Filosofía para una era postpostmoderna

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

1. Las eras psíquicas de la humanidad: deriva histórica biológica cultural de las configuraciones psíquicas de la humanidad

Con el presente ensayo quiero divulgar reflexivamente el planteamiento del Dr. Humberto Maturana y de la profesora Ximena Dávila (2008, p. 31) sobre el devenir histórico de las configuraciones psíquicas que ha vivido la especie humana desde su origen hasta nuestros días, presentado por ellos en su libro Habitar humano en seis ensayos de biología cultural. Más que una historia de las ideas o de las mentalidades es una presentación de las dinámicas sensoriales íntimas y emocionales que han caracterizado las configuraciones psíquicas de la humanidad en las distintas fases de su devenir histórico.

En este sentido las eras psíquicas hacen alusión a diferentes épocas del vivir histórico humano correspondientes a diferentes configuraciones del espacio psíquico generadas por diferentes dinámicas emocionales que especificaron diferentes modos de vivir y convivir en los diferentes ámbitos generados por el conversar cultural correspondiente. (Maturana y Dávila, 2008, p. 36)

En tanto la comprensión de la condición humana desde la biología cultural hace visible y viable una era del postconflicto, o más específicamente, una era centrada en la generación y conservación de la ética, la equidad, la inclusión, el bienestar, la alegría y la armonía en la cotidianidad del vivir, antes de hacer un recorrido como observadores por la historia de las eras psíquicas de la humanidad, realizaré unas reflexiones en torno a: primero, la naturaleza del observador como el ser que distinguimos al observar nuestro observar en el fluir del vivir en el lenguajear, incapaz de captar un mundo objetivo; segundo, sobre el carácter epistémico posracional de la biología cultural como ámbito de reflexión y explicación del vivir del ser humano, que sostiene que el vivir humano es orientado por las dinámicas de los sentires relacionales íntimos y del emocionear que experimenta en su vivir cultural. Tercero, sobre las especificidades del espacio psíquico en cuanto a su localización y su estructuración; cuarto, sobre lo que hacemos cuando decimos que hacemos historia como seres que vivimos en un presente continuo y cambiante en el que conversamos haciendo descripciones y explicaciones sobre lo que ha sucedido y sobre lo que podrá suceder. Y quinto, sobre las eras psíquicas de la humanidad. Por último, se hará una presentación con más detalle de cada una de ellas, a saber: la era arcaica, la matrística, la del apoderamiento, la moderna, la postmoderna y la postpostmoderna.

1.1 El observador

El presente ensayo es escrito teniendo en cuenta, primero, que los seres humanos no vemos las cosas como son independientemente de nuestra participación, sino que las vemos en función de cómo somos, a pesar de ilusionarnos con que podemos percibirlas sin que nuestra participación incida en algo en lo que vemos (Maturana, 2002, p. 25) y segundo, que tal afirmación se fundamenta en el hecho de que los seres vivos y los seres humanos somos seres estructurados.

El concepto de autopoiesis propuesto por Maturana para explicar la organización de los seres vivos alude a una organización molecular que es capaz de organizarse a sí misma. Para Maturana y Dávila lo característico de la organización de los seres vivos como entes moleculares es la autopoiesis, es decir, que la red molecular que los constituye se reproduce a si misma mediante sus interacciones recursivas a través de un flujo molecular (2008, p. 323). En el mismo sentido los autores referidos afirman que los seres vivos como entidades moleculares operan como seres determinados en su estructura, de modo que lo que sucede en ellos ocurre en el proceso de sus cambios estructurales mientras se realiza su autopoiesis molecular a través de esos cambios estructurales (p. 170).

