Cuando el fútbol no era el rey

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9. J. Nadal: «El desenvolupament de l’economia valenciana a la segona meitat del segle XIX: una via exclusivament agrària?», Recerques 19, Barcelona, 1987, pp. 115-132; S. Catalayud Giner: «Economía en transformación. Agricultura e industria en la época contemporánea (1850-1950)», en P. Preston e I. Saz: De la Revolución liberal a la democracia parlamentaria. Valencia (1808-1975), Universitat de València, Valencia, 2001, pp. 201-218.

10. R. Reig: Blasquistas y Clericales, Institució Alfons el Magnànim, Valencia, 1986.

11. A. Lüdtke: «What is the History of Everiday life and who are its practioners?», en A. Lüdtke: The History of Everyday life, Princeton University Press, Princeton, 1995, pp. 3-40.

12. N. Elias y E. Dunning: Deporte y ocio en el proceso de civilización, FCE, México, 1992.

13. J. A. Mangan: «Muscular, Militaristic and Manly: The British Middle-Class Hero as Moral Messenger», The International Journal of the History of Sport, vol. 13, n.º 1, marzo de 1996, pp. 28-47, Frank Class, Londres. M. Huggins: «Direct and Indirect Influence: J. A. Mangan and the Victorian Middle Classes: Major Revisionist in the History of Sport», The International Journal of the History of Sport, vol. 20, diciembre de 2003, pp. 26-44, Frank Class, Londres.

14. V. Girginov: «Sport, Society and Militarism- In Pursuit of the Democratic Soldier: J. A. Mangan’s Exploration of Militarism», The International Journal of the History of Sport, vol. 20, diciembre de 2003, pp. 90-117, Frank Class, Londres.

15. U. Frevert: «Condición burguesa y honor. En torno a la historia del duelo en Inglaterra y Alemania», en J. M. Fradera y J. Millán (eds.): Las burguesías europeas del siglo XIX. Sociedad civil, política y cultura, Universitat de València, Valencia, 2000, pp. 361-398.

16. A. Guttmann: From Ritual to Record. The Nature of Modern Sports, Columbia University Press, 1978, pp. 1-55.

17. T. Llorente Falcó: Memorias de un setentón, vol. II, Federico Doménech, Valencia, 2001, pp. 125-126.

18. VV. AA.: Institut de Batxillerat Lluís Vives de València: 150 anys d’història d’ensenya ment públic, Diputació Provincial de València, Valencia, 1997.

19. Catálogo de Antiguos Alumnos del Colegio de San José de Valencia, 1878-1973, Valencia, 1973.

20. C. Llombart: Valencia antigua y moderna. Guía de forasteros. La más detallada y completa que se conoce, Pascual Aguilar, 1887. F. Doménech: Indicador General de Valencia, Valencia, 1888.

21. J. Sorribes (coord.): València (1808-1991): En trànsit a gran ciutat, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2007.

I. LA SOCIEDAD DE CAZADORES Y LA PRÁCTICA DEL TIRO

1. ORÍGENES Y CREACIÓN DEL CASINO DE CAZADORES DE VALENCIA

La caza, como se ha expuesto en el capítulo primero, no se incluye en el presente trabajo por tratarse de una actividad física que requiere unas habilidades y un aprendizaje específicos, sino porque fue una de las primeras disciplinas en someterse a un reglamento y una dinámica competitiva en la ciudad de Valencia. En realidad, la tradición cinegética convivió desde bien temprano con unas prácticas de tiro que se desarrollaban en un contexto artificial y creado voluntariamente por las personas, y cuya finalidad no era tanto abatir animales salvajes como ejercitar la puntería.

Hay constancia de la práctica del tiro a la gallina y al palomo en el cauce del río como una de las diversiones favoritas de los valencianos de principios del siglo XIX1 y no parece que estuviese directamente relacionada con la inseguridad ciudadana, tal como señala Ivana Frasquet.2 Sobre los años anteriores a la Restauración, sabemos que la presencia pública de la práctica deportiva del tiro radicaba, según la Guía del Viajero en Valencia de J. M. Settier, en el paseo de la Pechina, en el mismo cauce del río, donde los jueves y festivos por la tarde, a cambio de abonar el precio de la entrada, se podía participar en el tiro al palomo siguiendo un reglamento conocido por los tiradores. Así como en la puerta de San Vicente, en una huerta, y en la calle de Murviedro, se podía probar suerte con el tiro a la gallina, abonando, también, el coste de la entrada; y, en caso de no disponer de armas propias, se podían alquilar escopeta y munición.3

Parece que en los años posteriores, éstos serían los únicos espacios públicos de actividad para los devotos de las armas de fuego, y que las aficiones complementarias, como la caza y el tiro sobre objetos fijos, las llevarían a cabo los particulares sin requerir ningún tipo de organización especial y sin generar ninguna repercusión pública.

