Relatos sociológicos y sociedad

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Esta situación se ve alterada por las líneas de acción del gobierno de la Democracia Cristiana (1964-1970). La modernización industrial, la Reforma Agraria y la ley de sindicalización campesina enajenan a ciertos sectores de la burguesía industrial y de la oligarquía agraria, cuyos intereses hasta ese momento se habían visto protegidos por los acuerdos del Estado de compromiso. Esto lleva a una mayor combatividad de clase y a un reagrupamiento político de la derecha, bajo el nuevo Partido Nacional. Hasta antes del gobierno de Frei, la iniciativa política había estado en un centro político expresado en el Partido Radical, que pragmáticamente había contribuido a un entendimiento entre burguesía, clase obrera sindicalizada y sectores medios, negociando sus intereses, sin modificar las relaciones sociales campesinas. El Estado de compromiso respondía a los intereses de la oligarquía agraria, que socialmente se entrecruzaba con la burguesía, y dejaba fuera de la mesa a un sector sin fuerza política para presionar: el campesinado.

La Democracia Cristiana con su proyecto de reformas, con su sentido de misión histórica y con su “Revolución en libertad”, rompe el esquema que había facilitado la estabilidad del Estado de compromiso. Por otra parte, para realizar su proyecto político carecía de una estrategia razonable que se lo permitiera, dada la institucionalización del sistema partidario, con una gran estabilidad del voto de la derecha y de la izquierda. Sin quebrar el esquema de tres fuerzas, no podía avanzar por sí sola. De allí sus grandes dificultades después de 1967 (Moulian y Garretón 1983 [1977]: 135).

En todo ese período, las políticas de ese Estado, en el que el Partido Radical juega un papel clave y el apoyo a la educación es privilegiado, contribuyen al desarrollo cuantitativo de las capas medias. Tal crecimiento cuantitativo se ve acompañado del aumento de su relevancia política.

En ese panorama, en 1970, dos son las alternativas que se muestran viables: (1) Frenar el proceso de democratización y darle más impulso a las dinámicas de acumulación capitalista, sin interferencias de participación o redistribución. Este es el proyecto de la derecha, frenado por el triunfo de Allende, pero que luego podrá imponerse bajo la dictadura. (2) Alterar el esquema de desarrollo capitalista, cambiando la composición de clase de la conducción del Estado, pero manteniendo el desarrollo del proceso de democratización. Este es el proyecto de la UP asumido como “vía chilena al socialismo”.

En cuanto a la “racionalidad” de los bloques políticos entre 1970-1973, algunos aspectos que destacan Moulian y Garretón (1983 [1977]: 57-63) son los apuntados a continuación.

El comportamiento de la Democracia Cristiana es de gran importancia en la evolución del proceso político del período. Su defensa identitaria, con su núcleo ideológico católico y su alternativismo ideológico, le dificultan avanzar hacia un compromiso con la Unidad Popular, pese a las convergencias existentes. Menos aún es proclive a una alianza con la derecha. Será la aguda polarización del fin del período y la capacidad de la derecha de movilizar a sus bases lo que la forzará a terminar facilitando el camino de la estrategia de la derecha.

La derecha, desde 1938, con un poder limitado, lleva a cabo una política más bien defensiva. Hasta 1964 es muy significativo en ella el peso de la fracción latifundista, que mantiene vinculaciones con los capitales financiero, comercial e industrial. El latifundio, dicen estos autores, era un espacio común a todos los sectores capitalistas, e imponía su sello en la conducta de las clases dominantes. La Reforma Agraria y la sindicalización campesina son un ataque frontal a este sector social tradicional. Con ello, este sector se ve debilitado socioeconómicamente, pero también induce una “resurrección” política de la derecha, fusionándose los partidos Conservador y Liberal, dando forma al Partido Nacional, que será activo agente en las luchas políticas de años siguientes.

