Relatos sociológicos y sociedad

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Cuánto de este planteamiento efectivamente difiera o no del de Foucault, tal como aparece desplegado, por ejemplo, en los Dits et Ecrits, que contienen el conjunto de la obra de este autor, probablemente no tenga mayor importancia. Lo importante es que Brunner logra una interpretación personal y coherente, que se apropia de las elaboraciones de Foucault, adaptándolas y, en algún grado alterándolas, haciéndolas adecuadas para los fines propios.

El argumento de Brunner, pues, es que la figura de la pobreza y del pobre se constituye como acontecimiento en el plano del discurso, “donde ciertas relaciones de poder y de saber se organizan y expresan a través de esa figura, que a su vez cumple unas ciertas funciones en la economía del orden de una sociedad” (Brunner, 1978a: 83). De este modo, en tal discurso, poder, sentido y orden se combinan. Discernibles en un segundo plano, diversas fuerzas, combinaciones de poder-saber, delimitan y demarcan esa figura: acciones legales, médicas, asistenciales, jurídicas, policiales, de difusión masiva. Estas, a su vez, históricamente adquieren configuraciones particulares, de carácter táctico o estratégico.

Entre estas configuraciones, o movimientos configuradores que han moldeado de una u otra forma la figura del pobre, alcanzando efectividad productiva (o performativa, como diríamos ahora), Brunner distingue cuatro: (1) La configuración de la pobreza como marginal a la sociedad, tal como la ha constituido la Desal en América Latina, derivándose de ello, por tanto, la tarea de re-inclusión de los pobres (o de mantenerlos a distancia). (2) La pobreza configurada como conducta individual desviada, peligrosa, constituyendo el desorden dentro del orden, frente a la cual se plantean acciones que pueden ser policiales o de re-socialización; en este último caso, el pobre es asumido como objeto de acción correctiva, preventiva o pedagógica. (3) La pobreza configurada como un tipo de carencia que constituye un problema objeto de políticas públicas (prácticas económicas, educacionales, judiciales, etc.). Esto involucra establecer relaciones asistenciales, ofreciéndoles algún tipo de ayuda concordante con cómo se definan las carencias de base que son problemáticas. (4) La pobreza como una particular cultura, como conjunto de orientaciones cognitivas, valóricas y de acción que impiden mejorar las propias condiciones de vida. Esta constituye una pobreza subjetivizada frente a la cual no basta la ayuda material y que es resistente al cambio.

La constitución de tales configuraciones es abordada empíricamente, por Brunner, en referencia a la historia de la pobreza en Europa y algo en EE.UU. y América Latina. Las referencias europeas son principalmente a Inglaterra, con abundantes citas de Marx, Engels, Hobsbawn y otros, sobre el período temprano del capitalismo. En el caso de América Latina, Brunner aborda especialmente el enfoque de la marginalidad de Desal, del cual Vekemans es la figura más destacada.

Una polémica en la izquierda: la condena de Brunner a los “pequeños dioses”

En enero de 1979 aparece publicado en Análisis, revista de izquierda, el artículo “Si solo ayer éramos dioses”, de Eugenio Tironi (1951-), joven dirigente del MAPU Garretón, que venía llegando al país después de tres años en el extranjero (octubre 1975-diciembre 1978), donde había estado dedicado a actividades políticas, aunque no exiliado102. El texto de Tironi, de breves siete páginas, tematizaba un cierto clima emocional y subjetivo de sectores de izquierda. Expresaba, en particular, los sentimientos de frustración de quienes, durante la Unidad Popular, habían experimentado sentimientos de “omnipotencia”:

“Fuimos dioses desde siempre […]. El mundo lo sentíamos en nuestras manos. Vivíamos cual protagonistas de una historia propia”. Hacia fines de los años 60, “nuestra generación sale a la palestra. No entramos pidiendo permiso: éramos los dueños del país. […] Si nos resultaba discutible el planteo de un profesor, lo interrumpíamos sin más y le rebatíamos; […] nos tomábamos las universidades, los liceos y hasta los colegios particulares si la educación nos parecía reaccionaria; si la antes sagrada jerarquía de la Iglesia Católica nos resultaba ajena, nos tomábamos la Catedral de Santiago; […]. Nuestra ‘omnipotencia’ no parecía encontrar límites sociales infranqueables […]; el carro […] avanzaba en el sentido que queríamos, aun cuando su marcha nos parecía irritantemente lenta” (Tironi, 1984 [1979]: 17-19).

