Relatos sociológicos y sociedad

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Entre noviembre de 1976 y enero de 1977 publica tres textos más (Brunner, 1976b, 1976c, 1977b), siempre como documentos de trabajo, que continúan en la misma línea de indagación. De un primer posicionamiento con respecto a la realidad cultural del autoritarismo, en el texto previo, en el segundo pasa a una extensa elaboración teórica sobre el tema de la acción de rol, socialización y procesos de comunicación, tema –afirma Brunner– postergado en la literatura sociológica de América Latina. La perspectiva es precisamente esa, abordar el problema desde América Latina, desde su propia realidad de clases y poder, entendiendo dichos microprocesos en conexión con sus condicionantes estructurales. A través de eso, dice, está el interés de acercarse “a un problema subyacente a la actual reflexión sobre procesos políticos en América Latina, cual es el problema de los mecanismos mediante los cuales sociedades con un alto grado de distorsión comunicativa producen, mantienen y transforman orden social, y los grupos que las componen negocian o imponen un ‘consenso’ de integración normativa. Sobre todo, nos interesa –dice– estudiar cuáles son las modalidades que adoptan esas formas de integración al nivel de las situaciones cotidianas de interacción social, y los condicionamientos estructurales que operan sobre ellas, moldeándolas y conformándolas en su especificidad propia” (Brunner, 1976b: i).

Para ello, hace una revisión sucesiva de perspectivas, que va buscando integrar. Su itinerario pasa, en 78 páginas, por: (1) la perspectiva de considerar la existencia de un sistema normativo de relativa estabilidad, con socialización de ese orden normativo moral, en que los individuos “asumen roles” (role taking); (2) la postura que entiende que en lugar de tal adopción de roles hay activos procesos de negociación moral; aquí Goffman tiene lugar central; (3) enfoques que consideran procesos de condicionamiento conductual (Skinner, Bandura, Bijou); (4) perspectivas que atienden al desarrollo de competencias cognitivas (Piaget) y morales (Kohlberg, 1971; Habermas, 1972); (5) enfoques que consideran el desarrollo de procesos interpretativos, en los cuales juega un rol fundamental el lenguaje (Hymes, 1974; Cicourel, 1973; Bernstein, 1973; Habermas, 1972).

De tal modo, Brunner está evaluando una arquitectura teórica. En su recorrido revisa aproximaciones normativistas, que hacen primar un orden moral, y otras que son interpretativistas; por otra parte, además, apunta a una perspectiva faltante, una que tome en cuenta las situaciones de poder. Esta perspectiva es la que están elaborando por estos años Habermas y Foucault, mientras que los interpretativistas, como Goffman o Blumer, no incluyen en sus conceptualizaciones nada con respecto a las redes o estructuras de poder que subyacen la acción cotidiana de los actores.

Asombra la competencia analítica y crítica con que Brunner maneja la discusión sociológica con Goffman, Cicourel, Chomsky y resto de autores, respecto a obras que estaban generándose casi en ese mismo momento. Por otra parte, pese a la actualidad y relevancia académica global de lo que está escribiendo, Brunner no lo hace para insertarse en el espacio académico internacional (que en tal época es fundamentalmente el de los países centrales), sino para traer tal debate al país, para hacerlo respecto o desde nuestra propia experiencia social y cultural95.

Es un documento con abundantes referencias, unas 70, casi todas en inglés y algo más de la mitad correspondientes a la década de los años 1970, con varios textos que habían sido publicados no más de cuatro años antes de su escritura. Es decir, está trabajando con material científico social de avanzada, sintetizando y debatiendo, asumiendo una postura propia y original. Brunner pretendía escribir una segunda parte de este texto, lo cual finalmente no ocurrió.

En esta labor, continúa sus lecturas y discusiones de Inglaterra combinadamente ahora con lecturas sobre la realidad del país y debates con interlocutores locales, entre los cuales cita a Lechner y Faletto, de tradiciones muy diferentes: Lechner con afinidades a la Escuela Crítica de Frankfurt y Faletto destacado en el enfoque dependentista.

