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Informe neuro-psiquiátrico

La conclusión de la autopsia fue terminante: la causa precisa y necesaria de la muerte de ambos autopsiados se debe a asfixia por estrangulamiento practicado por tercera persona, utilizando trozos de alambres de fierro estañado. En otras palabras, Aurora y Percy perdieron su vida al ser ahorcados por el criminal.

Con fecha 20 de enero de 1964, se emite el informe médico desde el Instituto Médico Legal Dr. Carlos Ybar. A fin de determinar si se encontraba loco o demente en el momento de cometer el delito, o privado totalmente de la razón por cualquier causa independiente de su voluntad4, fue examinado por el doctor Jacobo Pasmanik Guiñerman, el doctor Alfonso Claps Gallo, el doctor Raúl Aranda (electroencefalografista) y la psicóloga Liana Ortiz. En las entrevistas, Nicolás se declara mujeriego e inestable en sus afectos, alcohólico excesivo e irregular (Informe neuro-psiquiátrico forense N° 265/63).

Manifiesta que se encontraba bebido al momento del crimen. Habría ingerido ¾ de una botella de ron, y su equilibrio nervioso se había alterado por las urgencias económicas e inseguridad laboral. Se sentía sometido a la continua presión negativa de su madre, especialmente en relación con la presencia de su conviviente en la casa. Su madre se oponía a ella. Él trató de separarse de ella, pero no pudo. Ella le insistía que solo con la muerte podrían separarse (Informe neuro-psiquiátrico forense N° 265/63).

El test de Rorschach arroja rasgos de personalidad psicopática esquizoide, egocentrismo y una acentuadísima carga angustiosa. Se observan además ciertos rasgos depresivos y agresividad reprimida. La conclusión del informe es clara: “el acto delictual se explica en relación a su condición psicopática esquizoide facilitada por la ingestión excesiva de alcohol. Lo anterior no implica que haya actuado privado del uso de razón” (Informe neuro-psiquiátrico forense N°265/63).

El delito cometido constituye la culminación de su largo proceso de agresividad creciente y reprimida, desarrollada en respuesta a insatisfacciones afectivas y dificultades económicas. El alcohol ha contribuido al estallido, verbigracia, a la puesta en marcha del proceso, facilitando la liberación de la agresividad, pero sin llegar a comprometer ni el sensorio ni la capacidad volitiva de Nicolás Arancibia. En conjunto, la conducta criminal de Nicolás se encuadra dentro de las características de frialdad afectiva, temeridad indiferente y embotamiento ético propio de los psicópatas esquizoides.

La defensa de Nicolás gestionó un segundo informe, a cargo de los médicos psiquiatras de Valparaíso Luis Acevedo Castillo y Alberto Robinson Nebel. En él, y en contraposición al informe neuro-psiquiátrico, Nicolás padece de síndrome epileptiforme de localización témporo-occipital (pensamiento forzado, alucinaciones hipnagógicas, visuales y auditivas, dreamy-estates, tipo de pensamiento viscoso, circunstancial, que según Penfield y Fischer son típicos de esta alteración mental), demostrada alteración mental equivalente al concepto legal de “loco o demente”.

A pesar de las fundadas conclusiones de este segundo informe psicológico, se reconoce que Nicolás actuó con premeditación previa, es decir, un designio reflexivo y persistente que lo ha llevado a la ejecución del delito de parricidio y homicidio. Demuestra en forma inequívoca los dos requisitos del proceso reflexivo: por una parte, el ideológico, es decir, reflexión y medios circunstanciales adecuados a su realización; y, por otra, el cronológico, constituido por el transcurso prudencial y razonable de un espacio de tiempo entre la decisión y la ejecución de lo resuelto, que es revelador de la perseverancia del impulso delictivo.

En otras palabras, los jueces del caso reconocen que el criminal estudió y planeó la ejecución de este delito con mucha anticipación y alevosía, es decir, actuar sobre seguro, con seguridad en el golpe y sin que el reo corriese riesgo. Cortó el cuerpo de Aurora, tomó la parte superior y la invirtió para impedir el derramamiento de vísceras antes de introducirla de cabeza en el tarro. Luego, amarró las manos del niño en su espalda y lo colocó en el breve espacio disponible en el tarro, tarea difícil ante la rigidez del cadáver. Cubrió la apertura del tarro con la tapa, lo apernó y selló con piroxilina. Consecuente con lo anterior, los jueces reconocen, además, que Nicolás planificó el crimen durante un mes.

