Ni una boda más

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–Todo el mundo comete errores, Vi. ¿Sabes cuántos pasteles he arruinado en mi pastelería? He probado tantas combinaciones raras que me han hecho desear no tener papilas gustativas. Pero después de cada decepción, dejo la masa y vuelvo a intentarlo. Así es como se me ocurrió mi tarta de tres moras y avellanas, famosa en esta zona. Y en caso de que no te acuerdes, yo te rogué que vinieras a visitarme.

La vehemencia de su media hermana sorprendió a Violet. En el pasado, había sentido como si Maisy, y en realidad todo el clan Hurst, siguiera un guion haciendo por ella solo lo “apropiado”.

–Bueno, haré todo lo que esté en mis manos para evitar causar más fiascos –repuso Violet–. Y si no vuelvo a ver un camión de bomberos, estoy del otro lado.

–¿Estás segura de eso? Entre tú y Ford parecía haber… –Maisy se inclinó hacia Violet–, ¿me atrevo a decir, chispas?

Violet cerró los ojos, como si eso la ayudara a retroceder en el tiempo y a borrar lo desastrosa que fue delante del tipo.

–Las únicas chispas eran las del horno, pero en serio ¿por qué él tiene que ser tan irresistiblemente sensual? ¿Y por qué tengo yo que ser tan sosa?

–Te veías… –Maisy hizo una mueca y le dio una palmadita en la rodilla a Violet–. Digamos que encantadoramente despeinada.

–Supongo que es bueno que haya renunciado a los hombres –repuso Violet después de gemir.

–Eso es lo que digo sobre el chocolate todos los días, pero como te darás cuenta mis caderas no son precisamente más estrechas –el brillo de alegría en la expresión de Maisy le produjo un destello de aprensión–. Sabía que te gustaban los chicos de pelo oscuro.

Negó con la cabeza y los cabellos aún húmedos tras la ducha le hicieron cosquillas en el cuello y en las mejillas.

–No… no es solo el pelo, ¿recuerdas? Claro, puedo reconocer que ciertos miembros de la especie masculina de pelo oscuro y piel clara no son del todo desagradables. Eso no cambia el hecho de que no son mi tipo.

–Mmm…

Isla comenzó a moverse y a inquietarse, y Violet la sentó y miró sus grandes ojos azules. Con dos dedos, formó un rizo con el mechón de pelo de su sobrina.

–En cambio, a ti te fascina el pelo oscuro y la piel de marfil. Ya lo creo –besó la mejilla regordeta de Isla–. Mua, mua, mua. ¿Estás lista para muchos abrazos y pellizcos en los cachetes? ¿Qué tal una fiesta nocturna donde bebemos mucha leche y nos quedamos dormidas en el sofá?

Isla abrió la boca como si tuviera una respuesta preparada. Hizo ruiditos y el corazón de Violet se derritió, junto con el estrés del día. Si hubiera seguido el primer borrador de su plan de vida, a estas alturas ya tendría uno, si no es que dos hijos. Pero cada vez que mencionaba la idea de un bebé, Benjamin salía con su famosa respuesta: “Seguro, algún día”.

Hoy en día, y con esta edad, no necesito un hombre para tener un bebé. Solo su esperma y puedo tenerlo sin tener citas, así que… ¡ja!

Naturalmente, ella querría un donador grande, fuerte y valiente. Algo así como Ford, el bombero arrojado, que sabía qué hacer y que fue amable con ella, a pesar de su actuación irracional.

Aunque dudaba mucho de que esa clase de hombre frecuentara los bancos de esperma. Pero antes de que terminara trazando un plan con puntos a seguir y una carpeta llena de posibles nombres, artículos para bebés y cuartos de ensueño, supuso que debía poner su vida, es decir, su carrera, en orden.

Primero, rellenaré mi pozo de la creatividad ayudando a Maisy con la decoración de la pastelería, ya luego veré dónde estoy y haré un plan a partir de ahí.

Violet puso a su sobrina contra su hombro y se acurrucó cerca de ella, y en ese momento, su vida no le pareció un caos. Era culpable de apilar una cosa mala sobre otra hasta sentir que el peso aplastaba su espíritu.

Que la hubieran arrestado precisamente cuando estaba en su punto más bajo no había ayudado, pero era otro hito en el espejo retrovisor que esperaba dejar atrás.

Maisy apoyó su codo en el respaldo del sofá y luego las lágrimas le llenaron los ojos.

