Semiótica tensiva

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I.



Premisas



Habiendo perdido ya su inocencia y su poder de oráculo, el discurso teórico se ve obligado a mostrar la lista de los ingredientes necesarios para alcanzar el valor veridictorio que pretende. En ese sentido, plantearemos dos clases de premisas: premisas generales, aquellas que atañen al “hombre razonable” de nuestros días, y premisas particulares, propias del semiótico en el momento en que se encuentra trabajando.








I.1 Premisas generales





I.1.1 La dependencia





La primera premisa que mencionaremos es la de la adhesión a la estructura más que al estructuralismo, sobre todo a la luz de lo que ha sucedido en los últimos decenios, en que el término pasó a ser declinado en plural: los estructuralismos. Desde nuestro punto de vista, el valor epistémico de la definición de estructura propuesta por Hjelmslev en 1948 permanece intacto; “

entidad autónoma de dependencias internas

”. Esa definición, que concuerda con la definición de la “definición” formulada en los

Prolegómenos

, conjuga una

singularidad:

 “entidad autónoma” y una

pluralidad:

 “dependencias internas”.

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 En el plano del contenido, esa conjugación remite a una complementariedad provechosa: (i) si la singularidad no estuviera correlacionada con una pluralidad, sería impensable por ser inanalizable; (ii) si la pluralidad no fuera susceptible de ser resumida y condensada en y por la singularidad nombrable, se quedaría al margen del discurso, como le sucede a la interjección. En segundo lugar, esa definición rebasa el adagio estructuralista que reza:

la relación prima sobre los términos

; la economía del sentido capta únicamente relaciones entre relaciones, ya que “ objetos del realismo ingenuo se reducen a puntos de intersección entre esos haces de relaciones”.

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 El plano de la expresión acoge los términos bajo esta consideración.








I.1.2 La dirección





La segunda premisa se refiere al lugar que conviene reconocer a lo continuo. No se trata de volver a abrir una querella sin objeto: la “mansión del sentido” es suficientemente amplia como para acoger tanto lo continuo como lo discontinuo, dado que ni lo continuo ni lo discontinuo hacen sentido por sí mismos, sino únicamente por su concurso mutuo. Lo más razonable sería tomar sus hipóstasis como “

variedades

” circunstanciales y ocasionales. Desde nuestro punto de vista, la pertinencia debe ser atribuida a la dirección reconocida en el discurso, es decir, a la reciprocidad tanto paradigmática como sintagmática del

incremento

 y de la

disminución

. Son varias las consideraciones que abogan a favor de ese privilegio. En primer lugar, y sin hacer una religión del isomorfismo entre ambos planos, consideramos que, en el plano de la expresión, el acento ocupa un lugar tan singular que difícilmente aceptaríamos que no jugara ningún rol en el plano del contenido. Nos adherimos a Cassirer cuando habla, en el primer tomo de

Filosofía de las formas simbólicas

, del “

acento de sentido

”. En segundo lugar, en desacuerdo con su opción inicial, la semiótica se ha visto obligada a conceder un lugar insigne al aspecto, más allá de su aplicación al proceso: figuralmente hablando, el aspecto es el análisis del

devenir ascendente o decadente de una intensidad

, que ofrece al observador atento los

más y los menos

.

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 Esta aproximación reconoce su deuda con G. Deleuze, quien a su vez se reconoce deudor de Kant. En

Francis Bacon, lógica de la sensación

, Deleuze rebasa, en términos que le son propios, la dualidad de lo paradigmático y de lo sintagmático: “La mayoría de los autores que han enfrentado este problema de la intensidad de las sensaciones parece haber encontrado la misma respuesta: la diferencia de intensidad se experimenta en una pendiente”.

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 Deleuze remite a un pasaje difícil de la

Crítica de la razón pura

, titulado “Anticipación de la percepción”, en el que Kant plantea que la sensación es una magnitud intensiva: “Así, pues, toda sensación, y por tanto toda realidad en el fenómeno, por pequeña que sea, tiene un grado, es decir, una magnitud intensiva, que siempre puede disminuir; y entre la realidad y la negación hay una serie continua de realidades y de percepciones posibles, cada vez más pequeñas...”.

