Relatos sociológicos y sociedad

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Una interpretación general la expondrán en un texto siguiente, “Estado, ideología y políticas económicas en Chile: 1973-1978”, también de 1979. Allí, los autores caracterizan como revolucionarios los objetivos del régimen autoritario. En el período toma forma la modernización capitalista radical que la burguesía en Chile no había emprendido. La crisis de la industrialización sustitutiva de importaciones había provocado un estancamiento, pero la protección estatal aseguraba elevadas tasas de rentabilidad. Es recién bajo la Unidad Popular que los sectores dominantes comienzan a percibir la necesidad de una revolución burguesa (Moulian y Vergara, 1979b: 66, 67). La política económica del período pasa por un proceso de progresiva radicalización, cuyo punto crucial, según Moulian y Vergara, fue la aplicación del programa de shock, en abril de 1975, que da cuenta de la progresiva asunción de un proyecto de refundación capitalista. Así, dicen los autores, “nuestra conclusión principal es la imposibilidad de entender la lógica del proceso de radicalización de la política económica sin tener en cuenta que esa política forma parte de un proyecto de dominación y de un proceso revolucionario a través del cual se pretende refundar el tipo de sociedad existente hasta 1973”. Esa refundación incluye la transformación de la modalidad de desarrollo capitalista, así como del tipo de Estado y, complementariamente, de “las formas culturales e ideológicas que predominaban y que habían conformado un ethos cultural igualitarista y reformador” (Moulian y Vergara, 1979b: 114).

Esta transformación radical emprendida involucra la necesidad de lograr un consentimiento amplio, primero entre las filas de las propias clases dominantes, y luego en el conjunto de la población. Ello requería una elaboración discursiva que lograra incorporar intereses y una justificación ética. Vale decir el desafío emprendido por la burguesía era un desafío de construcción de hegemonía (Moulian y Vergara, 1979b: 106).

En otro artículo, “Política económica y proceso de hegemonía”, en un libro editado por Sergio Bitar y publicado en Lima, en marzo de 1980, Chile: liberalismo económico y dictadura política, ambos autores se extienden en ese aspecto de la hegemonía. Se trata, claro, del concepto gramsciano de hegemonía, “usado ampliamente en la actualidad para estudiar los problemas de consentimiento activo o de creación de consenso” (Moulian y Vergara, 1979b: 106), de la “capacidad de ejercer dirección político-intelectual” (Moulian y Vergara, 1980: 112). El proyecto de transformación capitalista que ya en 1977 termina imponiéndose favorecía de modo inmediato a una fracción reducida del empresariado. Un buen conjunto de empresarios enfrentaría turbulencias serias y requerirían problemáticas adaptaciones, con el riesgo de quedar en el camino. La concepción de manejo de la política, del rol del Estado y de desarrollo global que finalmente se impone no correspondía a la que había predominado hasta 1973, no coincidía con la perspectiva nacionalista proteccionista que habían tenido las Fuerzas Armadas. ¿Cómo, entonces, logró prevalecer? En tal dificultosa construcción de hegemonía asume un papel destacado un grupo de economistas, con su trabajo tecnocrático dentro del aparato del Estado, elaborando el conjunto de medidas que darán forma a esta revolucionaria modernización capitalista y, al mismo tiempo, un discurso, un relato, que va adquiriendo creciente fuerza persuasiva, tanto hacia el interior de la burguesía, como hacia las Fuerzas Armadas, las capas medias y otros sectores de la población. El equipo económico de gobierno, en especial, asumiendo la condición de intelectuales orgánicos del bloque dominante, logró movilizar adhesión al proyecto en marcha.

Moulian y Vergara (1980) revisan diversas “invocaciones ideológicas” presentes en el discurso económico del gobierno a través de las cuales se busca mostrar las medidas en cuanto orientadas al logro del interés general. Se presenta, en ellas, la política económica como la única forma de salir del estancamiento y como vía para superar la dependencia externa. Se la muestra como el camino para crear condiciones que sostengan una democracia estable, combinando libertad económica, es decir, libre funcionamiento del mercado, y libertad política. Se argumenta el carácter técnico y científico de los análisis que sustentan las medidas. Los efectos negativos son presentados como sacrificios generales (Moulian y Vergara, 1980: 113-115).

