La magia de creer

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Al explicar esta ciencia, no ignoro que el tema ya ha sido examinado desde muchos ángulos que van desde el enfoque religioso al metafísico, pero también sé que hay muchas personas que evitan todo lo que sea religioso o metafísico, o que pertenezca al ocultismo. Por consiguiente, hago la exposición en el lenguaje de un hombre de negocios que está convencido de que, pensando con sinceridad y escribiendo clara y sencillamente, se puede transmitir cualquier mensaje.

Seguro han escuchado decir que, cuando se está convencido de poder hacer una cosa, se consigue hacerla. Un viejo proverbio latino dice: “Cree que lo tienes y lo tendrás”. La convicción es la fuerza motora que permite a cualquiera alcanzar sus metas. Si alguien está enfermo y sus pensamientos o creencias logran inducirle a la convicción de que se va a curar, empezará a atraer todas las probabilidades de sanar a su favor. Es la propia convicción o la confianza fundamental la que hace efectivos todos los resultados materiales. Desde luego, hablo de cosas factibles en las personas normales, mentalmente equilibradas. No quiero decir que un paralítico de repente pueda destacarse jugando al fútbol o que una persona sin estudios pueda ganar milagrosamente el premio Nobel de Física, porque todas las probabilidades están en su contra. Sin embargo, incluso tales casos pueden suceder, pues es factible que se produzcan curas asombrosas y cambios sorprendentes. Creo firmemente que, cuanto más aprendamos sobre la ciencia del poder del pensamiento, así mismo seremos testigos de muchas de las curaciones que hoy parecen imposibles a los médicos y a la ciencia ortodoxa. Finalmente, nadie debe sentirse desanimado por nada, ya que en esta vida todo puede suceder y la fe y la esperanza actúan como los factores más positivos para que se produzcan los milagros.

El doctor Alexander Cannon, un distinguido médico y hombre de ciencia británico, cuyos libros sobre el pensamiento han suscitado grandes polémicas en todo el mundo, afirma que, a pesar de que hoy el hombre al cual se le amputa una pierna no logra hacer que le crezca otra (como les sucede a los cangrejos cuando pierden una de sus patas), podría conseguirlo si la mente humana no rechazara sistemáticamente tal posibilidad. Dicho eminente hombre de ciencia sostiene que, si en las capas más profundas del subconsciente se consigue cambiar el modo de pensar, el hombre podrá hacerse crecer una nueva pierna con la misma facilidad con la que lo consiguen los cangrejos. Sé que tal declaración podrá parecer absurda y hasta increíble, pero ¿cómo podemos estar seguros de que no ocurrirá así algún día?

Con frecuencia, ceno con un grupo de amigos, la mayor parte de ellos especialistas en diversas ramas de la clínica y la cirugía, y me consta que, si yo les expusiera muchas de mis ideas, algunos sugerirían que se me hiciera un riguroso examen por parte de varios médicos psiquiatras para confirmar si estoy en mis cabales. Sin embargo, he podido advertir que algunos de ellos, especialmente los más jóvenes recién salidos de nuestras mejores facultades, ya no cierran los ojos y los oídos a estos argumentos relativos a la parte vital que juega el pensamiento, no solo para provocar determinadas enfermedades y trastornos orgánicos, sino también en la curación de estos.

Pocas semanas antes de escribir este libro, un vecino mío vino a explicarme cómo le habían desaparecido sus verrugas. Estaba internado en un hospital y había salido al corredor en donde se encontró con otro convaleciente que estaba charlando con un amigo. Este le decía al otro: “¿De manera que quiere librarse de las verrugas que tiene en las manos? Bueno, pues déjeme que las cuente y enseguida desaparecerán”. Mi vecino me contó que se quedó mirando al desconocido durante unos momentos y que luego le dijo: “Puesto que está en eso, ¿no quisiera contar también mis verrugas?”. El hombre accedió y mi vecino se olvidó del asunto hasta que, al día siguiente, al mirarse las manos, advirtió que las verrugas habían desaparecido.