Esta es una publicación académica, para público académico. Aunque tiene una orientación subyacente hacia la contingencia política, ella no es elaborada en este texto. No hay tampoco una aplicación a la realidad chilena. Los ejemplos que elige son literarios: de Robert Musil, Saul Bellow, Mario Vargas Llosa. Hay algo de virtuosismo en la escritura, mostrando un suelto manejo de diversidad de fuentes académicas y literarias.

El carácter y destinatario académico es sello de estos primeros textos. Aunque está produciendo una sociología que sería bien recibida en los circuitos internacionales centrales, son publicaciones que no llegan allá y Brunner tampoco busca hacerlo, en este primer momento. Estos documentos, de hecho, en los primeros años de la dictadura tienen circulación muy restringida. La principal audiencia, por ahora, son los propios colegas de Flacso y el circuito académico cercano.

El problema del orden social

La siguiente publicación de Brunner –“Consenso de orden y poder” (1976c)–, un mes después, continúa estos análisis, focalizándose en el problema del “consenso de orden” y su relación con el poder. La publicación reúne este texto con uno de Lechner sobre el concepto de crisis y ambos se vinculan con debates tenidos en torno a un seminario, que realizan los integrantes de Flacso, en el segundo semestre de 1976, sobre los escritos de Gramsci, con la participación de Juan Eduardo García-Huidobro, quien regresaba de Bélgica luego de haber hecho su tesis de doctorado sobre este autor. En este primer período se consolida la incorporación de Gramsci al debate académico político.

La atención tanto de Brunner como de Lechner está puesta en el problema del orden social en un contexto autoritario: la compleja combinación entre coacción y logro del consentimiento (la hegemonía, en los términos de Gramsci). Dicho en términos llanos, la inquietud es por cómo se las está arreglando la dictadura para mantenerse luego de ya tres años, sin dar todavía visos de debilitarse, como esperaba la gente de izquierda, sino que más bien pareciendo robustecida. Estos científicos sociales están buscando las herramientas interpretativas que les permitan hacer sentido sobre lo que ocurre.

En su texto, Brunner continúa revisando el enfoque de Parsons sobre el control normativo de la acción y el de Durkheim sobre distribución del trabajo y solidaridad, pero integrando ahora la concepción gramsciana de hegemonía, la cual será decisiva para su construcción teórica futura. Gramsci es un autor que ya Lechner, Moulian y otros habían comenzado a leer luego del golpe o a leerlo con otra mirada interpretativa. El seminario que realizaron ese año 1976 sobre el pensamiento de este autor potenció el interés del grupo de la Flacso en la obra gramsciana.

En cierta forma, Brunner está reiterando la crítica que en años previos se ha hecho, internacionalmente, a la teoría funcionalista parsoniana, por su a-historicismo y por dejar fuera el poder y el conflicto. Tal crítica ya ha aparecido en autores como Dahrendorf, Gouldner, Lockwood, durante los años 1960. Es una discusión también emprendida por su ex compañero de Oxford José María Maravall, a quien cita varias veces en este texto. Pero Brunner busca ir más allá que esos autores en el camino de clarificación e integración teórica. Para ello se apoya de manera importante en Habermas (Habermas y Luhmann, 1972; Habermas, 1975) y comienza a incorporar a Gramsci.

El foco central del artículo es mostrar que la integración involucra tanto instancias culturales (estructuras normativas, transmisión cultural, socialización, interacción comunicativa, etc.) como instancias económico-sociales (división del trabajo, clases, intereses materiales, poder). Así, simultáneamente remite a consenso y disenso, integración normativa y conflicto entre fuerzas antagónicas, estabilidad y crisis.

En Lockwood (1964) y Habermas (1975) se encuentra la distinción entre integración social e integración sistémica, pero una mayor fertilidad interpretativa la proporcionaría el concepto de hegemonía de Gramsci, que provee una dirección para conectar integración, poder e historia.