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 El texto citado enlaza entre sí dos categorías de capital importancia: (i) la

dirección

, en este caso, decadente, lo que significa que la estesis se dirige inexorablemente hacia la anestesia, hacia lo que Kant llama “

la negación

 = 0”; (ii) la

división

 en grados y en partes de grados. Es posible considerar el concepto de

serie

, que también aparece en Brøndal, aunque a partir de otros presupuestos, como un “

sincretismo resoluble

” entre esas dos categorías.



La presencia insoslayable de Kant conlleva un indudable riesgo de confusión en la terminología semiótica. Desde la perspectiva del significante, interfieren tres parejas de conceptos: (i) el par [

extenso

 vs

intenso

], ausente igualmente en los

Prolegómenos

, aunque de primordial importancia para satisfacer una de las principales preocupaciones de Hjelmslev como es la reconciliación entre la morfología y la sintaxis; (ii) el par [

magnitud extensiva

 vs

magnitud intensiva

], exigido por Kant; (iii) el par [

extensidad

 vs

intensidad

] que, desde la perspectiva tensiva interviene como análisis de la tensividad (volveremos sobre esto más adelante). Si se desligan los términos de sus definiciones, esa coincidencia terminológica conlleva algunos malentendidos: (i) entre la perspectiva kantiana y el punto de vista tensivo la coincidencia es bienvenida pero fortuita; (ii) entre las categorías hjelmslevianas y las categorías tensivas se produce un quiasmo, ya que para Hjelmslev las categorías extensas son directrices, mientras que para el punto de vista tensivo, la intensidad, es decir, la afectividad, rige la extensidad; (iii) finalmente, y salvo mejor parecer, Hjelmslev no menciona a Kant al hablar de intenso y extenso, de intensivo y extensivo, de intensional y extensional.








I.1.3 La alternancia primordial





Creemos que, en la perspectiva abierta por Saussure y por Hjelmslev al mismo tiempo, debe inscribirse una hipótesis de orden semiótico, o sea, que la semiótica le debe al primero la arbitrariedad y la linearidad, y al segundo, el carácter jerárquico. La importancia de esas nociones para la semiótica es tal que reclaman algunas puntualizaciones. La arbitrariedad no ha de reservarse exclusivamente al signo, sino que debe ampliarse a la semiosis total, en el sentido en que lo arbitrario significa que lo que adviene podría no haber advenido. Lo cual quiere decir, ante todo, que la semiótica tiene por objeto prioritario la problemática —con frecuencia anacrónica— de

lo posible

. En segundo lugar, la linearidad remite no tanto al hilo del discurso cuanto a su

extensión

. Y si conjugamos esos dos datos, ese cruce obliga a poner en evidencia

extensiones diferenciales

. Finalmente, la teoría de las funciones propuesta por Hjelmslev, sobre todo en el capítulo XI de los

Prolegómenos

, ha vinculado la noción de

dependencia

 con la de relación, demasiado incierta. De tal suerte que nos vemos obligados a discernir entre las extensiones diferenciales, que conforman la trama del discurso, y las relaciones, que son ante todo, y tal vez únicamente, de dependencia. Lo posible y la alteridad, lo extenso y la aspectualidad, lo dependiente y la rección se inscriben como criterios que habrán de ser satisfechos.



La tarea es triple: en primer lugar, conviene aislar

morfologías

, es decir, agrupamientos, “moléculas” de rasgos intensivos y extensivos debidamente identificados, sin lo cual no sabríamos de qué estamos hablando; en segundo lugar, tenemos que poner de relieve las

jerarquías

, admitiendo como operadores privilegiados la rección y la modalización; finalmente, tanto las primeras como las segundas no se instalan en el ser sino en la transición: no

son: advienen o provienen

 si lo hacen con lentitud,

sobrevienen

 como resultado de la celeridad y configuran por eso mismo el campo de presencia. Lo cual significa que las entidades semióticas, las “

figuras

” en la terminología de Hjelmslev, no son rasgos sino vectores, o mejor aún: no son participios pasados concluidos sino participios presentes en devenir, en acto. Una teoría que subordina el espacio al tiempo y el tiempo al

tempo

 se coloca, en consecuencia, bajo el patrocinio de Heráclito más que bajo el de Parménides.



