Relatos sociológicos y sociedad

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En esta gran tarea, Brunner, desde 1968 hasta marzo de 1971, con el cargo de Director de Estudios, realiza un intenso trabajo tras bambalinas, asesorando directamente al rector, manteniendo contacto con académicos y dirigentes estudiantiles, colaborando en la elaboración de discursos importantes. Su red de conocidos y de interlocutores, que ya antes era amplia, ahora se extiende aún más. Una figura muy importante en el período inicial es la de Ernani Fiori, a quien el rector designa como nuevo Vicerrector Académico. Diversos actores del proceso coinciden en recalcar el aporte sustantivo que Fiori hizo a la reforma. Ernani Fiori (1914-1985), según señala Brunner en una entrevista (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1026), “tenía cierto prestigio, un cierto aura, entre los estudiantes vinculados a la FEUC e interesados en los asuntos académicos y la reforma universitaria. Se sabía que había llegado a Chile como parte del exilio de notables brasileros que en ese tiempo arribaron a nuestro país, que era amigo de Paulo Freire y que enseñaba una filosofía crítico-radical, en la que convergían nociones de cultura popular, liberación con base en el pensamiento marxista y católico, énfasis en la autoconciencia revolucionaria de los pueblos y procesos de aprendizaje y educación emancipadores en la línea en que también trabajaba Paulo Freire”. Ernani había sido expulsado por la dictadura en Brasil y en 1966 se integra al Instituto de Educación Rural, donde ya estaba Freire, el autor del enfoque de la pedagogía de la liberación, también exiliado. Este instituto era un organismo ligado a la Iglesia Católica, comprometido activamente con el proceso de reforma agraria.

Concuerdan el rector Fernando Castillo y Brunner en que “se deben a Fiori los fundamentos de una importante reforma académica que consideró la creación de institutos disciplinarios y centros interdisciplinarios dando fuerte impulso a la investigación, más allá de la docencia, realizada en las facultades y escuelas. Asimismo, Fiori promovió la flexibilidad curricular que daría a los estudiantes oportunidades de una formación académica más acorde con sus intereses diversos” (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1028). Brunner agrega: “su participación como Vicerrector Académico fue crucial para el ‘pensar’ de la reforma. Él delineó los conceptos, nos enseñó a reflexionar sobre el vínculo entre la academia y la sociedad, entre los claustros elitistas y las dinámicas populares […]”. Finalmente, en términos de organización, promovió cambios que tendrían importancia decisiva en la investigación social: “impulsó –dice Brunner– la departamentalización de la universidad que vino a sustituir la vieja estructura de las cátedras; abogó por los institutos de investigación y los centros interdisciplinarios en todas las áreas […]” (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1028).

En este trabajo de rediseño de la universidad, Brunner ya revela la gran eficiencia que lo va a caracterizar durante toda su trayectoria institucional. Como cuenta un testigo de esos momentos: “Fiori pensaba, daba ideas, y Brunner, al día siguiente en la mañana, aparecía con un texto redactado, totalmente listo”69.

Un notorio resultado de estos cambios organizacionales, en el espíritu de vincular la academia a la sociedad, fue la creación, en 1968, del Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren), destinado a ser un espacio de reflexión social y conciencia crítica sobre la sociedad. Su primer director será alguien precisamente vinculado a los procesos de cambio en marcha en la sociedad y cercano a grupo de intelectuales brasileños exiliados: Jacques Chonchol.

En años siguientes se crearán otros centros interdisciplinarios de investigación, en similar perspectiva: el Centro de Estudios de la Planificación (Ceplan), el Programa Interdisciplinario de Investigación en Educación (PIIE), el Centro de Investigación en Desarrollo Urbano (CIDU) y el Centro de Estudios Agrarios (CEA).

Por su parte, desde 1969, Fiori se incorpora al Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad Católica, nueva unidad nacida en la reforma, donde trabajará con Norbert Lechner, con quien habría tenido gran afinidad (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1029).

No cabe duda que la involucración de Brunner en las reflexiones dentro del movimiento estudiantil y luego en torno al trabajo de rectoría buscando dar forma a la “nueva universidad” tiene gran fuerza formativa en él y marcará buena parte de las búsquedas e investigaciones que emprenderá en el futuro: universidades, trabajo intelectual, campo científico, lucha cultural, sistema educacional, etc. Estos años le proveen un inigualable conocimiento sobre la realidad universitaria, que comenzará a aprovechar en sus investigaciones desde fines de los años 1970.