Durante el período 1970-1973, la derecha lleva a cabo una ofensiva política continua, y juega cartas más allá de la institucionalidad política. “A través de los gremios patronales de grandes industriales y comerciantes y a través de la coordinación de la Confederación de la Producción y del Comercio, dirigida por personeros ligados al gran capitalismo, la derecha logra dirigir políticamente a las organizacionales gremiales patronales o profesionales de capas medias” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]: 63). En su accionar pone netamente sus intereses de clase por sobre sus intereses políticos. La disolución de los partidos que acompañará al régimen militar no le preocupa en la medida que ello favorece sus intereses de clase. Desde 1971 su foco es definidamente el derrocamiento de Allende y obtiene un gran éxito con el paro de octubre de 1972, que irá preparando el terreno para una salida extrainstitucional.

La izquierda también se mueve, declaradamente, en una lógica de clases, pero prima la orientación de preservar el orden político institucional. El programa de la Unidad Popular, en el cual a la izquierda se suma el Partido Radical, tiene un contenido de “preparación de las condiciones del socialismo”. Lo que ya veíamos que era enfatizado por Moulian en su publicación de 1971. No obstante, esto se ve combatido internamente por el Partido Socialista, que juega un papel crítico sosteniendo la idea de una rápida transformación socialista, avalada en interpretaciones de la teoría marxista y con el apoyo emocional de la revolución cubana. Esta alternativa rupturista se plantea, dicen Garretón y Moulian (1983 [1977]), sin un suficiente análisis de la dinámica de las clases sociales, del universo ideológico cultural y de la naturaleza del Estado chileno. Así, contribuirán al desenlace final, con un resultado totalmente opuesto al buscado. Por un lado, llevarán a la polarización ideológica interna de la izquierda, obstaculizando una acción coherente del gobierno; por otra, alentarán la vía extrainstitucional, también rupturista, de la derecha.

En esta dinámica interna de la izquierda, Garretón y Moulian identifican y destacan un factor explicativo que llaman el “problema del vacío teórico-ideológico de la izquierda”. En la evolución que tuvo el régimen político de la Unidad Popular, con sus dinámicas de polarización, desinstitucionalización y degradación de la legitimidad, “es evidente que tuvo un papel importante el modo como la UP concibió, semantizó y realizó ese proyecto [el programa de la UP]” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 70). Hubo una importante debilidad en la construcción teórico-discursiva que diera cuenta de lo objetivamente posible y guiara la práctica. En las polémicas internas de la UP durante el período, destacadas aproximaciones cognitivas provenían directamente de una teoría marxista consagrada y eran aplicadas sin mayor criticidad, para el análisis del proceso en marcha. “Se trata de un fenómeno de ‘fetichización’ de la teoría”. Faltó una teoría adecuada a las características del proceso49. De tal modo, los problemas de las alianzas, de los compromisos y del carácter mismo del gobierno y del proceso fueron analizados desde “una perspectiva muy insuficiente” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 71, 72). Eso lleva a que, desde mediados de 1972, no se cuente con un discurso coherente que responda a los problemas necesarios de abordar y la conducción se haga errática. A ello se suma el proceso de polarización ideológica interna de la izquierda. A su vez, la propia semantización del proceso, por parte de la Unidad Popular, como socialismo y revolución dirigida por la clase obrera apartó a la clase media y fue un factor de polarización con resultados negativos (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 152).

Conjuntamente, hay una incapacidad teórica y práctica para entender las dinámicas autónomas del movimiento popular. No se produce un adecuado procesamiento partidario, político institucional, de los intereses y aspiraciones presentes en la base social. En consecuencia, la conducción política no logra ajustarse bien con tales dinámicas (74, 75). Como señalan en su texto, “la crisis o frustración de un proceso social es también la crisis de las categorías con que fue analizado” (Moulian y Garretón, 1983: 22).

La obra, así, concluye con una clara responsabilización del fracaso a la forma en que operó la izquierda. Hubo un problema de conducción y parte muy importante de ello fue un problema de análisis y comprensión de la realidad que se enfrentaba. Los autores hacen una evaluación crítica de la falta de alianzas políticas con el centro así como de la fuerza que adquirió el proyecto de ruptura armada, asumido al interior de la Unidad Popular por una parte del Partido Socialista.

