Pancho Segura Cano: La vida de una leyenda del tenis

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¿Y qué pensaba su madre de todo esto? «Mamá», le dijo Pancho un día, «me han dado otra beca, pero creo que no la voy a utilizar, estoy seguro de que no me vas a dar permiso, ¿verdad, mamita? Pero Francisca Cano Segura era más dura que eso: «Estaba algo triste porque mi hijo se iba», reconoció más tarde, «pero vi la realidad de las cosas y le dije: pero hijo, ¿por qué crees que no te voy dar permiso? Claro que quiero que viajes, para que así aprendas lo que es la vida».

Una vez terminadas las despedidas, Pancho Segura estaba listo. Viajó en la línea de cruceros Grace Line, uno de esos gigantescos barcos blancos a vapor que Pancho había contemplado con anhelo en su infancia. Ahora, finalmente, su añoranza se había convertido en realidad. En compañía de Juan Aguirre, otro tenista guayaquileño, se encontraba a bordo del magnífico barco de sus sueños.

El viaje marítimo era electrizante para el novel viajero, sobre todo el cruce del canal de Panamá. Se mostró fascinado por el milagro de ingeniería que hacía posible pasar tan velozmente de un continente a otro. A lo largo del maravilloso viaje, Pancho pasó un momento fabuloso. Pasaba horas enteras en el club nocturno de la embarcación, ahí los artistas cantaban una de las canciones más populares de 1940:

Oh, Johnny, Oh, Johnny, how you can love!

Oh, Johnny, Oh, Johnny, heavens above!

You make my sad heart jump for joy,

And when you’re near me

I can’t keep still a minute

Because it’s Oh Johnny, Oh Johnny,

I love you so!

Pancho escuchaba, encantado y se memorizaba el canto «Pero claro, ¡no entendía ni jota!»

El joven ecuatoriano se encontraba, por primera vez en su vida, lejos de las restricciones caseras y de la vida de su país natal; apenas podía contener su alegría. «Había una chica en el barco que yo noté que le gustaba, pero yo no sabía inglés y no podía hacer nada».

Pancho viajaba a un país desconocido donde no conocía un alma. Apenas tenía algo de dinero, enfrentaba un futuro incierto y no hablaba ni una sola palabra en inglés. Pero para este entusiasta «cholo» guayaquileño, era la aventura de su vida.

Galo Plaza Lasso temía que Estados Unidos representara una realidad demasiado dura para que el pequeño prodigio ecuatoriano se abriera camino en el mundo del tenis. Pero Pancho tenía otras ideas, ya no había vuelta atrás.

7. Amateur: proviene del francés que significa el que ama. En el siglo XVIII se lo usaba para referirse a alguien que practica un arte, oficio o deporte sin ser profesional.

8. Elwood Cooke: tenista estadounidense amateur entre los años 1930 y 1940.

9. Bobby Riggs: tenista estadounidense exitoso durante los años de la Segunda Guerra Mundial, conocido por sus duelos ante tenistas mujeres cuando ya superaba los 55 años. Su duelo más famoso fue el que perdió ante la norteamericana Billie Jean King en 1973 en la denominada «Batalla de los sexos».

Capítulo 3

¡Hasta luego!

El 29 de julio de 1940 Pancho Segura llegó a la ciudad de Nueva York. Llevaba su nombre impreso alrededor del cuello, como un inmigrante que se baja del barco. Elwood Cooke y su esposa Sarah, también tenista, le dieron el encuentro en el muelle en representación de la corporación de implementos deportivos Wilson. Así, y sin más preliminares, lo pusieron en un tren con dirección a Southampton, Long Island. Se le informó que se dirigiera al Meadow Club a jugar tenis.

Tal vez fue fortuito que Pancho no hablara inglés en ese entonces, pues no tenía idea de que estaba a punto de cruzar el umbral de uno de los clubes privados más exclusivos de Estados Unidos. No sabía que había un código de vestir y de conducta requerido por los socios. No entendía su más llamativa deficiencia: que no era ni blanco ni rico ni ilustrado.