Yo referí esta historia a un grupo de doctores expertos en la cuestión, y uno de ellos, íntimo amigo mío, famoso especialista, vociferó diciendo: “¡Absurdo!”. No obstante, frente a él estaba sentado otro doctor, profesor de una facultad de medicina, quien vino en mi ayuda diciendo que había numerosos casos de curación de las verrugas por sugestión debidamente comprobados por la ciencia.

Aunque me sentí tentado a preguntar si alguno de ellos sabía que, en enero de 1945, la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia había creado la primera clínica de medicina psicoanalista y psicosomática del país, con el propósito de estudiar la mente subconsciente y las relaciones entre el espíritu y el cuerpo, guardé silencio, pues eran demasiado escépticos en conjunto para mantener una discusión frente a todos ellos. Con todo, estaba seguro de que muy pocos de ellos recordaban que, varios años atrás, las revistas informaron cómo Heim, un geólogo suizo, había logrado suprimir las verrugas por mera sugestión, citando asimismo el procedimiento del profesor Block, otro especialista suizo que empleaba efectivamente la psicología y la sugestión con el mismo propósito.

Con posterioridad a la mencionada conversación, han sido muy difundidos los hallazgos del doctor Frederick Kalz, notable autoridad médica canadiense, quien afirma rotundamente que la sugestión llega en algunos casos a curar verrugas de tipo infeccioso provocadas por virus. En un artículo publicado en el “Canadian Medical Association Journal”, en 1945, el doctor Kalz dice:

En todos los países del mundo se conocen ciertos procedimientos ‘mágicos’ para curar las verrugas... los cuales van desde cubrirlas con tela de araña hasta enterrar huevos en un cruce de caminos durante la luna llena. Todos esos procedimientos mágicos son eficaces si el paciente cree en ellos.

Al referirse al tratamiento de ciertas enfermedades de la piel, expresa: “Frecuentemente, he prescrito un ungüento para aplicarlo mientras se pronuncian ciertas palabras mágicas, cosa que no solo me ha dado resultado a mí, sino también a otros médicos, provocando rápidas curaciones”. Él destaca también que la sugestión opera en la terapia de los rayos X, que cura incluso cuando el especialista no le da energía al aparato. Los experimentos realizados con sesiones simuladas de rayos X permitieron confirmar esta observación. En los trabajos efectuados sobre el particular por el doctor Kalz hallamos ejemplos del poder mágico del pensamiento, el cual logra curar verrugas y enfermedades de la piel, entre otras, por la sola fuerza de la sugestión.

En otra ocasión, charlábamos mis amigos médicos y yo en torno al problema de la telepatía, y yo les dije que nuestros mejores eruditos y hombres de ciencia creían en ella, mencionando además el nombre del doctor Alexis Carrel, miembro emérito del Instituto Rockefeller. Carrel no solo creía en la telepatía, sino que afirmaba la existencia de pruebas científicas definitivas sobre la capacidad humana para transmitir su pensamiento a otros cerebros, incluso a grandes distancias.

“¡Oh! Carrel es simplemente un viejo víctima de la sensibilidad”, exclamó uno de los especialistas que tomaba parte en el debate. Sin embargo, él fue un médico ampliamente conocido en todos los Estados Unidos.

Lo miré con asombro, pues las ideas mencionadas fueron expuestas por Carrel en un libro notable, La incógnita del hombre, publicado en 1935, fecha en la que ya Carrel estaba considerado como uno de los hombres de ciencia e investigadores más destacados del mundo. No está de más recordar que recibió el Premio Nobel de la Paz por sus trabajos científicos.

No es que yo trate de formular críticas a los miembros de la profesión médica. Al contrario, sé que la mayoría de sus miembros generalmente son capacitados, competentes y facultativos de una amplia mentalidad. Un buen número de ellos son buenos amigos míos. Sin embargo, he relatado lo anterior para destacar el hecho de que algunos médicos, particularmente aquellos que restringen sus estudios al campo de alguna especialidad, se niegan a admitir cualquier cosa que no se halle comprendida en la formación que adquirieron en su juventud o en sus polarizados dogmas. Esta actitud no se halla solamente en médicos, pues hay incontables especialistas de otras actividades, sin excluir a los hombres de negocios, que saben muy poco acerca de las ciencias que no estén relacionadas con su esfera de acción, y cuyas mentes se resisten a admitir cualquier conocimiento que esté por fuera del marco de su limitado entendimiento. Muchas veces he ofrecido libros de selectos conocimientos a muchas personas de las que he obtenido una respuesta casi invariable después de informarles sobre su excelente contenido: que no les interesa.

