Za darmo

Cántico de Navidad

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—Puedo.

—Entonces hacedlo.

Scrooge formuló la pregunta porque ignoraba si un espectro tan transparente podría encontrarse en las condiciones necesarias para tomar asiento, y consideraba que a ser esto, por casualidad, imposible, lo pondría en el caso de dar explicaciones muy difíciles; pero el fantasma se sentó frente a frente, al otro lado de la chimenea, como si estuviera muy avezado a ello.

—¿No creeis en mí? preguntó el fantasma.

—No, contestó Scrooge.

—¿Qué prueba quereis de mi realidad, además del testimonio de vuestros sentidos?

—No sé a punto fijo.

—¿Por qué dudais de vuestros sentidos?

—Porque la menor cosa basta para alterarlos. Basta con un ligero desarreglo en el estómago para que nos engañen, y podría ser muy bien que vos no fuerais más que una tajada de carne mal digerida; media cucharada de mostaza; un pedazo de queso; una partícula de patata mal cocida. Quien quiera que seais, me parece que sois un muerto que huele á cerveza más que a ataúd.

Scrooge no acostumbraba á hacer retruécanos, y verdaderamente entonces no se hallaba muy en disposición de hacerlos. En realidad lo que quería en toda aquella broma era distraerse y dominar su espanto, porque el acento del fantasma le producía frío hasta en la médula de los huesos.

Permanecer sentado, siquiera por breves instantes, con la mirada fija en los vidriosos ojos del espectro, constituia para Scrooge una prueba infernal. Además, en aquella diabólica atmósfera que circundaba al aparecido, había algo positivamente terrible. A Scrooge no le era dado experimentarla por sí mismo, mas no por eso dejaba de ser cierta, pues aunque el espectro permanecía sentado é inmóvil, sus cabellos, sus vestiduras y las borlas de sus botas, se movían á impulsos de un vapor cálido como el que se desprende de un horno.

—¿Veis este limpia-dientes? dijo Scrooge volviendo á su sistema, con objeto de sobreponerse al espanto que le poseía, y de apartar de sí aunque no fuera más que por un segundo, la mirada del aparecido, fría como el mármol.

—Sí.

—Pero si no lo miráis.

—Eso no impide que lo vea.

—Pues bien; si ahora me lo tragara, durante lo que me queda de existencia me verá asediado por una multitud de diablillos, pura creación de mi mente. Tontería; os digo que es una tontería.

Al oír el espectro semejante palabra, dio un terrible alarido y sacudió su larga cadena, causando un estruendo tan aterrador y tan lúgubre que Scrooge se agarró a la silla para no caer desvanecido. Pero aumentó su horror al observar que el fantasma, quitándose el pañuelo que le rodeaba la cabeza, como si sintiese la necesidad de hacerlo a causa de la temperatura de la estancia, dejó desprenderse la mandíbula inferior, que le quedó colgando sobre el pecho.

Scrooge se arrodilló ocultando la cara con las manos.

—¡Misericordia! dijo. Terrorífica aparición, ¿por qué vienes á atormentarme?

—Alma mundanal, ¿crees ó no crees en mí?

—Creo, dijo Scrooge, pues no hay otro remedio. Mas ¿por qué pasean el mundo los espíritus y vienen a buscarme?

—Porque es una obligación de todos los hombres que el alma contenida en ellos se mezcle con las de sus semejantes y viaje por el mundo: si no lo verifica durante la vida, está condenada á practicarlo despues de la muerte; compelida á vagar ¡desdichado de mí! por el mundo y á ser testigo inútil de muchas cosas en las que no le es dado tener parte, siendo así que hubiera podido gozar de ellas en la tierra como los demás, utilizándolas para su dicha.

El aparecido lanzó un grito, sacudió la cadena y se retorció las fantásticas manos.

—¿Estáis encadenado? preguntó Scrooge; ¿por qué?

