Una Iglesia devorada por su propia sombra

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LA DEMONIZACIÓN DE LO SOMBRÍO

En torno a la temática de la relación del yo con la sombra, hay un aspecto bien significativo, por sus repercusiones respecto del análisis sobre la situación actual de la Iglesia, que merece una adecuada discusión.

Como vimos hace un momento, el contenido de la sombra va a depender de la actitud del yo y del proceso de culturización específico sobre cuáles serán los aspectos de la experiencia humana que serán finalmente rechazados. Dije también que ello redunda en que una persona tenga una sombra en que esté depositada la rabia, otra la vulnerabilidad, otro su mundo pulsional erótico.

Sin embargo, la actitud del yo respecto a lo sombrío también va a determinar otro aspecto central de la fenomenología anímica de lo sombrío: su intensidad y cantidad de energía libidinal que dispone. Esto significa que la cualidad de la actitud hacia lo inconsciente, y específicamente hacia lo sombrío en uno, también va a determinar la forma como la sombra se va a manifestar. La fórmula incluye la noción de que a mayor rechazo y represión de los aspectos considerados negativos en uno mismo —mientras más unilateral es la perspectiva del yo—, más primitiva, intensa y persecutoria se volverá la sombra. Permítame traducir la fórmula de una manera más simple aún: mientras más exclusivamente bueno, inmaculado, noble y/o perfecto crea usted que es su personalidad; su sombra se volverá más oscura, grande y amenazante, y podrá incluso llegar a adquirir una cualidad demoniaca persecutoria. Un yo particularmente violento e intolerante hacia los aspectos considerados sombríos en uno mismo —un yo que neuróticamente le ha declarado la guerra a aquello que vive en él y que concibe como intrínsecamente maligno—, va a producir una sombra proporcionalmente virulenta, primitiva y grotesca.

El ejemplo paradigmático de una escisión tan radical de la personalidad, que emerge acompañada de un contumaz rechazo hacia lo sombrío que habita en uno mismo, es de hecho la trágica historia del doctor Jekyll y el señor Hyde. En dicha narración la fuerte escisión interna entre Jekyll y Hyde se vincula directamente con la incapacidad del protagonista de soportar el sufrimiento — la tensión, la ansiedad y/o angustia— que deviene de sostener, al mismo tiempo, ambos lados de su naturaleza humana. Reflexiona Jekyll al respecto:

Y solía decirme: si fuese posible aposentar cada uno de esos elementos en entes separados, quedaría con ello la vida libre de cuanto la hace insoportable; lo pecaminoso podría seguir su propio camino, sin las trabas de las aspiraciones y de los remordimientos de su hermano gemelo más puro; y lo virtuoso podría caminar con paso firme y seguro por su sendero cuesta arriba, el del bien, en el que encuentra su placer, sin seguir expuesto a la vergüenza y al arrepentimiento a que lo obliga ese ente maligno extraño a él. Fue una maldición para el género humano que estas dos gavillas incongruentes fuesen atadas en una sola... que estos gemelos que son dos polos opuestos tengan que luchar continuamente dentro del angustiado seno de la conciencia. ¿Cómo podrían ser disociados?4.

La incapacidad de sostener la contradicción interior que genera el aspecto sombrío de la propia personalidad —lo que implicaría el establecer una relación más amigable y dialógica con ella— va a precipitar la fractura anímica de Jekyll/Hyde, con la consiguiente manifestación primitiva y destructiva del aspecto sombrío. La fuerte represión y temor de lo sombrío no soluciona el problema del mal interior, sino que, paradójicamente, lo acentúa al volverlo más agresivo. Una consciencia personal que con intensidad reniegue y reprima lo sombrío va a producir que lo inconsciente se polarice y se vuelva más destructivo. En el caso de la novela de Stevenson, el doctor Jekyll iba a constatar, perplejo, que luego de decidir terminar de forma definitiva con la existencia de Hyde, este iba a aprovechar un momento de debilidad para emerger con mayores bríos y ansias destructivas: “Mi demonio llevaba largo tiempo enjaulado y salió rugiendo. En el momento mismo de tomar la pócima tuve la sensación de que su propensión al mal era ahora más indómita, más furiosa”5. Intentar destruir o eliminar el mal interior de forma violenta es una garantía certera de que este se vuelva más fuerte e indómito, y que en un momento de flaqueza, terminemos siendo presa de una constelación sombría, es decir, de un apropiación de parte de la sombra del funcionamiento general de la personalidad, lo cual suele traer aparejado desastrosas consecuencias.

