Una vida de mentiras

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Noticias de Cádiz

«Una agradable brisa, si se agita fuerte, puede convertirse en todo un vendaval que altera o destruye lo que encuentra a su paso».

Era último de noviembre —habían pasado casi dos meses desde el accidente de Emilio— cuando Carolina recibió una llamada de la comandancia de la Guardia Civil de Jerez de la Frontera:

—Buenos días, Carolina. Soy el teniente Ortiz. Espero que se encuentre algo mejor de ánimos.

—Buenos días, teniente. La verdad es que la situación sigue igual y la incertidumbre de no saber me está sacando de quicio. He ido descubriendo cosas que ignoraba. Las dudas han anidado en mí y no me dejan vivir tranquila. —Carolina estaba inquieta, deseosa de que le diese alguna pista que la ayudara a entender a Emilio—. ¿Ha descubierto usted algo sobre qué hacía mi marido allí?

—Comprendo su desaliento. Su marido, por alguna razón, le había ocultado este viaje y es lógico que usted no sepa qué pensar. —Carolina enumeró en su mente que no solo era este viaje, que había muchas más cosas a las que ella había estado ajena—. Le informo de que he recibido el informe pericial del coche. Siento no haberla llamado antes. Este proceso es exhaustivo y lleva su tiempo. En principio, al contarnos que era camionero y que le había ocultado el viaje a Cádiz, pensamos que podría estar metido en transportar drogas desde Algeciras. No es la primera vez que interceptamos a camioneros que quieren ganar una buena suma de dinero extra y se ofrecen a ello. —Carolina recordó haber escuchado actuaciones policiales así en las noticias de la tele y se inquietó. ¿Sería Emilio un traficante?—. Sin embargo, en el coche de su marido no hemos encontrado ningún rastro de estupefacientes. Tan solo en el maletero había una caja de ropa de mujer y un par de cartones de tabaco de contrabando. —Carolina imaginó que esa ropa podía ser de la mercancía de la tienda que él transportaba—. De dónde venía o hacia dónde iba lo ignoramos. Como le informó el doctor, había ingerido alcohol. No en exceso, pero superaba un poco el límite permitido. He de contarle algo que usted desconoce, ya que hasta que me llegase el informe no he querido confirmárselo. —Carolina sintió un escalofrío. A ver de qué se trataba ahora—. Y es que los análisis toxicológicos que se le hicieron la noche del accidente dieron positivo. Emilio había consumido cocaína. —Carolina se sentó de golpe; su cuerpo comenzó a temblar—. Puede quizás que por la bebida, la droga y debido a la hora que era se quedase adormilado y se le fuese el coche. Aunque, como le conté, estaba lloviendo mucho y la visibilidad era casi nula. También hemos recuperado su móvil; estaba dentro del auto. No obstante, no hemos podido acceder a la información, pues, aparte de estar roto y con la tarjeta dañada, está bloqueado.

—¡Dios mío! Teniente, ¿cree usted que mi marido es drogadicto? —Carolina suspiró desanimada.

—No puedo confirmarle si la tomaba con asiduidad o en alguna ocasión eventual. Lo que sí le confirmo es que tanto en la sangre como en la orina había restos de ella.

—¡Esto es una horrible pesadilla! Y yo sin notarle nada, salvo su cambio de humor. Es cierto que últimamente estaba más delgado y muy inquieto. Yo lo achacaba a que trabajaba mucho, dormía mal y comía poco. ¿Cree usted que podría ser debido a esto?

—No sabría decirle a ciencia cierta, si bien lo que usted describe son claros síntomas de quien las toma. —El inspector decidió cambiar de tema al escucharla tan afectada—. Carolina, ¿sabe si su marido tiene problemas con el juego?

—No que yo sepa. ¿Por qué? ¿Hay más sorpresas?

—Verá, hay dos cuestiones que nos llaman la atención. Una es que en la guantera guardaba varios tiques de los casinos de San Roque, Cádiz, Jerez y Ronda. Es más, esa noche estuvo en este último. Hemos encontrado uno con la fecha de esa tarde. Estamos intentando atar cabos.

