Relatos sociológicos y sociedad

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La crítica, con base en investigaciones, elaborada de manera sistemática en centros como Flacso y SUR, contribuyó de manera importante a la renovación del pensamiento de la izquierda, al proceso llamado de “renovación socialista”, desde poco después del golpe. Luego de 1979 estos intelectuales también aportarán a las rearticulaciones organizativas de la denominada “convergencia socialista”. Estos procesos han sido investigados en diversas obras, entre ellas las de Moyano (2010, 2011), Puryear (1994), Valenzuela (2014a, 2014b)56. Hay ciertas coincidencias básicas entre estas investigaciones, en cuanto a mostrar la incidencia que tuvo en ellos la labor intelectual realizada en estos centros académicos, en los cuales Moulian y Brunner son actores destacados. Los investigadores de esos centros someten a crítica las posiciones ortodoxas de la izquierda, aportan nuevas elaboraciones, orientan la reflexión y el debate de la “renovación socialista”. De hecho, producen la mayoría de los análisis y documentos que alimentan la discusión, participando directamente en los debates (Puryear, 1994: 62).

Esta labor intelectual en el campo político se ve facilitada, además, porque una buena parte de estos investigadores tienen roles políticos, de mayor o menor envergadura. Manuel Antonio Garretón y Ángel Flisfisch, por ejemplo, integran el Comité Central del Partido Socialista; Moulian y Brunner tienen militancia activa; otros como Tironi han tenido cargos y responsabilidades en las estructuras partidarias. Y, poco después de este período de los 1980, un gran conjunto de ellos, como Ricardo Lagos, Alejandro Foxley, Enrique Correa, Jorge Arrate y Brunner, pasarán a ocupar cargos de alto nivel en la conducción estatal bajo los primeros gobiernos de la Concertación, llevando consigo ese conocimiento acumulado, siendo portadores de las narrativas generadas; ostentarán esa doble condición de experto o intelectual y político, que ha sido sintetizada con el término de tecnopol.

Puryear, en su investigación realizada muy cercanamente a los acontecimientos de esos años, recoge la magnitud del efecto generado por esos entrecruzamientos entre la labor intelectual y la labor política. Algunas citas de las entrevistas que realiza lo expresan:

“Los líderes del socialismo renovado fueron inspirados básicamente por ideas provenientes de Flacso. De tal modo, los intelectuales tuvieron una enorme influencia en política” (Edgardo Boeninger, entrevista 29 de enero, 1991).

“Este sector renovado, que fue quizás una minoría en términos de la cantidad de militantes comparado con el otro sector, donde la presencia de intelectuales en su liderazgo era mínima, llegó a ser exitoso… porque impuso sus ideas, [por] su capacidad de articular un nuevo pensamiento socialista, una nueva imagen socialista –más pragmática y realista, más sintonizada con el sentimiento popular… Creo que esa presencia de intelectuales, esa capacidad de visión, nos permitió terminar siendo la fuerza principal” (Heraldo Muñoz, entrevista 19 de agosto, 1991).

“El Partido Socialista cambió completamente su discurso debido a que un grupo de intelectuales –sociólogos, filósofos, historiadores– en parte haciendo eco de la discusión europea, pero básicamente abordando seriamente el problema de la democracia, comenzó a cuestionar las bases del pensamiento marxista leninista y comenzó a construir una nueva versión de la política de izquierda para el país” (Javier Martínez, entrevista 6 de marzo, 1991).

“Estoy absolutamente convencido de que el tipo de transición que tuvimos –el tipo de gobierno que tenemos– no habría sido de ninguna manera lo mismo sin la existencia de estos centros privados de investigación” (Sergio Bitar, entrevista 16 de enero, 1991).

“Los intelectuales fueron la fuente de acuerdos de política que más tarde constituyeron la plataforma de la oposición para la elección presidencial de 1989. […] La ‘ideología’ de la Concertación, si ese es el término, fue elaborada en un largo proceso por intelectuales en los centros de investigación […]” (Alejandro Foxley, entrevista 14 de marzo, 1991).

