La Chica Y El Elefante De Hannibal

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* * * * *

Algo después de la medianoche se fue el último de los soldados. Habían rebañado todos los cuencos hasta dejarlos limpios.

Me alegré al ver que se iban.

Jabnet empezó a limpiar una de las mesas, pero Yzebel lo detuvo y le dijo que podía dejarlo para la mañana. Los tres recogimos todas las monedas o baratijas que los hombres habían dejado y las juntamos al final de la primera mesa. Jabnet y yo nos sentamos frente a Yzebel y la vimos clasificar los artículos.

—Plata —dijo mirando una moneda grande y brillante a la luz de la lámpara.

—Creo que Hannibal dejó esa —dije.

—¿En serio? —Yzebel la giró para mirar el otro lado—. Es romana.

—¿Romana?

Me entregó la moneda.

—Viven al otro lado del mar. Son los que derrotaron al general Hamilcar en la última guerra.

—Parece muy antigua. ¿Eso es un caballo con alas?

—Sí —dijo Yzebel—. Los romanos lo llaman Pegasus. Gente chalada, ni que los caballos volaran.

En el reverso de la moneda estaba el contorno de la cara de un hombre y unas palabras en el borde.

—¿Quién es? —pregunté, devolviéndole la moneda a Yzebel.

—Algún romano muerto —dijo mientras tiraba la moneda de nuevo en la pila.

—Tengo hambre —dijo Jabnet.

Yzebel echó un vistazo a todos los cuencos vacíos, y luego a las ollas junto al fuego; también vacías.

—Yo también —dijo—, pero se lo han comido todo.

—No, todo no. —Corrí a buscar mi costal a la chimenea. Lo llevé a la mesa y saqué la última barra de pan—. Salvé esta.

Yzebel se rio y tomó el pan. Lo repartió, dándonos a cada uno un buen trozo, y luego cogió una jarra de la mesa. La agitó para comprobar que aún contenía un poco de vino. Agarré tres tazones, e Yzebel vertió el vino en ellos, en tres partes iguales.

—Jabnet, tráeme el odre —dijo.

Se deslizó del banco y se inclinó hacia la chimenea, murmurando algo sobre el vino. Cuando regresó con el odre, Yzebel aguó el vino; el de Jabnet y el mío mucho más que el de ella.

Comimos nuestro pan mientras Yzebel examinaba un par de pendientes con grandes aros de oro y un peine de marfil.

Estaba a punto de contarle a Yzebel lo del vino que derramé en Elephant Row, cuando cogió un anillo del montón de baratijas y se lo dio a Jabnet. Él lo estudió y luego intentó ponérselo en el pulgar, pero no entraba.

Deslizó el anillo en su dedo meñique, y dijo:

—¿Eso es todo?

Yzebel ignoró al chico y continuó clasificando las joyas mientras comía su pan. Finalmente, cogió otro objeto, lo miró un momento y me lo entregó.

Mis ojos se abrieron de par en par y me faltó el aliento.

—¿Para mí? —susurré.

Capítulo Seis


No podía creer que Yzebel me regalara el brazalete. De cobre grueso, era ancho y con un grabado intrincado. En el centro tenía un gran círculo que encerraba una imagen que no podía identificar. Cuanto más me acercaba, más detalles veía. Me lo puse en la muñeca pero se me resbaló sobre la mano.

—Mira. —Yzebel alcanzó el brazalete—. Deja que te muestre.

Lo examinó por un momento. Un hueco del ancho de su pulgar separaba los dos extremos que se curvaban alrededor de la muñeca. Presionó los extremos entre sí, los soltó, y luego los apretó otra vez, acercándolos entre sí. Hizo un movimiento para que yo extendiera la mano, y luego abrió un poco el brazalete para ponérmelo en la muñeca. Se ajustaba bien, con espacio para moverse pero sin caerse en la mano.

—Hermoso. —Extendí el brazo para admirarlo—. Es lo más bonito que he visto nunca. Gracias, Yzebel. Nunca me lo quitaré.

Moví la muñeca hacia Jabnet para que pudiera ver su belleza. Él me miró entrecerrando los ojos, lleno de odio.

—Me voy a la cama —dijo.