Pero, en 1879, las cosas cambiaron por la creación del Casino de Cazadores de Valencia; como decía El Almanaque de «Las Provincias»:

El espíritu de asociación está á la orden del día. Asócianse los taurófilos. Asócianse los agricultores. Asócianse los colonos en contra de sus propietarios. Asócianse, en fin, los cazadores y organizan un confortable Casino. Falta ahora una asociación de aves y conejos, para defenderse de sus numerosos e infatigables perseguidores.4

Situado en el número 14 de la calle del Palau, en el local ocupado anteriormente por el Colegio de Abogados, el Casino era un centro de recreo dotado de mesas de billar y tresillo, café, restaurante, gabinete de lectura, sala de conversación... y contaba con unos cuatrocientos socios. Del mismo modo, había adquirido para sus miembros un coto en la Dehesa de la Albufera, y había montado un «tiro de pichón para recreo de sus asociados, con mucha economía y con un reglamento en el que se evitan las disputas y controversias, y se hace difícil toda desgracia».5 Además, en tiempo de veda publicaban quincenalmente un boletín propio titulado La Caza; y concluida ésta, mensualmente. Su precio era de un real el número suelto y de 14 reales la suscripción para un año en toda España.

Los criterios de confort que exhibía la asociación delataban la posición acomodada de sus integrantes. Hecho que no debe extrañar, pese a tratarse de cazadores, ya que la ley exigía el pago de 20 pesetas para obtener tan sólo una licencia de caza de seis meses. No obstante, en 1879 se tramitarían en el Gobierno Civil 3.368 licencias de caza y uso de escopeta para la provincia de Valencia, y, en 1881, 5.279 licencias.6 Este fuerte aumento de casi 2.000 licencias en dos años refleja la popularidad de la afición venatoria y la capacidad del Casino para canalizar estas demandas y presionar al Gobierno Civil en sus concesiones, ya que este incremento de más del 50% se produjo a raíz de su fundación.

Curiosamente, el número de licencias contrastaba con la escasez de caza propia de la zona de Valencia y sus alrededores. Esto obligaba a los afi cio nados a:

Á perseguir las alondras; cuando no las hay, á los gorriones; cuando no, son las golondrinas las víctimas del mortífero plomo; y lo que es mas, cuando estas avecillas han pasado y no surca en el espacio ningún ser plumado, los murciélagos, esos inofensivos mamíferos implumes, pero alados, constituyen la escuela práctica del tirador valenciano; pues dicho sea en honor de la verdad, no les persiguen nuestros aficionados por espíritu destructor, sino para adquirir la difícil práctica del tiro.

En efecto, el tirador valenciano goza de fama en toda España, pero, entiéndase bien, el tirador, no es cazador, pues hay notable diferencia. La escuela práctica que acabamos de esplicar, hace del afi cionado valenciano un gran tirador, hasta el estremo de obtener el primer premio en el concurso de tiradores verificado en Barcelona el año 1879 nuestro paisano Antonio Gómez; pero no hace al cazador que ceñido á su fiel perro estudia la vida de los animales, sus costumbres, sus inclinaciones, los parages en que se hallan según las estaciones, la temperatura, los vientos, el tiempo y la hora del día.7

Es decir, la caza era una actividad deportiva practicada por diversión y por personas ajenas a un medio agreste o rural. En consecuencia, el Casino de Cazadores de Valencia reunía a un mundo urbano, no a aristócratas hacendados entregados a la cinegética. Un vistazo atento a la primera directiva del Casino permite observar la diversidad que comprendía la asociación. Pese a que su presidente honorario era el marqués de Cáceres, su presidente efectivo era Manuel Cubells Muñoz, comerciante y diputado provincial por los liberales en 1886, muerto en 1895.8 Mientras que el tesorero era Esteban Martínez Boronat,

hijos [él y su hermano] del modesto dueño de una de las atrasadas tenerías (...) acrecentaron (...) su pequeño capital, llegando a los treinta con los conocimientos, la práctica de los negocios y los bríos necesarios para salir de la atmósfera mefítica del Muro de Blanquerías y establecer la moderna industria de los curtidos,9

