Relatos sociológicos y sociedad

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Así como Brunner cuestiona la razón convertida en utopía racional, que persevera obstinadamente en su verdad, también cuestiona la concepción crítica que encarna la razón en el partido como portador de la conciencia de clase, vanguardia organizada y anticipatoria de la autonomía de la clase dominada. “El partido como razón ya alcanzada reproduce […] la idea de la razón constituida al margen de la historia […]. [Representa] la idea de la razón que, habiéndose constituido histórica y socialmente, ha logrado cristalizar un código de verdades que, a su vez, habrían trascendido todo lugar y todo tiempo, restando solo aplicarlas a la situación concreta” (1977d: 33)99. La proposición de Brunner es que “las relaciones entre razón y orden no pueden ser aprehendidas al margen de su propio modo de producirse en una sociedad específica” (Brunner, 1977d: 19). La razón es entendible históricamente, como proyecto y producto socialmente situado. El camino privilegiado por él, entonces, es la interacción comunicativa en las luchas por la hegemonía. “El principio constitutivo de una razón crítica con garantía y fundamento políticos debe encontrarse partiendo del extremo opuesto de la razón instituida filosóficamente. Es decir, del análisis de la historia de la sociedad civil, dentro de la cual las clases y grupos subalternos tienen una historia disgregada y discontinua […]” (38). En ese marco, “la política no puede concebirse meramente como acción instrumental orientada hacia el poder, sino que ha de representar aquella dimensión específica de toda actividad social en que se ponen en juego los sentidos de orden a través de los cuales se busca articular una hegemonía o sustituir la existente”. En esta perspectiva, el partido representa “un mecanismo para ampliar la comunicación intersubjetiva de sentidos que se comparten, para debatirlos, para elaborarlos y reforzarlos recíprocamente a través de la capacidad de integrar a cada vez más individuos y grupos en un consenso que manifiesta la dirección del desarrollo de la sociedad” (Brunner, 1977d: 34, 35).

Un consenso de orden logrado a través de una hegemonía de sentidos permite “‘convertir’ y ‘reducir’ al máximo el momento de fuerza o coacción que forma parte de todo proceso de integración en una sociedad dividida en clases antagónicas” (Brunner, 1977d: 37).

El proceso por el cual las clases y grupos subalternos unifican una concepción propia y coherente de mundo, haciendo valer una alternativa propia del orden en la lucha entre hegemonías, es lo que puede, al mismo tiempo, asegurar el surgimiento de una alternativa nacional-popular. Este tránsito está marcado por el logro de la “comunicabilidad de sentidos de orden alternativo” (Brunner, 1977d: 38).

Brunner rechaza, en cambio, “la tesis de que [el tránsito desde un orden vigente a un nuevo consenso de orden] estaría definido pura y simplemente, o aun preponderantemente, por las relaciones de fuerza que se establecen entre los grupos y las clases en pugna. Esta última visión solo puede acoger en su campo visual una definición reduccionista de la política, entendida como disputa por el poder organizado en los aparatos del Estado”. Contrariamente, esa deliberación ampliada de las clases o grupos subalternos es un proceso que va más allá de la dimensión política y que ocurre en las conciencias, en las instituciones de cualquier tipo y en el terreno de la cotidianeidad, “que es donde finalmente se resuelve el sentido de un orden” (Brunner, 1977d: 39). Esto, propugnado por Brunner, conlleva una aproximación democrática de la confrontación política, que trasciende la institucionalidad política e involucra un amplio debate entre racionalidades y orientaciones contrapuestas sobre las formas de vida colectiva. Involucra la existencia de “una arena donde ningún argumento pueda ser suprimido y donde todos los sentidos contradictorios de orden que conviven en la sociedad puedan enfrentarse, negociarse y negarse, hasta que se establezca un consenso predominante de orden” (Brunner, 1977d: 40).

Como una de las derivaciones de estos planteamientos, Brunner cuestiona la concepción de Althusser, la cual ya hemos visto que había sido destacada inspiradora del discurso intelectual de izquierda en el Chile de la Unidad Popular, en particular de movimientos como el MAPU, en que Brunner así como Moulian en estos momentos participan.