—Si he de serle franca, con cada cosa que descubro me encuentro más desconcertada. —Carolina seguía sentada, pues un nerviosismo se había adueñado de sus piernas, que parecían de gelatina—. ¿Cómo nunca le noté nada raro? A estas alturas, siento que no conozco a mi marido y la vida que realmente ha llevado fuera de estas paredes. Todo esto es surrealista.

—Está claro que su marido le oculta muchas cosas. Generalmente, los enfermos de algún tipo de vicio se vuelven mentirosos. A lo mejor esa es la razón: su adicción al juego y a las drogas. También había varios recibos de grandes cantidades. No sabemos precisamente qué tipo de compra es. La letra es ilegible y al ser sin IVA no especifican ningún nombre o dirección.

—Como le comenté, él trabaja transportando ropa de marca, pero me extraña lo de las facturas sin IVA. La empresa de mi marido, como sabe, es importante y todo va con facturación legal. Por otro lado, si es jugador o no lo ignoro, teniente. Le doy mil vueltas a cuando ha estado aquí con nosotros y no encuentro ninguna pista que seguir. Nada que delate algo raro en él, salvo su cambio de humor. —Carolina suspiró apenada.

—Carolina, la ropa que hemos encontrado en el coche no es de marca. Es ropa de mujer. Más bien de fiesta. —Carolina cada vez entendía menos—. Tengo otra consulta: ¿ha tenido su marido algún siniestro antes con el coche?

—¿Se refiere a algún golpe? —Al otro lado de la línea se escuchó un «sí»—. No. No que yo sepa. ¿Por qué?

—No es nada importante. Comprenda que nuestra labor es comprobarlo todo. Tras estudiar con detenimiento el coche y la zona del accidente, hemos observado algunos golpes en el lateral con restos de pintura de otro color.

—¿Eso qué quiere decir, teniente?

—Nada de momento. Seguramente, sería de las vueltas que dio o los arañones típicos de los pilares de los parkings públicos. Por lo demás, no hay ninguna pista que nos aclare todavía qué hacía su marido aquí.

—Como le digo, intento recordar las conversaciones, pero no saco nada en claro. Hemos tenido las discusiones normales del matrimonio, la mayoría de las veces porque cada vez estaba menos en casa y yo quería que dejase el camión. Seguramente, sus ausencias tendrán que ver con todo esto. Hay momentos en que dudo si lo sigo queriendo o lo estoy empezando a odiar. —Carolina suspiró de desesperación; toda esta situación la sobrepasaba—. Ahora, según me cuenta, hay indicios de que sea ludópata y drogadicto. No sé con quién he vivido. ¡No puedo más…! ¡Todo esto es demasiado para mí! ¿Sabe? Lo que más me aturde es que el dolor por su estado está menguando en mi ser y las dudas y la rabia hacia él se están incrementando. ¿¡Con quién estoy casada!?

—Carolina, es normal. Tiene sentimientos encontrados y no debe sentirse mal ni culparse por ello. Sin embargo, como le digo, no debe preocuparse en exceso, pues no hay nada seguro. Nosotros seguimos con la investigación. Le informaré si averiguamos algún dato importante. Comprendo por lo que usted está pasando. Ahora mismo quiere saber y, al mismo tiempo, teme qué va a descubrir.

—Sí, teniente. Así es como me siento. —El guardia comprendía que se sintiera perdida y traicionada—. Es el padre de mis hijos y no sé si archivarlo todo, intentar olvidar, pasar página y esperar a que un día de estos se despierte o investigar con todas las consecuencias.

—Carolina, piense en lo que sea mejor para usted y sus hijos. No se amargue por algo que ya no tiene remedio ni solución hasta que él pueda contárselo. A veces es mejor dejar a los fantasmas del pasado para poder vivir con tranquilidad el presente. Usted disfrute de sus hijos y no se olvide de vivir la vida, que es joven. De descubrir lo que pasó nos encargamos nosotros.

