Relatos sociológicos y sociedad

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Rol del intelectual y de la ciencia marxista

Esa crítica que Moulian hace a las versiones estabilizadas y ortodoxas del marxismo se repite en varias de sus obras de este período. Junto con la crítica a la concepción del Estado de Lenin, también cuestiona el rol que tales discursos le atribuyen a la ciencia (marxista) y a la vanguardia.

En Lenin hay un tránsito intelectual entre su obra inicial, que Moulian ve reflejada en Quiénes son los enemigos del pueblo, de 1894, y en el Qué hacer, de 1902. En la primera todavía no hay una distinción nítida entre praxis y estructura, más aún, la primera es subsumida en la segunda. La praxis era un derivado del movimiento de la estructura. El conocimiento de las relaciones de producción provee el patrón explicativo. Ese es el principio explicativo verdadero; cultura, subjetividad e ideología son distorsiones. Prima la base material de intereses y hay una cierta ineluctabilidad del desarrollo social. La ciencia, por tanto, consiste en una operación cognitiva de reducción a esos principios estructurales básicos. Por ello en Lenin no hay una teoría de la ideología y de la cultura. La praxis, así, parece como “la ejecución de un libreto, donde la acción humana realiza lo que la estructura produce como posibilidad” (Moulian, 1978b: 237). Así, tampoco aparece en este libro la idea de partido. El aporte de la ciencia marxista era proveer el conocimiento de las leyes de su desarrollo histórico. Aportaba el conocimiento de esa verdad.

En el Qué hacer, Lenin reconoce que la situación material de clase no determina directamente la conciencia. La ideología burguesa conforma la conciencia obrera, haciendo que se le oculte su situación de explotación estructural. Su conciencia “espontánea” propendería hacia una búsqueda sindicalista, economicista, de búsqueda de reivindicaciones puntuales –simple lucha por la repartición dentro del marco capitalista–. Esto significa reconocer un ámbito de la praxis que no es mero derivado de la estructura.

Para superar esa conciencia empiricista se requiere una acción externa que oriente esa praxis, que transforme esa conciencia. Así, “en Qué hacer, la ciencia es un requisito constituyente de la praxis revolucionaria”. Y este conocimiento científico requiere ser importado, llevado a la clase obrera (Moulian, 1978b: 242). Tal rol lo juega la vanguardia, depositaria de la ciencia marxista, que ella interpreta. Se trata de un conocimiento externo a la propia clase51. La política, de tal modo, ya no es mero reflejo de la estructura, sino que un efectivo campo de acción histórica, pero donde los principios de sentido y orientación vienen desde fuera de la acción histórica de las clases. Vienen desde la construcción teórica marxista, interpretada por el partido.

Con esto, el enfoque leninista es notoriamente opuesto al de Gramsci. “Para Lenin la formación de la voluntad colectiva se hace mediante la difusión de la ciencia: el proceso educativo consiste en vaciar la ideología para introducir la verdad, el conocimiento [marxista]. En [Gramsci] se trata de recoger una acción histórica que tiene ya una dirección, haciéndola llegar hasta donde ella quiere ir sin saber: el proceso educativo es una catarsis, una purificación, donde la acción histórica no cambia su sentido a través del conocimiento de una verdad externa, sino que descubre un sentido interior y previo”. De tal modo, sigue Moulian, “al faltar [en la obra de Lenin] una teoría de la cultura, la concepción de la política revolucionaria se ‘estatiza’. Todo en ella se juega a la conquista previa del poder estatal, a la destrucción del poder enemigo encarnado en aparatos cosificados de dominación. La política se hace fuerza, más que permanente crítica y construcción (reconstrucción) de la sociedad” (Moulian, 1978b: 245, 246).

Esa oposición tajante entre la conciencia espontánea, prisionera de la cultura burguesa que tiene la clase trabajadora, y la conciencia lúcida del partido tiene consecuencias decisivas para la concepción de la “política revolucionaria”. Servirá de base y justificación para el estalinismo y el control burocrático de los socialismos reales, y llevará a sustituir la experiencia histórica de los sectores sociales populares de otros lugares del mundo por una interpretación maqueteada por modelos teóricos generados en un contexto y momento histórico particular.