 

amigo político de Castelar, agraciado con la Gran Cruz de Isabel la Católica por el rey D. Amadeo de Saboya, y muerto en 1913. Pero, un republicano contrario por completo al derecho de sindicación e insensible a cualquier reivindicación obrera que no dudó en provocar una huelga de los curtidores para terminar con la competencia de los pequeños talleres;10además de ser un gran afi cionado y promotor de las peleas de gallos.

El cargo de contador lo ocupaba Tomás Díaz de Brito, importante comerciante y miembro de la Sociedad Valenciana de Agricultura.11 El vicecontador era Miguel Paredes Martínez, concejal constitucionalista en el Ayuntamiento de Valencia entre 1884 y 1894 por el distrito Misericordia, y hermano del también concejal y diputado provincial Agustín Paredes Martínez; fue procesado, junto con otros concejales, por el «Chanchullo» de 1887, y murió en 1903.12

Sin embargo, la figura más interesante de la directiva de 1880 fue su secretario, Eduardo Vilar Torres, un caso paradigmático de ascensión social. Nacido en 1847, sus padres, Luis Vilar y Francisca Torres, eran plateros de profesión y bautizaron a su hijo en Santa Catalina; uno de los testigos fue Vicente García, chocolatero.

Eduardo estudió en las Escuelas Pías y se licenció en Medicina en 1871.13 Hasta 1880, fue el contratista del servicio de detención de perros vagabundos del Ayuntamiento de Valencia y, a partir de 1885, sería diputado provincial por el distrito de Mar y Mercado en representación de los canovistas hasta 1898. En 1886 sería el presidente del Casino de Cazadores y el director de la Casa de Misericordia,14 y en el año 1898 casaría con la marquesa de Ezenarro, de quien adoptaría el título y con quien tendría tan sólo una hija. Posteriormente, recibiría la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica e ingresaría en la Real Academia de Medicina.15 En 1907 llegaría a diputado a Cortes, y a ser, también, director dignitate muneris del Centro de Cultura Valenciana. El pintor José Vilar y Torres fue su hermano mayor.

Por otro lado, uno de los vocales, Tomás Perelló, era un velluter, hijo de velluter, nacido en Valencia en 1834. A su muerte en 1906, El Almanaque de «Las Provincias» lo calificó de notable cazador y escribió una pequeña biografía que reseñaba que su padre, junto con otros amigos, fue arrendador del lago de la Albufera, donde aprendió su hijo el arte venatorio y al cual se consagró sin dejar nunca de ejercer su propio oficio.16

Tenemos, pues, que en 1880 la directiva, cuya cabeza simbólica era el marqués de Cáceres, jefe de los conservadores valencianos, está integrada también por liberales y republicanos posibilistas. Del mismo modo, incluye un espectro diverso de profesiones: comerciantes, industriales, profesiones liberales e incluso un vocal proveniente de la aristocracia del trabajo. Asimismo, el perfil de edades parece estar alrededor de los 40 años (Eduardo Vilar: 33 años; Tomás Perelló: 46 años; Esteban Martínez Boronat: circa 40 años). Por lo tanto, el Casino de Cazadores debería englobar una representación amplia de las tendencias políticas oficiosas de la ciudad; así como una gama de profesiones diversa, aunque preeminentemente urbanas. Y si bien sus miembros provenían, con toda seguridad, de sectores acomodados de la sociedad, difícilmente se puede considerar que se tratara de una sociedad elitista o excluyente, o que sus cuatrocientos socios correspondiesen a un arquetipo homogéneo, ya que ni tan siquiera lo era la propia directiva del Casino.

