Relatos sociológicos y sociedad

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Desarrollo político en Chile entre 1949 y 1973

La producción sociológica de Tomás Moulian se inaugura cuando tiene 26 años, al inicio del gobierno de Eduardo Frei Montalva, en 1965, con un libro de título inespecífico: Estudio de Chile, pero donde ya aparecen los temas que reiterará una y otra vez en los años futuros: partidos políticos, relación con clases sociales, conducta política de clases y sectores de clases, régimen de partidos, orientaciones ideológicas. El prologuista, a su vez, lo presenta como un “sociólogo joven y no conformista”, anticipando con esta última caracterización un rasgo que a futuro volverá a ser reiteradamente mencionado.

En particular, lo que estudia es la relación entre ideologías y comportamiento político. El comportamiento político lo analiza a través de su expresión electoral, tomando datos de elecciones parlamentarias y presidenciales entre 1949 y 1965. Analiza las orientaciones ideológicas y la conducta política de la clase obrera, clase media y clase alta. En concordancia con el momento político en que escribe, le presta particular atención a la trayectoria ideológica de la Democracia Cristiana que consigue atraer a la clase media, logrando un continuo crecimiento desde 1957 hasta elegir a su candidato presidencial en 1964. Según plantea, si bien este partido “surgió como un intento de reemplazar el orden capitalista […] poco a poco ha ido derivando hacia el reformismo, siendo quizás justamente esta evolución la que ha permitido su ‘encuentro’ con la clase media” (48). En tal encuentro incidiría la afinidad con el catolicismo prevaleciente en estas clases, la visión global, mesiánica, de renovación, que posee el partido, su carácter de movimiento nacional abierto a todas las clases y su condición de alternativa frente a movimientos más radicales (49-52). Al paso, Moulian señala otro factor de atracción entre universitarios y profesionales jóvenes, frente al cual parece él mismo haber sido sensible: “la capacidad teórica, el aspecto de seriedad y conocimiento de los líderes y organizaciones de la Democracia Cristiana […] y la pretensión de pureza, de no corrupción” (Moulian, 1965: 50).

En este trabajo no se visualiza una orientación teórica clara, ni aparece el marxismo. Aunque usa profusamente el concepto de clases sociales, su concepción sobre ellas es todavía weberiana. Se trata, dice (Moulian, 1965: 21), de “todas las personas que se encuentran en un mismo nivel de prestigio y estimación social. Igualmente, la conciencia de clases la entiende como sentirse participante y afectado por los modelos de conducta de la clase, e incorporarse a la organización que expresa a la clase (55). Su concepción de sociedad y cambio social, por su parte, aún está dentro del modelo de la modernización, con el paso de sociedad tradicional a sociedad desarrollada.

Entre los autores destacados que cita está Vekemans, de quien, por ejemplo, acoge su definición de las clases altas como “clases herodianas”, o sea, “como grupos sociales que viven con el standard de vida de las clases altas de los países desarrollados en una sociedad con recursos económicos escasos” (Moulian, 1965: 63). También cita a Medina Echeverría y su concepción sobre la relevancia cultural de la hacienda, con sus derivaciones de dependencia clientelar. En tal cultura hacendística, las lealtades al patrón estarían siendo reemplazadas, en sectores obreros, por la solidaridad de clase, pero se mantiene en sectores agrarios (Moulian, 1965: 67).

Un último punto del libro, de relevancia solo anecdótica, contiene su análisis sobre la “neutralidad política de los militares”, donde sostiene que los grupos militares “están neutralizados como órganos de presión política”, pero tiene la cautela intelectual de cerrar el capítulo, y el libro, diciendo que, al respecto, “no es posible profetizar [su comportamiento] para momentos distintos del actual” (Moulian, 1965: 148).

Están allí los temas sobre los que Moulian seguirá escribiendo en el futuro, pero todavía no hay un relato integrador. De hecho, el texto tiene un cierre abrupto y no hay conclusiones. La introducción, por su parte, es meramente formal, sin ningún anuncio sobre el contenido sustantivo que se va a encontrar en la obra.

Esto cambiará radicalmente en sus obras siguientes, todas las cuales tienen tesis muy claras.

