Una Iglesia devorada por su propia sombra

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Contrastando fuertemente con esta concepción respecto al narcisismo se encuentra el trabajo del psiquiatra estadounidense Otto Kernberg. En términos generales, la visión de Kernberg del narcisismo acentúa mucho más su carácter patológico, presentando una caracterización bastante más negativa de la configuración de personalidad narcisista, si se la compara con la perspectiva esbozada por Kohut.

Kernberg se adscribe a una línea de pensamiento en sintonía con el modelo pulsional/instintivo y estructural del psicoanálisis clásico, y, por tanto, usa dicho lenguaje para definir las características específicas de la personalidad narcisista. Por ejemplo, si es que el psicoanálisis clásico delimitó que la etiología de la neurosis radica en un conflicto pulsional y estructural en torno al complejo de Edipo, en el caso del narcisismo Kernberg afirmará que nos encontramos con una perturbación libidinal y estructural que se origina en una fase preedípica, específicamente, en torno a la temprana fase oral del desarrollo psicosexual. Para Kernberg, por tanto, los conflictos en torno a la vivencia de los impulsos orales agresivos son lo constitutivo y estructural de las configuraciones narcisistas de personalidad. El funcionamiento defensivo narcisista se yergue, precisamente, debido a este conflicto pulsional temprano.

En ese sentido se subentiende que, para Kernberg, la agresión no sea una reacción secundaria a una falla empática —como postula Kohut—, sino que ella se encuentra en el centro mismo de la constitución del funcionamiento psíquico narcisista: un exceso de impulsos agresivos que sobrepasan la capacidad del sujeto de poder modularlos satisfactoriamente.

Junto con relevar el carácter estructural de la agresividad, Kernberg también destaca el rol central que los fuertes sentimientos de envidia juegan en la vida psíquica del paciente narcisista. Según él, la vida interior del estos pacientes se encuentra desprovista de la capacidad de experimentar genuinos sentimientos de tristeza o depresión, y que aunque externamente dieran la impresión de vivir momentos de retraimiento depresivo —por ejemplo el que pudiera emerger producto de un abandono o perdida—, mirando más de cerca su vivenciar se descubre con nitidez altos niveles resentimiento y odio, junto con fuertes deseos de venganza43. Como una forma de defenderse frente a la intensa envidia que pueden experimentar respecto a otros, estos pacientes tienden a controlar y/o devaluar a las personas significativas, produciéndose, de acuerdo a Kernberg, la clásica “tragedia” de los pacientes narcisistas: por una parte ellos experimentan una gran necesidad de los demás, pero por otra, no pueden reconocer aquello por la posibilidad de ser arrasados por la intensidad de su envidia.

Por último, es importante puntualizar que el tipo de tratamiento sugerido por Kernberg difiere bastante del enfoque de Kohut, pues para este autor el proceso terapéutico, desde su inicio, debiera centrarse en poder interpretar y confrontar las defensas y resistencias narcisistas a la psicoterapia. Solo a través de este acto terapéutico sería posible acceder a la experiencia basal psíquica del narcisista, es decir, aquella relacionada con su intensa agresión oral temprana. Es mediante la interpretación y confrontación de las defensas que se podría llegar a realizar una real modificación estructural y, por tanto, producir un cambio terapéutico genuino. Kernberg creía que al proceder de la forma como Kohut trataba a estos pacientes, se conseguiría un resultado meramente superficial, ya que solo se lograría un readecuación del funcionamiento defensivo, sin llegar a tocar la base estructural de la personalidad narcisista44.

Espero que este breve esbozo de algunas de las ideas de Kohut y Kernberg sobre el narcisismo sirva como ejemplo de las grandes diferencias que han existido en la tradición académica y clínica de la psicología contemporánea sobre como describir y comprender esta configuración psíquica específica.

