TransformArte: El viaje del Pez

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El conocimiento y el maestro

Solo podrá llegar la verdad al hombre cuando sea capaz de entrar en lo profundo de sí mismo con valor, trabajarse, y entonces la luz nacerá en él como un faro ardiente que lo guiará en su vida.

Christian Robles

Conócete a ti mismo

En la antigua Grecia, en Fócida, existía un gran sitio sagrado ubicado en el valle del Pleisto, cerca del valle de Delfos. Este gran recinto sagrado consagrado al dios Apolo (hijo de Zeus y Leto, una de las principales deidades de la mitología griega y uno de los dioses olímpicos más significativos, descrito como el dios de las artes e identificado como la luz de la verdad) era el oráculo de Delfos, el más conocido, símbolo de inspiración profética y artística. Un oráculo en general es la respuesta dada por un dios a una pregunta sobre el futuro, es decir, la mántica.

Apolo es temido por otros dioses, ya que solamente su padre y su madre lo pueden contener. Es el dios del infortunio, pero también del remedio y la protección. Es el dios de la belleza, la perfección, del equilibrio y de la razón. Conectado íntimamente con la naturaleza, el dios Apolo hace a las personas conscientes y es agente de purificación. Se le reconoce también como jefe de las musas.

El oráculo de Delfos contaba con un aforismo en el pronaos del templo que decía:

Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que, si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses.

Estas palabras inscritas en oro eran una exhortación y una advertencia, y es que la tarea, la voluntad, el esfuerzo y el trabajo que el autoconocimiento requiere es lo que nos abre las puertas al conocimiento de los demás y del universo.

Si pretendes saber qué te depara en el futuro, es imprescindible que comiences por hacer un viaje al interior de ti mismo para empezar a cuestionarte, a conocerte. El primer camino para conocer es aprender a ver, y para ver es necesario que nos conozcamos a nosotros mismos y reconozcamos la luz en nuestro interior.

El autoconocimiento no es un objetivo o una meta, es un camino. Es el sendero de la reflexión y de la autoconsciencia. Es un estado mental, un estado de atención constante. Solo a través del autoconocimiento la verdad podrá llegar a nosotros.

Quien es capaz de conocerse a sí mismo, conocerá la correspondencia, la vibración, la polaridad, el ritmo, las causas y los efectos, el género, así como el orden y las leyes naturales que rigen nuestra experiencia y realidad.

Enfoque

Pareciera que nuestro enfoque determina en gran medida nuestra experiencia y desarrollo en lo que somos y vivimos; nuestra atención en lo que nos rodea y en nosotros mismos.

Creo que es muy importante dilucidar que la calidad de nuestra vida esta mayormente determinada por cómo nos llevamos y autodirigimos, por cómo nos conducimos en la vida. Esta máquina biológica que gozamos es muy compleja y es nuestra tarea conocer en el camino cómo dirigirla, conociendo la ubicación de los botones, cuáles son los comandos y dónde se encuentran los timones.

Nuestra máquina, nuestro cuerpo, es una nave sofisticada y sensible que tenemos que aprender a manejar no burdamente, ya que, si no lo hacemos, la paz, el equilibrio y el balance nos parecerán muy difíciles.

Conocimiento de anaquel

¿De qué nos puede servir tener una herramienta si no la utilizamos?, ¿de qué nos sirve conocernos si nos ignoramos?, ¿de qué sirve tener un mapa si no lo utilizamos?

En ocasiones nos pudiéramos topar con esto en nuestro proceso de desarrollo personal: acumulamos información, datos, conocimiento, pero cuando deberíamos de recurrir a ellos solo los tenemos de adorno, como una bella presea para enseñar. A veces, por no saber donde se encuentran; otras veces, por incongruencia, y otras veces, quizás, por no saber ponerlos en práctica. Tener información no es conocer, conocer no es saber.

Si la información no se transforma en conocimiento práctico, es como un libro que nos estorba para poder abrir la puerta. Mejor no saber nada.

Pareciera que en la praxis siempre está la clave y la llave. ¿De qué nos podría servir tener el conocimiento sobre cómo utilizar un destornillador si en la práctica no lo tenemos o no lo utilizamos? ¿O si, por otro lado, pretendemos seguir usando un martillo?