—Teniente, gracias por sus consejos y su amabilidad. Tendré en cuenta sus palabras e intentaré asimilar todo esto. Le ruego, por favor, que me mantenga informada.

—Carolina, si me necesita no dude usted en llamarme. Estaré encantado de poder ayudarla. Cuídese y disfrute de sus hijos.

Colgó, dejando a Carolina sumida en un tsunami de dolor e incertidumbre.

Carolina había mandado llamar a su hermano, a Fátima y a Maribel. Por la tarde vendrían a verla mientras los niños estaban en los talleres. Necesitaba contarles lo que el teniente le había confiado. Era la única manera de calmar su inquietud: compartir con ellos lo que la tenía en vilo y escuchar lo que opinaban.

—Cuando me entregaron sus cosas yo revisé los bolsillos de la chaqueta. Allí encontré varios tiques que pensé que eran de la autopista o de parkings y no le di importancia. Hoy, tras hablar con el teniente, he vuelto a ojearlos. —Carolina suspiró. Su palidez denotaba por lo que estaba pasando—. Son todos de casinos de Cádiz y Málaga. Y eso no es todo. Los análisis que le hicieron la noche del accidente dieron que había tomado cocaína. —La cara de los tres era de asombro, con los ojos y la boca desencajados por la noticia—. Imaginaos cómo me encuentro. En vez de salir a flote, cada vez me siento más hundida en el lodo. No tengo ni puñetera idea de qué vida lleva mi marido.

—¡Qué locura! ¿Emilio es ludópata y drogadicto? No me gustaría estar en tu piel, amiga —exclamó Maribel sin poder creer todo lo que escuchaba. En tan solo unos días el cordero se había convertido en lobo. O más bien el lobo se deshizo de la piel de cordero.

—Yo hubiese puesto la cabeza por él. En los años que lo conozco siempre ha sido un hombre ejemplar. Nunca le noté ningún vicio. Incluso cuando yo estuve metido en esa mierda, Emilio me aconsejó y ayudó a salir. Siempre ha sido atento y cariñoso conmigo. Lo he considerado mi hermano mayor —confesó Lucas—. ¿Cómo iba a sospechar que mi cuñado escondía tanto?

—Pues imaginad cómo me siento yo, que es mi amor, mi hombre y el padre de mis hijos. Y cada día descubro que no sé realmente con quién he compartido mi cama.

 

—¡Joder, qué barbaridad! Engaños, secretos, vicios… ¿En qué anda metido mi vecino? —exclamó Fátima bastante alterada.

—Eso mismo me pregunto yo cien veces al día. El teniente dice que no había nada de drogas en el coche. Menos mal.

—Hermana, puede ser cualquier cosa. Vete tú a saber. Claro que esto es hablar por hablar. No sabemos nada seguro. Lo curioso son tantos tiques de casinos.

—Sí, con cada cosa de la que me entero me tiene más en ascuas. Ya ni las pastillas me hacen dormir.

—Hermana, deberías volver a trabajar. De aquí al hospital todo el día y dándoles vueltas a las cosas no puedes seguir. Te vas a volver loca y sin sacar nada en claro. Yo sé por lo que estás pasando y no puedes caer en el pozo de la depresión y la ansiedad como caí yo. Cuesta mucho salir de ahí. Cuando estuve hundido lo pasé muy mal. Gracias a que tú me ayudaste a salir. Ahora tienes que apoyarte en nosotros e intentar reanudar tu vida.

—Carolina, hazle caso a Lucas. En el colegio te vas a distraer. Al menos tu mente descansará durante unas horas. —Maribel estaba sufriendo por su amiga—. No puedes seguir así. Debes pensar en ti y en tus hijos.

—Lleváis razón. El teniente también me ha aconsejado lo mismo. Creo que será lo mejor; no puedo seguir todo el día pensando en mil cosas, a cuál peor. Pero antes debo hacer algo que mi instinto me pide. —Todos la miraron queriendo indagar—. Voy a ir a Cádiz a ver si descubro algo. Lucas, me gustaría que me acompañases. Ya está bien de conformarme, de esperar cruzada de brazos. Voy a indagar qué hacía allí. O al menos tengo que intentarlo.

