Sexo y psicoanálisis

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Otra historia de amor: La joven homosexual

En este historial, Freud historiza las condiciones de su posicionamiento sexual y también da a ver la historia de sus decepciones amorosas, tanto con la madre como con el padre.

En este caso, Freud observa como condición erótica masculina que la mujer que despertaba el amor de la joven era una mujer liviana “la cocott”, a la que la joven la quería redimir.

Otro modo de descarga pulsional lo podemos encontrar en su fijación a la venganza con el padre frente a lo vivido como desamor, su falta de respuesta, que se revivió en la mirada severa y enojosa del padre al verla con la cocott, y que según Freud, tuvo el antecedente infantil de la decepción con el padre frente al embarazo materno que dio lugar al nacimiento del hermanito.

Freud rastrea las predilecciones amorosas y libidinales de la joven que transitan a los 13 y 14 años una “predilección tierna y exagerada por un niñito pequeño, que es atribuida a su deseo de ser madre ella misma. Cuando el niño comienza a ser indiferente, aparece el interés por mujeres maduras, madres, que fueron objetos de reprimendas del padre”.

La satisfacción de las dos orientaciones del deseo, la homo y la heterosexual. Freud recalca en este punto la universal bisexualidad del ser humano. Respecto a la relación de la madre con la hija, Freud relata como la hija era vivida por la madre como una incómoda competidora. “La relegó tras los hermanos, restringió su autonomía en todo lo posible, y vigiló que permaneciera alejada del padre. Por eso la necesidad de una madre más amorosa pudo estar justificada desde siempre en la muchacha”. En este marco, el embarazo de la madre actúa como golpe de gracia frente a la decepción de su complejo de Edipo con el padre (Su demanda fálica dirigida al padre, a partir de su deseo de hijo) que le da el hijo a la competidora odiosa. “Sublevada y amargada, dio la espalda al padre y aun al varón en general. Tras este primer fracaso, desestimo su feminidad y procuro otra colocación para su líbido”.

Dice Freud: “la líbido de todos nosotros oscila a lo largo de la vida. El joven abandona a sus amigos cuando se casa y vuelve a la mesa del café cuando su vida conyugal se ha vuelto insípida”.

El padre con la actitud severa y enojosa, parecida a la de la dama en el momento que decide no verla más, no advierte y no responde a los múltiples dolores y desengaños amorosos acumulativos.

Me parece importante pensar el efecto contratransferencial en Freud, en las vicisitudes de este caso. En un momento determinado la joven trae una serie de sueños en los que el contenido era la cura “de su orientación sexual, la añoranza por el amor de un hombre y por tener hijos, en definitiva la mudanza deseada por los padres y que seguramente en la transferencia se enlazaba a Freud. Freud dice: “le declaré un día que no daba fe a estos sueños, que eran mendaces o hipócritas y que ella tenía el propósito de engañarme como solía engañar al padre. No andaba errado, los sueños de dicha clase cesaron tras ese esclarecimiento. No obstante creo que había una pizca de galanteo en esos sueños, un intento por ganar mi interés y mi buena disposición”. Creo que esta intervención es sumamente interesante para pensarla y para pensar los efectos en que cesaran los indicios de deseo de acercamiento y de galanteo. ¿Es que Freud estaba en lo cierto con lo que dijo o es que el dolor de la nueva decepción al sentirse tratada de engañadora, se inscribió en la serie del desamor, del fallo en la identificación sensible del otro y fundamentalmente de la capacidad del otro de brindarse asumiendo el riesgo amoroso?.

Estas serian algunas de las pinceladas de esta historia de amor y de las vicisitudes de esta historia de amor en la transferencia analítica.

Pondré fin a mi exposición con las descripciones que nos trae Barthes sobre el abrazo en el amor. Abrazo que sostiene una tensión que no se resuelve en síntesis y que responde a nuestra condición de estar vivos .

Barthes dice: “El gesto del abrazo amoroso parece cumplir, por un momento, para el sujeto, el sueño de unión total con el ser amado”.

Fuera del acoplamiento (¡al diablo, entonces, lo imaginario!), hay ese otro abrazo que es un enlazamiento inmóvil: estamos encantados, hechizados. Estamos en el sueño, sin dormir; estamos en la voluptuosidad infantil del adormecimiento. Es el momento de las historias contadas, el momento de la voz, que viene a fijarme, a dejarme atónito, es el retorno a la madre (“en la calma tierna de tus brazos”, dice una poesía musicalizada por Duparc). En este incesto Duparc prorrogado, todo está entonces suspendido: el tiempo, la ley, la prohibición; nada se agota, nada se quiere. Todos los deseos son abolidos, porque parecen definitivamente colmados.