Moulian ve un avance entre el Lenin determinista de 1894 y el de 1902, que le reconoce autonomía a la praxis y visualiza la importancia de los factores culturales e ideológicos. Sin embargo, Lenin no va más allá de ese reconocimiento; no alcanza a hacer una elaboración teórica al respecto. Ese avance queda inconcluso. Podría decirse que el paso siguiente en tal dirección lo dará Gramsci. Pero el marxismo que llega a América Latina hasta la década de 1960 será el de Lenin, el Lenin de 1894 o 1902, no el marxismo de Gramsci.

En “Cuestiones de teoría política marxista: una crítica de Lenin”, de 1980, que reaparece en su libro Democracia y socialismo, de 1983, Moulian hace una crítica radical a la forma de uso del pensamiento marxista y leninista. Es una crítica general al congelamiento de las ideas de Lenin, Marx y Engels, convertidos en un “corpus ya establecido de conocimiento”, entendido como ciencia marxista, que es gestionado autoritariamente. Es un conocimiento frente al cual ninguna prueba lógica o confrontación histórica parece capaz de refutar, y cuyo cuestionamiento suele ser calificado como “desviación”. Se plantea la concepción materialista de la historia como una tesis científicamente comprobada. Moulian califica esto como “idolatría de la ciencia” (Moulian, 1980b: 184, 198, 199)52.

Además de fosilizado, es un pensamiento endogámico, que rechaza la incorporación de conocimientos procedentes de otras tradiciones. Se niega, así, a recibir el aporte de las ciencias sociales. Aislado y convencido de su superioridad, se sostiene en una “hermenéutica exegética” de los textos clásicos de los tres padres fundadores, que se hace en reemplazo de la investigación sobre la historia concreta y los procesos sociales efectivos. Esta ortodoxia marxista-leninista se constituye ya desde 1924-1926, “al ritmo de los procesos de centralización del poder”. Para Stalin, la lucha por imponer su interpretación de Lenin constituye un componente de su estrategia de poder. El leninismo es una narrativa que usa para legitimar su política. Luego será el gran relato de los gobiernos socialistas para justificar gobiernos autoritarios que suprimen la disidencia y anulan toda forma democrática de participación.

Moulian cuestiona “esa forma sacralizada de la hermenéutica que ha primado en el marxismo como vía de construcción de teoría. Debemos renunciar –dice– a la exégesis, tanto a la de Lenin como a la de Gramsci”. La teoría debe ser realizada no como un saber establecido sino como una crítica. “Nuestras lecturas deben ser irreverentes” (Moulian, 1983a [1980]: 190).

En “Por un marxismo secularizado”, de 1981, Moulian insiste en su análisis de la dogmatización del marxismo, que lleva a propugnar la existencia de un único marxismo, contenedor de una especie de saber total, con una filosofía general, contraria a la variedad competitiva de ideas que existía hasta el tiempo de Lenin. Esta dogmatización del marxismo se produce en asociación con la constitución de los socialismos históricos, los cuales se valen de esta sistematización ortodoxa para su propia legitimación y para combatir otras formas de pensamiento. Es una teoría convertida en razón de Estado (Moulian, 1981b: 567). Con esto, dice Moulian, Marx, un intelectual crítico, develador, pleno de historicidad, es convertido en el dios de una especie de “religión científica”, frente a la cual se exige fidelidad, condenando los cuestionamientos internos como “desviaciones”. Frente a ese fundamentalismo, es necesario “secularizar el marxismo”. Un marxismo abierto al diálogo, capaz de analizarse a sí mismo, es necesario para avanzar en la lucha por la hegemonía cultural y es necesario para acceder a un socialismo democrático (Moulian, 1981b: 571).