Sin embargo, como la empresa de este libro implica el acto hermenéutico de observar y dar cuenta de patrones y configuraciones psico-espirituales específicas que se encontrarían tras la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia católica, y como afirmé que la personalidad narcisista es un elemento común del perfil de varios de los abusadores y encubridores, la pregunta de qué vamos a entender por narcisismo vuelve a hacerse relevante y necesaria. Me permitiré pues, en el contexto de considerar la pluralidad de aproximaciones y disimiles concepciones clínicas al respecto, enunciar algunos factores comunes, sobre los que considero hay un mayor consenso, que se encontrarían presente en las personalidades de tipo narcisista.

De la agresión y la envidia

Sin ánimo de redundar respecto lo recién señalado me gustaría enfatizar que, aunque se comprenda y signifique de forma bastante distinta la presencia de altos montos de agresividad y de envidia, no es posible caracterizar la personalidad narcisista sin aludir a estos afectos específicos. Una de las cosas que impresiona de las personalidades que sufren distintitos grados de vulnerabilidad narcisista es la fuerte vivencia de impulsos agresivos, ya sean ellos conscientes o habiten en la vida inconsciente del sujeto. Con esto quiero aclarar que la personalidad narcisista no necesariamente tiene que tener un comportamiento externo calificable de “agresivo” o inclusive “violento” por su conducta en el mundo (muchas veces lo que emerge es más bien un estilo caracterológico de tipo compensatorio: una personalidad “sobre-civilizada” en que la agresión queda absolutamente relegada a lo inconsciente), pero sí que la agresión es una fuente constante de conflicto psíquico para el funcionamiento cotidiano. Al respecto es significativo recordar que, como señalé al comienzo de este capítulo, la presencia de altos grados de agresividad experimentados de forma conflictiva por el sujeto, es una característica transversal que las distintas investigaciones clínicas han reportado se encuentra presente en la población de los sacerdotes y religiosos que han cometidos abusos sexuales en la Iglesia.

Emparentada con la agresión se encuentra la compleja emoción de la envidia. El estado emocional de la envidia ha sido descrito como una especie de “veneno psíquico”, un estado del ser en extremo doloroso, vinculado al haber experimentado la falta de un objeto externo fundamental, contra el cual ahora el sujeto vierte un deseo de apropiación, corrupción y/o destrucción. La envidia emerge entonces como una reacción ante algo faltante, como un intenso deseo de incorporación de la “buena madre”, lo que en la tradición psicoanalítica ha sido vinculado al “impulso caníbal”45. En ese sentido, la experiencia de privación y carencia interna que experimenta el envidioso, y que resulta en una voracidad desmedida en la que se intenta apropiar (o destruir) el objeto arrebatado, queda dinámica y estructuralmente vinculada a la oralidad agresiva que Kernberg hacía alusión respecto de la etiología del narcisismo. Por otra parte, la envidia suele implicar una trampa psíquica de difícil abordaje en la medida que esta conlleva un estado de autofrustración constante en que el vacío interno experimentado nunca llega a saciarse con la posesión del objeto envidiado46. Más aun, la vivencia de la envidia para la persona herida de narcisismo suele ser muy amenazadora cuando emerge en la consciencia (igual que la agresión, la envidia suele habitar principalmente en la vida inconsciente), ya que esta le pone en contacto con la experiencia de sentirse carente y/o defectuoso de alguna forma. Es decir, el estado emocional de experimentar envidia hacia algo o alguien conecta, por definición, con la falta, y con la sensación de que internamente hay algo vil, inadecuado, o defectuoso en la naturaleza del propio self. Esta sensación de “defectuosidad”, si se me permite la expresión, es, como veremos en seguida, otra de las características principales de la configuración narcisista de la personalidad.

Representación del self inadecuada + estado emocional negativo

Si es que existiese algo así como una “ecuación narcisista de la personalidad”, sin duda, tendría una forma similar al encabezado de este apartado. Esto se debe a que estos dos factores potenciados, una representación interna del sí mismo deficitaria en conjunto con un estado anímico basal en que priman los afectos negativos, es una de las características psicológicas, por excelencia, de la persona narcisísticamente vulnerable, y es una de las principales fuentes del sufrimiento psíquico que estas personas experimentan.