Durante el período de la Unidad Popular, como ya hemos visto, Moulian principalmente escribe textos de ocasión, frente a las demandas del partido, para enfrentar las contingencias políticas. Tienen así más una función de difusión que de elaboración de una interpretación original. Uno de los dos textos de carácter reflexivo y académico que aparece en estos años es un denso artículo publicado, en diciembre de 1971, en la revista Cuadernos de la Realidad Nacional, del Ceren, donde trabajaba y hacía clases: “Algunos problemas teóricos de la transición al socialismo en Chile”, escrito en conjunto con Guillermo Wormald, sociólogo también de la Universidad Católica, más joven que él.

Este texto aborda un problema que hoy parece bizantino: ¿cuál es la correcta caracterización del período iniciado con el gobierno de la Unidad Popular? ¿Se está efectivamente en una fase de transición al socialismo? Esta, en verdad, era una materia de alta relevancia práctica. En ese momento la discusión política estaba muy marcada por un discurso teórico marxista y de este se derivaban tipificaciones que orientaban la acción. Estar en la transición al socialismo involucraba tener el control del Estado y el poder suficiente para emprender la transformación socialista de la antigua formación social, modificando desde el Estado la estructura económica, destruyendo gradualmente las estructuras capitalistas tanto económicas como políticas e ideológicas.

Un influyente relato que circulaba en la izquierda afirmaba que tal era el caso. Chile estaba en la fase de transición al socialismo, así entendido. Dado eso, tenían sentido y justificación una serie de acciones de radicalización. Moulian y Wormald (1917) discuten tal planteamiento. Para ello, el medio que usarán no son los datos. Lo que enfrentan es una narrativa. Así, gran parte del texto es para discutir teóricamente lo que es la “transición al socialismo” y cuál es el carácter de la “ruptura” que abre paso a la transición, en el contexto de la teoría marxista.

Apoyándose en diversos autores de la tradición marxista (Marx, Lenin, Sweezy y Dobb, Bettelheim, Althusser, Poulantzas y otros), Moulian y Wormald precisan que tal transición es entendida como la etapa socialista hacia el comunismo, en la cual conviven rasgos de diferentes modos de producción. La ruptura que marca el paso a la etapa de transición es un cambio en la hegemonía política de clases, el cual asegura el cambio en el carácter de clases del Estado. Esto es lo que define la ruptura (103-106). Tal ruptura, en todo caso, no debe confundirse, aclaran los autores, con una de sus modalidades: la acción armada; la pertinencia o no de esta forma de acción colectiva dependerá de las particulares condiciones históricas (Moulian y Wormald, 1971: 113). Cabe precisar que el concepto de hegemonía está usado no en el sentido gramsciano, del logro del consentimiento por vía ideológico-cultural, sino en el sentido de control político institucional del Estado46. La hegemonía de clase es la capacidad de dirección autónoma del Estado por parte de una clase, permitiendo la realización de sus intereses (106-112). Por otra parte, si una clase comparte la dirección del Estado, no puede decirse que cuente con poder hegemónico. Así, es con la hegemonía política de la clase obrera que puede afirmarse que comienza la etapa de la transición al socialismo. Es el control del Estado la condición que permite asegurar la transformación socialista de la antigua formación social (Moulian y Wormald, 1971: 117).

Con esa argumentación sientan las premisas para caracterizar la situación del proceso chileno. Con el gobierno de la Unidad Popular, el control del Estado es compartido. Si bien el poder ejecutivo posee cierta libertad de acción, por las características históricas del Estado chileno, los partidos obreros no poseen poder hegemónico, sino que solo un control parcial del Estado. No se ha producido una transformación del carácter de clase del Estado. Ese control parcial del Estado logrado por la UP, sumado a la correlación de fuerzas existentes, es incompatible con la realización de un programa socialista. Por tanto, no se ha producido la ruptura que señalaría la transición al socialismo. El proceso ha recorrido todavía no más que los primeros estadios de la fase democrático-popular, sin garantías de irreversibilidad. Se está recién en un “período de transición hacia la transición” (Moulian y Wormald, 1971: 126).