Teniendo a la vista las evidencias recogidas por la policía y comprobada la rigurosidad investigativa con que se investigó el caso5, el profesor Arancibia es condenado a la pena de presidio perpetuo por el parricidio y a la pena de presidio mayor en su grado mínimo, por el término de cinco años y un día, por el delito de homicidio calificado contra su conviviente.

Una investigación emblemática

Lo escabroso e impactante de este homicidio motivó la creación de la Brigada de Homicidios de Valparaíso a mediados de la década del sesenta, constituyendo la segunda unidad especializada más antigua del país luego de la Brigada de Homicidios Metropolitana, que cumple funciones en esta área desde 1949.

El caso de los tarros lecheros es uno de los hechos policiales más impactantes de la historia policial porteña. Este sello del caso motivó a ser recreado por el Poder Judicial de esa región en el marco del Día del Patrimonio 2018, el último domingo de mayo de ese año (Riquelme & Küpfer, 2018: 8). Simulando un juicio oral enmarcado en el nuevo procedimiento penal, el Poder Judicial se sumó a las actividades propias de este evento, basándose en este alevoso crimen. El 2017 recrearon el caso de Emile Dubois, experiencia que los instó a superar expectativas y asumir el difícil desafío de recrear el macabro crimen del profesor Arancibia.

En esta simulación se modificaron algunos nombres y lugares reales, en razón a que en mayo de 2018 aún se encontraban con vida algunos protagonistas de este cruel asesinato. A saber, el propio homicida y parricida Nicolás Arancibia se mantenía con vida y 86 años a cuestas para la fecha de la recreación. Como si el destino quisiera cobrar en la tierra lo que aquí se ha cometido, quien hace más de 50 años atrás bloqueó las vías respiratorias de su hijo y su esposa falleció de cáncer pulmonar tras muchos años de sufrimiento.

Por su parte, el oficial policial Hernán Cárdenas Zúñiga se caracterizó por ser un investigador ágil “al que todas las pesquisas que realizó pudieron llegar a buen término” (Erlandsen, 2006). Falleció el lunes 11 de diciembre del 2006, a la edad de 81 años. Al sepelio, en el cementerio de Santa Inés, asistió gran cantidad de personas, destacando la presencia de altas autoridades policiales porteñas, quienes le rindieron los respectivos y merecidos honores al exfuncionario, que no solo cumplió su sueño de ver inaugurada la Brigada de Homicidios en Valparaíso, sino que fue su fundador y primer jefe.

Juan Seoane Miranda también escribió una página importante en la historia de la policía civil en Chile. En 1973 cumplía funciones como jefe de la escolta de Investigaciones de la Sección Presidencial, en La Moneda. El 11 de septiembre estaba en el palacio en espera de aquel inminente desenlace. Si bien la instrucción fue que todo el personal debía abandonar la casa de gobierno, esa unidad, al mando de Seoane, se mantuvo hasta los últimos minutos con el presidente Salvador Allende y solo se retiraron cuando él, en forma directa, les ordenó que resguardaran sus vidas. A pesar de contradecir al presidente respondiendo que no se retiraría y que su compromiso era protegerlo (Seoane, 2008: 85), Allende reiteró que él se quedaba, pues “los viejos robles mueren de pie”. Esta declaración es el título del libro homónimo de Juan Seoane, que da cuenta de este histórico suceso nacional, donde le correspondió un papel destacado.

Vaya además un reconocimiento a los investigadores policiales Óscar Ortiz Veloz, Dunny Casanova Zúñiga, Ociel Castro Labarca (que cumplió el papel de víctima en la reconstitución de escena), Leonel La-trille Gallardo, Hernán Olivares Lebuy (que cumplió labores de fotógrafo en el sitio del suceso y en la reconstitución de escena), Jaime Herrera Villegas, Franklin Quijada Torres (que culminó su brillante carrera asumiendo la subdirección de la policía civil) y Alberto Labbé Pérez.