—Arrastro la cadena que durante toda mi vida he forjado yo mismo, respondió el fantasma. Yo soy quien la ha labrado eslabón a eslabón, vara a vara. Yo quien la ha ceñido a mi cuerpo libremente y por mi propia voluntad, para arrastrarla siempre, porque ese es mi gusto. El modelo se os presenta bien singular ¿no es cierto?

Scrooge temblaba más cada vez.

—¿Queréis saber, continuó el espectro, el peso y la longitud de la enorme cadena que os preparais? Hace hoy siete años era tan larga y tan pesada como ésta; después habéis continuado aumentándola: buena cadena es ya.

Scrooge miró alrededor de sí, creyendo divisarla tendida todo lo dilatada que debía ser por el piso; mas no la vio.

—Marley, exclamó con aire suplicante; mi viejo Marley, háblame; dime algunas palabras de consuelo.

—Ninguna tengo que decirte. Los consuelos vienen de otra parte, Scrooge, y los traen otros seres á otra clase de hombres que vos. Ni puedo deciros todo lo que desearía, porque dispongo de muy poco tiempo. No puedo descansar, no puedo detenerme, no puedo permanecer en ninguna parte. Mi alma no se separó nunca de mi mostrador; no traspasó, como sabeis, los reducidos límites de nuestro despacho, y hé aquí por qué ahora tengo necesidad de hacer tantos penosos viajes.

Scrooge seguía la costumbre de meterse las manos en los bolsillos del pantalón cuando se entregaba á sus meditaciones. Reflexionando sobre lo que le había dicho el fantasma, hizo como se acaba de indicar, pero continuando arrodillado y con los ojos bajos.

—Muy retrasado debeis estar, Marley, dijo, con humildad y deferencia Scrooge, que nunca dejaba de ser hombre de negocios.

—¡Retrasado! repitió el fantasma.

—Llevais ya siete años de muerto y aun dura vuestro viaje.

—Durante ese tiempo no habido para mí tregua ni reposo: siempre he estado bajo el torcedor del remordimiento.

—¿Viajais deprisa?

—En las alas del viento.

—Mucho habéis debido ver en siete años.

Al oír esto el aparecido dió un tercer grito, y produjo con su cadena un choque tan horrible, en medio del silencio de la noche, que á oírlo la ronda, hubiera tenido motivo para aprehender a aquellos perturbadores del sosiego público.

—¡Oh! cautivo, encadenado, lleno de hierros, exclamó, por no haber tenido presente que todos los hombres deben asociarse para el gran trabajo de la humanidad, prescrito por el Ser Supremo; para perpetuar el progreso, porque este globo debe desaparecer en la eternidad, antes de haber desarrollado el bien de que es susceptible: por no haber tenido presente que la multitud de nuestros tristes recuerdos, no podía compensar las ocasiones que hemos desaprovechado en nuestra vida, y con todo, así me he conducido, desdichado de mí; así me he conducido.

—Sin embargo os mostrásteis siempre como hombre exacto y como inteligente en negocios, balbuceó Scrooge, que empezaba á reponerse un poco.

—¡Los negocios! gritó el aparecido, retorciéndose de nuevo las manos. La humanidad era mi negocio: el bien general era mi negocio: la caridad, la misericordia, la benevolencia eran mis negocios. Las operaciones del comercio no constituían más que una gota de agua en el vasto mar de mis negocios.

Y levantando la cadena todo lo que permitía el brazo, como para mostrar la causa de sus estériles lamentos, la dejó caer pesadamente en tierra.

—En esta época del año es cuando sufro más, murmuró el espectro. ¿Por qué he cruzado yo, á través de la multitud de mis semejantes, siempre fijos los ojos en los asuntos de la tierra, sin levantarlos nunca hácia esa fulgurante estrella que sirvió de guía á los reyes magos hasta el pobre albergue de Jesús? ¿No existían otros pobres albergues hácia los cuales hubiera podido conducirme con su luz la estrella?

Scrooge estaba asustado de oír explicarse al aparecido en semejante tono, y se puso á temblar.