Se cuidan, no obstante, de indicar que, aunque el proceso no sea socialista, el programa contiene un conjunto de importantes medidas socialistas y que el poder obtenido provee la capacidad suficiente para realizar transformaciones en la “formación social” chilena.

Esa conclusión es muy significativa en el debate político del momento. Se suma a las narrativas circulantes durante esos años que apoyaban a las posturas allendistas y de un sector de la izquierda que luchaba contra los intentos de acelerar el proceso de cambios. Los que defendían la postura de radicalización, de avanzar sin transar, percibían la realidad desde dentro de un marco interpretativo que los convencía de contar con las condiciones para hacerlo: se sentían como los bolcheviques controlando el Estado ruso, en 1917, o como el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, en 1959, luego de la derrota de Batista. Esta contribución textual de Moulian y Wormald será, sin embargo, solo otra voz en la cacofonía interpretativa reinante en esos momentos. Es, además, un texto abstracto, de forma muy académica, y la argumentación, pese a su precisión lógica, se ve oscurecida por la densidad de la construcción académica. En años siguientes, a sus trabajos más académicos, Moulian, en la exposición de sus ideas, agregará versiones alivianadas para difusión más amplia, y reiterará sus planteamientos en múltiples versiones o traducciones. En este período, en cambio, eso no ocurre. Su actividad intelectual no logra tal canalización.

 

Aunque no tienen lugar destacado en el argumento, hay dos afirmaciones que aparecen y que en obras posteriores se expandirán. Una es sobre un rasgo que cruza medio siglo: el debilitamiento de la hegemonía burguesa desde 1920; la otra, sobre el período de Allende: la incapacidad de la Unidad Popular, ya constatada a fines de 1971, cuando los autores escriben, para movilizar al conjunto de las clases populares; la DC congrega un sector de ellas, atraídas por motivaciones diversas o repelidas por la UP.

Este texto provee una caracterización teórica de la situación. Sobre esa base, cuestiona otras interpretaciones como inadecuadas, como ilusorias. Busca una “lectura real” usando el instrumento de la teoría (Moulian y Wormald, 1971: 99). Fuera de esa mejor lectura, en las conclusiones no provee otras orientaciones para la acción que vayan más allá de la afirmación ostensiblemente vaga de que “el avance del proceso chileno requiere, por lo tanto, el desarrollo creciente del poder obrero en sus múltiples formas y dimensiones”, de acuerdo con las posibilidades de la correlación global de fuerzas, y de que tales formas de poder deben “prefigurar las relaciones sociales socialistas” (Moulian y Wormald, 1971: 129). Lo que ello signifique, fuera de mostrar que los autores están alineados con el imaginario político prevaleciente en la izquierda, no es especificado.

La trayectoria que lleva a la “totalización de la crisis” de 1973

El primer texto de análisis político que ya no es meramente para difundir las ideas del partido y que muestra solidez reflexiva y académica es “Lucha política y clases sociales en 1970-1973” (Moulian, 1975a [1973]). Lo escribe inmediatamente después del golpe, entre octubre y noviembre de 1973, y es un primer esfuerzo, todavía sobre caliente, por dar cuenta de lo ocurrido y explicar el fracaso del gobierno de la Unidad Popular. No obstante, la publicación original recién pudo hacerla en 1975 y obligadamente tuvo una circulación restringida, dada la censura política existente en la época. En él ya comienza a combinar análisis de clases y actores políticos con examen histórico de los procesos. Las ideas de este texto reemergerán una y otra vez, con mayor desarrollo y especificidad, en obras de los años siguientes, en especial en los trabajos en coautoría con Manuel Antonio Garretón. Además, lo incluirá como capítulo de su destacada y difundida obra Democracia y socialismo, de 1983.