Esa es la paradoja. Muchas personas aparentemente cultivadas intelectualmente condenan las ideas sobre el gran poder del pensamiento y no harán el menor esfuerzo para informarse sobre esta materia. Y, sin embargo, todas ellas han hecho y hacen un uso subconsciente de dicha facultad. Por otra parte, hay mucha gente que solo cree lo que desea creer o aquellas cosas que encajan dentro de su restringido esquema, y rechazan todo lo que parezca oponerse a sus conceptos. Casi todos los grandes hombres cuyas ideas dieron origen al desarrollo de la civilización en la que hoy vivimos fueron perseguidos, atacados e incluso crucificados por quienes ignoraban sus respectivas épocas. Mientras escribo este libro, tengo presentes las palabras de Marie Corelli, la novelista inglesa que alcanzó fama en el siglo XIX:

La mera idea de que cualquier criatura (humana) pueda ser lo bastante afortunada para lograr determinada superioridad sobre los demás, pese a la indolencia e indiferencia generales, basta para excitar la envidia de los mediocres o la cólera de los ignorantes... Es imposible que los mediocres y los ignorantes logren penetrar o comprender la naturaleza místico-espiritual del mundo que los rodea, por lo cual todas las enseñanzas de los principios sobre la naturaleza espiritual del universo serán un libro cerrado para ellos; libro, además, que muy rara vez se atreven a abrir ni a leer. Por esa razón, los sabios han ocultado la mayor parte de sus profundos conocimientos al público, porque con justeza reconocieron en este las limitaciones de sus estrechas mentalidades y los absurdos conceptos de sus prejuicios... El necio suele reírse de lo que no logra comprender, creyendo ingenuamente que, con su burla, demuestra alguna superioridad, en lugar de advertir que con ella solo descubre su insolente estupidez.

 

Sin embargo, en la actualidad hay grandes investigadores y pensadores de talla mundial que discuten libremente sus estudios y los resultados de sus experiencias sobre estos temas. Charles P. Steinmetz, prestigioso ingeniero de la compañía General Electric, declaró poco antes de morir: “Los progresos más importantes que se harán en los próximos cincuenta años serán los relativos al mundo del espíritu y del pensamiento”. Y el doctor Robert Gault, profesor de Psicología de la Northwestern University, formuló no hace mucho el siguiente enunciado: “Nos hallamos a punto de traspasar con nuestros conocimientos el umbral de los latentes poderes psíquicos del hombre”.

Mucho se ha escrito y dicho sobre las fuerzas espirituales, los poderes desconocidos del ocultismo, la metafísica, la física mental, la psicología, la magia y temas afines que hacen pensar a muchos estudiosos que pertenecemos al reino de lo sobrenatural. Tal vez sea cierto eso, pero mi teoría personal es que la única explicación sobre todos estos poderes queda supeditada al siguiente principio: que solamente la fe, las creencias o las convicciones convierten estos poderes en realidades.

Durante los muchos años que llevo dando conferencias en clubes, organizaciones comerciales y ante los micrófonos de la radio para instruir a millares de personas sobre esta ciencia, he sido testigo de innumerables resultados que pueden considerarse fenómenos maravillosos.

Y como ya lo dije anteriormente, muchas personas que han aplicado esta poderosa facultad en sus negocios duplicaron, triplicaron o multiplicaron sus ingresos. He sido testigo de algunos que han logrado grandes fortunas. Mis archivos están llenos de cartas de personas de todas las clases y posiciones dando testimonio de que han recurrido a esta ciencia y han obtenido notables éxitos.