“La estrategia seguida por la Campaña por el No estuvo basada sobre un diagnóstico de la sociedad chilena elaborado durante años por la comunidad de las ciencias sociales. El triunfo de esa opción en el plebiscito reveló que su interpretación era correcta” (Eugenio Tironi, La invisible victoria, 1991)57.

Tanto la obra de Moulian como la de Brunner, así como la participación activa de ambos en presentaciones y debates, fueron insumos importantes para los procesos de “renovación socialista”, de reformulación y rediseño del marco intelectual y de las orientaciones prácticas dentro de la izquierda, y otro de carácter más orgánico, de reunificación del campo socialista. Son dos procesos que ocurren articuladamente aunque, como señalaba Garretón (1987), conviene diferenciarlos analíticamente. Ellos preparan el terreno para la unión de la oposición frente a la dictadura en el plebiscito de octubre de 1988, donde triunfa el No, lo que dará paso, un año y cuatro meses después, a los gobiernos de la Concertación.

Junto con la acción de tales centros, fueron influyentes otros entes colectivos: las revistas, que servían como espacios de debate, tanto para quienes estaban dentro del país como para aquellos en el extranjero. Entre las de difusión más amplia están APSI, vinculada originalmente al MAPU OC y luego al Partido Socialista de Núñez y Arrate; y Análisis, revista abierta tanto a la izquierda como a la Democracia Cristiana y, por ende, lugar de debates (Valenzuela, 2014a: 82). Ambos medios lograron alcance nacional y difusión masiva. Entre las revistas con alcance más limitado se encuentra Convergencia, lugar de expresión de las corrientes renovadoras del Partido Socialista, con fuerte vocación latinoamericanista. Convergencia primero fue publicada en México, entre 1981 y 1983; luego en Chile, desde 1986 hasta 1991. Buscaba ser un espacio de diálogo para los diferentes sectores de la diáspora socialista interesados en la reintegración. Atendía al debate internacional: en ella se debatía sobre la experiencia polaca y el sindicato autónomo Solidaridad (a principios de los 1980), sobre las críticas de Norberto Bobbio al Partido Comunista Italiano y sobre las interpretaciones de Gramsci (Santoni, 2013: 157-162). Otra revista que se debe mencionar es Krítica, la cual, según Valenzuela (2014a: 79), “fue de gran influencia en la dirigencia joven que se quedó en Chile, especialmente vinculada a la Izquierda Cristiana y al MAPU, y a las ONG que trabajaban directamente con movimientos sociales populares”. Se relacionaba con organizaciones como ECO, GIA (Grupo de Investigaciones Agrarias), Vicaría de la Pastoral Obrera, etc. Otra revista que abría un espacio de reflexión y análisis sociopolítico era Mensaje, de los jesuitas. Entre las publicaciones internacionales, destaca la Revista Chile-América, fundada en Roma por un grupo de exiliados, que incluía a José Antonio Viera-Gallo, Jorge Arrate y José Miguel Insulza. Fue un importante foro de debate, que recogía las reflexiones en el exilio (Puryear, 1994: 74).

Moulian y Brunner publican, durante los años 1970 y 1980, en varias de esas revistas, y sus obras son citadas, directa o indirectamente, en ellas. La acción combinada de estos medios, centros académicos, con sus publicaciones, seminarios, talleres y conferencias, así como las revistas, permitieron que se generara “una conversación común, un marco analítico común, un diagnóstico de lo que estaba sucediendo” (Puryear, 1994: 86), que incidió en las decisiones y en las acciones colectivas, y que contribuyó a dar forma a los gobiernos de la Concertación y a su cultura política.

II. JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER:

TRAYECTORIA, RED DE PRODUCCIÓN Y RELATO HASTA 1982

1. Trayectoria y red de producción

Trayectoria temprana, antes de la universidad

José Joaquín Brunner Ried nace el 5 de diciembre de 1944, en Santiago, el segundo entre sus hermanos Bonnie y Cristián, siendo bautizado con el nombre de su abuelo paterno. Este abuelo era suizo, proveniente del Cantón de Turgovia, y “llegó al país muy joven, a comienzos del siglo XX, terminados sus estudios en un Instituto Politécnico, llamado por su tío […] para que lo apoyara en la fábrica de muebles que había establecido en Traiguén”. Su abuela paterna, Albertina Noerr, era alemana y arribó pocos años después58.