Sin embargo, en medio de este abrazo infantil, lo genital llega infaltablemente a surgir; corta la sensualidad difusa del abrazo incestuoso; la lógica del deseo se pone en marcha, el querer-asir vuelve, el adulto se sobreimprime al niño. Soy entonces dos sujetos a la vez: quiero la maternidad y la genitalidad. (El enamorado podría definirse como un niño que se tensa: tal era el joven Eros.)

Escucho en Barthes lo que en Winnicott es lo femenino puro y lo masculino puro existente en hombres y mujeres.

Referencias bibliográficas

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჻ Winnicott, D.W. (1984) “Deprivación y delincuencia”. Editorial Paidós. Buenos Aires.

჻ Winnicott, D.W. (1989) “Exploraciones Psicoanalíticas I”. Editorial Paidós. Buenos Aires.

Capitulo III

Exceso y diferencia de los cuerpos: consideraciones hacia una conceptualización de la sexualidad adulta

“El cuerpo es lo movido del alma”

Jean-Luc Nancy

1. Cuerpo como síntoma, síntoma en el cuerpo:

En psicoanálisis se suele señalar a todo aquello proveniente del cuerpo como primario, sin considerar que desde su práctica se ha constituido un modelo que implica, parafraseando a Meltzer, una cierta aristocracia de la psique. Ahí, el cuerpo sería entendido como un medio de subsistencia al igual que su propia materialidad, mas sólo un medio. En este gesto el cuerpo se oculta, se escurre como el soma, carente de sentido.

 

Al parecer, continúa vigente el planteamiento de Descartes sobre la res extensa y la res cogitan, como si entre ellas no hubiera unidad ni menos relación, como si permanentemente olvidáramos el señalamiento de Freud: “Psique es extensa, nada sabe de eso” ((1941[1938], pág 302). Para el diccionario de la Real Academia Española la palabra psicosomático no tiene cabida, lo que evidencia una falla de la cultura en torno la relación entre la psique y el soma. Nuestros pacientes psicosomáticos permanentemente confirman y llaman la atención sobre esta falla, en la que el cuerpo queda relegado al sujeto de la ciencia: la medicina y su tecnología. La neurosis de órgano, que nos plantea Ferenczi, habla de un paciente en el que el órgano toma preeminencia por sobre la psique como si el cuerpo exigiera su presentación, su lugar en la vida del paciente, así como en la teoría, en la clínica y en la cultura.

Desde filosofía fenomenológica, Nancy (2006) va a señalar al cuerpo por sus indicios, en sus palabras: “(…) ‘mi cuerpo’ indica una posesión, no una propiedad. Es decir, una apropiación en legitimación. Poseo mi cuerpo, lo trato como quiero (…) Pero a su vez él me posee: me tira o me molesta, me ofusca, me detiene, me empuja, me rechaza. Somos un par de poseídos, una pareja de bailarines endemoniados.” (pág. 23) Nancy , el filósofo, nos entrega una noción acerca del de la relación psique-soma como una relación viva, conflictuada, en tensión permanente, de mutua propiedad y legitimidad. Diremos que pareciera ser que en la psicosomática dicha relación de legítima apropiación e investidura se quiebra en lo una relación im-propioa. La psicosomática entonces se enfrenta al quiebre que refleja la im-propiedad, pero preguntarse por la im-propiedad es hablar sobre la propiedad y la construcción de dicha propiedad a partir de la concretud del cuerpo.

2. De la apropiación del cuerpo y el cuerpo propio

¿Cómo visualizar la concretud y materialidad del cuerpo? ¿Qué lugares va teniendo en la metapsicología? El psicoanalista Sandor Ferenczi en (1925) va a planteóar un proceso propio del desarrollo y del narcisismo primario, el que se se a detallar elcomo autoerotismo en el quey donde en el que los órganos van siendo investidos en un proceso, que más que placentero, lleva a la estasis libidinal, es decir, a la investidura que no encuentra su vía facilitada. En el autoerotismo la libido inviste cada órgano de un modo anárquico, sin organización alguna. De manera que a partir de Ferenczi no podemos pensar a priori en el cuerpo como un ente unitario, articulado por su propia naturaleza, sino que requiere de “aquel acto psíquico necesario” que articule, que otorgue identidad a aquello que no lo tiene.

