El negocio del fútbol

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FÚTBOL MODERNO Y POSFÚTBOL

La novedad empieza a ser más relevante que la tradición.

JORGE VALDANO

DEFINIENDO LO MODERNO

En medio del encuentro Sevilla vs. Levante de la temporada 2011–2012 de la Liga Española, centenares de pelotas de tenis volaron desde las gradas del estadio Sánchez Pizjuán al terreno de juego. Esta acción tenía como fin protestar contra los organizadores de La Liga BBVA, que retrasaron el partido en casa de los andaluces media hora por dar preferencia a los últimos minutos del clásico Real Madrid vs. Barcelona.

Un episodio similar vivió la cancha del Eintracht Frankfurt de la Bundesliga en 2018, mientras se enfrentaban al RB Leipzig. Aquí las razones fueron dos: la programación de partidos de la Bundesliga los lunes y la fuerte animadversión de la hinchada de Las Águilas a un equipo patrocinado por una bebida energética que ha incluido su marca en el nombre del club de la ciudad de Leipzig. En las primeras de cambio del año 2020 varias hinchadas del fútbol alemán, entre ellas las del Unión Berlín, Bayern Munich y el Schalke 04, insultaron sin medida a Dietmar Hopp, dueño del Hoffenheim. ¿La razón? La organización de la Bundesliga aprobó una normativa que permite a cualquier persona o consorcio millonario quedarse con el porcentaje mayoritario de un club, cuando la tradición marca que este sea de los socios.

Todos estos hechos no están citados por azar en este texto; tienen algo en común y es la resistencia de los hinchas a las nuevas dinámicas de un mundo neoliberal y globalizado. Como lo vemos, el final de la primera década del dos mil trajo consigo un movimiento nostálgico de fanáticos del fútbol organizados bajo el lema: “Against the modern football” (“En contra del fútbol moderno”). El hincha ha tomado el lugar de veedor y guarda de las tradiciones sagradas del fútbol, pues este último, en tiempos de hoy, vive en una constante división y cambio. El juego se debate entre la remembranza del pasado y el vertiginoso ritmo del presente. El video arbitraje, los fichajes multimillonarios, los equipos chicos novedosamente ricos, las redes sociales, el consumismo, la moda, la globalización y la big data son elementos que han sido progresivamente instalados en este deporte con el ánimo de mejorar el espectáculo.

Todos estos cambios han generado un cisma dentro del deporte más popular del mundo fraccionando al fútbol en dos: “El fútbol de antes” y el “fútbol moderno”. Esta última división se enuncia con una curiosa nomenclatura teniendo en cuenta que el fútbol es una invención que viene de la mano de la modernidad; es decir, tiene como antecedentes históricos hechos determinantes para la configuración de los siglos XIX, XX y XXI.

El nacimiento del fútbol, situado en el último tercio del siglo, está precedido por hechos sociales, económicos, políticos y culturales tan significativos como el Renacimiento (1300–1600), el descubrimiento de América (1492), la Ilustración (1715–1789), la Revolución Francesa (1789–1799) y la boyante Revolución industrial (1760–1840), todos concebidos bajo la denominación histórica de la edad moderna. Así que, si nos ceñimos a una definición cronológica de lo “moderno”, tendríamos que acordar que el fútbol es, de hecho, moderno y no dejará de serlo, está enmarcado en un espacio-tiempo que lo define como tal. De esta manera, es necesario buscar otras definiciones sobre lo que es “moderno” que nos permitan entender cuándo el fútbol es moderno.

Para empezar a aclarar el panorama, hay que ser taxativos y recurrir a la definición más pragmática del término. Lo “moderno”, según la Real Academia Española de la Lengua, tiene entre sus acepciones dos que hacen causa común: “Perteneciente o relativo al tiempo de quien habla o a una época reciente” y “Contrapuesto a lo antiguo o a lo clásico y establecido”. Es decir, es algo “nuevo”. De hecho, la palabra “moderno” viene de “moda”. Bajo esa mirada, cabe perfectamente la definición de lo moderno dada por el filósofo Marshall Berman: “Ser modernos, decía, es experimentar la vida personal y social como una vorágine, encontrarte y encontrar a tu mundo en perpetua desintegración y renovación, conflictos y angustia, ambigüedad y contradicción”. (Berman, 1989)