Su padre, Helmut Brunner Noerr (1915-2010), realizó sus estudios de leyes en la Universidad de Concepción, titulándose de abogado en la Universidad de Chile en 1939. Llegó a ser un reconocido jurista, con una destacada trayectoria pública. Asesoró a distintos gobiernos chilenos en temas de relaciones con países vecinos y especialmente en la defensa de los derechos chilenos en diversos litigios. De tal modo, junto con Julio Philippi, tuvo un rol protagónico en la asesoría al gobierno chileno en el conflicto del Beagle, integrando luego la comisión negociadora ante la mediación papal (todo ello ad honorem). Integró el Cuadro Permanente de Conciliadores del Pacto de Bogotá; fue representante de Chile en la Comisión Internacional de Solución de Controversias entre Chile y Estados Unidos (1960-1970); se desempeñó como abogado integrante del Tribunal Constitucional; bajo el gobierno de Frei, en 1997, fue designado miembro de la Comisión Permanente de Conciliación establecida en el Tratado de Paz y Amistad con Argentina59.

Tal como posteriormente su hijo José Joaquín, Helmut Brunner, conjugaba su labor profesional y de servicio público con una dilatada trayectoria académica. Tuvo a su cargo cátedras de Derecho Internacional en la Universidad Católica, realizó numerosas publicaciones y fue nominado, en 1993, como integrante de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile, honor que, pocos años después, el 2000, compartirá con su hijo.

 

Hombre de mucho capital social, Helmut Brunner perteneció a asociaciones internacionales, como la American Society of International Law, y a asociaciones locales, entre las cuales, junto con las del ámbito del derecho, se incluye la Sociedad de Bibliófilos Chilenos, que refleja el interés por los libros que había en el hogar.

La madre, Katina Ried Madge (1918-2011), era hija de Hilda Madge, “inglesa llegada a Chile a temprana edad con sus padres, ligados a la industria del salitre”, y del ingeniero Arnoldo Ried, de ancestros alemanes, quien muere siendo relativamente joven. Katina estudió en el Colegio Alemán de Concepción y conoció a Helmut participando en una organización juvenil, de tradición alemana, dedicada a la poesía y música60. Según una nieta suya, era “una alemana apasionada por las artes, ya fuera la música, la literatura, la poesía o la pintura” (Echeverría, 2016: 45). Un conocedor de la familia la describe como “una mujer cultísima” que transmitió a José Joaquín su gusto por la literatura61.

“Tuve –dice Brunner– un padre exigente y una madre cálida […]. Un hogar de padres obsesionados por la lectura; él de la historia y del derecho y ella de cuentos, poesía y arte”62. Ese ambiente hogareño contribuyó a desarrollar la sensibilidad intelectual y artística de José Joaquín, con una gran variedad y riqueza de estímulos culturales, aportándole conocimientos en literatura, música y otras materias, más allá de lo usual en el medio social local. De tal modo, consigue tener, tempranamente, una formación intelectual muy sólida. En los términos de Bourdieu, que el mismo Brunner después utilizará, ya en su infancia acumula un importante capital cultural que pronto comenzará a invertir.

Si bien sus padres se casan en la Iglesia luterana alemana, tomaron el acuerdo de educar a sus hijos en la religión católica. Su primera educación formal José Joaquín la recibe en el Colegio Alemán, establecimiento santiaguino de élite, donde la procedencia de sus ancestros hace que lo llamen “suizo”.

Su familia es calificada como de orientación conservadora. La opción inicial que Brunner toma respecto a sus estudios universitarios, ingresando a Derecho en la Universidad Católica, está en continuidad con la profesión paterna y elige la universidad en ese momento más tradicional y más concordante con su origen social. Será durante esos años universitarios que se producirá su gradual separación de las orientaciones normativas y valóricas de la familia. Esto, sin embargo, ni entonces ni después consiguió separarlos. Como dice su padre: “jamás tuvimos un choque; el plano afectivo y el de la Weltanschauung no se mezclaban. […]. Hasta hoy la política contingente […] sigue siendo entre nosotros res inter alios acta, cosa que atañe a otros”63.