Su madre le dio las buenas noches, y él tomó nuestra lámpara para entrar en la tienda.

Me acerqué otra lámpara para examinar el brazalete a una luz más brillante. De repente, me di cuenta de lo que estaba grabado en ella.

—¡Elefantes! —grité.

Dos columnas de elefantes finamente talladas marchaban por los lados, hacia la sección redonda del centro. La pieza redonda cubría parcialmente el último elefante de cada lado, aparentando que el elefante había caminado justo por debajo de ella.

—¿Has visto los elefantes? —le pregunté a Yzebel girando la muñeca.

Ella sonrió y asintió.

La parte central redonda contenía una pequeña zona pulida, con forma de alubia, con algo parecido a una bota que la cubría desde el borde superior. Toques de azul salpicaban la parte pulida, haciéndome pensar que pudo tener color en algún momento, pero no supe qué significaba. Había símbolos inscritos alrededor del círculo, pero no podía leerlos. Le pregunté a Yzebel si ella sabía, pero sacudió la cabeza.

—¿Qué pasó con la jarra de vino que te di para Bostar el panadero? —me preguntó.

Desplomé los hombros. Había temido ese momento toda la noche. Jugueteé con mi brazalete, y luego suspiré profundamente.

—Querrás recuperarlo cuando te lo diga.

—No. Has trabajado duro para mí esta noche. Es tuyo para que lo guardes. Como tardaste tanto tiempo, envié a Jabnet a buscarte, y me dijo que tiraste mi jarra de vino y te escapaste. Me devolvió los pedazos rotos.

—Eso es cierto, supongo. De camino a la tienda de Bostar, crucé Elephant Row, donde viven todos los elefantes. Cuando vi esos hermosos animales a ambos lados del sendero, tuve que acercarme a mirar. Pensé verlos un poco y luego ir a pedir tus panes a Bostar. Pero entonces encontré a Obolus, ¡y estaba vivo! Estaba segura de que había muerto en el río.

Le conté que Obolus me sacó del río y que corrió hacia el árbol, y luego quedó inconsciente después de caerse y golpearse la cabeza contra la roca.

Aparentemente, esto fue una sorpresa para Yzebel.

—¿Se cayó?

—Sí, pensé que lo había matado.

—¿Por qué estabas en el río?

—Me tiraron al agua anoche.

—¿Por qué?

—No lo sé. Es como si hubiera estado dormida mucho tiempo. No puedo recordar nada antes del río. Me hundí en el agua y Obolus me agarró con la trompa.

Yzebel masticó su pan y tomó un sorbo de vino.

—¿Pero no recuerdas quién te tiró al río?

—No.

Se acabó su pan y me miró fijamente. Al final, me dijo:

—Continúa.

—Cuando vi a Obolus en Elephant Row, se rompió la jarra de vino y… —Me detuve a pensar en eso—. No, espera, la jarra no se rompió. Se cayó al suelo, pero estoy segura de que no se rompió porque la habría oído romperse. Cuando volví de ver a Obolus, solo había un gran charco de barro morado, así que asumí que se había roto, pero ahora que lo pienso, debió volcarse y derramarse cuando se me resbaló. Así que alguien vino y se llevó la jarra. Pero sigue siendo mi culpa. Nunca debí haberla dejado caer.

—Hum… Metí ese tapón con fuerza. No creo que se saliera cuando golpeó el suelo. —Yzebel miró por encima del hombro hacia la oscura tienda donde dormía Jabnet, y luego me miró a mí—. ¿Y aun así conseguiste el pan de Bostar?

—Sí. Me senté en Elephant Row, llorando, cuando alguien me preguntó si había perdido algo. Levanté la vista para ver a Tendao allí de pie.

—¡Tendao! —Yzebel se inclinó hacia mí, con los ojos bien abiertos—. ¿Cómo conoces a Tendao?

—Me hablaste de él.

—¿Yo? —Se enderezó.

—Sí, hoy cuando vine por primera vez. Me preguntaste dónde conseguí su capa.

Miró la capa que todavía llevaba y se apoyó en la mesa, acercando su cara a mí.

—Dime exactamente cómo llegaste a usar la capa de Tendao.