Toda estructura tiene determinadas en sí misma todas las reacciones que tendría frente a un conjunto de estímulos determinados (2002, p. 66). El estímulo no determina la reacción de la estructura sino el estado en el que se encuentre la estructura al recibir el estímulo. Por lo tanto, como seres estructurados ningún estímulo externo a ninguno de los sentidos perceptuales puede especificar la reacción de la estructura perceptual que da lugar a la experiencia de percepción vivida, razón por la cual la perturbación que produzca cualquier elemento o circunstancia sobre cualquier sentido de un ser humano, bien sea este auditivo, táctil, olfativo, visual o gustativo, no introducirá ninguna información al organismo de un mundo exterior a su sistema nervioso y por lo tanto tampoco a su espacio cognitivo. Lo que suscita un estímulo sobre el organismo es la activación de una reacción sensorio-motriz y cognitiva que esta previamente estructurada en él y en su estructura cognitiva, lo que producirá el efecto ilusorio de estar recibiendo una información del mundo exterior a través de una percepción.

Un estímulo a una estructura únicamente despierta la reacción congruente con él previamente estructurada en ella. Por tal razón es que la luz ultravioleta o los rayos infrarrojos son imperceptible para nuestra visión y también que ciertos ruidos y olores imperceptibles para nosotros sí sean percibidos por otros animales. No percibimos lo de afuera sino que percibimos lo que percibimos y si lo percibido nos permite hacer coherencias operacionales con el medio, consideramos que la percepción que experimentamos es correcta. Cuando la percepción nos conduce a perder las coherencias con el medio decimos que la percepción es incorrecta.

Ahora bien, en tanto que para el observador solo existe lo que él aprecia mediante sus operaciones de distinción en el dominio de su hacer (Maturana y Dávila, 2008, p. 151) es pertinente aclarar que lo que es nada para él puede ser algo para otro observador que haga la operación de distinción con que lo configura como algo existente en el dominio de su observar y de su dominio de realidad, pero que tampoco tiene un acceso privilegiado a la realidad. Lo que no existe o es nada para un observador puede existir para otro observador que sí lo distingue configurándolo como lo distingue. Como una forma de expresar esta situación utilizo la palabra endoxistencia; con ella designo la circunstancia en la que lo que es nada para un observador porque no lo ha distinguido configurándolo como cosa, útil, obra de arte o ser, es existente para otro observador como cosa, útil, obra de arte o ser.

La existencia es una proposición declarativa que hace un observador en el dominio de su observar como resultado del fluir de su vivir cultural, acerca de lo que surge en su dominio de realidad. Si no hay quién observe no hay nada que exista puesto que la existencia es una presencia ante quien la presencia. Todo endoxiste hasta que existe. Todo parece ser nada hasta que llega a ser lo que la operación de distinción del observador define. El observador es una condición que atraviesa toda la historia del ser humano desde que nos hemos observado observando nuestro vivir en el lenguajear.

El cultivo de la conciencia sobre los fundamentos biológicos culturales del observador según el cual no veo ni percibo lo de afuera, sino lo que está previamente estructurado en mí, abre el dominio del vivir en la objetividad entre paréntesis propuesto por Maturana, como un modo de fluir en la convivencia con la disposición constante a aceptar la percepción del otro y la propia como válidas, tanto como a aceptar que cualquiera de las dos puede estar equivocada. Comprender el mecanismo de nuestra percepción redunda en un modo de interactuar consigo mismo y con los demás desde la prudencia y el respeto por la percepción propia y la de los demás.

En síntesis, no vemos las cosas como son sino como somos, tal y como lo han afirmado en otros dominios epistémicos Buda, Krishnamurti, Kant, Anaïs Nin y muy probablemente muchos otros seres humanos de muchas épocas y geografías, famosos y no famosos. Lo particular de Maturana es que él llega a esta conclusión después de comprender científicamente el mecanismo de la percepción de los seres vivos. Personalmente cuando estudiaba ingeniería me di cuenta que el cosmos fue en cierto sentido nada hasta que surgieron seres vivos que lo pudieron distinguir u observar. ¿Qué es el cosmos si nadie lo observa? Nada, en el sentido de que aunque siendo, no habría quien declarara y/o experimentara su existencia; sería algo sin ser para nadie.