La primera característica de esta ecuación es la representación interna de sí mismo inadecuada, negativa y/o defectuosa. Es decir, no importa cuántas cualidades positivas la persona tenga, o cuantas características descollantes pueda poseer, hay una vivencia de fondo de no ser suficientemente bueno/valioso o incluso de que hay algo profundamente defectuoso en el corazón mismo de su ser.

Por lo demás, suele darse el caso de que personalidades narcisistas tengan un atributo particular por el cual han sido especialmente valorados o apreciados en su medio, ya sea por su excepcional belleza, atractivo, inteligencia, virtuosismo, fuerza, piedad o magnetismo social. Pero la valoración externa que recibieron —incluida, por cierto, la proveniente de sus figuras parentales— nunca se vivenció como una apreciación por su ser completo, es decir, una aceptación incondicional respecto al núcleo existencial de su ser en tanto persona. Por el contrario, la valoración que han recibido solo se ha anclado en la presencia de esa cualidad excepcional específica. Sin dicha característica, su valía como ser humano se pone peligrosamente en tela de juicio y su autoestima queda bajo una seria amenaza47. De esta forma, pese a lo atractivos y/o admirables que puedan parecer para la mirada de su entorno social inmediato, en la experiencia psíquica de la persona narcisista prima una autorepresentación interna que es calificable de oscura, negativa, y deficiente. A eso se refiere el mundo clínico cuando afirma que una de las características centrales de la configuración narcisista de la personalidad se relaciona con sus problemas de autoestima.

 

El segundo aspecto de esta ecuación se refiere al estado afectivo en que prima la negatividad. Esta se puede experimentar ya sea en forma de vergüenza, ansiedad, una sensación de humillación, un estado emocional depresivo o en una combinación de todos estos estados emocionales48. Lo complejo es que las representaciones del self de la personalidad narcisista evocan o gatillan estados emocionales displacenteros, dolorosos y que se experimentan como estados de ser desregulados.

De entre los diversos estados emocionales que suelen experimentar estas personas, la vergüenza tiene un lugar preponderante. Aunque la vergüenza ha sido comprendida y conceptualizada de diversas formas en la tradición psicoanalítica, es posible afirmar, de forma introductoria al menos, que la vergüenza implica una tensión entre el yo ideal y el yo real. Junto con ello el origen de la experiencia de la vergüenza suele implicar la percepción de que existe algo defectuoso o inadecuado en la propia personalidad, en el propio self. Frases como “me decepcionas”, “¿es lo mejor que puedes hacer?”, “eres patético y miserable”, “no vales nada como persona”, ya sean ellas expresadas por un otro significativo o que sea el mismo sujeto el que se dirija ese tipo de comentarios, se encuentran vinculadas con la emoción de la vergüenza.

De esta forma, una diferenciación clínica relevante que es postulada con frecuencia implica distinguir la vergüenza de la emoción de la culpa. Mientras la segunda está relacionada con el ámbito de la acción humana y lo prohibido (hacer u omitir una acción de consecuencias negativas en torno a un otro), la emoción de la vergüenza parece ser más primaria, en la medida que involucra el ser personal. En ella, el propio sí mismo se experimenta como defectuoso, inadecuado u inferior. Si la culpa llama a la confesión y el arrepentimiento, la vergüenza convoca una actitud de ocultamiento, protección y/o autorepliegue49.

Por otra parte, destaca de la emoción de la vergüenza lo particularmente dolorosa que suele ser la experiencia de sostenerla en la consciencia. Es decir, a diferencia de otras emociones humanas, la experiencia de sentirse avergonzado suele con frecuencia describirse como algo “tortuoso”, y en no pocas ocasiones la persona puede sentirse sobrepasada por dicha vivencia. Eso hace comprensible que las estrategias de afrontamiento de la vergüenza impliquen un repliegue y la evitación del contacto interpersonal. Las experiencias gatillantes de la vergüenza (como el quedar “al descubierto” ante la mirada del otro, “desnudo” o “expuesto” respecto de lo que se considera defectuoso en el propio sí mismo, asi como el sentirse avergonzado por no poder cumplir con las [altas] expectativas narcisistas respecto del self ideal) pueden resultar tan dolorosas e intolerables que con frecuencia se suceden micro episodios disociativos en que la vergüenza es desalojada a lo inconsciente.