Contrariamente al discurso de la Unidad Popular, que apela solo a un sector de la población (“gobierno de los trabajadores”), este discurso del equipo económico se exhibe como universalista y no de clases. Eso tiene potencialidad ideológica. Por otra parte, efectivamente el equipo económico en sus decisiones actuó siguiendo una racionalidad capitalista global y de largo plazo, no siendo instrumentalizados por fracciones particulares de la burguesía (Moulian y Vergara, 1980: 119).

En términos ideológicos, el discurso que se hace dominante es el del liberalismo económico, de los “monetaristas ortodoxos”. Ante su avance fueron rápidamente perdiendo espacio las apelaciones iniciales de la Junta de Gobierno a concepciones del tradicionalismo católico. Lo mismo ocurrió con la ideología de Seguridad Nacional, muy apreciada por las FF.AA., que fue relevante en los primeros años y empleada para caracterizar a los grupos marxistas como enemigo interior y para proclamar la amenaza del comunismo internacional. Estos contenidos pierden después toda relevancia. El discurso que se impone, dicen Moulian y Vergara (1980: 123-125), tiene un núcleo constituido por cuatro ideas: “(1) la verdadera libertad es la que se realiza en la esfera económica; (2) la libertad económica consiste en el derecho a desplegar iniciativas económicas sin ser coartado por el Estado; (3) la libertad económica de todos es realizada en el mercado, pues allí todos son formalmente iguales, y (4) la libertad política solo puede ser la derivación de la libertad económica”. Esta sería así una ideología global que sirve simultáneamente de justificación de la “economía social de mercado” y de la estrategia política de la “democracia protegida”. El régimen autoritario sirve para eliminar esas fuerzas que limitaban la libertad económica y que procuraban una coerción política en nombre de clases particulares.

Así como Moulian revisa el relato propio que la izquierda había sostenido por décadas, cuestionándolo, destacando sus derivaciones práctico performativas y proponiendo alternativas para su reconstrucción, en estos textos con Pilar Vergara realiza el estudio del nuevo relato de las clases dominantes con sus enlazamientos operativos. Ambos relatos son herramientas fundamentales en la lucha por la hegemonía. La construcción de los proyectos de la izquierda no puede llevarse a cabo sin atender paralelamente a los cambios que han generado sus rivales estratégicos. Buscando así incorporar en el juego propio las movidas que hacen los otros jugadores, Moulian presta atención en sus investigaciones del período a unos y otros. Posteriormente, continuará con ese doble foco de atención, seguirá con investigaciones sobre la derecha, en la segunda mitad de la década de 1980, y realizará estudios sobre el Partido Comunista.

Los autores que citan son fundamentalmente nacionales (Alejandro Foxley, Ricardo Ffrench-Davis, Brunner, Augusto Varas, etc.). También entablan alguna discusión con autores latinoamericanas que han estudiado los nuevos regímenes autoritarios en la región, especialmente con O’Donnell y Graciarena (82, 83).

Paralelamente a estos trabajos, Moulian, como autor único, elabora otro documento, “Fases del desarrollo político chileno entre 1973 y 1978” (1982h), usando el mismo material empírico y la misma lógica de análisis de coyuntura de “Políticas de estabilización…”. En él le presta más atención a eventos y actividades de carácter político: problemas derivados de violación de derechos humanos, el asesinato de Letelier, la acción del movimiento sindical opositor, la relación con la Iglesia, etc. Esto agrega mayor textura a la descripción de lo ocurrido durante el período y, por otra parte, incluye un análisis del período 1964-1973. En términos analítico interpretativos, sin embargo, no aporta nuevos ejes interpretativos a los ya enunciados, aunque contribuye a entender mejor la lógica política de los acontecimientos.