Fue una experiencia privilegiada, viendo desde dentro, como observador participante, como actor destacado, un complejo proceso de cambio sociocultural y político. Los cambios que estaba experimentando la sociedad en su conjunto los pudo examinar en ese microcosmos, en ese modelo a pequeña escala, que era la Universidad Católica. Tiene además la peculiaridad de ser una experiencia de transformación institucional que resulta exitosa y emocionalmente satisfactoria; a diferencia, como veremos más adelante, de la experiencia vivida por Pedro Morandé.

Para Brunner, es la experiencia, simultáneamente, de las propias potencialidades. Sus capacidades reflexivas, así como sus habilidades expositivas y escriturales, son reconocidas y valoradas, tanto por los otros dirigentes estudiantiles como por académicos y directivos, desde el propio Rector, Castillo Velasco, y el Vicerrector Académico, Fiori. Es la validación de una forma de trabajo intelectual en que está fuertemente entrelazada una orientación normativa, valórica, con ideales de sociedad y de institucionalidad, que sirven de guía de la reflexión. Se podría pensar que aquí se forja su carácter de intelectual público. En términos de Bourdieu, son experiencias que marcan decisivamente su habitus intelectual, su sentido práctico como intelectual, con una fuerte conexión entre lo político, lo cultural y la reflexión intelectual. Es, además, una experiencia que probablemente influya en su disposición, cuando se recupera la democracia, a principios de los 1990, a integrarse al gobierno y asumir diversas labores públicas, pese a los costos académicos y personales involucrados.

En esto se asemeja a Moulian y a Garretón. Los tres participan en un proceso de transformación institucional exitoso, en el cual han aportado un trabajo intelectual y han probado su efectividad. Antes de leer a Gramsci, ya tienen la vivencia de lo que es el intelectual orgánico. Antes de las elaboraciones de Burawoy, ya practican una sociología pública. Se diferencian, en cambio, de Pedro Morandé, quien más bien tiene experiencias entre ambivalentes y negativas en esta participación, y de Norbert Lechner, quien no tiene el mismo tipo de involucración activa y comienza, por el contrario, con una experiencia netamente académica, dedicado a su investigación de doctorado, iniciada de inmediato que termina sus estudios de pregrado en Derecho en Freiburg.

Tal experiencia de cambio experimentó, no obstante, grandes turbulencias en los años siguientes, antes de su término abrupto con el golpe militar. En 1968 se produce un quiebre entre los dirigentes que representaban el movimiento de reforma. Un grupo está vinculado a la rectoría y es liderado por Miguel Ángel Solar. Ellos le dan forma al “Movimiento 11 de agosto”, que busca movilizar nuevamente a los estudiantes con nuevos objetivos que trascienden la universidad, que involucran mayor radicalización y politización. Entre ellos y el grupo directivo de la FEUC, presidida por Rafael Echeverría, se producen confrontaciones. El grupo de Echeverría, donde también está Morandé, manifiesta afinidades con los directivos del MIR y cuestionan a quienes tienen la posición institucional. Pese a que los planteamientos discursivos de unos y otros no son tan diferentes, se produce entre ellos una lucha de poder, en que cada uno busca ser el más radical y revolucionario, posturas con las que finalmente terminarán distanciándose de las masas estudiantiles. El discurso de este grupo es que el movimiento estudiantil debe politizarse, volcarse al campo social externo, comprometerse con la lucha de obreros y campesinos para transformar la sociedad capitalista. Pero esto “trascendía absolutamente […] a la conciencia posible de un estudiantado de clase media alta, católico, abocado a aprender una profesión y esperando desempeñarse en las mejores posiciones de una estructura social de clase” (Cox, 1985: 43). Este discurso era capaz de convocar a algún sector del estudiantado, particularmente de las ciencias sociales, pero era ajeno a una gran parte de él. Esta pérdida de realismo político de estos dirigentes los enajenó del conjunto de los estudiantes y llevó a perder la dirección de la FEUC, no solamente en las elecciones de fines de ese año 1968, sino también los siguientes, quedando ella en manos del Movimiento Gremial. La dictadura después reforzará este predominio, que se extenderá hasta 1985.

