La magia de creer

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Capítulo 2

Los experimentos

de la mente

Con el objetivo de comprender mejor este tema, el lector debe reflexionar sobre lo que es el pensamiento en sí y sus fenómenos. Nadie sabe lo que el pensamiento es realmente, además de definirlo como cierta actividad mental. Pero, así como el desconocido elemento de la electricidad, vemos sus manifestaciones por todas partes. Vemos al pensamiento en las acciones y expresiones de un niño, de un hombre de edad, en animales y, en grados diferentes, también en las cosas vivas que nos rodean. Entre más examinamos y estudiamos el pensamiento, más nos damos cuenta que es una fuerza excepcional y cuán ilimitados son sus poderes.

Mira a tu alrededor mientras lees esto. Si estáis en una habitación con muebles, tus ojos te dirán que estás contemplando una serie de objetos inanimados. Esto es verdad en lo que concierne a la percepción visual, pero en realidad estás contemplando innumerables pensamientos o ideas que se han materializado por medio de la labor creadora de algún ser humano. Esos objetos antes fueron ideas, a las cuales después se les dio la forma útil o estética que representan. Aquellas ideas se convirtieron en vasos, jarrones, cortinas, muebles, etc.

El automóvil, los rascacielos, los grandes aviones que atraviesan los aires, la máquina de coser, el minúsculo alfiler y otros miles de cosas (sí, millones de objetos), ¿de dónde salieron? Solo de una fuente: de esa sorprendente facultad que llamamos el pensamiento. A medida que analizamos esta poderosa facultad, nos vamos dando cuenta de que todas sus realizaciones y, en realidad, todo cuanto poseemos, surge a la vida como resultado de algún pensamiento creativo. Emerson dijo que el padre de cualquier acción es el pensamiento. Cuando comprendemos esto, empezamos a comprender que, en nuestro mundo, todo se halla gobernado por el pensamiento y que todo cuanto existe tuvo su partida original en la mente. Como dijo Buda hace muchos siglos: todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado.

Nuestra propia vida la rigen nuestros pensamientos, todo en ella se origina en nuestros propios procesos mentales. Nuestra carne, huesos y músculos pueden quedar reducidos a un 70% de agua y a unos cuantos minerales de escaso valor, pero es la mente y lo que pensamos lo que nos hace actuar y ser lo que somos. El secreto del éxito no está en el cuerpo, sino en la voluntad del hombre, que actúa y procede de acuerdo con sus propios pensamientos.

Esforcémonos por comprender qué es lo que hace gigantes a los pigmeos y, a veces, transforma en pigmeos a los gigantes. La historia está llena de ejemplos que prueban cómo el pensamiento ha convertido a hombres aparentemente débiles en hombres fuertes y a muchos de fuerte aspecto, en hombres débiles.

Ninguno de nosotros comemos, nos vestimos, corremos para alcanzar un bus, damos un paseo o leemos un diario o siquiera movemos un dedo sin que antes hayamos producido el respectivo pensamiento impulsor. Aunque creamos que los movimientos que hacemos son en su mayoría casi automáticos como consecuencia de determinados reflejos físicos, detrás de cada paso que damos en la vida, sea cual fuere la dirección que tomemos, está involucrada nuestra formidable y poderosa facultad del pensamiento.

Nuestro modo de caminar, de hablar, de comportarnos o de vestirnos refleja nuestra manera de pensar. Una apariencia desarreglada es indicio de un pensamiento descuidado, mientras que un exterior ordenado, compuesto, elegante, es reflejo de nuestra fuerza y confianza interior. Lo que mostramos exteriormente, eso es lo que somos por dentro. Somos el producto de nuestros propios pensamientos: lo que creemos ser, eso es lo que somos.

El pensamiento es la fuente originaria de toda riqueza, de todo éxito, de toda ventaja material, de todos los descubrimientos e invenciones y de todas las realizaciones. Sin él, no existirían los grandes imperios, las grandes fortunas, las grandes líneas ferroviarias y aéreas ni las comodidades modernas.

En resumen, sin la evolución del pensamiento, estaríamos sumidos en la más primitiva y tosca de las existencias.