En el resultado final, a esas debilidades se suma la efectividad lograda por la derecha en sus esfuerzos por cuestionar la institucionalidad, agudizar la polarización y deslegitimar al gobierno, con un discurso en que apela a los valores de libertad y democracia. Su estrategia logra la adhesión de las capas medias y el apoyo o neutralización de la DC para terminar con el gobierno de Allende. La derecha, cohesionando a la burguesía y capas medias, logra la hegemonía ideológico-cultural que no consigue la UP.

En la introducción agregada en el libro de 1983 al texto de 1977 se dice que la izquierda aprendió “que ningún proyecto de envergadura puede encararse en Chile sin constituir una sólida mayoría dentro de las reglas del juego político. Que el país no se agota en la clase trabajadora y que un proyecto de transformación debe ser popular, pero debe ser también nacional, desbordando los márgenes clasistas y dando cabida genuina a vastos sectores sociales. […]” (Moulian y Garretón, 1983: 17).

Luego de ese trabajo conjunto con Garretón, Moulian continúa investigando en ese tipo de procesos políticos, por una parte, con respecto al período de la dictadura militar, a lo cual me referiré más adelante, y por otra parte explorando en lo ocurrido en el período previo procurando afinar la caracterización e interpretación sobre el comportamiento de los actores políticos.

 

En “Debilidad hegemónica de la derecha chilena en el Estado de compromiso”, que Moulian escribe junto con Germán Bravo y presenta en un seminario organizado por Ceneca, Flacso, SUR y Vector en enero de 1981, profundiza en la derecha política chilena. Moulian y Bravo analizan las limitaciones de la derecha para realizar una política hegemónica en el Estado de compromiso, entre 1938-1970, y su carencia de un proyecto de carácter nacional, no llevando a cabo reformas burguesas, las cuales son impulsadas por otras fuerzas sociales.

En ese período, según los autores, la derecha sigue una lógica de “guerra de posiciones” con momentos defensivos y ofensivos. La acción defensiva de acomodación, tiene por objetivo moderar los proyectos de reforma del bloque gobernante. La modalidad ofensiva se despliega como consecuencia de los problemas provocados por los intentos reformadores. En la derecha prima una orientación corporativa, cuyo foco principal es resolver los problemas de la propia clase dominante. Esto restringe la capacidad hegemónica de la derecha (13). Conjuntamente, hasta 1973 las clases dominantes carecieron de un proyecto que articulara diferentes sectores sociales, que recogiera las demandas y problemas planteados por otros sectores sociales, y no tuvieron capacidad para reestructurar la acción del Estado de acuerdo con una racionalidad burguesa “pura”; no poseen un proyecto de modernización propio (6). Deben aceptar los límites impuestos en el Estado de compromiso, con una industrialización capitalista regulada por el Estado y con una democratización política y social. De tal forma, “la incapacidad hegemónica inicial de las clases dominantes permite que sean otras fuerzas las que asuman las tareas de modernización” (Moulian y Bravo, 1981: 26).

La nueva clase que va surgiendo con la industrialización sustitutiva dependiente del Estado se ve absorbida por el antiguo bloque oligárquico y bajo su dirección ideológico-cultural. No se crea, entonces, una burguesía manufacturera como segmento social diferenciado. “Las clases dominantes de la industrialización y del Estado de compromiso siguen manteniendo y reproduciendo una cultura oligárquica, que expresa mejor el mundo señorial del latifundio que las categorías específicas de la ideología burguesa. Esos elementos están absorbidos y re-elaborados por la constelación oligárquica”. “El conservantismo de la derecha es la expresión política de una cultura/sentido común aristocratizante, para la cual es más fundante de las jerarquías sociales el par linaje/dinero que el par dinero/mérito. Hasta avanzada la década del 50, se desarrolla un tipo cerrado de clases dominantes” (Moulian y Bravo, 1981: 18) y no se produce el enfrentamiento entre el terrateniente sustentado en relaciones sociales precapitalistas y el industrial “moderno”.