Como se aprecia, la ligazón de la vergüenza con el narcisismo se explica dadas las desmedidas aspiraciones personales que suelen encontrarse en este tipo de personalidades. Su precario sentido del self entrará indefectiblemente en tensión con sus aspiraciones narcisistas, con sus anhelos de reconocimiento y admiración, y con sus elevados estándares de perfeccionismo. Una vez que los ideales del self no pueden ser abrazados o alcanzados adecuadamente, toda la estructura de funcionamiento narcisista comenzará a crujir y la persona puede sentirse desbordada por intensos sentimientos de vergüenza e inadecuación. Volveré al problema del ideal de yo en el narcisismo clerical en el capítulo 6 al reflexionar sobre los hábitos de trabajo y falta de autocuidado que suelen estar presente en el funcionamiento organizacional de la Iglesia.

Oscilación narcisista

Es probable que muchas personas que no cuentan con un background en psicología puedan estar un tanto perplejas a esta altura debido a la descripción aquí esbozada respecto la configuración narcisista de la personalidad. ¿No se supone que las personas aquejadas de narcisismo son fundamentalmente vanidosas, egocéntricas y tiene un exaltado sentido de sí mismo? ¿Una autoimagen inflada y grandiosa? ¿Qué tiene que ver entonces las representaciones distorsionadas y defectuosas respecto al sí-mismo, y los dolorosos estados emocionales negativos asociadas a ellas, con el narcisismo? ¿No es justamente lo opuesto? En efecto, un aspecto teórico que requiere clarificación, es que existen algunos subtipos de perfiles narcisistas, los que, pese a contrastar fuertemente en sus manifestaciones externas, comparten una misma experiencia subjetiva basal respecto a sus conflictos de autoimagen y autoestima.

En ese sentido, encontramos en la literatura lo que ha sido definido como el perfil “narcisista grandioso” —el cual se corresponde con la descripción hecha por el DSM-IV de la personalidad narcisista— caracterizado por presentar un elevado sentido de la importancia personal, una necesidad constante de recibir admiración y/o aprecio, arrogancia, grandiosidad, superioridad, una sensación de “ser especial” y tener derecho a ciertas prerrogativas debido a la excepcional naturaleza de la propia personalidad [entitlement] 50. Sin embargo, personas que se acercan al polo grandioso exhibicionista del narcisismo tendrían a la base los mismos sentimientos de profunda inseguridad, vergüenza e inadecuación respecto a la valía intrínseca de la propia naturaleza como seres humanos. Es decir, aunque ellos estén en cierta forma identificados con el polo del self-grandioso, su funcionamiento grandilocuente sería un mecanismo defensivo respecto al sentir defectuoso basal. La conducta arrogante y autosuficiente de este tipo de personalidad narcisista actuaría como un mecanismo compensatorio que busca aplacar los sentimientos de minusvalía personal.

El otro polo en que la personalidad narcisista oscila es aquel que está representado por el subtipo que está en contacto con los sentimientos de inadecuación, de falta de valía y que presenta una imagen extremadamente negativa respecto al sí mismo. Son la antítesis de lo que popularmente se conoce como personalidad narcisista, en la medida que suelen aparecer como modestos, tímidos, retraídos socialmente e, incluso, humildes. Pese a su comportamiento de timidez o modestia externa, en su mundo interior suelen experimentar fuertes fantasías exhibicionistas de ser reconocidos o de ser secretamente admirados, junto con intensos sentimientos de vergüenza e inadecuación asociados a dichas fantasías.