Nuestros pensamientos, aquellos que predominan, son los que determinan nuestro carácter, carrera y vida cotidiana. Solo así es posible comprender lo que significa esa afirmación tan cierta de que los pensamientos de un hombre o mujer lo hacen o lo destruyen. Cuando reconocemos que no puede haber acción ni reacción, tanto buena como mala, sin la energía impulsadora y generatriz del pensamiento, tenemos que recordar las palabras bíblicas que sabiamente expresan: “Lo que siembra un hombre es lo que cosechará” y las de Shakespeare: “No hay nada bueno ni malo, pues solo el pensamiento hace que sean una u otra cosa”.

Arthur Eddington, el famoso médico inglés, sostiene que el universo en el que vivimos es creación de nuestros pensamientos. Por su parte, el no menos famoso James Jeans decía que el universo es la creación resultante del pensamiento de una gran mente universal que une y coordina todas nuestras mentes. Nada está más claro que esto: los mejores hombres de ciencia y los grandes pensadores del mundo actual no solo respaldan y proclaman las ideas de los sabios del pasado, sino que confirman el principio en el que se fundamenta este libro.

Desde los comienzos de la raza humana, los hombres han sido guiados por aquellos que supieron lo suficiente sobre el gran poder del pensamiento. Todos los grandes jefes religiosos, reyes, guerreros y estadistas han sido hombres que conocieron esta ciencia y comprendieron que las personas proceden de acuerdo con lo que piensan; y que también reaccionan ante los pensamientos de los demás, especialmente cuando son más fuertes y convincentes que los propios. Por lo tanto, los hombres de poderosa mentalidad dinámica han dirigido a los pueblos imponiéndoles sus pensamientos y conduciéndolos unas veces hacia la libertad y otras a la esclavitud. Hoy más que nunca, estamos en un momento histórico donde es sumamente necesario recapacitar sobre nuestros pensamientos, aprendiendo a utilizarlos para mejorar nuestra posición en la vida, aprovechando el gran poder de esa inmensa fuente de energía que reside en cada uno de nosotros.

Hubo un tiempo en el que yo me hubiera burlado de quien me hubiera hablado de la fuerza magnética del pensamiento, de cómo el pensamiento está relacionado con la acción y los resultados, y de cómo puede afectar a las personas e incluso a las cosas inanimadas, aun empleándose desde una gran distancia. Hoy en día, ya no burlo de esto, ni tampoco se ríen otros que conocen algo de este poder, porque cualquiera con una chispa de inteligencia llega más pronto o más tarde a comprender que el pensamiento es capaz de viajar hasta por los espacios exteriores de nuestro planeta.

George Russell, famoso poeta y editor irlandés, decía que nos convertimos en lo que nos imaginamos. Indudablemente, llegamos a ser lo que deseamos ser y él lo demostró, por cierto, llegando a ser un escritor, conferenciante, pintor y poeta.

Con todo, no debemos olvidar que muchos de los pensamientos que tenemos no son propios. Estamos también modelados e influenciados por los pensamientos de los demás, por lo que oímos en nuestra vida social, por lo que leemos en los diarios, revistas y libros, por lo que vemos en el cine y oímos en la radio, e incluso por las conversaciones que escuchamos ocasionalmente al pasar por una calle o en el autobús. Y esos pensamientos nos someten a un bombardeo constante de ideas. Algunos de ellos concuerdan con nuestros pensamientos más íntimos e incluso amplían nuestra visión de la vida y nos son muy útiles. En cambio, otros nos trastornan, debilitan la confianza que tenemos en nosotros mismos y nos desvían de nuestros objetivos. Esos pensamientos ajenos son los que más nos perturban. Más adelante, les enseñaré la manera para liberarnos de ellos.