Crítica al relato sociopolítico de la izquierda

Lo que en el texto de Moulian de 1975 era una crítica a la conducción y discurso de la izquierda bajo el gobierno de la Unidad Popular, y que se continúa en los textos escritos en colaboración con Manuel Antonio Garretón, a principios de los años 1980 se ha expandido a una crítica sistemática al pensamiento de la izquierda. Por una parte, Moulian lleva a cabo el cuestionamiento teórico al pensamiento marxista leninista, tal como se lo asume en el país, y, por otra, en relación con ello, profundiza históricamente en el pensamiento de la izquierda. Revisa históricamente las narrativas a las que han adherido los partidos de izquierda en el país, desde los tiempos de Recabarren y desde la fundación del Partido Comunista, en 1922, hasta la actualidad. Esto se ve expresado especialmente en trabajos de los años 1982 y 1983, años en los que se produce una coyuntura crítica en la organización política de la izquierda, que se encuentra fragmentada y enfrentada a una dictadura que se ha consolidado. Estos textos de Moulian directa o indirectamente contribuyen a interpretar esta situación.

El texto “Evolución histórica de la izquierda chilena: la influencia del marxismo” (Moulian, 1982d) tiene como tema central “la naturaleza de los sistemas teóricos en uso por parte de la izquierda: el análisis de su estructura conceptual, su relación con los militantes, su relación con la cultura popular”. Ello en la perspectiva de la construcción de hegemonía (Moulian, 1983a [1982d]: 72). El texto fue presentado, en 1983, en un Seminario de Clacso, realizado en Punta de Tralca, publicado en un libro editado por Norbert Lechner, que recoge los trabajos de ese seminario, e incluido en el libro de Moulian Democracia y socialismo (1983a).

 

Aun sin declararlo en esos términos, lo que procuraba hacer era un análisis pragmático del discurso de la izquierda y sus efectos sobre la interpretación de realidad en los integrantes de los partidos. En tal sentido indaga aquí en la teoría marxista en cuanto “teoría en uso” en conexión con el aparato partidario.

Para orientar su acción, desde la fundación de los partidos de la izquierda chilena el marxismo fue el principal sistema teórico utilizado. Esto, según Moulian, contrastaría con otros países de América Latina, como Argentina y Perú, donde, al menos en los casos de Perón y Velasco Alvarado, habría primado un populismo sin consistencia teórica. En Chile, el marxismo llegó a constituir un componente importante de la cultura política nacional, marcando a las élites partidarias y mundo intelectual de izquierda, pero al mismo tiempo con gran alcance en los sectores populares.

Así como la DC, para su penetración cultural, contó con el apoyo de los aparatos de la Iglesia, la izquierda tuvo a “intelectuales difusores”, incluyendo el mismo aparato de los partidos políticos (Moulian, 1983a [1982d]: 74).

La circulación inicial más significativa del marxismo fue por la vía del Partido Comunista, el cual desde el principio, en la década de 1920, se vinculó a la III Internacional Comunista (Comintern), organización comunista fundada en Moscú en 1919 por Lenin y que durará hasta 1943. El Partido Comunista, siguiendo sus orientaciones, se proclama marxista leninista y adhiere a sus postulados, incluyendo el postulado fáctico que el Comintern planteaba en esa época, de que el capitalismo mundial se encontraba en una “fase de crisis aguda”. A través de esa vinculación con la Internacional, el Partido Comunista, que “era todavía una prolongación del movimiento obrero de las salitreras y de las mancomunales […], recubrió superficialmente ese esqueleto con los ropajes de las teorías y polémicas elaboradas en el movimiento obrero europeo”. Desde el comienzo se creó “un hábito de dependencia intelectual y política respecto a las instancias de dirección del movimiento comunista internacional” (Moulian, 1983a [1982d]: 77).

El Partido Socialista, fundado una década después, en 1933, adopta una postura más flexible del marxismo, como guía teórica, con una orientación nacional popular más amplia que la del Partido Comunista.

En 1935, cuando ya la Internacional había lanzado la consigna de los “frentes populares”, aceptando la posibilidad de un momento democrático burgués, en vez del paso directo a la revolución, se suman a ella tanto el PC como el PS.

Moulian analiza múltiples interpretaciones que circulan esos años sobre el estado del capitalismo y las formas correctas de acción, así como los acomodos interpretativos que hacen estos partidos bajo el marco de los gobiernos radicales de Pedro Aguirre Cerda y Gabriel González Videla y luego de Ibáñez. La interpretación teórica no les impide una flexible participación en el Estado, como parte del Estado de compromiso.