El Meadow Club nunca había visto algo parecido.

Aferrado a su deslucida raqueta y con una bolsa de ropa inadecuada, Pancho llegó a Southampton justo a tiempo para participar en un partido de dobles (junto con Juan Aguirre, su compañero de viaje) en el decimoquinto torneo anual del Meadow Club.

Fue una paliza. Los ecuatorianos perdieron en sets seguidos: 6-1, 6-2.

Los simpatizantes justificaron el resultado señalando que se trataba de nervios y del ambiente extraño. Pero la derrota tenía una explicación sencilla. El juego se hizo en césped y Pancho nunca en su vida había jugado en grama. («¿Hierba? Yo creía que eso se fumaba?» Fue una broma que hizo más adelante). Hoy en día, los jugadores saben cómo adecuar su juego de acuerdo a la superficie, de cemento a tierra batida o al césped, que es mucho más irregular y rápido. Segura y Aguirre no sabían qué les había sucedido. Enfrentados con pelotas bajas, rápidas e impredecibles en el rebote, no podían acomodar su juego de pies, no podían anticipar cada jugada. En resumen: perdieron el control de los tiempos. «Mi rival me sirvió la bola, yo fallé el golpe y, ¡la gente pensó que yo lo hice de adrede!». El tenis de los ecuatorianos parecía el de principiantes ante oponentes más hábiles (Pancho también perdió un partido de singles en ese mismo torneo).

Aun así, el torneo no fue completamente desastroso. Aunque Pancho perdió sus encuentros, el público no pudo evitar sorprenderse ante este dínamo de metro sesenta y siete, con sus rizos negros, piernas chuecas y drive a dos manos. «Nadie había visto a alguien jugar con dos manos», dijo Pancho. «¡Pensaban que era un error!». Desde el inicio, ese jugador de aspecto extraño, con su enorme sonrisa, mostraba un elemento exótico que intrigaba. Podían intuir su velocidad, su energía, su astucia.

Un día, mientras Pancho regresaba a pie desde el club a la ciudad (obviamente no tenía transporte), el ganador del torneo de singles de Southampton, que se dirigía en automóvil en la misma dirección, se detuvo para llevarlo. El nombre del piloto era Bobby Riggs. Riggs no tenía idea de la identidad del joven y Pancho no hablaba inglés, de manera que poco se dijeron en esta ocasión. Pero desde ese día en adelante, Segura y Riggs iniciaron una amistad que a futuro iba a amenizar la historia del tenis. Ambos se convertirían en dos de los jugadores más populares del circuito, al mismo tiempo que en oponentes cordiales y apostadores encarnecidos durante el resto de sus vidas.

Otro miembro de la audiencia que puso especial interés en el recién llegado fue la adolescente Rosalind Palmer, que era socia del club y que había sido designada anfitriona auxiliar durante el fin de semana. Palmer fue asignada para asistir al joven sudamericano mientras él participaba en el torneo.

Pancho se ganó la lotería.

Rosalind Palmer tenía quince años. Su padre presidía la compañía E. R. Squibb y su madre era dramaturga y poeta, había alcanzado un título de posgrado de la prestigiosa Universidad de Columbia y había trabajado como enfermera durante la Primera Guerra Mundial. La señora Palmer era demócrata moderna, había trabajado con Eleanor Roosevelt en la década de 1930 y era de izquierda. Con antecedentes como esos, Rosalind había experimentado una infancia estimulante y socialista. Más adelante ingresaría a Smith College pero, por ahora, Estados Unidos se había incorporado a la Segunda Guerra Mundial y su madre decidió que lo mejor que podía hacer era voluntariado cívico a favor de las tropas de Estados Unidos. Así, Rosalind consiguió empleo en una fábrica de aviones y alcanzó la inmortalidad como el modelo para el personaje de Rosie la remachadora (Rosie the riveter).