—Los soldados se rieron y se burlaron del pobre Obolus y de mí en el río después de que se golpeara la cabeza con la roca. No entendía lo que había pasado, y los hombres me asustaron. Me preocupaba lo que harían conmigo. Tenía frío y estaba temblando. Entonces sentí que esta capa me tocaba el hombro. Salté, pero vi que era un joven de aspecto agradable. No tenía barba y sus ojos eran de un marrón suave, como los tuyos. Me extendió la capa y…

Yzebel me interrumpió.

—¿Qué edad crees que tiene? ¿Como Hannibal?

—No —dije—. Más joven que Hannibal, pero más viejo que Jabnet. ¿Es Tendao el hermano de Jabnet?

Yzebel no respondió, sino que se miró las manos, ahora muy juntas. Después de un rato, tragó saliva y miró hacia la oscuridad.

Mi vida, por lo que yo sabía, había comenzado aquel día. Pero habían pasado muchas cosas: el rescate de Obolus, los soldados amenazantes, el hombre alto de la túnica y el turbante, Tendao, Jabnet, Yzebel, Obolus de nuevo, vivo; Tendao ayudándome por segunda vez, Lotaz con sus brazaletes, aunque ninguno más hermoso que el mío; el gran esclavo, la chica que hilaba, todavía sentía curiosidad por ella; el alegre Bostar, los ruidosos soldados y su cena; y Hannibal, el guapo Hannibal. Me recordó al río, poderoso y profundo. Pero el río casi me mata, ¿por qué lo comparaba con eso?

—Lo siento —le susurré a Yzebel—. Debo aprender a contener mi lengua.

—Sí. —Ella me cogió las manos—. Tendao era el hermano de Jabnet.

Quería saber qué había pasado, pero vi las lágrimas de Yzebel. No, mantendría mi curiosidad a raya, por ahora.

 

—Ven. —Yzebel se puso de pie, limpiándose la mejilla—. Es tarde, y tenemos que hacerte una cama.

La luna llena aparecía entre las copas de los árboles para iluminar las mesas de Yzebel con un brillo plateado. Los ruidos del campamento se apagaron poco a poco y la gente se acomodaba para pasar la noche.

La tienda era más amplia por dentro de lo que esperaba. Jabnet dormía en una plataforma junto a una gran rueda de carro en la parte de atrás. Había otra cama a la derecha, cerca del fondo.

Yzebel puso la lámpara en una caja de madera en el centro, desató un fardo de tela y tiró tres pieles de animales; cada una tenía un lado curtido, y el otro cubierto de un grueso pelaje blanco. Las extendió en el suelo, frente a su cama.

—¿Será suficiente?

Asentí y sonreí. Sería realmente agradable un lugar suave y cálido para dormir.

Yzebel recogió algo que se había caído con las pieles: un vestido. Lo sacudió y retrocedió medio paso. Me miró, y luego al vestido. Era suyo. El dobladillo le llegaba hasta los pies.

—Coge un cuchillo de la chimenea —dijo.

Corrí por la tienda, cogí un cuchillo y volví.

Yzebel sostuvo el vestido contra mi cuerpo.

—Sujétalo por los hombros, así.

Mientras sostenía el vestido, Yzebel me quitó el cuchillo de la mano. Se arrodilló en el suelo, miró hacia arriba para ver si todavía lo sostenía como ella me había dicho, y luego comenzó a cortar una tira ancha desde abajo.

—Cuando los sacerdotes se llevaron a mi marido hace seis veranos —dijo mientras trabajaba en el dobladillo—, también se llevaron a Tendao. Era solo un niño, y no lo he vuelto a ver desde entonces. Cuando viniste a mi tienda esta mañana, llevando su capa, me sorprendió. —Recortó el borde inferior del vestido para igualarlo—. Luego lo has visto otra vez en Elephant Row. Ahora quiero saber si alguien más lo ha visto y por qué no vuelve a casa.

Se levantó, agarró el vestido y me dijo que me quitara la capa. Lo hice y la puse en mi cama, y luego levanté los brazos mientras me ponía el vestido por la cabeza.