–Me lo perdí, Vi. Podríamos habernos divertido mucho juntas cuando te quedabas con nosotros durante los veranos, pero estaba tan enfadada de que mi padre engañara a mi madre y que no pudiéramos seguir adelante porque…

–Por mi culpa –terminó Violet, con la voz entrecortada–. Me temo que fui una niña egoísta y horrible. Yo siempre quise una hermana y luego tuve una y, en lugar de abrazarte, mantuve mi distancia.

Como niñas había sido difícil no comparar. Maisy tenía una nariz pequeña y respingada, preciosos ojos azules y cejas delicadas que no necesitaban ser domadas todo el tiempo. Tenía el amor de papá a raudales y Violet recordaba haberse preguntado cómo sería tener un padre de tiempo completo que se enorgullecía de ella durante la cena, como hacía papá con Maisy y con su hijo, Mason.

–Está bien.

–No, no está bien. Ahora que Travis no está, nuestras llamadas son la única razón por la que no he perdido la cabeza. Me encanta Isla, pero el resto de mi familia como siempre está ocupada y extraño la conversación adulta. No puedo decirte lo contenta que estoy de tenerte aquí –apartó la lágrima que rodó por su mejilla–. Me gustaría intentar recuperar el tiempo perdido y darnos la oportunidad de ser hermanas conforme a la definición más clásica.

Violet sintió un nudo en la garganta.

–Para ser honesta, también me he sentido sola. Me encantaría robarte tus Barbies y tomar prestada tu ropa sin preguntarte y… cualquier otra cosa que hagan las hermanas.

Maisy se rio y abrazó con suavidad a Violet, incluyendo a Isla en el abrazo grupal.

–Gracias por estar aquí.

Aunque Violet quería señalar que solo había traído calamidades a su vida, decidió que este no era el momento para el autodesprecio. A pesar de que le ponían los nervios de punta los incómodos encontronazos entre su padre y su esposa, Violet se concentró en el afecto que la invadía y que curaba lentamente viejas heridas.

Era agradable sentir que tenía una hermana, no solo porque compartían el mismo ADN, sino por elección. Lo que hizo que el título de media hermana saliera sobrando.

Una hermana y una sobrina, un lugar donde estar y una pastelería que decorar.

El sentido de propósito, que desde hacía tiempo la eludía, la llenó de ánimo y le inyectó una muy necesaria dosis de optimismo, sin caer en “ser positiva”. Tal vez un día, en un futuro no muy lejano, podría arreglárselas para por fin poder dejar el pasado en donde pertenecía.


Capítulo 3

Mientras le daban la vuelta al Lago Jocassee, Ford se tropezó con la maraña de correas. Su padre solía decir que un perro era de mucha ayuda, dos perros eran la mitad y tres perros no eran más que problemas.

Solía no estar de acuerdo, pero esta mañana, podía ver más o menos lo que su papá quería decir.

Por supuesto, su padre también aplicaba la misma teoría para Ford y sus dos hermanos. Papá les asignaba tareas separadas y convertía todo en una competencia. En lugar de trabajar juntos, los chicos competían para ver quién se ganaba los elogios de papá.

El pasado inundó sus pulmones y su respiración se volvió demasiado superficial como para contrarrestar el esfuerzo que hacía.

La perspectiva de la supervivencia del más apto había hecho que sus relaciones terminaran siendo tóxicas: en lugar de impulsar a los hermanos a ser mejores, los había orillado a jaloneos entre ellos. Y por ese motivo Ford se negaba a usar ese método.

No ayudaba que los arneses de los cachorros tuvieran correas de seis metros de largo. El primer paso en el entrenamiento de búsqueda y rescate requería una longitud mayor. Una vez que se acostumbraban a los arneses, Ford usaba una almohadilla de olor y los recompensaba hasta que pudieran oler a larga distancia sin distraerse.

Pyro miró a los cachorros, su exasperación era evidente. Llegado el momento de trabajar, tenía un estilo igual al de Ford.

Ford se divertía y eso ayudaba a diluir las vibras negativas que surgían cuando pensaba en su familia y aminoró la marcha lo suficiente para inclinarse y acariciar a Pyro en el costado.

–Son jóvenes todavía. Una vez que los entrenemos, estos ejercicios saldrán mejor.

Pyro alzó las cejas y después soltó algo parecido a la versión perruna de un suspiro.

Ford sintió que lo invadía una ola de cariño, le ajustó el bozal y el perro puso los ojos en blanco.