Si uno piensa en el tipo de socio que se le pudo asignar a Pancho como anfitrión, es interesante que fuese Rosalind la persona elegida para dar la bienvenida a un joven proveniente de un país subdesarrollado. De espaldas al potencial de escándalo de juntar al moreno de corta estatura con los altos y estilizados angloamericanos, Rosalind asumió su tarea con entusiasmo.

«Lo vi jugar», recordaba. «Y vi su relampagueante sonrisa. A mí no me importó que haya perdido. Pancho dejó su huella».

Rosalind Palmer quedó prendada. ¿Y qué si ella no hablara español o que él no hablara inglés? Ella lo entendía perfectamente. Se llevaron bien desde el inicio, ella lo acompañó a las canchas y a las cenas en honor de los jugadores que se celebraban los viernes y sábados por la noche. Y al terminar iba a casa de sus padres. Pancho dormía en los vestuarios. Él no se hacía problema, estaba en Estados Unidos, jugaba tenis y una bella joven estaba pendiente de él. ¡Qué estupenda manera de conocer este nuevo mundo!

Ese fue el inicio de una amistad de toda la vida, una de muchas que Segura, con su extraordinario talento para conseguir y conservar amigos, lograría afianzar. El sentimiento era compartido. Décadas más tarde, Rosalind expresaría el mismo afecto por el pequeño jugador que había conocido en el Meadow Club.

La semana siguiente al torneo de Southampton, Pancho compitió en el torneo de tierra batida de East Orange, Nueva Jersey. Esta vez se sintió más cómodo, la tierra batida era la superficie que mejor conocía: «Me encantaba la arcilla porque tenía un buen drop shot y ese es un golpe muy efectivo en la arcilla». Pancho diseñó una buena estrategia en esta superficie más lenta: «Yo fingía un golpe largo, mi oponente se preparaba para recibirlo y al último instante giraba mi muñeca y ponía un drop shot. ¡Así los engañaba!»

Esa jugada picante fue efectiva en uno de los partidos más importantes del torneo. El juego era contra Jack Kramer, que luego se convertiría en una figura clave en la carrera de Pancho. Kramer, de diecinueve años, de la misma edad de Pancho, ya había ganado el campeonato nacional juvenil, integraba el equipo senior de Copa Davis y había triunfado ante los mejores jugadores del país. Meses más tarde ganó el título de dobles en el campeonato nacional de Estados Unidos. Su experiencia excedía de largo la del ecuatoriano patucho, ya era un jugador famoso por su saque y todo apuntaba a que iba a ganar el juego fácilmente.

 

Pero como recordaría Kramer años más tarde: «Pancho me sacó de la cancha en el primer set. Yo estaba buscando su tiro más débil, que en ese entonces era su revés. Pero era difícil obligarlo a dar ese golpe porque Pancho era tan veloz y anticipaba tan bien que no importaba dónde ponía la bola, él se ubicaba de manera que respondía con su golpe preferido, el drive a dos manos». Kramer continuó señalando que ese mismo golpe constituyó la perdición de Pancho en esos días, puesto que este se agotaba corriendo en exceso para llegar a su drive letal: «Creo que me ganó 6-0 en ese primer set, y luego pude frenarlo y finalmente ganarle».

Pese al reconocimiento en aumento de su talento por parte de otros jugadores, Pancho seguía perdiendo juegos. Su primer torneo en césped, luego del preocupante torneo de Southampton, fue en Forest Hills que en ese tiempo era el epicentro del tenis en Estados Unidos. Su rival en la primera ronda fue Frank Parker (10), era el 4 de septiembre de 1940. Era un juego complicado, Frank Parker había sido miembro del equipo de la Copa Davis desde 1937, sería finalista en 1942 y ganaría títulos en singles en 1944 y 1945. Parker estaba cómodo en la superficie y era un estratega consumado. El periodista deportivo Eugene L. Scott decía de él: «Tal vez sea el jugador de tenis estadounidense menos reconocido de su época». Era ese el rival de Pancho luego de la humillante derrota que sufrió en su debut, en la misma superficie, en Southampton.