Recuerdo que, en alguna entrevista a Eduardo Galeano, él comentaba:

Yo no soy un líder de nada, gran sabio o intelectual. Además, entre nosotros te confieso, los intelectuales me rompen las bolas, yo no quiero ser un intelectual. Cuando me dicen «un distinguido intelectual», yo digo «No, yo no soy un intelectual». Los intelectuales son los que divorcian la cabeza del cuerpo. Yo no quiero ser una cabeza que rueda por los caminos. Yo soy una persona (…), pero no un intelectual, un abominable personaje. Ya lo decía Goya: «La razón genera monstruos». Cuidado con los que solamente razonan porque nos pueden llevar al fin de la existencia. Yo creo en esa fusión contradictoria, difícil pero necesaria, entre lo que se siente y lo que se piensa. Las cabezas que solo piensan son peligrosas.

El intelecto es un gran aliado y es una de las facultades más poderosas del ser humano, pero de la misma manera se encuentra muy y pudiera llevarnos a laberintos sin salida, o de los cuales no es posible salir con el intelecto ni con la razón.

Como sociedad, premiamos tanto el intelecto y la racionalidad, que nos coartamos. Es como si mutiláramos nuestra multidimensionalidad para que sea más digerible y más fácilmente medible y comprobable. Al cerebro no le gusta no saber, no le gusta no entender, no poder explicar, no ver. Preferimos cortar la figura para que quepa en nuestra caja. Pero pareciera que el conocimiento solo puede ser racional, que solo se puede aprender y actuar intelectualmente. ¿Será acaso así?, ¿conocimiento es consciencia?, ¿consciencia es solo conocimiento?, ¿solo se conoce y se aprende por la razón?

El conocimiento aplicado es balance, es equilibrio entre lo que se siente y lo que se piensa. La consciencia es praxeológica.

Busquemos en nuestra mochila de herramientas y veamos con qué contamos y usemos con balance a nuestro favor las herramientas para construirnos realidades que nos ayuden a crecer como sociedad y como personas. No tenemos nada de adorno, ya que todo nos sirve. Hagámonos conscientes.

La razón no es excluyente. Todos tenemos razón.

Christian Robles

Nuestra mente dimensional

Es curioso que pareciera que el sentido de nuestra mente no tiene solo una dimensionalidad, sino que fuera una suerte de matriz donde confluyen diferentes profundidades de lo que somos.

Nuestros cuerpos, el físico y el mental, tienen diferentes tipos de memoria y de inteligencia, y cuentan con facultades y potencias diferentes. Nuestro intelecto pareciera que es una herramienta superpoderosa, algo así como un muy afilado bisturí. Con él podemos conocer a profundidad las cosas, diseccionarlas, cortarlas para conocerlas; el problema es que en este proceso puede pasar que las desnaturalicemos y las matemos. Ese bisturí sumamente afilado que es el intelecto, muchas veces no sabemos cómo sostenerlo y nos podemos lastimar. Un bisturí o un cuchillo muy afilado, sin una mano firme, hará que nos cortemos por todas partes y nos causemos mucho daño.

Creo que la vida no se puede conocer ni vivir solo intelectualizándola. Tampoco se puede conocer destrozándola o cortándola en partes para entenderla. Las cosas sí, pero la vida no. Nuestro intelecto nos traerá conocimiento, pero no vida, y solo será útil dependiendo de qué lo sostiene o con qué se identifica, ya que pareciera que el intelecto solo funciona alrededor de la identidad con la cual trabaja. Cuan consciente y consistente haya sido creada nuestra identidad es lo que determinará la efectividad y servicio de nuestro intelecto a nosotros mismos.

Es importante hacernos conscientes y dejar de sufrir nuestra facultad del intelecto. Pareciera que no sabemos sostener el cuchillo adecuadamente y buscamos inadecuadamente reducir su filo para también reducir nuestro sufrimiento a través de escapes exógenos y, muchas veces, excesos, que ablandan nuestros modelos mentales y que parece que nos liberan.

Si duele no es porque esa sea la naturaleza del intelecto, sino porque no sabemos cómo sostenerlo y utilizarlo a nuestro favor.