Por el contrario, una personalidad que se abra al proceso de conocimiento de los aspectos sombríos que han sido rechazados en uno mismo —un yo que tenga una actitud dialogante, curiosa y abierta hacia lo inconsciente— favorece la transformación de la sombra, permitiendo que ella se haga menos primitiva y persecutoria. De hecho, el diálogo con la sombra puede devenir en una mutua transformación con efectos positivos en el funcionamiento integral de la personalidad del sujeto. Como se afirmó un poco más arriba, el encuentro con lo sombrío, aunque doloroso y desafiante, puede producir un proceso de enriquecimiento, de volvernos seres humanos más completos. Aunque la sombra nunca se termine de transformar y/o desaparecer de forma definitiva, la relación interna entre el yo y lo sombrío puede desencadenar una reconciliación interna. En dicha reconciliación la sombra puede terminar convirtiéndose en una aliada del camino, e, incluso, en una guía o maestra del yo.

LA SOMBRA COLECTIVA

Por último, me gustaría nombrar brevemente un último aspecto teórico relevante sobre la realidad anímica de la sombra que será útil para el análisis de los siguientes capítulos. Me refiero a la noción, ya presente en Jung, de que la sombra tiene también una dimensión colectiva. Esto significa que determinados grupos humanos que comparten algún tipo de identidad común, suelen identificarse con ciertas características y atributos específicos y, a la vez, rechazar colectivamente ciertas experiencias, cualidades y formas de ser. Los “carácteres nacionales” o formas de ser cotidianos que una cultura adopta implican esta tensión interna entre la identidad nacional y la sombra colectiva6. Dice Jung al respecto:

Ciertamente, en otro estadio anterior e inferior del desarrollo psíquico, cuando todavía es imposible hallar una diferencia entre las mentalidades aria, semítica, hamítica y mongólica, todas las razas humanas tienen una psique colectiva común; pero al iniciarse una diferenciación racial, sobrevienen también esenciales diferencias en la psique colectiva. azón no nos es posible traducir globalmente el espíritu de otras razas a nuestra mentalidad, sin perjudicarla sensiblemente7.

Ello implicará que la diferenciación de una forma de ser colectiva especifica vendrá aparejada con ciertos contenidos sombríos que para ese grupo humano resultan reprobables.

Si tomamos el caso del pueblo chileno podemos apreciar un ejemplo particularmente claro donde parece existir una autopercepción inflada y exaltada respecto de las supuestas “virtudes” de la propia nación, acompañada de un desprecio y/o percepción negativa de los países vecinos. Por ejemplo, estudios realizados por el Instituto Nacional de Derechos Humanos en el año 2017 determinó que los chilenos se sienten “más cultos”, “más blancos”, “menos peligrosos-violentos” y “menos sucios” que los migrantes provenientes de otras partes del continente, percepción que, por cierto, no se haya anclada en la realidad8. En ese sentido habría evidencia suficiente para proponer la tesis de que existiría una fuerte proyección de la sombra colectiva hacia el creciente número de migrantes latinoamericanos que ha llegado a territorio nacional chileno durante los últimos años.

Cuando un grupo humano proyecta la sombra colectiva en el mundo, en una serie de individuos que están fuera de los márgenes que delimitan al propio grupo —definiendo un “nosotros y ellos” que separan a nuestros nobles y valientes soldados de los salvajes y despiadados soldados enemigos— se está en un suelo fértil para el conflicto, las guerras y las cruzadas fanáticas. Destaca, en ese sentido, el aumento de los hechos de violencia y discriminación racista y xenófoba contra los inmigrantes que han comenzado a habitar en territorio chileno, como un síntoma que ilustra el proceso de proyección de lo sombrío colectivo9. Por cierto, la proyección de la sombra colectiva en grupos marginados y/o vulnerables es un proceso del todo frecuente, siendo los “indios”, “los pobres”, “las minorías sexuales”, entre otros, blancos frecuentes donde la sombra colectiva puede depositarse para asegurar la tranquilidad de la propia —digna, superior y noble— identidad comunitaria.

LA SOMBRA DE LA IGLESIA

Esquematizadas algunas de las ideas centrales respecto al postulado psicológico de la sombra me es posible ahora ya plantear la tesis central de este libro, a saber, la noción de que es posible comprender la situación de los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes y religiosos del mundo católico como una constelación de los aspectos sombríos y oscuros de la Iglesia. Es decir, la Iglesia aquí ha sido víctima de una violenta irrupción de lo reprimido, de una sombra colectiva que se volvió peligrosamente primitiva y virulenta, la que ciertamente ha eclipsado sus aspectos luminosos espirituales. Tal como en la historia de Jekyll y Hyde, es posible plantear que el fuerte rechazo y represión de la Iglesia a sus dimensiones sombrías, sumada a su auto identificación orgullosa y auto indulgente respecto a su supuesta “santidad”, ha terminado por marcar una violenta escisión interna donde lo oscuro ha terminado por hacerse realmente demoniaco, emergiendo de forma disociada y con una enorme fuerza destructiva.