Dice mucho de Pancho que, en las pocas semanas desde su llegada, ya había empezado a analizar el asunto de jugar en césped. Tuvo poca oportunidad para practicar puesto que no conocía a nadie y carecía de recursos, pero para cuando enfrentó a Frank Parker no salió mal parado. El marcador final quedó 6-3, 6-1, 7-5, a favor del jugador más experimentado. En el reñido set final, Pancho demostró su poderoso drive a dos manos, sus golpes precisos y su feroz tenacidad. Creó una ola de simpatía e interés entre los aficionados, que lo alentaron cálidamente hasta el final.

En octubre de 1940 Pancho logró su primera victoria en césped en Estados Unidos. En un torneo organizado por el Club de Tenis Hispánico venció al campeón irlandés y jugador de Copa Davis, George Lyttleton 6-2, 6-4. El juego de Segura ya mostraba un repertorio de golpes devastadores: lanzamientos cruzados a profundidad, golpes violentos sobre su cabeza, drop shots y, por supuesto, su despiadado drive a dos manos. Como escribió Manuel Velarde, el comentarista deportivo del diario La Prensa: «Rogers no podía ocultar su sorpresa cada vez que Segura lanzaba su celebrado guantón a dos manos, que dejaba plantado al irlandés». Ya Pancho empezaba a tomar la medida de la nueva superficie y aprendía de a poco a explotarla.

Pero si su tenis iba en alza, sus condiciones de vida se dirigían en el sentido opuesto. Inicialmente, el arreglo era que Segura se alojara con el cónsul ecuatoriano en Nueva York, Sixto Durán-Ballén Romero. Pero debido a los resultados adversos iniciales, el Gobierno ecuatoriano empezó a expresar reservas ante su «representante especial». ¿Qué clase de representante era si recibía una paliza en casi toda presentación en Estados Unidos? La beca que se le había prometido se secó misteriosamente.

El invierno se aproximaba. Las oportunidades de juego se hacían cada vez más escasas. Tenía frío, estaba solo y prácticamente quebrado. Un día regresó a su alojamiento temporal para encontrar sus ropas en la vereda, puesto que no podía costear el alquiler. Más adelante le contó a un amigo de esos días terribles, que él describe en su lenguaje típicamente picante: «Me dejaron jodido en Nueva York, ¡y ni siquiera hablaba inglés!»

En esos días duros conoció a un periodista deportivo que trabajaba en La Prensa. Este personaje se compadeció del ecuatoriano y lo introdujo a una familia puertorriqueña que vivía en la parte latina de Harlem. La familia lo acogió. Segura sabía que su primera tarea era aprender inglés y encontró una escuela cerca que ofrecía cursos de lengua. «Me equivoqué», se ríe, «resultó que era una sinagoga a la que asistían portugueses». De todos modos aprendió a hablar inglés, se empleó en lo que podía, trabajaba de mesero y con frecuencia acudía al consulado ecuatoriano en busca de recursos. En Navidad tuvieron la generosidad de entregarle veinte dólares.

Fue un invierno cruel. Pancho escribía comunicados al Gobierno, pidiendo la entrega de su estipendio. Preguntó si se le podía otorgar una beca para ir a la universidad en California, cuyo clima le permitiría jugar tenis de manera constante. Las autoridades ecuatorianas le enviaban pequeñas cantidades de dinero de vez en vez, mientras citaban resoluciones y compromisos que impedían mayores desembolsos. La situación era grave. Pancho se sentía como un inmigrante despreciado.

Para almorzar caminaba cuarenta cuadras hasta Horn y Hardart, donde vendían sánduches baratos. La caminata le levantaba el ánimo porque sentía que iba a perder su condición física con el avance del invierno. «Luego me iba a la calle 42 para ver los cabarés; —sácatelo, sácatelo, yo gritaba junto con los demás, sin saber qué significaba. Eran unas rubias despampanantes, yo creía que todas las americanas eran rubias, no me había enterado de que existía la tintura de pelo».