Desde le filosofía, Nancy (2006) parecería coincidir con Ferenczi cuando postula a los indicios como lo único que podemos conocer del cuerpo: “¿Por qué indicios? Porque no hay una totalidad del cuerpo, no hay unidad sintética, hay piezas, zonas, fragmentos. Hay un pedazo después del otro, un estómago, una ceja, una uña del pulgar…: la anatomía es interminable, antes de terminar por tropezar con la enumeración exhaustiva de las células. Pero esta última no constituye totalidad” (pág. 27).

De esta manera, la relación con el cuerpo va a implicar un más allá de su concreción de órgano. A partir de Freud, y luego de Winnicott, el más allá pareciera estar ligado al sentido metapsicológico de la palabra “apropiación”, esto es, el reflejo experiencial de la investidura tanto del objeto como de la investidura del cuerpo. Es preciso recordar que toda investidura de objeto finalmente es una alteración del self. Winnicott va a adjudicar a la unidad madre/bebé la condición necesaria para posibilitar dicha investidura, señalando en lo que toca a nuestro tema: el handling materno. Dicho handling le entrega al bebé la posibilidad de ir transformando la vivencia corporal concreta en un “elaboración imaginativa” de dicha corporeidad, mediante la permanente presentación y representación el cuerpo del bebé a su psique y viceversa (Winnicott, 1970b).

Ciertamente no es lo mismo hablar del cuerpo (que nos muestra una relación basada en la indiferencia de la des-investidura) que hablar de un cuerpo o de mi cuerpo, en la que hay una apropiación que constituye el yo en su relación íntima con lo que Freud llama pulsión de apoderamiento.

Hablar de cuerpo entonces es hablar de una relación que Winnicott ya planteó con claridad en la relación psique-soma. Esta relación pareciera estar basada en la mediatización, primero por la madre, y luego por la posibilidad de generar experiencia del sujeto. La legítima apropiación pareciera irestaría entrecruzada por la posibilidad del sujeto de generar sentido a partir del cuerpo, : experiencia, sentido y apropiación se ligan inevitablemente en un nudo que tiene como eje central el propio yo emergiendo desde la posesión del propio cuerpo. El sentido no es más que el sentido del yo en su mundo. Su mundo no quiere decir el mundo, sino que un mundo de experiencias siempre singulares y ¿singulares? construidas a partir de la apropiación constituida luego de la investidura. Al parecer, el yo se compone en su propia posibilidad de generar experiencias. La investidura entrega sentido al yo y su mundo, donde sentido pareciera ser orientación, aquella impronta que le es propia de su cuerpo en su mundo.

Winnicott va a señalar que la “experiencia es un tráfico constante en ilusión, un reiterado acceso a la interacción entre la creatividad y lo que el mundo tiene para ofrecernos. La experiencia es un logro de la madurez del yo para el cual el ambiente suministra un ingrediente esencial. En modo alguno se la alcanza siempre.” (en Rodman, 1990). Winnicott (1962, pág. 60) va a agregar: “Es útil pensar que el material, desde el cual emerge la integración, en términos de motrices y de elementos sensoriales, el material del narcisismo primario”. Así volvemos al cuerpo y la conciencia derivada de su concretud. Concretud que habla de materialidad que no se permite identidad, que no permite fijeza. Sabemos que el cuerpo vivo es transformación (Bion) permanente. Como si Heráclito entrase a nuestras consultas: “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río, el agua del río no es la misma, ni yo soy el mismo”. En este ingreso de Heráclito a nuestras consultas habría que poder aclarar una cierta necesidad clínica, y es que si bien “ni el rio es el mismo ni yo soy el mismo”, sin embargo el nombre del río y el mío son los mismos, como coordenadas que permiten chapotear en el agua, el acto de chapotear es lo relevante como juego en el agua, guiado por las coordenadas del registro del nombre.