La hegemonía tiene la particularidad de traducir un interés de clase en un principio ordenador general de la sociedad y lograr el consentimiento de otros grupos. De tal modo, la integración “expresa, directamente, el momento de la hegemonía en cuanto consenso de orden (por tanto, referencia a estructuras de poder y a estructuras de comunicación que hagan posible el control social de orden)” (Brunner, 1976c: 21). “[La] integración social como momento en la construcción de hegemonía por actores sociales específicos significa siempre la capacidad de ciertos grupos para inculcar en otros un cierto sentido del orden como organización de la vida cotidiana. Desde el punto de vista de los individuos, esto significa apropiarse (y ser expropiados) por una forma particular de orden que así deviene en orden interior expresado como identidad individual. [Un ejemplo sería] la ‘ética protestante’ tal como Weber la introduce en su estudio sobre la formación del capitalismo” (Brunner, 1976c: 23).

Tal consenso de orden no dice relación primordialmente con el sistema político, sino que posee una proyección mayor como motivación para actuar en conformidad con un orden “que regula desde los actos menores de la vida diaria, a través de los encuentros ocasionales que determinan situaciones de interacción, hasta las formas culturales socialmente validadas por el orden y los aspectos políticos de su organización en cuanto a ejercicio de poder” (Brunner, 1976c: 22). Dicho consenso, por otra parte, no es un consenso racional, aunque incluya procesos de argumentación, y es siempre refutable y alterable.

 

Las relaciones de hegemonía no son unidireccionales. “No solo son ejercidas de dominante a dominado, de poseedores a desposeídos. Son, o pueden ser, relaciones conflictivas; formas de expresión, por lo tanto, del orden que existe pero también de las alternativas de orden que pugnan por imponerse como momento de una nueva hegemonía social”. Cabe, entonces, pensar en “pedagogías para la hegemonía en grupos en pugna en torno a sentidos diversos del orden” (Brunner, 1976c: 24, 25).

En este marco, Brunner retoma su crítica a Goffman, iniciada en su publicación anterior: “El ‘pequeño orden’ que Goffman estudia minuciosamente en sus escritos es […] tan solo una expresión concelebrada del consenso de orden prevaleciente en una sociedad determinada y [, más aún,] del modo como unos grupos determinados reviven ese orden a través de ritos de interacción, encuentros sociales, presentación de sí mismos en público, etc.” (Brunner, 1976c: 27).

Concluye diciendo que “hay elementos (todavía dispersos) en la perspectiva de análisis que aquí se ha avanzado que debieran permitir un estudio más comprensivo del fenómeno autoritario, sobre todo como sistema de orden con sus propios dispositivos para asegurar una organización coercitiva del cotidiano”. Y se plantea algunas interrogantes, conceptuales y empíricas: “¿Qué significa, en este contexto, sistema de orden por oposición a consenso de orden? ¿Cómo, concretamente, se mantiene un orden sin integración? ¿Cómo opera y se manifiesta la coerción en la organización autoritaria del cotidiano? ¿Cuáles son sus efectos sobre la socialización? ¿Cómo se constituye la matriz social de procesos de comunicación en una situación de esa naturaleza?” (Brunner, 1976c: 30).

Con un ritmo de producción de una publicación mensual, al mes siguiente aparece otra: De las experiencias de control social (Brunner, 1977b). Es una continuación de la anterior y en la cual procura precisar lo que está envuelto en la experiencia de orden. Considera los límites simbólicos (como los del pudor), que involucran un orden que nos limita. En esa perspectiva, entonces, la experiencia del orden es una experiencia de los límites simbólicos que regulan nuestra acción, comprensión y comunicación. “Orden es la disposición de esos límites […]; una red de clasificaciones entretejidas que demarcan un mapa cognitivo y moral de acuerdo con el cual transitamos, conversamos, definimos situaciones y negociamos sentidos” (Brunner, 1977b: 2).

Para este trabajo se basa especialmente en la obra de Basil Bernstein, Class, Codes and Controls (1975) y de Mary Douglas, Natural Symbols (1970) e Implicit Meanings (1975). Ambos son autores británicos cuya obra frecuentó en Inglaterra. Ambos eran profesores, en esa época, en la University College of London. Mary Douglas es una antropóloga formada en Oxford y seguidora de Durkheim, el de Las formas elementales de la vida religiosa.

Parte central del trabajo es la construcción de una tipología de situaciones de orden y control, lo cual hace cruzando la fortaleza de los sistemas de clasificación (fuertes con límites impermeables vs. débiles con límites permeables) con formas de control (mediante sistema internalizado de límites simbólicos vs. control a través de personas, con influencia directa).