Ese discurso más radical es, en ese momento, un fenómeno extendido en la sociedad. En diferentes centros de reflexión sociopolítica, tales como la Escuela de Sociología y el Ceren de la Universidad Católica, el CESO de la Universidad de Chile, el IDEP y muchos otros, se comienzan a imponer los modelos que apelan a las categorías marxistas de análisis (Cox, 1985: 40). El discurso marxista que opone revolución a reforma se generaliza. Es ilustrativo de esto el discurso de la candidatura perdedora en la FEUC: “El Movimiento 11 de Agosto ha optado por encontrar su lugar junto a los explotados en su lucha contra los explotadores; ha optado por entrar a participar junto al proletariado en la construcción de la nueva sociedad socialista, ha optado por sumarse a la lucha de los grupos que hoy gestan la revolución en Chile y América Latina” (Cox, 1985: 44-45).

 

El gremialismo triunfante emprenderá una sostenida campaña de ataque a la rectoría y a la labor de centros como el Ceren, acusándolos de utilización política de la universidad. Esto llevará a numerosas escaramuzas, con declaraciones en la prensa, denuncias, etc. En 1970 el rector renuncia, para de inmediato repostularse y ser nuevamente elegido. Se producen choques internos entre autoridades de la Universidad Católica, que llevan a que, en marzo de 1971, el Rector opte por pedir la renuncia general a todos sus colaboradores, entre quienes se incluye Brunner.

Analista político de la contingencia

Paralelamente a sus actividades como dirigente estudiantil y luego como parte del staff de la rectoría de la Universidad Católica, en este período la labor intelectual de Brunner tiene además otra expresión. Recién iniciando sus estudios, en 1964 o 1965, le solicitan colaborar como redactor político en el diario La Nación. Comienza con ello la elaboración de escritos de contingencia que involucran un esfuerzo de análisis, en el marco de las condiciones de la labor periodística, que exigen prontitud y claridad expositiva. También escribe adicionalmente en el Diario Ilustrado.

Por esos mismos años, sus inquietudes sobre la universidad y sobre la transformación social lo llevan a establecer un vínculo intelectual y de amistad con Hernán Larraín (1921-1974), sacerdote jesuita, quien desde 1957 era director de Mensaje, la revista fundada en 1951 por Alberto Hurtado, otro jesuita preocupado por la reflexión pública sobre la sociedad desde la perspectiva de la fe católica. Uno de los artículos de Larraín, de 1964, había sido fuertemente inspirador para los jóvenes del movimiento estudiantil en la Universidad Católica: “Universidades Católicas: luces y sombras”70. En ese texto, como dice Brunner (1981n: 99), “la pregunta que está al centro de la reflexión de Hernán Larraín es si se justifica la Universidad Católica como institución moderna, en un mundo que había cambiado tan vasta y profundamente. La pregunta apunta, más hondamente, a la crisis de sentido que muchos percibían en esa empresa cultural que era una Universidad Católica dirigida por el tradicionalismo en un período de vigorosa renovación de la cultura católica universal y chilena”. En su análisis, Larraín, hace una severa crítica del estado de las universidades católicas: falta en ellas diálogo entre ciencia y fe; son “invernaderos”, sin comunicación con su circunstancia concreta; son anémicas, ritualistas, sin entusiasmo en profesores ni alumnos; son clasistas; son “monárquicas” y “paternalistas”; son de “camarillas” y redes personalistas; limitan su libertad para obtener subvenciones del Estado; son miedosas, cerradas y retrógradas (Brunner, 1981n: 100-102). Por contraste, Larraín planteaba el desafío de crear una verdadera universidad católica, que haga y enseñe ciencia y técnica, como toda auténtica universidad, pero que además establezca el diálogo con la ética, con la teología, filosofía y el arte.