Desde el punto de vista epistemológico, las tres exigencias señaladas anteriormente, a saber, la búsqueda de lo posible, de lo extenso y de lo dependiente, en la medida en que convergen, definen un

punto de vista:

 el punto de vista semiodiscursivo. Dicho punto de vista —si se acepta la definición propuesta por Valéry en los

Cahiers

:

“La ciencia consiste en buscar en un conjunto la parte que pueda expresar todo el conjunto

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— afecta al discurso desde el discurso mismo, y al hacerlo, le reconoce a la sinécdoque un alcance que los antiguos aparentemente no le atribuyeron.



Tales operaciones ponen en juego categorías que nos aporta el estudio del plano de la expresión, tal como ha sido efectuado por los lingüistas y por los fonetistas independientemente de sus divergencias teóricas. Desde el punto de vista paradigmático, la intensidad tiene como categorías de primer orden el

estallido y

 la

debilidad

; desde el punto de vista morfológico, la tonicidad tiende hacia la concentración y su morfología es entonces, en el plano de la expresión,

acentual, y

 según la convención terminológica propuesta por J. Fontanille y por nosotros mismos,

sumativa

 en el plano del contenido.

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 Dicha concentración entra en contraste con la difusión hacia la cual se dirige toda concentración si no se interpone un dispositivo retensivo eficaz. Designamos ese proceso como modulación en el plano de la expresión y como resolución en el plano del contenido. Desde el punto de vista sintagmático, que concierne solo a las relaciones de consecución en el enunciado, cuando la sumación precede y, por ello, dirige la resolución, admitimos que el esquematismo es

decadente

, o distensivo, en el sentido en que el dispositivo global se dirige de la tonicidad a la atonía. Cuando esas posiciones son invertidas en el enunciado, es decir, cuando el discurso contempla la resolución en un primer momento y tiende a la sumación, decimos que el esquematismo es

ascendente

. La regla del esquematismo decadente puede ser considerada como

degresiva

 , mientras que la del esquematismo ascendente se presenta como

progresiva

. Añadamos, desde el punto de vista terminológico, que la proyección de una dirección tensiva cualquiera sobre una extensión abierta define un

estilo

 tensivo que conduce y controla la marcha discursiva de las significaciones locales, concepción que concuerda con la de Merleau-Ponty en

La prosa del mundo

:

“El estilo es lo que hace posible toda significación

”.

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 Lo cual nos permite ya una primera organización de lo que proponemos designar como

estilos tensivos

:

 








En cuanto tales, esas magnitudes solo son virtuales, puesto que es el discurso, como lo sugiere Saussure en el

Curso de lingüística general

 (CLG),

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 aunque sin detenerse demasiado en ello, el que categoriza esas magnitudes, según la acepción que Hjelmslev atribuye a ese término en

El lenguaje

: “Categoría, paradigma cuyos elementos solo pueden ser introducidos en determinados lugares y no en otros” ”.

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 Consideremos primero la decadencia: la sumación, vista como una “

vivencia de significación

” (Cassirer), pertenece al orden del

evento

, es decir, de un sobrevenir que hace enmudecer al discurso como recurso inmediato, por falta de respuesta adecuada. Si la sumación exclamativa es violenta y el afecto demasiado intenso, entonces la falta de respuesta instantánea se acercará a la interjección, a la transición entre el mutismo de aquel a quien la detonación del evento deja “sin voz” y la recuperación de la palabra, la cual, con su propio

tempo

, a su modo, resolverá “a la larga”, normalizará “tarde o temprano” ese evento en

estado

, o sea, en discurso, y con el correr del tiempo, en anales. Con esto, adoptamos, adaptamos mejor dicho, la posición de Cassirer, quien, en

Filosofía de las formas simbólicas

, no duda en afirmar la sobredeterminación

acentual

 de las significaciones míticas, es decir, directrices: “El único núcleo algo firme que nos queda para definir el ‘mana’ es la impresión de extraordinario, de inhabitual y de insólito que conserva”.

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 Según eso, el evento se aproxima a la interjección, a un sincretismo, o a un incremento de sentido que el discurso está llamado a resolver:



Podemos decir, de manera a la vez exacta y errónea, que la fórmula del mana-tabú es el fundamento del mito y de la religión del mismo modo que la

interjección

 es el fundamento del lenguaje. De lo que se trata en ambas nociones es de lo que podríamos llamar interjecciones primarias de la conciencia. No han adquirido aún ninguna función de significación y de presentación: se parecen a sonidos que no traducen más que la excitación del afecto mítico.