El concepto de existencia lo comprendo como la experiencia y/o la declaración que hace un observador de la presencia de algo que él presencia. Si se acepta que los mundos que vivimos surgen con nuestro vivir en las dimensiones que generamos con nuestro vivir, desde la dimensión biológica en deriva con la dimensión cultural, entonces necesariamente resulta cierto que si cambiamos nuestro vivir cultural, o lo que es lo mismo, nuestro modo de fluir en el conversar, cambiarán todas las demás dimensiones en nosotros, hasta la biológica y la psíquica.

El reconocimiento recursivo de que los seres humanos no tenemos posibilidad de acceso a una realidad que es como es independiente de nuestro vivir produce un replanteamiento de la comprensión de muchas tradiciones y dominios cognitivos creados por diversas culturas, legitimas en sí mismas en el dominio de los sentires, operaciones y relaciones en que han surgido. Una de ellas, quizás la más relevante, que ninguna tiene una mirada objetiva ni privilegiada a partir de la cual pueda decir lo que dice como una verdad absoluta.

Ningún dominio cognitivo tiene un acceso privilegiado a la realidad en tanto que ningún observador y ninguna comunidad cognitiva aprecian las cosas como son sino como él y la comunidad cognitiva a la que pertenece son. Por otro lado, si aceptamos que una experiencia puede tener muchas explicaciones, se hace evidente la biología del conocer propuesta por Maturana (1995c), que afirma que todas las propuestas explicativas son creaciones humanas, válidas cuando cumplen con dos condiciones: primero, que las lógicas de su operar generan los fenómenos a explicar y segundo, que la propuesta de explicación cumple con una condición que pone el que la escucha, momento en el cual las propuestas de explicación se convierten en explicaciones.

 

Por todo lo anterior se puede afirmar que ninguna psicología, incluyendo la de la presente reflexión sobre las eras psíquicas de la humanidad, tiene el derecho de reclamar una mirada ni una explicación objetiva en el sentido de que esté explicando el psiquismo humano tal y como es con independencia de quien lo observa y lo explica. Lo mismo ocurre con la explicación del inconsciente, dado que, en toda explicación de este, de una u otra manera debe quedar involucrado el inconsciente de quien lo explica. Tales son algunas de las implicaciones del reconocimiento de nuestra percepción no como captadora de lo que percibe sino como generadora de lo que percibe.

Frente a una situación en la que un observador ve un color y otro ve otro color, cabe afirmar que ninguno capta el color de afuera; que cada quien ve el color que está estructurado en su organismo. Esta objetividad puesta entre paréntesis, que significa: “yo considero objetivo lo que veo así como el otro considera objetivo lo que él ve y cualquiera de los dos o los dos podemos estar equivocados“, cancela la posibilidad de reclamar un privilegio en la experiencia y en la explicación del vivir sobre los demás que traiga consigo ventajas existenciales para sí mismo, para un género o para una generación en particular.

1.2 Lo pos racional

La racionalidad a que da lugar la mirada biológica cultural se llama pos racional porque desde ella los seres humanos no se ven estrictamente como seres racionales sino como seres dialógicamente emocionales y racionales. Y ello porque las emociones, como las abstrae Maturana (2009, p. 22), son dominios conductuales que especifican un conjunto de posibles acciones y reacciones a realizar por el ser vivo que se encuentra en ellas, incluidas las acciones racionales en el caso de los seres humanos. Como observadores podemos constatar en nuestra experiencia que lo que orienta la dirección de nuestro vivir no son las razones ni los símbolos sino las emociones, los sentires, los deseos, las ganas, el querer, los gustos y las preferencias que surgen con sus respectivas razones dado nuestro vivir en el lenguajear. Esta afirmación sin duda puede ser relacionada con otros dominios epistémicos como la teoría de los afectos de Spinoza, el cual desarrollan también Deleuze y Parnet (1980); y con disciplinas que sostienen el deseo como fundamento del hacer, como el psicoanálisis. De ahí también se desprende el nombre del enfoque psicológico que así se designa: el enfoque posracional de Guidano (1995), que sirve de fundamento para el Instituto de Terapia Cognitva Inteco.