—Estoy de acuerdo contigo. Dame un día para organizar el trabajo y nos vamos.

De esta manera, dos días después viajaban en el coche de Lucas con dirección a Cádiz. El día anterior había llamado al teniente. No le comentó nada de que iban a ir. Solo le pidió que le dijese el lugar del accidente, pues deseaba saber exactamente dónde pasó. Este le informó de la carretera, el kilómetro y la curva donde había ocurrido.

Carolina había repasado los tiques y anotado cada casino, día y hora en el que había estado. El resto de facturas que había encontrado eran sin IVA, por lo que no tenía datos de dónde eran.

A mediodía llegaron a Jerez. Esa noche se alojarían allí; debían investigar en el casino de la ciudad. Al día siguiente irían al lugar del accidente, visitarían los demás casinos y a la vuelta indagarían en todas las ventas que encontrasen.

—Hermana, creo que lo mejor será que yo entre solo. Diré que es el hermano de mi mujer, que tengo que ponerme en contacto con él por un asunto de vital importancia y no lo encuentro. A ver si me dan alguna pista de a quién o dónde dirigirme. —Carolina comprendió que era buena idea, pues si Emilio andaba en algo metido quizás no hablasen al verla.

De esta manera Lucas, haciéndose pasar por el marido de la hermana de Emilio y mostrando una foto de este, fue preguntando por los casinos. En realidad, los casinos protegían bien a sus clientes y no contaban nada que les implicase. Hacían la vista gorda y poco más. Intentó investigar entre los jugadores, pero supuestamente nadie lo conocía, o quizás solo de vista. Algunos pusieron cara de conocerlo. Pocos aseguraron haberlo visto solo alguna vez y que solía tener suerte en el juego. Le informaron de que hacía tiempo que no lo veían por allí. Ninguno de ellos estaba seguro de nada y con pretextos se quitaban de en medio. Estaba seguro de que no querían hablar. Temían que Lucas fuese un poli de paisano buscando información. Lucas tuvo la certeza de que en los casinos no iba a sacar nada en claro.

—Es normal, hermana. Ellos protegen los datos e identidades de sus clientes. El casino vive de ellos. La mayoría vienen y sus familias no lo saben o son peces gordos que quieren mantener el anonimato. Estamos hablando de mucho dinero en juego. Sé que todos lo han conocido, pues un leve gesto, un parpadeo o un cambio en su voz me lo han corroborado. Al final no tenemos nada que nos ayude. Temen que la policía lo esté buscando y no quieren problemas.

Pasaron por el lugar del accidente y, ciertamente, era una curva cerrada. Y eso que era de día. De noche, lloviendo y con nula visibilidad debió de ser terrible.

Siguieron con las ventas y hospedajes que se encontraban en la carretera, donde Emilio podía haber parado a dormir o a comer. En un par de ellas les confirmaron que sí había estado varias veces allí, pero que hacía tiempo que no venía. Tan solo uno le habló con claridad:

—Desde que le robaron el camión y empezó a juntarse con los rusos, el valenciano, como le decíamos, dejó de venir por aquí.

—Sí, me acuerdo. Se lo robaron todo. Buen sofocón que se llevó —manifestó otro camarero—. Fue un caso raro. Nunca habían robado aquí y mira que paran camioneros todas las noches. Sin embargo, nadie vio nada.

—¿Y sabría decirme usted quiénes son esos rusos o dónde viven? A lo mejor ellos saben de él. Como le he dicho, es de vital importancia que lo encontremos y el teléfono nos da apagado.

—No sabemos. Trabajaron aquí unos meses, pero se fueron pronto y no he vuelto a verlos. Como le digo, de eso hace por lo menos tres años y por aquí no han vuelto a aparecer.