Hasta 1964 se mantienen el problema agrario, con un sector que no accedía al mercado de bienes y que obligaba a mantener altos niveles de protección arancelaria. Estos elementos formaban un círculo vicioso que Moulian y Bravo (1981: 20) sintetizan: estrechez del mercado interno → obliga a mantener tasas muy altas de protección → disminuye la competitividad de la industria nacional → esa competencia limitada regulada por la fijación de precios asegura tasas de ganancia altas → no necesidad de innovación → sectores manufactureros no necesitan modernizarse.

Tal concepción conservadora y visión de mundo tradicionalista de las clases dominantes chilenas no deriva de alguna capa de intelectuales que la impusiera. “Más bien sucede lo contrario. La capa de intelectuales de las clases dominantes chilenas, durante el período estudiado, no son un segmento que dirige, sino un mero reflejo de las características semiburguesas de las clases dominantes. Su papel es el de meros difusores del sentido común clasista. El conservantismo político es secretado por la misma constitución material e histórico-social de esas clases y es la ‘expresión’ de esa cultura-sentido común aristocratizante que proviene del latifundio. La hacienda marca culturalmente a las clases dominantes más que la fábrica” (Moulian y Bravo, 1981: 21, 22).

El texto “Desarrollo político chileno entre 1938-1973”, de 1982, sintetiza los argumentos que ha ido tejiendo Moulian, con su relato sobre el Estado de compromiso, desde el Frente Popular hasta la UP y su fracaso. Este relato muestra los principales factores que llevan al desarrollo del Estado de compromiso y a su mantenimiento, y los del fracaso del gobierno de la UP, buena parte del cual deriva de fallas de diseño y conducción por parte de la izquierda.

Es una publicación de importancia para la difusión a mayor escala de la construcción narrativa de Moulian. El texto aparece en la revista Apsi. Esta es una destacada publicación de izquierda, uno de los escasos medios periodísticos que en este período abren espacios para la reflexión política de la oposición al régimen. Es un texto denso en contenido histórico y analítico, que se extiende por casi 30 páginas, más allá de lo usual en una revista destinada a un público amplio. Para facilidad de los lectores se publicó en tres partes, entre julio y septiembre de 1982.

Moulian justifica el abordaje histórico diciendo que “para entender la realidad actual es necesario buscar las raíces de contradicciones históricas que en 1973 se intentaron resolver” y precisa que el discurso histórico “nos acerca a una ‘comprensión sensible’ más valiosa que un descarnado análisis conceptual” (Moulian, 1982a: 12). En esta nueva versión del recorrido histórico reitera puntos, pero también agrega matices y énfasis. Señalaré algunos que tienen más claridad y fuerza narrativa.

El Estado capitalista de compromiso es una entidad central del relato y resulta de la acción del Frente Popular a la cual se suma la izquierda en la década de 1930. Constituye una solución simultánea a la crisis del modelo primario exportador y a la “cuestión social”, frente a todo lo cual habían fracasado esfuerzos previos, de derecha. La política frentista aborda tres tareas fundamentales, que caracterizarán a este Estado de compromiso: (1) el fomento de una industrialización sustitutiva de importaciones, desde el Estado, apoyándola con créditos, protección arancelaria, infraestructura, etc.; (2) el desarrollo de la democracia política, especialmente favoreciendo a los sindicatos; (3) la expansión de funciones estatales de bienestar y de disminución de desigualdades (Moulian, 1982a: 17). Con ello, la izquierda se incorpora a una tarea modernizadora del capitalismo.

Dada la fuerza de sector terrateniente y de la oligarquía minera, no se aborda el desarrollo capitalista de la agricultura ni la nacionalización de las riquezas básicas. Además, la protección estatal aseguraba a la burguesía una ganancia suficiente aún sin esfuerzos en productividad ni innovación. Esto es lo que Moulian caracteriza como un “reformismo incompleto”, que mantiene relaciones agrarias precapitalistas, empresarios parasitarios del Estado y miseria urbana (Moulian, 1982a: 19).