“En septiembre de 1973 –seguía el artículo–, de pronto, de un día a otro, se puso fin a todo eso liquidando aquella tendencia histórica sobre la que se sostenía el universo de nuestra generación. Quedamos intempestivamente en el aire y a la deriva; quedamos como desamparados, sin más referencias confiables […]. Violentamente nos quitaron el camino, el paisaje, la luz, el horizonte, el universo entero. Todo se volvió desconocido, inmanejable e incomprensible, aterrorizante […]. De la noche a la mañana nos trasplantaron al vacío del sueño y del recuerdo. Nos arrebataron el presente. […]. Ya no somos dioses; no somos dueños, ni protagonistas, ni arquitectos, ni parte de nada” (Tironi, 1984 [1979]: 20, 21).

Concluía con un llamado a enfrentar la nueva situación sin desanimarse:

Nuestra generación no puede aceptar la encrucijada de seguir arrastrándose en la frustración o renunciar a su histórico sentimiento de ‘omnipotencia’, para integrarse a la ‘vida’ infantil que nos ofrecen bajo sones militares […]. Tenemos la obligación, entonces, de aprender a vivir […] en este nuevo universo […]. No para aceptar este universo, sino para cambiarlo […] (Tironi, 1984 [1979]: 23).

El texto concitó la atención en los círculos de oposición. El propio Tironi (2013: 70) dice, muchos años después, que “de todas las cosas que he escrito, nada ha tenido más repercusión y recordación que ese texto. Pienso que fue porque ponía en blanco y negro un duelo que no habíamos hecho”. Es un texto retóricamente atractivo, que sintoniza con los sentimientos de muchos de los jóvenes que vivieron la frustración de la derrota y el desalojo: “violentamente nos quitaron el camino, el paisaje, la luz, el universo entero” (Tironi, 1984 [1979]: 20).

El mismo día que Brunner leyó ese artículo, discutiéndolo con su amigo Carlos Catalán, se sintió impelido a contestarlo. En el próximo número de la revista Análisis aparece su artículo: “El ocaso de los ‘pequeños dioses’”. Es un texto de retórica incisiva que “descuartizaba sin misericordia” el artículo de Tironi, según reconoce este mismo (Tironi, 2013: 71).

Brunner ironiza sobre las fantasías sociales de omnipotencia de jóvenes pequeño burgueses, que elaboran su experiencia “en términos de un sentimentalismo pre ideológico; o de una ideología primitiva construida sobre sentimientos desarrollados sin mayor confrontación ideológica” (Brunner, 1979b: 13).

Dice tratar el testimonio de ETB, que es como aparecía el nombre del autor, como un texto que es “manifestación de una cierta conciencia social. La expresión de una actitud política. El recuentro de una experiencia colectiva. Y las formas de su elaboración” (Brunner, 1979b: 13). Así asumido, estima que representa la postura de “pequeños dioses” que contribuyeron a “barrenar” la hegemonía de la democracia y de las fuerzas progresistas y “la debilitaron en medio de sus querellas”.

Brunner es extremadamente duro y su enojo va más allá de lo dicho en el texto de Tironi. Sus palabras son, en cierta forma, un ajuste de cuentas con la irresponsabilidad demostrada en el período de la Unidad Popular por grupos radicalizados, con ese sentido de omnipotencia que no medía consecuencias y que se arrogaban un lugar especial en la historia por supuestos méritos propios. Era la postura adoptada por quienes sostenían la posición de “avanzar sin transar”, en la que había estado el MAPU Garretón, y del cual ahora Tironi era un dirigente destacado y en cuya calidad había sido su estadía de tres años en el extranjero, de la que venía llegando en diciembre de 1978. Brunner habla con la voz de los que sí medían las consecuencias, de los que no estaban seguros de lo que podía lograrse, de los que consideraban que las convicciones debían moderarse con una ética de la responsabilidad. Es una reprimenda a los jóvenes impetuosos que, por lo demás, parecían seguir creyendo en su relevancia, preservando “fantasías sociales de omnipotencia”. “Pequeños dioses” que continúan pensando “en términos de su importancia histórica, de su identidad histórica y su histórica misión”, planteada en términos “grandilocuentemente vagos”: “destruir el nuevo universo”, “contribuir al reencuentro de nuestro pueblo”, “hacer de Chile la obra diaria de su gente”. Brunner no hace ninguna concesión a esas expresiones retóricas de inspirado tono romántico. Concluye, elocuentemente, con una frase que también pone como epígrafe: “al pueblo lo que es del pueblo; a la pequeña burguesía sus ‘pequeños dioses’” (Brunner, 1979b: 12).