—Escúchame, le dijo el fantasma: mi plazo va á terminar pronto.

—Escucho, replicó Scrooge, pero excusad todo lo posible y no os permitáis mucha retórica: os lo ruego.

—Por qué he podido presentarme así, en forma para vos conocida, lo desconozco. Muchas veces os he acompañado pero permaneciendo invisible.

Como esta indicación no encerraba nada de agradable, Scrooge sintió escalofríos y sudores de muerte.

—Y no consiste en esto mi menor suplicio, continuó el espectro… Estoy aquí para deciros que aún os queda una probabilidad de salvación; una probabilidad y una esperanza que os proporcionaré.

—Os mostráis siempre buen amigo mío: gracias.

—Os van a visitar tres espíritus, siguió el espectro.

El rostro de Scrooge tomó su color tan lívido como el de su interlocutor.

—¿Son esas la probabilidad y la esperanza de que me hablabais?— preguntó con desfallecimiento.

—Sí.

—Creo… creo… que sería mejor que no se presentaran, dijo Scrooge.

—Sin sus visitas caeríais en la misma desgracia que yo. Aguardad la presentación del primero así que el reloj de la una.

—¿No podrian venir todos juntos para que acabáramos de una vez? insinuó Scrooge.

—Aguardad al segundo en la siguiente noche y a la misma hora, y al tercero en la subsiguiente, así que haya sonado la última campanada de las doce. No contéis con volverme a ver; pero por conveniencia vuestra, cuidad de acordaros de lo que acaba de suceder entre nosotros.

Después de estas palabras el espectro recogió el pañuelo que estaba encima de la mesa, y se lo ciñó como lo tenía al principio, por la cabeza y por la barba. Scrooge lo notó por el ruido seco que hicieron las mandíbulas al ajustarse con la sujeción. Entonces se determinó á alzar los ojos, y vio al aparecido delante de él, puesto de pie, y llevando arrollada al brazo la cadena.

La aparición se puso en marcha, caminando hacia atrás. A cada paso suyo se levantaba un poco la ventana, de suerte que cuando el espectro llegó a ella se hallaba completamente abierta. Hizo una señal á Scrooge para que se acercara y éste obedeció. Cuando estuvieron a dos pasos el uno del otro, la sombra de Marley levantó el brazo é indicó á Scrooge que no se aproximase más. Scrooge se detuvo, no precisamente por obediencia, sino por sorpresa y temor, pues en el momento en que el fantasma levantó el brazo, se oyeron rumores y ruidos confusos en el aire, sonidos incoherentes de lamentaciones, voces de indecible tristeza, gemidos de remordimiento. El fantasma, después de haber prestado atención por un breve instante, se unió al lúgubre coro, desvaneciéndose en el seno de aquella noche tan sombría.

 

Scrooge fue tras él hasta la ventana y miró por ella dominado de insaciable curiosidad. El espacio se hallaba lleno de fantasmas errantes, que iban de un lado para otro como almas en pena exhalando al paso tristes y profundos gemidos. Todos arrastraban una cadena como el espectro de Marley: algunos pocos (sin duda eran ministros cómplices de una misma política) flotaban encadenados juntos; ninguno en libertad. Varios otros eran conocidos de Scrooge. Entre éstos había particularmente un viejo fantasma, encerrado en un chaleco blanco que tenía adherido al pie un enorme anillo de hierros y que se quejaba lastimosamente de no poder prestar socorro á una desdichada mujer y á su hijo, á quienes veía por bajo de él, refugiados en un hueco de puerta.

El suplicio de todas aquellas sombras, consistía, evidentemente, en querer con ansia, aunque sin resultado, mezclarse en las cosas mundanales para hacer algún bien, pero no podían.

Aquellos seres vaporosos se disiparon en la niebla, ó la niebla los envolvió en sus sombras. Scrooge no pudo averiguar nada.

Las sombras y sus voces se desvanecieron a la vez, y la noche volvió a tomar su primer aspecto.