Entonces; el “fútbol moderno” es un fútbol “nuevo, cambiante y caótico”. Para un deporte con casi dos siglos de existencia y cuyo éxito se basa en la simplicidad y en la permanencia de un modelo sin muchos retoques, los cambios en su desarrollo representan una tormenta de caos que puede modificar para siempre el sentido del juego. Cada propuesta para adicionar cosas al fútbol abre esa gran división histórica entre los conservadores y los reformistas quienes chocan constantemente cuando el statu quo puede verse trastocado. Muchos casos sirven para ejemplificar esta división. Empecemos con el expediente “Fútbol africano”, un episodio con múltiples implicaciones que enfrentó a la FIFA con el continente negro.

La cosa es así: a mediados del siglo XX Europa adoptó una fuerte postura frente a la posibilidad de incluir en FIFA a los países que integraban la Confederación Africana de Fútbol, un símbolo de la unión panafricana en pro de la emancipación e independencia de sus territorios del dominio de las potencias imperialistas. Mientras los conservadores del balón y la burocracia contemplaban como inadmisible que los africanos tuvieran el mismo peso de voto que los europeos ante el máximo ente del balompié mundial, los reformistas, con previas y medidas intenciones como el dirigente brasileño Joao Havelange, se enfrentaron al entonces presidente de FIFA, Stanley Rous, con el ánimo de removerlo de su cargo y mejorar las condiciones del fútbol africano, cosa que nunca pasó.

Otro ejemplo práctico: el discutido video arbitraje y la lucha vigente entre conservadores y reformistas: conservadores como el periodista Santiago Segurola, quien desde su orilla ideológica manifiesta que el VAR es otro intento de “americanizar” el juego. El español va lanza en ristre contra aquellos que quieren incorporar en el fútbol las principales características de los deportes norteamericanos, en los que la tecnología detiene el juego en nombre del espectáculo. Por el lado de los reformistas, se defiende al VAR enarbolando como bandera la búsqueda de justicia. El sacrificio de la fluidez del juego en nombre de la verdad, apelando a una figura panóptica que permitirá castigar al infractor y ofrecer redención al agredido.

Y ¿qué tal si hablamos de los torneos y sus números de participantes? La Copa Mundo ha pasado de 13 equipos desde su primera edición en Uruguay 1930 a una disparatada propuesta de 48 selecciones lanzada al público por Gianni Infantino, presidente de FIFA. Para unos es democratización, para otros, demagogia.

A esta lucha entre bandos tenemos que sumar el juego de prestidigitación corporativa que transformó la palabra “hincha” en la palabra “cliente”. Los hinchas fieles que acompañan a sus equipos ya no son otro condimento más del entorno de un club, sino consumidores de un servicio que pagan por ver desde las gradas o desde los canales premium de televisión. Ya no son parte de una institución, son clientes de la misma. Están afuera, mendigando por victorias perteneciendo a una colectividad artificial. La captación de la emoción para su posterior conversión en dinero es otro de los elementos que caracteriza a nuestro fútbol con respecto al juego de caballeros disputado en las canchas de Sheffield.

En resumidas cuentas, esa es y será la dinámica del fútbol mientras exista. La lucha por imponer voluntades que beneficien al espectáculo y mantengan el espíritu del juego. Un choque entre hinchas y negociantes, emociones y finanzas, talento e intensidad y entre industriales y artesanos. La victoria de las nuevas propuestas frente a la estructura tradicional del juego es la mejor definición del “fútbol moderno”.

EL POSFÚTBOL

El periodista chileno Juan Pablo Meneses, autor del libro Niños futbolistas, apuesta por redefinir la expresión “fútbol moderno” bajo una nueva categoría que permite delimitar con claridad el cuándo y el cómo de este nuevo fútbol.