Este es un texto que, junto con mostrar la buena pluma de Brunner y la presteza de su escritura, revela sus sentimientos en asuntos políticos. En su artículo afloran sentimientos todavía intensos, a juzgar por la fuerza retórica, respecto al voluntarismo de ciertos sectores que “se radicalizan y adoptan un estilo definitivamente carismático y mesiánico de hacer política” y, de ahí, a esas “fantasías sociales de omnipotencia”, con una “ideología triunfalista”. Brunner condena esta postura que estima tuvo fatales efectos y advierte contra el riesgo de su persistencia y el retorno de esos pequeños dioses con su atractivo mesiánico.

El texto de Brunner también es una forma de autopresentación. A través de la asertividad de su crítica y estilo categórico se auto presenta implícitamente como un autor muy seguro de su posición y enjuicia a Tironi con la convicción de quien puede hacerlo y que cuenta con el reconocimiento de un público que lo avala. En palabras del mismo Tironi, en tal época Brunner era “uno de los más reputados intelectuales disidentes” (Tironi, 2013: 72). Escribe como tal. Su discurso es tajante, definitivo. De hecho, Tironi no respondió; con honestidad, reconoce que “no habría sabido cómo hacerlo. Estaba demasiado desmantelado como para reaccionar en el plano que él lo hacía, con alusiones a los ‘factores sociales’, a las ‘fuerzas populares’ y a la ‘pequeña burguesía’” (Tironi, 2013: 71).

 

El artículo de Brunner también expresa su compulsión a responder frente a planteamientos públicos en que se siente interpelado, frente a materias que para él son sensibles y relevantes. El sentido de la experiencia colectiva de su generación es una de ellas, y no acepta dejar que sea interpretada de cualquier manera, sobre todo por las consecuencias de las actitudes y posiciones asumidas. Para él es muy relevante ese trabajo de elaboración de sentido. Efectivamente, la respuesta de Brunner va más allá de Tironi. Es a la forma de interpretación que el texto de este manifiesta. Si bien la intención de Tironi pudo haber sido más bien catártica, Brunner se preocupa por su potencialidad orientadora de la interpretación colectiva. Tales interpretaciones no son inocuas. Brunner representa la conciencia reflexiva en la materia. En la misma línea, destinará gran esfuerzo en los años siguientes a revisar y analizar la experiencia colectiva de los jóvenes de su generación durante la reforma universitaria y las experiencias colectivas durante la dictadura. A su juicio, tales narrativas son importantes, son orientadoras, guían la autointerpretación colectiva; tienen efectos. Así, Brunner se siente forzado a intervenir. Para él, callarse no es una opción.

La organización liberal de la cultura y Gramsci

A principios del mismo año publica otro texto de discusión y articulación teórica –“La organización liberal de la cultura” (1979a, 115 pp.). Señala Brunner que para las ideas que expone aprovechó las discusiones que tuvo en 1978 en Ceneca, centro académico independiente dedicado a los estudios de comunicación, la realización de un seminario con alumnos del Instituto de Sociología de la Universidad Católica y “conversaciones e indicaciones” de Enzo Faletto.

El texto integra una gran cantidad de temáticas: racionalización, cultura liberal, capitalismo, hegemonía, esfera pública, cultura de masas y mucho más, buscando aumentar las conexiones teóricas que ha estado desarrollando en sus obras previas.