–¿Te estás poniendo viejo y gruñón conmigo, muchacho? Pronto estarás ladrándoles a los niños para que salgan de nuestro jardín.

En respuesta, Pyro ladró y echó a correr, como si estuviera decidido a demostrar que todavía tenía la misma energía y fuerza que los más jóvenes.

Los cachorros echaron a correr tras él, intentando igualar las largas y rápidas zancadas de Pyro.

Las fibras de las cuerdas rozaban la palma de la mano de Ford conforme los perros se entrecruzaban y sus rodillas crujieron cuando se enderezó y retomó el paso. La hembra de la camada era la más concentrada y su hermano mayor era el de máxima resistencia.

Mientras tanto, el cachorro con la cara más oscura y el temperamento más animado se distraía con cada brizna de hierba y con las ondas en el agua. Vagaba cerca de la orilla y sus patas llenas de lodo eran un desastre.

 

–Vamos –dijo Ford, con una nota severa en la voz y dando un suave tironcito. Esta semana, gracias a los bribones caninos, sus tiempos de correr habían bajado y eran una mierda. Sí, seguro es por eso. Bien pensado.

Aunque lo negara, cuando los cachorros lo miraban con sus enormes ojos dorados, se convertía en un gran tonto. Una sensación de ternura lo invadía y tenía que recordarse a sí mismo que era un trabajo y que no podía simplemente ponerse a jugar con los perritos.

Nada de contacto visual. Debes. Permanecer. Firme.

Finalmente, él y su tropa peluda lograron un ritmo decente.

Pero entonces el cachorro distraído alzó las orejas.

–No, por favor –alcanzó a decir, a pesar de que el animalito ya estaba girando en dirección del lago.

La inercia del cachorro lo impulsó hacia adelante y tropezó con la rama que sus hermanos habían esquivado con facilidad.

Cayó y se deslizó de hocico por el lodo. Pataleaba con las patas traseras intentando detenerse.

Ford sacudió la cabeza, rio y enderezó al cachorro.

–Amigo, te caíste. Eso requiere cierta recalibración, pero primero tienes que volver a poner las patas debajo de ti. ¿No es mejor así?

El cachorro le lamió el brazo y dejó un rastro pegajoso antes de echar a correr tras sus hermanos. Su ladrido quejumbroso parecía decir ¿Cómo se atreven a dejarme atrás?

Cuando regresaron a la camioneta, Ford revisó el reloj del tablero.

Debido al incendio y al retraso de la sesión de entrenamiento, no había tenido tiempo de ducharse o cambiarse para la noche de póquer. Menos mal que sus compañeros lo aguantaban, limpio o no.

También sería la oportunidad perfecta para socializar a los cachorros con la gente y con Flash, el perro de Tucker. Con la mente despejada, Ford condujo la corta distancia hasta la casa flotante y se estacionó junto a la fila de camionetas.

–¿Se van a portar bien? –les preguntó a los cachorros.

El cachorro con TDAH de inmediato mordió la oreja de su hermana, así que no. Como para entrar a la casa flotante era necesario recorrer una pasarela de madera, Ford levantó a las tres bolas de pelo y las llevó al interior, seguido por Pyro.

A pesar de que apenas había espacio para dos personas y un perro, y no para un grupo de tipos con perros, los chicos los recibieron con gusto.

–Espero que no les importe –dijo al tiempo que deslizaba la puerta corrediza de la cubierta. Dejó afuera a los cuatro pastores alemanes. Por suerte, Tucker había puesto una barandilla a prueba de cachorros para su labrador blanco, que ya casi era un perro adulto.

Flash saludó a los recién llegados con un ladrido de emoción. En apariencia y en personalidad, él y Pyro eran polos opuestos, pero se llevaban bien.

Pyro ya tiene a quien ponerle los ojos en blanco.

Después de asegurarse de que no había ninguna agresión con los nuevos cachorros, Ford cerró la puerta de cristal y dejó abierta apenas una rendija. Luego caminó por el estrecho pasillo que separaba la cocina de la sala de estar y se instaló en su lugar habitual en la mesa circular.

Addie repartió y, una vez que Ford miró sus cartas, se acercó a ella para tomar la bolsa de Doritos y una botella de cerveza.

–Qué asco, Ford –dijo Addie, apartándose–. Apestas.

Él la rodeó con el brazo y metió su cara debajo de su axila. La bolsa de papitas crujió entre ellos.

–Tal vez has estado con Crawford demasiado tiempo como para recordar cómo huele un hombre de verdad.