Un importante espacio intelectual en donde despliega conversaciones múltiples y toman forma sus reflexiones sociopolíticas, tal como en el caso de Moulian, lo constituye el pensamiento social católico. Sus inquietudes serán fomentadas por el espíritu del Concilio Vaticano II, la actividad de la Acción Católica Universitaria, el debate que propicia la revista Mensaje, el dinamismo intelectual del Centro Bellarmino, la palabra de los continuadores del padre Hurtado, tales como Manuel Larraín, Bernardino Piñera y otros. Según un amigo cercano de Brunner, “es la Iglesia y esta apertura al mundo social del Concilio Vaticano II lo que lleva a Brunner a la sociología”64.

Para nuestros tres autores la Iglesia Católica ha tenido un rol importante en el encauzamiento original de sus inquietudes sociales. Sus espacios institucionales han dado cabida a sus discusiones tempranas y en ellos han encontrado interlocutores y textos que han contribuido a dar forma a sus primeras aproximaciones interpretativas. Los componentes de religiosidad han persistido en grados diferentes. Prácticamente nulos en Moulian, muy sólidos en Morandé y diluidos en Brunner. Como dice la hija de este último, mientras su hermano Cristián “es como súper católico, mi papá también es católico, según él, pero nunca he entendido yo muy bien su relación con Dios”65.

Estudios universitarios de pregrado

Inmediatamente luego de egresado del Colegio Alemán, en 1963 Brunner se incorpora a la Escuela de Derecho de la Universidad Católica, de donde egresa en 1967. Es un caso análogo al de Norbert Lechner, quien entre 1960 y 1964 también estudia Derecho, aunque este lo hace por razones instrumentales de índole económica. Ninguno de los dos ejercerá después la profesión jurídica. Brunner, si bien termina sus estudios, ni siquiera se preocupó por titularse; sí se preocupó, en cambio, de tomar cursos en la Escuela de Sociología de la universidad, por su interés sustantivo en la materia, aunque eso no tuviera ninguna proyección en materia de certificaciones y títulos.

Al mismo tiempo que inicia sus estudios universitarios, entre 1963 y 1965, es profesor en la asignatura de Educación Cívica del Colegio Alemán. Es un rasgo que caracterizará su trayectoria el de asumir múltiples responsabilidades, con una especie de sentido del deber público. Con esto, además, podría decirse que arranca su trabajo de reflexión sobre la realidad del país, en estas clases de Educación Cívica que comienza a dictar cuando apenas tiene 19 años.

Integrante del movimiento estudiantil de la reforma universitaria

A poco andar, alrededor de 1964, se involucra con el movimiento estudiantil que en la Universidad Católica desde principios de los años 1960 había comenzado a cuestionar la forma en que era conducida la universidad planteando la necesidad de hacer cambios. La FEUC estaba en manos de la Democracia Cristiana Universitaria. Los cambios generales que se inician en el país con el gobierno de Eduardo Frei Montalva y su “revolución en libertad” son un factor potenciador de la reflexión interna en la universidad, en la cual se hace aún más agudo el contraste de su aislamiento institucional frente a todo el quehacer sociopolítico en su entorno.

