La Libertad en el encierro

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Los parásitos de esta patria saqueada se han extendido por las tres ramas y por varios poderes patógenos, alcanzando lo que se denomina “coespeciación”. Es cuando la relación del hospedador con su parásito o sus parásitos –pues donde come uno comen dos y etc.– se vuelve estrecha, simbiótica.

Lo anterior no evita el intercambio de sustancia$, que provocan en el hospedador una respuesta inmunitaria. La lex et iustitia, en este caso, es absolutamente inmunoevasora. Un parásito que mata al organismo donde se hospeda se denomina “parasitoide”.

Lo pueden consultar en el texto “Captura y reconfiguración cooptada del Estado en Colombia” (Luis Jorge Garay).

Comprobar en las próximas elecciones. Y lamentar en las siguientes emisiones de la saga Merlano.

Portafolio, 20 de febrero de 2020


Coronavirus y dos factores claves

Ya sin otra opción que confrontar las consecuencias nefastas de la pandemia del Coronavirus, la humanidad está asumiendo de diversas formas esta galopante crisis de la salud universal. Aún lejos del número de infectados y de muertos por el H1N1 (2009), resulta preocupante que la cantidad de infectados ya cuadruplique a los que afectó el Ébola (1976) y que las personas fallecidas se acerquen a la media de los que este se llevó en su contagio.

Está pasando de todo: restricciones, pánico, cuarentenas, prohibiciones, extremas medidas de salud, confinamientos, peregrinaciones a los supermercados… Lo anterior manejado en el entorno de este nuevo mundo digital, que no logra dar predominio a su capacidad salvadora basada en la verdad y hace que la información naufrague y confunda, en la proliferación de la falsedad.

Creo que es la primera vez en la historia del mundo, simplemente porque jamás había tenido las características presentes –incluyendo que China exporte un tercio de lo que necesita la humanidad--, que la enfermedad infecciosa nos obliga a asumir nuestras vidas de otra manera. Radical, definitivamente diferente a la cotidianidad de días pasados. Un abanico de situaciones nos fuerza a modificar nuestros comportamientos. Y a tomar desde aquellas grandes decisiones como suprimir vuelos y cancelar desplazamientos

mínimos. Hasta aplicar con rigor la que parece erigirse como única prevención válida de la contaminación: lavarse las manitas con agua y jabón.

Hay, sin embargo, dos factores que considero importante mencionar, para darle sentido a esta etapa humana que no sabemos exactamente cómo va a terminar.

El primero de ellos es el ascendente y la autoridad que los gobiernos tengan sobre sus ciudadanos. Aquí se combinan muchos vectores. La credibilidad de sus mandatarios, la legitimidad de sus procederes, la pulcritud en el manejo de los recursos, la posibilidad de unificar pareceres nacionales y conducir a los gobernados al cumplimiento de precisos objetivos comunes y acciones colectivas por encima de caprichos individuales.

Lo expresado en el párrafo anterior puede resultar un canto a la bandera. La politiquería y la corrupción, la equivocación en los liderazgos, la perversión de las democracias, están conduciendo a los gobiernos de muchos países al odio y la impopularidad, a un ejercicio agónicamente cómico del poder otorgado.

Lo anterior puede complicarse si se combina con el segundo factor: la falta de un sólido tejido social, de una íntegra disciplina colectiva. Es decir, una noción clara de las normas de convivencia, que deben obedecerse como si fuera la nacional sirena de alarma en la guerra contra el virus. Una

abdicación del “yo hago lo que se me dé la gana” y la

entronización del bien común y los deberes colectivos.

Los dos factores, sin entrar en detalles y minucias, marcan la diferencia entre lo que está pasando en China y lo que pasa en otros países. Y lo que puede pasar en Colombia, pues el Coronavirus seguirá su avance y los dos factores pueden terminar haciendo parte exponencial de la pandemia.

Facebook, 11 de marzo de 2020.


