Ni una boda más

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Otro papel brillante cayó de la carpeta cuando Addie volteó la página. Emocionada señaló la imagen central.



–Es este. Un pastel como este, pero con margaritas.



–Y un pastel –la voz de Lexi salió a una octava que Ford creía que solo los perros podían oír. Cuando regresó a su propio asiento, Violet lucía un tanto perpleja, pero en su rostro se dibujó una sonrisa.



Lexi tomó a Addie del brazo y la arrastró hacia el mostrador de la pastelería y llamó a Maisy. Pasaron unos segundos silenciosos y luego Violet levantó su barbilla con orgullo.



–¿Ves?, ni estoy obsesionada ni soy una intensa. Hago milagros.



–Discúlpame –dijo impasible.



Violet se cruzó de brazos, con lo que se enfatizó su escote. Sin poder contenerse, sus dedos se crisparon ante la urgente necesidad de jalar la silla de la chica para acercarla hacia él. Quería preguntarle sobre esa ridícula carpeta y por qué no llevaba un anillo de compromiso.



–¿Por qué suenas tan sarcástico? –preguntó–. Sí, me conociste en un día de mierda…



–El más mierda, si mal no recuerdo. Sonaba como si no solo tuviera que ver con el incendio –en lugar de que la situación se calmara, acababa de despertar a la bestia.



Sus fosas nasales se ensancharon.



–Bien. Tienes razón, solo que preferiría que fingiéramos que lo del incendio nunca ocurrió.



–Me parece perfecto. Aunque no estoy seguro de poder decir lo mismo del horno.



Violet exhaló como si él hubiera consumido cada gramo de su paciencia. Cosa que casi lograba.



–El punto es que por lo general no soy así. Un manojo de nervios que crea un desastre a su paso. Incluso diría que soy relativamente sensata, en especial considerando todo lo que he pasado.



Con un gesto de la barbilla, Ford señaló hacia la carpeta.



–Supongo que la razón por la que te escondiste de mí esta mañana e hiciste ese comentario de dama de honor en recuperación es porque estás comprometida y ahora eres la estrella.



Por un instante, Violet no pudo cerrar la boca, luego parpadeó y sacudió la cabeza.



–No, no y no.



Ford sintió como sus pulmones se contraían con una extraña amalgama de alivio y aprehensión, como si encarara a un oso y no pudiera decidirse entre maravillarse ante su presencia o retroceder lentamente con las manos en alto.



Aunque su respuesta no fue nada directa, pasó por alto hablar de por qué se escondía y qué significado tenía su comentario anterior. ¿Se lo guardó a propósito para resultar exasperante? ¿Y por qué él no podía dejar de hurgar?



–¿Entonces por qué tienes toda tu boda planeada? –podía parecer autosabotaje, pero necesitaba conservar su ingenio. Desde que Violet se sentó con ellos, sus pensamientos estaban revueltos. Quería tentarla a acercarse y alejarla al mismo tiempo.



–Ay, no. Ni siquiera empieces. Te sientas ahí como un juez, pero apuesto a que tienes en tu casa una pila de revistas de vida salvaje o de autos, o cualquier otro pasatiempo de pueblerinos que te guste. Es lo mismo, solo que el mío está mejor organizado.



Con ese toque divertido era mucho más difícil cortar la charla. La gatita tenía garras y le gustó la forma como las había sacado.



–Suena como si quisieras que te invite a mi casa.



–Con lo grande que es tu ego, dudo que quede espacio para mí –Violet empezó a alejar su silla y él presionó con las palmas sus propios muslos para evitar pedirle que se quedara.



Si lo hiciera, también tendría que disculparse por ser un imbécil por lo de la carpeta y por la broma sobre iniciar un incendio. Pedir disculpas no era uno de sus muchos talentos, y cuanto más rápido huyera, más rápido podría apartarla de su cabeza.



–Gracias por recordarme por qué he renunciado a los hombres –murmuró Violet. Dio un paso para alejarse.



La puerta se abrió y sonó la campanilla. Violet soltó un gritito y cambió abruptamente de rumbo. Se lanzó hacia la mesa, saltó la silla y se dejó caer al suelo al lado de los lodosos Adidas de Ford.



–Mierda, mierda, mierda.



Ford pasó la mirada del alcalde Hurst y su esposa, Cheryl, a la chica que intentaba fundirse con su pierna.