Lo posracional no implica el desconocimiento de la razón sino el reconocimiento del fundamento no racional de la razón. Pensamos con el cuerpo como afirma Capra (1996). Uno no piensa de cualquier modo en cualquier instante sino lo que el modo emocional en el que uno se encuentra en ese instante le permite pensar. Por ello es imposible generar racionalidades incluyentes desde dinámicas emocionales excluyentes, salvo que se esté en la emoción de la hipocresía. Hay una relación de ida y vuelta entre lo emocional y lo racional que parte siempre de lo emocional. Veamos cómo se da esto en el orden del individuo, en el orden de la especie y en el orden de la generación de dominios cognitivos.

Que la emoción es el sustrato de la razón en el desarrollo del individuo se hace evidente si reconocemos que un bebé no nace racional sino emocional. El bebé desprovisto de lenguaje está impedido para participar de la experiencia de lo racional, que siempre ocurre en el lenguajear, pero como ser vivo es constitutivamente emocional; como observadores podemos constatar que el bebé se comporta diferente en función de los estados emocionales a través de los cuales va fluyendo.

Por otra parte, el sustrato emocional de la razón en el surgimiento de la especie se hace evidente cuando reconocemos en nuestra historia evolutiva que primero fuimos emocionales como primates y que luego fuimos racionales, cuando comenzamos a vivir en las coherencias operacionales del lenguaje al convertimos en Homo sapiens amans amans, pero sobre la base de las emociones, no desde la negación de las emociones (Maturana y Dávila, 2008, p. 39). Si la razón tiene que ver con las coherencias operacionales del lenguaje y estas se desprenden de las coherencias operacionales del hacer, entonces la razón surgió de la misma dinámica emocional que permitió el surgimiento del lenguaje. En tanto que el lenguaje consiste en fluir consensualmente en el vivir en coordinaciones reiterativas de sentires, emociones y acciones, este solo pudo surgir en la emoción que permitió coordinar recursivamente sentires, emociones y acciones, es decir, en la emoción que permitió la aceptación mutua de los seres involucrados y esto solo lo permite la emoción del amar. De tal manera que tanto la razón como el lenguaje surgieron de la hegemonía de la emoción del amar en nuestra historia evolutiva.

Por último, en la configuración de los dominios cognitivos se constata también el sustrato emocional de la razón dado que las premisas de un sistema cognitivo son aceptadas como tales en virtud de las preferencias del observador que están fundadas en la emoción. Una premisa se acepta o no se acepta desde los sentires y desde las emociones, no desde la razón, puesto que, si así fuera, las premisas no serían premisas sino demostraciones o teoremas a la luz de una serie de razonamientos previos. En este sentido, para poner un ejemplo, los dos desarrollos alternativos que se han dado de la geometría euclidiana han surgido sencillamente a partir de la inquietud, es decir, de la emoción de la curiosidad, de cuestionar el quinto postulado de Euclides que establece que por un punto exterior a una línea recta pasa una y solo una línea recta paralela a la primera.

En el primer caso se aceptó, en lugar del quinto postulado, que por un punto exterior a una línea recta pasan infinitas líneas rectas paralelas a la primera y en el segundo caso, se aceptó que por un punto exterior a una línea recta no pasa ninguna línea recta paralela a la primera. Estos dos conjuntos de postulados dieron origen a dos nuevas racionalidades geométricas aplicables en distintos dominios de realidad.

Por todo lo anterior la invitación a no ser emocionales y a no pensar desde la emoción resulta inviable e inaceptable, porque siempre estamos y pensamos desde una emoción. Las conversaciones y las racionalidades que nos parecen sensatas, lo son porque nos gustan las emociones que las sostienen y porque atienden reflexivamente las emociones que surgen con ellas. Las dinámicas emocionales y racionales que desarrolla un individuo además de ser fruto de su vivir reflexivo o no desde su libertad, también son función de las emociones y de las racionalidades que han cultivado los adultos sobre él mediante las acciones pedagógicas de dicha cultura.