Aquí comienza Brunner a hacer uso, en sus publicaciones, de las construcciones tipológicas a partir del cruce de ejes, procedimiento al que recurrirá con frecuencia en sus trabajos posteriores. Es un recurso visual, organizador del pensamiento y de la presentación. Como él reconoce (Brunner, 1977b: 21), los tipos ideales, en la práctica, siempre aparecen mezclados, pero son necesarios o, cuando menos, útiles para moverse dentro de los límites del discurso académico en la corriente interpretativa. El uso de tal código clasificatorio genera identidad y reconocimiento –de lo así ordenado y de su autor– y contribuye a la legitimidad y crédito científico.

Estos cuatro artículos previamente mencionados, con un total de 214 páginas, escritos en seis meses, dan cuenta del ímpetu creador con que Brunner se instala en su nuevo lugar de trabajo. Si ello ocurriera en la actualidad, segunda década del siglo XXI, en Chile, ellos habrían sido considerados artículos con potencialidad ISI y enviados a revistas internacionales, de países centrales del norte. En el espacio institucional y red de producción donde Brunner estaba, eso carecía completamente de importancia. En términos de audiencia, estos textos estaban fundamentalmente dirigidos al círculo cercano, de Flacso y otros centros académicos independientes, y en todas estas obras hay un doble vector, uno hacia la discusión intelectual de la producción internacional, y otro hacia la realidad nacional, hacia el esclarecimiento de la situación de la dictadura.

Durante el resto del año 1977, Brunner continúa armando su instrumental teórico de observación y análisis. De los siete textos que publica este año, cinco serán de carácter teórico. Este año suma a su análisis, de modo sustantivo, la obra de Foucault, particularmente Vigilar y castigar, libro que aparece originalmente, en Francia, en 1975, siendo traducida al castellano en 1976.

Son textos abstractos que se despliegan en un espacio de referencias y debates teóricos que los hacen difíciles de aprehender. En ellos está escribiendo para su grupo de referencia académica y para sí mismo. Reconoce estar revisando su propio enfoque, tal como lo había expuesto en “Formación de orden e integración social” (Brunner, 1976a), y menciona los aportes críticos de Faletto, Flisfisch y Lechner (Brunner, 1977c: 21). Al mismo tiempo, sin embargo, estos escritos están siendo pensados con respecto a la realidad chilena, bajo la preocupación por entender la contingencia autoritaria del país, con tres años de una dictadura que se va asentando en lugar de debilitarse como se esperaba en los círculos de oposición.

En “De la cultura liberal a la sociedad disciplinaria” (1977c), Brunner inicia su incursión foucaultiana. En el texto se pregunta por lo que caracteriza a la cultura en el contexto de una sociedad autoritaria. A ello subyace la pregunta sobre cómo la dictadura está manejando el orden social, en contraste a cómo se hace en una cultura liberal.

En la concepción liberal de cultura –dice Brunner– hay una apelación a competencias de interacción comunicativa, adquiere relevancia un discurso sobre el ciudadano y sus deberes y la cultura pone contenidos afirmativos como ideales de plenitud y felicidad individuales. Esta cultura, con sus idealidades y promesas, media entre la organización económica, el poder, la facticidad de la vida social, el orden real y los motivos para la acción. Eso es lo que lleva al “consenso de orden”.

En la concepción autoritaria del Estado y la sociedad, se rompe con esas “pretensiones de orden y felicidad”. “La cultura ya no sirve la función de mediar un consenso de orden, pues el orden deviene en objeto de las estrategias inmediatas del poder” (Brunner, 1977c: 9). El autoritarismo no es un mero fenómeno estatal, sino que constituye un proyecto orgánico de sociedad y, como tal, “cambia radicalmente la función de la cultura, y su relación con el orden que encauza el cotidiano”. Así, el orden autoritario se sostiene “a través del despliegue del poder como formas de disciplina” (Brunner, 1977c: 10), en una multiplicidad reticular de prácticas disciplinantes que se expresan “en la organización de la familia, en las instituciones pedagógicas, en la compleja estructura de las jerarquías y subordinaciones, en los ritos de la interacción social, en las menudas imposiciones del trato y las sutiles dominaciones de la comunicación diaria. De este disímil material es que se aprovechan las disciplinas para encauzar la obediencia y utilidad de los individuos: es en este nivel microsocial donde el poder asegura la efectividad de su imperio […]. Al mismo tiempo, el orden autoritario emergente suprimirá todos aquellos aspectos de la cultura liberal que, de una manera u otra, pueden entorpecer el advenimiento de esa sociedad disciplinaria (Brunner, 1977c: 18).