Estas ideas sintonizaban muy bien con las inquietudes de los estudiantes, entre ellos de Brunner, y estimularon el diálogo. El conocimiento de las capacidades intelectuales de Brunner lleva a Larraín a proponerle que escriba en la revista Mensaje que él dirige. Así, a partir de abril de 1967 y hasta marzo de 1970, Brunner escribe el “comentario nacional” de la revista, que es el artículo de apertura, en el cual, sobre la base de elementos de la coyuntura sociopolítica, busca realizar un análisis que ilumine tal situación. Brunner analiza así, en sucesivos artículos, el avance y dificultades del gobierno de Frei Montalva, el inconformismo que reina en el país, la reforma en las universidades chilenas, la necesidad de cambios revolucionarios, las tendencias políticas, la nacionalización de la minería del cobre, las alternativas para la elección presidencial de 1970. En tres años, Brunner escribe una docena de estos artículos en Mensaje. Crecientemente en estos escritos de un estudiante de derecho van apareciendo más citas de textos de las ciencias sociales. Comparecen en sus páginas obras de Eduardo Hamuy, Jorge Ahumada, Ralf Dahrendorf, André Gorz, Osvaldo Sunkel, Aníbal Quijano, Celso Furtado, Fernando Cardoso y Gonzalo Arroyo, entre otros.

De tal forma, aún antes de tener una formación sistemática en sociología, ya hace análisis social y tiene una presencia pública. A los 23 años ya está escribiendo esos comentarios nacionales, que son un punto focal de Mensaje. Junto con proveerlo de una formación como intelectual público, con las demandas y desafíos que ello implica, su práctica escritural en La Nación lo entrena en una reflexión y forma de escritura que debe tener un cierre rápido, que debe hacerse no en días sino en horas. El mismo Brunner reconoce que este entrenamiento temprano le facilitó, posteriormente, su productividad, la cual será extraordinaria, muy por encima de los estándares nacionales71.

En lo inmediato, todo eso, su experiencia como dirigente estudiantil y sus artículos en la prensa y Mensaje, lo prepararán para otra significativa actividad de exposición pública. Desde 1972 y hasta abril de 1973 participa en el programa de televisión “A esta hora se improvisa”, conducido por Jaime Celedón, en el canal de la Universidad Católica72. Este fue el primer programa de debate político que tuvo la televisión chilena y que desde abril de 1969 hasta el 9 de septiembre de 1973, todos los domingos a las 10 de la noche, concentraba la atención nacional. Fue un programa sumamente popular que reunía a un grupo de panelistas estables con invitados que variaban según los temas de la semana y que llevaban a cabo extensos debates, con habituales controversias en los temas políticos. Entre los integrantes estables estuvieron José María de Navasal, Jaime Guzmán, Raúl González Alfaro, Jorge Dahm, Alejandro Magnet y José Miguel Insulza73. También Moulian participará en este programa, comenzando así su visibilidad pública amplia. Insulza y Brunner, quien en esta época adscribía al MAPU, aparecían como expresión de la visión de la izquierda, más específicamente la de la Unidad Popular. Junto a periodistas con años de trayectoria, Brunner era un joven con apenas 28 años, pero con la asertividad y claridad expositiva y argumentativa de alguien con mayor edad. Algo análogo ocurría con Jaime Guzmán, un par de años menor que Brunner, proveniente, como él, de la Universidad Católica, y quien había encabezado la resistencia a la ocupación de la universidad y la oposición a la reforma. Eran jóvenes brillantes que debatían frente al país.

Las últimas semanas de su participación en “A esta hora se improvisa” expondrán a Brunner a una experiencia de confrontación y violencia aún más aguda que la experimentada en el período de la ocupación de la Universidad Católica. Según cuenta Celedón, refiriéndose a la situación a medida que avanzaba el año 1973, “tengo muy malos recuerdos. Llegó un momento en que yo no salía a la calle; Jaime Guzmán tampoco. Había demasiados grupos extremistas y éramos muy conocidos. Salir sin protección era una locura. Las autoridades que convidábamos al programa llegaban escoltados con guardias armados […]”. Esa violencia fue un factor para que Insulza y Brunner renunciaran, en abril de 1973, a seguir en el programa, por razones de “falta de garantías”74.