Democracia, socialismo y violencia

Desde muy temprano luego del golpe militar Moulian comienza a escribir sobre la redefinición del proyecto de la izquierda. Junto con sus análisis históricos de lo ocurrido y con la crítica al discurso y acción de la izquierda, reflexiona sobre las características que debería tener un “proyecto nacional-popular”, como él lo llama, en el lenguaje de la época. Un texto inicial, de julio de 1977, enuncia los lineamientos básicos de lo que será una propuesta que desarrollará y reiterará en los años siguientes: “Democracia, socialismo y proyecto nacional popular”. Este texto aparece en un libro publicado en el Centro de Investigaciones Socioeconómicas del Centro Bellarmino, y con artículos de Edgardo Boeninger, Patricio Aylwin, Enzo Faletto y otros, con introducción de Claudio Orrego. Dadas las especiales condiciones políticas que se vivían, el libro aparece como “edición privada” y del cual está prohibida su comercialización. Él, además, aparece bajo el nombre de Tomás Mouletto, tal como Faleto bajo el de Enzo Falien, ya que “el nombre del autor, debido a obligaciones contractuales, no puede aparecer en trabajos no aprobados por la institución contratante” (Moulian, 1977a: 17). Precauciones formales de tiempos de máxima represión.

En este texto, que después también incluye en el libro Democracia y socialismo en Chile, como en varias otras publicaciones en los años siguientes, va elaborando esta argumentación más normativo propositiva de lo que debería ser el proyecto de la izquierda.

 

En esta redefinición necesaria del proyecto socialista un componente o eje central es la democracia. Uno de los grandes errores de la izquierda, dice Moulian, fue pensar la democracia solo en términos instrumentales, como un recurso para la toma del Estado. “Aunque no existe una clara visibilidad histórica de la conexión, socialismo y democracia no pueden ser pensadas como categorías separadas, sino como partes de un mismo movimiento de emancipación. Así, el elemento democrático debe ser concebido como constitutivo de un orden político socialista, de modo que ningún imperativo de la necesidad aniquile la libertad como requisito” (Moulian, 1977a: 31).

Lo anterior, apunta Moulian en ese texto de 1977, hace necesario emprender la crítica de la tradición teórica de la izquierda en la materia, tarea que, como hemos visto, él mismo emprenderá trazando el recorrido histórico que lleva a la desvalorización de la democracia, tildada de democracia burguesa.

Según Moulian, este nuevo proyecto debe entender la política como búsqueda racional de consenso. “La política […] como el reino de la razón mucho más que como el reino de la astucia o de la fuerza”. El socialismo, así, “será el resultado de un constante esfuerzo de hegemonía, de una obstinada batalla por convencer-persuadir sobre la racionalidad del socialismo como creación de libertad”. La política se plantea como “adquisición de conciencia sobre la relación entre libertad, democracia y socialismo”. Por otra parte, debe incluir una perspectiva utópica, “como realización de grados cada vez mayores de democracia, por lo tanto como proceso que debe conducir al socialismo, concebido como sistema que permite la máxima libertad real de todos” (Moulian, 1977a: 33).

Será así “el consenso obtenido [el que determinará] en cada momento los límites del programa de cambios”. Muy consciente de las limitaciones que tuvo el Estado de compromiso y la política frentista, Moulian advierte que “la obtención del consenso representa mucho más que la articulación de intereses económicos y políticos […]. No se trata de un simple acuerdo de intereses, sino de un pacto social en función del cambio concertado”. Recordando la situación del campesinado, agrega que “es evidente que el consenso como pacto social no permite la existencia de clases excluidas dentro del campo político”. Por otra parte, en cuanto al procedimientos, “el consenso debe ser el fruto de una abierta discusión de masas que las direcciones políticas solo deberían sintetizar” (Moulian, 1977a: 34) y debería buscar la formación de bloques movilizables y unificados.

En varios textos publicados entre 1980 y 1981 reflexiona en torno a estas ideas, teniendo de trasfondo histórico la tensión dentro de la izquierda: por un lado, grupos embarcados en la “renovación socialista” y, por otro, sectores que vuelven a asumir la línea rupturista militar, ahora apoyada por el Partido Comunista. Algunos de estos textos serán presentados en foros de debate en el exterior, en México y Perú (Lima), a donde concurren militantes de la izquierda en el exilio.