En las otras ventas que visitaron fue más de lo mismo. Hacía mucho tiempo que no lo veían. Agotados de hacer kilómetros, investigar y no encontrar nada, la desilusión se palpaba en sus rostros, sobre todo en Carolina.

—Pensé que íbamos a encontrar un hilo de donde tirar, hermano. Y nada, dos días perdidos.

—Es difícil y complicado. Solo que lo vieron con rusos y que tenía suerte en el juego, nada más. Si saben algo más, callan por temor a meterse en líos. Es lógico. Al final debemos dejar esto en manos de la Guardia Civil, que sabe dónde y cómo moverse. Bueno, al menos lo hemos intentado. Parece que hace tiempo se lo tragó la tierra o se movía por otros lugares que desconocemos. Vamos a descansar y mañana volvemos a Madrid. —Carolina asintió. Sí, seguían igual que antes, aunque con el desencanto a flor de piel y una desilusión aplastante.

Una semana después y tras presentar todos los documentos que le había pedido el asesor del banco, Carolina retomó su trabajo. Lo pensó mucho y comprendió que era lo mejor para ella. De esta manera al menos se distraía unas horas. Iba a seguir acudiendo al hospital algunos días, pero poco tiempo. Al fin y al cabo, Emilio seguía igual y ella no podía hacer nada por ayudarlo. Estos dos meses de dolor e incertidumbre estaban haciendo mella en su salud. Eso sin contar todas las mentiras que habían decepcionado a su pobre corazón.

Carolina volvió a la rutina de siempre: sus hijos, su trabajo, el hospital, su casa y poco más. Unos días más tarde, cuando estaba en el colegio, la avisaron de que tenía una llamada. No le habían dicho quién era.

—¿Sí? Dígame.

—Hola, mi bellísima Carol. ¿Cómo se encuentra mi signorina? —Una voz masculina con tono extranjero resonó en sus oídos.

—¡Hola, Piero! Bien. Aquí, enseñando a mis alumnos a ser más listos cada día.

—¿Sabes? El otro día nos visitó vuestro jefe de estudios. Le pregunté por vosotros y me contó lo del accidente y el estado de tu marido. He querido llamarte. Sé que lo estás pasando mal, mio cuore.

—Gracias, Piero. Sí, todo ha sido muy rápido. Llevo dos meses pasando parte de mis días en el hospital y sin saber cuándo despertará.

Se pasaron un rato hablando. Piero le arrancó alguna sonrisa a Carolina. En varios momentos recordó el apasionado beso que este le dio. Incluso había soñado algunas noches con él, levantándose excitada. Ese era su secreto más oculto. La llamaba desde Milán, era atento con ella y le hacía bien charlar un rato. Tras decirle: «Va bene, cuídate mucho. Si me necesitas llámame. Un abbraccio grande», se despidió. Carolina siguió sentada en el despacho y recordó cómo conoció a Piero, un milanés de mirada penetrante que hablaba español con un marcado acento italiano que embelesaba los oídos y que le robó ese beso que ella disfrutó sin ser consciente de ello. Rememoró que aquella noche de antaño se sintió mal, incluso los días siguientes, pensando en que de cierta manera había engañado a su marido. Ahora, al recordarlo, sonrió y le pareció una tremenda tontería comparada con los engaños que estaba descubriendo de Emilio.

El lunes llamó a la empresa de su marido y preguntó si les interesaba comprarle el camión. Le contestaron que iban a estudiar la propuesta y le aseguraron que, si les convenía, esa misma tarde le harían una oferta. Carolina lo había consultado con su padre. Como era mecánico, sabía aproximadamente cuánto podrían pagarle. A media tarde la llamaron para confirmarle que estaban interesados en la compra. La cantidad que le ofrecieron estaba dentro de lo que su padre le había informado, así que ella aceptó la oferta y cerró el trato. Necesitaba quitarse problemas y gastos de encima.

