuestras alertas hoy, psicológica, biológicas, espirituales?

 ¿Tenemos “emociones amenazantes hoy” tales como la soledad, quedarnos sin trabajo, el deterioro y otras?

 ¿Nos falta el aliento? ¿Buscamos aliento en alguna parte de la Iglesia?

 ¿Nos falta formación, aquella que da forma a nuestra existencia cristiana?

 ¿Descubrimos cómo estamos a la expectativa de problemas?

 ¿Nuestros pensamientos se centran en la incomodidad y en la tragedia?

 ¿Vemos los noticieros para alimentar la tragedia en nosotros o para enterarnos de las noticias?

 ¿Pensamos, a menudo, en las posibles consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse?

 

 ¿Nos resulta difícil pensar en Jesús? ¿Qué abarca e implica pensar en Jesús?

“El corazón del hombre se fija un trayecto,

Pero el Señor asegura sus pasos”.

Proverbios 16, 9

4ª Predicación: “Ansiedad IV”

“El insomnio del rico acaba con su salud,

sus preocupaciones no le permiten dormir”.

Eclesiástico 31, 1-2

Muchas veces, sin darnos cuenta, atribuimos a ciertas cosas mayor importancia de la que realmente se merecen. Tal vez, tenemos nuestras expectativas, como en el caso del “insomnio del rico” que puede ser traslado a planes, proyectos, personas… Y parece que todo se nos viene abajo. La impresión es real dado que experimentamos una situación de derrumbamiento interior. Podríamos decir que es una situación de catástrofe interior. Y si nuestro interior es afectado por situaciones no generadas por nosotros, corremos el riesgo de prevaricar en la fe. Todos sabemos que opinar sobre otros no resulta tan complejo… No obstante, el munido interior de cada persona debe ser cuidado como lo más preciado.

El punto candente, como objeto principal de nuestra reflexión, pasa por evaluar si la preocupación que me produce ansiedad se debe que la absoluticé. El único absoluto es Dios, el único indispensable es él. Como nos advierte el libro del Eclesiástico, el capítulo 43, 27-28: “Podríamos decir muchas cosas y nunca acabaríamos. Mi conclusión es que sólo Dios lo es todo… ¡Él es más grande que todas sus obras!”

En la existencia humana hay situaciones diversas. Una de ellas se puede dar en el orden afectivo. Cuando nos propusimos conquistar un afecto y el ser amado dio su preferencia a otra persona, entonces, en vez de obsesionarnos en desplazar a esta otra persona, es mejor decir: “Señor, yo estoy hecho para algo infinito, estoy hecho para ti. Ese amor que me obsesionó no debe ser el centro de mi vida. No quiero arrestarme detrás de nada, porque tú eres el único absoluto.

Cuando en nuestro corazón colocamos algo “en lugar de Dios, la ansiedad se apodera de nuestra vida interior.

Aquí propongo advertir, evaluar y compartir el grado de propensión perfeccionista que tenemos.

La propuesta de Jesús: “Sean teleiós -completos, plenos- como el Padre Celestial”. Esto es una vocación al crecimiento, al perfeccionismo.

El obseso – compulsivo tiende mucho más que a crecer, a ser perfecto. Este es un doble diagnóstico de la ansiedad en el orden psico – espiritual.

“Obsesivo” tiene que ver con la mente. Una persona obsesiva piensa y re – piensa casi de modo constante sobre su obsesión, sea cual sea. No se propone descomprimir a través de una entrega de aquello que lo obsesiona, al Señor. El término “compulsivo” hace referencia al comportamiento o a la forma de obrar. Las personas compulsivas tienen que hacer, hacer, hacer. Un compulsivo puede llegar a lavarse las manos veinte veces al día…

El obseso compulsivo muchas veces no reconoce su tendencia perfeccionista, en el sentido en que la vamos entendiendo y es por eso que casi no se aceptan los errores que cometen. Lo que se plantea es que pueden decir lo que quieran respecto a la aceptación de su condición imperfecta, pero su discurso se lo lleva el viento en cuanto cometen un error. El grado en que experimentamos y actuamos según esta obsesión y compulsión es directamente proporcional al grado en que el sufrimiento es inevitable.

También es cierto que cuando conseguimos algo que nos obsesiona, la ansiedad nos puede carcomer por miedo a perder lo que conseguimos.

Observemos si no tendemos hacia querer tenerlo “todo”, en vez de conformarnos con “algunas cosas buenas”. Es cierto que hay que tener sueños (proyectos) y trata de mejorar, pero sabiendo que todo tiene un límite, que no somos todopoderosos ni infinitos. Y lo más importante, saber disfrutar de las pequeñas cosas que tenemos ahora, sin estar pensando en las que no tenemos.