Rechaza así, categóricamente, “aquellas concepciones que ven en la dictadura el carácter necesario del Estado” (Brunner, 1977d: 51). En tal postura, que es la de Althusser, siguen estando, en esos años, sociólogos destacados de América Latina, como el peruano Zavaleta. Según este, “donde hay clases sociales habrá dictadura […] aunque puede manifestarse de manera democrática” (Zavaleta, 1977, citado en Brunner 1977d: 52). Así, se asume que la esencia del poder estatal es su naturaleza de clases, tal como la esencia del ser de las clases es, a su vez, su antagonismo irreductible; de ahí que su relación a través del Estado no pueda ser otra que la dictadura.

Concepción semejante, en cuanto al carácter del Estado, es la de Althusser, aunque este distingue dentro del poder del Estado entre el aparato represivo que puede, si se requiere, funcionar mediante la violencia, y los Aparatos Ideológicos de Estado –instituciones religiosas, escolares, jurídicas, políticas, sindicales, culturales, etc.– que operan mediante ideología, siendo la ideología, para este autor, la representación imaginaria y deformada de la relación entre los individuos y sus condiciones reales de existencia (60). De tal forma, “todo es pensado desde y a partir del Estado, ya sea bajo la forma de dominación represiva, ya bien de dominación ideológica” (55). Esto aparece como una forma o estructura invariante en que los sujetos se encuentran atrapados. “Nada de real importancia existe fuera del Estado. Hay en esta visión lo que Gramsci llama ‘una desesperada búsqueda de aferrar toda la vida popular y nacional’ bajo la forma del Estado. […] Consecuente con esta concepción ‘jacobina’, Althusser pone todo su énfasis en el Estado y concibe la política como su conquista: primero del poder del Estado, luego de sus aparatos, para de ahí pasar a la destrucción del viejo aparato y crear uno nuevo, propio de la clase (o alianza) triunfante” (Brunner, 1977d: 63, 64). Este es el camino para la dictadura del proletariado, incluyendo además el control de los aparatos de comunicación, cultura, educación, organización sindical, etc. Es la figura del estalinismo.

Brunner cuestiona tal concepción de orden como estructura formal e invariante, “construcción puramente formal y simple en sus elementos constitutivos, que pretende dar cuenta de cómo históricamente se realiza el orden en la sociedad. De esa visión hemos querido tomar distancia –dice–, pues nos parece equivocada y perniciosa en sus consecuencias. Igual como nos parece teóricamente pobre y prácticamente conducente a la parálisis el concepto althusseriano de ideología dominante que adquiere su forma en los Aparatos Ideológicos de Estado. Al final de cuentas, ese concepto excluye de la política la lucha por los sentidos posibles de orden de que son portadores clases y grupos que se enfrentan y excluye del sentido de la política la noción de una alternativa popular y nacional” (Brunner, 1977d: 64, 65).

De este modo, Brunner desemboca en críticas parecidas a las que, siguiendo otra línea de razonamiento, hace Moulian a los planteamientos de Lenin e, implícitamente, a través suyo, a Althusser. Al mismo tiempo, Brunner está enfatizando la relevancia de una lucha social que vaya más allá de los reductos político institucionales, los cuales, por lo demás, bajo la dictadura se encuentran inaccesibles. Está argumentando la importancia de la lucha cultural por los sentidos, la cual debe orientar la acción político institucional (cuando ella sea posible), más que a la inversa.

La postura de Brunner es contraria a tales esencialismos sobre el Estado y las clases. En sus planteamientos se va perfilando la epistemología que subyace a su construcción teórica. Es básicamente una epistemología constructivista –lo cual se evidencia en su consistente uso de las formulaciones de Foucault, Wittgenstein, Goffman y otros autores encuadrables en tal marco–, pero en la cual, por otro lado, los componentes de poder y hegemonía son fundamentales –Gramsci, Foucault y Habermas son en esto autores de influencia destacada–. El suyo es, si se quiere, un constructivismo crítico. Se diferencia de Moulian, cuya epistemología es más convencionalmente realista, en línea con el marxismo clásico; solo posteriormente, en los años 1990, puede reconocerse en Moulian un cierto giro, que acompañará a su creciente acercamiento, en tal época futura, al pensamiento de Foucault.