Actividad académica

Entre 1971 y 1973, Brunner es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica. Según lo relata él mismo, “fue mi primer cargo académico importante. Fui elegido varias veces mejor profesor de la Escuela de Periodismo; hacía análisis de medios de comunicación de masas”75. Participa, además, como profesor en el Ceren. En el primer semestre de 1970, por ejemplo, lleva a cabo el Seminario “Las universidades en América Latina”, ofrecido a alumnos y profesores de la universidad. Este es uno de los seminarios que ofrece este centro, los cuales están dirigidos a analizar la realidad social. Otros seminarios, cuyos nombres permiten captar la tónica prevaleciente en el Ceren, son: “Conciencia obrera y empresa”, de Guillermo Campero; “Tecnología y dependencia”, de Humberto Vega; “Ideología de la clase alta chilena”, de Guillermo Geisse; “Contenidos valóricos de los medios de información de masas”, de Armand Mattelart; “Análisis del pensamiento de la Cepal”, de Pedro Vuskovic, y “La teoría económica de El Capital”, de Franz Hinkelammert.

En la revista del Ceren, Cuadernos de la Realidad Nacional, publica sus primeros artículos que podrían considerarse más estrictamente académicos76. En enero de 1970, se edita un texto suyo sobre la reforma universitaria, en que, de manera abstracta y escueta, al modo de un informe técnico, sintetiza el diagnóstico y las líneas de acción emprendidas, concluyendo que “la reforma en marcha es solo el inicio de un proceso cuyas perspectivas no es posible aún prever”, “la reforma es todavía una hipótesis que necesitamos verificar” (Brunner, 1970a: 13).

En junio del año siguiente, aparece un segundo artículo: “Informe sobre un aspecto comúnmente no considerado por la revolución: el mobiliario” (Brunner, 1971). Si el primer texto era formal e impersonal, al modo de informe burocrático, este es todo lo contrario, de estilo libre y creativo, más bien literario, y de tono personal. Es una reflexión sobre los aspectos disciplinarios del mobiliario y de la necesidad de conquistar la libertad también en las materialidades del ámbito privado. El texto refleja el espíritu lúdico de Cortázar –autor muy admirado por Brunner– aplicado, al parecer, a su propia situación de nueva casa y vida de pareja. Es una exploración de la dimensión privada del cambio revolucionario y puede verse en sintonía con todo el gran cambio cultural expresado en el mayo del 68 en Francia y del movimiento hippie, aunque nada de esto es mencionado. Es un texto, de hecho, carente de citas y cuya presencia en esta revista parece casi fortuita. Es un artículo original e innovativo. Es el tipo de artículos que 20 años después serán frecuentes en los cultural studies, pero inexistentes en esta época en los terrenos de las ciencias sociales. La revista Cuadernos de la Realidad Nacional, es proclive, no obstante, a estas exploraciones por territorios no convencionales. En el mismo número hay un artículo de Ariel Dorfman que indaga en los rasgos de neocolonialismo encubiertos en las historias del elefante Babar y del pato Donald. También el año siguiente, 1972, la revista publicará varios trabajos sobre sexualidad y lucha de clases, de Lechner, Hinkelammert y otros. Dorfman sacará, muy poco después, junto a Armand Mattelart, su famoso libro Cómo leer al pato Donald. Brunner, por su parte, retomará estas indagaciones sobre tales terrenos psicosociales o esta subjetividad cultural, solo varios años después, y entonces empleando un amplio instrumental teórico. De cualquier modo, este texto sobre el mobiliario, llamativo e inclasificable, puede interpretarse como una proclama libertaria, y revela su voz literaria, que por lo general después someterá al yugo del discurso académico y sus convenciones; su interés literario lo enmarcará sólidamente en construcciones teóricas de las disciplinas científico-sociales.