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I.1.4 Primera aproximación a los estilos tensivos





Toda distinción semiótica, de cualquier orden que sea, genera un dilema: una vez reconocida la dualidad [

a

/

b

], entre esas dos magnitudes polares [

a

] y [

b

] ¿hay “algo” o no hay “nada”? ¿Hay “algo”, es decir, un camino en términos figurativos, una secuencia de “

grados

” según el

Micro-Robert

 cuando trata de lo “progresivo”: 1. que se efectúa demanera regular y continua. V.

Gradual

. Un desarrollo progresivo. 2. Que sigue una progresión, un movimiento por grados? Decir que [

a

] se opone a [

b

] es lo mismo que decir que [

a

] está más o menos alejada de [

b

] y que esa distancia tiene que ser evaluada, por la simple razón de que dicha distancia constituye su definición misma.



Esta actitud admite que entre [

a

] y [

b

] existe una brecha, un intervalo, y lo llena, la “amuebla” de una manera o de otra; la otra actitud deja vacío ese intervalo y establece, si la expresión tiene algún sentido, una solución de continuidad, es decir, opta por el “nada”. La semiótica greimasiana es ambivalente en este punto: (i) la teoría, siguiendo a V. Brøndal, prevé para las estructuras elementales dos términos complejos, transicionales por posición: [s

1

 + s

2

] y [no-s

1

+no-s

2

] pero que no cumplen ningún rol en la teoría, salvo ignorancia o injusticia de nuestra parte; (ii) en cambio, para las estructuras narrativas de superficie, condensadas en el “esquema narrativo” tan caro a Greimas,

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 la secuencia regulada de las pruebas instaura una progresividad y, en cierto sentido, una sapiencia. Por nuestra parte, entre [

a

] y [

b

], es decir, entre el

evento y

 el

estado

, aceptamos que interviene una

modulación

 resoluble, es decir; analizable —punto de vista que será defendido más tarde— en términos de valencias. La analítica de la decadencia tensiva se presenta por el momento como sigue:








El evento entra así en la lista de las categorías directrices de nuestra hipótesis teórica, pero hay que observar de inmediato que lo propio del evento consiste en realizarse como una

intrusión

, como una “penetración” (Valéry), como una “

brusquedad eficaz

” (Focillon), tal como lo veremos en el capítulo IV de esta primera parte. Por lo que se refiere a la noción de

modulación

, es una “caja negra” que visitaremos en II.2.



Uno de los méritos del concepto de

espacio tensivo

, por rústico que sea, es el de obligarnos a interrogarnos por la amplitud, la velocidad y la duración de los devenires, a no considerarlas como algo obvio, sino a constituirlas en preguntas provechosas. En términos solo en apariencia escolares, se trata de aclarar con la mayor precisión posible de qué modo un

participio presente

, congruente con el evento, se transforma en

participio pasado

, congruente con el estado.

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 Como sucede con frecuencia, las distinciones semánticas de la lingüística se convierten, desde el punto de vista semiótico, en significantes, o sea, en preguntas difíciles, en la medida en que las respuestas que se puedan adelantar comprometen una teoría del sentido, es decir, una integración fuera de alcance por el momento.



Veamos ahora el estilo tensivo de la ascendencia. La relación de contrariedad establecida entre la decadencia y la ascendencia tensivas pertenece al plano de la expresión. Estaríamos muy equivocados si imaginásemos que basta con cambiar la dirección de la decadencia paraobtener la fisonomía de la ascendencia semiótica, al modo en que media vuelta es suficiente para que un observador convierta un ascenso en descenso, y a la inversa.



La ascendencia tiene como punto de partida la permanencia, la persistencia de un estado vivido por el sujeto, ya que, según el

Micro-Robert

, la duración es el núcleo del lexema “estado”: “Manera de ser (de una persona o de una cosa) en lo que tiene de durable (opuesto a devenir)”. Ese estado, cuando afecta al sujeto, presupone una lentitud extrema, la cual constituía para Baudelaire uno de los rostros del horror, según se desprende del segundo terceto del poema “De profundis clamavi”:





Je jalouse le sort des plus vils animaux





Qui peuvent se plonger dans un sommeil stupide

,





Tant l’écheveau du temps lentement se dévide!