Durante los cinco años siguientes, el Casino mantuvo una actividad discreta y no tuvo una presencia pública muy destacada. Entre sus teóricas funciones, estaba coadyuvar al Gobierno Civil en el exacto cumplimiento de la ley de caza y pesca; hecho que daba un barniz de casi oficialidad a la institución y facilitaba su funcionamiento como un espacio de sociabilidad importante para intermediar entre las instituciones políticas y la sociedad civil. Esto explicaría que varios de los integrantes de la primera directiva empezaran en esos años una carrera política volcada en la Diputación Provincial y en el Ayuntamiento de Valencia con bastante éxito. También, como es lógico, tuvo que ser un centro informal para el cierre de tratos y negocios, ya que, por el único número que se conserva de su boletín, sabemos que Eduardo Vilar Torres cedió su contrata con el Ayuntamiento para la recogida de perros a Manuel Martín. Evidentemente, era un servicio público rentable económicamente, porque el propio boletín señalaba que:

Pero al defender a la empresa nos permitiremos aconsejarle que obre con la mayor prudencia en el cumplimiento de su cometido, para que el público no crea ver un negocio en lo que solo debe ser un servicio municipal.17

Sin embargo, el papel que el Casino desempeñaba dentro de la sociedad valenciana era bastante discreto. En algún momento antes de 1887 se había fundado ya otra sociedad de cazadores, el Casino de San Humberto, sin que haya sido posible encontrar la fecha de su nacimiento ni la razón concreta de su creación.

A mediados de la década de los ochenta, los valencianos podían afi nar su puntería en tres lugares: el tiro al palomo en el cauce del río, que mediaba desde el puente del Mar al del ferrocarril, bajo la dirección del Casino de Cazadores, y en el paseo de la Pechina, bajo la dirección del Casino de San Humberto. Del mismo modo, podían seguir practicando el tiro a la gallina en la entrada del camino de Burjasot.18

Es imposible saber cuál era su funcionamiento exacto; pero parece que el de la Pechina permitía tiradas colectivas a un mismo pichón por doce cuartos de real por disparo. Para determinar quién había hecho el tiro certero y debía quedarse con la pieza, había un tribunal, formado por «Primo Andrés, platero; Fermín Torres, cazador profesional, y el tío Lliberato, labrador del Campanar, que presidía dicho tribunal»,19 que dictaminaba qué tirador había ganado.

2. LA PRIMERA COMPETICIÓN MULTITUDINARIA

Pero un desafío iba a provocar que el Casino de Cazadores desarrollara una frenética actividad pública y que la ciudad viviese una pequeña fiebre deportiva. El día 8 de enero de 1886 publicaba el Diario de Gandía una carta de los cazadores de dicha localidad donde proponían a los de Valencia concertar una competición en un lugar neutral que enfrentara a los dos mejores tiradores de cada ciudad.

Queda arrojado el guante; veremos si hay quien lo recoja. Mucho lo celebraríamos; pero no tenemos esperanza de que suceda, pues aunque se nos tache de apasionados, diremos que hay pocos tiradores en la provincia que se atrevan á competir con los gandienses.20

Ante el reto, un socio del Casino de Cazadores de Valencia (probablemente, Cecilio Miquel, lletraferit colaborador de El Almanaque de «Las Provincias» y ayudante del ingeniero de Obras Públicas de la Comandancia de Marina)21 contestaba en Las Provincias:

Nuestro Casino de Cazadores esperó prudentemente, por espacio de algunos días, para ver si algunos cazadores valencianos aceptaban particularmente la proposición: pero siguió un silencio (...). ¿Debía nuestra corporación recojer este reto? ¿Debía prescindir de él? ¿Esperaba el Casino que contestaran los cazadores particularmente? ¿Esperaban los cazadores que contestara el Casino como entidad social? Este era el problema; y todavía anda en tela de juicio, según el criterio de cada cual (...).

Ocho años lleva de existencia el Casino de Cazadores. En tan largo transcurso de tiempo, y contando con muy buenos elementos, jamás ha provocado competencia alguna; es más en el concurso de tiradores (...) que se celebró en Barcelona el año 1880, ganó el primer premio el valenciano D. Antonio Gómez, y si bien esto nos satisfixo mucho, nada por ello alardeamos, ni lo hicimos cuestión de valencianos y catalanes (...).

¿Cómo habíamos de esperar un reto de quien considerábamos nuestros hermanos en afición, en costumbres y hasta en dialecto?

Pero así ha venido, y así hay que aceptarlo.