Así como antes había profundizado en la obra de Foucault, en el presente texto toma lugar una profundización en el trabajo de Gramsci. La obra de Gramsci le provee del principal tejido teórico interconector. El enfoque general es gramsciano. La categoría de la hegemonía cruza todo. Como señala Brunner en un punto, “aquí Foucault se deja orientar por Gramsci” (Brunner, 1979a: 13).

Como de costumbre, el texto está provisto de abundancia de referencias bibliográficas. Entre los numerosos autores citados y tratados destacan, además de Gramsci y Foucault, Weber, Hegel, Marx, Horkheimer, Adorno, Habermas, Arendt, Althusser y MacPherson.

Su objeto de estudio en el texto, la organización liberal de la cultura, corresponde, desde la interpretación de Brunner, tanto en su origen como evolución, a la formación y desarrollo de la hegemonía burguesa. La primera parte del trabajo la destina a dar cuenta teóricamente de esta relación entre hegemonía y organización de la cultura. Sigue la noción gramsciana de hegemonía en cuanto “dirección intelectual y moral” de la sociedad, que dispone para ello los medios de producción intelectual necesarios (Brunner, 1979a: 3, 4). Por su parte, “la organización de la cultura es el contenido de orden o consenso de orden de una época. Es la síntesis de un conjunto complejo de relaciones sociales de dirección, dominación, acatamiento, represión, persuasión, subordinación, obediencia y explotación que cotidianamente se manifiesta en el terreno de la producción, los modos de trabajar, de consumir, de saber y en todas las interacciones, aún las más rutinarias y, por eso mismo, densas de materia social” (Brunner, 1979a: 4, 5).

Destaca Brunner el carácter dinámico y conflictivo de tal organización de la cultura: “toda organización de la cultura […] expresará determinadas relaciones de fuerzas y el carácter específico de la lucha de hegemonías en una sociedad determinada, así como el peso relativo, en esa sociedad particular, de las organizaciones culturales transnacionales”. Por otra parte, “la organización de la cultura […] no se reduce a un complejo formidable de aparatos hegemónicos; los incluye, pero además los desborda”. De cualquier modo, el aspecto central destacado es que “la lucha de clases transcurre al interior de la organización de la cultura” (Brunner, 1979a: 7). En esta perspectiva, la distinción entre infraestructura y superestructura se diluye.

“Consiguientemente, hay que dejar atrás una visión puramente económica de la lucha de clases, o puramente enfocada desde el punto de vista de la posesión o no de un poder-objeto. La lucha de clases es, en la trayectoria larga, una lucha dentro de […] ‘la fuerza y del consenso, de la autoridad y de la hegemonía, de la violencia y la civilización’ [cita de Gramsci] […]. Hay que entender estos como momentos complejamente entrelazados de la lucha […]. La lucha de hegemonías es lucha de clases por el dominio y la dirección en todas las esferas de la vida social, y esa lucha, esa conflictividad tiene infinitas maneras de expresarse […]” (Brunner, 1979a: 11).

En la segunda parte del texto, Brunner se dedica a analizar los elementos fundamentales de la organización liberal de la cultura. Describe algunas características del contenido típico de ella: concepción articulada en torno a individuos como decisores racionales, igualdad formal de los individuos, etc., que ocultan las relaciones capitalistas de producción y los procesos y mecanismos a través de los cuales se configura esta organización cultural: racionalización capitalista del mundo de la vida, formación de un espacio público y una opinión pública, constitución y operación de circuitos y aparatos hegemónicos.

Respecto a esa distinción entre “circuitos” y “aparatos”, Brunner precisa que “un circuito hegemónico es a la vez algo más diversificado, movible, poco cristalizado en estructuras y diversificado que un aparato en cuanto a sus elementos constitutivos. El aparato tiene un carácter institucional más marcado, y puede delimitársele, por lo mismo, con mayor precisión. El circuito se asemeja más a una red abierta […]; mientras que el aparato tiende a identificarse con una organización formal” (Brunner, 1979a: 89). “Todo aparato hegemónico tiene una triple articulación: económica, en un modo de producción determinado […]; política, con una clase dominante […]; cultural, con las concepciones generales de la vida […], momento determinante de la unidad intelectual y moral de una clase” (Brunner, 1979a: 93).