Es un esfuerzo por explicar lo que pasó en el período 1970-1973, a través del análisis de la lucha de clases. Para ello se remonta a la crisis de lo que llama el Estado oligárquico –la configuración sociopolítica que imperaba hasta principios del siglo XX–. Desde alrededor de 1930 se abre paso una nueva fase en la configuración del Estado. La burguesía se ve obligada a una política de alianzas y deja de tener, a nivel político, una dominación absoluta. La riqueza del salitre había generado en décadas previas una creciente importancia del Estado, que se apropiaba por la vía de impuestos de una parte del excedente. Esto proveerá al Estado de una fuerza propia, con capacidad de intervención en la economía. El propio aparato administrativo del Estado se convierte además en una capa social influyente. La minería del salitre también contribuirá al desarrollo cuantitativo del proletariado y en torno suyo se constituirán organizaciones de clase con fuerza suficiente como para presionar al Estado.

Todo ello lleva a que, con el gobierno del Frente Popular, en 1938, se constituya un capitalismo de Estado, que fomenta una industrialización sustitutiva de importaciones en reemplazo del modelo primario exportador del Estado oligárquico. Al mismo tiempo, en la medida que articula intereses de las clases obreras y medias, este Estado canaliza institucionalmente su participación, democratizando el sistema político, e interviene para mejorar su bienestar social, un componente destacado de lo cual es el mayor acceso a la educación, que contribuirá al desarrollo de un vasto sector medio. Este Estado, que combina desarrollo capitalista y democratización, sustentado en una alianza de clases, logrará una significativa estabilidad que se prolonga hasta fines de los años 1960. Es el Estado de compromiso47. Esta será una entidad que en obras posteriores de Moulian alcanzará un rol central.

Los sectores medios tendrán su representación política primero en el Partido Radical, partido pragmático, cuyos integrantes poseen intereses que mantienen cruces diversos con los de la burguesía. Este partido oscilará entre alianzas con la derecha y con la izquierda.

La Unidad Popular conquista el gobierno de este Estado, que mantiene su carácter. Lo que llegara a poder hacer para alcanzar un control efectivo del Estado dependía de una adecuada dirección del proceso, dice Moulian (1975 [1973]: 26, 27), que cuide los efectos de clase. Pero, según él, “durante la UP nunca se resolvió el problema de la dirección” (29). Este problema, que termina haciéndose crítico, se expresa en (1) una dualidad de líneas estratégicas y (2) en la incapacidad de cada una de ellas de imponer su hegemonía.

Las dos líneas son las que ya había indicado antes Moulian en su texto de 1971 en el Ceren. Una que sostiene el período de gobierno como de tránsito institucional, con un copamiento progresivo del aparato estatal. Asume que se está en una “etapa democrático nacional”. Su principal promotor inicial es el Partido Comunista. Según su análisis, Moulian dice que esta es una línea que no logró una adecuada consistencia en sus planteamientos, que fue “incapaz de demostrarse a sí misma su propia naturaleza” (Moulian, 1975 [1973]: 35). Es decir, que no logró un relato convincente que articulara bien los elementos de la situación. La segunda línea promueve la ruptura del Estado burgués y asume el carácter socialista de la etapa. Se trataría entonces de constituir “poder popular”: un relato simplista y maniqueo, pero atractivo. Según Moulian, estos planteamientos no reconocían las peculiaridades del Estado chileno ni atendían bien a las condiciones del momento, en 1972, en cuanto a las efectivas posibilidades de desarrollo de ese poder popular.

Al segundo año del gobierno de la Unidad Popular, el discurso sobre el poder popular ya se había diseminado y su uso se intensificó. Esto tuvo efectos no anticipados de movilizar a los adversarios. “Aunque lo que se quería crear no podía crearse, fue combatido como si existiera”, sostiene Moulian (1975 [1973]: 34). El discurso agitador del polo insurreccional, junto con su escenografía de marchas y tomas, creó un fantasma amenazador que lograba un efecto atemorizador mayor que el del propio discurso de la derecha con sus imágenes sobre el peligro comunista. A los autores de este discurso se les escapaban los efectos de su narrativa.