Si perdemos, habremos cumplido como buenos; si ganamos, habremos cumplido de igual manera.22

El Mercantil Valenciano ampliaba la información con un tono más neutro y menos apasionado, explicando que la junta directiva del Casino de Cazadores se había reunido para seleccionar una lista con los nombres de los tiradores más diestros, y que el domingo 24 de enero, la víspera de la tirada, escogerían a los participantes y sus suplentes. Por otro lado, también recalcaban que el Casino había realizado una apuesta de 12.000 reales a los cazadores de Gandía y que habían pedido a la empresa de ferrocarriles un tren especial para Carcaixent, lugar donde debía celebrarse la competición el lunes 25 de enero.23 Aquel lunes se vivió el primer acto de multitudinaria pasión deportiva conocido en Valencia; según Las Provincias:

Cada valenciano es un cazador; esto diría, y lo diría con razón, quien ayer hubiese estado en Valencia y hubiese presenciado el entusiasmo, casi podemos decir la locura, que se apoderó de nuestros paisanos, al llevarse á cabo la tirada de palomos en competencia, que por provocación, quizás poco meditada de los cazadores de Gandía, se verificaba en Carcagente (...).

Día señalado, el de ayer; entusiasmo de una y otra parte; mejor dicho, el entusiasmo casi el delirio, comunicándose como reguero de pólvora inflamada, á los miles de diestros tiradores que hay en todos los pueblos del antiguo reino valenciano. Si la competencia hubiera sido entre estos y cazadores de otras regiones de la Península, se hubiese comprendido que el amor propio, escitado por la provocación, caldease tanto los ánimos; pero entre tiradores de la capital y de Gandía, todos valencianos, todos compañeros, todos hermanos, hijos todos de una misma escuela, aleccionados en idéntica práctica, no era el amor propio de un pueblo, herido por estrañas provocaciones, era el amor al arte cinegético, el entusiasmo que despierta en nuestra raza un tiro certero, la vivísima afición que pone en manos de cada valenciano una escopeta, y hace de él un buen tirador. La tirada de ayer era una lid sin triunfo, era una batalla sin enemigos, era un juego entre hermanos, en el que siempre habían de resultar vencedores los valencianos, porque lo mismo lo son los hijos de San Vicente Ferrer que los de San Francisco de Borja (...).

Á las nueve de la mañana centenares de aficionados de todas las clases, desde el encopetado aristócrata acostumbrado a las luchas del sport hasta el modesto industrial, formaban interminable cadena dirigiendose á la estación, llenaban su anchurosa plaza, y pedían impacientes billetes para el trén expecial. No fue posible desoirles, y abierta la taquilla despacháronse en breves minutos más de setecientos.

No es posible pintar la animación que reinaba entre aquella muchedumbre. Voces de entusiasmo, saludos cordiales, frases oportunas, cuentos chistosos, se cruzaban de carruaje á carruaje y de uno a otro departamento, revelándose en todos la mayor confi anza (...).

Desfilaban lentamente hacia el teatro de la contienda miles y miles de curiosos que á pie, á caballo y en carruaje de toda clase, desde el tosco carro de labranza hasta el elegante break arrastrado por hermosas yeguas.24

El Mercantil Valenciano, menos exaltado en su crónica, cifraba en unos 8.000 los espectadores que acudieron a Carcaixent y daba el número exacto de 755 pasajeros en el tren especial solicitado por el Casino de Cazadores.25 La tirada se desarrolló según las condiciones pactadas por ambas partes, y consistió en una variación del tradicional tiro al palomo conocido como joc lliure. Éste consistía, en un principio, en una apuesta entre el colombaire y el tirador, pacte rabiós, que enfrentaba la habilidad en la cría de palomos y la pericia para lanzarlos al aire del primero a la puntería del segundo, ya que el escopetero sólo pagaba por los blancos errados. En esta ocasión, la dificultad estribaba en la doble competencia que se establecía entre los tiradores de ambas ciudades y los respectivos colombaires. Los tiradores valencianos disparaban a los palomos lanzados por los colombaires de Gandía, y viceversa; y ganaba el equipo que lograse más aciertos, después de sumar los resultados de dos rondas: la primera por parejas, pacte a dos, y la segunda, por cada tirador, individualmente. El resultado defi nitivo fue de 30 aciertos contra 16, en favor de los representantes de Valencia.