En la Universidad de Oxford

Antes de cumplir los 30 años de edad, Brunner ya tiene una reconocida trayectoria pública, ha sido dirigente estudiantil y analista político, se ha comprometido en procesos de cambio y ha soportado embates críticos, ha asesorado a la rectoría de la Universidad Católica y ha constatado las complejidades del proceso de reforma. Como parte de todo ello, ha sido intenso lector de obras de las ciencias sociales y las ha hecho parte de sus discusiones, de sus reflexiones y de sus escritos. Pero anhela continuar su formación, para lo cual no estaban las condiciones en el país en esos momentos. Dada su permanente inquietud intelectual, la realización de estudios de posgrado era una etapa previsible. En 1973 consigue una beca para ir a realizar estudios de posgrado en Inglaterra, en la Universidad de Oxford, y a mediados de ese año viaja hacia allá. Esto le permitió evitar encontrarse en Chile en el momento del golpe militar. Según otro integrante del MAPU, que conocía bien su situación, “él se perdió el golpe, y por suerte se lo perdió, porque si no yo creo que a lo mejor no estaría vivo. Porque era muy odiado por la derecha. La derecha lo odiaba porque era muy articulado, porque era muy de argumentos […] [de pedir especificaciones]. Entonces, a la derecha le emputecía, porque [los derrotaba completamente en el debate]. Y sin sátira o ironía, digamos, muy como alemán […]. Argumentar con Brunner siempre es jodido, porque es un excelente argumentador […]. El destino estuvo bien, si no, lo hubieran detenido de todas maneras, porque a diferencia de muchos de nosotros él era un personaje que estaba saliendo en la televisión, todos los domingos. Entonces, era un personaje conocido, lo iban a agarrar; por eso estaba en las listas”77. Brunner era un exponente público de la Unidad Popular y era un blanco seguro para la represión.

 

Estando ya en Inglaterra, dice Brunner, “fui expulsado de la Universidad Católica por el rector interventor, a los pocos días del golpe militar, poniendo fin de inmediato a mi beca; recibí entonces el generoso apoyo del gobierno británico y de la Fundación Ford”78.

Su opción de posgrado fue desarrollar su formación académica en sociología, con foco en la educación; para ello, elige como tutor a Albert Henry Halsey (1923-2014), quien era director del Department of Social and Administrative Studies desde 1962. Ese departamento se encuentra en el Nuffield College, fundado en 1937, que es una de las unidades autónomas de Oxford y el primer college de esa universidad explícitamente de investigación en ciencias sociales, donde participaban solo estudiantes de posgrado.

La Universidad de Oxford, cuyas primeras actividades registradas son de 1096, es junto con las Universidades de Bolonia y París una de las más antiguas del mundo. En la actualidad es reiteradamente ubicada dentro de los cinco primeros lugares de los rankings de universidades. Su prestigio y exigente admisión la hacen una universidad de élite. Tanto más que ahora, lo era en el momento en que Brunner accede a ella.

Halsey, por su parte, era un profesor singular. Martin Trow, otro renombrado investigador, de la Universidad de Berkeley, líder en estudios de educación superior, destacaba en él su “amplitud de visión”, y su capacidad para ser “científico social, sensible a las fuerzas históricas y algo de psicólogo, etnógrafo, economista y cientista político”. Es además considerado uno de los “sociólogos de la educación líderes” en la segunda mitad del siglo XX (Smith y Smith, 2006: 105, 107). En contraste con la destacada posición de Halsey en la élite académica, su familia era de clase trabajadora. En la London School of Economics and Political Science se especializó en sociología de la educación y en el uso de estadísticas oficiales. Entre sus orientaciones éticas están sus continuas preocupaciones igualitarias y el rechazo a la injusticia social. Junto con eso, adhería a una cierta idea de hermandad cristiana (christian fellowship), que podría caracterizarse como “socialismo ético”, en el marco, como señala el mismo Halsey (1996: 40, 41), de la convicción de “que el acuerdo social es necesario, y necesariamente basado sobre la justicia o al menos la acomodación entre las clases”, en una posición consistentemente sostenida de reforma social a través de alguna forma de consenso79.

Halsey tuvo estadías como profesor visitante en universidades y centros de investigación de EE.UU. (Center for the Advanced Study of the Behavioral Sciences at Palo Alto y la Universidad de Chicago), que le facilitaron su conexión personal e intelectual con la academia norteamericana. Llevó a cabo un importante conjunto de trabajos de investigación vinculados a políticas, especialmente respecto a reforma educacional, no solo referidos a Inglaterra, sino también a otros países de la OECD, para la cual comienza a escribir informes en 1962. Halsey se consideraba a sí mismo como un académico cuya tarea como sociólogo es “comprender la sociedad” siendo, al mismo tiempo, los fines, medios y resultados de la política social preocupaciones legítimas para un académico; su aporte es iluminar la situación, establecer agendas, redefinir problemas y proponer soluciones (Smith y Smith, 2006: 120). Junto con sus labores académicas en el departamento, Halsey era muy activo en tales labores fuera de Oxford, nacional e internacionalmente, especialmente en el período 1965-1975 (Smith y Smith, 2006: 119).