Un plausible esfuerzo por mantener en la memoria este caso policial fue rescatar sus antecedentes para la compilación de los cien casos emblemáticos de la Brigada de Homicidios. Tras releer el tomo, se observa un detalle en la reconstitución de escena, momento en que el homicida modificó su declaración inicial y reveló una impactante confidencia. Cuando llegó a su casa esa noche con el tarro lechero, se sinceró con su conviviente, confesándole sus reales intenciones: “ahí tienes tu ataúd…”6. Ella no respondió. Varias veces se lo había reafirmado. Estarían juntos siempre, hasta que la muerte los separe.

Bibliografía

Erlandsen, Patricio. (14 de diciembre de 2006). Murió fundador de la BH. La Estrella de Valparaíso.

Gibran, Khalil. (2018).“Del crimen y el castigo”, en El profeta. Editorial Alma.

Loch, Gilberto. (2018). Patrimonio arquitectónico de Valparaíso. Valparaíso: imprenta Soul.

PDI. (2009). “Tarros lecheros”, en Colección histórica de homicidios. Santiago de Chile: Of Set.

Riquelme, Juan & Küpfer, Marcela. (24 de mayo de 2018). El crimen de los tarros lecheros. La Estrella de Valparaíso. Página 8.

 

Seoane, Juan. (2009). Los viejos robles mueren de pie: Relato autobiográfco de un policía leal. Santiago de Chile: LOM.

Trezza, Fernando. (2006). Data de la muerte : las transformaciones cadavéricas. Argentina: ediciones Dosyuna.

Tuane, Hernán. (1988). Destino criminal : consideraciones psicológicas sobre el crimen. Santiago de Chile: imprenta Salesianos.

Universidad de Viña del Mar. (2007). Crímenes con historia: Taller de periodismo policial / La Estrella de Valparaíso. Viña del Mar: imprenta El Mercurio de Valparaíso.

EL OLFATO POLICIAL DE ANKER

* * *

El caso del canino rastreador (1967)

Allí estaba echado un perro, sin comer y sin dormir,

quería mirar a su dueño, no le importaba vivir.

Así murió el perro negro, aquel enorme guardián,

que quiso mucho a Gilberto y dio muerte a don Julián.

José Alfredo Jiménez, El perro negro.

Desde los albores de su existencia, el hombre ha convivido con animales salvajes y domésticos en mutua complicidad, evolucionando juntos en sus ciclos vitales. Caballos, halcones, gatos y un sinfín de especies facilitaron al hombre el desarrollo de sus faenas diarias. Alimentarse del ganado y de su leche, producir una amplia variedad de subproductos derivados de los lácteos, arar un prado y enviar mensajes atados a la pata de un pajarillo fueron tareas primitivas que asentaron las bases del desarrollo humano.

Entre la variada fauna que evoluciona junto al hombre se encuentra el perro, mascota fiel y leal por antonomasia que por sus cualidades innatas, como el olfato, la agudeza del oído y su fiereza, contribuye activamente al desarrollo de las ciencias, la guerra y hasta la contención emocional de pacientes que han vivido eventos traumáticos.

Así, el perro se usó en la guerra para abastecer agua a los soldados heridos; en la ciencia, en los estudios de Iván Pávlov sobre el reflejo condicionado; en pruebas de lanzamiento de cohetes en la carrera espacial tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética, por nombrar solo algunas colaboraciones. En este orden de ideas, una de las incursiones caninas de mayor reconocimiento en la sociedad la constituyen los perros policiales, que brindan su olfato y agudeza en apoyo a los detectives en la investigación criminal.

Es así como en 1966 se crea en la PDI el Grupo de Adiestramiento y Servicio de Perros Policiales de Investigaciones (GASPOL). Esta histórica unidad fue la primera en su tipo en esta institución, asumiendo como principal misión el adiestramiento de perros como apoyo a la investigación criminal. En sus inicios no disponía de instrumental técnico, ni veterinarios, ni habitáculos para canes. En efecto, cada funcionario cuidaba de su propio perro. Durante el día cada policía entrenaba a su perro en el cuartel, lo llevaba consigo en sus diligencias y cuando el turno terminaba lo llevaba a su casa, donde se alimentaba, aseaba y dormía.