Sin embargo, gradual y crecientemente se rigidizan los esquemas interpretativos. En el Partido Comunista, “desapareció esa tensión de la fase previa, entre las viejas tradiciones ideológicas de origen popular y el marco eurocéntrico que imponía la Internacional. El partido se reorganizó y se eliminaron los vestigios de ese leninismo ‘incompleto’ de la etapa precedente. Asimiló las versiones estalinianas del marxismo-leninismo como su propio marco interpretativo y su perspectiva de análisis” (Moulian, 1983a [1982d]: 80). El Partido Comunista aceptó ciegamente la tesis del partido como guía iluminado y la existencia de leyes generales de la revolución.

En el Partido Socialista, por su parte, hacia 1958 ocurre una progresiva leninización, con el paulatino abandono de la perspectiva original, produciéndose de tal modo una zona de concordancia cognitiva con el Partido Comunista. Más tarde, el MAPU, que surge de la Democracia Cristiana, en 1969, también adoptará el marxismo como principal referencia teórica y como método de análisis de la realidad, abandonando la tradición cristiana y las orientaciones doctrinarias de la DC.

En esa forma, el encuadre teórico interpretativo del marxismo se impone en los partidos de izquierda, se lo valora y privilegia, y se populariza como concepción de la política y de la sociedad.

Este relato teórico interpretativo genera, según Moulian, un importante efecto de bloqueo de la potencialidad hegemonizadora de la izquierda. En el relato que se difundió, el marxismo fue “una versión reduccionista y simplificadora de la teoría original […] estragada por múltiples subordinaciones a las necesidades políticas, a la razón de partido o de Estado”, sin capacidad articuladora “para integrar dentro de su visión del mundo otros elementos culturales de base popular”. No permitía “vincularse, de una forma flexible, con los elementos fecundos de la experiencia popular”. No posee “capacidad hegemónica expansiva” (Moulian, 1983a [1982d]: 94, 95).

Por otra parte, su forma de producción descansa en dos tipos de trabajo intelectual. Uno, de aclimatación de categorías, realizado por “intelectuales secundarios”, que fueron simples adaptadores de un discurso, cuyos elementos estructuradores ya estaban formulados. Esto es lo que Moulian llama “elaboración secundaria”. El otro tipo de trabajo intelectual era la mera adopción acrítica, en una postura “fideísta”, de las ideas transmitidas por el partido a través de sus intelectuales secundarios. A través de estos “intelectuales pasivos” lo “teórico” se popularizaba en la forma de principios de fe. “La relación cognitiva del militante con la realidad se hacía bajo la forma de una adhesión ‘fideísta’ [a un sistema de creencias]. Se suponía la existencia de una ‘revelación’ que se materializaba en ‘textos sagrados’ y exigía la intervención de ‘intérpretes legítimos’” (Moulian, 1983a [1982d]: 95, 96). Con ello, insiste Moulian en la caracterización cuasi teológica que, como hemos visto, ha hecho en otros de sus textos sobre la forma que asume el marxismo. En tal tipo de proceso productivo no tenía cabida un trabajo reflexivo e investigativo de carácter crítico. El cuestionamiento condenatorio que hace Moulian es categórico y contundente.

Entre los componentes de tal sistema de creencias que fueron generalizándose durante la década del 1960 Moulian menciona: “la creencia de que el marxismo constituía la ciencia única o el método de todas las ciencias; la creencia en la necesidad de la ‘hegemonía obrera’ en todas las etapas de la revolución democrática, lo cual significaba la dirección de los ‘partidos obreros’; la creencia de que el socialismo se definía como ‘dictadura del proletariado’ y que esta era per se la democracia más perfecta; la creencia de que el principio constituyente del ‘partido de vanguardia’ era la adhesión al marxismo-leninismo más que la capacidad de dar sentido a las luchas populares; la creencia de que los ‘socialismos históricos’ eran reales”. De estas creencias se derivaban otras hasta tener un relato completo sobre la acción política que servía de orientación cognitiva y normativa para los partidos y sus periferias.