Halsey estaba fuertemente dedicado a investigaciones sobre educación y política educacional cuando llega Brunner a Oxford. Poco después, en 1977, aparecerá su libro Power and Ideology in Education, escrito con Jerome Karabel. En materia de docencia, se caracterizaba por hacer clases sin valerse de apuntes, hablando en una prosa plenamente conexa y estructurada, logrando involucrar a la audiencia, atrayéndola como un actor, por el buen manejo y timing de su presentación. Según Smith y Smith (2006: 109), “en su peak, él estaba indudablemente entre los mejores expositores [lecturers] en el Oxford de la posguerra”, y esa habilidad la practicaba en todo tipo de reuniones, buscando generar una comprensión compartida de las materias a tratar.

Este fue el “maestro y tutor” de Brunner, quien, como dice este, “nos enseñó a muchos la mejor sociología de la educación”80.

Son llamativas las varias similitudes entre el perfil de Halsey y el de Brunner, particularmente de lo que este llegará a ser en los años 1990. Académico, con gran amplitud de visión, con un rol activo en el debate sobre política educacional en el país y luego consultor internacional en la materia, es una descripción que hoy se puede hacer de ambos.

Brunner encuentra en Oxford un ambiente plenamente a su gusto para realizar sus estudios y será un período fructífero para la ampliación de sus conocimientos. En este período seguirá, no obstante, conectado al acontecer en Chile. Mantiene responsabilidades políticas con el MAPU, estando a cargo de coordinar las actividades del partido en Gran Bretaña. Ayuda para que las redes de solidaridad con Chile funcionen. Especialmente crea redes con académicos de Inglaterra para facilitar el despliegue y vínculos de los exiliados. Según los entrevistados, ayudaba a la instalación de exiliados chilenos en el país y eso habría sido muy importante. Colabora también de otras formas con el trabajo clandestino en el país, particularmente se encargará de traer documentos escondidos en los viajes que hará a Chile, una vez que consigue asegurarse que puede reingresar sin problemas, para lo cual el prestigio de su padre, Helmut, vinculado a los litigios internacionales del país, intachable políticamente desde la perspectiva del régimen militar, será crucial.

También atiende, en este período en Inglaterra, a materias más específicas y prácticas referidas a la gestión universitaria, a la cual había estado tan dedicado, bajo la rectoría de Fernando Castillo. Así, obtiene un certificado del curso de Instrucción en Administración Universitaria del Gobierno del Reino Unido que, según Brunner, “es equivalente a lo que en Chile sería un título de nivel superior”81. Esto lo proveerá de conocimientos útiles para sus investigaciones futuras sobre universidades, pero además le aportará, a más corto plazo, competencias para su propio trabajo de gestión en la institución a la cual se incorporará al volver, la Flacso.

Cuando, en 1976, surge la posibilidad de volver a Chile, para asumir una significativa función académica y de gestión –hacerse cargo de la dirección de la Flacso–, Brunner retorna al país, “cuando estaba en plena redacción de la tesis”, aún sin haber completado formalmente el doctorado82. Terminar la tesis y dar el examen no habría representado dificultad intelectual para Brunner, pero su prioridad estaba en asuntos más sustantivos que ese cumplimiento oficial. Había realizado los estudios proyectados y había tenido una intensa actividad intelectual. Esos no eran tiempos en que tener el certificado del grado fuera materia de preocupación como lo será tres décadas después. Eran otras las prioridades. Es así como Brunner, al igual que Moulian y Garretón, volverá de su estadía de estudio sin el grado de doctor. Ya vimos que Moulian detuvo sus estudios de doctorado para volver y sumarse al proceso de la Unidad Popular, y después nunca se preocupará de sacar el grado, sin que ello le inquiete en lo más mínimo. Garretón vuelve en 1969, y prontamente se encargará de la dirección del Ceren y de diversas actividades políticas, y solo mucho después, en 1994, ya con una trayectoria de investigación recorrida, dedicará atención y tiempo a sacar el grado de doctor. Algo semejante hará Brunner, 30 años después, en una época en que el doctorado se ha convertido en certificación casi obligatoria para acreditar el estatus académico.