Por lo general, luchando por el futuro, nos perdemos el presente. Y nos puede suceder como el hombre rico. Acudamos al Evangelio de Lucas, 12, 16-21: “Este hombre tenía muchas riquezas, pero nos las disfrutaba porque estaba obsesionado por acumular. Al final, cuando se sintió conforme con lo que tenía, le llegó la muerte, y ya no pudo aprovecharla”.

Puede ocurrir que no sea nuestro interés acumular dinero. Sin embargo, no nos sintamos fuera de este terreno. Existe la tendencia a acumular logros, objetos; obras que alimentan nuestro orgullo. Y en esa ansiedad por conseguir ciertas cosas, no nos detenemos, no disfrutamos lo que poseemos ahora entre las manos.

De lo contrario, la vida se nos va acabando sin vivirla. Por eso, terminamos debilitándonos, llenándonos de angustias tontas.

Nuestro secreto consiste en aceptar que Dios sea Dios en nosotros. Aquello de Gálatas 2, 20: “… y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dos, que me amó y se entregó por mí”.

La verdad es que… todas las personas experimentamos la ansiedad. Es un fenómeno humano. De hecho, una vida sin una cierta ansiedad es una vida sin desafíos. El problema se nos presenta en la capacidad interior que debemos intentar lograr para que el estrés y la tensión, vinculados con la ansiedad no lleguen a enfermarnos. Todo se entrelaza. Por eso, existen en las “situaciones de catástrofe” causas multifactoriales.

Un espíritu (tendencia) al cual debemos prestar una determinada atención es “el espíritu de evasión”.

Por heridas de nuestro corazón, podemos escapar de Dios y construir otros dioses que nos llenan de ansiedad. Es bueno, entonces, la firmeza en no evadirnos de Dios sea cual sea la situación. Dios es nuestro sostén.

Hay situaciones vitales que provocan una ansiedad tan profunda que hasta nos separan del Señor.

La evasión de las distintas realidades de nuestra vida es siempre contraproducente. Una vez más, hoy sacamos a luz la frase tan sapiencial de San Ireneo: “Lo que no es asumido, no es redimido”.

La evasión en lugar de ser de ayuda, perpetúa o empeora la situación. Todo lo que no se toma a tiempo, avanza… Como muchas otras facetas de nuestro comportamiento, la evasión tiene el efecto de reforzar la conducta que la genera. Una de las fases de la conducta es lo que se denomina “aspectos conativos”, es de decir que implican esfuerzos. Si no hay esfuerzos, no hay milagros. El Señor Jesús en su Evangelio siempre nos invita al esfuerzo porque éste es altamente santificante. Todo esfuerzo en Cristo promueve la ascesis, la purificación, el amor catártico de Dios. La propuesta pasa por tratar de reducirla, no por eliminarla.

Es bueno, entonces, hacer un camino y volver a descansar bajo la mirada de Dios. “Los ojos del Señor están sobre los que lo aman, sobre los que confía en su amor” (Salmo 33, 18).

Al hablar de ojos, hablamos de miradas. Más de una vez, la mirada de los demás nos vuelven ansiosos. La mirada de los demás puede provocar una preocupación por agradarles, y entonces hacemos miles de cosas procurando que nos aprueben y nos amen. Esa mirada no es sana, excepto que lleguemos a convencernos que lo único importante es la mirada de Dios. Frente a comentarios en los grupos humanos donde nos desempeñemos, frente a suposiciones que otros puedan elucubrar respecto de nuestra, frente a las reacciones desmedidas e insólitas que otros podrían llegar a tener, frente a la altanería o discursos altivos (como dice el salmista), frente a la arrogancia, frente a cualquier fruto de la carne…, sólo importa “fijar la mirada en el Señor”. En la carta a los hebreos 12, 2, leemos: “Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”.

A veces tenemos una imagen equivocada de Dios y no reconocemos su amor. Nos evadimos de su mirada y cada vez que oramos, nos llenamos todavía de una ansiedad que nos daña. Por eso, es mejor perderle el miedo a Dios y dejar que nos mire con sus ojos de ternura, paciencia y compasión: “Que brille tu rostro sobre tu siervo…” Salmo 31, 7.

Si mirada nos pide algo, nunca nos obliga, y él mismo nos dará la fuerza para alcanzarlo. Dios nunca nos pedirá algo que nos perjudique. Tampoco desea que nos llenemos de ansiedad buscando la perfección. Sí la madurez, sí el crecimiento.

Por eso dice la Biblia: “No quieras ser demasiado perfecto ni busques ser demasiado sabio, ¿para qué destruirte?”, Eclesiástico 7, 16.