Los virajes de gobierno entre 1938 y 1964 no alteran el carácter básico del Estado de compromiso. El viraje a la derecha de González Videla, en 1946, no lleva a intentar, de modo autoritario, transformaciones capitalistas significativas. No existe nada parecido, en la derecha, al proyecto nacional que encabezará el equipo de economistas de gobierno bajo la dictadura de Pinochet (Moulian, 1982b: 13-15).

Con Ibáñez reaparece un discurso populista y antipartidista, y se ganan beneficios en democratización. Con Jorge Alessandri se asumen desde la derecha el discurso de la técnica y ciencia para avalar las decisiones. Intenta una política de profundización de la industrialización sustitutiva de importaciones, pero el empresariado no contribuye al esfuerzo de modernización industrial.

La primera embestida significativa al Estado de compromiso ocurre con el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Este presenta un “programa de reformas completo y coherente” (Moulian, 1982c: 15, 16): reforma agraria, sindicalización campesina, recuperación de parte del excedente del cobre, nacionalización de la banca, industrialización pesada, reforma educacional, etc. Involucra un incremento de la democratización dentro de los marcos del capitalismo. No obstante, su doctrinarismo y “purismo” la hace reacia a las alianzas y cae en el aislacionismo, y su programa resulta frenado en la mitad del período de gobierno.

Desde los años 1960, los partidos de izquierda sostienen, a su vez, un diagnóstico de que el centro representa fuerzas pequeño burguesas o que es instrumento de la burguesía. Rechazan así alianzas con el centro, y a su “reformismo” le oponen el camino de la rápida transformación de la revolución democrática en socialista.

De tal modo, ni de la izquierda ni del centro hay propensión a las alianzas, pese a que ellas son indispensables para el logro de cambios de la envergadura que ambas fuerzas buscan. Esto según Moulian es una “distorsión perceptiva” (Moulian, 1982c: 18). Ambos actores colectivos no perciben que sin un bloque por los cambios no es posible realizarlos.

En esa misma perspectiva para enfocar la realidad sociopolítica, la Unidad Popular llega al gobierno con un “programa de medidas democratizadoras, antiimperialistas y anticapitalistas que fue verbalizado como forjador casi inmediato del socialismo”. Se plantea en lucha “contra el fantasma del reformismo” y propugna un discurso que opone “reforma” a “revolución”, discurso que contiene “semantizaciones (copiadas de otros procesos) que tornaban amenazante la propuesta de democratización sustantiva”. Moulian no escatima calificaciones críticas a este discurso polarizador, portador de “ideologías excedentarias” y un “verbo jacobino” (Moulian, 1982c: 20).

La Unidad Popular requería formar un “bloque por los cambios”, una mayoría social y política amplia, pero su discurso y su accionar lo obstaculizaron. Insiste Moulian en los factores condicionantes que ya había venido señalando en obras previas. Junto con la capacidad política desplegada por la derecha y un centro tensionado que no busca acuerdo, tras la derrota de la Unidad Popular hubo errores de diseño y dirección. Su estrategia de reformas no negociadas dentro del marco institucional alimentó la polarización política. La UP no tuvo la visión de un “compromiso histórico” que unificara segmentos populares. Enarboló mitos de política revolucionaria maniqueamente opuesta a una política reformista. Insistió en un discurso obrerista, derivado de la matriz teórica marxista-leninista. Moulian reitera aquí la idea del vacío teórico ideológico, con otras palabras. La Unidad Popular no contaba con una teoría elaborada a partir de la experiencia chilena, que fuera original y nueva. En su lugar, pensaba el proceso en curso desde la lógica de los “modelos revolucionarios”. “La izquierda toma prestada las teorizaciones existentes, con sus premisas y su lenguaje” y no percibe las posibilidades efectivas que tenía delante suyo (Moulian, 1982c: 21).