De hecho nuestros hijos nacen aun amorosos pero los adultos les enseñamos a agredir en nombre de lo correcto, en nombre de lo racional, de lo bueno, del resultado. Luego, paradójicamente, en muchas ocasiones, cuando ellos reproducen esos comportamientos, es decir, cuando agreden en nombre de lo bueno o de lo justo, se los reprochamos, poniéndolos de bruces contra la contradicción de la cultura matriarcal patriarcal: que niega el amar en nombre del amar. Reiteremos que desde la mirada de la biología cultural lo que guía el curso del vivir de los seres vivos son las emociones y en el caso de los seres humanos son los deseos que se constituyen a partir de la confluencia de diferentes emociones en el dominio del lenguaje.

La sobrevaloración de la razón y la subvaloración de la emoción que emergen en los modos de pensar de las culturas matriarcales patriarcales corren de la mano con otras valoraciones inequitativas en el orden de lo histórico y de lo cultural. Por ejemplo, se sobrevalora la historia desde el surgimiento de la escritura y se subvalora la prehistoria correspondiente al origen del vivir en el lenguaje oral; se sobrevaloran las culturas matriarcales-patriarcales centradas en la competencia, la lucha y la guerra y se subvaloran las culturas matrísticas centradas en la aceptación, la colaboración y el compartir. El campo de visión de la presente reflexión, que opta por una epistemología equitativa, incluyente y procesal en lugar de una inequitativa, excluyente y dominante, desconoce los anteriores repartos, porque considera constitutivo y sustancial de la historia evolutiva de la humanidad, por ser fundante de lo humano, el periodo correspondiente al surgimiento del vivir en el lenguaje oral, que es equioriginario con el surgimiento del vivir cultural matrístico.

Efectivamente el surgimiento de lo humano es simultáneo con el surgimiento del vivir en el lenguajear que entrelazado con el emocionear1 da origen al vivir en el conversar, que es lo distintivo del vivir cultural. El tiempo como un presente cambiante y continuo desde el que los seres humanos configuramos el pasado y el futuro como formas de hablar de dicho presente en clave de lo que fue y en clave de lo que podrá llegar a ser, también surge con el origen del vivir en el lenguajear. Lo humano surge con el cultivo del sustrato emocional de aceptación de sí, de los otros y de las circunstancias que se presentan con el vivir, en convivencia con uno, que conservaron con su vivir las familias ancestrales o arcaicas hace 3 000 000 de años cuando comenzaron a vivir en el lenguajear coordinando acciones, sentires y emociones que configuraron el surgimiento de lo racional al hacer formulaciones en el lenguajear de las coherencias operacionales del hacer.

En esta reflexión la historia evolutiva de la humanidad como una especie que vive en el lenguajear es considerada desde el momento en que, como seres vivos, comenzamos a vivir en el lenguajear en coordinaciones de acciones, emociones y sentires. Visto así, la historia escrita es otra fase de la historia de la humanidad, no la prehistoria.

El desarrollo de las civilizaciones urbanas-rurales ignoró y luego destruyó aquella humanidad. La extensión de las sociedades históricas relegó las sociedades arcaicas hacia el interior de los bosques o los desiertos, donde los exploradores y prospectores de la era planetaria las descubren para aniquilarlas muy pronto. Hoy, salvo rarísimas excepciones han sido definitivamente asesinadas, sin que sus asesinos hayan asimilado la parte más importante de sus milenarios saberes (Morin, 1993, p. 10).

Una mirada sistémica y holística considera, obviamente, la existencia de las culturas dominantes, jerárquicas o privilegiantes, como las designo personalmente, con sus espacios psíquicos correspondientes, que surgen simultáneamente con el pastoreo y que se caracterizan porque reparten privilegios de acuerdo con el lugar asignado en las jerarquías mediante el cultivo de juegos de verdad y de poder,2 de manipulación y de control. Pero también conlleva a considerar con igual importancia las culturas horizontales, matrísticas, asociativas o colegiantes,3 como las denomino personalmente, que conservan la ética, la equidad, la inclusión, el bienestar, la alegría y la armonía con su modo de vivir, donde los distintos géneros y las distintas generaciones de seres humanos asumen y desempeñan roles que traen consigo responsabilidades más que privilegios.