Con expresión divertida, Addie le estampó un buen puñetazo contra sus sólidos oblicuos.

–Número uno, un hombre de verdad se ducha. Y número dos, gracias a esa apuesta sobre quién podía cruzar más rápido la piscina del centro comunitario, y a que decidiste hacerlo en ropa interior porque según tú era más aerodinámico y, con todo y todo, yo gané, ya sé lo que tienes –se encogió de hombros–. Eh… y no estoy impresionada.

Vaya, tenía que recordar eso.

–¡Teníamos diez años! Eso fue antes de alcanzar la pubertad y, créeme, esa etapa fue generosa –Ford se enderezó y comenzó a deshacer en broma el nudo del cordón de sus shorts de baloncesto–. Te lo voy a demostrar.

Tucker puso su mano en el antebrazo de Ford.

–¿Qué te parece si evito que te demanden?

–Cómo si me fuera a demandar –murmuró Ford–. Si realmente se lo enseñara, Murph enterraría mi cuerpo en una fosa y nunca nadie más me encontraría.

–Es verdad –repusieron a la vez Easton y Shep, y Addie sonrió como si fuera el mejor cumplido que había recibido.

–Ayyy, gracias, chicos. Yo también los quiero.

Comenzaron la primera ronda de póquer y, después de tomar un trago de cerveza, Ford giró el cuello y se olió la axila. No olía tan mal. Solo a desodorante usado y una saludable dosis de humo.

–Escuché que hubo un incendio en la Pastelería Maisy hoy –dijo Shep, probablemente por el olor de la evidencia.

–Es cierto, ¿cómo estuvo? –Addie lanzó un par de fichas de póquer al centro de la mesa–. Los rumores oscilan entre una llamada falsa y un infierno ardiente donde salvaste a mujeres y niños, pero un término medio parece más acertado.

–Fue un caso fácil. No hubo heridos y el fuego estaba contenido en el horno, así que lo desenchufé. Luego Darius y yo lo llevamos al callejón para que se enfriara –igualó la apuesta de Addie y su mente voló hacia la intrigante mujer responsable de la llamada de emergencia de hoy–. Y… uh, conocí a la hermana de Maisy. ¿Alguien la conoce? –todos lo estudiaban, entrecerrando los ojos como rendijas. El juego se hizo lento–. ¿Qué? Es solo curiosidad, pensé que tal vez ustedes la conocían de antes.

Cuando iban en el colegio, Ford no había prestado mucha atención al alcalde Hurst y a su familia. Su naturaleza rebelde y su infame familia lo hacían desconfiar de las figuras de autoridad.

Una a una, Addie colocó tres cartas boca arriba sobre la mesa.

–Tú ganas. Pensé que Maisy Hurst solo tenía un hermano mayor. ¿Te acuerdas de Mason? Era corredor cuando estábamos en primer año y ahora es entrenador el fútbol universitario.

Eso si le sonaba familiar. Pero Violet definitivamente no.

–¿Es ella? –Easton lanzó dos fichas blancas y una azul al centro–. Por un segundo pensé que estaba viendo doble y había dos Maisys. Cuando levanté el informe, la chica se veía agotada.

Agotada. Adorable. Sintió una punzada.

–Ah, solo se sentía mal. Es que activó el modo de autolimpieza sin querer. Podría haberle pasado a cualquiera, supongo.

Shep se retiró y también Tucker.

Ford se dijo que era mejor olvidarse del asunto, pero recordó esos grandes ojos cafés y la forma en que habían despertado algo que había enterrado y dado por muerto. No pudo evitarlo. Quería saber más sobre Violet.

Quería saber por qué se había puesto tan nerviosa cuando él recogió su carpeta. ¿Serían planes de boda? ¿O él había llegado a esa conclusión por la reunión que habían tenido?

Ella mencionó que quería pasar desapercibida. Tal vez era una espía del gobierno, con una brillante carpeta, enviada para infiltrarse en Las Dudas. Sí, eso tenía sentido. La mayoría de los espías tenían dificultades con los dispositivos electrónicos más simples.

Si estaba comprometida, sería mejor averiguarlo cuanto antes para apartarla de su mente. Porque no se metería en un asunto así y la sola idea de una mujer deseosa de casarse le provocaba ganas de salir corriendo, así que todos salían ganando, ¿no?

Easton le dio un codazo.

–Hermano. Es tu turno.

–Doblo la apuesta –no era la mejor idea, teniendo en cuenta que había estado pensando en Violet en lugar de prestar atención a las caras de sus amigos o calcular sus probabilidades.