–¿Hay algo en lo que pueda ayudarla, señorita?



–¡Shhh! Cállate –siseó.



–Bueno, si vas a ser así de mala… –se movió como si fuera a ponerse de pie.



–Espera –Violet se sujetó de su pierna y le clavó las uñas en los músculos de la pantorrilla mientras lo mantenía en su lugar–. Lo siento, ¿está bien? Aunque eres un gallito, no debí haberte dicho que te callaras.



–¿Nadie te ha dicho que tus disculpas son un tanto insuficientes?



Los Hursts caminaron hasta la caja registradora y Violet se escondió más. A gatas se arrastró hasta el otro lado.



Un enorme y ruidoso camión pasó por la calle principal. Le urgía una reparación a su escape, y el alcalde Hurst miró con dejadez por la gran ventana de la pastelería.



Como un koala, Violet se enroscó alrededor de la pierna de Ford y su cabeza rozó el interior de su muslo. Si llevaran más tiempo de conocerse y no hubiera la posibilidad de confundir una broma con una petición seria, Ford habría soltado un comentario inapropiado del tipo


“Ey, ya que estás ahí abajo…”.



La catalogó no solo como volátil y temperamental, sino que además tenía algunos tornillos sueltos.



¡Bien por sus instintos!, pero ¿qué hacer con el calor que recorría sus entrañas? Y no era la única parte de su ser que estaba despertando. Hacía mucho tiempo que una mujer no estaba tan cerca de…

Definitivamente, no pienses en eso o la situación se pondrá todavía más dura.



–No me mires así –gritó en un susurro Violet y Ford se preguntó si estaba dejando adivinar sus pensamientos perversos–. Me doy cuenta de que esto no ayuda exactamente a lo que decía sobre ser sensata, pero es una circunstancia atenuante.



–Mi amigo Tucker aprobaría tu jerga legal…. es abogado.



–Es el prometido de Addie, ¿verdad?



Ford asintió, sofocando el deseo de pasar sus dedos por los mechones de pelo sedoso que le cubrían la rodilla.



–¿Cuál es la circunstancia atenuante, entonces, Madam Foreman?



–Ja, ja –Violet inclinó la cabeza, intentando mirar bajo su muslo, aunque él dudaba que pudiera ver mucho más que sus pantalones deportivos–. Larry Hurst es mi padre biológico. Solo reconoce mi existencia cuando es absolutamente necesario y la última vez que vi a Cheryl, me dijo que estaba arruinando la boda de Maisy con mi dramatismo.



–¿Tú, dramática? ¡Nooooo! –el sarcasmo ya era el tono entre ellos, pero el rostro de Violet reflejaba dolor y Ford se arrepintió al instante de sus palabras. Si ella no le devolvía el golpe, le quitaría la diversión y él no tenía intenciones de cruzar al territorio de los sentimientos dolorosos–. También pareces enérgica en extremo. ¿Te gustaría ir a pasar el rato con algunos cachorros?



–¿Estás tratando de atraerme a tu oscura camioneta sin ventanas? –ese era el hilo conductor al que él quería aferrarse. Antes de que Ford pudiera responder, ella añadió–: ¿Sabes qué? Ni siquiera me importa. Cualquier cosa con tal de salir de aquí. Vámonos.














Capítulo 5



Ford imitó el sonido de un pájaro y Violet se congeló en su lugar, temiendo moverse o parpadear, incluso respirar.





Ya estuvo. Voy a tener que escalar al tipo y estrangularlo.





Pero claro, con eso delataría su presencia. Le había pedido que la sacara a escondidas de allí, y en lugar de eso el tipo hacía ruidos que llamarían la atención de los intrusos.



Sin embargo, Addie fue la única que volteó a verlos.



Ford hizo unas cuantas señales con la mano y de pronto la voz de Addie se volvió estridente. Empezó a hablar en voz alta sobre lo emocionada que estaba por la boda y de cómo el alcalde y su esposa estarían allí, ¿verdad?



Larry y Cheryl se concentraron en Addie, con lo que Ford aprovechó para ponerse de pie, de espaldas al mostrador. Luego tiró de Violet para que se pusiera delante de él. Su aliento cálido le rozó el lóbulo de la oreja y se le puso la piel de gallina.