Cuando dio un paso atrás, se llevó los dedos a los labios, tratando de evitar la risa. Me miré a mí misma y empecé a reír. Jabnet se revolvió en su cama, murmuró algo y volvió a dormir.

Las mangas me llegaban hasta las manos, y la prenda parecía más una tienda de campaña que un vestido. Yzebel todavía sonreía cuando recogió el trozo que había cortado por la parte inferior. Usó el cuchillo para cortar una tira larga, luego hizo un movimiento para que me diera la vuelta, puso la tira de tela alrededor de mi cintura, juntó toda la holgura del vestido por la espalda e hizo un nudo en el cinturón improvisado. Luego se puso de pie, sacó el cordón del escote, lo sacó de mi pecho plano y lo ató a la nuca. A continuación, me cortó las mangas justo por encima de los codos.

Me di vuelta de puntillas, viendo el dobladillo de mi vestido.

—Gracias, Yzebel. —Me quedé quieta frente a ella—. Es maravilloso.

—No es perfecto —Yzebel recogió los restos de tela—, pero servirá hasta que hagamos uno nuevo para ti.

Mientras ponía la tela y el cuchillo en la caja, me quedé allí, mirando cómo guardaba sus cosas, y pensé en todo lo que había hecho por mí, como si fuera parte de su familia, incluso hablando de vestidos nuevos.

Corrí a abrazarla, y ella me abrazó y me sostuvo por un momento.

—Ahora —dijo tirándome del brazo—, será mejor que durmamos un poco. Mañana al amanecer debemos ir a buscar carne fresca, sémola, vino y…

—Pan de Bostar —terminé yo.

Nos reímos. Luego, antes de soplar la lámpara, me dijo que me metiera en la cama.

Me acosté, me puse la capa de Tendao, y escuché a Yzebel metiéndose en su cama.

—Buenas noches, Yzebel.

—Buenas noches… ¿cuál fue el nombre que escogiste para ti?

—Obolus —dije—. Pero ahora que está vivo, no tomaré su nombre. Creo que Liada es mejor.

—¿Liada? —dijo Yzebel—. ¿Dónde he escuchado ese nombre antes?

Quise decir «Tendao», pero me quedé callada. No quería que el hijo mayor de Yzebel fuera el último pensamiento en su mente antes de dormir.

Después de un momento, Yzebel dijo:

—Liada es un buen nombre para ti. Buenas noches, Liada.

—Buenas noches, Yzebel.

Levanté el brazo izquierdo, pero estaba demasiado oscuro para ver el brazalete. Así que pasé mis dedos por los lados y sentí los elefantes grabados haciendo su viaje hasta el misterioso escondite. Me pregunté cuántos había debajo de ese extraño centro redondo del brazalete.

Después de un largo y agitado día, estaba muy cansada, pero aun así mi mente repasó todo lo que había pasado. Pensé en Hannibal, Tendao y Obolus. Sabía que debían estar dormidos y me preguntaba dónde. No tenía idea de dónde estarían Hannibal o Tendao, pero sabía exactamente dónde estaba Obolus. Traté de visualizarlo acostado en su cama de paja o dormido de pie y balanceándose sobre sus patas.

Me senté en mi cama y miré fijamente a Yzebel. No escuché nada más que una respiración lenta y pausada y supe que estaba dormida. Así que tomé mi capa en silencio, me escabullí de la tienda y caminé a la luz de la luna hacia Elephant Row.

Cuando llegué al sendero de los elefantes, encontré a unos cuantos acostados, algunos comiendo heno mientras otro aspiraba agua de un abrevadero con la trompa para llevársela a la boca. Varios dormían de pie. Me sorprendió ver a tantos despiertos. Uno grande trataba de alcanzar un melón que había rodado fuera de su alcance. Lo recogí y cuando abrió la boca para mí, se lo metí.

La paz que se respiraba era admirable. Los que estaban despiertos parecían respetar el sueño de los demás, guardando silencio mientras comían o se movían, limitados por las cadenas de sus patas. Todas las crías de elefante estaban tiradas en el suelo junto a sus madres, excepto una pequeña que estaba mamando.