En “Dictadura, democracia y socialismo” (Moulian, 1980a), publicado en Umbral, revista de difusión política del MAPU, analiza el menosprecio de la democracia que se fue desarrollando en la izquierda, hasta llegar a concebir las reivindicaciones democráticas como una contaminación reformista, lo cual se expresó durante el período de la Unidad Popular.

Posteriormente, el discurso de la izquierda habría experimentado cambios, según Moulian. Entre ellos señala: la importancia asignada a los derechos humanos y a la libertad política; la revaloración de la democracia como espacio de lucha política, en torno a reivindicaciones populares, y como espacio de lucha por la hegemonía ideológico cultural; la reevaluación, aunque con ambigüedades y tensionamientos, de los socialismos históricos. Un aspecto central es la revaloración de la democracia. La izquierda había perdido de vista todo lo que ella permitía, lo cual, por lo demás, había sido fruto de una larga historia de luchas sociales durante el siglo XX. El relato teórico leninista, ampliamente divulgado y asimilado, había llevado a ver la democracia como mero instrumento de la burguesía, sin valor de por sí.

Tales cambios, dice Moulian, ocurren asumiendo una nueva “historicidad”. Tres elementos se conjugan en la articulación del nuevo relato que emerge: (1) las redefiniciones teóricas y políticas derivadas del análisis del fracaso de la Unidad Popular; (2) la experiencia del régimen militar, con sus manifestaciones de represión y pérdida de libertades políticas; (3) el cuestionamiento a nivel internacional a los socialismos históricos que se desarrolla desde los años 1960, y que pone en duda su carácter de modelos (Moulian, 1980a: 15, 16).

Aquí está afirmando como hecho, como transformación producida, aquello que, precisamente a través de sus textos, está tratando de contribuir a que se produzca. La afirmación de su efectiva consumación contribuye a darle más fuerza performativa, en un texto que no es de carácter académico, sino que está destinado a la masa de los militantes. Moulian está, en este texto, en la función de divulgador de sus propios planteamientos.

En “Crítica a la crítica marxista de las democracias burguesas”, publicado en 1981, en Desco, Lima, y presentado en un seminario en dicha institución, critica la versión marxista leninista que reduce el Estado a un aparato de fuerza y que no permite comprender las posibilidades contenidas en las formas históricas de democracia burguesa. La concepción instrumental del Estado, que lo identifica con la voluntad de la clase dominante, impide captar que el Estado democrático moderno incluye complejas luchas de hegemonía. El uso de esta concepción de Estado como dictadura ha servido para justificar, en la URSS, la centralización del poder, la desaparición de los Soviets, y racionalizar la ausencia de libertades políticas (Moulian, 1981a: 50-52).

En contra de esa visión, Moulian destaca que en los Estados democráticos las clases subalternas están en condiciones de conseguir espacios para constituirse como sujetos políticos y para desarrollar un proyecto popular nacional que tenga capacidad para articular las concepciones e intereses de otros sectores sociales, es decir, que pueda desarrollar capacidad hegemónica. Con ello, cabe concebir al socialismo como “el resultado de la lucha del movimiento popular por la profundización de la democracia, más que como resultado de un asalto del poder” (Moulian, 1981a: 56).

En “Democracia, socialismo y soberanía popular” (1981c), presentada como ponencia en un seminario organizado por CIDE, en Ciudad de México, entre octubre y noviembre de 1981, cuestiona la asunción, típica de los socialismos históricos, de concebir la soberanía popular como ya real, como ya realizada, por virtud de la mera presencia de la clase proletaria en el poder, en lugar de percibirla como una empresa por realizar y por ende como tarea de una lucha política continua. En el caso de la URSS, hasta 1930 se admite todavía discrepancia y debate político dentro del partido. Después, se elimina toda discrepancia. Los peligros totalitarios de esto serán objeto de las tempranas críticas de Rosa Luxemburgo a Lenin. La libertad política, dirá ella, es el correctivo a las imperfecciones congénitas de las instituciones sociales (Moulian, 1981c: 7-15).