–Camina conmigo ahora…



Con la punta de sus tenis le dio un golpecito en los talones y comenzaron a avanzar pegaditos con toda la sincronización que podía lograr dos personas que apenas se conocen. Los torpes pasos delataban que Ford se esforzaba por acompasar sus largas zancadas con los pasitos de la chica, pero en poco tiempo, salieron por la puerta de la pastelería.



El sonido de la campanilla la hizo acelerar el paso, alejándose del escaparate que asomaba a la calle.



–Gracias –habló por encima del hombro–. Eres un gran escudo.



–Encantado de ayudarte –Ford deslizó su mano hacia la baja espalda de Violet y sintió que le ardían las puntas de los dedos. La condujo hacia la enorme camioneta negra con grandes ruedas.



Violet arrastró los pies.



–Espera, ¿a dónde vamos?



–A entrenar a los cachorros –repuso, al tiempo que abría la puerta del pasajero–. Ese era el trato, ¿recuerdas?



–¿Trato? Más bien pienso que quieres sacar ventaja de mi desesperada situación.



–¿Por qué no pueden ser ambas cosas? Ahora, ¿puedes subir con tus pequeñas piernitas o necesitas un empujón?



A pesar de su

puff

… no-seas-absurdo, Violet no estaba segura de si conseguiría subirse. Se apoyó en el escalón de metal y se sujetó al asiento. Aunque le costó trabajo, no se atrevería a pedirle ayuda para subir a una camioneta que claramente sobrecompensaba algo.

 



El motor rugió como si también tuviera algo que demostrar. Y allí estaba ella, recorriendo la calle principal con un hombre que era poco más que un extraño. ¿Cómo se las arreglaba siempre para meterse en situaciones tan estrambóticas?



Si ese era su don, encontraría el recibo porque quería devolverlo.



–Entonces, ¿los Hursts son tus padres?



Negó con la cabeza. ¿Este tipo hablaba en serio? Ni siquiera debería de molestarse en fingir que no conocía la historia de la telenovela de su familia. Cada vez que visitaba Las Dudas, podía escuchar las murmuraciones. Notaba las miradas curiosas.



En este pueblo anormalmente pequeño, Violet era notoria por tratarse de un error. Su parecido físico era el recordatorio de una infidelidad. Así que no podía culpar a Cheryl por no ser su fan.



–Me sorprende que no hayas oído hablar de mí.



Ford hizo el cambio de velocidad para acelerar.



–¿Por qué? ¿Eres famosa?



–Más bien infame. Soy la hija bastarda de Larry Hurst. Algunas personas prefieren el término “hija del amor” para que no suene tan rudo, como si llamar resortera a una bomba contrarrestara su poder destructivo. Pero papá dejó bien en claro que de amor no tenía nada.



Durante años, escuchó muchas veces las discusiones entre Larry y Cheryl por las visitas pactadas en el acuerdo de custodia.





No significó nada.







Yo estaba muy borracho y ella estaba allí.







Si pudiera retractarme, lo haría.





En el interior de la cabina, Ford la miró entrecerrando los ojos.



–No presto mucha atención a los chismes de la ciudad.



–Vamos. ¿Nunca has oído hablar de mí, la hija que estropeó el perfecto matrimonio entre el amado alcalde y su bella esposa? –no había ayudado en nada que su mamá hubiera ocultado la existencia de la niña durante ocho años hasta que Violet insistió en buscar a su padre y conocerlo–. Cada verano, mis visitas agitaban el avispero y los susurros y las miradas eran inevitables.



Era una vieja historia, por eso no entendía por qué emergía ese dolor residual. Lo que comenzó como un sueño sobre el encuentro con su padre terminó como una pesadilla en la que varias vidas se arruinaron. Mamá solía consolarla: insistía en que su padre la amaba y que quería una relación con Violet, de ahí las visitas. Pero, con toda franqueza, cuando la chica estaba lejos de su hogar y su madrastra la miraba con tanto desdén, era difícil de creer.



Violet sospechaba que su papá había solicitado las visitas más por “hacer lo correcto” y no tanto porque quisiera una relación.



Ford viró hacia un camino de terracería.



–Ahora que lo mencionas, me suena conocido. Una de las muchas razones por las que ignoro los chismes es porque mi familia fue siempre blanco de ellos. Desde hace un siglo, los McGuire han sido las famosas manzanas podridas de Las Dudas. Pero a lo largo de los años he descubierto que no existen las supuestas familias perfectas. Todo el mundo enfrenta sus batallas, solamente que algunas personas son mejores que otras para ocultarlo.