 

De los participantes de Gandía, sólo consta el nombre; pero de los valencianos hay una breve descripción facilitada por Las Provincias. Encabezaba la delegación José de Ródenas, antiguo teniente coronel de Estado Mayor del ejército nacional y director de una «acreditada Academia preparatoria para carreras especiales». Su compañero era Bautista Salvador, «activo comerciante de granos, joven de barba corta y pelo ensortijado». Los suplentes eran los jóvenes Francisco Bru y Ricardo Beltrán, este último sería concejal por los liberales en el Ayuntamiento de Valencia entre 1901 y 1905. Los colombaires fueron el Llauraoret, y su suplente, Marianet.

Durante la competición, sólo hubo un incidente desagradable y que El Mercantil Valenciano relató de este modo:

Sabido es que los colombaires se valen de todo género de engaños para desconcertar al tirador, tanto que consiste su mayor ó menor mérito segun que sueltan con mayor ó menor dificultad los palomos de la mano. Pues bien, el Sr. Quiles hubo de incomodarse con el Llauraoret, y cuando éste se disponía á soltarle el segundo palomo de su pacte, le puso los cañones de la escopeta en el vientre dirijiéndole algunas frases inconvenientes. El público se indignó, y tras un momento de confusión siguió tirando el Quiles hasta obtener el resultado que queda dicho.26

Mientras que Las Provincias optaba por abreviarlo de la siguiente forma:

Debemos prescindir de algún incidente poco correcto que surgió con desagrado de las personas sensatas.

Para terminar resumiendo el enfrentamiento en tono elogioso:

En la inmensa mayoría del público hubo esquisita prudencia, huyendo de provocaciones y jactancias, que agriaran los ánimos, si bien fue de lamentar que se desoyesen los consejos de la autoridad que se proponían despejar el círculo del tiro para comodidad de todos. Faltan costumbres en nuestro pueblo para espectáculos de esta índole (...).

Entre hermanos hay apuestas, no hay luchas, y el resultado de ayer sólo debe servir para acreditar que todos los que tomaron parte en la competencia son buenos tiradores.27

No obstante, en los días posteriores surgiría una pequeña polémica, ya que un miembro del Casino de Cazadores de Gandía expuso en una carta pública que los valencianos habían ganado, no por ser mejores tiradores, sino por disponer de mejores colombaires y mejores armas. A este respecto, desde Las Provincias opinaron que:

Nuestro colega olvida, al decir esto que se pactaron las condiciones sin estipular calibre de escopeta, ni carga, ni otras de esas que llama condiciones normales, y además los tiradores de Gandía no solo admitieron al colombaire de Valencia, sino que quisieron que el de Gandía soltara los palomos a los cazadores valencianos, con lo cual venían á reconocer y aceptar que una de las difi cultades que los tiradores habían de vencer, era la destreza del colombaire. (...) Si no han sabido escojer arma, carga, palomos y colombaires, no es culpa de los valencianos; cúlpense a sí mismos, y si otra vez lanzan algún reto, mediten antes las condiciones de la competencia.28

Por el contrario, El Mercantil Valenciano se pronunciaba con un lenguaje bastante más moderado:

Mal camino: Siempre hemos creido que hubo parte de imprudencia en el reto lanzado por los cazadores de Gandía y de buen grado hubieramos procurado detener las cosas en los límites más reducidos posibles.

Verificado el tiro, en el que si la victoria fue para Valencia, no por ello quedaron mal los cazadores de Gandía, es nuestro concepto conveniente y digno para todos no volver sobre el asunto.

No lo creen así los de Gandía y hacen mal.

El Casino de Cazadores de Valencia debe no dejarse arrastrar por la pasión y mostrarse tanto más prudente, cuanto más empujen los de Gandía.29

Pero la controversia no tomó mayor importancia y desapareció de los periódicos sin más. El Casino de Cazadores celebró un banquete el 3 de febrero en honor de los participantes que reunió a unos setenta comensales. Entre los asistentes, además de los políticos alfonsinos habituales, estaba José M. Manglano, miembro de la Sociedad Valenciana de Agricultura y diputado provincial por los carlistas en 1894; pero, quien habló en nombre de la prensa fue el demócrata Sr. Castell, director de El Mercantil Valenciano y catedrático supernumerario de Ciencias de la Universidad de Valencia. Al final del acto, Eduardo Vilar Torres, presidente del Casino, regaló a los tiradores dos elegantes álbumes de caza ilustrados con grabados, un reloj de plata al Llauraoret y un cajón de habanos a Marianet. Todos los obsequios fueron sufragados de su peculio personal. Así terminó la victoria frente a Gandía.