Hace 355 años

“... La preservación de mi vida en aquella deprimente calamidad que al parecer azotaría a toda la ciudad, y que a pesar de lo grande que era, pudiese que mis miedos, como los de la otra gente, representaban ser mucho mayores de lo que en realidad eran…

“Los recelos de la gente fueron estimulados, además, por el error de una época durante la cual -creo- el pueblo se mostró más adicto a las profecías, conjuros astrológicos, sueños y cuentos de comadres, de lo que se haya mostrado nunca, antes o después. No sé si esta desgraciada disposición surgió originalmente de las tonterías de algunos que ganaron dinero gracias a ellas, imprimiendo predicciones y pronósticos…

“Pero aun aquellas sanas reflexiones -que, correctamente dirigidas, hubieran conducido a la gente a caer sobre sus rodillas, confesar sus pecados y elevar la vista hacia el misericordioso Salvador en busca de perdón, implorando su compasión en el tiempo de la angustia, con lo que hubiéramos podido resultar una segunda Nínive- tuvieron un efecto totalmente opuesto sobre el pueblo, ignorante y estúpido en sus deducciones. Así como antes se había mostrado inicuo y atolondrado, ahora fue arrastrado por el miedo a extremos de tontería. Antes, para saber qué sería de ellos, corrieron hacia nigromantes, conjuradores, brujos y toda clase de embaucadores (que alimentaban sus temores y los mantenían

constantemente alarmados y desvelados con el propósito de engañarlos y saquear sus bolsillos); idéntica locura mostraron en sus corridas hacia los curanderos, charlatanes, y toda vieja practicante, en busca de medicinas y remedios. Se aprovisionaron de tal cantidad de píldoras, pociones y preservativos -como se los llamaba- que no sólo desperdiciaban su dinero, sino que se envenenaban anticipadamente por miedo al veneno de la infección, y preparaban sus cuerpos para recibir la peste, en vez de protegerse contra ella”.

“Una visita de la plaga” (tomada de Diario del Año de la Peste, relato escrito por Daniel Defoe y publicado en 1722, sobre el azote de la enfermedad infecciosa a Londres, en 1665).

Facebook, 12 de marzo de 2020

Toma de mando

A gobiernos de este mundo, precipitados, muchos, en el abismo de la impopularidad y carcomidos, demasiados, por el óxido de la corrupción y el descreimiento, un agente infeccioso microscópico les ha entregado una última oportunidad que es bendición y castigo.

Bendición porque es el momento de comportarse a la altura del liderazgo que exige esta situación de hecatombe en la salud y de síncope en la economía. De castigo… bueno, porque si son inferiores a lo que demanda esta circunstancia inédita, hundirán a sus naciones en el caos y la confusión de los días por venir.

“Estamos en guerra, en una guerra sanitaria”. Ultimátum o eufemismo, así lanzó el presidente de Francia, Emmanuel Macron, una serie de medidas restrictivas y mandatorias para sus ciudadanos. También él, no tuvo la prudencia de detener la celebración de la primera vuelta de las elecciones municipales, cuya segunda ronda ha quedado aplazada. En todo caso, sus determinaciones, no hay de otra, tienen que ver con la vida privada de las personas, con los ámbitos que hasta hace pocos días eran de nuestra entera y arrogante libertad.

No serán las últimas medidas. Serán las menos duras. Para Francia y para otros países. Con el paso de los días, con las

zancadas del contagio y el agravamiento de las condiciones económicas por las medidas de restricción, los cierres y los confinamientos inevitables, se necesitará una noción de mano firme, de exigencia inapelable, de convocatoria sin atajos. Para todos. No solamente para los ciudadanos. También para los grupos económicos, para el sistema bancario, para los poderosos… Porque en el discurso de Macron hay una máxima: de este naufragio nos salvamos si remamos todos.

Las medidas tomadas por los mandatarios locales y regionales de Colombia están dando la sensación que estamos disparando perdigones al aire. Muchos demandan un liderazgo del presidente para que todo ello se concrete y ampare bajo una sola sombrilla de autoridad, que aglutine y proyecte una idea de nación, de todos por todos.