En una segunda ponencia en el mismo seminario, luego publicada como artículo en San José de Costa Rica, “Dictaduras hegemonizantes y alternativas populares” (Moulian, 1981d), resalta la necesidad que hay, para definir la alternativa de la izquierda, de atender a las características asumidas por el régimen militar. El bloque dominante que hasta el gobierno de la Unidad Popular había sido incapaz de consolidar un proyecto de modernización capitalista y que había mantenido las tensiones entre el sector agrario latifundista y el urbano industrial, ahora se articula en torno al régimen militar y a su revolución capitalista, que modifica drásticamente las relaciones entre el Estado y la economía, y que gradualmente va articulando un discurso justificatorio con potencialidades legitimadoras. Hasta ese momento los relatos generales sobre la sociedad habían sido el de la transición al socialismo, de la izquierda, y el de la reforma o de la “revolución en libertad”, de la Democracia Cristiana. Esos eran los discursos portadores de alternativas de sociedad. La derecha no había articulado nada parecido. Existía un arrinconamiento ideológico cultural de las clases dominantes.

Esta instalación ya duradera del régimen militar ha generado la despolitización de la sociedad por la vía fáctica del desmantelamiento de la antigua institucionalidad política democrática. Pero al mismo tiempo ha ido extendiendo un relato descalificador de la política, mostrándola como portadora de demagogia, clientelismo y particularismo. Frente a ese particularismo de la política, el régimen enfatiza el universalismo del mercado. Inicialmente, los integrantes del gobierno autoritario buscaron su justificación en el catolicismo y en la ideología de seguridad nacional, pero a fines de la década de 1970, la principal lógica de justificación ética presente en el discurso y mayormente difundida era la del discurso neoliberal, que de ideología del sector económico había pasado a convertirse en ideología global (Moulian, 1981d: 8-12).

Frente a esa consolidación de la dictadura, con su efectividad hegemónica y ya no solo coactiva, Moulian evalúa las “alternativas populares”. Rechaza las concepciones militaristas, “presas del espejismo de que el autoritarismo se condensa en el Estado” (Moulian, 1981d: 25). Esas son estrategias con una concepción elitaria de la política, que apelan a organizar un aparato especializado en la violencia, que tiene el peligro de reproducir las prácticas de represión e impiedad, siendo el terrorismo una “fuerza degeneradora de la política”, además de ser predeciblemente ineficiente, Rechaza también las concepciones “cupular-agitativas” de la política, sin suficiente capacidad articuladora y expansiva.

El enfrentamiento de esta dictadura con capacidad hegemonizante, requiere recomponer la capacidad hegemónica popular. Ella necesita, dice Moulian, un “sujeto históricamente constituido”, pero esto es dificultado por las condiciones de estrechamiento del espacio político. Por tanto, la tarea fundamental es la reconstitución de tal sujeto. Junto con el trabajo de reconstitución del tejido social y el trabajo cultural, esto involucra la necesidad de redefinir el concepto de pueblo, superando los reduccionismos que, en nombre de las condenas al reformismo o al populismo, o asumiendo un estrecho obrerismo, han excluido sectores sociales, y han impedido la constitución de un bloque popular amplio (Moulian, 1981d: 16-20). Esto involucra un desplazamiento a una convocatoria primariamente democrática, buscando una “constelación diversificada de oposiciones antiautoritarias” (Moulian, 1981d: 22). Vale decir, lograr la unidad inicial por negación antiautoritaria. Después vendrá el momento de la lucha interna por la hegemonía, entendida en términos democráticos.

En el documento publicado por la Flacso, “Violencia y política: reflexiones preliminares” (Moulian, 1981e), aborda específicamente uno de los componentes de las opciones políticas en juego para luchar contra la dictadura: la violencia. El tema es de gran relevancia contingente, pues al sumarse el Partido Comunista a la opción militarista, le ha dado nuevo vigor.

La argumentación de Moulian revisa los planteamientos teóricos en la materia. En Lenin, la reflexión sobre la violencia remite esta a condiciones particulares y restringidas en que ella es eficiente y aparece solo como una opción extrema. En el marxismo no está presente el misticismo de la violencia que exhibe Fanon.