“De todos los aparatos hegemónicos tal vez el más característico de la organización liberal de la cultura es el sistema educacional y su núcleo, la escuela” (94). Otro aparato hegemónico decisivo es el partido político. “Es un órgano principal de las luchas de hegemonías; un centro de formación y cohesión de la clase; un elemento de educación y de desarrollo de la conciencia colectiva, de un lenguaje político emancipado y capaz de responder a las experiencias sociales y de lucha cotidiana de la clase, etc.” (99). Otro aparato es la prensa, con sus potencialidades para administrar la opinión pública. La prensa opera como “órgano de orientación y conexión, de interpretación y cohesión, en fin, de elaboración de un lenguaje cotidiano para nombrar socialmente los sucesos en la lucha de clases” (Brunner, 1979a: 103).

En el texto, Brunner destina bastante espacio a su exposición sobre la esfera pública, “base esencial para el desarrollo de las luchas de hegemonía y para el empleo de procedimientos democrático-representativos en la conducción de la sociedad” (Brunner, 1979a: 42). El espacio público aparece como un mecanismo típicamente moderno y burgués, como lugar de mediaciones entre lo particular y lo público, que contribuye a la organización del orden político y cultural, y base para la formación de la opinión pública. Experimenta diversas transformaciones con la emergencia de la industria cultural y cultura de masas, y bajo modalidades autoritarias o democráticas. Es espacio, además, de luchas democráticas.

Lo anterior son solo algunas de las ideas que el texto desarrolla, pero en él hay mucho más. Hay una diversidad de puntos y en cada punto abundan los argumentos y comentarios, que se expanden haciendo difícil sintetizarlos. Junto con la riqueza de contenidos se presenta también el eventual inconveniente de la abundancia. El texto puede abrumar y no siempre es fácil de seguir. De cualquier modo, probablemente es al propio Brunner a quien más sirvió la escritura de este texto, “como paso esencial y necesario para continuar ahora con un análisis de la organización de la cultura en Chile” (Brunner, 1978a: 105)103.

Primeros análisis de la cultura autoritaria en Chile

En el resto del año 1979, Brunner continúa haciendo elaboraciones teóricas, pero ya directamente vinculadas al análisis de la situación en Chile. Sus trabajos en este año tienen dos focos principales: los cambios generados en la organización de la cultura o del modelo cultural y las transformaciones en el ámbito de la educación.

Tres textos están dedicados a la cultura, todos explorando la transformación cultural bajo el régimen autoritario y en los cuales va enriqueciendo su argumentación teórica y va elaborando análisis empíricos guiados o iluminados por su construcción teórica. Al mismo tiempo, va haciendo tipificaciones o afirmaciones generales sobre las transformaciones autoritarias. En ellos es marcada y explícita la impronta teórica de Gramsci con su noción de hegemonía, pero Brunner incorpora conjuntamente elementos de Habermas, Foucault, Touraine y otros, en una articulación propia. En estos textos Brunner comienza a citar una mayor cantidad de investigadores nacionales y se vale para sus análisis, de manera más sistemática y abundante, de fuentes directas: artículos de prensa, declaraciones, decretos legislativos, reglamentos, así como resultados de investigaciones nacionales diversas.

Comienza su artículo “La cultura en una sociedad autoritaria” (1979c) con una afirmación que remite a Marx, de que la sociedad se produce a sí misma. La base para tal autoproducción surge, históricamente, con la producción de un excedente, de algo más que lo necesario para la reproducción de la vida. El manejo del excedente va asociado a la división en clases sociales, básicamente entre quienes realizan el trabajo necesario para la subsistencia y quienes controlan y organizan el trabajo. Excedente y dominación van a la par.

Junto con la producción material y posibilitando su complejización, se desarrolla la comunicación, la interacción entre los miembros de la sociedad mediante el lenguaje y otras formas de simbolización. Esta es la dimensión de la creatividad social; es el espacio de la organización cultural, que permite a la sociedad mirarse a sí misma, conocerse y proponerse metas y orientaciones de acción. Así, la producción de la sociedad se apoya en esta dimensión comunicativa y en la dimensión de la producción de la vida material, ambas estrechamente interconectadas. Cómo haga la sociedad tal autoproducción es algo expresado en su peculiar forma de “organización cultural”, en su “modelo cultural”.