El primer jefe de GASPOL fue el subinspector Fernando Castro Arellano, quien más adelante sería el instructor de Anker, canino rastreador que, sin saberlo aún, escribiría una de las páginas más recordadas de la historia policial chilena.

Nace una leyenda

El viernes 20 de mayo de 1960 la perrita ovejero alemán Lassy de Norma se apresta a dar a luz a sus crías. El propio Fernando Castro colaboró en sus nacimientos, en una hermosa camada de seis cachorros machos, donde Anker pesó 300 gramos. Entre sus principales señas, el Registro Genealógico de la Asociación Pro Perro Ovejero Alemán (APOA-Chile)7 destaca su color negro predominante, con amarillo en máscara y patas, similar a las características de su padre, Waldy von Rommel.

A solo dos días de su nacimiento se registró la mayor catástrofe que recuerda el país. Un movimiento telúrico de magnitud 9,5 grados asoló la ciudad de Valdivia, considerado en Chile y el mundo como el megaterremoto más potente registrado instrumentalmente en la historia de la humanidad. Perros rastreadores colaboraron en la búsqueda de personas, animando a Fernando en la instrucción canina de su mascota recientemente nacida.

Fue bautizado como Anker, nombre alemán que en español significa “Ancla”. Su nombre completo es Anker von Ratty, cuyo origen es tan particular como interesante. Si bien su padre era de apellido Von Rommel y lo habitual era que continuara con este linaje, los criadores de fina sangre pueden modificar el apellido al momento de inscribir un cachorro. Una variante es consignar como apellido el nombre del propietario, de su criadero o del lugar donde nació. Para la camada que llegó a GASPOL, incluyendo a Anker, “acordaron llamarlo como a los detectives, o mejor dicho, ‘de Rati’, razón que llevó al apellido ‘von’ (de, en alemán) Ratty” (Parraguez, 2016: 55).

También conocido como “pastor alemán”, esta estirpe es relativamente nueva y se remonta a fines del siglo XIX. El ovejero es una de las especies caninas más queridas y admiradas, formando parte del grupo de pastoreo utilizado preferentemente para reunir y vigilar ovejas. Por su fuerza, inteligencia y capacidad de entrenamiento, constituyen la raza ideal para tareas como perro guardián, guía de ciegos y animales de salvamento. También apoyan a las fuerzas de seguridad en los cuerpos de policía y en el ejército, en unidades caninas, que en algunos países se denominan K-9.

Durante la Segunda Guerra Mundial el perro ovejero fue utilizado por el ejército alemán como rastreador, conquistando respeto y admiración a nivel internacional. Robusto, flexible y ligeramente alargado, el ovejero alemán es además un canino de compañía capaz de pastorear vacas y cualquier tipo de ganado. De cuerpo musculoso, infatigable trote y mandíbulas que cierran en tijera, constituye un aliado vigoroso, equilibrado y fácil de adiestrar.

Entre los ejemplares mediáticos de esta raza se encuentran Rin Tin Tin, de la serie televisiva del lejano oeste; Comisario Rex, de la famosa serie austríaca; Samantha, de la película Soy leyenda, protagonizada por Will Smith; Max, de las series El hombre nuclear y La mujer biónica; Relámpago, de la película 101 Dálmatas II, entre muchos otros. También destaca la perra Blondi, de propiedad de Adolf Hitler.

Considerando las cualidades que el perro ovejero alemán brinda en los servicios policiales, tres de los seis cachorros de la lechigada de Lassy cumplieron funciones en GASPOL, cuando esta se creó: Anker, Atlas y Heidy constituyen la piedra fundacional del grupo de adiestramiento canino de la PDI, siendo Anker el primero en presentarse a la lista luego de que el mando procediera a la creación de GASPOL. Los tres cachorros restantes de la camada fueron regalados por Fernando a policías amigos.