Brunner termina este artículo con una proyección investigativa: “Si se desea comprender el funcionamiento del orden autoritario habrá pues que ‘descender’ a ese nivel donde el poder se expresa en una aparente insignificancia, estudiar sus expresiones y desplazamientos, su articulación con la economía y la cultura, su capacidad estructuradora del cotidiano y los ritmos de su transformación” (Brunner, 1977c: 19). Ese será el programa de investigación en que él mismo se embarcará en los años siguientes.

Primer abordaje sobre los intelectuales

Paralelamente al trabajo anterior, Brunner junto con Ángel Flisfisch, durante un período de aproximadamente siete meses, elabora otro documento: “Los intelectuales: razón, astucia y fuerza” (1977). Es también una discusión teórica, en este caso sobre los intelectuales. En un inicio, la motivación provino de “problemas muy concretos, que apuntaban hacia las difíciles relaciones que parecen establecerse siempre en los contextos académicos entre el trabajo intelectual y la ‘autoridad’” (Brunner y Flisfisch, 1977: i). En estas reflexiones rondan las preocupaciones sobre el propio rol, como científicos sociales, en momentos en que la relación con el poder es ostensible y cotidiana. Las interrogantes sobre los intelectuales y el uso de sus conocimientos guiaron, durante estos años, reflexiones y publicaciones no solo de Brunner, sino también, de Moulian, como ya vimos, y de otros. En tal temática, sin embargo, este es un ensayo todavía muy preliminar.

Los autores dicen que su fin es abordar las “ideologías sobre los intelectuales”, refiriéndose con ello a los “modos en que los intelectuales se conciben a sí mismos” (Brunner y Flisfisch, 1977: 1)96. Precisan que su reflexión partió de una situación particular, la del “intelectual que se ve a sí mismo como un marginal que asume conscientemente su marginalidad”. Esto les hace plantear preguntas sobre las peculiaridades del “ser social” que determina esa conciencia, lo cual remite a las relaciones entre sus producciones intelectuales y la sociedad que habitan. Eso los lleva a distinguir entre un intelectual reflexivo-opositor, en una dinámica de contradicción con la sociedad, y un intelectual como custodio de un saber superior en progreso acumulativo, en armonía, sin rupturas o discontinuidades, con la sociedad o mundo. Ellos corresponderían a grupos de intelectuales en posiciones diferentes (Brunner y Flisfisch, 1977: 1-8).

La dinámica fundamental en que se mueve el intelectual, y que lo define –dicen ellos–, es la del debate; es un especialista en la materia. Sus restantes actividades –lectura, investigación, escritura, conversación, etc.– están referidas, habitualmente, explícita o implícitamente, a un debate. El discurso intelectual procura separar la lógica del debate de otras dos dinámicas que se le contraponen: las de la astucia y de la fuerza. En el debate se procura el convencimiento del otro, es el reino de la razón; la astucia o juego es el reino del cálculo estratégico; en la lucha se busca someter, eliminar o expulsar al oponente, es el reino de la fuerza. Son tres tipos de dinámica y de conflicto. Pese a ello, de una u otra forma, “en todo debate se encuentran presentes elementos de cálculo estratégico y, en muchos casos, probablemente elementos de fuerza” (Brunner y Flisfisch, 1977: 21)97. En la sociedad contemporánea, los conflictos combinan, en articulaciones diversas, las tres lógicas.