Pancho estaba acongojado por la soledad. Venía de una familia amplia y extrañaba a sus hermanas y hermanos. Le escribía a su madre una vez por semana hasta que ya no pudo pagar el envío. No podía ir a ningún sitio que requería transporte, salvo que llegara a pie. Una vez logró ingresar al famoso salón de música Radio City para ver a las bailarinas: «¡Qué emocionante!», recuerda. Anhelaba compañía femenina pero no podía invitar a nadie a una cita. «Conocí a una chica alemana, que aprendía inglés igual que yo, y me gustaba pero no tenía un centavo. —Llévame a la estatua de la libertad, me dijo una vez, y de alguna manera llegamos, pero la relación no tenía futuro».

Pancho tenía frío, estaba solo y lo más duro de todo: no podía jugar tenis. Para jugar en una cancha bajo techo debía pagar y no podía hacerlo. Fue una de las peores épocas de su vida.

Su suerte cambió con la llegada de un benefactor cuya generosidad llevó al desolado joven a un lugar enteramente nuevo. Su nombre era Arturo Cano y se trataba del cónsul boliviano en Nueva York. Cano era encantador, ocurrido y rico. También era aficionado al tenis. Recordaba el triunfo de Pancho en los Juegos Bolivarianos, sabía de lo que era capaz este joven talento y así decidió ofrecer su ayuda a este chico delgado. De pronto, la suerte de Pancho cambió de manera drástica. Cano se mudó a un departamento amplio en Riverside Drive. «La gente pensaba que yo tenía dinero por el barrio», recuerda Segura. Cano lo llevó a conocer la ciudad, lo llevó a restaurantes buenos y a sitios de diversión nocturna como el famoso Copacabana, en el barrio latino y el Diamond Horseshoe. «No siempre lo acompañaba», rememora Pancho, «era demasiado joven para amanecerme y me preocupaba mi estado físico».

La influencia de Cano fue considerable. Por medio de sus buenos oficios, Pancho conoció personas adineradas de cerca por primera vez y aprendió a tratarlas. Cano le impartió destrezas sociales que, para un joven guayaquileño pobre, fueron invalorables, y que lo acompañarían el resto de su vida. Pancho era un alumno aprovechado y sabía apreciar su buena suerte. «Fue mi mecenas. Me saqué la lotería. Él me alimentaba, vestía y era mi amigo».

Pancho también empezó a recibir apoyo de Alfonso Rojas, un magnate ecuatoriano de la prensa. Con esos protectores de su lado, Pancho empezó a conocer Nueva York de una manera completamente distinta. Además de recorrer los sitios exclusivos de entretenimiento de la ciudad con Arturo Cano, pudo frecuentar a Rosalind Palmer y a sus padres, que a veces lo invitaban a cenar y al teatro. Rosalind recuerda la manera en que Pancho estudiaba los afiches en los vestíbulos junto con los folletos informativos, memorizando los rostros de los actores. ¿Cómo iba a saber que un día los conocería personalmente y haría amistad con ellos?

Pero primero venía el tenis y su principal deseo era jugar, donde fuera y cuando fuera posible. Arturo Cano intuyó que su protegido tenía capacidad de convocatoria en la cancha de tenis y durante los primeros seis meses de 1941 lo inscribió en torneos en toda la costa este de Estados Unidos. Pancho empezó a jugar bien. El 19 de mayo de 1941 ganó su primer torneo, el campeonato de Brooklyn. Derrotó a un jugador checo, Ladislav Hecht, en cinco cruentos sets: 3-6, 4-6, 6-1, 6-1, 6-2.