Cuerpo, entonces, como material de nuestros futuros sueños nos arroja a la continuidad de la existencia pero también a su reverso, es decir al ingreso a la impermanencia de la existencia. No es la muerte en el entendido de la pulsión de muerte ya sea como lo plantea Freud o Klein sino más bien el ingreso de la muerte como la imposibilidad de la identidad, de lo estático, donde el para siempre queda vedado. Es como si el cuerpo nos llevara de la mano al agotamiento en el devenir del río heraclitiano: el cauce es el mismo, no así sus aguas. Mi nombre es el mismo, pero el yo no es el mismo. Esta pareciera ser la impermanencia como imposibilidad de la identidad de lo idéntico. El cuerpo difiere y sólo sabe diferir: difiere de los otros cuerpos, pero además difiere de sí en su historia. Lo anterior arroja al yo a la angustias de lo impensable, al temor a la desintegración y finalmente a la amenaza de locura. De ahí la pregunta del neurótico: ¿quién soy?, como si en su pregunta por definir su identidad se afirmara frente a la propia imposibilidad de la identidad, de una fijeza. El psicótico no se pregunta quién es: lo afirma con certeza delirante. Él es “Saturno”. El paciente psicosomático se pregunta por su enfermedad, por su órgano, y por lo tanto sin saberlo nos lleva de la mano a preguntarnos acerca de la materialidad de nuestra existencia o “el cuerpo como lugar de la existencia” (pág 57) dirá Daniel Álvaro. Al parecer esto estaría en correspondencia con el concepto de Winnicott de self que sería algo así como la experiencia de la existencia en el cuerpo, quizá el movimiento desde la existencia hacia la persona existente pero esta vez asentada en la vulnerabilidad del ser.

3.- Sexo adulto, el cuerpo en el movimiento del con-tacto:

3.1 Freud, la pulsión, objeto y representación.

Al traer la pulsión, Freud nos trae los cuerpos dotados de un modelo cientifizante que al enunciar su concepto de catexis o investidura revela la dimensión económica, necesaria para la ciencia. Si pensamos la pulsión sin duda se ofrece por su autor como un concepto límite entre el soma y la psique, relación inefable, precaria e in-forme, previa a todo formato o formalidad, a toda connotación y denotación sin embargo detonante de toda sujetividad posible. Pulsión como concepto límite de aquello que empuja, que pulsa, que nos lleva al objeto. Objeto en su dimensión económica tal como nos la presenta Freud es manifestación de la construcción necesaria de metapsicología. Esta definición freudiana lleva la urgencia de la defensa frente a la avalancha científica y biologizante de su época, de comités científicos, de las sociedades, mirada que se acaba en el paradigma sujeto del objeto. No obstante se agota en tal diferenciación. En este gesto Freud desvía su mirada a la ausencia del objeto, su representabilidad y la necesaria e inquietante pregunta de época acerca del juicio de realidad. Por contraparte, Freud en dicho modelo define por su negativo la pregunta por la presencia del objeto y de esta manera se deja entrever la dimensión de acontecimiento existencial, sellado en el acto de la investidura que es emergente de la vivencia de satisfacción. Para Freud la presencia conjunta de pulsión y objeto se hace satisfacción, acto psíquico más allá del pensamiento, un más allá del pensamiento que se hace tacto y piel. El mismo autor plantea que en presencia del objeto no se piensa, sino que se satisface. De aquí el sentido de hablar de exceso, del exceso de la palabra, de un cierto acceso a lo impensable, a un des-borde que señala un territorio diverso del pensamiento y del verbo que es profunda inscripción en lo psíquico y de lo psíquico.