Scrooge cerró la ventana, y examinó cuidadosamente la puerta por donde había entrado el espectro. Estaba cerrada con doble vuelta, según él la dejara, y el cerrojo corrido. Trató, como antes, de decir: «tontería» pero se detuvo en la primera sílaba, porque sintiéndose acometido de una imperiosa necesidad de descansar, bien por las fatigas del día, ó de aquella breve contemplación del mundo invisible, ó del triste diálogo sostenido con el espectro, ó de lo avanzado de la hora, se fué á la cama y acostándose, sin desnudarse, cayó en un profundo sueño.

Segunda estrofa

El primero de los tres espíritus

Cuando Scrooge despertó reinaba tan grande oscuridad, que no le fué posible distinguir las transparencia de la ventana sobre el fondo de la pared. Trataba de inquirir con sus ojos de lince pero inútilmente. En esto, el reloj de una iglesia vecina empezó á sonar y Scrooge contó cuatro cuartos, pero con grande admiracion suya la pausada campana dió siete golpes, despues ocho y hasta doce. ¡Media noche! Luego llevaba dos horas no más en la cama. El reloj iba mal. Sin duda algun carámbano de hielo debia haberse introducido en la maquinaria ¡Media noche!

Scrooge apretó el resorte de su reloj de repeticion para asegurarse de la hora y rectificar la que habia oido. El reloj de bolsillo dió tambien doce campanadas rápidamente y se detuvo.

¡No es posible que yo haya dormido todo un dia y parte de una segunda noche! No es posible que le haya sucedido alguna cosa al sol y que sea media noche á medio dia

Como esta reflexion era para inquietarle, dejó la cama y se fué á la ventana. Tuvo que quitar con las mangas el hielo que habia sobre los cristales para ver algo, y aun entonces no pudo divisar gran cosa. Unicamente vió que la niebla era muy espesa, que hacía mucho frío y que las gentes no iban de un lado á otro atrafagadas, como hubiera ocurrido indudablemente á ser de dia. Esto le tranquilizó, por que de lo contrario, ¿qué hubiera sido de sus letras de cambio? «A tres días vista pagad á Mr. Scrooge ó á la órden de Mr. Scrooge,» y lo demás.

Scrooge volvió á la cama, y se puso á pensar y á repensar, una y mil veces, en lo que sucedía, sin comprender nada de ello. Cuanto más pensaba se confundía más, y cuanto ménos trataba de pensar más pensaba.

El aparecido Marley le tenia fuera de quicio. Cada vez que, como final de un maduro exámen, se determinaba, en su interior, á considerar todo aquello como puro sueño, su espíritu á semejanza de un resorte oprimido, que al soltarle toma su primitiva posicion, le presentaba el mismo problema: «¿ha sido ó no un sueño?»

Así estuvo Scrooge hasta que el reloj de la iglesia marcó tres cuartos de hora más y de seguida hizo memoria del espíritu que debia presentarse á la una. Resolvió, pues, mantenerse despierto hasta que la hora hubiese pasado, considerando que tan difícil le seria dormir como tocar la luna: era el mejor acuerdo.

Aquel cuarto de hora le pareció tan largo que creyó haberse adormecido á veces y dejado transcurrir el momento. Al fin oyó el reloj.

—Din, don.

—Un cuarto.

—Din, don.

—La media.

—Din, don.

—Tres cuartos.

—Din, don.

—¡La hora, la hora! exclamó Scrooge con júbilo: ninguno más viene.

Hablaba antes de que la campana de las horas hubiese dado. Cuando llegó el momento de ella, despidiendo un sonido profundo, sordo, melancólico; la habitacion se iluminó con claridad brillante y las cortinas de la cama fueron descorridas.

Digo que las cortinas de la cama fueron descorridas, por un lado y á impulso de una mano invisible; no las que habia á la cabecera ó á los piés, sino las del lado hácia el que estaba vuelto Scrooge, incorporándose sentado, vió frente á frente al sér fantástico que las descorría, y tan cerca de sí como yo lo estoy de tí; porque has de notar que yo me hallo, en espíritu, á tu lado.