Pese a sus diferencias externas, tanto en el comportamiento como en las formas de afrontar defensivamente la herida narcisista que implica la experiencia de tener un sentido intrínsecamente defectuoso respecto a la valía del propio self, ambos subtipos comparten el adoptar una conducta social en que suelen no expresar necesidades personales. La experiencia humana, normal y universal, de sentirse carente o necesitado del prójimo en algún aspecto específico puede ser muy amenazadora para quienes sean vulnerables narcisísticamente. Entrar en contacto con “la herida”, actualizada en el hecho de necesitar a otro ser humano, puede ser una vivencia en extremo arrolladora y desestructurante debido a la liberación de los fuertes sentimientos de agresión y envidia que el sentirse carentes/defectuosos les suele generar51. Es por ello que muchas veces personalidades con una fuerte vulnerabilidad narcisista tienden a inclinarse por ocupaciones o profesiones, en que el cuidado constante del otro sea una parte crucial de su quehacer diario. De esta forma, ellos se alejan de la posibilidad de expresar y entrar en contacto con sus propias necesidades individuales y, a la vez, obtienen un refuerzo significativo sobre su importancia y valía como “buenos” seres humanos que se encuentran al servicio del prójimo. Volveré a este punto en más profundidad en los capítulos V y VI de este libro.

Los dos polos en los que oscila la personalidad narcisista tienen una particular forma de relacionarse con la necesidad de admiración y expresión de afecto que requieren de su ambiente. Por un parte, tenemos al polo que se identifica con el sentir depresivo/carente, aquel que está dolorosamente consciente de su sensación basal de falta de valía y estima como persona. En sus relaciones interpersonales este subtipo suele adoptar una actitud vital caracterizada por el retraimiento y la resignación respecto la posibilidad de encontrar el amor y aprecio que tanto anhela. Como su “hambre” de amor, reconocimiento y estima es demasiado grande y amenazadoramente voraz como para permitir que ella se exprese en el mundo —e incluso como para ser reconocida internamente—, esta suele quedar relegada al trasfondo de su funcionamiento psíquico, debido a la amenaza de experimentar el vacío y depresión que viene asociada con dicha necesidad. La expresión: “¿quién se puede llegar a fijar y querer a alguien como yo?” es una buen acercamiento de su vivencia interior a este respecto. Lo dramático de la situación, es que el sentido de self distorsionado funciona como un lente que tiñe la forma de interpretar las interacciones sociales. Esto implica que incluso cuando alguien se les acerca y espeja sinceramente, devolviéndoles una imagen positiva y/o de aprecio respecto a su self, esta interacción es desconfirmada, negada, puesta bajo la sospecha de falsa adulación, engaño o intento de embaucamiento52.

El polo grandioso exhibicionista tiene un comportamiento distinto sobre la forma como se vincula interpersonalmente con su ambiente. Debido a su identificación con el self grandioso exhibicionista, suelen invertir una gran cantidad de energía psíquica en evitar y prevenir cualquier cuestionamiento o crítica a su sentido distorsionado del self. A menudo se vuelven dependientes de obtener constantes gratificaciones narcisistas —alabanzas, admiración, respeto, “likes”, etc.— de su medio social53. Por otra parte, su comportamiento jactancioso y altanero suele ir acompañado de una frecuente desvalorización de los otros, a excepción de aquellos idealizados como únicos y especiales, con los que suele existir un proceso de identificación.

Dificultad con la empatía

La empatía ha sido entendida como un proceso mediante el cual obtenemos información de los procesos psicológicos de la intimidad subjetiva de otras personas —sus pensamientos, emociones, fantasías— aunque ellos no estén abiertos a directa observación54. La empatía implica, entonces, una serie de complejos procesos cognitivos que requieren cierto esfuerzo e intencionalidad, en el cual a través del ejercicio de la introspección personal puedo vicariamente abrirme a la —posible— subjetividad del otro. Por cierto, está implícito en esta comprensión de empatía que ello requiere una adecuada diferenciación yo-tú, y un sentido de identidad relativamente estable, de forma tal que el abrirme a la experiencia del otro no sea vivenciado de forma amenazante para mantener un equilibrio psíquico.