Crítica a la sociología de la vida cotidiana de Goffman

Un último punto destacado en la “Hermenéutica del orden” es la crítica a Goffman en la que Brunner continúa sus cuestionamientos previos. Sintéticamente, sostiene que la idea de orden de Goffman constituye una visión disciplinada de tal orden. Solo considera la dimensión de exis (ceremonias, ritos, costumbres, etc.) de la vida social y no la dimensión de praxis. El orden es vivido como acción ritual; es el acatamiento de las disciplinas entrelazadas y ritualizadas. La pregunta por el sentido es relegada: el orden es su sentido. Esta es una visión muy parcial e incompleta del orden social. Reflejaría, como ya Brunner lo había señalado antes, la vida de la clase media de EE.UU. Lo que prima es un conformismo radical –el modelo del buen escolar–, pero astuto u oportunista. En términos políticos, el orden y las vías de adaptación a él que presenta Goffman son “un llamado al inmovilismo”. “Lo importante es –como señala Goffman– ‘mantener un cierto tipo especificado y obligatorio de equilibrio ritual’, a cambio de vivir tácticamente ‘ajustado’, ganando sin apostar, salvando la cara sin exponerla más de lo exigido” (Brunner, 1977d: 72, 73).

 

En un texto publicado cuatro meses después –“El orden del cotidiano, la sociedad disciplinaria y los recursos del poder” (1977f)– Brunner seguirá analizando el enfoque de Goffman. Para constituir su propio instrumental teórico, los estudios de Goffman le “proporcionan un buen ejemplo sobre lo que ha sido hasta el presente el análisis de situaciones cotidianas”. La interpretación de Brunner, por su parte, está encaminada a poder analizar la situación en Chile; su interés, tal como precisa, está en la “sociedad disciplinaria” (Brunner, 1977f: i). De ese modo, la lectura que hace de Goffman la realiza en gran medida asumiendo el enfoque de Foucault. Relaciona, así, la organización social del cotidiano con la hegemonía, por la vía de los mecanismos disciplinarios.

Según Brunner, Goffman presenta el orden cotidiano como un orden moral acordado entre las partes. Es una noción ilusoria del orden, en la medida que muestra a sus participantes como libres e iguales y que a este orden no lo marca ninguna estructura de intereses ni de dominación. Además, sus protagonistas son fundamentalmente de clase media: empleados, profesionales, profesores, vendedores, policías, ascensoristas, y que no aparecen en el mundo del trabajo. Goffman describe eventos que transcurren en la calle, en restaurantes, en horas libres, etc. Los individuos no aparecen como homo faber ni como zoon politikon. Con eso, resulta un mundo artificial que no toma en cuenta las radicales asimetrías existentes entre los participantes, las cuales involucran que ellos tengan recursos de poder diferenciales para definir la situación. Brunner lo ilustra con el caso de Molloy, de la obra de Becket, descansando en muletas e interpelado por un policía por su “mala postura” sin que pueda defenderse e impedir ser llevado a la comisaría. No hay una efectiva negociación de la situación. Algo semejante es lo que podría decirse de la interacción laboral cotidiana entre un empleado y los gerentes de su empresa, o entre una secretaria y su jefe.

De tal modo, Goffman contribuye a otorgarle objetividad, junto con verdad y carácter moral, a un orden en que se oculta la subordinación al poder y la desigualdad (Brunner, 1977f: 99). En la interpretación de Brunner, la visión goffmaniana del orden cotidiano es: “Hay que hacer lo debido porque es bueno hacerlo, y es bueno porque es lo que hay que hacer” (Brunner, 1977f: 35). Plena circularidad del argumento moralista o normativista de Goffman.

Las obras fundamentales de Goffman son de los años 1960 y 1970. El análisis crítico que hace Brunner es contemporáneo a su producción y representa un tipo de cuestionamiento, conectado con enfoques europeos, que en ese momento no se está haciendo. Representa, además, un tipo de crítica que análogamente puede extenderse a otras obras con raíces en la fenomenología que en esta época adquieren gran difusión, como las de Schutz, Garfinkel, Cicourel, Berger y Luckmann. Los trabajos de Brunner podrían haber tenido acogida internacional si es que hubiera procurado posicionarlos en las revistas de países centrales. Brunner, no obstante, no estaba interesado en ello, como no lo estaban en general sus colegas de Flacso, ni los cientistas sociales chilenos en esos años. Lograr publicar en los países centrales no era ni buscado ni mayormente valorado. No tenía repercusiones en el campo científico local, ni era fuente de motivación o crédito para los investigadores.