Poca gente le presta atención a la ley de causa y efecto aplicada al funcionamiento de la mente, ni entiende el significado de frases tales como “todas las posibilidades las llevamos en nuestro interior” o “la mente es el origen de una fuerza ilimitada”, entre muchas otras. Creo que no se puede dar mejor explicación de esto que insertar aquí un artículo aparecido en el Comercial and Financial Chronicle, en su edición del 10 de diciembre de 1932. Dicha publicación, conocida desde hace más de diez años como “la Biblia del comercio y las finanzas”, decía en el mencionado artículo titulado “El Dorado”:

El Dorado, una región rica en oro y piedras preciosas más allá de todo lo imaginado, está al alcance de cada hombre. Tu bienestar está en tus facultades. Tu fortuna al alcance de tu mano. Todo está dentro de ti, nada está fuera, aunque a veces parezca que los hombres y los pueblos por simple suerte, por avaricia o por la fuerza, consigan navegar con todas las velas desplegadas por los tranquilos mares de la prosperidad... Los hombres, individual y colectivamente, tienen el derecho natural a una vida de abundancia. Este es un hecho evidente. La religión y la filosofía así lo afirman. La historia y la ciencia lo demuestran. La ley dice que tienen derecho a vivir y que deben vivir en la abundancia. ¿Qué es lo que quieres? Paga su precio y llévatelo. No hay limitaciones para tus aspiraciones, pero cuanto más preciosas sean las cosas que deseas, mayor será el costo que debes pagar. Siempre deberemos pagar con el oro de nuestro espíritu por todo lo que vayamos obteniendo...

¿Dónde podemos hallar el oro del Todopoderoso? Cada cual, al encontrarse a sí mismo, descubre y asegura ese oro espiritual. Al encontrarse a sí mismo, halla la libertad y todas las riquezas imaginables, el éxito y la prosperidad. ¿Palabras altisonantes pero huecas? ¡No!, pues constituyen la más palpable evidencia de la historia de los Estados Unidos y de muchos de sus hombres, y en realidad, de toda la historia humana. Tenemos las pruebas concretas en los acontecimientos de cada día, basta con que abramos los ojos y queramos verlas. Jamás se ha conseguido ni se podrá conseguir nada sustancial, duradero, poderoso o conmovedor por parte de los hombres que no supieron descubrir en sí mismos el oro de su espíritu, el cual es el origen de la superioridad, del poder, de la superación y del éxito. Los hombres que se conocen a sí mismos saben perfectamente que todas las cosas materiales tienen como base una contrapartida espiritual. Lo advierten incluso en el dinero y en el crédito. La ley de la oferta y la demanda, por ejemplo, no es un simple principio económico para un hombre activo, sino la manifestación material de una ley espiritual. Tales hombres poseedores de su autonomía ven en acción el mismo principio cuando se trata de la gravitación, de las afinidades químicas, del macrocosmos o del microcosmos...

 

Norteamérica ha sido el mayor de los mitos de El Dorado, el escenario sobre el cual un gran número de hombres supieron encontrarse a sí mismos y crearse sus bonanzas para navegar con todas las velas desplegadas, enriqueciéndose a sí mismos y a la humanidad. No se trata de exploración, sino de la utilización y manifestación de los dones, fácilmente vislumbrados por los espíritus libres y generosamente distribuidos entre todos los vinculados. Para el hombre que se encuentra a sí mismo y emprende la acción, hay todo el dinero, el crédito y los bienes capitales que desee... Mackay, O’Brien, Hearst y Fair, jóvenes valientes norteamericanos, en 1849 hallaron el oro en sí mismos cuando se dijeron: ‘Si ahí hay oro yo tendré mi parte’. Cuán grande debe haber sido la riqueza espiritual de un hombre tan libre como James J. Hill, quien construyó el Great Northern Railroad, una interminable línea ferroviaria que iba a través del desierto desde ningún lugar hacia todas partes, porque tanto desde donde partía como hacia donde llegaba y las vastas tierras que cruzaba no estaban habitadas por nadie. Su locura fundó un imperio. Gracias a su energía espiritual, convirtió los bosques y las llanuras en miles El Dorado; y esa misma energía le consiguió todo el oro y todo el crédito necesario en los mercados de Ámsterdam y Londres, haciendo así posible que millones de norteamericanos descubrieran para sí mismos grandes bonanzas en el frío Noroeste.

Thomas A. Edison dijo pocos años antes de morir: las ideas vienen del espacio infinito. Esto puede parecer sorprendente y hasta imposible de creer, pero es la verdad. Las ideas vienen del espacio infinito.

Por supuesto, Edison sabía lo que decía, pues pocos hombres recibieron e hicieron realidad tantas ideas como él... Que cada hombre busque El Dorado en su interior. El poder es inagotable. Como los padres canónicos de la Iglesia dijeron: todo lo se recibe está de acuerdo con la medida del recipiente. No es el poder lo que falta, sino la voluntad. Cuando uno se encuentra a sí mismo, automáticamente pone su voluntad en marcha hacia El Dorado.