Con esa dualidad estratégica que se fue acentuando y sin capacidad de ninguna de las dos líneas para imponerse se produjo un empate paralizante, con políticas erráticas y un gobierno aislado (36). Tal falla en la dirección del proceso revelaría, según Moulian, una crisis teórica de la izquierda chilena en 1970. La línea de radicalización vive el proceso como socialista; con un discurso sin suficientes enlaces en la realidad social, genera demandas y expectativas para las cuales no está en condiciones de responder, y antagoniza no solo a la burguesía sino también a los sectores medios. Concibe la legalidad burguesa como mero instrumento y no reconoce los logros de democratización obtenidos a lo largo de medio siglo. La línea de institucionalización, por su lado, no logra una interpretación con suficiente coherencia y fuerza para enfrentarse al discurso de la radicalización.

Parte significativa del fracaso de la Unidad Popular, que es derivado de lo anterior, es que las medidas más radicales del programa requerían, para su viabilidad, de la alianza con los sectores medios. Sin embargo, no hubo inicialmente una estrategia para atraerlos. Más bien hubo un distanciamiento discursivo; el discurso de la izquierda era reticente a lo que pareciera “reformismo” y a los acercamientos a las clases medias (Moulian, 1975 [1973]: 67, 69). En 1972 ya era tarde, habían sido movilizados por la derecha en su favor.

Esta será, finalmente, la que Moulian plantea como su hipótesis o argumento central: “la única alternativa viable para la Unidad Popular era la aplicación de un programa democrático-nacional sobre la base de una alianza efectiva con los sectores medios” (Moulian, 1975 [1973]: 109). Esto habría sido posible al inicio del período, pero no había claridad al respecto, no existía un discurso que lo fundamentara, no se contaba con el sustento teórico.

Lo que no logró la Unidad Popular lo consiguió la “burguesía monopólica”, que generó un movimiento social amplio, movilizando a las capas medias. La Democracia Cristiana quedó ante la disyuntiva de apoyar a esas capas medias movilizadas en conexión con la burguesía y en un cierto apoyo del orden institucional o establecer una alianza con la izquierda, que competía por sus bases sociales de apoyo y con una relación ambivalente con la institucionalidad.

En este texto aparecen formuladas buena parte de las líneas analíticas de Moulian. Obras posteriores profundizan en cada uno de los planteamientos en él contenidos: las fallas de dirección de la Unidad Popular (en Garretón y Moulian, 1977, 1978, 1983), la debilidad hegemónica de la derecha (Moulian y Bravo, 1981), las debilidades en el discurso de la izquierda (Moulian, 1983c), la estrategia de los partidos de centro y de la izquierda desde los años 1920 (Moulian, 1982a, 1982b, 1982c), etc.

El texto “Teoría de la crisis política y situaciones de crisis: Prolegómenos de una investigación” (Moulian, 1975b) estaba destinado a reflexionar sobre el instrumental teórico que empleaba. Es una discusión al interior de la teoría marxista. Su foco directo es cómo estudiar las crisis políticas y está ciertamente pensando en las crisis de la Unidad Popular. Toma como base el análisis de Marx en su obra “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”. En esta obra de Marx encuentra el predominio de la noción de interés, estrechamente ligada a las posiciones estructurales de clase. Frente a ello, Moulian agrega el rol mediador crucial de la esfera ideológica. En ello emerge la perspectiva gramsciana. “El vínculo entre las relaciones de producción y lo político está fuertemente mediatizado por las ideologías”. Las estructuras de reproducción social involucran la articulación entre (1) una dimensión político estatal que reposa en un orden legal o en la obtención de consensos instrumentales logrados por la vía de la negociación y agregación de intereses y (2) concepciones éticas o religiosas que engendran valores (libertad, soberanía popular, justicia, igualdad, etc.), alimentadas por “una cosmovisión o una doctrina que le confieren trascendencia a la estructuración histórico-concreta de la sociedad” (Moulian, 1975b: 28). La mantención o cambio de un orden social no se sostiene solo en el control legal y acuerdos instrumentales, siempre sujetos a contingencias que dificultan su cumplimiento, sino también en el logro de acuerdos ideológico culturales. Junto con el poder político institucional está en juego la hegemonía, en el sentido gramsciano. Lo que ocurre en el período 1970-1973 es una crisis de hegemonía (Moulian, 1975b: 33). Se llega al triunfo de la Unidad Popular por una crisis de la hegemonía de la burguesía. El proyecto de la UP fracasa ante la incapacidad de establecer una hegemonía alternativa; más aún, ante la incapacidad teórica de plantearse con claridad tal objetivo de lograr una hegemonía ideológico-cultural.