Meneses aporta el término “posfútbol” a la discusión, entendido como un nuevo deporte originado con la aparición de Lionel Messi en el fútbol profesional. El autor describe un fútbol distópico en el que los equipos más poderosos del mundo buscan niños talentosos de todos los rincones del planeta para enlistarlos en su disciplina. El negocio aquí es hallar talento juvenil a un muy bajo costo para ahorrarse un futuro fichaje multimillonario. (Meneses, 2013)

La historia del crack argentino resume el telos del posfútbol que trae de vuelta los patrones imperialistas que se extinguieron en el siglo XX. Así, del mismo modo en el que Inglaterra, España, Francia, Portugal, Italia y Alemania extraían las riquezas y materias primas de los países en vía de desarrollo del hemisferio sur, los clubes históricos de ese que llaman primer mundo crean innumerables escuelas de fútbol en cada rincón del planeta con el ánimo de captar talentos con la falsa promesa para niños y padres de un futuro bienaventurado en Europa jugando a la pelota. Con Lionel Messi, Barcelona decidió creer en un joven con un problema de crecimiento, pagó su tratamiento y escogió invertir a riesgo en una posible estrella. Al final, los catalanes recuperaron su inversión.

Aunque es muy claro y convincente el concepto de Meneses, podríamos echar unos años atrás en la historia para rastrear el momento en el que el fútbol cambió. El posfútbol no se puede definir con un solo hecho, es el resultado de varios procesos que convergen a través de los años, pero que tuvo como puntapié inicial la década de los noventas.

 

Hay cinco fenómenos que serán determinantes en la evolución del fútbol en el siglo XXI. Es justo empezar mencionando el “Informe Taylor” (1990), un documento que modificó el mundo del fútbol inglés tras una oleada de violencia hooligan que tuvo sus más trágicos picos con los episodios de Heysel y Hillsborough1. El informe supervisado por el juez Lord Justice Peter Taylor identificó los grandes problemas de seguridad del momento y propuso un paquete de medidas para adoptar en el fútbol británico entre las que se destacan la eliminación de alambrados en las tribunas, la obligación del público de permanecer sentado, la instalación de cámaras de video en los estadios y el registro de los datos de cada hincha que asiste a un partido de fútbol. El modo en que se vivía el fútbol en una cancha tuvo un antes y un después con las recomendaciones del juez Taylor.

En segundo lugar, tenemos el nacimiento de la Liga de Campeones (1992) y la Premier League de Inglaterra (1992), dos torneos fundados sobre los cimientos de la antigua Copa de Europa y la Liga de Fútbol de Primera División de Inglaterra. La primera movida abrió nuevas plazas a países europeos nunca considerados como competitivos; de allí que tengamos que soportar continuamente las previsibles derrotas del Bate Borisov, el Cluj, el Maccabi Haifa, el Astana o el Qarabag en la Champions; y la segunda consolidó el negocio de los derechos de televisión gracias al modelo del fútbol inglés que tuvo en la compañía Sky de Rupert Murdoch su perfecto cliente. Para entender la dimensión del negocio de la Premier, anotemos que en 2018 el torneo recibió cerca de 11 mil millones de euros por los derechos de transmisión de los cinco años siguientes.

Tras crear dos exitosos modelos de competición, llegó como tercer suceso el Coeficiente UEFA (1997) y su perpetuación estadística de los equipos más poderosos de Europa. A través de los números que recoge la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol, se mide el rendimiento de todos los equipos de las ligas del viejo continente y se dictaminan las posiciones que tendrán en sorteos, calendarios y plazas en torneos continentales. Se empieza abrir la brecha entre los clubes poderosos y los equipos de la media.

No podemos pasar por alto en nuestro cuarto punto, el significativo Caso Bosman (1996): un dilema jurídico–deportivo que reivindicó el Tratado de Roma y permitió a los futbolistas europeos jugar en cualquier club del continente sin ocupar plaza de extranjero. Esta es la historia de Jean-Marc Bosman, un futbolista belga sin mucha distinción que rescindió unilateralmente su vínculo con el RFC Lieja luego de que el club quisiera renovarlo con un sueldo considerablemente menor al que recibió durante las anteriores temporadas, para ir al Dunkerque de la segunda de Francia. El fallo que favoreció a Bosman cinco años después determinó que los deportistas no son esclavos y que los clubes no son sus dueños.