Con una imaginación poderosa y plena se puede dar forma concreta a cualquier deseo. El gran médico Paracelso decía: ‘El espíritu humano es tan grande que no hay hombre alguno capaz de expresarlo. Si pudiéramos comprender con exactitud el poder de la mente humana, nada sería imposible para nosotros en la Tierra. Por medio de la fe, la imaginación se fortalece e intensifica, porque en verdad ocurre que cualquier duda aminora su perfección. La fe ha de fortalecer la imaginación por cuanto su convicción fortifica la voluntad’. La convicción es personal, individual. La salvación, bajo cualquier forma que se la encare, es igualmente personal. La convicción proviene del descubrimiento de sí mismo. Y el descubrimiento de sí mismo origina una clara comprensión de la propia identificación con lo eterno. Los hombres fuertes, seguros de sí mismos, construyeron este El Dorado de América. ‘Conócete a ti mismo’, conoce tu propio ser individual. Esa y no otra es la orden suprema. Quienes logran conocerse a sí mismos excavan en las tierras de El Dorado, beben en la fuente de juventud y son siempre los poseedores de lo que desean tener.

Merece la pena que volvamos sobre las palabras de Paracelso para estudiarlas, ya que, si entiendes su significado, descubrirás cómo aplicar el principio que contienen, y verás bajo una nueva luz el modo de triunfar en tus empresas. Sin embargo, deseo destacar que el trabajo en sí, por intenso que sea, no basta para lograr el éxito. El mundo está lleno de gente que ha trabajado mucho sin obtener los resultados codiciados. Se precisa algo más que trabajar mucho: se necesita el pensamiento creador y la firme convicción en la propia capacidad para ejecutar las ideas que se nos ocurran. Las personas que han triunfado en las diversas épocas de la historia lo han logrado a través de su pensamiento. Sus manos fueron simples instrumentos de sus cerebros.

Otro punto importante: para el éxito, es esencial que nuestras aspiraciones pasen a ser el punto de inspiración de nuestras vidas. Los pensamientos y objetivos deben estar coordinados para concentrar constantemente su acción hacia el logro del objetivo propuesto. Cualquier cosa que aspiremos ser, lo que pretendamos conseguir, lo conseguiremos con tal de que ese objetivo sea la razón más apasionada de vuestra existencia. Parece algo muy difícil y penoso. No es cierto; mediante el empleo de las fuerzas dinámicas de la convicción y de la fe, es posible poner en marcha todos los enormes poderes que hay en el interior de nosotros, los cuales nos llevarán a la consecución de nuestras metas. Aquellos de mis lectores que están casados recordarán la estimulante y emocionante experiencia de conquistar a la persona elegida. En verdad, probablemente aquella no fue una empresa agotadora y fatigadora, sino, al contrario, algo grato y apasionante para lo cual muchos utilizaron, si no esta misma ciencia que expongo aquí, al menos algunos de sus principios, aunque de una manera inconsciente. El deseo de conquistar a quien nos acompaña en nuestra vida domina sobre los demás pensamientos de la mente cuando la decisión se toma. La convicción de que así sería estaba durante cada minuto del día y quizás hasta en los sueños durante la noche.

Ahora, con una idea más clara de la parte que el pensamiento y el deseo desempeñan en nuestra vida diaria, lo primero que debemos hacer es determinar con exactitud qué es lo que deseamos. La idea general de que queremos tener éxito, como lo hace la mayoría de las personas, es algo demasiado indefinido. Hay que mantener dibujado en nuestra mente el cuadro imaginado de nuestros objetivos. Hay que preguntarse: “¿Qué es lo que persigo? ¿Cuál es mi objetivo? ¿He concebido con exactitud qué es lo que quiero?”. Y si el éxito debe medirse en cifras materiales, ¿pueden fijar las cifras exactas que aspiran ganar? Si se trata de mejorar posiciones, ¿pueden especificar exactamente en qué consiste su deseada mejoría con toda precisión?