 

Y es que no puede ser de otra forma. El paso de los días, tal vez de las horas, demostrará que en medio de los chistes – nunca había existido, por obvias razones, una peste tan burlada y memeada como esta--, la vaina es en serio. Muy en serio. Y que el cumplimiento de las normas más básicas –el lavado de manos, quedarse en la casa, la distancia mínima entre las personas, suprimir nuestra efusividad mitad postiza, mitad entrañable, etc.— es crucial en la supervivencia nuestra y en la contención del contagio.

No basta que cada uno ande tomando por ahí sus medidas insulares de salvación. Que son bienvenidas, no faltaba más.

Las de los almacenes, las de los bancos, las de las agremiaciones, las de los municipios... Pero sería mejor que sintiéramos una unidad nacional, dejando atrás el odio que nos tiene heridos y furiosos. Y que veamos sólida y fuerte a la cabeza del gobierno, y fusionada a la pirámide gubernamental. Y dejarnos de tanta pendejada. El virus sí la tiene clara.

Todo es cuestión de tiempo, también. Oportunidad. Pertinencia. Las demoras, las vacilaciones, las dilaciones pueden convertirse en lágrimas. En noticias luctuosas. Por eso necesitamos que la cabeza esté a la cabeza y que su mano sea firme. Ya. Tendrá todo nuestro apoyo.

Facebook, 17 de marzo de 2020


Papel higiénico: ¡qué rollo!

La calamidad de salud que azota al mundo, gústenos o no, será también la enfermedad infecciosa más caricaturizada y ‘memeada’ de la historia. Es una paradoja infame, solamente posible por el desbordado sentido del humor bueno y la mentecatez del chiste funesto que inundan las redes sociales.

Memes, montajes y burlas se han prodigado y recreado con la singular orgía de compra de papel higiénico que se ha dado en los países afectados, incluido Colombia. Paquetes y “pacas” de rollos desbordan la contención de los carritos de mercado. Y miles de personas salen de tiendas y de grandes superficies con el artículo en la mano. Como un trofeo, protección tutelar contra una especie de jinete del Apocalipsis, encarnado en la bestia de una diarrea ecuménica.

La demanda fenomenal del papel toilette, como se le llama con afrancesado acento, ha quedado registrada en imágenes que hacen incontrovertible la desmesura. Incluyen el registro de un hombre en Australia –donde se reguló la venta per cápita--, que, cuchillo en mano, disputó a muerte la última unidad que había dejado la rapiña. Ha sido tan sorpresivo y multitudinario este delirio, que ya se ha convertido en una curiosidad científica.

También la historia del papel higiénico es digna de fisgoneo. Si el COVID - 19 salió en un estornudo de China para el mundo, allá, también, y como casi todas las cosas que conocemos, nació el papel higiénico. Y no fue ayer. Aunque fue inventado por el conocidísimo Cai Lun, en el siglo II D.C., está probado que, cuatro centurias antes, ya servía para lo mismo que sirve ahora.

Wikipedia reseña que, en el siglo XIV, durante la Dinastía Yuan, la producción del adminículo ya era cuantiosa: diez millones de paquetes de 1.000 a 10.000 hojas de papel higiénico cada uno. El estrato imperial lo usaba perfumado en el receptáculo y los de más abajito “se limpiaban con la mano y agua, trapos viejos, virutas, hojas, hierba, paja, piedras, arena, musgo, nieve, cáscaras de plantas, helechos, pieles de frutas, conchas o corazones de maíz, según el país, las condiciones climáticas y costumbres sociales”. El aguante in situ era mayúsculo.

Estados Unidos es el mayor consumidor. Por cada persona, al año, 12,7 kilogramos y 141 rollos. Resulta minúsculo, porque otra fuente refiere 22 kilos por gringo. Le siguen en el montículo, Alemania y el Reino Unido.