No vi a ningún cuidador de elefantes ni a los chicos del agua, pero encontré a Obolus acostado de lado, durmiendo profundamente. Con cuidado de no despertarlo, me arrastré hasta el recodo entre su trompa y su cuello. Alisé mi nuevo vestido, me puse la capa de Tendao y me acurruqué, sintiéndome segura y cálida. Me quedaría un rato y luego volvería a la tienda de Yzebel para meterme en mi cama.

* * * * *

Me despertaron briznas de heno cayendo sobre mi cara. Por la palidez de la luz sabía que pronto amanecería, pero no me di cuenta de dónde estaba. Al principio pensé que en el bosque, entre dos árboles. Grandes postes grises se alzaban a cada lado y se juntaban sobre mi cabeza en un enorme cielo gris y arrugado. Incliné la cabeza hacia atrás y vi una gran boca masticando un montón de heno.

—Obolus —susurré—. ¿Cuándo te has levantado?

La gran trompa se balanceó hacia mí y me rozó un lado de la cabeza. La agarré y sentí cómo entraba el aire cuando me olfateó la mano. Me agarré para levantarme y vi que sus patas estaban tan cerca de mí, que casi parecía que me resguardaba. No sabía cómo se las había arreglado para levantarse sin que me diera cuenta, y se había quedado encima de mí mientras dormía.

Pasé la mano a lo largo del gran colmillo curvo que se alargaba hacia afuera. Si me tumbara sobre él, mi cabeza aún no llegaría a la punta. Tenía dos grandes colmillos, uno a cada lado de la trompa. Me recordaban a unos hermosos dientes, con tacto suave.

—Veo que ya estás desayunando, amigo mío.

Hizo un sonido estruendoso en lo profundo de su pecho, y enseguida oí un sonido casi idéntico desde el otro lado del camino, seguido de un fuerte golpe. Obolus levantó su pata y lo dejó caer, dando un golpe aún más fuerte. Otro golpe de respuesta desde más lejos en el camino. No sé lo que decían, pero estos grandes animales estaban teniendo una conversación. Estaba segura.

—¿Te has fijado en mi pulsera? —Levanté la muñeca para que la viera. Parpadeó y buscó más heno—. ¿Ves ese melón de ahí?

Señalé un gran melón verde que estaba al otro lado del sendero, a los pies del heno de otro elefante. No estaba segura de si miraba hacia donde yo apuntaba, pero su trompa se enroscó alrededor de mi antebrazo.

—Voy a buscarlo para ti, pero luego me tengo que ir. Yzebel y yo tenemos mucho trabajo esta mañana, y debo volver a la tienda antes de que se despierte.

Miré a ambos lados de Elephant Row para asegurarme de que ninguno de los hombres estaba cerca, luego corrí por el sendero, agarré el melón y corrí de regreso a Obolus. Inmediatamente, levantó la trompa y abrió la boca. No estaba segura, pero una gran sonrisa parecía dibujarse en su cara cuando le metí el melón en la boca. Cuando inclinó la cabeza hacia atrás y lo aplastó, hizo un ruido extraño a través de la trompa levantada. Esto provocó un barrito bajo del anterior dueño del melón, seguido de un golpe de pata de cada uno. Esperaba no haber empezado una discusión entre esos dos gigantes.

Un destello lila teñía el oriente cuando recogí la capa de Tendao y me sacudí el heno.

—Adiós, Obolus. Debo regresar rápido a la tienda de Yzebel. Pero volveré pronto, lo prometo.

Capítulo Siete


Volví a las mesas de Yzebel antes del amanecer, y todo estaba tranquilo. Usé el atizador para rastrillar las brasas, todavía había algunas brasas encendidas. Con un poco de leña y unos cuantos soplidos, el fuego floreció de nuevo. Añadí algunos palos más grandes para darle vida.

Yzebel salió estirándose.

—Buenos días.

—Buenos días. ¿Comienzo con el desayuno?

Miró hacia el este, donde el sol pronto se elevaría por encima de los árboles.

—Es mejor ir a mercadear pronto, antes de que se lleven lo bueno.

Jabnet todavía dormía cuando nos fuimos.

Un bolsito de cuero atado a un cordón alrededor de la cintura de Yzebel contenía todas las monedas, anillos y baratijas que los soldados habían dejado en sus mesas la noche anterior.