Orden y disciplinamiento

El orden social del cotidiano es introducido, según Brunner, por las disciplinas. Ellas lo organizan y le dan su contenido de regulaciones. Se trata de formas de poder que no operan ni por medio de la violencia ni a través de las ideologías, sino por medio de una variedad de técnicas que actúan en el detalle de gestos, miradas, posturas, expresiones y movimientos, en el despliegue de las fuerzas del cuerpo. Sobre estos micropoderes, sobre este mundo de las disciplinas “se asienta toda la estructura de las dominaciones y explotaciones” (Brunner, 1977f: 54).

En la parte final de este texto, El orden del cotidiano, de 103 páginas, Brunner analiza el orden de lo que llama sociedad disciplinaria, es decir, de una sociedad que funda el orden directamente en las disciplinas, sin una mediación de consenso. Aunque habla en general, el referente permanente de Brunner es la sociedad chilena, y respecto a ella ejemplifica y hace alusiones.

Las disciplinas se convierten en prolongación del Estado y sus aparatos (Brunner, 1977f: 84). El Estado autoritario reorganiza la esfera pública de la sociedad, reduciéndola a un mero ámbito de orden público. Así, la esfera pública deja de ser espacio de acción común, de búsqueda de consenso y es, en cambio, objeto de relaciones disciplinarias donde no se acepta el conflicto. La política se vacía de contenidos comunicacionales y se asume como técnica, materia de expertos. Es lo que ocurre, por ejemplo, respecto a la pobreza (Brunner, 1977f: 90-94). Las mediaciones culturales se hacen superfluas. Expresión de los efectos que esto provoca es el llamado “apagón cultural” ampliamente comentado en la prensa de esos años.

Esta concepción de Brunner sobre un orden fundado exclusivamente en los micropoderes disciplinarios es su interpretación de un régimen que en sus primeros años se ha basado en la represión y en el control administrativo. Gradualmente, sin embargo, la dictadura irá diversificando su forma de acción y sus intelectuales orgánicos la irán proveyendo de nuevos mecanismos y procedimientos que también impactarán en la cultura y apelarán al consentimiento. En sus obras de dos o tres años después Brunner considerará otros elementos del régimen que expresan esfuerzos por el logro de hegemonía cultural y no solo el disciplinamiento.

En este texto, además, la noción misma de disciplina, pese a que es reiterada, queda en una cierta nebulosa en cuanto al contenido y operatoria precisa de los mecanismos disciplinarios en el caso chileno. Uno debe remitirse a los textos de Foucault para obtener mayor especificidad empírica. En sus estudios sobre la cultura autoritaria en Chile, Brunner especificará mecanismos de disciplinamiento. En sus trabajos sobre el período posterior a la dictadura, sin embargo, prácticamente desaparecerán las referencias al disciplinamiento

Brunner conecta la noción de hegemonía con la operación de las prácticas disciplinarias, pese a que, como reconoce, “en rigor, las disciplinas no internalizan nada, no apelan a la conciencia de los individuos, no forman parte de su ‘educación moral’. Operan directamente sobre los cuerpos a los que introducen en un aparato de producción y a los que sujetan a relaciones de poder” (Brunner, 1977f: 54). Hay en esto una incongruencia entre la forma de operación de la hegemonía y la de las disciplinas. En este momento, Brunner está sumando, abstractamente, a Foucault y Gramsci. El momento para afinar las conexiones y resolver los desacoples o desajustes será cuando realice trabajos sistemáticos de investigación empírica.