Por ejemplo, puedo citar a Ashley C. Dixon, cuyo nombre es conocido por millares de radioescuchas, quien hace algunos años me escribió espontáneamente para decirme que mi procedimiento le había permitido ganar más de cien mil dólares. Me dijo que había estudiado la cuestión de una manera académica, pero que jamás había llegado a creer hasta que tuvo los cuarenta y tres años, cuando, solo con sesenta y cinco dólares como único patrimonio (sin empleo ni perspectivas de conseguir alguno), comenzó a demostrarse a sí mismo que dicha ciencia da resultados. El señor Dixon me ha autorizado para dar a conocer su carta, de la cual reproduzco los párrafos siguientes:

Entonces descubrí su libro T.N.T, que expone en forma comprensible y aplicable todo cuanto sabía anteriormente sobre el tema. Fue algo así como ver las cataratas del Niágara por primera vez. Uno sabe que existen, pero no confirma que conoce su magnitud hasta que las ve. Y así, su T.N.T me reveló con toda claridad las cosas que yo conocía y que incluso había utilizado. Era algo que yo podía leer y aplicar día tras día... ¿Cuánto me ha rendido esto en dólares y centavos? Es la pregunta normal del hombre de la calle. ¿Desea ver cifras en la columna de los beneficios? Bien, pues esta es la respuesta: Desde que tenía cuarenta y tres años en aquel momento en que me hallaba en la miseria y necesitando incluso conseguir alimentos para mi familia, he conseguido cien mil dólares. Vendí mi negocio que me costó cinco mil dólares —que me prestaron al comenzar— por treinta mil y ahora trabajo en otro que vale cincuenta mil. Es decir, cincuenta mil si quiero traspasarlo y mucho más si decido seguir en él. No es jactancia. Es una exposición fiel de lo que he logrado en los últimos diez años... Algo que no se puede lograr en un día ni en un mes, pero que se puede lograr.

En 1934, durante la fase más grave de la llamada depresión o crisis económica, el jefe del Better Business Bureau de una gran ciudad norteamericana se enteró de lo bien que les iban las cosas a las firmas y a las personas que seguían mis enseñanzas. Decidió informarse del asunto. Más adelante, me felicitó públicamente y me escribió la siguiente carta:

Mi afirmación de que sus enseñanzas han sido el factor determinante para estimular los negocios en esta empresa, de un modo superior a lo logrado antes por cualquier procedimiento, se basa en las declaraciones de los numerosos ejecutivos de la firma que las han empleado con éxito... Cuando me enteré por diversos testimonios de hombres de otras empresas de los resultados fenomenales que estaba usted obteniendo, me incliné a estudiar los hechos —que parecían demasiado prodigiosos para que fueran ciertos—; pero al hablar con los jefes de las empresas que utilizaban sus enseñanzas y con los vendedores que habían duplicado y triplicado sus ingresos, así como al escuchar los informes de quienes asistían a sus conferencias, advertí claramente que la impresionante y dinámica fuerza que se materializaba con esa teoría no es cosa que todos podamos comprender inmediatamente, pero las empresas y los individuos que sigan sus sugerencias pueden esperar con seguridad llegar a obtener resultados extraordinarios y sorprendentes. Usted ha demostrado plenamente lo dicho y, por consiguiente, debo felicitarlo por haber comunicado a los demás la gran importancia de lo descubierto por usted.

Desde entonces, el autor de esta carta ha alcanzado las máximas alturas en el mundo de los negocios, y recientemente me escribió otra carta relatándome otros casos presenciados por él, confirmando la eficacia de esta ciencia.

Cuando empecé a escribir este libro, decidí ponerme en contacto con empresas y personas que previamente me habían escrito certificándome los resultados extraordinarios obtenidos por medio de la ciencia de la convicción. Y, sin excepción, todos ellos me escribieron diciéndome que los progresos obtenidos desde entonces fueron aumentando a un ritmo creciente. Uno de ellos, Dorr Quayle, cuyo nombre es popular entre los veteranos de guerra norteamericanos, me escribió en 1937:

No fue cosa fácil al principio admitir totalmente sus ideas, pero mis circunstancias y mi estado físico me forzaron a analizarlas continuamente hasta que llegué a comprenderlas. Lo cual, en sí, ya era en cierto modo una ganancia. En febrero de 1924, me vi afectado por una parálisis de la cintura para abajo que me obligó a utilizar muletas para andar. Para un hombre como yo, que había desplegado gran actividad en el mundo de los negocios —director de banco—, aquella forzosa inactividad resultaba insoportable. En el orden económico, solo podía soportarla porque recibía una pensión de nuestro gobierno, ya que mi parálisis era consecuencia directa de los servicios prestados en campaña durante la Primera Guerra Mundial. Pero en 1933, los funcionarios del gobierno dejaron de considerarlo así y me fue suprimida la pensión. Así que tuve que pensar en ganarme la vida. Mi casa y las pocas propiedades que tenía estaban tan hipotecadas que prácticamente ya no me pertenecían. Las perspectivas no tenían nada de agradables, ni el futuro me ofrecía esperanzas de ninguna especie.

La necesidad me obligó a poner en práctica los principios tan brillantemente expuestos por usted. Y, al hacerlo, hallé la comprobación de su veracidad. Posiblemente me favoreció algo el hecho de que seguí el camino de mis actividades anteriores debido a que mi incapacidad física me impedía orientarme en otra dirección. Pero la persistencia da confianza y ahora sé que una actitud mental justa seguida por una acción consistente engendra el éxito. Yo todavía no he alcanzado el éxito que deseo lograr, pero eso no me preocupa, ya que en la actualidad vivo bien, he salvado mis propiedades y conozco la fórmula que conduce al éxito total. Cuando uno tiene bien arraigado ese conocimiento, todo temor desaparece y las cosas marchan a nuestro favor.

Cuando me encontré con el señor Quayle por primera vez, hacía poco había iniciado su nuevo negocio con un escritorio en el rincón de una plomería. En los años siguientes, fue para mí de gran satisfacción verle cambiar de lugar sucesivamente, pues sus asuntos prosperaban a saltos visibles. Hoy día, él ocupa toda la planta baja de un rascacielos y su establecimiento es el más importante en su género de toda una gran ciudad norteamericana. Comprendiendo que su historia y su éxito eran notables, le pedí permiso para dar a publicidad su carta anterior, a lo cual me respondió:

Por supuesto. Hágalo si considera que con ello ayuda a otros. Y, de paso, puede agregar que ahora ocupo un amplio local y que tengo veintidós empleados, y que voy a construir un edificio propio en uno de los lugares más céntricos de la ciudad. Tengo el más sincero deseo que todo el mundo conozca sus enseñanzas.

Cuando descubrí la ciencia de la que hablo, no tenía la más remota idea de escribir un libro. Mi primer pensamiento fue utilizarla en mi propio beneficio para salvar de la bancarrota a mi organización. Yo era entonces vicepresidente de un banco muy conocido. La crisis nos había aplastado y estábamos aproximándonos al desastre total. No sé si estuve inspirado o no, lo que sí puedo decir es que dicté el primer borrador de T.N.T en su totalidad en el escaso lapso de cinco horas, sin tener notas ni referencias de ninguna especie. Al mismo tiempo que se me ocurrió la idea del libro, comenzó a flotar en mi mente la expresión “conciencia cósmica”, pero en aquel entonces no significó nada para mí. Sólo después de haber publicado mi T.N.T. El poder está en tu mente y cuando el libro llegó a manos de una escritora que vivía en Nueva York, comprendí el significado de tal expresión. Ella me escribió lo siguiente:

Durante los últimos diez años he venido devorando esa filosofía —la esbozada en TNT— y gracias a ella pude instalarme en Nueva York, vender más trabajos a los editores, hacer dos viajes a Europa y comprarme zorros plateados. Todo ello después de haber estado durante muchos años como una empleada de treinta dólares por semana.