De cualquier forma, “el marxismo se desarrolló muy imperfectamente como teoría de la lucha de clases”. Privilegió el análisis de las estructuras antes que los procesos sociales, culturales y políticos. Es muy limitado su desarrollo teórico sobre la acción histórica abordando la política como vía de conexión entre estructuras y sujetos (Moulian, 1981e: 2). Será con Gramsci que estos procesos obtengan mayor atención.

La visión simplificadora del Estado, y de la transformación social, reducida a la toma del Estado, también lleva a una visión estrecha de la revolución, que no considera los efectos de la violencia en cuanto a destrucción de sociabilidad política. Involucra una lógica pragmática, de cálculo medios-fines, para la obtención del poder, sin consideraciones morales. Vale decir, no atiende a la dimensión ético-cultural (Moulian, 1981e: 7, 16).

 

De tal modo, más allá de su potencial inefectividad instrumental, la violencia militar revolucionaria disemina tendencias autoritarias, genera un retroceso en el terreno cultural, crea crisis en el discurso y debilita sus posibilidades legitimadoras, aparta a los sectores medios, y, en general, destruye la credibilidad necesaria para construir hegemonía (Moulian, 1981e: 24, 25). Es un factor de aislamiento del sector militar revolucionario, en lugar de ayudar a construir hegemonía en el terreno político cultural. Conlleva una lógica elitista estatizante estrecha.

En sus palabras finales, Moulian afirma que “una política popular nunca debería desligar el problema de los medios del de los fines”. Esto involucra “condenar la concepción de la política como guerra […]”. “El gran drama de la violencia política es que sobrepasa las buenas intenciones, actúa como partera de sí misma, se reengendra”, permanece siempre amenazada por una violencia de réplica (Moulian, 1981e: 25, 26).

Llegada de libros y publicaciones de Moulian

La indagación crítica sobre el sustento teórico tras el pensamiento de la izquierda, desde la propia izquierda, es escasa hasta los años del golpe del 1973. Hay algunos desarrollos en el trabajo inicial de Lechner, La democracia en Chile (1970). Hay también, por cierto, algunos otros elementos entre quienes escriben desde fuera de la izquierda, como Claudio Orrego, en Chile, el costo social de la dependencia ideológica o el libro de Álvarez et al., Ciencia y mito en el análisis social. Una crítica a las categorías marxistas de análisis (1972). Pero no hay un análisis sistemático que rastree históricamente el tejido discursivo de la izquierda y sus usos y derivaciones. Cuando menos, no hay ninguna investigación con la consistencia y con la fuerza de los planteamientos de Moulian. Estos, por otra parte, tienen interacciones múltiples con las obras de Lechner y Manuel Antonio Garretón de la misma época, y con quienes compartía lugar de trabajo y conversaciones frecuentes. En estos, se encuentran algunos contenidos relacionados, aunque no basados en un trabajo histórico sistemático como el de Moulian. Luego de sus obras, en cambio, estas indagaciones se multiplican y son numerosos los autores que escriben sobre tales temáticas. Él contribuye a posicionar el tema en el campo nacional, como foco de estudios académicos con relevancia sociopolítica.

Entre dichas investigaciones de continuación o profundización se encuentran los trabajos de Augusto Varas (1988), de la misma Flacso, quien explora las relaciones entre ideales socialistas y teoría marxista en Chile, atendiendo de manera especial a Recabarren y el Comintern, y de Jorge Vergara E. (1988), con su estudio sobre la teoría política de la izquierda en los años 1960. Las obras de Moulian en la materia, y las discusiones suscitadas por ellas, son evidentes inspiradoras y facilitadoras de estas nuevas obras, así como de muchas más escritas posteriormente. La influencia de Moulian, como hemos dicho, se expande en reiteraciones de sus ideas que van más allá de la lectura de sus libros. En cuanto a publicaciones específicas, sobre todo citan Democracia y socialismo en Chile, libro que congrega un conjunto de textos previos de Moulian.