[Envidio la suerte de las fieras más viles



que pueden sumergirse en su estúpido sueño.



¡Tan lenta se devana la madeja del tiempo!]



Dicho estado, del que podría decirse que “no pasa”, puede ser considerado como una identidad o como una vacuidad, a las que el sujeto pretende poner fin, lo cual solo puede hacerlo un sujeto de la

mira

, un sujeto intencional. Mientras que el evento

capta

 al sujeto, o más exactamente sin duda, lo desliga de sus competencias modales y lo transforma en sujeto del

padecer

, la ascendencia determina a un sujeto según el

actuar

, invitándolo a pasar a la acción. La cuestión de la modulación, del tránsito, se presenta en términos que nada tienen que ver con los que hemos propuesto para la decadencia: si el evento destruye la duración, la ascendencia desarrolla, despliega ante el sujeto el tiempo futuro y esa apertura del tiempo construye un sujeto según el

llegar a

 . La tabla siguiente pone de manifiesto las diferencias entreambas actitudes subjetales:








Desde nuestro punto de vista, la inteligibilidad y la solidez de las relaciones verticales establecen la preeminencia del

tempo:

 la precipitación, en el caso de la decadencia, la lentificación, en el caso de la ascendencia, hacen que el sujeto en el orden de la decadencia, atrapado en el tumulto del evento, y el sujeto en el orden de la ascendencia sean como extraños uno a otro. ¿No decimos en el lenguaje familiar de un sujeto estupefacto que hay que esperar a que “vuelva en sí”? De suerte que la decadencia y la ascendencia se presentan como las dos esferas disjuntas de la existencia semiótica inmediata; lo vivido, es decir, el ir y venir incesante entre esas dos esferas, constituye una prueba para el sujeto. Tal dualidad, que no deja de recordar, aunque equivocadamente, el hecho masivo, ininterrumpido, insensible de la acomodación sensorial, y el desdoblamiento actancial que comanda, remiten a los capítulos cuatro y cinco de esta primera parte, consagrados, respectivamente, al evento y a la semiotización de la retórica. A la esfera del evento va asociado un sujeto del asombro, a la de la retórica, un sujeto del control. Lo cual exige dos precisiones.



La primera no tiene demasiada importancia: las prácticas significantes son

artes

 dirigidas por la búsqueda de la

excelencia

, es decir, por la superlatividad, en el orden que les corresponde, y esa excelencia, en el caso de la retórica, es asertada por el destinatario cuando declara o concede, según el término definitivo acuñado por Aristóteles en la

Retórica

, que ha sido “

persuadido

”: “La retórica trata de aquello que está destinado a persuadir”.

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 Y puesto que la semiótica reconoce la existencia, al lado de las semióticas verbales, de semióticas no-verbales, resulta consecuente ampliar la mencionada dualidad, admitiendo, junto a las retóricas verbales, retóricas no-verbales, para dar cuenta del desplazamiento operado en el plano de la expresión. Cuando en su

Tratado de los tropos

 Dumarsais declara: “... las figuras, cuando son empleadas a propósito, procuran vivacidad, fuerza y gracia al discurso...”;

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 cuando en

Las figuras del discurso

 Fontanier asegura: “Los

Tropos

 tienen lugar o por necesidad y por

extensión

, a fin de suplir a las palabras que le faltan a la lengua para expresar determinadas ideas, o por elección y por

figura

, a fin de presentar las ideas con imágenes más vivas y más cautivantes que sus signos propios”,

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 tanto uno como otro tienen en cuenta lo que el gran crítico de arte B. Berenson llamaba —con toda pertinencia, desde nuestro punto de vista— “la intensificación de la vida”. El gastrónomo, al que se le hace agua la boca con solo pensar en los exquisitos platos que se están preparando en la cocina, ¿no espera acaso que la habilidad del

chef

 le haga franquear el intervalo tensivo que separa lo insípido de lo sabroso? Y de manera parecida, ¿el gran escritor no es aquel que, llegado al borde de la banalidad, logra elevar su estilo hasta el estallido, término supremo de la dimensión de la intensidad? Inmediatamente después de la frase que acabamos de citar, Aristóteles añade: “Eso es lo que nos hace decir que la retórica no tiene reglas apli