Sorprendentemente sincero. Y atinado también.



La casa blanca que se alzaba frente a ellos tenía cortinas azules, un porche y un gran patio. Y tal como se lo había prometido…



–¡Perritos! –Violet se catapultó fuera de la camioneta y los pastores alemanes corrieron hacia la valla, asomando sus oscuras naricitas por entre los tablones.



Pyro saltó la valla como si nada. Ford se inclinó y le dio una palmadita en la cabeza.



–Hola, chico. ¿Cómo se portaron los enanos?



El perro respondió con un medio gimoteo, medio gruñido, como una niñera que respira aliviada tras una dura jornada.



Ford rascó el grueso pelo negro alrededor del cuello hasta que la lengua rosada del perro colgó y sus quejas se transformaron en jadeos.



–El mundo necesita más perros de búsqueda y rescate increíbles como tú, lo que significa que necesitamos entrenarlos. Podemos manejar eso, ¿no, chico?



Pyro dio un brinco, como si aceptara la misión y animó a su amo a que se diera prisa. Por un segundo, Violet sintió que algo se ablandaba en su interior. Ya que el tipo la había salvado de un encuentro incómodo, se permitió darse el gusto de sentir un par de segundos más esa sensación.



Sus dedos buscaron la cámara que colgaba alrededor de su cuello, pero no la encontró.



Era la primera vez en mucho tiempo que buscaba su cámara, deseosa de capturar el momento.



La magia se desvaneció. No podría ver y analizar después ese trozo de vida.



Ford le abrió la puerta y tres bolitas de pelo negras con café se abalanzaron sobre ella de inmediato, agitando las orejas al saltar.



Violet se tiró al suelo y dejó que se subieran a su regazo. Uno de los cachorros aprovechó la invitación y apoyó sus patas sobre su seno derecho para alcanzarla y lamerle la barbilla.



–Gracias, amiguito. ¿O eres niña? No estoy segura y no quiero avergonzarte levantándote la cola delante de todos.



Uno de los cachorros prefirió llamar su atención mordisqueando las agujetas de sus zapatos. Jaló y comenzó a tirar de su pie.



Una sombra bloqueó el sol, por lo que Violet alzo la mirada, más y más y más arriba.



–Son adorables –le dijo a Ford.



–Son indisciplinados.



El cachorro que al parecer adoraba el sabor de su maquillaje le siguió lamiendo el rostro. Violet pasó sus manos alrededor del cuerpo peludo, justo detrás de las patas delanteras, y lo levantó en el aire.



–¿Eres indisciplinado? ¿O solo te gusta hacerle pasar malos ratos?



El cachorro ladró.



–Estoy de acuerdo –repuso Violet–. Es superdivertido. Pero entonces Ford te empieza a insultar. No me digas que también te ha llamado obsesivo y demasiado dramático.



El perrito soltó otro ladrido chillón. Violet bufó y apuntó el hocico del cachorro hacia Ford.



–Dile que lo sientes –exigió.



Ford sacudió la cabeza, pero las comisuras de su boca temblaron con una sonrisa.



–Solo para aclarar, no te dije dramática. Lo di a entender usando el sarcasmo.



–Oh, perdóname.



Una risita se escapó al tiempo que Ford se inclinaba al nivel del cachorro. Acarició su peluda cabeza y luego sus ojos, decididamente más verdes que color avellana, se dirigieron a Violet.



–Veo que te gusta la diversión y los juegos, pero la razón por la que te engatusé es para que me ayudes con la parte del trabajo.



–Hmm. No lo mencionaste mientras me atraías hacia tu camioneta sin ventanas.



Ford alzó una ceja. Esa curva infame la tenía subyugada, contemplando cómo se convertía en súbdito del tipo. Era evidente que su sentido común se había ido de vacaciones.



–Te permito sentarte en la ventanilla en mi grande y malvada camioneta, pero que esto sea una lección para ti. Esto es lo que pasa cuando te dejas mimar por los cachorros.



Violet giró al cachorro y rozó su nariz contra el húmedo hocico.



–Bueno, si este es mi destino, que así sea.



El cachorro que le desató las agujetas ahora perseguía a un saltamontes y Violet lamentó no haberlo consentido cuando tuvo la ocasión.



–¿Cómo se llaman?