El cuestionamiento, al cual se suman académicos como Luis Scherz, de sociología, se intensifica en esos años. Ya en 1964, Manuel Antonio Garretón, siendo presidente de la FEUC, y uno de los líderes juveniles provenientes de la sociología que participan en el movimiento, afirmaba la necesidad de la reforma (Brunner y Catalán, 1985: 318). Sostendrá, ante el Consejo Superior, que la Universidad Católica, al igual que las restantes universidades del país, “viven a la deriva, sin principios claros”. Entre los cambios requeridos se plantea la necesidad de dar preeminencia a la investigación, contar con autoridades que sean representativas de la comunidad universitaria, democratizar el ingreso y desarrollar una investigación que responda a los problemas relevantes del país. Más de fondo, hay un cuestionamiento al catolicismo tradicional que imperaba en la Universidad Católica. El mismo Vekemans (1963), representando los nuevos aires del catolicismo, había caracterizado críticamente la mentalidad del catolicismo tradicional. Algunas de las posturas de este que Vekemans enumera: “(1) una representación de las estructuras sociales existentes como ‘queridas por Dios’ […], y por consiguiente, condenación de todo cambio más o menos ‘radical’; (2) desinterés por los bienes materiales, y concentración casi exclusiva en la vida venidera, con despreocupación por el presente; (3) resignación ante la miseria y la escasez propia y ajena, por considerarla consecuencia necesaria del pecado original; (4) fatalismo en lo que se refiere a la posibilidad del hombre para controlar y transformar el medio ambiente, con negligencia de la eficacia práctica […] de las buenas intenciones; (5) una caridad entendida en el sentido de ‘favorecer’ a determinadas personas en virtud de sus necesidades o de los lazos personales que a ellas atan […]” (en Brunner y Catalán, 1985: 323-325). Bajo esa orientación, la Universidad Católica había perdido sintonía con los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad. En los años 1960, había dejado de ser un centro de innovación intelectual y había perdido capacidad para proveer dirección cultural.

El mismo Brunner hará, años después, en 1981, un profundo análisis de lo que era la Universidad Católica a principios de los años 60, y del desarrollo del movimiento de reforma, detallando las diversas manifestaciones de la cultura católica tradicional que permeaba la institución y analizando el surgimiento de los planteamientos críticos que prepararon el movimiento por la reforma de la universidad. Tal trabajo posterior constituye un extraordinario ejemplo de análisis discursivo e institucional, exhibiendo las luchas por la hegemonía cultural que tuvieron lugar en ese período, respecto a un proceso del cual él fue agente importante. Es muy difícil resumir un proceso que Brunner despliega en más de cien páginas, y no lo intentaré, pero resulta ilustrativa la síntesis que él hace sobre las “influencias ideológico-intelectuales que confluyen en la formación de esa cultura generacional y estudiantil”, de la cual él formó parte:

Provenían, en lo principal, del humanismo cristiano a través de su traducción nacional hecha por la Democracia Cristiana; de la renovación católica, tal como la expresaban los jesuitas del Centro Bellarmino, los movimientos pastorales progresistas y las agrupaciones cristianas que vivían el compromiso de una fe tensionada por la autenticidad y el compromiso; y de la difusión de las ciencias sociales que proporcionaban un cierto marco de análisis y ciertas categorías para mirar el país y entender su realidad social y su inserción en la región latinoamericana. Los documentos estudiantiles de la época citan en abigarrada yuxtaposición a Maritain, Mounier, los documentos del Papa Juan XXIII, a Juan Gómez Millas y don Eugenio González, el crítico artículo de Atcon sobre la universidad latinoamericana y menos, pero a veces, a Max Scheler, a Ortega y Gasset y a Jaspers. En los años posteriores al 65, las lecturas habituales de esa generación estudiantil incluyen a la revista Mensaje y los estudiantes reciben asimismo los ecos de los debates democratacristianos sobre el país y su transformación; simultáneamente, los estudiantes de ciencias sociales difunden entre sus pares las nociones que provienen de sus lecturas iniciales de los clásicos del análisis social e histórico. Desde el ángulo más literario de su formación, los estudiantes viven bajo el doble embrujo de Neruda y de Rayuela (Brunner, 1981n: 118).

Esa descripción revela sus propias influencias. De tal modo, “el movimiento estudiantil de la UC desarrolló en esos años una fuerte identidad colectiva que fue haciéndose en contraste con el clima cultural imperante en los claustros; adversariamente frente a la autoridad universitaria y en resonancia más que en contacto estrecho con los procesos de movilización ideológica y política que experimentaba la sociedad chilena. Dicha identidad, nacida de una experiencia generacional compartida, encontró su proyección más nítida en una demanda por la reforma de la Universidad Católica que, con el trascurrir del tiempo, fue madurando en términos de una estrategia ofensiva” (Brunner, 1981n: 118).