La figura era muy extraña… de un niño, y sin embargo, tan parecido á un niño como á un viejo, contemplado á través de una atmósfera sobrenatural, que le comunicaba la apariencia de hallarse á muy larga distancia, con lo que se disminuian sus proporciones hasta las de un niño. Su cabellera, que pendía hasta el cuello, era blanca como por efecto de la edad y con todo la aparicion no mostraba arrugas. Tenía el cútis delicadamente sonrosado; los brazos largos y musculosos lo mismo que las manos, como si poseyera una figura poco común. Las piernas y los piés eran de irreprochable forma y en consonancia con lo demás del cuerpo. Vestía una blanca túnica. El talle lo llevaba ceñido con un cordon de fulgurante luz y en la mano una rama verde de acebo recien cortada: contrastando con este emblema del invierno la aparicion estaba adornada de flores propias del estío. Pero lo más extraño de ella consistía en una llama deslumbrante que de la cabeza le brotaba, y merced á la cual hacía visible todos los objetos; por eso sin duda, en sus momentos de tristeza, se servía, como de sombrero, de un gran apagador que llevaba debajo del brazo.

Sin embargo, al contemplarla más de cerca, no fué este atributo lo que más le sorprendió a Scrooge. El resplandor que la cintura despedía era intermitente; no brillaba por todo su contorno á la vez, de suerate que en unas ocaciones aparecia la figura iluminada por unos lados y en otras por otros, de lo que resultaban aspectos diferentes de ella. Unas veces aparecia un solo brazo con una sola pierna, ó bien veinte piernas, ó bien dos piernas sin cabeza, ó bien veinte una cabeza sin cuerpo; los miembros, que se confundían en la sombra, no dejaban ver ni un solo perfil en la oscuridad que los circuía al desvanecerse la luz. Despues, por una maravilla particular, tornaban á su pristino ser clara y visiblemente.

—¿Sois, preguntó Scrooge el espíritu cuya venida se me ha anunciado?

—Lo soy.

La voz era dulcísima, agradable, pero singularmente baja, como si en vez de hallarse allí se encontrara á muy larga distancia.

—¿Quién sois?

—Soy el espíritu de la Noche Buena pasada.

—¿Pasada hace mucho tiempo?

—No: vuestra última Noche Buena.

Acaso Scrooge no habría podido decir por qué, si se le hubiera preguntado; pero experimentaba un especialísimo deseo de ver al espíritu adornado con el apagador y le rogó que se cubriera.

—¿Qué? exclamó el espectro, ¿querríais ya con profanas manos extinguir tan pronto la luz que de mí se irradia? ¿No es suficiente que seais uno de esos hombres cuyas pasiones egoistas me han fabricado este sombrero, y qe me obligan á llevarlo á través de los siglos sobre la cabeza?

Scrooge negó respetuosamente que abrigara propósitos de inferirle una ofensa, y protestó que en ninguna época de su vida habia tratado, voluntariamente, de ponerle el apagador. Luego le preguntó por el motivo que le llevaba allí.

—Vuestra felidad, contestó el espectro.

Scrooge manifestó su reconocimiento; pero no pudo menos de pensar que con una noche de descanso no interrumpido, se conseguiria mejor aquel objeto. Sin duda que le oyó pensar el espíritu, porque inmediatamente le dijo:

—Entonces… vuestra conversion… Tened cuidado.

Y mientras hablaba tendió su poderosa mano, y agarrándole suavemente el brazo:

—Levantaos y venid conmigo, añadió.

En vano hubiera protestado Scrooge que el tiempo y la hora no tenian de oportunos para un paseo á pié; que estaba muy caliente su lecho y el termómetro bajo cero; que sus vestidos no eran á propósito y que el constipado le mortificaba mucho. No habia modo de resistir el apreton de aquella mano, aunque suave como si fuera de mujer. Se levantó; pero observando que el espíritu iba hácia la ventana, lo agarró por la vestidura en actitud de súplica. —Yo soy mortal, le dijo Scrooge, y podria muy bien caerme.