Estas culturas mantienen la colegiatura o el vínculo societario desde la emoción de aceptación, que induce en un observador que la contemple la distinción de una equidad valorativa en ella de todos los seres que la integran mediante prácticas de reconocimiento y de colaboración, que constituyen las dinámicas de las culturas que surgieron con el comienzo del vivir en el lenguajear y que anteceden por lo tanto la historia de las civilizaciones y de las culturas que inventaron la escritura doblemente articulada. Desde la mirada de la biología cultural la historia evolutiva de la humanidad abarca la historia del vivir en el lenguajear de nuestra especie porque allí se ubica el inicio de nuestro devenir biológico cultural.

El hecho de que la historia de la humanidad se reduzca a la historia de las civilizaciones o a la historia de las culturas que inventaron el lenguaje escrito, conlleva que algunas disciplinas y saberes generen visiones parciales de la condición humana que, como tales, reducen también el abanico de posibilidades culturales de la población humana actual, que se debate entre el cultivo de un vivir centrado en el conflicto, la competencia y la guerra tácita o manifiesta y el cultivo de un modo de vivir centrado en una armonía que no sueña con la ausencia definitiva de conflictos, sino que resuelve abordarlos de manera armónica ampliando el vivir en el bienestar multidimensional propio, ajeno y del medio —hasta donde lo deseen los otros— desde un respeto incondicional por sí mismo y por los otros.

 

El psicoanálisis de Freud (1913-14), desde el reconocimiento de las culturas matriarcales patriarcales y del desconocimiento de las culturas matrísticas o colegiantes, proclama que el origen de lo humano estuvo dado por el comienzo del vivir bajo las prohibiciones del incesto y del parricidio. Por otra parte, la visión de la biología cultural de Maturana y Dávila (2008), que reconoce la existencia de las culturas matriarcales patriarcales, la historia de las prohibiciones y la existencia de las culturas matrísticas o colegiantes, sostiene que el amor y el juego son los fundamentos olvidados de lo humano.

Como sostienen Maturana y Dávila (2008, p. 300) nuestro linaje Homo sapiens amans amans surgió con la familia ancestral al expandirse la sexualidad de la hembra y la relación materno-infantil, más de tres o cuatro millones de años atrás, en el grupo de primates bípedos que nos antecedieron. Personalmente considero que la pregunta por la primacía de lo biológico sobre lo cultural o viceversa se hace irrelevante al reconocer que ambos dominios están siempre presentes en nuestro devenir cambiante y continuo como seres vivos que vivimos en la cultura, en relación de mutua modulación en el fluir permanente de la configuración del ser humano que vamos siendo.

De hecho todo lo que vivimos en la cultura lo vivimos porque nuestra dimensión biológica nos permite vivirlo y todo lo que vivimos en la cultura incide de una u otra manera en nuestra biología. Somos seres biológicos culturales. Antes de asistir al primer seminario sobre matriz biológica de la existencia humana con el Dr. Maturana y la profesora Dávila me gustaba afirmar que los seres humanos somos seres cien por ciento biológicos y cien por ciento culturales simultáneamente a cada instante. La biología cultural constituye un ámbito epistémico de reflexión equitativo, incluyente y armónico que busca el modo cómo interactúan las dimensiones y las variables participantes del fenómeno del vivir, en contravía del operar de las epistemologías que postulan primacías, jerarquías o menos valoraciones conceptuales. Cuando se subvalora una dimensión constitutiva del ser humano terminamos por olvidarla perdiendo así la explicación sistémica del ser humano.