Tal estrategia fue radicalizándose y, ya a principios de 1967, el movimiento estudiantil diagnosticaba una “crisis de autoridad” y levantaba una consigna de cambio sustancial: exigía “nuevos hombres para una nueva universidad” (Brunner, 1981n: 128). Rechazaba la vieja institución, en términos no solo intelectuales sino también valóricos, y exigía el cambio de sus autoridades. Brunner recordará más tarde, conmemorando los 40 años del evento, lo que animaba a este movimiento:

Reclamábamos cambiar los estrechos límites dentro de los cuales se desenvolvía la UC: su débil y obsoleta plataforma de conocimiento, sus pesadas rutinas docentes, la rigidez de sus jerarquías académicas, su enclaustramiento y lejanía de los ruidos de la ciudad, su distintivo clasismo e identificación con el catolicismo preconciliar. Anhelábamos otra formación; fuera de clases leíamos otros libros que los prescritos por el syllabus; nuestras conversaciones estaban pobladas por personajes –como la Maga y Oliveira– que no encontrábamos a nuestro alrededor y de autores y teorías excluidos de la reflexión universitaria. Nosotros, aprendices de brujo apenas, ansiábamos entrar en contacto con esas ideas que, sin embargo, apenas lograban penetrar los gruesos muros de la universidad. Igual como ocurría con los grandes sucesos de aquella época –la guerra de Vietnam, los ecos de la revolución cubana, el juicio a Eichmann, el movimiento por la igualdad de derechos y Martin Luther King, la descolonización de África… […]. Nos sentíamos comprometidos, además, con el ‘aggiornamento’ de la Iglesia Católica, la ventana abierta al mundo por el Concilio Vaticano II y, en el ámbito universitario católico, con el manifiesto de Buga, de febrero de 1967, que subrayaba el papel crítico de la comunidad académica ante las alienaciones sociales y rechazaba la conducción autocrática de las universidades católicas. En seguida, la reforma representó un movimiento de rebelión generacional. Significó la emancipación de los herederos, el cuestionamiento de la figura del padre, la ruptura –dentro de la cultura católica– con el principio de autoridad anclado en la familia, en las estructuras educacionales tradicionales, y en la represión sexual. Simbolizó, por decir así, el paso desde el principio de realidad y la sublimación al principio del placer, liberándose energías que pronto se manifestarían en los estilos de vida de los jóvenes católicos y en sus juicios morales. Al perder su legitimidad la Weltanschauung conservadora, surgieron modelos más diversos de convivencia, otras maneras de relacionarse con la naturaleza y la trascendencia, y otras apreciaciones estéticas66.

 

Estas palabras de Brunner sintetizan bien la forma de ver y de aproximarse al mundo a la cual él se incorpora, y las reverberaciones culturales del momento.

Brunner es uno de los dirigentes del movimiento estudiantil que habían participado activamente en el camino de reflexión y discusión sobre la universidad; es uno de los articuladores intelectuales. En las elecciones para dirigir la FEUC, en 1966, Brunner encabeza uno de los tres grupos que comparten la orientación de la DCU. En tal condición de precandidato es superado electoralmente por el grupo dirigido por Miguel Ángel Solar, quien luego será elegido presidente de la Federación. De los tres grupos en competencia, el de Solar era el más centrado en la universidad, mientras que el de Brunner vinculaba la situación de la universidad con la atención a la situación social externa, aunque sin supeditar la universidad a la política nacional. El tercer grupo, con vinculación orgánica a la DC que los otros no tenían, estaba orientado completamente hacia la problemática nacional (Cox, 1985: 21-22). Frente a la lentitud de respuesta de la universidad a sus demandas, los dirigentes estudiantiles deciden pasar a la acción y, el 11 de agosto de 1967, se toman la universidad. Brunner será uno de ellos. Allí estarán también Miguel Ángel Solar y Carlos Montes, el actual senador, entre otros.

Las luchas estudiantiles tenían una larga trayectoria en el país. Ya a comienzos de los años 1920, la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile había librado numerosas batallas en defensa de la autonomía de la universidad y a favor de la reforma de la institución, pero ello no había ocurrido en la Universidad Católica. La toma tuvo un precedente, poco antes, en la huelga y ocupación de la Universidad Católica de Valparaíso, la cual sin embargo no alcanzó las proyecciones de la toma en la universidad de la capital, dada la especial relevancia simbólica de esta institución.