Dios espera que tratemos de crecer con empeño, pero con un corazón sereno y sin angustias, con paciencia y calma, es “lento para el enojo y de gran misericordia”, bajo su mirada de Amor. ¡Quien más que Dios nos sabe esperar! Es fundamental, para nuestra conversión, direccionar hacia Cristo esos cambios profundos que se van logrando poco a poco.

Nos preguntamos, nos respondemos:

 ¿Qué “tengo” entre mis manos en este tiempo?

 Acudamos a Jn 15, 1-11, Jesús, verdadera vid. ¿Qué mensaje encontramos en este texto bíblico?

 Anotamos las situaciones que nos provocan ansiedad y nos separan del Señor.

 ¿Con quién cuentas en los momentos difíciles de la vida?

5ª Predicación: “Ansiedad y perfeccionismo”

“No quieras ser demasiado perfecto

ni busques ser demasiado sabio,

¿para qué destruirte?”.

Eclesiástico 7, 16

Como sucede con todas nuestras tendencias desordenadas, el perfeccionismo tiene unas raíces profundas. Estas palabras nos sugieren optar por el crecimiento y renunciar al perfeccionismo.

A veces encubre un temor oculto, tal es el caso de aquella persona que piensa: “Nunca seré capaz de seguir adelante”. Este ejemplo nos hace pensar que más de una vez es así y en raras ocasiones lo admitimos. A este respecto dice la segunda carta de Timoteo: “Porque el Espíritu que Dios nos a dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad”, 1, 7.

El perfeccionismo siempre es un espiral descendente. Sólo nos deja espacio para el fracaso, porque las cosas nunca son idénticas a como las planeamos. Y el resultado final del fracaso es el desánimo… Con bastante frecuencia nuestras esperanzas frustradas van degenerando gradualmente en una ira decepcionante. Manifestamos nuestra desilusión o nuestra tendencia iracunda de formas detestables, pero siempre ocultas tras algún disfraz. Los demás no deben darse cuenta… Este es un proceso autodestructivo de lucha por alcanzar la perfección que es recurrente en muchas vidas.

Dios espera que tratemos de crecer con empeño, bajo su mirad de amor. Quien más que Dios sabe esperar esos cambios que vamos logrando poco a poco con su ayuda. Si nuestra mirada se centra en la opinión de la sociedad, nuestra mente se masifica y pierde la capacidad de reflexionar. Por eso, podemos obsesionarnos y ponernos muy ansiosos.

También debemos manifestar la posibilidad de que nuestras ansias de perfección no sean más que una forma de lograr la aprobación. Podemos, tal vez, haber quedado como programados para pensar de este modo desde el principio de nuestra vida. Quizás el mensaje nos lo introyectaron unos padres exigentes que nos programaron para ser perfeccionistas mediante su propio ejemplo. No es desacertado considerar que esa inclinación hacia el perfeccionismo nos la inculcaran quienes querían beneficiarse de nuestros esfuerzos de modo indirecto. Si somos personas “inducidas”, alguien ha depositado en nosotros unas expectativas que sólo pueden tornarse dolorosas. Todas estas frustraciones son anhelos no logrados. Esto ocasiona una crisis en la “voluntad de sentido”. Por tanto, se produce una frustración existencial en la que nuestros afanes decaen y la voluntad queda afectada hasta que el Espíritu mociona nuestro entendimiento y nos repone.

Al llevar este tema a un plano espiritual, constitutivo del ser humano, observamos que mucha gente se niega a reconocer que existe un “espíritu de perfeccionismo”, sustentado por el indeseable. Estas son personas que no aceptan sus errores o descuidos personales o ajenos. No nos aceptamos con naturalidad. La no “no aceptación” reduce nuestra alegría de vivir y la de quienes nos rodean. ¡Qué importante es aceptar nuestro grado de perfeccionismo!

Una vez que admitimos que el perfeccionismo es un comportamiento obsesivo – compulsivo, estamos afirmando implícitamente que, por sí mismo, es una forma de imperfección, una realidad con la que no podemos vivir. Y es obvio que un auténtico perfeccionista no puede admitir que tiene expectativas o esperanzas no realistas, porque ello lo desenmascarará.

 

Esta raíz de la ansiedad, llamada perfeccionismo, es humanamente insana. El punto nodal patológico se sitúa en que la persona sana es libre; el perfeccionista no lo es, dado que lo dirige una compulsión.

Caracteriológicamente, los perfeccionistas creen que su valor se mide por los resultados. Por tanto, es lógico que los errores les resten valor personal. Y no han de esperarse otras emociones, excepto el pánico, el cual está sustentado por actitudes temerosas estereotipadas, por el sentimiento de prisa y el de preocupación constantes. Además, temen el enojo y el castigo ajenos, de modo que renuncian al respeto de los demás, y su confusión emocional les provoca soledad, tristeza y depresión.