Allison Danzig, el celebrado cronista de tenis del New York Times estuvo presente. Claramente impresionado por la calidad de tenis que observó, escribió: «Nadie habría apostado a favor del sudamericano de 19 años al inicio del tercer set pero mientras el juego progresaba, este pequeño jugador nunca dejó que su concentración o su pasión decayeran». En el cuarto set, «Segura, en pleno control y con su confianza en alza se mostró demasiado fuerte en la línea final de la cancha y castigaba a Hecht cada vez que éste intentaba acercarse a la red». Hacia el final del quinto set, «Segura, jugando de manera brillante y acumulando puntos con su drive a dos manos, ganó cuatro games seguidos para llevarse el encuentro».

Danzig añade que el ecuatoriano recibió una ovación de parte de la muchedumbre. Arturo Cano había adivinado correctamente, Pancho Segura —el Guerrero Inca como lo habían bautizado— se convertía rápidamente en atracción de taquilla.

Ese fue el inicio de un verano fabuloso para Pancho. Jugaba en todos los clubes de élite en el noreste: el Club de Críquet en Brookline, Massachusetts; el Seabright Lawn Tennis y Country Club en Nueva Jersey; el Meadow Club en Southampton; el Westchester Country Club en Rye, Nueva York; el Newport Casino en Rhode Island, para terminar en el West Side Country Club en Forest Hills, Nueva York. Estos eran clubes notoriamente exclusivos. Frente a obstáculos de todo tipo, el pequeño morocho encontraba tierra firme para pisar en las canchas de tenis más exclusivas del mundo.

En Forest Hills Pancho de nuevo se enfrentó en la primera ronda con Frank Parker y nuevamente perdió. Pero en su último torneo de ese año, en el campeonato de Dade County en Miami, le ganó a uno de los mejores jugadores del país, Gardnar Mulloy (11), en una victoria sorpresiva que dejó atónito al mundo del tenis. El marcador final fue 4-6, 6-1, 6-1, 4-6, 8-6. El encuentro fue cubierto ampliamente por la prensa internacional que quedó deslumbrada por la velocidad y tenacidad del pequeño portento sudamericano que parecía haber salido de la nada para derrotar a Mulloy, campeón amateur en siete ocasiones previas.

Pancho siempre dijo que Gardnar Mulloy lo vio jugar por primera vez en 1941, en Forest Hills, y que se prendó tanto de su juego que dijo: «Ese morochito puede llegar a ser un gran jugador». Mulloy lo recuerda de otra manera. Dijo que la primera vez que lo vio jugar fue en Guayaquil, antes de la guerra, cuando Mulloy visitaba Ecuador con el Departamento de Estado de Estados Unidos.

«Cuando visitábamos estos clubes, nos pedían jugar con los juveniles y en Guayaquil sacaron a este muchachito con las piernas chuecas. Golpeamos la pelota y me di cuenta de que era bueno. Cuando uno entrena de esa manera con un juvenil se puede saber en cinco minutos si vale o no la pena. Yo les dije a los miembros del club guayaquileño que el muchacho debía ir a Estados Unidos y que, si lo hacía, yo estaría dispuesto a ayudarlo».

En 1941, Mulloy participaba en el campeonato en césped en Rye, Nueva York, con su pareja de dobles Bill Talbert (12). Ambos estaban en su habitación una noche cuando alguien golpeó la puerta. «Abrí y en el corredor escasamente iluminado se encontraba Segura, parado ahí con una bolsa de paja. Me llamo Francisco Segura, dijo en un inglés casi inentendible, usted dijo, venir a América, y aquí estoy». Mulloy lo examinó un momento y luego dijo: «Entra, puedes dormir en el piso».

Segura nuevamente había tenido un golpe de suerte. Gardnar Mulloy era uno de los jugadores más completos del mundo. Fue finalista de dobles en Estados Unidos en 1940 y 1941 con Bill Talbert, y luego finalista en los torneos de Francia y Wimbledon. Gene Scott lo describió como un jugador «dotado de una gracia y condición atlética naturales». Mulloy ocupaba un cargo que para entonces era mucho más importante para Pancho. Era entrenador del equipo de tenis de la Universidad de Miami y, gracias a su influencia, Segura recibió una beca universitaria que empezó en el otoño de 1942. La administración pensó que Pancho contaba con los créditos necesarios para ser admitido: «El presidente de la universidad preguntaba constantemente: ¿dónde están los créditos?», recuerda Mulloy. «Y Pancho decía: llegan esta semana. Por supuesto que nunca llegaron».