Esta es precisamente la razón que causa que las personas con predominio de una configuración narcisista de la personalidad tengan dificultades con el ejercicio de la empatía: su precario sentido de la identidad, y los problemas evolutivos en la diferenciación del self respecto del ambiente, hacen que vivan en un estado donde tienden a asumir que su experiencia psíquica es compartida por aquellos que le rodean. Es decir, asumen que los sentimientos y perspectivas de los demás son idénticos a los que ellos experimentan, fenómeno que Jung nombró como identidad inconsciente o participación mística.

Por otra parte, su precaria experiencia de identidad personal —con los consabidos problemas para establecer saludables límites respecto del mundo— hace que la apertura y cercanía al otro sea, además, amenazante para su equilibrio anímico. Incluso en los perfiles donde la demarcación yo-mundo está mejor lograda, si la personalidad tiene un precario sentido del self, es posible que experimente terror a perderse en la subjetividad del otro cuando se realiza el ejercicio de abrirse al mundo del prójimo que requiere el acto empático. La capacidad de empatizar con otro ser humano y abrirse a su experiencia psíquica, implica, por tanto, tener un sentido de identidad bien definido —con límites claros y estables— de forma tal de poder sostener el mundo interno del otro sin que ello amenace provocar la experiencia de sentirse arrollado o devorado por esa subjetividad. Es sabido que personas con un precario sentido de identidad tienden a amurallarse en ideologías, perspectivas existenciales y políticas, donde se establece una intensa demarcación entre el nosotros y ellos, viviendo una “psicología del enemigo” cuya función última es aglutinar en algo el inestable sentido de identidad personal55.

 

Sin embargo, puede darse un perfil del todo opuesto en torno al ejercicio de la empatía en las configuraciones narcisistas. El “narcisista empático”, por nombrarle de alguna forma, ha desarrollado como estrategia adaptativa el ser muy sensible a las necesidades y estados internos de los demás, y es particularmente complaciente con ellos, mientras que, a la vez, se encuentra del todo desconectado de las necesidades propias. De acuerdo a Jacoby, su actitud de constante auto-sacrificio, al estar en función de los deseos y expectativas de sus prójimos, le hace tener una fachada adaptativa fácilmente calificable de “buen cristiano”. Sin embargo, mirando de cerca, emergen de igual forma en su experiencia psíquica problemas respecto de los límites personales, la vergüenza, dificultades con la ira, y un precario sentido de autoestima e identidad personal. Todas características que hemos visto son propias de la configuración narcisista de la personalidad56.

El narcisista empático suele tener en su biografía una figura parental principal que fue incapaz de reconocer los estados internos del infante, y de adaptarse en consecuencia a sus necesidades vitales. Como forma de sobrevivir a dicha experiencia relacional, y para asegurarse el amor, aceptación y cuidado de la figura parental, el niño responderá con un prematuro intento de adaptación a las necesidades de su cuidador principal. A través de esta temprana sobre adaptación, que suele manifestarse en niños que asumen el papel de ser “ejemplares”, y que muestran pseudo-maduración precoz (desarrollando lo que Winnicott llamó un “falso self ”), el narcisista empático va desarrollando una sofisticada captación del mundo interior de los otros, una especial habilidad para estar sintonizado con lo que el otro anhela y necesita, y un hábil set de habilidades interpersonales para adecuarse a dichas necesidades, a la vez que también experimentará terror y confusión ante la posibilidad de entrar en contacto con la propia interioridad.

Sacerdotes con vulnerabilidad narcisista y sus patrones familiares

Este apartado difiere de los previos en el sentido que tiene un grado de especificidad distinto. Me gustaría plantear algunas ideas que ciertos autores e investigadores han enunciado sobre los patrones familiares de religiosos consagrados que tienen una acentuada vulnerabilidad narcisista y que han cometido crímenes de abuso sexual a menores. Se comprende entonces que las ideas que elaboraré a continuación no son aplicables o extrapolables a todas las personalidades en que predomina una configuración de tipo narcisista, y que solo se refieren a esta población particular.