—Permitidme tan sólo que os toque ahi con la mano, repuso el espíritu poniéndosela á Scrooge sobre el corazon, y adquirireis fuerzas para resistir muchas pruebas.

Y al pronunciar estas palabras atravesaron por las paredes y salieron á una carretera situada habia desaparecido completamente: no se notaba ni la menor señal de ella.

La oscuridad y la niebla habian desaparecido tambien, porque era un dia de invierno, claro y espléndido, aunque la tierra estaba cubierta de nieve.

—Dios mio! exclamó Scrooge con las manos unidas, mientras que paseaba sus miradas en torno de sí, aquí fuí educado, aquí pasé mi infancia.

El espíritu le miró con bondad. Su dulce tocamiento, aunque duró poco, habia removido la sensibilidad del viejo. Los perfumes que aromaban el aire le producian el despertamiento de miles de alegrías, de ideas y de esperanzas, largo tiempo olvidadas; ¡muy largo tiempo!

—Vuestros labios tiemblan, insinuó el espíritu. ¿Qué teneis en la cara?

—Nada, contestó Scrooge con voz singularmente conmovida; no es el miedo lo que ahueca las mejillas; no es nada; es un hoyuelo. Llevadme, os lo suplico, adonde quereis.

—¿Recordais el camino?

—¡Que si me acuerdo! exclamó Scrooge enardecido; podria ir con los ojos vendados.

—Es extraño que lo hayais tenido olvidado tanto tiempo.

Y se pusieron en marcha por la carretera.

Scrooge reconocía cada puerta, cada árbol, hasta que se divisó en lotanaza una aldehuela con su iglesia, su puente y y su riachuelo de sinuoso curso. Una cuantas jaquillas de tendidas crines, se dirigian hácia ellos, montadas por niños que llamaban á otros niños encaramados en carruajillos rústicos o en erratas. Todos iban alborozados, gritando en variedad de tonos, y no parecia sino que el espacio se llenaba de aquella música tan alegre y que se ponia en vibracion el aire.

—Esas son las sombras de lo pasado, observó el espíritu. No saben que las vemos.

Los alegres viajeron fueron aproximándoe hácia ellos, y á medida que se aproximaban Scrooge iba reconociéndolos y llamando á cada por su nombre. ¿Por qué se ponia de tan buen humor al encontrarlos? ¿Por qué sus ojos, ordinariamente tan mortecinos, despedian aquellas miradas tan expresivas? ¿Por qué le saltaba el corazon dentro del pecho segun iba pasando? ¿Por qué se sintió lleno de júbilo al ver cómo se deseaban unos á otros mil felicidades por la Noche Buena, mientras se separaban tomando diferentes caminos para volverse á sus respectivos hogares? ¿Qué significaba una Noche Buena para Scrooge? ¿Qué ventajas le habia producido?

—La escuela no ha quedado desierta, indicó el espíritu; hay en ella un niño solo, abandonado por los demás.

Scrooge dijo que lo reconocía y suspiró.

 

Dejando el camino real y dirigiéndose á una hondanada perfectamente reconocida por Scrooge, llegaron muy pronto á un edificio fabricado con ladrillos de color rojo oscuro, sobre el cual se alzaba una cupulilla y sobre esta una veleta; en el tejado se veia una campana. El edificio era espacioso, pero denotaba vicisitudes de fortuna porque se hacia poco uso de sus numerosos compartimientos. Las paredes manifestaban señales de humedad; las ventanas aparecían rotas, las puertas desvencijadas. Algunas gallinas cacareaban en los establos; en las cocheras y en las caballerizas crecia la hierba. En el interior no conservaba ningun resto de su antigua grandeza, porque al entrar por el oscuro vestíbulo, se notaba por las puertas entrabiertas de algunos salones la humildad de sus muebles. Aquellos aposentos desprendian olor como de cerrados; todo indicaba allí que sus habitantes eran extraordinariamente madrugadores para el trabajo, y que no tenian mucho que comer.