Ya que a los perfeccionistas les gusta agradar, se hacen promesas exageradas, sostienen proyectos a largo plazo, casi inalcanzables. No les gusta pedir ayuda porque serían una concesión: significa admitir su insuficiencia.

Creen que serán aceptados por los demás en función de sus logros. Consideran que han tenido éxito si les va bien, no simplemente siendo ellos mismo. Los resultaos y la responsabilidad son siempre más importantes que los sentimientos y las necesidades. Y el castigo por el fracaso consiste en la pérdida del amor ajeno y de la propia autoestima.

Al no permitirse el fallo, se tornan ansiosos y nerviosos antes de actual. No piensan en los demás como posibles apoyos, sino que se limitan a verlos como observadores.

¿Cómo podemos aceptar pacíficamente nuestra condición humana? Integrando nuestros errores, así serán transformados. Somos propensos a los cálculos equivocados. Pensemos en los cerebros que diseñaron una cápsula espacial que estalla en el espacio, nuestros mejores trenes descarrilan, etc.

Tratar de condición humana es tratar de labilidad. Ahora bien, tengamos en cuenta que el fracaso nunca es absoluto y definitivo, sino tan sólo una experiencia propia del aprendizaje.

En el sentido que vamos abordando el tema, coincidimos en que la Confesión es buena para el alma, y eso incluye aceptar nuestra propia insensatez y fragilidad. Como enseña un viejo proverbio: “Si aprendemos a reírnos de nosotros mismos, nunca cesaremos de divertirnos”.

En contraposición con el perfeccionismo, el crecimiento ve la vida como un proceso durante el cual los talentos se van desarrollando gradualmente, y esto disminuye notablemente la ansiedad. La esencia del crecimiento es el tiempo y la práctica.

Un buen camino para elegir el crecimiento es proponerse disfrutar en lugar de alcanzar la perfección. Los resultaos son sorprendentes. Todo dependerá de la propuesta que nos hagamos. Por ejemplo, si nos proponemos disfrutar de un retiro espiritual, lo lograremos porque Dios siempre es deleite… Lo mismo podríamos decir de un trabajo, una actividad, una cena, etc.

Por otro lado, todo lo que tenga olor a perfeccionismo, resultará estresante y desmoralizador. El resultado final será, probablemente, el desánimo, como asentimos previamente. Y el desaliento siempre quiere abandonar y echar todo por la borda.

Con la finalidad de sanar los núcleos sanadores, animémonos a no pasar por alto algunos antídotos contra el perfeccionismo.

1. Ante cualquier hábito obsesivo – compulsivo, resulta útil estar distraído y no pensar en él. Convencernos de que nosotros somos nuestros propios dueños y no esclavos de las obsesiones, es muy sanador.

2. Desensibilicémonos de los fracasos de la imperfección. No hablar de nuestras imperfecciones. Y si las comparto con alguien, demos permiso una sola vez y hagámonos el propósito de no volver a hablar sobre ellas. Sin duda alguna, los demás se sentirán mejor con nosotros cuando se dan cuenta de que somos frágiles, puesto que no lo ocultamos.

Muchas personas ansiosas no están conscientes de que sus dificultades potencian su ansiedad. A veces, la ansiedad está tan enmascarada que pasa desapercibida ante los ojos de nuestros amigos y seres queridos. Es difícil identificarla porque se presenta de varias maneras.

Sin embargo, cualquiera que sea su forma, en la raíz misma de la ansiedad, hay una sensación de que algo no anda bien. Es una forma condicionada de mirar la vida, que está a la expectativa de que ocurra lo peor y trata de evitar precisamente eso tan temido.

Nos preguntamos, nos respondemos:

1. Calificar del 1 al 10 nuestro grado de perfeccionismo.

2. Haciendo dos listas, enumeremos en una las ventajas del perfeccionismo, y en la otra las desventajas.

3. Desde un monólogo interior y autoconsciente:

3.1. ¿En función de qué te valoras personalmente?

3.2. ¿Experimentas algunas veces las emociones y los síntomas físicos de un perfeccionista?

3.3. ¿Eres consciente de que tienes una fijación contigo mismo, con tus éxitos, tus errores, tu singularidad?

3.4. ¿Qué perderías si fracasaras en un asunto importante?

3.5. ¿Qué es lo peor que te pudiera ocurrir si algo te saliera mal?

4. ¿En qué ocasiones se dio un crecimiento gradual en tu vida? Anota algunos acontecimientos de manera satisfactoria como ser: ejecutar un instrumento musical, conocer más la Palabra de Dios, adquirir una formación trans-disciplinaria, aprender a cocinar o repostería, nadar con soltura, etc.

“No se inquieten por la vida pensando

qué van a comer, ni por el cuerpo

pensando con qué se va a vestir…”.

Lucas 12, 22

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