–Todavía no tienen nombres –repuso Ford, aún en cuclillas. Violet se preguntó si no le dolerían los muslos. Acto seguido se dio cuenta de que estaba examinando sus musculosas piernas y era algo que no debía hacer en absoluto porque… ¡rayos!



–Eso es muy triste.



–Te propongo un trato…



Violet suspiró, hondo y fuerte.



–Oh, no, no otro trato.



–Se llama

quid pro quo

.



–Debería haber pedido el

quo

, ¿o más bien el

quid

?, antes de aceptar la misión de rescate.



El tercer cachorro se dio la vuelta, así que Violet se recostó en la hierba y lo alcanzó. Lo colocó sobre su pecho, así que tenía a los tres perritos arrastrándose sobre ella. Pyro seguía con los ojos sus movimientos y los de los cachorros. Violet dio una palmadita en un sitio a su lado.



El perro se dejó caer junto a ella para poder también recibir caricias.



–Confía en mí –continuó Ford–. Es un trato que te va a encantar.



–Creo que cada vez que alguien empieza una frase con “confía en mí”, es un buen indicador de que debo correr. Hay una cosa llamada patrón masculino de falsedad y…



–Dios mío, mujer, ¿alguna vez dejas de parlotear? –preguntó al tiempo que se pellizcaba el puente de la nariz. Si no hubiera aderezado la frase con una sonrisa y un guiño, Violet se habría ido. Pero ahora quería escuchar la propuesta.



Apretando al cachorro más peludo contra su pecho, se sentó y se quitó el flequillo de la cara.



–¿Por qué no me haces esa propuesta que no podré rechazar y vemos? –hizo un gesto como si cerrara su boca con una cremallera.



–Si me apoyas con una hora de entrenamiento, dejo que me ayudes a ponerles nombre.



Lo mejor hubiera sido rechazar la oferta y volver a la pastelería, pero tal vez Larry y Cheryl seguirían allí, o cerca de allí. Sacó su teléfono y envió un mensaje a Maisy explicando por qué se había escabullido e informándole que estaba con Ford.



Le mostró la pantalla al chico.



–Ahí lo tienes. Ahora mi hermana sabe que estoy contigo, así que será mejor que te comportes.



Por supuesto, completó el mensaje con una rápida

selfie

 con los cachorros y añadió “porque hay perritos”. Además, también podría enviarla al chat de La Tripulación de las Damas de Honor.



–Muy bien, señor Bombero. Tenemos un trato.



Ford le tendió la mano y cuando ella colocó su palma en la suya, sintió un hormigueo en la piel.



–Trato hecho. Pero ¿quieres conocer la letra chiquita? No tengo intención de comportarme.



***



Para entrenar a los cachorros a encontrar un objeto o persona a través del aroma, había unos artefactos llamados almohadillas de olor. Según Ford, a medida que los perros mejoraban y se acostumbraban a rastrear, las almohadillas se colocaban cada vez más lejos.



Después de que Ford le diera un resumen de cómo funcionaban, dejaron en casa a un triste Pyro, porque no debía de participar en esta misión. A los cachorros les pusieron los arneses con sus largas correas y se dirigieron a la parte de atrás de la casa de Ford, enclavada en una zona boscosa y con un camino que conducía al lago.



–No quiero confundir a los cachorros con demasiados olores, así que deberíamos separarnos –Ford estudió a los tres peludos–. Pero ahora me pregunto cuál de los tres será más fácil que manejes.



Violet levantó al cachorro macho que había jugado con las agujetas de sus zapatos, y su corazón casi implosionó cuando el animal ladeó la cabecita y la miró.



–Quiero a este.



–Oh, no creo que puedas manejarlo. Tiene TDAH.



–¡Ay! Igual que yo –mucha gente bromeaba sobre el TDAH y nunca le había importado. Bueno, hasta que Benjamin puso los ojos en blanco y le preguntó si había tomado sus medicinas. Pero, a la vez, avisarles a las demás personas le ayudaba a sentirse mejor consigo misma porque no se sentía grosera si perdía el hilo de la conversación–. Es una combinación perfecta…

oh, ¡mira una ardilla!



A Ford se le escapó una carcajada que sorprendió a los dos cachorros a sus pies. La miraron a ella y luego a él, alzando sus peludas cejas color café.



–Dudo que dos distraídos sean una buena combinación.