El espíritu y Scrooge atrevasando por el vestíbulo llegaron á una puerta situada en la parte posterior de la casa. Abrióse ante ellos y dejó ver una extensa sala, triste, solitaria, llena de banquetas y de pupitres de humilde puno. Sobre uno de ellos, y próximo á un escaso fuego, leía un niño: nadie le acompañaba. Scrooge, sentándose en un banco lloró, reconociéndose en aquel niño tan olvidado como entonces lo estaba él. Ni los ecos dormidos en las concavidades de la casa, ni los chillidos de las ratas peléandose debajo del entarimado, ni el rumor del caño de la fuente que casi no corria por estar el agua congelada, ni el susurro del viento entre las ramas deshojadas de un álamo, ni el golpe de la puerta de los vacíos almacenes, nada, nada; ni aun el más ligero chisporroteo de la lumbre dejó de influir, suave y dulcemente, en el pecho de Scrooge para desatar la corriente de sus lágrimas.

El espíritu le tocó en el brazo, señalándole aquel niño, aquel otro Scrooge tan entregado á la lectura.

De repente un hombre vestido de una manera extraña, visible como os veo, se acercó á la ventana llevando del ronzal un asno cargado de leña. «Ahí llega Alí-Baba, exclamó Scrooge entusiasmado: el excelente y honrado viejo. Sí, sí lo reconozco. Era cabalmente un dia de Noche Buena, cuando ese niño fué dejado solo en la escuela y se presentó Alí-Baba con el mismo traje que ahora. ¡Pobre niño! ¿Y Valentín? dijo Scrooge. ¿Y su bribon de hermano? ¿Como apellidaban á eso que fué depositado en medio de su sueño y casi desnudo, en la puerta de Damasco? ¿No lo veis? ¿Y el palafrenero del sultan tan maltratado por los genios? Helo ahí con la cabeza abajo. Bien, bien; tratadle como se merece: eso me gusta. ¿Qué necesidad tenía de casarse con la princesa?»

¡Qué admiracion para sus compañeros de la City si hubieran podido ver á Scrooge que empleaba todo lo que su naturaleza encerraba de vigor, para extasiarse con tales recuerdos; medio llorando, medio riendo, alzando la voz con una fuerza extraordinaria, animándosele la fisonomía de un modo singular.

«Hé ahí el loro, continuó, de cuerpo verde de cola amarilla, de moño semejante á una lechuga, en la cabeza. «¡Pobre Robinson Crusoe!» le gritaba el loro cuando lo vió tornar á su albergue despues de haber dado vuelta á la isla. «¡Pobre Robinson Crusoe!» ¿Dónde has estado Robinson Crusoe? El hombre creia soñar; mas no soñaba, no: era como ya sabeis, el loro. Hé ahí á Viernes corriendo á todo escape para salvarse: anda de prisa; valor; upa.»

Despues pasando de un asunto á otro con una rapidez no acostumbrada en él, y movido de compasion por aquel otro Scrooge que leia los cuentos á a que acababa de aludir, «Pobre niño,» dijo, y se puso á llorar de nuevo.

—Querria… murmuró Scrooge metiéndose las manos en los bolsillos despues de haberse enjugado las lágrimas… pero ya es tarde.

—¿Qué hay? preguntó el espíritu.

—Nada, nada. Me acordaba de un niño que estuvo ayer á la puerta de mi despacho para cantarme un villancico de Noche Buena: hubiera querido darle algo: hé ahí todo.

El espíritu se sonrió con ademan meditabundo, y haciéndole señal de callarse le dijo: veamos otra Noche Buena.