El director de la empresa de Emilio le confirmó que el seguro había aprobado la póliza y que en unos días le ingresarían el dinero en su cuenta. Por el accidente y el tiempo que llevaba en coma, serían varios miles euros. Tras hablar con ellos se quedó pensativa: «Me encuentro con más dinero del que jamás habría imaginado. Sin embargo, mi corazón y mi vida están destrozados. ¿Para qué lo quiero si no puedo disfrutarlo? ¡Qué asco de dinero, Dios mío! Hoy por hoy no tengo ilusión de vivir. Mi corazón está hecho añicos. Si no fuese por mis hijos…».

Antes de entregar el camión le pidió a Lucas que le ayudase a registrarlo y recoger todo lo que hubiese de su marido. Aparte de alguna ropa, encontraron albaranes de muebles, enseres y ropa, además de un sobre con dos mil quinientos euros más. A continuación entregó el camión. Le costaba asimilar que Emilio estuviese metido en nada ilegal, mas las pruebas no ayudaban en absoluto a poder confiar y pensar bien de él.

Después de darle muchas vueltas durante toda la semana, el viernes llamó a su hermano al taller y le expresó lo que había decidido:

—Lucas, he pensado lo que me dijiste y llevas razón. —Lucas no sabía bien a qué se refería, pero no le preguntó. Siguió callado al otro lado de la línea. Carolina continuó hablando con calma—. Mis hijos son lo más importante que tengo y daría mi vida por ellos. Debo animarme y que no sufran por verme así. No es justo ni para ellos ni para mí.

—¡Por fin, hermana! ¡Ya era hora de que reaccionaras! —exclamó animado.

—Espera, hay más. Lo tengo decidido y cuento contigo. —Lucas estaba intrigado. Notaba a su hermana animada por primera vez en dos meses.

—Carolina, cuenta, que me tienes en ascuas. ¿Qué has decidido? —Va a ser mi regalo de Navidad. Nos vamos de viaje a Disneyland París. —Una sonora carcajada se escuchó al otro lado de la línea y contagió a Carolina, haciéndola sonreír.

Su hermano y sus hijos se lo merecían. Y, por supuesto, ella misma. Comprendía que Emilio seguía ingresado con varios botes inyectados, pero no sabía hasta cuándo iba a estar así. Tanto ella como sus hijos necesitaban seguir viviendo. Incluso ahora más, después de descubrir tanto engaño. También iba a invitar a Fátima, pues era su hermana pequeña. Esa misma tarde fueron con los niños a la agencia de viajes a reservarlo todo para dentro de veinte días. Las caras de Iván y Nerea eran el espejo de la felicidad que sentían con la fabulosa sorpresa. No dejaban de besar a su madre. Carolina escogió la semana entre Nochebuena y Nochevieja. Así se quitaba unos días de esas fiestas, que este año iban a ser más complicadas. Estarían tres días en el parque de atracciones y dos en París. Lo pagó todo para los cinco con parte del dinero que había encontrado en el camión.

Ese día Carolina notó a su hermano con un brillo especial en la mirada. Al principio lo achacó al viaje y a la alegría de ver a sus sobrinos tan ilusionados. Sin embargo, una corazonada le susurró a Carolina que había algo más.

—¡Uyy, uyy! Esa sonrisa de bobo y la mirada te delatan, hermano. Me da a mí que ese brillo tiene nombre de mujer.

—Anda ya, no seas cotilla ni inventes cosas —dijo Lucas entre risas. —A mí no me puedes negar que hay algo que te tiene ilusionado. Mira que te conozco muy bien, hermanito.

—En momentos como este odio tener una melliza como tú de metomentodo. Vale, me gusta una chica. Nada más.

—Ja, ja, ja. ¿Una? ¡A ti te gustan todas, Lucas! Mira por dónde, me has hecho reír.

—Sí, es cierto. Pero esta es especial, distinta. No es el tipo de mujer con la que estoy acostumbrado a salir.

 

—¿Quién es? ¿Cómo es? Cuéntame algo más.

—No, no hay nada más que contar por ahora. Ni siquiera sé si yo le gusto a ella. Todo a su tiempo, cotilla.