–Oye, solo porque alguien se distraiga con facilidad no significa que no pueda hacer las cosas. –Violet apretó más al perrito y sintió que se derretía de amor–. Se lo vamos a demostrar, ¿verdad? –añadió con una entonación como la que se usa para hablar con los bebés.



Las cuatro patas del perrito se agitaron en el aire, como si estuviera dispuesto a demostrar que Ford se equivocaba.



–Ya quedó. Distracto está conmigo –lo bajó al suelo, acarició el suave pelo del perrito y tomó una almohadilla de aromas. Se dirigieron en dirección opuesta a Ford y al resto del equipo.



Apenas se alejaron lo suficiente como para que no pudiera ver a los demás, dejó que el pequeño olfateara la almohadilla.

 



La colocó a un par de metros, tal como Ford le había dicho, pero Distracto seguía… bueno, distraído. Rodeó un árbol escuálido e hizo pipí en él.



Un pájaro amarillo con negro aterrizó en el suelo y comenzó a dar saltitos, y Distracto remolcó a Violet lejos de la almohadilla.



Con el tirón le sacudió el hombro, por lo que tuvo que apresurar el ritmo para seguirle el paso.



–Amigo, vamos por el camino equivocado. Tenemos que volver.



El cachorro lo entendió, porque de inmediato cambió de dirección. Durante dos largos segundos.



Entonces el viento hizo temblar un arbusto. El cachorro le ladró, el sonido que emitía era tan insignificante y agudo que Violet a su vez dejó escapar un chillido, era demasiado adorable para ponerlo en palabras.



El cachorro atacó entonces la rama que se balanceaba y… perdió el interés. Después de eso, orinó en otro tocón.



A cada segundo, Violet se impacientaba más y pateó el suelo mientras esperaba que el cachorro terminara con su asunto.



–¿Qué te da de beber Ford? No entiendo como una vejiga tan pequeña como la tuya puede contener tanto líquido.



Distracto le respondió con un

guau

.



Violet agitó la almohadilla de olor en dirección a Distracto, así que, por supuesto, el perro se dirigió en la dirección opuesta.



–No, espera. Es por aquí.



Un insecto con una asquerosa cantidad de patas llamó la atención del perro, quien lo aplastó con su pata, lo que hizo estremecer a Violet. ¿Pero quién era ella para evitar que un insecto menos se arrastrara por el mundo?



Después de eso, vio una alfombra de follaje verde con flores miniatura color púrpura y entonces fue ella la que se distrajo y se acercó a mirar más de cerca.



–No, no te las comas –dijo, deteniendo al cachorro cuando intentó masticar los pétalos. En su lugar, mordió el dedo de Violet y ella dejó que la babeara para que no se comiera las plantas.





Esas flores se verían tan lindas en un ramo de novia. Como las flores de la ilusión pero en versión púrpura.





No es que necesitara más ideas. Era igual que con lo de buscar su cámara: algo natural. Planear una boda durante diez años producía ese efecto de catalogar cada objeto que pudiera añadir otro toque de perfección.



A lo largo de los años, sus gustos habían cambiado, pero por suerte tenía tiempo más que de sobra para actualizar su carpeta de la inutilidad.





Basta con ese tema.





Violet se incorporó y miró a su alrededor mientras Distracto tiraba de la correa de un lado a otro.



–Oye, ¿dónde quedó la almohadilla?



Tuvieron que ir en zigzag antes de encontrar su objetivo. Como temía que Distracto hubiera olvidado el olor, Violet lo dejó oler de nuevo y luego le dio uno de los premios para perros de su bolsillo.



–Encontrar esta almohadilla significa más premios. ¿Lo entiendes?



La reubicó a unos metros de distancia y empezaron de nuevo.



Y por “empezar de nuevo” se refería a otra ronda de saltamontes, brizna de hierba y mosca.



Finalmente, Violet se arrodilló sobre la mullida hierba y las rodillas de sus jeans se humedecieron.



–Escúchame. Si Ford se entera de que ni siquiera logramos llegar una sola vez a la almohadilla, esto no tendrá final –le dio una palmadita en la cabeza, luchando por no dejarse conquistar por sus grandes ojos cafés–. Te gusta estar conmigo, ¿verdad?



Distracto se sentó y se rascó la barbilla con la pata trasera. Apenas Violet se hizo cargo de rascarlo, se subió a su regazo y hundió la nariz en el hueco del codo de la chica.