En Chile, el Estado de compromiso, esa entidad que hemos visto configurada y ampliamente descrita y analizada por Moulian, en que la burguesía, desde principios del siglo XX, comparte su dirección de la sociedad con otras fuerzas sociales a través del compromiso elaborado en el Estado, desarrolla conjuntamente una particular forma cultural. Esta constituye una “cultura de compromiso”, con un núcleo orientado políticamente y una “ideología distribucionista”. Esta es una lógica que “invade todas las esferas de la sociedad, todas las instituciones sociales, y, muy importantemente, la propia organización de la cultura” (Brunner, 1979c: 6, 7). El Estado, de tal modo, no es un típico organismo de racionalización (instrumental). Esta cultura de compromiso entra en crisis en el período 1970-1973. La creatividad reivindicativa desborda los mecanismos de respuesta a todo nivel. Se descompone la cultura de compromiso. Se desata un permanente enfrentamiento, degradándose los procesos de relación social. “El Estado mismo se vio impedido, en esas circunstancias, de continuar cumpliendo su rol fundamental en la construcción de los procesos de acumulación y comunicación […]”. Esto lleva a la crisis de todo un sistema de identidad nacional “que se fundaba en la integración social de la creatividad reivindicativa y en su eficacia como mecanismo de auto-formación de la sociedad” (Brunner, 1979c: 9, 10).

 

Brunner va aún más allá y sostiene que la crisis experimentada por la sociedad chilena en ese período 1970-1973 más que ser un mero fenómeno político o, más en particular, un producto de la insuficiencia en la dirección del gobierno de la Unidad Popular –lo cual hemos visto es afirmado por Moulian–, o un desajuste entre los procesos de democratización y de transformación de la economía capitalista, como afirman otros, es resultado de un problema más profundo. Es resultado de una crisis que “afectó el centro vital de la sociedad: su modo histórico de producción de sí misma” (Brunner, 1979c: 10).

La revolución capitalista autoritaria inaugurada con el golpe militar hace eso: rompe con el modelo de la cultura de compromiso, de conducción negociada de los procesos de acumulación y comunicación por medio de la intervención del Estado. Reorganiza los procesos de acumulación y creación sobre la base del disciplinamiento de la sociedad y reorienta los procesos de autoformación de la sociedad. El lugar central en la organización de la cultura, que hasta 1973 lo asumía la experiencia de creatividad reivindicativa ahora lo asume la experiencia disciplinaria.

En tal experiencia disciplinaria, Brunner destaca tres ejes: (1) La experiencia de atomización, de enfrentamiento individual a exigencias de subordinación y pasividad política. (2) La experiencia de supeditación a estrictas estructuraciones jerárquicas de las relaciones sociales. (3) La experiencia de acceso diferencial al mercado, que opera como un mecanismo aparentemente natural y neutral para administrar la desigualdad.

En gran medida, este modelo de organización cultural disciplinaria opera por medios de comunicación extralingüísticos, que no apelan a una argumentación persuasiva, que permita confrontación de argumentos y justificaciones, y las argumentaciones que hay son de poco espesor. Esto es lo que caracteriza la represión, la operación del mercado y la rígida imposición normativa de los que se vale el régimen. La configuración ideológico persuasiva es, en contraste, notoriamente reducida. Por otra parte, los mecanismos disciplinarios son externos al individuo. Se disocia el comportamiento del convencimiento; muchos comportamientos son meras respuestas adaptativas mientras los individuos que los efectúan preservan creencias y valoraciones acordes con pautas de acción diferentes. Esto genera un riesgo de vulnerabilidad para el orden autoritario (Brunner, 1979c: 23).