Encontramos al matarife en su puesto junto al arroyo, cerca del centro del campamento. Me quedé callada, observando a Yzebel regatear por varios cortes de carne. Una vez ella quedó conforme con el cordero y un cochinillo que él tenía expuesto, discutieron mucho sobre el valor de las joyas que ella ofrecía en pago. Finalmente, ella añadió un anillo de oro exigiéndole tres pollos vivos además de la carne. El matarife examinó el anillo durante mucho tiempo antes de aceptar el trato. Yzebel le pidió entonces que incluyera la jaula de los pollos.

En el camino de regreso a la tienda de Yzebel, cargué sobre la cabeza la jaula donde los pollos cacareaban, mientras ella llevaba el cochinillo en el hombro. Tendríamos que hacer un segundo viaje para el cordero.

—Eso —dijo Yzebel con tono cantarín—, es lo que yo llamo un buen trato —su voz se elevó y cayó melodiosamente—. No solo nos hemos llevado el doble de carne que buscaba, sino también los pollos. —Se inclinó para mirarme, debajo de la caja—. ¿Qué te parece, Liada?

—Me extrañaba que consiguieras tanto por una moneda, dos collares y un pequeño anillo de oro, pero no quise hablar mientras negociabas.

—Sí. —Yzebel se enderezó y cargó el cerdo en el otro hombro—. Está bien que mires y aprendas. No solo debes saber la calidad de las cosas que quieres, sino también el valor de tus objetos para cambiar.

Llegamos a la tienda, e Yzebel gritó para despertar a su hijo perezoso. Tuvo que llamarlo dos veces antes de que finalmente apareciera, frotándose los ojos por el sol.

Refunfuñó algo que no pude entender cuando ella le dijo que hiciera guardia con el cerdo y las gallinas mientras íbamos a buscar el resto de la carne.

A la vuelta del matarife, nos detuvimos al pie de Stonebreak Hill para hacer trueque por vino de pasas y trigo duro. Nuestros brazos estaban muy cargados cuando regresamos a la tienda. Por la longitud de nuestras sombras era casi media mañana.

—Ella te ha robado el vestido —dijo Jabnet mientras colocábamos las provisiones en una mesa.

Yzebel cogió una jarra y sirvió vino para mí y para ella.

—No, no es así.

—Entonces, ¿por qué lo lleva?

—Jabnet —Yzebel recogió el odre de agua para diluir mi vino con una gran cantidad de agua—, lo lleva puesto porque yo se lo di. Me cansas con tus preguntas tontas. Ve al bosque a por leña para que podamos empezar a cocinar. También necesito una rama fuerte para asar ese cerdo sobre el fuego. No cojas pino; la savia arruina el sabor de la carne.

 

Jabnet me murmuró algo sobre la savia cuando pasó entre nosotras. Yzebel levantó la mano y pensé que lo iba a agarrar, pero solo sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco. Me sonrió y se puso un rizo suelto detrás de la oreja.

Cuando terminamos de beber, me dio dos monedas, una pequeña cadena de oro y un par de pendientes de plata.

—Ve a Bostar —dijo—. Dile que necesitamos siete barras de pan. —Dudó un momento—. No, mejor ocho panes. Enséñale las monedas y las joyas, y él tomará las que necesite. Es el único comerciante del campamento en el que puedes confiar. Bostar nunca toma más del valor de su pan. Aprende de él lo que hay que buscar en un hombre; es de los mejores.

Tiró el resto de las monedas y joyas en una bolsa de tela y me entregó su bolso vacío.

—¿Quiénes son los otros? —pregunté mientras metía en el bolso las joyas para Bostar.

Yzebel se rio y dobló la tela de la bolsa para guardar el resto de sus joyas.

—No importa. Si viene uno, te lo señalo. —Metió la bolsa detrás de los cordones de su delantal, y luego me apretó el cinturón del vestido—. ¿Ves dónde está el sol?

Me hice sombra en los ojos y miré al cielo.

—Es casi mediodía.

—Vuelve antes de que el sol llegue a las copas de los árboles.

—Lo haré. No te preocupes.