 

Pancho se mostró merecedor de la confianza de Mulloy, luego de perder un partido de infarto ante Ted Schroeder (un jugador bien posicionado en la tabla que ganó el título de singles en 1942), en la final del Sugar Bowl en Nueva Orleans, en diciembre de 1941. Al año siguiente Pancho ganó el torneo de la costa del este, el torneo de Southampton (ambos en césped) y perdió ante su futuro entrenador, Gardnar Mulloy, en la final del campeonato interamericano en La Habana. En 1942 Pancho ganó el Sugar Bowl, pero tal vez su mayor triunfo del año fue sobre Mulloy en el torneo sobre césped en Longwood. (¿No era tal vez poco delicado ganarle dos veces a su mentor? Luego de ese juego, Mulloy no le dirigió la palabra a Pancho por una semana). A fines de 1942 Segura estaba clasificado como el cuarto mejor jugador amateur de Estados Unidos, atrás de Ted Schroeder, Frank Parker y Gardnar Mulloy. Un registro muy respetable para el novato estudiante sudamericano de la Universidad de Miami.

Las becas de tenis no eran raras en Miami. En 1936 Gardnar Mulloy había reclutado al talentoso Bobby Riggs en ese mismo papel; Riggs estaba obsesionado por convertirse en campeón de tenis, no se acopló a la vida universitaria y dejó de asistir a clases. Con su modo típicamente descarado, Riggs le propuso al presidente de la universidad, el doctor Bowman Ashe, que le permitiera viajar por todo el país, jugando en torneos para de esa manera promocionar la Universidad de Miami; al final de la gira se le otorgaría un diploma. El doctor Ashe, como era de esperar, no mostró entusiasmo por la idea y Riggs regresó a California luego de un mes de asistir a clases.

Pero Pancho Segura era de otro temple. Él sabía que debía obrar con cuidado. Sin dinero y con pocos contactos, su apuesta era aplicarse al estudio, mejorar su tenis y pasar desapercibido. La universidad le proporcionaba alimentación, vivienda, acceso ilimitado a las canchas de tenis y un entrenador de primera. ¿Qué podía ser mejor para él en esta etapa de su carrera?

Por supuesto que no fue fácil. Su dominio del idioma era precario. Residía en un dormitorio junto con un grupo de jugadores de fútbol americano. El contraste físico era extremo: el pequeño morocho vivía en dormitorios compartidos con enormes atletas que pesaban por encima de los 100 kilos. Lo lanzaban de uno a otro como si fuera un muñeco de trapo. Se burlaban de él de manera inmisericorde: «Marica, ¿qué es lo que juegas? ¿Tenis? Ese es juego de maricas». También se burlaban de su acento y de su manera de hablar.

—¿Ves esa chica preciosa allá?

Pancho regresaba a ver.

—Anda donde ella y dile I want to make love to you (quiero hacerte el amor). Vas a simpatizarle mucho si le dices eso.

—¿En serio?

—Claro que sí.

Pancho se acercaba a la chica en cuestión y pronunciaba en su inglés titubeante la frase. El resultado era predecible: una buena cachetada en el rostro.

A Pancho eso no le inquietaba, era parte de su aprendizaje de las costumbres de los estadounidenses, de su idioma, su sentido del humor y de una cultura que él aprendería a dominar en el futuro de una manera brillante. «Solo había dos hispanohablantes en una promoción de dos mil quinientos alumnos», cuenta Pancho, «tenía que aprender deprisa. Yo tenía que ir al comedor una hora antes de los jugadores de fútbol americano porque, si no lo hacía, ¡no sobraba comida!». La mayor parte de sus compañeros eran potentados. «Todos tenían carro. Yo debía tomar el bus para llegar a la ciudad de Miami. Tenía un buen amigo que le encantaba el tenis y él me ayudaba con el transporte o me prestaba su carro. Estaba en el equipo de tenis y yo le ganaba todo el tiempo».