El trabajo analítico para entender el proceso político y las crisis requiere por tanto no solo indagar en los diversos intereses de clase, diagnosticando las situaciones económico-sociales, sino también indagar en las concepciones ético-filosóficas. Eso, por ejemplo, le permite a Moulian ver los méritos de Frei Montalva como actor político en cuanto logra vincular un análisis doctrinario con el análisis de los factores a abordar para el desarrollo, introduciendo para esto en el discurso político temas centrales del ensayismo y de las ciencias sociales de la década de 1950 (Moulian, 1975b: 44). En contrapunto, muestra a la derecha como incapaz hasta el período de la UP para constituir un proyecto societal, apareciendo en cambio como mera defensora de intereses particulares.

 

Es, por tanto, necesario el estudio de esta constitución ideológica, de este mundo cultural de las clases (su “historia ideológica”), “sin cuyo conocimiento quedan inexplicadas u opacas sus actividades, intereses y proyectos” (Moulian, 1975b: 62).

Con esos trabajos Moulian establece algunos de sus planteamientos teóricos y fácticos (socio históricos) fundamentales, que luego serán elementos estructuradores de la narrativa sociológica que desarrollará en conjunto con Manuel Antonio Garretón a lo largo de varias obras dedicadas al estudio del período de la Unidad Popular.

En 1974, Manuel Antonio Garretón había gestionado fondos para estudiar el período de la Unidad Popular con el Social Science Research Council, proyecto que se realizó entre 1975 y 1977, contando también con fondos de la Fundación Ford. En el proyecto general, “Ideología y procesos sociales en la sociedad chilena 1970-1973”, participaron, junto con Garretón y Moulian, Leopoldo Benavides, Cristián Cox, Eugenia Hola, Eduardo Morales y Diego Portales. El proyecto comienza instalado primero informalmente en la Flacso, pero luego se formaliza siendo contratado Garretón, en 1975, en la planta de este organismo. Este grupo produjo una detallada Cronología, en siete volúmenes, y una bibliografía completa sobre el período, además de documentos de análisis. Es un gran trabajo de recopilación y ordenamiento de material, de suma utilidad para análisis posteriores. La principal síntesis interpretativa está en los textos escritos en conjunto por Garretón y Moulian. Sacan inicialmente “Análisis coyuntural y proceso político”, que presentan al Primer Taller de Coyuntura de Clacso, en Lima, Perú, en enero de 1977, el cual después será publicado en Costa Rica, en 1978. Poco después publican como documento de trabajo “Procesos y bloques políticos en la crisis chilena, 1970-1973”, en abril de 1977. Este texto posteriormente será editado en la Revista Mexicana de Sociología, en 1979. Estos dos textos, con sus ideas ya socializadas en las redes más cercanas, aparecerán más tarde, en 1983, en la forma de libro, La Unidad Popular y el conflicto político en Chile, destinado a alcanzar un público más amplio.

El primero, “Análisis coyuntural…” (Moulian y Garretón, 1978), contiene un análisis muy detallado de lo ocurrido en el terreno político. Reconstituyen acciones, tácticas, negociaciones, discursos de los principales actores políticos: partidos, gobierno, El Mercurio, FF.AA., etc. e identifican períodos en tal dinámica política marcados por ciertos hechos que generan inflexiones. Es un texto con un gran nivel de detalle historiográfico que, por momentos, puede hacerse cansador.

En su análisis, los autores destacan que en el núcleo de la lucha política está la confrontación entre un proyecto de democratización no capitalista, traído por la Unidad Popular, el cual es promovido discursivamente como proyecto socialista, y la reacción de los sectores económica, ideológica y políticamente afectados, los cuales gradualmente hegemonizan a los sectores medios, incluyéndolos en el rechazo ideológico a ese proyecto y sus derivaciones. Esto hace que a la larga terminen enrolando en la reacción también a la Democracia Cristiana, que no puede enajenarse de sus sectores sociales de base. El paro de octubre de 1972 es un buen exponente de los resultados de esa inclusión ideológica, con sectores medios movilizados y confrontados a la Unidad Popular (109). La estrategia de la derecha que al inicio del período no consigue el apoyo del centro político para impedir por la vía legal el acceso de Allende al gobierno, no reconociendo el triunfo y pidiendo una segunda vuelta, en 1973 ya habrá logrado ese apoyo para impulsar el derrocamiento.