Anker creció rápidamente. A ojos de su guía, fue un perro cariñoso que jugaba a la escondida con su hija y otros niños del barrio. En su hogar tiraba a la pequeña sobre un carrito y le enseñó a caminar a un sobrino del instructor. A su juicio, además, la preparación policial de Anker comenzó un poco tarde, recién en 1965. Tanto en las oficinas del cuartel como en casa, Fernando observaba una mansedumbre ejemplar en el can, pero “se tornaba impaciente y exigente en la cancha en misión rutinaria. Me resultaba estimulante, por ejemplo, viéndolo en casa retozar con mi esposa y con mi hijita de escasos años. Me atrevo a juzgar, sin temor a exagerar, que les sabía corresponder con afecto casi humano” (Castro, 1967: 2).

De esta manera, Anker fue adiestrado desde los cinco años, especializándose en rastreo y ubicación de cadáveres. En septiembre de 1967 dio su examen ante un juez de la Confederación Sudamericana del Perro Pastor Alemán (COSUPA), obteniendo un alto puntaje. Dicha evaluación es reconocida por la SV alemana (Verein für Deutsche Schäferhunde), que agrupa a todas las asociaciones de perros ovejeros alemanes.

El 3 de septiembre de 1967 Anker rindió su examen de rastreo en la Asociación de Criadores de Perros Ovejeros Alemanes (ACOA – Chile)8, marcando una alta puntuación en esa especialidad (94 de 100) y obteniendo 278 puntos totales, de un máximo de 300. En el aspecto deportivo, Anker fue campeón en la selección de ejemplares para participar en el evento sudamericano celebrado en Chile y fue entrenado para las competencias de Montevideo el año entrante.

Búsqueda del rumano asesinado

El miércoles 8 de noviembre de 1967 se denuncia la desaparición del contador rumano Moisés Herscovici Hamkel, con domicilio en una antigua y desaseada casona de calle Ernesto Samit N° 519, en Quinta Normal. Lindante a la casa fluían las aguas del canal Yungay-Zapata, cuyo afluente converge en la laguna de Pudahuel. Para su ubicación se solicitó la presencia y colaboración de Anker, quien actuó acompañado de Atlas, su hermano.

Las huellas encontradas en la habitación donde el rumano fue asesinado el miércoles anterior a su búsqueda daban cuenta de que el cadáver se encontraría en el agua (La Tercera, 1967: 1). Así, en compañía del jefe del grupo investigador de la Brigada de Homicidios, inspector Osvaldo Díaz Oyarzún, detectives, bomberos y perros rastrearon toda la extensión del canal, incluyendo dos kilómetros hacia el poniente que estaban abovedados. El trabajo resultó extraordinariamente arduo y peligroso, tanto por lo torrentoso de la corriente como por sus emanaciones pestilentes, debido a la gran cantidad de animales muertos que flotaban en el gélido cauce.

Tras recorrer aproximadamente diez kilómetros de canal, y tras cinco horas de búsqueda, a la altura del tranque Lo Prado Bajo, cuando el grupo de rastreadores ya desesperaba, se escuchó el característico ladrido de aviso. Corrieron hacia el lugar, en medio del agua, pero desalentados vieron que solo se trataba de la carroña de un cerdo. Ante la instrucción de proseguir el rastreo, el ovejero no continuó con la búsqueda. Se quedó allí desobedeciendo la orden y persistiendo en su olfato.

El perro siguió ladrando como si tratara de decirle algo a su instructor. Ayudado por uno de los bomberos que colaboraba en la maniobra, premunido de una estaca, procedieron a voltear la carroña de cerdo y con sorpresa observaron que, el cadáver que buscaban se encontraba allí, aplastado por la masa porcina putrefacta.

El cuerpo del contador fue sacado por el detective Raúl Jara y el bombero Sergio Falcón de la Primera Compañía, desde los pantanosos terrenos que cercan la laguna de Barrancas. Ambos tendieron el cadáver en la escalera de uno de los carros de bomberos que llegaron al lugar. Luego, tras su retiro, el cadáver fue periciado por personal de la Brigada de Homicidios, quienes confirmaron la identidad de la víctima. Se valoró el trabajo de todo el equipo y muy especialmente el aporte del perro policial, desempeño que fue ampliamente difundido en los diarios locales, que lo informaron en sus portadas bajo el título “El perro Anker halló al rumano”.

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