Propongo estas preguntas porque en las respuestas están los factores que determinarán toda su existencia de ahora en adelante. Sin embargo, por extraño que pueda parecer, ni siquiera una persona de cada cien es capaz de responder a esta pregunta. Las personas en su mayoría tienen la vaga idea general de que les gustaría tener éxito. Ellos se limitan simplemente a dejar transcurrir los días pensando que seguirán teniendo el empleo que ocupan y que, si lo perdieran, obtendrían otro igual, y que ya se les arreglarán las cosas en la vejez. Estas personas son como corchos flotando a la deriva, arrastrados por las diversas corrientes de las aguas que se estrellan unas veces contra las costas y otras veces son absorbidos hacia el abismo por remolinos desconocidos.

Por consiguiente, es vital que sepamos de antemano qué es lo que queremos lograr en la vida. Saber hacia dónde nos dirigimos. Y una vez que lo sepamos, debemos mantener la vista enfocada en el objetivo fijado. Esto, desde luego, constituye el primer paso decisivo y no importa que lo que queramos sea un empleo, otro mejor del que tenemos, una casa en la ciudad, una finca en el campo o simplemente un nuevo par de zapatos. Es preciso tener una idea fija de lo que queremos para poder emprender la tarea de conseguirlo.

Existe una gran diferencia entre una necesidad y un deseo. Por ejemplo, puedes desear un nuevo automóvil para tu trabajo y un automóvil para salir de paseo con la familia. Uno es una necesidad. El otro es para el placer propio y, por tanto, decides obtenerlo cuando se pueda. Para obtener este último coche, debes hacer un esfuerzo extra, porque es algo que jamás tuviste antes, algo que vendrá a sumarse a tus obligaciones y algo que hará buscar en tu espíritu nuevas fuerzas y nuevos recursos fuera de ti. Se trata del deseo de algo nuevo, algo diferente, algo que cambiará tu vida en cierta medida y que impondrá un mayor esfuerzo. Únicamente el poder de creer puede poner en marcha aquellas energías internas por las cuales puedes agregar lo que yo llamo “plusvalía” a tu vida.

Así se comienza con el deseo cuando se espera aumentar los beneficios o ventajas que se quieren disfrutar. Desear es la primera energía generadora en cada uno de nosotros, pues, sin un deseo ardiente, nada puede conseguirse. Sin embargo, como ya hemos visto, hay algo más que el mero deseo.

Los metafísicos sostienen que los pensamientos son cosas reales. Puede que sea cierto en un sentido general, pero en lo que se refiere al efecto que producen sobre nosotros, no son reales hasta que les damos vida con nuestro propio pensamiento o a través de las elaboraciones de nuestra imaginación.

Esto puede parecer algo extraño, pero creo que se comprenderá con claridad en cuanto cite algunos ejemplos.

Veamos el primero. Todo el mundo aconseja la conveniencia de llevar botas de goma cuando se sale bajo la lluvia. Es común oír la frase: “Si no te pones botas, atraparás una gripa mortal”. Pero esa idea general jamás tuvo sobre mí el menor efecto. Jamás llevé botas, ni siquiera en mi niñez. Cientos de veces anduve con los zapatos y los pies mojados, a veces durante varias horas y en pleno invierno. Sin embargo, jamás me resfrié como consecuencia de ello. Algunas personas tienen terror a las corrientes de aire, pero yo tengo la convicción de que, si se enferman, no es debido a las corrientes, sino al temor o, mejor dicho, a la seguridad que tienen de resfriarse en cuanto se hallen bajo la acción de una de ellas. Con frecuencia, me siento en medio de fuertes corrientes de aire y, durante las noches, duermo en una habitación que tiene una ventana a cada lado, de manera que descanso y me levanto, tanto en invierno como en verano, bajo la acción de la corriente de aire, que a veces, más que una corriente, es un vendaval. Y la verdad es que jamás me he resfriado por tal motivo, sin duda porque ni siquiera me preocupo por las corrientes de aire.

En cambio, no aconsejaré a nadie habituado a usar botas que prescinda de ellas, ni sugeriré que el que tenga miedo de las corrientes de aire comience a desafiarlas. Los hábitos y las creencias adquiridos a lo largo de toda una vida, así como sus efectos, no se pueden cambiar de la noche a la mañana.