En mi opinión, el papel higiénico es el símbolo del desperdicio. Tal vez por su condición de rollo, como lo vendieron en 1890 los inolvidables hermanos Scott, años después de que su compatriota Joseph Gayetty lo comercializara como “papel medicinal”, le pusiera alóe vera y lo recomendara para las hemorroides.

Todos sabemos cómo se jala sin piedad. Incluso las propagandas han puesto desde bebés hasta canes a derrocharlo alegremente. Existe el imaginario que, como el agua, nunca se va a acabar. Bien lo saben los administradores de baños públicos. Ojalá este tiempo de tantas lecciones, que nos llegan como del oráculo, también nos enseñe a no malgastarlo en el cubículo.

Portafolio, Facebook, 20 de marzo de 2020


¿Caída de Internet?

Este nuevo mundo que nos está tocando vivir, y cuyas perspectivas se anuncian inciertas y difíciles, y en el que se nos asignan tantas responsabilidades, está quedando todo en manos de la Internet. Todo.

Confinados en nuestros lugares de habitación, millones de personas estamos exprimiendo la red. Por el teletrabajo, por la creciente dependencia de los teléfonos celulares, por el uso general de los computadores, por la adicción a los juegos que llenan horas de ocio, por la demanda de películas de Netflix y el barrido de canales de televisión.

Todo, todo, anclado a una sola fuente: los servidores.

El tráfico está teniendo un incremento desmesurado. Imprevisible. Un 80%.

“Hay un aumento en el tráfico que es inusual, no tiene antecedentes y depende de todos que podamos seguir disfrutando de este servicio con calidad".

La afirmación es de Samuel Hoyos, presidente de Asomóvil, Asociación de la Industria Móvil de Colombia, que agrupa a los tres operadores móviles más importantes del país: Claro, Tigo y Movistar.

Pues, bien, no solamente está en manos de ellos mantener andando esa maquinaria de interconexión. La fluidez de la red tiene variantes. La cantidad de tráfico. Los servidores. El alto consumo de banda ancha. Y en estos momentos, el empleo responsable que hagamos de nuestras comunicaciones.

La verdad es que el uso de aplicaciones que contienen vídeos está llevando a la red a un punto exhausto. ¿Podría presentar la Internet graves fallas en los próximos días? La respuesta inequívoca: sí.

Por eso se pide responsabilidad. Estamos traficando mucha basura. Asomóvil pide darles prioridad al trabajo y al estudio. Y limitar el uso para la recreación y el ocio. Difícil. Pero no imposible. Sobre todo, si se considera que, para los millones de personas recluidas, sin ninguna otra opción, en sus hogares, el colapso del servicio sí que sería la entrada en una cámara de desesperación.

Pensémoslo. Esforcémonos por no malgastar este recurso. Como estamos aprendiendo, todo tiene un límite.

Facebook, 21 de marzo de 2020

No es lo mismo ser rico que ser pobre

"La fragilidad de los países latinoamericanos para responder a esta pavorosa crisis, tanto en el terreno sanitario como en el social y el económico, trae cuenta de décadas de abandono de las instituciones; de magros ingresos fiscales; de resistencia de las oligarquías a pagar más impuestos y de la incapacidad colectiva de sus gobernantes para construir un Estado digno de ese nombre. Estado que estos días y semanas sus ciudadanos van a necesitar, probablemente, como nunca antes en su historia". Editorial El País, España, 24.03.2020

En sociedades desiguales e inequitativas como la nuestra, las calamidades nos sacan los trapitos al sol. Quedan mayormente expuestas las diferencias económicas tan marcadas, la forma de concebir la solidaridad y de asumir la generosidad, y la noción que tenemos de la vida en común.

La pandemia económica irá mostrando sus garras poco a poco. Y eso es muy grave en un país donde la gente de escasos recursos, que puede ser el 65 por ciento de los habitantes, vive al día: se gana lo que gasta. Mora en la nube de la economía informal.

La clase media, que se ha ampliado con estadísticas gelatinosas y que, en muchos casos, como la pérdida de

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