–Ves, esto no ayuda.



Así como tampoco ayudaba que le hablara como si fuera un bebé.





Tengo que mostrarme firme.





Con suavidad, colocó al cachorro en el suelo. Sacó uno de los premios en forma de hueso y lo agitó delante de él. Luego, Violet se alejó despacio a un metro de distancia. Le ardían los muslos por estar en cuclillas, pero Distracto se dirigía de nuevo hacia la almohadilla.



La emoción se apoderó de ella y alejó sus pensamientos de la tensión de sus piernas.



–Buen trabajo, amigo. Ahora que hemos recuperado el terreno perdido, solo tenemos que hacer un par de metros.



Otro despiste. Entonces una mariposa apestosa tuvo que aparecer, revoloteando con sus alas amarillas mientras volaba bajo.



Distracto fue tras ella, pero Violet recogió la correa y lo detuvo en seco.



–Me estás matando, pequeñín.



Los ojitos tristes del cachorro la hicieron sentir como una tarada. Violet miró a su alrededor y al no encontrar rastro de Ford, puso a Distracto un metro más allá de donde habían empezado. Partió en dos uno de los premios en forma de hueso y lo acercó a su cara.



–Te dejaré comer eso, pero tienes que prometerme que harás lo de la almohadilla. Te daré el resto cuando lo hagas. ¿Trato hecho?



Como el cachorro colocó una pata sobre su pierna, tratando de arrebatarle el premio con desesperación, Violet lo movió de arriba abajo y él imitó el movimiento con el hocico. Aunque era una forma forzada de asentir, valía para sellar el acuerdo.



–Así está bien –Violet lo acercó a un metro de la almohadilla y le dio la primera mitad del hueso.



Pero antes de que pudiera hacer que el cachorro la siguiera, porque, desde luego, no lo estaba haciendo, se escuchó un fuerte carraspeo, seguido de un profundo: “¿Qué crees que estás haciendo?” que la hizo saltar.



Se dio la vuelta para encontrarse con Ford de pie, de brazos cruzados, acompañado por los otros dos cachorros sujetos por sus correas.



–Hola –el tono de su voz era muy alto, contenía un toque de culpabilidad que delataba que la había atrapado.



Ford meneó la cabeza.



–Oye, ¿en serio?



–Oh, ¿prefieres que sea más formal? Hola, Ford como sea que te apellides. Es un gusto encontrarte en el pantanoso bosque de Alabama. Hace tanto tiempo que no tengo el placer de tener compañía en mi paseo de mediodía.



Ford apretó los labios, obligándose a no sonreír, pero unas arrugas se dibujaron en las esquinas de sus ojos.



–Violet.



Cuando se acercó, se le secó la garganta.



–¿Mmm hmm?



–Te vi haciendo trampa. No puedes darle un premio hasta que encuentre la almohadilla.



–Teníamos un trato.



–Lo sé. Y tú lo rompiste.



–Me refería a Distracto y a mí –se volvió hacia el cachorro, como si él la respaldara. Él, a su vez, le ladró a un arbusto, levantó la pata y volvió a hacer pipí–. Mira, le dije que le daría la mitad de la recompensa ahora y que tendría el resto cuando encontrara la almohadilla.



Las puntas de los zapatos de Ford chocaron contra los suyos y su pulso se aceleró tanto que la dejó mareada.



–No se le da antes. Al parecer voy a tener que confiscar los premios y los repartiré cuando yo lo considere oportuno.



Violet escondió la mano detrás de la espalda, con los dos huesos restantes apretados en un puño.



–Está haciendo lo mejor que puede.



–No. Eres una encubridora –Ford extendió su palma abierta y le hizo un gesto para que le entregara los premios.



–No, yo… está bien, tal vez un poco, pero dame otra oportunidad.



Mientras la rodeaba para tratar de arrebatarle los premios de la mano, sus pechos chocaron entre sí. Violet alejó el brazo lo más posible. La tela crujió con el roce, sintió que un remolino le recorría el estómago y contuvo un escalofrío cuando las puntas de sus dedos callosos rozaron su brazo.



Cuando empezó a abrir los dedos uno a uno dejó escapar un chillido. El cachorro a sus pies ladró y se metió entre ellos.



Entonces Distracto los sorprendió a ambos con un gruñido.



Violet estaba asombrada y Ford quedó boquiabier

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