Una de las materias sobre las que opera la actividad intelectual son los sistemas de clasificación que se vinculan a experiencias de orden y que pueden expresarse en sistemas o pautas internalizadas de límites simbólicos. Ejemplo de ello son las categorías del discurso económico: empresa, consumidores, factores productivos, capital, trabajo, etc. En su referencia recíproca, tales categorías constituyen un sistema de clasificación. Las potencialidades performativas de este discurso lo hacen susceptible a conexiones diversas con las lógicas del cálculo estratégico y también de la fuerza.

Concluyen con una reflexión sobre el problema de la estrategia que cabe seguir al intelectual frente al poder, ejemplificada en el caso de Galileo, en la obra de Brecht. Muestran las combinaciones de cálculo estratégico y razón, con sus riesgos, ambivalencias y ambigüedades: los límites entre astucia, renuncia, disimulo, compromiso y concesión, son complejos de determinar y de evaluar, y no cabría imaginarlos en abstracto. Entre la estrategia del disimulo, como la seguida por Lukács frente a la censura del Partido Comunista a sus ideas, y el camino del martirio, en el caso de Giordano Bruno, hay una gama de alternativas discernibles. La confrontación con el poder, por otra parte, no es solo frente a la institucionalidad, sino que además, y muy decisivamente, contra el sentido común imperante en la vida cotidiana, el cual está asociado a una determinada hegemonía (Brunner y Flisfisch, 1977: 63).

 

Este texto representa el inicio de una de las líneas de investigación de Brunner: sobre los intelectuales, el campo científico social y el uso de los conocimientos producidos en este campo, a la cual sumará investigaciones y publicaciones, especialmente entre 1979 y fines de los años 1980.

Orden y poder

En su derrotero de posicionamiento teórico, “Hermenéutica del Orden” (Brunner, 1977d) es un hito destacable. Constituye un esfuerzo integrativo y revela la magnitud de sus pretensiones o, si se quiere, ambiciones, en el campo de la teoría. Es un texto de 90 páginas en que reorganiza algunos de los planteamientos expuestos en sus trabajos previos y construye una nueva articulación de ellos, usando en apoyo de sus argumentaciones a Gramsci, Ricoeur, Wittgenstein, Barthes y Habermas, entre otros, en el terreno internacional, y a Faletto, Flisfisch y Lechner, en el nacional, no sin hacer precisiones con respecto a lo que estos autores sostienen98. Por otra parte, cuestiona los planteamientos de Marcuse, Shils, Althusser, Goffman y, en el plano latinoamericano, de Zavaleta. Como se puede ver, se sitúa en conexión con grandes interlocutores globales y locales, en un diálogo que tiene un foco y proyección local. Brunner está así haciendo una labor de puente entre discusiones y elaboraciones teóricas que tienen lugar en los países centrales y la elaboración en Chile, frente a problemas de la sociedad chilena. Esto es algo que se reiterará en obras futuras, pero ya en esta aparece muy nítidamente y con resultados fructíferos.

Su intento es abarcar, “en un mismo movimiento hermenéutico”, el plano donde ciertos sentidos se comunican, con relativa opacidad, y “el plano donde tienen su referente de impresión e impulsión, es decir, el de la lucha de hegemonías políticas entre individuos, grupos y clases sociales por establecer un consenso de orden que asegure la integración y cohesión del todo” (Brunner, 1977d: i).

En su noción de niveles de sentido y de densidad semántica de lo que cotidianamente llamamos orden, sigue a Ricoeur (1969, 1975). El camino que se plantea es “tomar el sentido manifiesto, sea en obras, documentos, instituciones, ritos, lenguaje, interacciones y así por delante, para luego atravesar su opacidad y buscar –en el plano de su impresión e impulsión– el contenido de orden de que es portador, es decir, su sentido en la economía de la lucha por el predominio de un orden determinado”. De tal modo, una hermenéutica del orden, como se la plantea Brunner, al tomar el orden como objeto de análisis, rechaza asumirlo como instancia explicativa de sí mismo. En lugar de postular la clausura de este orden, lo aprehende como “universo abierto y coextensivo con el de la praxis social”, situándolo “en el seno […] de una política constitutiva de la simbólica” (Brunner, 1977d: ii, iii).

Cautamente, Brunner advierte que “el presente trabajo está más bien diseñado como un prolegómeno de esa hermenéutica del orden. En la doble connotación de preámbulo y anuncio anticipatorio” (Brunner, 1977d: iii).