Durante la competición, el Casino de Cazadores de Valencia tomó la representación de la ciudad ante los cazadores de Gandía y organizó con un éxito desbordante un proceso de identificación de los valencianos con los tiradores del Casino, que incluía «desde el encopetado aristócrata acostumbrado a las luchas del sport hasta el modesto industrial», que iban «á pie, á caballo y en carruaje de toda clase, desde el tosco carro de labranza hasta el elegante break arrastrado por hermosas yeguas». La ciudad, unida, se enfrentaba con éxito y juego limpio a su hermana, la ciudad de Gandía, con honrosa victoria para ambas, lo que ennoblecía a los participantes y al público por su deportividad, y relegaba a un plano marginal el desagradable hecho de que uno de los tiradores encañonara a uno de los colombaires. Porque, precisamente, la única distinción que existe en esta Valencia unida es la habida entre tiradores y colombaires. Los primeros aparecen con nombres y apellidos, mientras que los segundos sólo son conocidos por sus apodos en valenciano (hecho totalmente habitual en la época entre los colombaires y los jugadores de pelota valenciana).30 Del mismo modo, aunque los últimos asisten al banquete y por todos es reconocido que el triunfo se debe al Llauraoret, reciben regalos desiguales y de naturaleza distinta:

Y el último discurso lacónico, pero espresivo, fue el del héroe de la jornada, el Llauraoret, dando gracias al señor presidente por la distinción con que le había honrado, brindándole un lugar en aquel banquete.31

No debe extrañar, pues, que para Las Provincias encañonar al Llauraoret no tuviese una considerable significación y optase por no relatar el incidente, a diferencia de El Mercantil Valenciano. No obstante, este gradiente social no incluye consideraciones políticas, porque en el banquete se reúnen personas de todas las tendencias en fraternal y distendida alegría. Además, en la imagen autorreferencial que Las Provincias proyecta de una Valencia unida («Toda la prensa de la capital, sin distinción de matices, elogió la conducta de la junta directiva de la Sociedad, antes y después de aquel acontecimiento»),32 aparecen las distintas clases sociales comprendidas dentro del público como una educada y animada muchedumbre.

Sin embargo, es cierto que, independientemente del relato construido por el periódico conservador, los valencianos quedaron entusiasmados por los torneos de tiro.

3. LA FERIA DE JULIO Y EL SURGIMIENTO DE UN CONCURSO PO PULAR

La conmoción social producida por la competición era todavía observable en las semanas siguientes. El 19 de febrero publicaba Las Provincias un artículo titulado «Reto Universal» que empezaba así:

Dada la importancia é interés que en nuestro país han adquirido las tiradas de palomos, debemos hacer público un reto que pudiera interesar á los cazadores valencianos (...).

Sabido es que el tiro de palomos lanzado á brazo, es propio de este país y que fuera de aquí, se tiran los palomos con cajas de resorte, sistema que el Casino de Cazadores de esta capital se propone establecer, no solo para recreo de sus socios, sino para que no haya motivos de protesta entre los contendientes en una competencia, atribuyendo las victorias al colombaire. De las cajas sale el ave expontáneamente, en la dirección que quiere.

Para luego detallar cómo eran los torneos en el resto del mundo y cómo se designaba al «campeón mundial»:

En Inglaterra, Suiza, Alemania, Italia y otras naciones de Europa, igualmente que en los Estados Unidos de América, se verifican certámenes de tiro nacional á los que asisten representantes de los clubs de tiro de pichón establecidos en distintas ciudades de cada nación. (...) Ahora bien, entre los campeones de distintos países, se verifican los certámenes internacionales, y el vencedor de ellos obtiene el título de Campeón del Mundo.

Y terminaba con el deseo de:

El tiro de palomos por este sistema es el que se practica en todo el mundo, y sin que este privara el tiro á brazo de colombaire, por el cual hay en este país gran predilección, podrían nuestros cazadores ponerse en inteligencia con las sociedades de tiro de pichón establecidas en España y en el extranjero, aceptar sus competencias y acudir a sus certámenes.33