Durante milenios, los más profundos pensadores han venido sosteniendo que el hombre, solo con la energía de su mente, puede dar forma a los acontecimientos y dominar la materia. Cuanto más profundices en el principio de esta ciencia, mejor comprenderás los sorprendentes poderes de tu propia mente.

Sir Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, miembro durante muchos años de la Sociedad Británica de Investigaciones Físicas, proclamaba la existencia de un poder destructivo o constructivo proveniente del pensamiento humano, solo equiparable a “la fe que mueve montañas”. Él decía que, aun cuando sus resultados y consecuencias eran concluyentes, no tenía la menor idea de cómo actuaba ese poder procedente de la mente del hombre, capaz de separar las moléculas de un objeto sólido sobre el cual se concentrara su acción. Supongo que los materialistas recalcitrantes se sonreirán al leer esto. Pero conviene meditar sobre lo que hace el radar y la manera como las ondas de radio atraviesan los muros de madera, ladrillo, piedra, acero y de otros cuerpos llamados sólidos. Si las ondas del pensamiento, o lo que fueren, son capaces de lograr oscilaciones de mayor frecuencia, ¿por qué no habrán de poder afectar a las moléculas de los objetos sólidos?

Hay muchos jugadores profesionales que sostienen que una fuerte influencia mental logra atraer la llamada suerte en los juegos de azar, tales como en las cartas e incluso en la ruleta. Quien esto escribe conoce a un hombre que gana siempre los mejores premios en los juegos de las ferias. Cierta vez le pregunté la causa de su extraordinaria habilidad y me respondió:

 

Es muy sencillo. Nunca me acerco salvo cuando estoy absolutamente convencido de que voy a ganar. He observado que, si tengo la menor duda sobre el resultado, no gano. En cambio, no recuerdo un solo caso en el que me haya acercado con la seguridad de ganar y no me haya llevado los mejores premios.

En la Universidad de Duke, el doctor J.B. Rhine y sus colaboradores han demostrado que la psicoquinesis, nombre con que se designa el poder de la mente para influenciar objetos materiales, es más que una teoría idílica. Dados (sí, los dados que se usan en los juegos de mesa) fueron lanzados con un aparato mecánico, eliminando así toda posibilidad de que se sospechara en quien los lanzase cualquier habilidad o trampa. Desde el año de 1934, cuando se empezaron a efectuar reiteradamente tales experimentos, se han lanzado los dados millones de veces. Pues bien, los resultados fueron tales que el doctor Rhine declaró que “no cabe otra explicación sino que las personas pueden influir sobre los dados haciendo que salgan determinadas combinaciones de números sin tener el menor contacto físico con ellos”. Varias personas situadas a considerable distancia del aparato lanzador de dados se concentraban mentalmente deseando que saliera una determinada combinación de números, consiguiéndolo de un modo casi invariable. En la mayor parte de estos experimentos, los éxitos logrados por la psicoquinesis desmintieron incluso los axiomas matemáticos sobre los cálculos de probabilidades, logrando la aparición de determinadas combinaciones de números, pese a que las probabilidades, ante su reiterada y sucesiva aparición, eran de una contra varios millones.

Medita sobre esto unos instantes y te darás cuenta de lo que significa. Tales experimentos te darán alguna idea sobre lo que significan frases tales como: “El pensamiento crea según su especie”; “el pensamiento es correlativo a sus objetivos”; y “el pensamiento atrae las cosas hacia las cuales se dirige”; y así otras similares que venimos oyendo desde hace muchos años. Recuerda las palabras de Job: “Y las cosas que yo más temía se derrumbaban sobre mí”. Nuestros pensamientos temerosos son tan creadores y tienen tanto poder magnético para atraer las dificultades como los pensamientos positivos y constructivos lo tienen para provocar las cosas positivas. De modo que, según el condicionamiento de nuestros pensamientos, creamos los hechos, buenos o malos. Y cuando estos se arraigan profundamente en la conciencia de un hombre, ejercen una formidable influencia sobre su vida.

Sin embargo, sostengo la teoría de que, aun cuando los pensamientos creen y ejerzan un control que va más allá de todos los límites reconocidos por el hombre, este poder creador y de control es proporcional a la intensidad y cualidad con las que son emitidos, es decir, a la energía de la conmoción que produce en plano vibratorio. En otras palabras, es comparable a la longitud de la onda y a la potencia en vatios de una emisora de radio; los pensamientos tendrán un poder creador y de control en la proyección exacta de su inflexibilidad, intensidad y fuerza.