Crítica al relato teórico de la izquierda

La principal fuente de carácter conceptual teórico para la construcción analítica de Moulian es el marxismo. Dentro de este, un autor al cual destina muchas lecturas, interpretaciones y referencias es Lenin. Comienza con un temprano trabajo, que ya mencionamos, escrito en 1972, mientras trabaja en el Ceren, y continúa después en varios otros textos, tales como “Un debate sobre eurocomunismo y leninismo” e “Idolatría de la ciencia y teoría de la ideología”, ambos de 1978, y “Cuestiones de teoría política marxista: una crítica de Lenin”, publicado por primera vez en 1980 y después incluido en su libro Democracia y socialismo, de 1983. En ese recorrido mantiene algunos de sus planteamientos iniciales, pero desarrollando una elaboración crecientemente crítica.

En “Acerca de la lectura de los textos de Lenin: una investigación introductoria” (1972), que aparece en los Cuadernos de la Realidad Nacional, verdadera vitrina de la producción de las ciencias sociales de izquierda del período de la Unidad Popular, su objetivo es dilucidar el aporte de Lenin. La preocupación, no declarada en el texto, es por los usos que se le da a los planteamientos de Lenin en el debate político dentro de la Unidad Popular y de la izquierda en general. Su conclusión es que en los textos de Lenin es posible encontrar un conocimiento abstracto, generalizable, sobre la acción política, y este se articula a través de la noción de coyuntura. En torno a ella caben los análisis de relaciones entre clases, correlaciones de fuerzas, contradicciones, política de alianzas, ideologías, tipos de racionalidad, etc. Es, dice Moulian, una teoría de la estrategia y táctica. En cuanto tal, “proporciona una orientación científica a la práctica política de la clase obrera” y el esfuerzo de Moulian es por extraer “la ciencia de la política que hay [en esos textos]” (Moulian, 1972: 188, 190).

 

Esto se opone a las interpretaciones dominantes sobre la obra de Lenin: una visión empirista y otra dogmática. La primera reduce la obra de Lenin al estudio científico de un período particular de la historia rusa, a partir del cual no es posible extraer generalizaciones teóricas que vayan más allá de esa realidad concreta. La segunda le asigna a los análisis históricos de Lenin el carácter de verdades científicas ahistóricas, que pueden tener validez en cualquier contexto sociohistórico. Ambas serían, según Moulian (1972: 187), “lecturas incorrectas”.

Este es un texto de árido estilo académico, abstracto y poco invitante para un lector más general. Sus derivaciones de aplicación no son explicitadas ni ejemplificadas. No obstante, en sus obras de los años siguientes aparecerá reiteradamente ese tipo de análisis, para el cual Moulian encuentra su modelo en la obra de Lenin, como enfoque conceptual metodológico de análisis. Es lo que le hemos visto aplicar respecto al período del Estado de compromiso y, en particular, al período de la Unidad Popular.

A fines de los 1970 retoma sus análisis del pensamiento de Lenin ya no para rescatar su potencialidad para el análisis político coyuntural, sino que para cuestionar los usos de su obra que se hacen, según Moulian, de manera fundamentalmente distorsionada. En esta crítica, Moulian mantiene su defensa de una potencialidad del pensamiento de Lenin que se pierde en la interpretación que de él llevan a cabo sus continuadores, particularmente Stalin. En estos años, Moulian ya ha leído y estudiado la obra de Gramsci y su mirada está dirigida no solo hacia la historia pasada, sino que también a las posibilidades políticas futuras. Sus construcciones interpretativas buscan señalar caminos a seguir.

La narrativa del eurocomunismo

Uno de los discursos de izquierda que Moulian revisa e incorpora en sus análisis es el del “eurocomunismo”. Este discurso, que se aparta de la línea soviética, se había expandido en Europa, particularmente en Italia y Francia, en paralelo a la crisis de los “socialismos reales”. Moulian (1978a) en una de sus publicaciones, “Un debate sobre eurocomunismo y leninismo”, en una postura concordante con la del eurocomunismo, muestra la radical separación que este tiene con el leninismo50.