En quinto lugar, registramos la aparición de ligas profesionales en países sin tradición futbolera, pero con el suficiente poder económico para sostenerlas. Japón creó su J1 League en 1992; China tuvo la Jia A en 1994 y, por supuesto, los Estados Unidos fundaron una nueva liga bajo el nombre de la MLS como condición necesaria impuesta por la FIFA para la realización del mundial de Estados Unidos 1994. Con este quinteto de hechos fundacionales, el posfútbol recogió su ancla y emprendió camino rumbo al futuro.

Este nuevo deporte inspirado en el fútbol que ya navega por las canchas de nuestro planeta es un fenómeno del nuevo milenio resultante de los incesantes cambios que dejó el final de la historia en el siglo XX. En consecuencia, de la misma manera en que el posmodernismo apuntó a negar los grandes relatos que han definido al mundo, como bien lo retrató el filósofo francés Jean-François Lyotard en su obra La condición postmoderna, la llegada del año 2000 desdibujó poco a poco las narrativas tradicionales del fútbol a favor de la mercantilización. La visión romántica del juego ahora estará mediada por los millones, los rendimientos, los datos, la desigualdad, el fetichismo, el desarraigo y el discurso dictatorial que pondera el resultado sobre todas las cosas.

Bienvenidos al posfútbol.

RONALDINHO Y OTROS POÈTES MAUDITS

Soy un feo simpático que con el tiempo acaba siendo guapo. En el conjunto, al final, parezco guapo.

RONALDINHO

En la jaula infame de nuestros vicios, ¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!

BAUDELAIRE

Antes de que París fuera la ciudad de la luz, el amor y el glamour, antes de que el Boulevard San Michel que desemboca en la Sorbona fuera la pasarela del mundo, y antes de que el Paris Saint Germain fuera el equipo ultra millonario que es hoy, París vivió una transición hacia esta modernidad. Ese paso a la modernidad significó el cambio de esas viejas casas medievales de paredes gruesas, a esos modernos edificios de cristal; supuso el cambio de esas grandes iglesias en piedra y madera como Notre Dame a esas estructuras metálicas como la torre Eiffel. Ese cambio fue trabajado con las manos de esos que el gran poeta francés, Víctor Hugo, llamó Los miserables.

Esa París del amor, de la luz y de los amplios bulevares reposa sobre las vidas de todas las prostitutas, gamines, rateros (que se les llamó así por vivir en las alcantarillas con las ratas), ancianos, delincuentes de poca monta, gente pobre, sucia, patiraja’os, enfermos, improductivos y desechos sin futuro. A todas estas vidas, a la belleza que les habita en medio de su miseria, Baudelaire las vio como a flores, a pesar de la oscuridad del “mal” social que representan para la ciudad luz y su economía formal. Por eso, sus poemas sobre estas putas, viciosos y gañanes se llaman así: Las flores del mal.

A estos poetas que escriben la hermosura de la miseria de estos males sociales se les llamó poetas malditos. Los poetas malditos eran tal cosa porque eran mal vistos y dichos por su familia y su sociedad, pues no quisieron entrar en la lógica del esplendor y lujo de esa nueva vida, la vida moderna. No quisieron entrar en la lógica del esplendor y de la vida moderna porque esto solo podía hacerse al precio de abandonar el placer a cambio de trabajo, el goce a cambio de la explotación.

Con la miseria del mundo moderno que sostiene su esplendor y sus cristales limpios apareció el pueblo obrero, y con el pueblo obrero, el ballet del pueblo obrero, el fútbol. Con el ballet del pueblo obrero y sobre el esplendor y los cristales limpios del fútbol aparecieron también sus poetas malditos. El Trinche Carlovich, el Mágico González, George Best, Paul Gascogine, Eric Cantona y tantos otros. Ronaldo de Assis Moreira, para las autoridades paraguayas, Ronaldinho Gaúcho, para el mundo del fútbol, Ronaldinho para los apasionados, es el último de los malditos

Algunos sostienen que Dihno “no fue el mejor futbolista del mundo porque no quería”. Afirman desde sus casas y cabinas de transmisión que Ronaldinho “se desperdició” por su falta de disciplina. Explican esto con la siguiente teoría: Ronaldinho llegó al fútbol en un momento en que el clásico 10 agonizaba, un jugador con poca capacidad atlética en medio de tanta velocidad del juego no podía rendir lo que se necesitaba; de este modo, él se adaptó a jugar por una banda mientras su estado físico se lo permitió; allí, en la aurora del Barça de Pep, quemó sus últimos cartuchos tras una brillante era con Frank Rijkaard como entrenador producto de su falta de disciplina y su agotada voluntad de competencia.