Uno de los primeros factores comunes que destaca en esta población específica es la presencia de una cultura familiar que comunica actitudes fuertemente represivas hacia la sexualidad y la agresión, junto con realizar una inculturación de ideales éticos que implican el anhelo de encarnar una conducta marcadamente virtuosa. El resultado de esta peligrosa combinación —represión de la sexualidad y agresión + refuerzo de elevadas/inalcanzables aspiraciones ético-religiosas— es la generación de una experiencia infantil que puede estar o dominada por la inseguridad, la vergüenza y la duda, o una en la que el niño incorpore las constantes proyecciones e idealizaciones de sus figuras parentales. En cualquiera de esos dos escenarios, esta cultura familiar va a determinar la construcción en el infante de un sentido del sí mismo inestable, con serios problemas respecto a la autoestima personal, obstaculizando que el niño crezca con la posibilidad de establecer relaciones maduras y satisfactorias57. En suma, un ambiente familiar que nutrirá un perfil de personalidad en que primen las características narcisistas recién enunciadas.

Por otra parte, la experiencia clínica demuestra que en esta población específica suele existir con frecuencia relaciones familiares trianguladas. Por lo general, se ha descrito la presencia de una madre que tiende a idealizar al hijo, alentando autorepresentaciones grandiosas y poco realistas, en conjunto con una figura paterna que se muestra ya sea dolorosamente ausente o que manifiesta un grado de decepción/rechazo respecto de su hijo, llegando incluso a atacar y menospreciar su sentido de valía personal58. Algunos autores han notado como con frecuencia en las biografías de estos sacerdotes se reportan críticas paternas en torno la percepción que el hijo no sería “suficientemente masculino” o que este sería directamente afeminado59.

La anterior triangulación se completa cuando la relación de pareja de los padres está marcada por el conflicto y la tensión. A menudo la madre presenta una percepción negativa del padre, del que se encuentra decepcionada de alguna forma, ya sea por su carácter insensible, tosco o defectuoso; ya sea por considerarle una persona débil. Esto redunda en que estas madres se vuelcan de forma particularmente intensa al vínculo con sus hijos, los que son investidos con una intensa catexis narcisista. Es decir, al hijo se le atribuye un significado psíquico particular que sirve para reafirmar el sentido de importancia personal del self materno. De esta forma, al hijo se le considera como alguien particularmente “especial” (mi especial hijo), a menudo “santificado” por su temprana inclinación al mundo espiritual, muy dotado de dones y virtudes. Se consolida, entonces, una estrecha relación madre-hijo que, incluso, puede estar teñida implícitamente por una sobre erotizada cercanía en el vínculo60.

Lamentablemente, se ha reportado que la experiencia vincular que esta población suele tener respecto de sus pares alimenta su vulnerabilidad narcisista previa. Esto debido a que las interacciones sociales que tuvieron con otros niños y jóvenes —durante el periodo de la infancia y adolescencia— suelen presentar un carácter marcadamente negativo. No son poco frecuentes en las historias de vida de sacerdotes que han cometido abusos sexuales los testimonios de haber sufrido experiencias de intenso rechazo, crítica, humillación y devaluación de parte de sus pares significativos. La experiencia de “fallar” en la aceptación social respecto de los pares tempranos —bullying e incapacidad de afrontar las experiencias en que los adolescentes “se prueban” unos con otros— no hace más que establecerse como una experiencia vincular “re-traumatizante”, que refuerza los significados negativos asociados al sentido del self —el sentido de ser esencialmente defectuoso, inadecuado, o falto de valor— que ya había sido establecido en relación a la experiencia vincular con las figuras parentales tempranas61.

De esta forma, la experiencia de llegar al clima emocional y simbólico provisto por la madre ecclesia —con la más amable acogida grupal de pares pastorales y figuras religioso-parentales, protectoras y benévolas— suele ser vivido como un verdadero bálsamo reparador respecto del rechazo y agresión recibidos de parte de la figura paterna y los anteriores pares “no-religiosos”.

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