3.2 Winnicott, investidura y alteración del self:

A mi juicio, para Winnicott, el acto de investidura es del orden de un acontecimiento existencial, en el sentido inaugural de la posibilidad de la experiencia. El autor va a describir la investidura o catexis como una alteración del self, donde el sujeto ligándose a su objeto se ve transformado (Bion) por dicha investidura. El cuerpo y el self son transformados en el propio acto de ligadura desde la partida y en su creatividad primaria. De esta manera, la erótica adulta emerge en sí misma como una alteración de lo propio y de lo otro, alteración que emerge en el con-tacto excitatorio y que es descarga pulsional y su ligadura implicada. Cuerpos que se tocan, que se alteran en el acto sexual y en la investidura se constituyen en sí mismo en exposición, en aquella extraterritorialidad que se abre en el instersticio de las pieles, de los tactos. La erótica de la desnudez no se encuentra en la cantidad de piel expuesta sino en la exposición a la propia alteración. Pero sin duda dicha investidura o alteración va más allá de lo planteado por el propio Winnicott y en términos de un otro: su cuerpo queda alterado por la significación emocional como parece natural; el otro queda expuesto como umbral y una apertura al infinito de las alteraciones. Aquí la palabra infinito es precisa: la apertura al infinito pareciera ser la exposición del cuerpo al cuerpo del otro. Infinito en la medida que el otro se aleja de toda representación, de toda significación y de todo lo significable, de toda imago. En el sexo el cuerpo del otro se fuga, se escabulle de toda determinación, de toda palabra, de todo pensar y pensamiento posible. En rigor, se señala como el exceso, el con-tacto de los cuerpos como un exceso que no cabe en la representación. El beso de los amantes no tiene re-presentación en su presente, sin embargo es presencia pura, es con-tacto, es orgasmo pero sobre todo alteración, ya nada es igual. Paradójicamente el universo (es necesario señalar que desde la física se mensura el enorme tamaño del universo, por lo tanto se describe su finitud y su hambre de otro, de un afuera del infinito) se hace infinito. El amante nada quiere saber, sólo desea la piel, el con-tacto que se ofrece como ofrenda de un mundo que se abre al sueño como espacio entre los cuerpos. El beso de los amantes da lugar al sueño pero no al sueño del dormir sino que al sueño como dirá Winnicott del “espacio potencial”, que se abre en el con-tacto de los cuerpos. Potencial en el sentido que es potencia del infinito espacio de separación que se llena de la potencia de la ligadura, de futuros sueños, donde la infinita alteración que es el proceso de estar vivo se altera en subjetividad (al tocar la piel del otro, el amante sabe de su propia piel, la unión de las pieles emerge como límite de la piel y por lo tanto como espacio). Extraño sueño el del espacio potencial, ya que es el sueño que surge del codo a codo, del sentir en el con-tacto, un sueño que como territorio es solitario pero que nunca es solo, del sintiente, diría Nancy, de esos quiénes están dispuestos a sentir en el con-tacto, por lo tanto las presencias, la del sintiente en uno como del sintiente en el otro. Su fuerza y potencia nace no de su representación sino de su presentación, por lo tanto de su infinito desconocimiento e ignorancia. Así el cuerpo de la exposición es exposición de la ignorancia, en un sentido muy preciso, del no-saber, porque el saber es captura y representación: los cuerpos son cuerpos de presentación, el cuerpo del otro en el sexo es un cuerpo que no se sabe sino que se fuga , en el tacto al infinito de la satisfacción y para ser precisos del juego erótico.

 

3.3 Winnicott, fenómenos transicionales: de la gratificación al

espacio potencial.

Es inevitable pensar y re-pensar el trabajo de Winnicott en el territorio de este tercer espacio que él llama primero Transicional y más tarde Potencial. El autor va a definir el espacio potencial como aquel espacio de la experiencia humana que emerge del territorio de la descarga pulsional, de la actividad erótica y autoerótica en el desarrollo humano. Así, los fenómenos transicionales emergen como una zona periférica, aledaña, más bien como un epifenómeno de la descarga pulsional en el encuentro con su objeto y donde el símbolo emergente es el resultado de una co-construcción derivada del encuentro de la “boca y su objeto”. Es importante señalar que el emergente simbólico es objeto presente, es símbolo de la unidad madre-bebé, de su encuentro y de la descarga pulsional, pero sobretodo es de su naturaleza el ser un objeto presente, no reprimible, no introyectable ni internalizable. No es objeto de duelo ni de olvido, sin embargo es objeto destinado a ser “difuminado” y “diseminado”. De esta forma Winnicott inaugura un territorio dentro de la metapsicología del psicoanálisis que se funda es el novedoso estatus del objeto transicional, descrito en su carácter de “difuminable” y de “diseminable” y de cómo dicho acto psíquico se transforma en su heredero que es el espacio potencial. El autor describe un proceso que se podría describir en la siguiente secuencia:

a. Descarga de la carga libidinales constituyendo el par pulsión-objeto.

b. Emergente epifenoménico de los fenómenos transicionales.

c. Surgimiento del objeto transicional. Primer Símbolo.

d. Difuminación, dilución del objeto transicional.

e. Apertura del Espacio Potencial. Espacio de la experiencia humana.