Sácala de tu cabeza. De todas formas, no es como si tuvieras tiempo extra ahora mismo. Estaba hasta el cuello entrenando a una bulliciosa camada y eso lo tendría ocupado de primavera a verano. Lo cual, como paramédico, era su temporada alta. La gente pescaba, hacía excursiones y acampaba más. Los niños iban en bicicleta, saltaban en trampolines y encontraban escondites “secretos” para guardar fuegos artificiales.

Aunque sus amigos se preocupaban a menudo por su incapacidad para relajarse, su carrera era lo que más disfrutaba en la vida. Ningún día era igual a otro, lo que alimentaba su apetito por la aventura y, en muchos sentidos, era su manera de ayudar a equilibrar el universo.

Usar las habilidades de supervivencia, que había aprendido de la forma más dura, para ayudar a la gente que quería volver con su familia. Solo porque su historia no hubiera tenido un final feliz no significaba que las de los demás estuvieran condenadas al mismo destino.

Al final de la ronda, los tres que no se habían retirado revelaron sus cartas. Easton ganó por mucho lo que le valió una maldición de Addie. La chica odiaba perder.

Ford también odiaba perder. Pero en las siguientes rondas, su pila de fichas de póquer se redujo y pareció no importarle.

Más que nada porque el rostro de Violet seguía dando vueltas en su mente. Tal vez era por el complejo de héroe que sus amigos lo acusaban de tener, pero ella parecía necesitar ayuda. Del tipo que iba más allá de apagar un horno en llamas.

No tienes tiempo para personas inestables y complicadas. Ya has estado allí, ya lo has hecho y perdiste hasta la camiseta.

Hubo un momento en que ella se había caído contra él. La broma de James Bond y la forma en que se burló del nombre de Pyro. El estremecimiento que recorrió su brazo después de que ella pusiera su pequeña mano en la suya.

–Por si no te has dado cuenta, McGuire –dijo Easton–, estás perdiendo. Entonces, ¿por qué demonios estás sonriendo?

Ford parpadeó con rapidez lo que lo devolvió al momento presente y resistió el impulso de apilar sus fichas, una vieja costumbre que había aprendido a reprimir.

–¿Qué uno no puede ser un hombre feliz?

–No –repusieron a coro.

–No cuando estás perdiendo –añadió Murph.

Easton repartía las cartas e hizo una pausa.

–Se trata de la hermana de Maisy, ¿no? ¿Nuestro chico está pensando en darle otra oportunidad al amor?

–Aww. Crecen tan rápido –dijo Tucker mientras se llevaba una mano al pecho de forma dramática.

–¿Qué es esto, el Club de los Gatos Artesanos? –preguntó Ford, haciendo alusión al grupo de señoras del pueblo que se reunía para hacer manualidades, chismorrear y que usaban sudaderas de gatitos–. Menos chisme y más póquer.

Shep se acercó a Easton para tomar los Doritos.

–Deja de hacerte el loco y suelta la cerveza.

Ahora toda la atención se concentró en Shep.

–¿Qué? Estoy rodeado de adolescentes todo el día. Y siempre dicen “suelta la sopa”, pensé que decir “suelta la cerveza” sonaba un poco más adulto.

Como Shep había sido la pesadilla de los profesores cuando era chico, siempre se burlaban de que él ahora fuera profesor. Era también miembro del consejo escolar y algunas de las señoras mayores del pueblo se ofrecieron como voluntarias porque estaban seguras de que Will Shepherd era todavía, de algún modo, incorregible.

–Como sea –dijo Shep–. Yo soy cool y estoy en onda, mientras que ustedes ya usan frases de señores –lamió el polvo naranja de las yemas de los dedos antes de recoger sus cartas–. Volvamos a la chica que conociste en la pastelería. Debe ser muy sexy.

–No dije eso –Ford alzó la voz después del flop, esperando que sus amigos dejaran el tema por la paz.

–Ya la has mencionado dos veces.

–No, la mencioné una vez y ustedes asumieron que estaba pensando en ella cuando sonreí. Estaba pensando en… algo más.

Los amigos estallaron en risas y se arrepintió de haber sacado a relucir a Violet. Evidentemente había un acuerdo tácito de que el juego no se podía reanudar hasta que Ford se sincerara.

–Eh. Ella es linda en una forma de desastre perdido y andante. Pero también es algo volátil y estoy seguro de que todos recordamos por qué “me retiré”. Sin duda, mi camioneta si se acuerda.