Ese cuadro se acentúa en los años 1960. Desde aproximadamente 1958 el relato sobre el fundamento teórico de la izquierda se homogeniza y se produce su difusión ampliada. “Se profundiza el carácter ‘leninista’ de la teoría en uso por parte de la izquierda y las pautas de adhesión ‘fideísta’ por parte de los militantes encuadrados en los partidos. La izquierda acentúa su carácter obrerista y su discurso clasista, así como desarrolla su perspectiva anti reformista […]. La izquierda se enclaustró en un tipo de discurso que oponía reforma y revolución”. Esto dificultaba aglutinar fuerzas y llevaba a “pensar el ‘gobierno popular’ como una preparación de la ruptura revolucionaria” (Moulian, 1983a [1982d]: 96).

Todo esto es el camino preparatorio para lo que ya a fines de 1973 Moulian diagnosticaba como causa del fracaso de la Unidad Popular. Ahora, a principios de los años 1980, ha rastreado todo el recorrido del discurso de la izquierda que lleva a la rigidez interpretativa de ese momento. Muestra la historia de la construcción de ese relato y la operatoria partidista en la cual se ha gestado. De tal modo, Moulian desmonta tal discurso, junto con procurar contribuir a la elaboración de uno alternativo.

Por otra parte, “la eficacia ideológica de la izquierda no provenía del marxismo como sistema teórico, sino de la capacidad simbolizadora que adquirió el discurso obrerista y anti reformista dentro del sector más radicalizado del ámbito popular […]. Dicho discurso operaba como principio de identidad”, configuraba el sector popular consciente. “El discurso marxista en uso sirvió para separar lo popular-revolucionario-obrero de lo popular-reformista-pequeño burgués” (Moulian, 1983a [1982d]: 97). Este discurso crea ideas fuerza que forjaban identidad, ejes estratégicos de significación: lucha popular; emancipación, justicia social; igualdad, democratización real; libertad efectiva. A ello se suma la elaboración artística –Neruda, Violeta Parra, los Quilapayún– y el heroísmo de las luchas populares –Santa María de Iquique, Ranquil, Ramona Parra, etc.–. Estos elementos de memoria colectiva tendrían más efectividad que elementos del marxismo teórico supuestamente fundante.

Esta contrapartida positiva de la crítica que hace Moulian al pensamiento de la izquierda no asume, sin embargo, un rol central en la narrativa que construye. En ella lo central es esa rigidización de la teoría marxista en uso y los bloqueos que genera en la acción de los partidos de izquierda.

Un texto en el cual reaparece la mayor parte de los cuestionamientos que ha estado haciendo es “Sobre la teoría de la renovación”, de 1982. Este texto es relevante en el trabajo que el mismo Moulian hace con su obra de comprimirla y exponerla en una forma que facilita la aprehensión de sus ejes centrales y su reiteración y difusión. Este texto fue presentado en uno de los encuentros de la izquierda en el exterior, en la perspectiva de discutir su renovación política: el encuentro de Chantilly, realizado en septiembre de 1982, en las cercanías de París, organizado por el Instituto para el Nuevo Chile. Este instituto, radicado en Holanda y bajo la dirección de Jorge Arrate, buscaba contribuir al diálogo en la oposición y a la renovación del socialismo. El encuentro congregó a más de un centenar de profesionales e intelectuales provenientes de Chile y del exilio. Entre los expositores también estuvieron Brunner y Eugenio Tironi. Este texto, además de haber sido presentado en Chantilly, apareció en un dosier de la revista Chile-América que circulaba internacionalmente, difundiendo la crítica a la dictadura desde el exilio, y posteriormente en el libro Socialismo: 10 años de renovación. 1979-1989: El adiós al marxismo-leninismo, publicado en 1991, que, en su acumulación de textos, muestra la propagación de esta crítica al pensamiento de la izquierda realizado desde dentro de la izquierda y del cual Moulian es uno de los autores cruciales.