—Mira que eres malo. No puedes dejarme con la intriga. Para eso soy tu hermana mayor, no lo olvides. Yo nací veinte minutos antes que tú. Me tienes que tener informada de cualquier novedad. —Los dos sonreían, mas Lucas no soltó ni una palabra de lo que se traía entre manos y por quién suspiraba su corazón.

Lucas era un buen hombre. Trabajaba en lo que le gustaba. Había crecido metido en el taller de su padre, aprendió rápido a arreglar los coches y era un buen mecánico. Desde hacía unos años vivía solo en un piso que se había comprado. Le gustaba divertirse, era guapo, alto, atlético y últimamente nunca le faltaba una chica guapa a su lado. Aunque nada serio, solo diversión. Era feliz a su manera. En su juventud tuvo una novia. A los dos años, una tarde que venía del taller la sorprendió en un coche besándose con otro. Ella le confesó que se había dado cuenta de que no quería una relación estable, sino divertirse sin compromisos, pues era muy joven para tener ataduras. Lucas la quería y eso le rompió el corazón. Años más tarde conoció a Lidia. Era perito de una compañía de seguros. Acudió al taller por un parte de accidentes. Desde el primer momento se sintieron atraídos. Esa chica le dio una tarjeta con su teléfono para que la informase de la reparación del auto. Un par de días después Lucas la llamó y la invitó a salir. Lidia, aunque sorprendida, aceptó. En pocos meses y algunas salidas se enamoraron. Cuando llevaban tres años de noviazgo se fueron a vivir juntos. A los dos años de estar felices a ella le diagnosticaron cáncer de útero y, tras luchar durante un año, Lidia murió, dejando a Lucas sumido en el dolor y con una depresión enorme. Intentando olvidar, aliviar la pena y alegrar el ánimo, cosa que pocas veces conseguía, comenzó a tontear con las drogas. Carolina en ese tiempo observó que su hermano estaba raro, no era el mismo. Un día lo encontró con personas que no le gustaron. Le dieron mala espina. Lo siguió y descubrió en lo que andaba metido. Lo habló con él —más bien discutieron y discutieron— hasta que con tesón lo convenció para ir a un centro de rehabilitación. Allí le ayudaron a salir de toda esa mierda. Ahora era un hombre trabajador, sano y deportista. Jugaba con asiduidad en un equipo de fútbol sala. Muchos domingos sus sobrinos iban a verlo jugar. No obstante, su corazón lo había cubierto con un duro caparazón a prueba de que nadie más se lo dañase. Ya no quería volver a sufrir por amor; mejor divertirse sin complicaciones. Carolina pensó que su hermano merecía ser feliz. Ojalá encontrase una buena mujer que lo quisiese y formase una familia.

La Navidad se acercaba y Carolina no tenía ánimos para fiestas. Sin embargo, pensó que tendría que llevar a los niños al centro. Ya estaba todo decorado de adornos navideños. También quedó una tarde con Maribel para ir de compras mientras los niños se quedaron con Fátima. Sus hijos ya habían escrito la carta a los Reyes Magos y tenía que ir a comprar los regalos. La verdad es que pasó una tarde entretenida buscando lo que sus hijos habían pedido. «Esto de ser Mamá Noel agota, amiga», le confesó a Maribel. En realidad, le hacía ilusión. Ella siempre les compraba un detalle a sus padres, a su hermano, a Fátima, a Maribel y a Jorge.

El viernes era el último día de clases, pues comenzaban las vacaciones de Navidad. Cuando estaban a punto de terminar las clases la avisaron de que la buscaban en secretaría. «Dios, con las ganas que tengo de irme a mi casa, descansar el fin de semana y pasar las vacaciones con mis niños. A ver quién me busca ahora. Espero que no sean problemas que tenga que quedarme a solucionar», pensaba mientras se dirigía al despacho.

—¡Pieeero! ¿¡Qué haces aquííí!? —exclamó levantando la voz, sorprendida por la inesperada visita. De pronto una alegría incontrolada inundó todo su ser.

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