Una pregunta general del trabajo es por la relación entre razón y orden, entre los sentidos puestos por la razón y los sentidos de orden; con esto último refiere a los sentidos de un orden socialmente vigente, con su aparente obviedad, tal como el privilegio, incuestionado, de la mano derecha sobre la izquierda. ¿Es la razón una categoría anterior y exterior al orden históricamente instituido en una sociedad específica? (Brunner, 1977d: 2). Una pregunta derivada es por el estatuto social de una razón crítica.

Una respuesta también general es que “razón y orden se relacionan […] en el proceso socialmente condicionado de su uso” (Brunner, 1977d: 6). “El orden es no solamente la condición de transmisibilidad sino ante todo la condición de realización de la razón”. La razón Brunner la concibe como “siempre un uso-de-la-razón, una actividad práctica, momento constitutivo del proceso por el cual una sociedad produce, mantiene y transforma sus sentidos de orden” (Brunner, 1977d: 7).

Siguiendo la lógica de su planteamiento, Brunner cuestiona la teoría crítica de Marcuse, en que la razón se opone a lo existente. Frente a un ordenamiento total, cerrado, Marcuse opone lo aún no alcanzado, que está fuera del orden social, que es solo refutación. “La razón crítica que inicialmente opone al orden el contenido de verdad que existe en la gran filosofía, sin mezclarse para nada en las luchas sociales, termina por ponerse fuera del orden social para no dejarse atrapar”. A una forma pura de dominación opone una forma pura de negación; al orden imperante opone algo totalmente contrapuesto. Con esto, la utopía “se vuelve irracional, con el propósito de servir de último refugio a la razón […]. Al separar razón y orden, termina por abdicar a ambos, dejando a la razón atrapada en su [dinámica] especulativa y al orden en su totalización”, lo cual acarrea, como derivaciones posibles, el sentido de impotencia o la radicalidad destructiva (Brunner, 1977d: 17, 18).

En su lugar, se tratará, por tanto, de una teoría crítica, reflexiva, consciente de su propia inserción en un campo de realidad social. “La razón crítica deja de ser, como es en la cultura liberal –aun en su versión marcusiana de izquierda– una cuestión de filósofos” (Brunner, 1977d: 22). Es una razón en lucha para definir la situación de orden de la sociedad, y que se constituye a través del enfrentamiento de hegemonías políticas. “Es la política, la lucha entre clases y grupos por definir la situación de orden de la sociedad, la que instituye y explica la relación específica entre razón y orden” (Brunner, 1977d: 24).

En esto, Brunner está siguiendo ideas gramscianas. Frente a la crítica distanciada, frente a la crítica elitista, que se enuncia desde una racionalidad superior, supuestamente libre de contaminación, Brunner habla de una racionalidad operante en la historia. Así como en el texto con Flisfisch presentaba al intelectual confrontando la lógica propia del debate racional con el cálculo estratégico y las luchas de poder, ahora plantea, en forma más amplia, estos procesos que relacionan razón y orden social y al intelectual con las luchas de hegemonía. En contra de una razón a-histórica, universal, supracontextual, Brunner sostiene que la razón se constituye en relación con el orden social, a través de la lucha de hegemonías políticas. Y la relación entre orden y razón está mediada por la política. “[…] La razón crítica es tópica (por oposición a utópica), es decir, que pertenece a un lugar, a una historia, en tanto que siempre expresa una relación socialmente condicionada con el orden vigente y con las posibilidades reales de su superación política” (Brunner, 1977d: 30).

En la racionalidad comunicativa, como la llamará Habermas, es donde toma forma el debate argumentativo sobre el orden social, sobre sus justificaciones. De allí surgen cristalizaciones, como el derecho, como normas diversas que siempre pueden ser retematizadas. A través de ella toman forma las luchas de hegemonía y se configuran formas críticas. La razón no está fuera de ese curso histórico, sino que se forma y desarrolla en él. Brunner previene insistentemente contra la razón convertida en abstracción desconectada del mundo, convertida en utopía, y contra su uso instrumental como herramienta de control.