Aunque se han tratado de dar muchas explicaciones, nadie sabe si el pensamiento es generador de una especie de poderoso y sutil fluido eléctrico o algo similar indefinible por ahora. Pero como he realizado experimentos en el área de la electricidad conocida como “alta frecuencia” (en la cual exploró el gran genio de la electricidad Nicola Tesla), siempre que reflexiono sobre el pensamiento y sus radiaciones y vibraciones no puedo dejar de relacionarlo con el funcionamiento de la electricidad y sus fenómenos. De este modo, sus leyes se tornan más comprensibles para mí.

No soy el único que sustenta este enunciado, ya que los hombres de ciencia han perfeccionado instrumentos que siguen las oscilaciones de las vibraciones emanadas del cerebro humano. Estos instrumentos, por el momento, se emplean para averiguar la salud mental de las personas. Sin embargo, los investigadores confirman que, por medio de estos, se logran analizar los reflejos de las emociones, de los sueños y hasta de las enfermedades desconocidas que eran imposibles de diagnosticar hasta hace poco.

En 1944, el doctor H.S. Burr y sus colaboradores de la Universidad de Yale, después de experimentar por espacio de doce años, llegaron a la conclusión de que todas las cosas están rodeadas por el aura de su propia electricidad, y que la vida de todos los seres está relacionada eléctricamente con todos los sucesos del universo. Por espacio de muchos años, los místicos, los ocultistas y los metafísicos han venido sosteniendo que cada persona tiene un aura, y en un número de casos indeterminados, tales auras se han visto de manera incontrovertible. Sin embargo, nunca, hasta que se dieron a la publicidad los resultados de la Universidad de Yale, había hallado explicación alguna que me permitiera relacionarlos con los fenómenos eléctricos.

Hermes Trismegistus y los antiguos filósofos herméticos y esotéricos explicaban la teoría de la vibración. Pitágoras, el gran filósofo y geómetra que vivió en el siglo VI antes de Cristo, sostenía que todo cuanto existe tiene una vibración. Esto constituye la esencia misma de nuestras teorías de la ciencia electrónica en la actualidad, acerca de que toda materia está constituida por electrones (negativos) y protones (positivos), es decir, de partículas o cargas eléctricas que constantemente accionan y reaccionan recíprocamente. A falta de un término más adecuado, empleo las palabras “vibración” y “oscilación” y, cuando cambia la “frecuencia vibratoria” de las partículas eléctricas, cambia también la estructura del objeto material. La diferencia que existe en las materias que denominamos sólidas y líquidas se halla en la frecuencia vibratoria de los electrones y los protones. Con esta teoría obtenemos la más probable explicación de las energías que utilizaban los alquimistas de la antigüedad, que sostenían que era posible transmutar elementos inferiores en superiores, transformando el hierro y el plomo en plata y en oro. Ellos sostenían también que era posible curar cualquier enfermedad mediante el empleo de las mismas energías. Rutherford, un gran físico inglés famoso por sus investigaciones sobre la radiactividad, ha proyectado alguna luz sobre esta teoría de la transmutación de los elementos en relación con la teoría de la vibración eléctrica y electrónica.

Cuando comprendemos que a nuestro sistema nervioso solo se le estimula mediante las vibraciones, es decir, que nuestros cinco sentidos conocidos y definidos como la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto actúan debido a las vibraciones que ellos perciben de los producidos por los objetos de la naturaleza exterior, estamos en mejores condiciones de comprender la naturaleza de tales vibraciones. Por ejemplo, cuando oímos un gran ruido, este nos llega bajo la forma de vibraciones sonoras. Vemos una hoja verde, cuyo aspecto es perceptible por las vibraciones que de su color registran nuestros ojos para transmitirlas a nuestro cerebro. Y, sin embargo, hay numerosas vibraciones de tan elevada intensidad y frecuencia que nuestros cinco sentidos no logran percibirlas. Por ejemplo, hay un silbato para perros tan agudo que solamente es captado por el aparato auditivo de los perros.

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