Conciencia de clase

Tal como en un texto anterior (1980k) Brunner había puesto especial atención en discutir el concepto de ideología, en “Conciencia de clase: I Problemas de la ontología marxista” (1980n), hace algo análogo con el de conciencia de clase. Uno tras otro va abordando, discutiendo y clarificando elementos conceptual teóricos que son parte de la organización de la cultura, que es su objeto general de estudio y sobre la cual ha estado armando su discurso sociológico. En este texto analiza la conciencia de clase desde la perspectiva de la ontología marxista, basándose en Marx, Lukács, Lenin y Mészáros, principalmente. Es un análisis crítico, que muestra las insuficiencias teóricas de tal enfoque y que Brunner –según declara– se proponía complementar, en futuros trabajos, con la perspectiva de Gramsci.

El punto de partida es que “para el marxismo no hay probablemente otra cuestión que dé lugar a tanta confusión y polémicas como lo es la cuestión de la conciencia de clase” (Brunner, 1980n: 1). En el marxismo inicial, hay una oscilación entre asumir clase y conciencia, con carácter ontológico y definidas abstractamente en cuanto realidades transhistóricas, y entenderlas con una existencia empírica, histórica. Con frecuencia, en estos primeros análisis, la lucha de clases parece ocurrir entre esas clases “puras, abstractas”, lógicas, pero ontologizadas. Se requería, así, una reconexión con la clase y conciencia empíricas.

El problema es precisado por Lukács, quien aporta una línea de solución con grandes repercusiones prácticas. El ser de la clase (obrera), determinada por su posición en la relación de producción, con su subordinación al capital, conlleva una conciencia de clase verdadera, consciente de su situación y de la necesidad de su liberación. Tal conciencia, sin embargo, es atribuida o imputada; es una posibilidad objetiva. Es una conciencia que percibe los objetivos finales, de largo plazo, que da cuenta de la totalidad social. La conciencia empírica o psicológica, por su parte, está sometida a determinantes históricos y se orienta a intereses momentáneos. Es el tipo de conciencia que conduce habitualmente a una orientación sindicalista, de reivindicaciones puntuales. Lukács es quien precisa el papel interconector del partido y sustenta, de tal modo, los planteamientos de Lenin. El partido es el medio que conecta la lectura del momento histórico y, por ende, la conciencia psicológica o empírica de clase con la visión del conjunto de la sociedad y con el tiempo largo; es decir, conecta con la ontología social, con la clase “objetiva” y con esa conciencia “verdadera” o atribuida. El partido es la entidad social que puede transportar e importar tal conciencia al proletariado.

El partido, a través de la teoría marxista, logra esa visión racional, totalizante, accede a esa captación del ser efectivo de las cosas, prefigura esa “conciencia verdadera”, y la lleva a la clase trabajadora, permitiéndole a esta superar su visión de corto plazo, meramente reivindicacionista. El partido, de tal modo, se convierte en portador de la teoría y de la racionalidad finalista de la clase (Brunner, 1980n: 25). Sobre esa base, puede asumir el rol de dirigir a esa clase y educar su conciencia. Se tiene así un fundamento ontológico del centralismo y disciplina del partido. Por su parte, otras clases (como las capas medias) no cuentan con el equivalente de la conciencia atribuida del proletariado. El supuesto teórico al respecto es que solo desde ciertas posiciones en el proceso de producción puede una clase tener conciencia de la totalidad y asumir una perspectiva de transformación de la sociedad entera (Brunner, 1980n: 24). Más allá de tal afirmación, este enfoque no agrega más: hay un vacío teórico respecto a la conciencia de otras clases.

Brunner cuestiona, sin extenderse, esta ontologización del ser de la clase, basada en una construcción teórica, que lleva a concebir la conciencia de clase como una derivación de ese ser y que le asigna al partido la propiedad y transporte de su conocimiento “verdadero”, con lo cual se constituye como intelectual colectivo, enunciador de la conciencia de clase y capaz de realizar un socialismo científico que supera el empirismo y el utopismo.

El recorrido de Brunner en esta materia muestra las insuficiencias de este pensamiento marxista con su reificación de planteamientos teóricos, supuestos de conocimiento verdadero, y consagración de una vanguardia iluminista. Podemos ver que tiene similitudes con los planteamientos que hace, por esta época, Moulian. Seguramente que este tema fue materia de conversaciones y discusiones entre ellos y otros integrantes de la Flacso, como Lechner. Moulian, en todo caso, lleva las reflexiones hacia la discusión sobre el marxismo y los partidos de izquierda en Chile. Brunner, por su parte, está elaborando una formulación teórica sobre cultura, poder, orden y comportamientos cotidianos.