En el desenlace final los autores ven tres procesos en operación: (1) polarización política, que viene ya desde el gobierno demócrata cristiano, (2) deslegitimación del sistema político, a lo cual contribuyeron diversas decisiones del gobierno y el accionar del polo radical, y (3) desinstitucionalización política, expresada en movilizaciones que desbordan los cauces legales y en violencia política, que dificulta las soluciones negociadas. Estos tres procesos se refuerzan entre sí hasta llegar a una “totalización de la crisis” (Moulian y Garretón, 1978: 111), la cual es vivida como cataclismo, para unos, o como momento de redención, para otros; para todos como cambio en un modo de vida.

Junto con las dinámicas políticas que están en el centro de la atención de los autores, al final, como excusándose por no haberle prestado más atención, señalan que “a nivel popular, el período 70-73 significó una explosión de los niveles de participación y, más que eso, de su identidad como sujetos históricos”; ocurre una “masificación de la participación que desborda el carácter elitario de la política tradicional” (Moulian y Garretón, 1978: 112).

Terminan diciendo que “la sociedad chilena en el período 1970-1973 era mucho más que una sociedad convulsionada. Era también una sociedad en activo y dinámico proceso de autogestación” (Moulian y Garretón, 1978: 113). Pero que finalmente abortó; ese dinamismo contribuyó a la multiplicación de los conflictos y la conducción política no logró conciliarlos y encauzarlos productivamente.

Fracaso de la Unidad Popular: responsabilidades de la conducción política

El documento “Procesos y bloques políticos en la crisis chilena, 1970-1973”, publicado por primera vez en 1977, es el que contiene más análisis y es el que tiene mayor importancia en la elaboración de un relato sobre la sociedad. De hecho, los autores plantean su trabajo en una “perspectiva que intenta recuperar el significado de un proceso para el movimiento popular y repensar su proyecto ideológico-político” (Moulian y Garretón, 1977: 2). Está orientado a una audiencia particular y con un explícito destino de uso sociopolítico.

El texto comienza trazando algunos lineamientos analíticos más generales y luego analiza la racionalidad de los bloques políticos. En cuanto a los lineamientos generales, Garretón y Moulian dicen que en 1970 se está en presencia de una doble crisis. Por una parte, hay una crisis parcial de desarrollo, de un capitalismo dependiente incapaz de asegurar un crecimiento constante. Por otra parte, hay una crisis del Estado de compromiso, incapaz de asegurar una dirección política estable que resuelva la crisis de desarrollo económico.

No obstante, no hay una crisis del régimen político democrático, el cual posee legitimidad y estabilidad que se han mantenido desde 1938 hasta 1970. El Estado de compromiso ha mostrado la capacidad de articular, desde arriba, intereses variados, institucionalizando el conflicto. Esta modalidad de gestión del Estado permite, comenzando con el gobierno de Pedro Aguirre Cerda hasta el de Frei Montalva, una compatibilidad general entre un esquema de democratización que involucra participación y movilización creciente con un modelo capitalista de desarrollo económico basado en la industrialización sustitutiva de importaciones.

Estos gobiernos de centro lograron significativa estabilidad apoyados en cuatro características: (1) fueron capaces de responder a la crisis del desarrollo hacia afuera, impulsando la industrialización y transformando al Estado en un agente económico activo; (2) desarrollaron una política de democratización económica, social y política que le aseguró la lealtad de los sectores medios; (3) tuvieron, hasta el gobierno de Frei Montalva, una gran flexibilidad en materia de compromisos y alianzas, permitiendo una significativa agregación de intereses, y (4) permitieron el acomodo de los grupos capitalistas (Moulian y Garretón 1983 [1977]: 136)48.