Por otro lado, las críticas de Moulian al pensamiento de la izquierda son contemporáneas a otras que surgen en América Latina por la misma época. Destacable al respecto es la obra de José Aricó, de temprana participación en el Partido Comunista hasta su expulsión. Su obra Marx y América Latina (1982), explora los desajustes del pensamiento marxista en su imposición forzada en América Latina. Tal como Moulian, Aricó recibe la influencia de Gramsci. Aricó es uno de los fundadores de la revista Pasado y Presente, continuada luego en Cuadernos de Pasado y Presente que divulgará obras de un pensamiento marxista de amplia gama, con textos sobre el partido político, la revolución cultural china, la división capitalista del trabajo, la teoría del imperialismo, etc. (esto a fines de los años 1960 y durante los 1970).

Difusión y efectos del relato

Jaime Gazmuri, basado en su experiencia en la dirección del MAPU, señala que “Tomás tuvo una importancia grande en nuestros primeros debates sobre la Unidad Popular, sobre las causas de la derrota, en el debate post golpe que vive toda la izquierda”. Lo ve como “una de las figuras que más influyeron en el pensamiento de la revisión, de la crítica al leninismo, lo que Tomás hizo de manera brillante y que era muy difícil hacer, porque el peso del leninismo en la izquierda chilena desde los sesenta era abrumador. Entonces, no era un asunto simple y afectaba a uno de los elementos de identidad de la izquierda revolucionaria chilena. Éramos todos leninistas; de izquierda o de derecha da lo mismo, porque el pensamiento de Lenin lo permitía, es muy dúctil […]. Tomás fue de los primeros que en Chile enfrentaron ese dilema teórico y político [de la relación entre socialismo y democracia], que era identitario y cambiar las identidades es un asunto muy difícil, porque ahí entran no solo las ideas, entran las emociones, entran las lealtades. Estamos en otro plano. Y Tomás en eso tuvo una importancia muy grande y nosotros como dirección política íbamos más atrás de ese pensamiento…”53. Es una apreciación que se repite en otros entrevistados y actores políticos de la época.

Tal incidencia de la narrativa de Moulian es parte de una acción y elaboración intelectual colectiva. Los aportes de Moulian, que aquí hemos detallado, junto con los de Brunner, que revisaremos en el capítulo siguiente, y que en esta época son complementarios a los de Moulian, aunque destacados, son componentes de una amplia red de actores, de académicos, políticos, centros y revistas54. El efecto que logran es derivado de la combinación interactiva de todos ellos. Por un lado, está la acción de los otros integrantes de la Flacso, donde destacan Norbert Lechner y Manuel Antonio Garretón. Por otro, la de integrantes de otros centros, como SUR –donde en esta época trabajan Gabriel Salazar, Eugenio Tironi, Vicente Espinoza y Javier Martínez–, Vector, ILET, CED –donde estaba Gabriel Valdés–, el CERC, Cieplan, etc. Adicionalmente, está la acción de los centros en el extranjero, como el Instituto para el Nuevo Chile. Entre las revistas, están Análisis, Apsi, Krítica, Convergencia, Mensaje y Chile-América55.

Puryear (1994: x), en su libro sobre los intelectuales y el proceso político chileno entre 1973 y 1988, habla del “extraordinario rol jugado por los intelectuales en el proceso de transición a la democracia”, el cual sería distintivo del caso chileno. Según él, no es usual que los intelectuales, término con el cual se está refiriendo básicamente a los científicos sociales, asuman tal relevancia como la que tuvieron en el proceso de renovación socialista, tránsito a la democracia y primeros gobiernos de la Concertación. Entre 1973 y 1984, una vía destacada del debate político de la oposición tomó lugar a través de la academia, de los centros académicos independientes que se habían constituido en el país, con apoyo del financiamiento internacional. Flacso, donde primaba un grupo relacionado con el MAPU Obrero Campesino, fue uno de los más importantes. Otros de ellos fueron Sur, con vínculos al MAPU Garretón; Cieplan y CED, asociados a la Democracia Cristiana, ILET y ECO (Educación y Comunicación). La circulación de ideas en estos centros tuvo efectos significativos en la cúpula política de la transición (Puryear, 1994; Walker, 1990; Moyano, 2011; Gárate, 2012b).