La limitación de nuestros sentidos y de nuestro proceso (libre albedrío)

Pareciera que nuestra capacidad de determinarnos y de elegir, es decir, nuestra libertad en acción, se encontrara sostenida en la capacidad de percepción de nosotros mismos y, en consecuencia, de la realidad, que pudiéramos decir de manera un poco simplista que viene dada por nuestro proceso personal de autoconocimiento, consciencia y autoconsciencia. Es decir, la libertad pudiera determinarse por nuestra metaconsciencia o capacidad de observarnos a nosotros mismos y nuestros procesos de consciencia, impulsados y limitados en nuestra potencialidad de percibir el mundo y lo que llamamos realidad.

Bajo esta óptica, resulta curioso e interesante que nuestra realidad y nuestra libertad pasarían a ser una suerte de lente determinado por nuestras creencias, capacidad de percepción y de decodificar la información que percibimos, así como de observar y encauzar lo que sentimos.

Justamente podríamos decir que la realidad es mucho más grande que nuestra capacidad de percibirla, por lo cual nos es humanamente necesario inventarnos determinaciones que le den sentido a aquello que no alcanzamos a percibir y así determinar nuestra libertad. Es decir, la realidad es tan grande y los orificios por donde la observamos son tan pequeños, que necesitamos darle sentido y rellenar los espacios vacíos de lo observado. Nos inventamos sentido.

 

El ser humano es la única especie reconocida en este planeta que es capaz de darse cuenta y ser consciente de que va a morir. También es capaz de dar sentido y actitud a su vida con lo que tiene y es. Es un ser capaz de generarse su trascendencia en la consciencia de su existencia finita, y en esa experiencia determina su libertad.

Desde este ángulo, la razón en sí misma pudiera no existir como tal y solo ser una perspectiva racional justificable desde la determinación del que la realiza. Es decir, la realidad es tan grande que desde cada percepción todos podemos y tenemos razón.

En esta percepción de la realidad y la verdad tan limitada y determinada que podemos observar caben todas las razones posibles, aunque sean contrarias y contradictorias. El querer adaptar la realidad y la verdad a lo que entendemos y podemos ver es una forma de desnaturalización de la razón a lo experimentado.

Es curioso que este proceso de introspección nos puede llevar a cuestionar nuestro proceso perceptivo en varias profundidades, así como a evaluar nuestro sistema de creencias, ya que pareciera que siempre vemos, en la realidad y en nuestras verdades, lo que somos. Nuestros lentes se parecen mucho a nosotros mismos.

Estar perdido entre lo que quieres ser y hacer, y entre lo que debes ser y hacer, porque así lo supones, es una lucha sin ganador. Las mejores alas son las que se abren en el momento correcto, no las que están de adorno.

Christian Robles

El adoctrinamiento falaz (las falacias sociales)

¿Quién dijo y por qué le creímos tantas cosas que damos por verdades de manera «consciente»? y ¿cuántas más creemos de manera inconsciente?

Hace tiempo me encontraba en el automóvil de mi buen amigo Orlando Aguayo, y, mientras él se disponía a comprar bebidas espirituosas en una tienda de barrio, me quedé en el auto esperando junto a su hijo Diego, de cuatro años.

Sin vacilar y con una inocencia muy sabia, Diego me comentó:

—¿Oye, eres feliz?

A lo que yo respondí:

—Claro. —Dentro de mí, me dije: «Creo que sí».

—Sí, se nota que tú y mi papá son felices. Parece que hacen lo que quieren y se divierten.

Le respondí:

—¿Ah, sí? Qué bueno. ¿Y tú eres feliz, Diego?

—Sí, claro. Los niños somos felices, pero cuando crecemos dejamos de ser felices.

Le pregunté:

—¿Entonces tú vas a dejar de ser feliz cuando crezcas?

—Yo creo que sí, es lo que siempre pasa, ya que dejamos de hacer lo que nos gusta y nos dejamos de divertir, dejamos de disfrutar. Hacemos caso a lo que nos dicen y creemos cosas tontas. Yo, por ejemplo, puedo estar jugando ahorita y no pasa nada, a nadie le importa, a mí me gusta, me estoy divirtiendo y soy feliz.

Esta plática me dejó reflexionando mucho y sobre todo me dejó mudo en ese momento. La verdad, me dio primero un poco de risa, pero después me dije: «¿Pues con quién estoy hablando?, ¿en realidad me pregunto regularmente si soy feliz?».

Creemos que la adultez conlleva inherentemente conocimiento, sabiduría; pero no hay nada más alejado de la realidad. Muchas veces, cuando niños, guardamos una visión de la realidad menos velada, menos adoctrinada en creencias heredadas, en falacias sociales. Somos más sabios.