Dicho territorio potencial que se abre a partir de la gratificación pulsional: es un espacio que surge como posibilidad de la experiencia del sujeto humano. Esto se articula desde el territorio de la propia materialidad, del encuentro de los cuerpos del bebé con la madre, que en presencia se gratifica la descarga erótica, este espacio Winnicott lo llamó el territorio intermedio de la experiencia humana y más tarde espacio potencial. Este espacio se caracteriza, a juicio de quien escribe, por dos rasgos: que la experiencia como posibilidad humana se sostiene sobre el carácter simbólico de sus objetos, finalmente objetos de la cultura; y el segundo rasgo es que dicho territorio queda definido por Winnicott como el territorio de los sujetos humanos, en el que se superponen sus “áreas de juego” en lo que llamaríamos un encuentro intersubjetivo. De este modo, Winnicott va planteando que dicho espacio se definiría por su carácter de potencial en el sentido de potencia como posibilidad de experiencia abierta a la significación y de potencia en su carácter de presente o no. Su ausencia se trastoca en un espacio concreto, vacío, carente de significación, más bien dicho como lo que el autor llama “el negativo de la cultura”, el negativo de la experiencia.

Entonces cuando Winnicott plantea la idea de espacio potencial y fenómenos transicionales arroja luz sobre de la difuminación del objeto transicional y apertura del espacio intermedio. Lo anterior permite pensar el espacio potencial como la eclosión de un territorio que se puede pensar como la fuga al infinito ya no sólo como la fuga de aquello que se escabulle sino como la riqueza del (cuando se piensa en fuga nos referimos al equivalente experiencial de lo que sería el punto de fuga en la construcción de la perspectiva en el mundo de las artes.) Es decir, ccomo infinito de significación en ese territorio del encuentro de sujetos que es el espacio potencial. Cuando Winnicott destaca los fenómenos transicionales da cuenta sobre la relevancia de la descarga pulsional erótica, del acto masturbatorio y autoerótico como centro del emergente epifenoménico que sería el objeto transicional. El autor señala que es importante la forma en cómo el bebé chupa con fruición su pulgar, pero lo que él va a observar cómo un fenómeno nuevo y único es el movimiento de los otros dedos, o como surge el tacto sobre el pañal. Resulta llamativo ya que los fenómenos transicionales se apuntalan en la pulsión, pero es justamente aquello que surge en el más allá del registro o territorio de la pulsión lo que excede a la pulsión y que es su exceso, que en su ser presente se excede de la representación, como llamamos al con-tacto de los cuerpos que se abren en el instersticio y se hace espacio potencial.

Pulsión, sexualidad y tacto surgen como puerta al infinito, un más allá de la representación, una apertura a la exterioridad, exceso que se construye en acceso al otro, ya no sólo entendido como objeto del deseo y de la pulsión, sino el otro del con-tacto como acceso a la experiencia. Por exterioridad no se debe pensar sólo en el límite hacia afuera en lo que es mundo externo, tampoco únicamente como estimulación y excitación (menos retirarle su enorme valor y gratificación). Exterioridad pareciera ser la palabra que define el sentir que tiene ligado en sí al Sintiente y a los Sintientes. Nuevamente nos encontramos con la paradoja en el que exterioridad es interioridad: Winnicott advirtió, ¡¡no cabe la pregunta!! Exterioridad no es la exterioridad de las geografías corporales como nos las trae Meltzer en los Estados Sexuales de la Mente, sino que quizás tenga más que ver con la “dimensión cosmológica de la identificación introyectiva”, es decir donde el núcleo del yo en el modelo de Meltzer es al mismo tiempo puerta al Cosmos, al Infinito de la experiencia humana.

Meltzer va a aseverar con certeza que la sexualidad adulta es trabajo. Define de esa manera la dimensión de la fuerza de la pro-creatividad como manifestación de los padres internos. Lo anterior se agota en el devenir de su hipótesis, en los límites de la territorialidad que él mismo autor dibuja, nuevamente el interés teórico por distinguir alucinación de percepción como legitimidad teórica del modelo freudiano lleva a que desde la escuela inglesa del modelo kleiniano el modelo de Meltzer pongan un claro énfasis en la frontera de la geografía corporal y de los objetos. Esta mirada es importante pero deja mudos en el territorio de la sexualidad adulta, en su carácter presencial y presente, en su carácter excesivo. Es por esto que el mismo Meltzer va a plantear que la sexualidad adulta no emerge en la transferencia, planteamiento metodológicamente preciso y de un enorme valor para la clínica, pero que vuelve a cegarnos en torno a la sexualidad en su acto y actualidad.

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