En algunos estados, el amor que sentía por su camioneta debía ser considerado ilegal, pero la chica nunca lo había defraudado. La enorme parrilla, la barra estabilizadora y los grandes faros le permitían transitar por terrenos difíciles sin problema.

 

Trina, que había sido su inestable novia durante el colegio y el infausto año posterior a que se graduara de la universidad, tenía cambios de humor erráticos. Todo iba bien y de pronto ella se le echaba encima.

No solo no podía hacer nada bien, sin importar lo mucho que lo intentara, su relación empezó a interferir con las llamadas de emergencia. Trina le exigía que se quedara a discutir, aunque él siempre perdía, incluso cuando la salud y ocasionalmente la vida de las personas pendían de un hilo.

Cuando Ford finalmente le dijo que ya no quería seguir, de forma definitiva, Trina rayó el capó de su camioneta con una llave.

–¿Qué es “cal-ron”? –había preguntado Tucker cuando salieron del bar La Vieja Estación de Bomberos y vio la obra de Trina.

–Creo que dice “cabrón” pero le costó escribir la bolita de la letra B y le faltó el acento en la O.

Durante dos meses enteros, había conducido su camioneta “cal-ron”, sin dinero ni tiempo para arreglarla. Cuando su querido papá lo vio, se rio y le echó limón a la herida con su “Te lo dije, hijo. Todas se vuelven locas tarde o temprano”.

–A mí me gustan las mujeres un tanto volátiles –intervino Easton y Ford hizo todo lo posible por no reaccionar, a pesar de la extraña y tóxica incomodidad que sintió en la barriga. Con seguridad no eran celos.

Seguro era… una indigestión. Sí. Por no cenar y luego comer papas fritas y beber cerveza. Tenía que ser eso.

Easton se levantó y por alguna extraña razón, el ruido de sus fichas contra la mesa crispó los nervios de Ford.

–Y también tiene un buen trasero.

Ford volteó con rapidez y habló con la mandíbula apretada.

–Ya basta, Reeves.

Un ooh recorrió la mesa, junto con un “lo sabía” de Easton.

Okay, era cierto. Ford también le había mirado el trasero en esos pants de yoga. Había hecho todo lo posible por contenerse, pero entonces ella se inclinó a ver el horno y… bueno, a través de la fina tela de los leggins pudo ver corazones y un indicio de letras, y por un momento se deleitó antes de recordarse a sí mismo que era un caballero.

–Saben, se me olvida por qué salgo con ustedes, tarados –era su turno de nuevo y, como tenía una mano de mierda, se retiró–. Hablando de mujeres, Shep, la tuya está muy organizada. ¿También planea el tiempo que pasan entre las sábanas? ¿Te da una paliza si te sales del programa?

Shep lo volteó a ver. Una sonrisa cruzó su rostro.

–¿Adivina lo que hemos tenido que hacer como padrinos hasta ahora? –su sonrisa se transformó en la mueca de un villano malvado–. Na-da.

–Ni una maldita cosa –corroboró Easton.

Addie se estremeció.

–Lo siento –dijo dirigiéndose a Ford–. No pensé en la parte de la planificación cuando te pedí que fueras mi madrino de honor.

–Estoy bromeando, me gusta –pasó un brazo sobre sus hombros y esta vez ella no lo empujó. Si Addie tenía que soportar la planificación, él estaría a su lado en cada sesión por más detallada que fuera.

–Sí, yo también –dijo Addie, y Tucker rio–. Nena, por lo general eres mejor disimulando.

Ella lo pateó bajo la mesa. Sus ojos se iluminaron cuando Tuck gruñó y se frotó la espinilla.

–¿Y adivina qué vamos a hacer mañana? Degustación de postres en Pastelería Maisy.

Las expresiones burlonas de los padrinos se desdibujaron de sus rostros.

–Como padrinos, también deberíamos asistir y asegurarnos de que consigan el pastel y el glaseado correctos –dijo Shep.

Addie volteó su cola de caballo sobre su hombro.

–Lo siento, chicos. Es estrictamente para damas de honor. Y para mi abuelita-niña de las flores, ya que es imposible decirle que no a mi nonna.

Y para Maisy y su hermana, Ford añadió mentalmente. Tratándose del pastel, él estaba apuntadísimo. Y si volvía a ver a Violet porque era parte del cortejo nupcial…

Bueno, había peores formas de pasar un sábado por la mañana.