Estamos rodeados en todo momento de falacias que nuestros contextos y constructos sociales nos hacen tomar y aceptar como ciertas, y olvidamos el valioso ejercicio y disciplina de dudar de lo aprendido. Falacias como «tienes que ser el mejor en todo», «la vida es dura», «tienes que hacer bien a todos», «tienes que ser reconocido», «es necesario ser exitoso en la vida y la fórmula es tal o tal», «esto o aquello es la felicidad», «el paso que sigue en tu vida es este o aquel»; en fin, una infinidad de dogmas sociales que parecen infranqueables desde la no introspección y desde la comodidad de no cuestionar nada. Aquí no hay nada bueno o malo, pero las preguntas son: ¿me sirve esa creencia?, ¿me construye o me impide construirme?, ¿me ayuda en mi camino?

Diviértete si te es posible

Pareciera algo tan simple y a la vez necesita mucho trabajo interior. No siempre es sencillo y, sobre todo, no siempre es posible.

Divertirse parece sinónimo de disfrutar, de quitar velos en nuestra mirada y ponernos unos lentes que nos ayuden ver más y mejor, siempre en la dirección que nos sirva y nos construya goce. Divertirse es la capacidad de autodeterminarse y elegir la actitud con la cual tomamos las circunstancias que experimentamos. Es parte de nuestra gran libertad.

Divertirse es balance, es disfrutar el camino y el recorrido. Es estar abiertos a la espontaneidad y al asombro. Es sabernos ingenuos e ignorantes, es abrirnos a lo nuevo, a la broma y al juego. Es abrirse a la risa y a la complicidad en la vida.

¿Nos podemos divertir en la adversidad, en la confusión, en la ceguera?, ¿podemos, con nuestra metaconsciencia, darnos la habilidad, la oportunidad y el privilegio de disfrutar de jugar en nuestro videojuego, aunque supongamos que va perdiendo en el camino?

Nuestra perspectiva de la realidad que experimentamos siempre se encuentra velada y limitada por nuestros sesgos, por nuestro proceso y por el tiempo. Entonces lo que creemos que es, muchas veces solamente es una parte de lo que en realidad es.

Curioso el camino de buscar diversión en todo, ya que pareciera más una consecuencia de los sutiles efectos del trabajo interior que hemos realizado en nosotros mismos.

Si puedes, diviértete. Así, como un niño al que no le importa la sobriedad normalizada del momento y que no le interesa entender la sofisticación de la sociedad, ni le interesa qué piensen de él. Emborráchate diariamente de inocencia. Las creencias sociales y los modelos del consciente e inconsciente colectivo caducan y evolucionan en todo momento.

Si puedes, diviértete. Así, sin entender por qué, sin buscar pretextos o excusas, sin justificar el motivo de la diversión. Si puedes, exprésate y manifiesta diversión en todo. No te aburras, y, si te aburres, que sea para imaginar y crear, que parece que hace mucho tiempo que se nos olvidó ser como esos niños que jugaban en la tierra.

Las personas que no son buenas para preguntar, regularmente son muy buenas para suponer.

Christian Robles

El falso trabajo interior de la cavilación y la especulación

Con el tiempo, pareciera que nos volvemos muy buenos generando relaciones y correspondencias con nuestro conocimiento, llenando los huecos que nuestra visión corta y velada genera, así como aquellas brechas de conocimiento por falta estudio y profundización en lo que «sabemos y hacemos». Nos volvemos expertos en entender por encimita.

Puede que dudar y cuestionarnos sea el primer paso del trabajo interior. No es fácil llegar a ese camino, ya que muchas veces nos volvemos defensores de aquello que ni siquiera entendemos. En estos primeros avances vamos gateando.

Dudar de nosotros mismos y de nuestro proceso, de nuestro vacilante camino de aprendizaje, es un reto mayor y un acto de rebeldía racional y con sentido de humildad y de verdadero encuentro con lo que somos.

Esta habilidad que vamos desarrollando a lo largo de la vida, de rellenar los huecos no observados de realidad para dar sentido a nuestra experiencia, nos lleva a ser magos del autoengaño, genios y maestros de la suposición sin trabajo.