El lenguajear entramado con el emocionear que constituye el conversar no es un fenómeno biológico o un fenómeno cultural, el lenguajear es un fenómeno biológico cultural dado que, por un lado, quienes lo hacen son seres vivos con predisposición genética a coordinar recursivamente acciones consensuales, pero por el otro, los seres humanos solo desarrollan un idioma particular a través del modo de vivir y convivir en una cultura específica. El propósito de inducir un proceso de transformación cultural hacia un vivir generador y conservador de la ética, la equidad, la inclusión, el bienestar, la alegría y la armonía en el vivir cotidiano de una comunidad determinada, como el que se espera que suceda en la nación colombiana con la implementación de los Acuerdos de paz, demanda una comprensión de la condición humana que porte equidad, inclusión y armonía en su epistemología. Las culturas inequitativas, excluyentes y conflictivas generan epistemes con idénticas marcas, y las culturas centradas en la conservación de la equidad, la inclusión y la armonía generan epistemologías congruentes con su modo de reflexionar y de explicar cotidianos.

La mirada de la biología cultural que fundamenta lo posracional reconoce que los seres humanos no estamos ante una razón, sino que estamos ante distintas racionalidades, de las cuales la occidental, es una más entre todas; racionalidades que escogemos según los modos explicativos que resultan más atractivos y más al alcance para cada quien. El rumbo que toma el vivir y convivir de cada ser humano es determinado por las dinámicas de cambios de estado de su dimensión emocional a través de multiversos con racionalidades y dimensiones simbólicas específicas, que surgen con las coherencias operacionales del vivir y convivir que se vive. El ser humano es un ser emocional en multiversos racionales y simbólicos que surgen de las dinámicas de los sentires operacionales relacionales de su vivir.

1.3 El espacio psíquico

Abordemos a continuación la comprensión del espacio psíquico desde la óptica de la biología cultural como un ámbito de reflexión epistémico en el que no se postula la primacía de lo biológico sobre lo cultural ni lo contrario, ni se olvida o menos valora ninguna de estas dimensiones verdaderamente constitutivas del ser humano, porque se reconoce la relación procesal existente entre ellas desde la aceptación de que somos el fruto de una biología que abre la posibilidad al vivir cultural y de que el vivir cultural modula nuestra biología.

En palabras de Maturana y Dávila, “la biología-cultural es el ámbito en el que las redes de conversaciones que constituyen el vivir cultural modulan el curso del fluir del vivir biológico del ser humano y el fluir biológico de la realización del vivir del ser humano modula el curso del vivir cultural de lo humano, en un entrelazamiento recursivo que surgió con el linaje humano en la conservación del conversar de una generación a otra al surgir este en la familia ancestral” (2008, p. 243).

Ahora bien, para apreciar cómo se ve el espacio psíquico en la reflexión de la biología cultural veamos en qué espacios existe un ser vivo como una unidad estructurada que surge simultáneamente con el medio en que hace su vivir. Cualquier unidad con estructura tiene la particularidad de existir en dos espacios: el primero, dimensionado por sus componentes relacionados de la manera en que configuran esa estructura; el segundo, en el que la estructura surge como totalidad en relación con un medio del cual al recibir una perturbación en uno de sus componentes, recibe la perturbación como totalidad. En otras palabras una unidad existe en dos espacios que no se intersectan entre sí: el espacio de su estructura y el espacio de la relación de la estructura con el medio. En el caso de los seres vivos el espacio de la estructura es el espacio de la fisiología y el espacio de la relación con el medio es el espacio donde surge la conducta (Maturana, 2002, p. 83).

El dominio de la fisiología es un espacio molecular dinámico en el que las moléculas presentes constituyen una red dinámica que reproduce la misma red en que ella consiste. A esto se refiere el concepto de autopoiesis expuesto por Maturana para describir la organización del ser vivo. A su vez el dominio de la conducta es un espacio relacional en el que el ser vivo surge como un organismo en relación con otras unidades vivientes y con otras no vivientes. Al reconocer que un ser vivo existe en dos espacios que no se superponen surge entonces la pregunta por el espacio o el ámbito en el cual la dimensión psíquica tiene lugar, si en el dominio de la fisiología o si en el espacio de la relación del organismo con el medio. De acuerdo con Maturana (1997) “el dominio en que vivimos lo que en la vida cotidiana distinguimos como lo psíquico, lo mental y lo espiritual, es el dominio de las relaciones e interacciones del organismo” (p. 204).

To koniec darmowego fragmentu. Czy chcesz czytać dalej?