Proferidas estas palabras, observó Scrooge, que el niño imágen suya se habia desarrollado, y que la sala estaba algo más sucia y estaba más oscura. El ensamblado de madera de las paredes aparecia con inmensas grietas, las ventanas resquebrajadas, el piso lleno de cascotes de la techumbre y las vigas al descubierto. ¿Cómo se habian veridicado estos cambios? Scrooge lo ignoraba como vosotros. Sabía únicamente que aquello era un hecho irrefutable; que se encontraba allí, siempre solo, mientras que sus demás condiscípulos estaban en sus respectivas casas para gozar alegres y contentos de la Noche Buena.

Entonces no leía: se limitaba á pasear á lo largo y á lo ancho, entregado á la mayor desesperacion. Scrooge se volvió al espectro, y moviendo con aire melancólico la cabeza, lanzó una mirada, llena de ansiedad, á la puerta.

Esta se abrió dejando penetrar á una niña de menos edad que el estudiante, la cual, dirigiéndose como una flecha hácia él lo apretó entre sus brazos, exclamando:

—«Hermano querido.

—«Vengo para llevarte á casa, continuó, dando palmadas de alegría y encorvada á fuerza de reir; para llevarte á casa, á casa, á casa.

—¿A casa, Paquita?

—Sí, contestó ella, á casa; ni más ni menos; y para siempre, para siempre. Papá es ahora tan bueno, en comparacion de lo que era antes, que aquello se ha trocado en un paraiso. Hace pocas noches me habló con tan grande cariño, que no vacilé en solicitar otra vez que vinieras á casa, y me lo concedió, y me ha enviado con un coche para buscarte. Vá á ser un hombre, continuó la niña abriendo desmesuradamente los ojos: no volverás aquí, y por de pronto vamos á pasar reunidos las fiestas de Noche Buena de la manera más alegre del mundo.

—Eres verdaderamente una mujer, Paquita, exclamó el jóven.

Ella volvió á palmotear y á reir. Luego trató de acariciarle, pero como era tan pequeña, tuvo que empinarse sobre las puntas de los piés para darle un abrazo y tornó á reir. Por último, impaciente ya como niña, lo arrastró hácia la puerta y él fué trás ella contentísimo.

Una vez poderosa se dejó oir en el vestíbulo.

«Bajad el equipaje de Mr. Scrooge: pronto.» Y apareció el maestro en persona, quien dirigiendo al jóven una mirada entre adusta y benévola, le estrechó la mano en significacion de despedida. Seguidamente le condujo á una sala baja, lo más helada que se podia dar, verdadera cueva donde existian muchos mapas suspendidos de las paredes, globos terrestres y celestes en los alféizares de las ventanas, objetos todos que parecian tambien helados por el frio de la habitacion, y allí obsequió á los jóvenes con una botellita de vino excesivamente ligero y un trozo de pastel excesivamente pesado: al mismo tiempo hizo que un sirviente de sórdido aspecto invitase al cochero, más éste, agradeciendo mucho la oferta, repuso, que si se trataba del mismo vino que le habian dado á probar antes no lo deseaba. Dispuesto el equipaje, los jóvenes se despidieron cariñosamente del maestro, y subiendo al coche atravesaron llenos de alegría el jardin y salieron á la carretera, llena entonces de nieve que iba arremolinándose al paso de las ruedas como si fuera espuma.

—Siempre fué esa niña una criatura delicada á quien el más pequeño soplo hubiera podido marchitar, dijo es espectro… pero abrigaba un gran corazón.

—Es cierto, contestó Scrooge. No seré yo quien me oponga á ello, espíritu; líbreme Dios.

—Ha muerto casada y me parece que ha dejado dos hijos.

—Uno solo, repuso Scrooge.

—Es verdad, corroboró el espectro; vuestro sobrino. Scrooge asintió y dijo brevemente: Sí.

Aunque no habian hecho más que abandonar el colegio, se encontraban ya en las calles de una gran ciudad, por donde pasaban y repasaban muchas sombras humanas ó sombras de carruajes en gran número; en una palabra, en medio del ruido y del movimiento de una verdadera ciudad. Por los escaparates de las tiendas se echaba de ver que tambien allí tenía efecto la celebracion de la Noche Buena.