Cavilar, especular y reflexionar es parte del trabajo interior, pero solo es una fracción. Falta realizar verdadero trabajo praxeológico que nos exponga como seres conscientes a cuestionar nuestro entendimiento y lo que somos. Es necesario que busquemos en la medida de lo posible vaciar nuestro vaso con regularidad para que podamos seguir incorporando conocimiento y crecimiento. Se trata de pararnos, movernos y hacer. Se trata de investigar, trabajar, exponernos. No solo es pensar.

Si bien la intuición es importante y en gran medida viene dada por el desarrollo de nuestra capacidad para relacionar y generar correspondencias con el conocimiento y la experiencia que hemos desarrollado en el tiempo, se encuentra limitada por varios sesgos cognitivos, entre ellos el sesgo de confirmación, ese que nos hace buscar más de lo que sabemos y más de lo que tiene que ver con lo que pensamos y estamos de acuerdo. Nos volvemos el «más de lo mismo», que parece tener sentido porque todo se retroalimenta. Entramos en un bucle.

Una manera potente de trabajar interiormente es dudar de todo y en todo momento, generando ese silencio receptivo en nosotros, contraponiendo posturas y aceptando tesis con las que no estamos de acuerdo.

No solo se trata de exponerse, tolerar, dudar sin sentido y llegar a ser unos completos autómatas en la incredulidad, sino que se trata de hacer las preguntas necesarias y correctas sin miedo, tirar lo que tengamos que tirar, renovar lo que tengamos que renovar.

Nos construye más creernos idiotas e ignorantes que creernos inteligentes y sabios.

Muchas veces aquello que nos sirvió ya nos estorba y todavía no nos damos cuenta.

Vale más un vagabundo consciente que un científico perdido.

Christian Robles

Consciencia (atención, intención y perspectiva)

Una palabra que desde que recuerdo me ha llamado la atención, no solo por la expresión en sí, sino por lo que en mí evoca y por las personas, momentos, circunstancias y sucesos a los que me remite, es la «consciencia».

Pero ¿qué es consciencia? De esta pregunta podríamos hablar sin duda muchísimo y a la vez solo estarle dando vueltas al concepto también. Pero entonces, ¿para qué la consciencia?, ¿es necesario definirla? Parece un uróboro.

Se dice que el ser humano es el único ser en el planeta Tierra capaz de reconocerse a sí mismo como un ser finito. Es consciente de su propia muerte y es capaz de dar sentido a su existencia.

¿Podríamos decir, entonces, que consciencia es la facultad de reconocimiento aplicada a nosotros mismos, a nuestra existencia, acciones y a lo que nos rodea?

Recuerdo que una vez, platicando con un monje budista, me dijo: «¿Por qué cuando alguien recibe un golpe o tiene algún accidente que le hace desmayarse o no estar en el aquí y en el ahora solemos decir que “perdió la conciencia” o que “está inconsciente”?».

Podríamos decir que la conciencia es primeramente la atención plena, es estar presentes en el aquí, en el ahora; es un punto de partida. Lo interesante es que, desde esta perspectiva, la conciencia podría ser una plataforma o punto de partida, es un estado mental que es necesario mantener, algo así como un estado de gracia para posteriormente poder llegar a estar atentos a nuestros actos, entornos y a la luz del conocimiento.

Pero entonces, más que qué es, ¿para qué nos sirve la consciencia? ¿Es una facultad ineludible del ser humano? A veces pareciera de entrada que los animales están más presentes en el aquí y en el ahora, que ese punto de partida de conciencia en el aquí y en el ahora lo tienen más dominado, o simplemente es con lo que cuentan. Y es que el ser humano parece mucho más complejo.

El ser humano es capaz de cambiar de enfoque, dar sentido y tener propósito. El enfoque nos genera perspectiva de nuestra realidad y, con ello, sentido. Los animales no pueden proyectar una realidad en el futuro, pero eso, que es una facultad humana, también parece ser un arma de doble filo.

La realidad es que me resulta sumamente interesante hablar de lo que pudiera ser el resultado interpretativo del funcionamiento de nuestra interfaz humana, que nos hace experimentar la realidad desde sí misma. Algo así como pretender observar el océano sumergidos y nadando en él.

Me resulta extraordinario y sumamente inquietante tratar de entender, hablar y aproximarme a lo que significa o es la consciencia y, como mencionaba alegóricamente, estoy tratando de definir algo desde ese mismo algo. Defino consciencia desde mi consciencia, por lo cual solo puedo hablar de aproximaciones o destellos.