En la misma carta, me invitaba a que leyera el libro Conciencia cósmica, del doctor Richard Maurice Bucke, refiriéndome que en él figuraban brillantes relatos sobre experiencias de inspiración súbita. Lo leí y me quedé sorprendido al ver que lo que me había sucedido a mí al ocurrírseme escribir en cinco horas mi libro era un caso semejante a los muchos otros que relataba el autor. En el primer manuscrito, describí detalladamente mi inspiración, expresando que me sentí iluminado por la percepción e influencia de una “brillante luz blanca”, pero luego desistí de exponerlo así cuando, después de leerle el manuscrito a un íntimo amigo, me insistió para que cambiara la frase, diciéndome: “La gente no comprenderá de qué estás hablando ni qué significa esa ‘luz blanca’, e incluso es posible que algunos piensen que estás loco”. Por consiguiente, cambié la frase en cuestión; sin embargo, aquellos de mis lectores que sepan algo sobre la “iluminación cósmica” entenderán mi referencia a esa luz de que hablo, aun cuando, siguiendo el consejo de mi amigo, solo hice una obscura referencia a la misma en mi primer trabajo. De todos modos, siempre quedará en mi memoria esa extraordinaria experiencia por la que pasé en aquellos instantes que duró mi percepción de esa luz que, en un breve momento, me transmitió una mayor sabiduría y comprensión de lo que había logrado atesorar a lo largo de muchos años de lectura y estudio.

Fue en ese mismo instante cuando, con la claridad y velocidad de un relámpago, comprendí que mi empresa no marchaba al desastre por causas ni acontecimientos externos, sino exclusivamente debido a la actitud mental de sus integrantes y empleados. Todos nosotros estábamos sucumbiendo bajo el peso de nuestros temores y pensamientos pesimistas; temíamos que la depresión no solo debilitaba nuestros espíritus, sino que nos llevaba cuesta abajo hacia el desastre financiero. En realidad, éramos nosotros, con nuestro pesimismo e ideas de ruina, los que estábamos provocando el desastre. Se me ocurrió que todo lo que debía hacer para salvar la empresa y enfrentar con éxito la depresión era cambiar los pensamientos de todas las personas que trabajaban en nuestra organización. Puse entonces manos a la obra, y tal como escribió en el prólogo de mi obra Frank W. Camp, se obtuvieron “las más extraordinarias transformaciones tanto en los individuos como en la organización misma”.

 

Sé que algunas de mis afirmaciones pueden ser objeto de burla por parte de algunos psicólogos escépticos. Pero, de cualquier modo, hay actualmente en Norteamérica millares de personas que constituyen una prueba tangible y cotidiana de la eficacia de esta conciencia cósmica. En cuanto a ti, lector, el punto principal consiste en saber si te será o no útil, y para saberlo, el único medio que se te ofrece es hacer la prueba.

Al emplear esta ciencia que te ofrezco, con la seguridad absoluta de que te dará resultados, la emplees como la empleares, deseo repetirte una advertencia que ya formulé en mi primer trabajo: jamás la utilices para hacer daño, ni con malas intenciones o con propósitos perversos.

Desde el principio, la humanidad siempre pudo disponer en este mundo de dos fuerzas sutilmente en lucha: el bien y el mal. Ambas son extraordinariamente poderosas, y tienen sus respectivos ciclos y alcances. El principio básico que las activa es la energía procedente del poder mental. A veces, parece imponerse el mal; otras veces es el bien el que predomina. Este poder mental del que hablo ha construido imperios y también ha confirmado que puede concebir los medios para destruirlos. La historia registra innumerables referencias de tales hechos.

Si lees este libro de manera reflexiva, comprenderás que esta ciencia puede emplearse como una terrible fuerza destructora y también para alcanzar muy buenos objetivos, benéficos y constructivos. Es algo así como el uso de los elementos naturales. Algo similar, por ejemplo, al empleo del agua y del fuego, que figuran entre los más esenciales recursos de los que se sirve la humanidad. Son altamente beneficiosos, pero también pueden ser catastróficos, pues todo depende de que sean utilizados con buenas o malas intenciones.

Por consiguiente, ten mucho cuidado de no hacer un mal empleo de las energías mentales que tienes ni de la que vas a adquirir. No insistiré jamás lo suficiente sobre esto, porque si las utilizas con malos propósitos, pueden revertirse en un fatal búmeran que te destruya, así como han destruido a muchos otros en diferentes épocas de la historia. Y nadie crea ingenuamente que estas son palabras ociosas, pues se trata de una grave y solemne advertencia.