El proceso, en ella, concita el interés y atención nacional, y genera réplicas en otras universidades, en que se producen tomas en apoyo al movimiento de la UC. Desde la derecha, la crítica es fuerte y toma lugar la ahora ya famosa publicación de El Mercurio atribuyéndole a este movimiento estudiantil ser una mera extensión de la estrategia comunista y de encontrarse infiltrado por elementos marxistas, afirmación que reitera insistentemente. Cuando se le exige al periódico que proporcione pruebas de lo que sostiene, apela a un artículo de una revista de las juventudes comunistas, publicado dos meses antes, en que se sostenían algunos de los planteamientos de cambio defendidos por los estudiantes de la Universidad Católica. No obstante, los planteamientos de estos habían venido siendo expresados desde mucho antes, apareciendo en diversos documentos, y bajo un marco de interpretación y fundamentación sustantivamente diferente. La ostensible falsedad de la prueba y la falacia del argumento llevó al famoso cartel de respuesta de los estudiantes: “chileno: El Mercurio miente”.

La acción estudiantil en la Universidad Católica, además, consigue un amplio apoyo, que se extiende más allá del ámbito universitario. Los secundarios organizan un paro de apoyo. Reciben el respaldo de la Central Única de Trabajadores (CUT). El Cardenal Silva Henríquez y el Comité Permanente del Episcopado expresan compartir las materias de fondo de las demandas del movimiento. El mayor eco, sin embargo, dice Brunner (1981n: 170), lo encontraron en la Juventud del Partido Demócrata Cristiano, por entonces dirigida por Rodrigo Ambrosio, expresado en términos “principalmente simbólicos y de movilización de opiniones y solidaridades”. Por su parte, el gobierno democratacristiano también mostró una actitud favorable.

En las semanas siguientes se llevan a cabo múltiples reuniones de estudiantes, profesores disidentes y administrativos, en los claustros y en la Parroquia Pedro de Valdivia. El presidente de la federación, Miguel Ángel Solar, aparecía como un líder carismático y lúcido. Otras federaciones universitarias del país demostraban su apoyo. Toman lugar diversas conversaciones buscando salidas frente a la toma. Brunner mismo viaja al Vaticano, en representación de los estudiantes, a plantear la posición del movimiento, sus propósitos y el alcance de sus demandas, frente a la Sagrada Congregación para la Educación Católica y “traer la bendición para el cambio”67.

Después de semanas de intensas negociaciones, en diciembre de ese año 1967, viene la renuncia del rector Alfredo Silva Santiago y la designación de Fernando Castillo Velasco como nuevo rector, elegido por estudiantes y académicos, ratificado por la Santa Sede, y del Cardenal Silva Henríquez como nuevo Gran Canciller de la universidad.

Brunner concluye su texto en que analiza este proceso diciendo que “se iniciaba un nuevo período en la vida de la UC. Habían llegado los ‘nuevos hombres’. Estaba por verse si surgiría, también, la ‘nueva Universidad’” (Brunner, 1981n: 198).

Integrante de la nueva institucionalidad universitaria

De hecho, Brunner es uno de esos “nuevos hombres” encargados de llevar la Universidad Católica por el nuevo rumbo. Brunner cuenta con la confianza tanto del movimiento estudiantil como de Fernando Castillo y, por las habilidades demostradas, es designado en un cargo de la estructura de la nueva universidad: Director de Estudios de la rectoría68. En ese cargo, su labor será asesorar en el proceso de implementación de la reforma, colaborando en el diseño y la gestión, desde el centro mismo de poder de la universidad. Así, de ser uno de los elaboradores del discurso crítico del movimiento estudiantil, pasa a formar parte de la administración de la institución, del grupo que gestiona el cambio de la universidad criticada.

El cambio proyectado era convertir una universidad conservadora, aislada, defensora de un pensamiento tradicional, en una universidad moderna, que genera conocimiento, que le otorga protagonismo a la investigación y en especial a las ciencias sociales. Una universidad reflexiva, abierta a la sociedad; una universidad flexible, diseñada para pensar la sociedad. Una universidad con una estructura que permite la participación de su comunidad.