Pancho estaba ahí por el tenis, pero asumió la carrera universitaria con gusto y empezó a ejercitar una inteligencia que superaba con creces la estrategia tenística. Pancho se inscribía solo en clases que pensaba estaban a su alcance, por ejemplo, administración de empresas y ciencias forestales (Mulloy le tomaba el pelo al decir que Pancho se iba a recibir en español y otros asuntos exóticos). Pero las materias que más le llamaban la atención eran ciencias políticas, asuntos contemporáneos e historia. «Me encantaba escuchar las discusiones de las distintas clases, aprendí mucho solo escuchando. Me sentaba junto a las más feas que siempre eran las más inteligentes y aplicadas. Creía que la cercanía a ellas podía hacer que sus conocimientos se me pasaran. Las chicas más lindas siempre conversaban entre ellas y sobre sus novios».

No que las chicas lindas no fueran interesantes para él. «Yo tenía una novia rubia. Traté de conquistarla pero no tenía ni dinero ni carro. No podía llevarla ni siquiera a tomar un trago. Uno no puede ser un Don Juan sin transporte. ¡No podía ni ir a los autocinemas! ¡Chicas preciosas! Me fui a la playa con ella y me puso crema en la espalda y yo no sabía qué hacer, ¡estaba tan nervioso!».

Pobre Pancho, experimentaba un choque cultural considerable. En Sudamérica, entonces, las mujeres eran consideradas santas y vírgenes hasta después del matrimonio. La vida sexual relajada de los estudiantes que lo rodeaban era intoxicante y a la vez frustrante. «En Miami había tantas chicas, tantas, ¡y yo solo quería una!».

Gardnar Mulloy estaba muy consciente de la presión sobre su joven recluta. Entrenaba a Pancho de manera rigurosa y halló en él un estudiante dispuesto a responder. «Mejoró y mejoró». Pero Mulloy no estaba dispuesto a permitir que se distrajera. «Él me decía que no me acerque a las chicas. ¡Me decía que era como correr ocho kilómetros!». No queda claro en todo esto si el propio Mulloy, que era alto y apuesto, se tomaba en serio sus propias palabras. Pancho dice que le apodaban Chupaflor, «porque le gusta chupar de todas las flores». Mulloy se reía y respondía: «si yo hiciera todo aquello de lo que se me acusa, apenas podría caminar».

Pancho Segura ganó el campeonato de la Asociación Nacional de Atletas Universitarios (NCAA) de singles, representando a la Universidad de Miami, tres años consecutivos: 1943, 1944 y 1945, un récord que sigue en pie. En cada uno de sus partidos, Pancho era mucho más pequeño y liviano que su oponente. Uno de ellos, Tom Brown (13) de la Universidad de Stanford era considerado tan bueno como Jack Kramer e inclusive ganó Wimbledon en dobles, como pareja de Kramer en 1946. «Ese fue un triunfo fantástico para mí», dice Pancho. «Yo era como Jimmy Connors (14) o Lleyton Hewitt, 100 % en cada golpe, con gran concentración. Pude superar mi desventaja de talla y peso. En mi cabeza estaba convencido de que podía ganar. Demostré mi potencial y también que mi entrenador tuvo razón de depositar en mí su confianza. Mulloy estuvo conmigo desde el principio. Me dijo que yo podía poner la universidad en el mapa y eso fue lo que hice».

Pancho estaba experimentando las posibilidades del sueño americano —algo que nunca olvidaría—. Mulloy bromeaba que, si no hubiera sido por él, Pancho habría estado trepando palmeras de coco o trabajando en Ecuador como dependiente. Pancho veía la verdad de aquello. «Si no fuera por el tenis», decía, «estaría en compañía de los indios de Florida, luchando con los lagartos en los parques de diversión».

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