Este texto aborda el problema de la renovación teórica que requiere hacer la corriente de la Renovación Socialista. Esta consistió, en palabras de Manuel Antonio Garretón, en un proceso “teórico y práctico, de crítica al socialismo de corte clásico vivido por la izquierda hasta 1973 y de reformulación y actualización de su bagaje intelectual y político” (Garretón, 1991: 52). Moulian, en ese escrito, diagnostica los errores de las concepciones marxistas aplicadas en Chile durante la Unidad Popular, que llevaron a una apreciación errada de oportunidades, posibilidades y peligros. Al respecto, reitera que la línea rupturista desconocía el efectivo carácter del Estado chileno, en cuanto Estado ampliado, articulador de intereses y con una cultura de compromisos. Además, esta línea proponía acciones radicales para las cuales no contaba con apoyo militar ni fuerza propia. La otra línea tenía contradicciones internas. Suponía poder movilizar a las capas medias bajo dirección obrera. Según Moulian, la fuente teórica de esto es la concepción bolchevique de la alianza obrero-campesina. De tal modo, “el fracaso de la Unidad Popular no se debió a la pura crisis de dirección que impidió que se realizara a fondo la estrategia de la ‘vía chilena’. Esa estrategia estaba impregnada de una visión obrerista y estrecha”, que no era capaz “ni de movilizar a las capas medias ni de unificar a los sectores populares” (Moulian, 1991e [1982i]: 104). Esto llevaba a la inviabilidad de ese proyecto histórico concreto. “Conducía sin remisión a una crisis estatal, porque con él no se podía organizar un bloque nacional-popular compatible con la profundidad del programa de cambios” (Moulian, 1991e [1982i]: 111, 112). Al respecto, Moulian llama a asumir esta “responsabilidad histórica”, conjuntamente con la “capacidad de automodificación” (Moulian, 1991e [1982i]: 106), la cual se hace especialmente relevante atendiendo a la nueva coyuntura crítica que se enfrenta.

 

La segunda línea argumental del texto es la crítica a los marxismos en uso, que antes había hecho en varias de sus obras, y que ya hemos expuesto. Destaca que desde la década de 1960 primó un marxismo-leninismo que representa la forma soviética de teorizar los problemas de la revolución y de la transición. Además, se impuso la idea de un único marxismo, al cual se le atribuían virtudes de cientificidad absoluta. De esa idea de ciencia (marxista) como saber absoluto se deriva una noción de partido de carácter iluminista. El partido es el portador de la Verdad, exterior a la práctica de una clase concreta y particular, y el vigilante de esa Verdad (Moulian, 1991e [1982i]: 109, 110). El marxismo le proporciona a la clase obrera los recursos cognitivos que necesita para luchar por la transformación de la sociedad, y el partido le transfiere esos recursos cognitivos. Esta concepción frena la criticidad, se opone al pluralismo político, favorece la centralización burocrática y se opone a la libertad política. Así, junto con un discurso libertario, contiene elementos totalitarios. Todo esto, por tanto, es lo que requiere ser repensado. Es un requisito necesario para el esfuerzo de “renovación socialista”.

Junto con los textos que recoge en Democracia y socialismo (1983), otro texto suyo, “La crisis de la izquierda” (Moulian, 1983e), se puede decir que termina de enlazar este tejido interpretativo crítico sobre el discurso operante de la izquierda, conectándolo con la situación en ese momento. Aparece en un libro, Chile 1973-198?, que congrega a un conjunto de autores que han estado investigando sobre la realidad social chilena bajo la dictadura: Brunner, Eugenio Tironi, Manuel Antonio Garretón, Augusto Varas, Pilar Vergara, Sergio Gómez y otros. Originalmente estos artículos fueron publicados en la Revista Mexicana de Sociología, en 1982. En su presentación al libro, Norbert Lechner lo califica de texto con “importancia histórica”, que documenta la “recomposición intelectual e institucional del trabajo sociológico en Chile”. Sería, según Lechner, junto con el dosier preparado por la revista Chile-América (donde ya hemos visto que también se incluían trabajos de Moulian, Brunner y Tironi), “la primera obra colectiva de sociología hecha en el país después de 1973”. Ajeno a algún toque de exageración que pueda haber en las palabras de Lechner, sin duda que estos textos eran aportes importantes e insumos demandados en el debate del momento, en el cual la izquierda aún no salía del período de tinieblas a que la había llevado el golpe y, luego, la efectividad disciplinaria y hegemónica de la dictadura.

Este texto sostiene la existencia de una crisis de la izquierda, que se expresa en una marcada fragmentación organizacional, política y de interpretación sociopolítica, frente a un régimen dictatorial que se ha institucionalizado, que ha profundizado su programa económico de reformas liberales y que ha despolitizado a la sociedad.