Pero estas miradas no explican varias cosas. Por ejemplo, decir que Dinho “se desperdició” implica que se está viendo desde la rentabilidad y las ganancias. Desde este ángulo, una parte se usó, otra “se desperdició”, fue un deshecho. Por eso los modernos llaman a los vagos “desechables”, porque no producen y son entonces vidas “desechables”.

Así, desde el ángulo de las ganancias, se critica a este poeta maldito del fútbol. Sin embargo, revisemos: se le está diciendo “desechable” y maldito a quien ganó la Copa Mundo –que a la fecha no ganaron ni Messi ni Cristiano Ronaldo–; a un jugador que ganó Copa Libertadores –cosa que no lograron ni Messi, ni Maradona–; se le tilda así a quien también ganó la Copa América y la Champions League que le fue esquiva al gran Diego, y se calificó así a quien también ganó el Balón de Oro, entre otras cosas. Se acusa a Ronaldinho del delito de ganar todo. De esta curiosa expresión vale preguntar: entonces, si Dinho también ganó sus cositas, ¿por qué esta mirada de jugador “desperdiciado”?

Acá nos podemos plantear varias cuestiones: Y ¿por qué tenía que querer ser mejor jugador si ya era el mejor? ¿por qué tendría que ganar más y esforzarse más para satisfacer la vida de otros por encima de satisfacer su propia vida? ¿Por qué el criterio de lo económico y de los honores tenía que primar en la vida de Dinho sobre el criterio del placer, los amigos y la familia? Y ¿por qué tenía que privilegiar a esos otros que pedían que él fuera mejor si estaba contento así, siendo el mejor y bailando en su casa y en el campo?

¿Quién bailaría por él mientras él se esforzaba en el gimnasio? Estas preguntas no se pueden responder desde la mirada de los que pedían más del brasileño.

Decir que Dinho se desperdició cuando ganó todo es decir algo desde el posfútbol, desde la mirada de la autoexplotación y de lo cuantificable, y quien así habla de Ronaldinho habla desde una mirada autojustificada o autoesclavizada. Quien así habla, de poesía nada sabe, ni siente, ni entiende

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que está mezclando o licuando el juego mismo del fútbol con el armazón comercial y eficientista de las cosas. Actualmente el mundo es el mundo de las máquinas digitales, un lugar que puede hablar con los ojos puestos en la fabricación masificada de todo, de balones, zapatos, carros y casas, ciudades, jugadores y sociedades. Todo esto se mide desde la dicotomía “rentable –no rentable” para saber qué lugar darle dentro de la maquinaria a esa ficha creada; y desde el ángulo de “eficiente o no eficiente” para saber si tal ficha debe permanecer dentro de la maquinaria. Todo lo que no entra a producir y a ser rentable y eficiente es maldito.

En este sentido, y desde este ángulo, es posible decir que “Ronaldinho se desperdició” y advertir que Dinho “no fue el mejor futbolista del mundo porque no quería”, pero esto es no advertir que, por su deseo o naturaleza, no quería ser parte de esta maquinaria. Esto es quitarle otro encanto a Dinho, su faceta de poeta rebelde y maldito.

Acaso ¿por qué tendría que querer participar de esto? Podemos pensar que cuando llegó del Mundial o de la ceremonia del Balón de Oro pensó en disfrutar la vida; quizás el árbol que cayó sobre su casa le llevó a pensar que él y su familia eran vulnerables y que su sonrisa se apagaría en algún momento. Quizás entendió que vivió en la bisagra de los tiempos, en dos épocas, la del fútbol como victoria y diversión, y la del posfútbol: la del rendimiento, la época del dato y los tiempos de la muerte del 10 y la autoexplotación para el resultado de una victoria apretada.