Primeras investigaciones sobre educación

Paralelamente a los trabajos de carácter exclusivamente teórico, comienza Brunner sus indagaciones específicas sobre la educación, las cuales producirán variedad de publicaciones durante los próximos años. En una obra de 1977 –“Educación y cultura en una sociedad disciplinaria”– hace un análisis sobre la educación bajo la dictadura y, conjuntamente, “ofrece un esquema teórico de interpretación que en tal sentido aspira […] a un grado relativo de generalización” (Brunner, 1977e: 5).

Comienza analizando los enfoques prevalecientes sobre la relación entre educación y desarrollo, particularmente el enfoque funcionalista y el modelo de capital humano. Ellos habían sustentado la noción “de sentido común entre muy diversos grupos e instituciones del continente […] que la educación podía ser una importante palanca para promover la modernización de nuestras sociedades y ampliar o fortalecer procedimientos democráticos de gobierno” (Brunner, 1977e: 3). “Ese relativo consenso que existió durante la década del 60 […] fue sin embargo efímero”. Cambiaron los enfoques teóricos y cambió la situación en el continente. Para exponer tal cambio analiza el caso chileno durante el régimen militar.

 

Primero, muestra la expansión del control administrativo de la cultura y la educación, que busca la depuración ideológica y elimina el pluralismo. Para sustentar tal descripción proporciona numerosos ejemplos de documentos, circulares, reglamentaciones y bandos, en que se manifiestan medidas de tal tipo. Segundo, explica que detrás de esto hay procesos de fondo que afectan a la cultura y educación. Brunner los sintetiza en dos tesis, que luego explica y fundamenta en el resto del artículo.

Primera tesis: “El paso de un régimen político abierto –con presencia por lo tanto de un grado relativamente alto y sostenido de conflicto social y político institucionalizado en términos de la creación, mantención y transformación de un consenso de orden que permita reproducir la integración de la sociedad nacional– a un régimen político cerrado, donde ese orden es impuesto por virtud de mecanismos de control y disciplinamiento de la sociedad, produce un cambio radical en la función que desempeña la cultura en esa sociedad” (Brunner, 1977e: 13).

Se trata del relato sobre el paso a la sociedad disciplinaria, que ha estado elaborando en sus trabajos previos. En el régimen político abierto, la cultura es el ámbito de expresión de sus conflictos. Es en la cultura y por medio de ella que clases y grupos logran establecer su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad. En un régimen político cerrado, en cambio, “el predominio ejercido por ciertas clases y grupos se funda […] en su capacidad de control del todo social a través de su disciplinamiento, sometiéndolo para ello a una política de Estado”. El Estado “invade la sociedad […] a través de una vasta, compleja y apretada red de disciplinas que controla –hasta el nivel más microscópico– la actividad de los individuos, de los grupos, instituciones, etc.”. Por tanto, “lo que caracteriza a un régimen autoritario es justamente esto: que el orden es obtenido no por un consenso expresado a través de una hegemonía cultural, sino que lo es por medio de una envolvente operación de poder”. Así, “la cultura es arrancada en buena medida de la esfera pública, y experimenta con ello una transformación mucho más honda que aquella que le viene impuesta por los controles administrativos a que se le sujeta” (Brunner, 1977e: 14, 15).

La segunda tesis es que, paralelamente, “la educación cambia también su función social: básicamente le corresponde cumplir con el papel de socializar en un mundo disciplinario a las nuevas generaciones; a la vez debe validar en términos de capacidades y talentos la desigualdad social que se genera por las posiciones diferentes que las familias y los individuos ocupan en la economía y la sociedad” (Brunner, 1977e: 18).

Por una parte, entonces, la educación socializa para el logro de “máxima obediencia y máxima utilidad”, para lo cual “le basta adaptarse a las formas que adquiere la comunicación social en un régimen político cerrado”. Por otra parte, la mercantilización de la educación oculta las relaciones de desigual distribución del capital humano, cultural y económico preexistente y las reproduce. Evade el problema de esa desigualdad previa (Brunner, 1977e: 25, 26).