En una siguiente publicación, “La concepción autoritaria del mundo” (1979e), Brunner sigue desarrollando el análisis de esa nueva organización de la cultura en Chile, que aquí denomina “concepción autoritaria del mundo”. Este es un documento que envía a la Revista Mexicana de Sociología, medio académico prestigioso en América Latina y de amplia difusión, donde será publicado en julio del año siguiente. Cumple en él un objetivo de reflexión y difusión respecto a la situación chilena. Si bien la presentación teórica está reducida al mínimo, el texto busca hacer afirmaciones de carácter general. Va, así, desde afirmaciones más abstractas sobre hegemonía, configuración de consenso de orden y conformidad, hasta el análisis de las transformaciones que ha ido introduciendo el régimen militar. Sin circunloquios teóricos ni metodológicos, Brunner articula un análisis sobre lo que está pasando en Chile, organizándolo teóricamente y desplegando abundancia de referencias empíricas que operan como evidencias para su argumentación. Es un relato convincente y muy bien construido, si bien con cierta densidad.

Una nueva organización de la cultura, como la que está emergiendo en Chile en este período, dice Brunner (1979e: 1), incluye esquemas comunes de interpretación del mundo, un orden intelectual y moral; provee metas culturales; encauza la creatividad del bloque en el poder para intervenir en la sociedad y mantener la dirección del proceso de acumulación. En esta concepción, la cultura aparece vinculada “estructuralmente” a las clases sociales, a los procesos de poder, y al entramado organizacional e institucional que le da forma y la hace circular. Ella da vida a un consenso de orden.

La reorganización cultural en Chile ha requerido, en su primera fase, la negociación del sentido del orden al interior del propio núcleo de conducción –burguesía y Fuerzas Armadas–. Entre las fracciones de la burguesía que antes compartían lugar bajo el Estado de compromiso, ahora se ha impuesto el sector financiero-industrial por sobre el ala terrateniente, encabezando la conducción político económica del proceso de transformación. La burguesía ha apoyado la política represiva, justificándola en términos de defensa del orden, bajo una ideología de seguridad nacional que sostiene una lógica de “guerra no convencional”, con uso del poder represivo. Las declaraciones oficiales y la prensa han difundido ampliamente este discurso. Por otra parte, crecientemente se ha expandido, en este núcleo, la conciencia de la necesidad de aprovechar las circunstancias para consolidar el proceso de acumulación sobre nuevas bases.

La ideología de seguridad nacional ha ido pasando a segundo lugar y desapareciendo de escena a medida que se ha ido propagando y tomando lugar dominante la lógica e ideología de mercado. La aceptación gradual del primado del mercado libre de toda intervención del Estado requirió lograr el convencimiento dentro de la propia burguesía, acostumbrada a la protección estatal. El mercado, en su presentación ideológica, aparece poseyendo una serie de atributos: (1) Es un mecanismo de decisión eficiente y neutro vs. el sistema deliberativo democrático, conflictivo y lento, proclive a ser manejado por los intereses de los partidos. (2) Es un mecanismo asignador de recursos que opera automáticamente, libre de las arbitrariedades e ineficiencias de los funcionarios burocráticos del Estado. Es un procedimiento objetivo y universalista. (3) Permite a todos los individuos expresar libremente sus preferencias en el mercado.

En la medida que los individuos incrementan su vinculación con el mercado, en términos de inversión monetaria y emocional, esto opera, en cierto grado, como sustituto (ilusorio) de otras formas de conexión societal. El mercado crea un pseudo espacio público, donde rige la democracia del consumo. Es un espacio sin Estado, sin debate, sin demandas sociales, sin conflicto, que sustrae a los individuos de la participación política. El poder fáctico del mercado se difunde en las prácticas y en las conciencias. “La ideología del mercado constituye el esfuerzo más sistemático de la nueva concepción autoritaria del mundo por definir un planteamiento de desarrollo capitalista para Chile en las actuales circunstancias” (Brunner, 1979e: 36; 1980b [1979e]: 1025).

En contraste, la intelectualidad orgánica del nuevo núcleo de conducción de clase es poco densa culturalmente. Las apelaciones más significativas, en este terreno, han sido a la ciencia y técnica, que proporcionarían una “racionalidad más alta que el veredicto popular”, lo cual conduce a una visión tecnocrática del mundo (1980b [1979e]: 1023). Por otro lado, el contenido católico tradicionalista, que incide en los primeros años de la dictadura, se ha diluido. Aportó un cierto lenguaje a la retórica oficial y una particular sensibilidad trascendentalista y estamentalista, pero solo significó un aporte suplementario, no central.