Es que, en efecto, Dinho vivió la época del fin del 10. El 10 representa a ese jugador que es “El mago”, al famoso “enganche”, al que mágicamente une la nada (no tener posesión del balón) con el ser (el gol, la victoria) representando aquello que da horizonte (de juego) y sentido (de acción) Eso es el 10, o mejor, eso fue el 10. El que vivió en el espacio vacío, allí donde no hay nada y era posible crear. Allí, dirán las futuras generaciones en el museo del fútbol, allí vivió y jugó el 10.

Eso era otra época, decimos los nostálgicos. Estamos en la sociedad de las comidas rápidas, de los resúmenes de los libros, de ir al museo cuando se tenga tiempo para no quedar como inculto en un coctel: hoy no hay tiempo para el lujo, para la pausa que piensa y crea, no hay tiempo para la travesura. La gambeta debe ser no solo un lujo, sino un lujo eficiente. La “culebrita macheteada” del “Mágico” González se debe hacer si genera un gol o un penal, el aplauso del público no es siempre rentable y el divertimento del propio jugador es tan ridículo y mal visto como la vida de un poeta o los “pispirispis” de los cuentos filosóficos.

Entonces, desde la negación del ocio, desde el negocio, desde el fútbol como negocio, este tipo de poetas son malditos. No se puede ni crear ni desperdiciar. Lo que importa hoy es ganar, no jugar, y menos disfrutar. Así, en la era del posfútbol, la ganancia se mide en cifras que indican si se es rentable o no rentable, y para ser rentable se debe ser eficiente; por eso el argumento de la exigencia física en contra de ese dueño de la magia en los pies, el moreno de la risa generosa. Ronaldinho fue rentable mientras su estado físico se lo permitió; después, era un desperdicio tener a ese 9 % del total de las piezas del equipo que reporta tan poco sacrificio, eso no era eficiente, no podíamos verlo caminando por allí, en espacios vacíos, como si fuera un paseante solitario. Estamos en la época del agite (ilusione), use (emplee) y bote (pensione, si se puede…).

 

No discutamos ahora si una época es mejor que la otra; digamos por ahora que son distintas. Digamos por ahora que la mirada de posfútbol está inserta dentro del mundo que requiere que el ciudadano en su propia “home office” de “emprendimiento” y el jugador en la cancha se autoexploten, que “rindan” como un carro o cualquier otra máquina.

No es extraño que mientras Cristiano Ronaldo dice: “Quiero ganar, independientemente de donde sea”, Ronaldinho dice que “No se trata del dinero, sino del juego en el campo”. Ver a Cristiano es ver al primer y mejor autoexplotado de la industria del posfútbol. Ver a Ronaldinho es ver la sonrisa del artesano que disfrutó ganar todo. Esto nos marca una diferencia entre el fútbol artesanal y el posfúbol industrial.

Se podrá objetar que detrás del caso de Ronaldinho existieron muchos que solo fueron vagos, pero esto no significa que sea mejor ser un autoexplotado. Al “Trinche Carlovich”, que no quiso jugar fútbol profesional, lo siguen admirando, y al “Mágico” González, leyenda de su pueblo y leyenda del Cádiz, se lo quedaron esperando en Barcelona, le tenían miedo por “indisciplinado” y lo querían para jugar con Maradona: pero, ¡qué lujo que se dio González!, vivir tranquilo, amar el fútbol tanto como la noche; no separó la vida, el amor del fútbol y el goce; a sus sesenta y tantos, Maradona decía que lo admiraba y que nunca pudo imitarlo. ¿Querían lujos? Acá lo tienen, a estos “nadie les quita lo baila’o”.

Déjennos a nosotros, los nostálgicos, pensar que el mayor triunfo del neoliberalismo es el esclavo lleno de flash, una disciplinada ficha y engranaje de la maquinaria que lo está usando mientras se siente admirado; déjennos pensar que Dinho fue uno de esos últimos vagos que jugó y vivió como poeta, y gambeteó bien, entre ser un bardo y vago, que el mejor y más caro de los explotados. Déjennos pensar que Ronaldihno fue ese Baudelaire moreno y de pelo largo en la cancha.


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