Finalmente, concluye que “si nuestra interpretación es válida, la educación –que hace diez años se promovía en América Latina como un factor potencial de cambio social, modernización de las sociedades y de su democratización– hoy se encuentra afectada por un profundo cambio en la función que la cultura cumple dentro de regímenes políticos determinados. En esta nueva situación, el sistema educacional asume también otro papel: debe valorizar la educación como mercancía, sirviendo de esta manera a la reproducción del capital cultural, al mismo tiempo que recrea las condiciones de un orden que se expresa a través del movimiento de disciplinamiento total de la sociedad” (Brunner, 1977e: 30).

Este texto, junto con marcar el inicio de los estudios sociológicos de Brunner sobre la educación en la dictadura, es también el primer texto suyo publicado fuera del país. Con el título “La miseria de la educación y la cultura en una sociedad disciplinaria” aparece, en el mismo año 1977, en la revista venezolana Nueva Sociedad, en la cual seguirá publicando en los años venideros. Nueva Sociedad es una revista política fundada en 1976 en Costa Rica, como proyecto de la Fundación Friedrich Ebert, y desde 1976 radicada en Venezuela. Esta revista, “con los años llegó a convertirse en una de las referencias más estables de las ciencias sociales latinoamericanas” (Aranguren, 2010: 7). Entre 1976 y 1992, estuvo muy centralmente orientada a la izquierda que luchaba con las dictaduras de la región y que buscaba, luego, la consolidación democrática.

La figura del pobre

En términos de cantidad de publicaciones, la productividad de Brunner en 1978 es inusualmente reducida. En los 10 años siguientes publicará un promedio de 15,4 textos por año. No obstante, en 1978 publica solo uno de carácter académico: “Apuntes sobre la figura cultural del pobre” (1978a). El tópico podría parecer que se aparta de los que venía trabajando, pero esto no es del todo así. Su objeto es la pobreza como “hecho cultural”, en su constitución discursiva. Es una indagación profundamente foucaultiana. Ahora, sin embargo, ya no es solo el Foucault de Vigilar y castigar, sino también el de Historia de la locura (1976 [1964]), de la Arqueología del saber (1970 [1969]), de El nacimiento de la clínica (1973 [1963]) y de la recientemente publicada Historia de la sexualidad: La voluntad de saber (1977 [1976])100.

Es un texto de 99 páginas, escrito en diálogo con Foucault, pero también con Marx, revisando extensamente la obra de Braudel, Capitalism and Material Life, 1400-1800, obras de Hobsbawn y diversos otros autores que aportan al estudio de la pobreza.

Constituye otro original trabajo de Brunner que, de manera ambiciosa, se plantea una indagación histórica, en una perspectiva amplia, que cruza Europa, EE.UU. y América Latina, sobre la configuración discursiva de la pobreza. En cierta forma, anticipa lo que será la perspectiva del Análisis de Discurso Crítico, de los años 1990, pero incluso con mayor complejidad y riqueza analítica que muchos de los trabajos que usarán tal aproximación.

Contiene una construcción teórica sugerente y bien elaborada, aunque parte de ella debe leerse en largas notas al final del texto. Denotando su carácter de obra en proceso la llama “apuntes” y además especifica que es la “parte I”, aunque no llegó a existir la proyectada “parte II”. De hecho, el texto no incluye conclusiones y el término ocurre de modo abrupto. La enorme amplitud del objeto de estudio cabe pensar que dificultó la empresa. Por otra parte, sus objetos más habituales de indagación volverán a retener su atención y esta particular línea de investigación no la continuará. La elaboración teórica, sin embargo, seguramente le fue de provecho para clarificar su pensamiento. Así como textos anteriores representaron su confrontación con Goffman, este lo es con Foucault. En especial, le cuestiona asumir el discurso como un hecho meramente discursivo, inmanente a la práctica que lo produce. A ello, Brunner le contrapone abordar el discurso como resultado de prácticas discursivas al interior de una organización de la cultura (plano 1), situadas en un campo de relaciones de fuerza (plano 2), que a su vez expresan grandes movimientos estratégicos de esa organización cultural. Así, a través de esas prácticas discursivas, la sociedad produce y reproduce su orden social, sobre la base de unas relaciones de producción de la vida material de sus miembros (Brunner, 1978a: 86)101.