En las raíces de esta crisis de la izquierda, según el análisis de Moulian, están fundamentalmente los factores que él ha estado señalando críticamente: (1) Concepción estatista de la política, con partidos populares asociados desde el inicio al Estado de compromiso y a sus posibilidades y restricciones. Esto lleva a una “concepción cupular” de la política y a una “movilización institucionalizada de masas” (Moulian, 1983e: 308). (2) Una relación de mitificación o culpabilidad con el período de la Unidad Popular, en lugar de análisis de errores y responsabilidades políticas, entre los que se cuenta la “obsesiva creencia en la actualidad inmediata del socialismo”. El fracaso fue así el “efecto catastrófico de la aplicación parcial y defectuosa” de la estrategia del tránsito al socialismo mediante profundización democrática (Moulian, 1983e: 309). (3) Los falsos diagnósticos del autoritarismo, que le atribuyen debilidades que en la práctica no se constatan y que comprenden la complejidad del proyecto que ha estado instaurando el régimen militar. (4) Líneas políticas irreales, sea en una perspectiva militarista, como la asumida por el Partido Comunista en 1980, sea esperando una fragmentación del bloque dominante. Ambas subvaloran “la capacidad de penetración cultural o de disciplinamiento social que ha conseguido la dictadura”. La línea militar, a su vez, carece completamente de análisis comparativo de recursos que pudiera avalar la viabilidad de tal forma de acción (Moulian, 1983e: 312, 313). (5) El tradicionalismo teórico marxista, que ha estado detrás de las insuficiencias de comprensión. (6) La concepción centralista, burocrática e iluminista del partido, que no elabora la experiencia práctica de las masas.

Todo eso, dice Moulian, lleva a “una forma anacrónica de hacer política que no se adapta a las nuevas condiciones de la dominación burguesa”. Se manifiesta en una perspectiva “agitativa” y cortoplacista de la política, con una visión partidista que no atiende a las dinámicas del movimiento social y que manifiesta debilidad en el trabajo cultural (Moulian, 1983e: 315, 316).

Lo referente a la concepción estatista o estatizante de la política es un rasgo que ha reiterado en la caracterización de la actividad política de la izquierda. En este texto comienza a hacerlo con una acentuación crítica. Puede verse en esto un germen de los cuestionamientos que hará en la década siguiente, dirigidos específicamente a la Concertación.

Refundación capitalista y nuevo discurso ideológico

Aproximadamente desde 1978, Moulian emprende un trabajo de investigación similar al llevado a cabo con respecto a la Unidad Popular, ahora con respecto al régimen militar en el período 1973-1978, concentrando la atención en la política económica. Este trabajo lo realiza en colaboración con Pilar Vergara, quien es licenciada en sociología de la Universidad Católica de Chile y tiene un Magíster en Ciencias Económicas de Escolatina, de la Universidad de Chile. Ella había trabajado en el Ceren y en Ceplan, convertido luego este en Cieplan. Esta investigación se hizo como parte de un proyecto sobre “Políticas de estabilización en América Latina”, y contó con financiamiento de la Fundación Ford, IDRC, Sarec y SSRC.

Una presentación detallada de resultados se encuentra en “Políticas de estabilización y comportamientos sociales: La experiencia chilena, 1973-1978”, publicado en Cieplan, en noviembre de 1979. Este es un minucioso trabajo de revisión y análisis, desplegado en 200 páginas. En él Moulian y Vergara revisan las medidas económicas tomadas por el régimen y las reacciones que generan en empresarios en general, agrupaciones empresariales, grandes empresarios, dirigentes sindicales, empresarios agrícolas, confederaciones de la industria y del comercio, y otros. El objetivo analítico es “examinar las diferentes fases de la política económica entre septiembre de 1973 y marzo de 1978, desde el punto de vista de los determinantes sociopolíticos de las diferentes medidas aplicadas y las respuestas societales suscitadas” (Moulian y Vergara, 1979a: 2). Las fuentes de información son documentos, especialmente del Banco Central, y prensa, destacadamente El Mercurio, y revistas de opinión, como Ercilla, Hoy, Qué Pasa y Política y Espíritu.