Durante mi vida, mi consciencia, la consciencia, ha sido un tema que ha robado mi atención y que me ha cautivado, porque en mi caso me lleva a la reflexión de quién soy y cuál es mi propósito como ser, así como cuál es el propósito de la existencia que soy capaz de observar.

 

Para mí, el fin y el propósito de todo cuando observo es la generación y transmisión de consciencia en todas sus dimensiones y polaridades, en sus diferentes niveles y propósitos, en sus diferentes arquitecturas.

Por otra parte, definir es delimitar, y máxime para esta definición, es castrar la esencia de las cosas tratando de asimilarlas y entenderlas por los diferentes embudos de aprendizaje, en este caso, la inteligencia, el intelecto, palanca que me permite decodificar a través de la razón y de la capacidad de abstraer para dar sentido a las cosas. Pero entonces, ¿qué palanca utilizaré para ayudarme a aproximarme a lo que es consciencia? Pareciera que todos los intentos podrían resultar nuevamente un uróboro.

Si trato de observar en silencio y con epojé, pudiera llegar a mí el conocimiento de que la consciencia es más que la manifestación de inteligencia y razón, y más que la capacidad de darnos cuenta de nuestro entorno, acciones, vida y existencia. Por lo tanto, la consciencia es relativa al ser y tiende a desarrollarse; y es más el observador que la propia experiencia por sí misma. Es decir, vemos lo que somos y somos lo que vemos. La consciencia es personal y a la vez es colectiva. Es también luz y es sombra.

Si observo la naturaleza y me observo como parte de ella, puedo ser consciente de que la consciencia es el fin primero y último de la existencia, en sus diferentes niveles y profundidades, en sus distintas velocidades y vibraciones, en sus variados propósitos. Somos la consciencia del universo, somos como el universo que se conoce a sí mismo.

La consciencia tiene sentido cuando se comparte, es decir, cuando es conocimiento compartido. Así como la vida nos muestra, desde los primeros organismos unicelulares y pluricelulares, desde las primeras células de vida, que su fin es la inmortalidad, reproducción para compartir información, conocimiento y consciencia; en nosotros, como parte de la gran obra, la inmortalidad está en el desarrollo y transmisión de la consciencia, de la consciencia personal y colectiva.

La consciencia carece de fisicalidad o materialidad y somos la manifestación de ella, el resultado reflexivo de la existencia y de la mentalidad. El universo es mental.

En virtud de lo anterior, el hombre tiene la capacidad de darse cuenta, interna o externamente, material o inmaterialmente; emocional, espiritual o racionalmente.

Filosóficamente, la consciencia es una facultad praxeológica, es decir, no solo es el conocimiento y el darse cuenta, sino que es la voluntad y capacidad de tomar decisiones que se manifiestan en nuestras acciones.

La cultura sería el espacio de manifestación de la consciencia personal y colectiva, esa plataforma donde la moral entra en acción. Mi moral, tu moral, nuestra moral. Sería el patio de juegos o la cancha donde se lleva a cabo el partido.

¿Somos conscientes de nuestra consciencia? Interesante juego de palabras que es más profundo de lo que parece. El conocimiento de nuestra consciencia es fundamental e indispensable para conocernos a nosotros mismos, al deber ser, y las bases de la justicia y del orden. Es nuestra capacidad de darnos cuenta, es nuestra metaconsciencia.

Así pues, la consciencia es conocimiento compartido que nos une a lo divino, a lo eterno y a lo trascendente. Nos une a nuestro maestro interior que nos guía en el camino de la vida y también nos reprime y nos destroza el corazón cuando no le hacemos caso. Así pues, la consciencia es luz y sombra. Es la llave y la escalera de ascensión a la divinidad en nosotros.

A todo esto, entonces, me resulta entonces muy interesante visualizar la consciencia primeramente como un estado de alerta mental, que se ve a sí misma y a sus pensamientos, y que es capaz de elegir y enfocar la atención con un sentido y propósito. Es estar primeramente atento al aquí y al ahora para poder deliberadamente enfocar nuestra intención de la atención y elegir una perspectiva del entorno.

Sin consciencia, de nada nos serviría saber mucho, ya que el conocimiento no aplicado conscientemente es como una computadora incapaz de dar propósito y sentido a su trabajo, incapaz de dilucidar su existencia como parte de un todo. Es solo una máquina.

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