Moulian sostiene, en lo que según él es la tesis central del artículo, que “el leninismo como ortodoxia es una construcción teórica y política del estalinismo”. Stalin deshistoriza los planteamientos de Lenin que estaban referidos a coyunturas particulares, los generaliza, y los termina convirtiendo en una perspectiva teológica, usándolos para legitimar su propia forma de conducción del Estado soviético y del partido (30, 31). Stalin transforma los planteamientos de Lenin en “teoría y táctica universal del movimiento obrero en la época imperialista”; los convierte, según las palabras del propio Stalin, en “teoría de la revolución proletaria en general” (Moulian, 1978a: 29).

Esa fijación ortodoxa que hace el estalinismo del marxismo ya estaba en germen en Lenin. Este concibe la obra de Marx como ciencia “acabada”, con potencialidad de proveer todas las respuestas. Con respecto al Estado, materia que será crucial en las discusiones de la izquierda en la segunda mitad del siglo XX, hace afirmaciones generales; así, la necesariedad de la dictadura del proletariado es asumida con tal carácter de ley científica general y Stalin la usará para justificar la represión en la URSS.

En Lenin, según la lectura de Moulian, hay diferencias entre un Lenin inicial más determinista y de leyes generales y un Lenin del período del Qué hacer, que le presta más atención a diferentes variantes tácticas para la acción dentro del Estado preexistente. Esto, sin embargo, Lenin no lo llega a formular en términos generales, no emerge de ahí una “teoría de la transición legal democrática” (Moulian, 1978a: 35).

El eurocomunismo, por su parte, plantea un camino diferente al de ese leninismo estalinizado que afirmaba el paso necesario por la dictadura del proletariado. Ello va acompañado de una concepción diferente del Estado, ya no mero instrumento coactivo, en manos tradicionalmente de la burguesía, y luego del proletariado, sino que como una entidad más compleja. Tal complejidad es la que lleva a atender a sus particulares contenidos positivos en referencia especialmente a la “democracia burguesa”. El camino a seguir, por tanto, ya no es la toma violenta del Estado, ese instrumento represivo de las clases dominantes, para usarlo del mismo modo coactivo con el fin de lograr la transformación social radical. El camino es el señalado por Gramsci, de conseguir por la vía ideológico-cultural el apoyo mayoritario a las transformaciones emprendidas, es decir, lograr lo que él llama “hegemonía”, entendida en términos amplios, ideológico culturales y no exclusivamente político institucionales. Esto lleva a redefinir la teoría del tránsito al socialismo, asignándole a la democracia un valor y un rol que antes no tenía, como forma institucional y como criterio normativo.

La teoría leninista del Estado, con su metáfora del garrote, tuvo enorme influencia. Fue una narrativa con el apoyo teórico del marxismo y con referentes históricos de apoyo que se difundió extensamente por el mundo y marcó también la interpretación que la izquierda hizo de la realidad chilena. Esa teoría anula las diferencias entre tipos de Estado. No tiene capacidad para discriminar, por ejemplo, en la variedad de elementos del Estado de compromiso chileno y sus potencialidades. Limitó, así, el análisis de la llamada democracia burguesa, que fue menospreciada. Afectó el modo de plantear el camino hacia el socialismo, asumiendo un Estado dictatorial y represivo, como dictadura del proletariado, en la que se anulan los derechos democráticos de los mismos trabajadores.

Es, por tanto, una teoría o una narrativa con gran fuerza pragmática, con repercusiones performativas. Moulian es de los que contribuyen a desmontarla, cuestionarla y armar, de a poco, una teoría o narrativa alternativa. Gramsci es uno de los apoyos teóricos fundamentales. Además, el mismo Gramsci, con su historia política personal, se hace parte, tal como en el caso de Lenin, de la narrativa general. Contribuye simbólicamente a su atractivo, a su fuerza de convicción.

Este texto sobre el eurocomunismo Moulian lo publica en la revista Estudios Sociales, que es de la Corporación de Promoción Universitaria (CPU), dirigida por la Democracia Cristiana, lo cual revela el interés de Moulian de abrir diálogos hacia ese sector. Polemiza, al mismo tiempo, con Fernando Moreno, un autor de derecha que busca mostrar que el eurocomunismo no es más que el mismo lobo con otro disfraz.