 

En ese sentido, que la Iglesia se haya visto envuelta en escándalos de naturaleza sexual resulta particularmente sintomático y revelador de la escisión anímica interna que han padecido tanto sus miembros como la institución entera. Que la Iglesia haya sido, o esté siendo, devorada por su sombra no es un proceso fortuito o azaroso, producido por el sino de algún designio invisible. Mucho menos es un padecimiento enviado por Dios, o algo que esté sucediendo por voluntad divina. La posesión sombría que ha padecido la Iglesia es un proceso que tiene una lógica, una estructura y un devenir psicoespiritual específico del cual se debe hacer responsable en aras de una restructuración auténtica. Pero, como acabo de afirmar, Jekyll no puede eliminar a Hyde sin destruirse a sí mismo. Y si es que ha sido Hyde quien ha manejado el rumbo de la Iglesia estos últimos años, no se le va a poder arrebatar el timón por la fuerza, haciendo como si nada hubiese pasado y mandando a lo sombrío de vuelta al sótano desde donde se ha liberado. Dicha lógica maniquea solo ha traído disociación, padecimiento y neurosis al destino del mundo católico.

Es pues necesario pagar el alto precio en valentía y coraje que requiere el acto del cuidadoso análisis y autoconocimiento de la dimensión oscura que habita en el corazón de la propia casa. Solo de esta forma Jekyll puede llegar a ser transformado por Hyde. Solo a través de la templanza que da la autoobservación sincera se puede mantener la mirada puesta en la oscuridad propia, sin caer en la tentación de salir corriendo de forma despavorida o de volver a meter la cabeza bajo tierra con la esperanza de que todo termine pronto.

La sombra de la Iglesia se ha vuelto monstruosa. Se ha convertido en una sombra demoniaca que ha crecido en poder y fiereza gracias a la enorme energía libidinal que le ha brindado la colosal represión colectiva vivida en el núcleo mismo del mundo católico. Debemos pues lograr mirar —y comprender— cada una de las distintas cabezas que conforman este monstruo, con la esperanza de poder deshacer los diques que han redirigido la energía psíquica hacia esta bestia, y que han sido los que la han nutrido y alimentado. Mi interés en las páginas venideras es justamente el poder contribuir en dicha labor, analizando —esto es, descomponiendo— las distintas partes de la sombra de la ecclesia. Intentaré pues generar una narrativa hermenéutica que alumbre algunos de los factores conjugados en la mantención de este problema.

Cuando un problema se alza gigante ante nosotros y nos paraliza y petrifica, una estrategia plausible es la de romperlo en factores más pequeños, y así generar estrategias para cada uno de los aspectos que mantienen la situación problemática vigente. Espero, de corazón, que el intento valga la pena.

II NARCISO OCULTO EN LA SOMBRA

Desde que el problema de los abusos sexuales en la Iglesia católica salió a la luz pública han surgido diversos intentos por comprender las características psicológicas individuales que posibilitarían que sacerdotes y religiosos cometan crímenes sexuales contra niños, niñas y adolescentes. ¿Cómo identificar a los agresores? ¿Qué tipo de perfil psicológico presentan los victimarios? ¿Existe algún tipo de patrón de personalidad frecuente en ellos? ¿Qué diferencia a un sacerdote que abusa sexualmente de un niño, niña o adolescente de uno que no? ¿Están ligados los abusos sexuales a una “psicopatología individual” que sería frecuente en los sacerdotes perpetradores de abusos? En el presente capítulo intentaré elaborar estas interrogantes a la luz de algunos insights que se desprenden de las incipientes investigaciones académicas respecto de esta población específica. Tomando como punto de partida los resultados de esas investigaciones elaboraré una perspectiva interpretativa de la psicodinámica de los abusadores clericales desde el factor psicológico del narcisismo, debido a la importancia que dicha condición anímica parece tener en la configuración de sus perfiles de personalidad.

De esta forma, la estructura del presente capítulo tendrá tres momentos principales. Primero, una evaluación general de algunas investigaciones relevantes que han intentado contestar la pregunta por el perfil psicológico de los abusadores clericales. Luego, una contextualización clínica de la configuración psicológica llamada narcisismo, la cual incluirá una revisión interpretativa del mito grecolatino que le otorga el nombre a dicho cuadro. Finalmente, desde una perspectiva mito-simbólica realizaré una propuesta comprensiva de algunas de las tensiones dinámico-estructurales que experimentan los sacerdotes victimarios en la forma como despliegan las relaciones abusivas con sus víctimas.

SOBRE EL PERFIL CLÍNICO DE LOS ABUSADORES SEXUALES CLERICALES

Uno de los primeros aspectos llamativos que surge de la revisión comparativa de los estudios que han investigado el perfil psicológico de sacerdotes y/o religiosos que han cometidos delitos de abuso sexual a menores es la forma como sus resultados desafían el imaginario colectivo contemporáneo respecto de la figura del “sacerdote pedófilo”. En no pocos ambientes parece existir una imagen estandarizada sobre el abusador clerical: una persona a la que se suele caracterizar como un siniestro psicópata, un perverso depredador serial de niños, un ser manipulador, quizás violento, quizás sofisticado embaucador —especie de lobo vestido de oveja— que de forma premeditada y maquiavélica sale a cazar sus incontables víctimas.

Por cierto, aunque dicha caracterización parece tener cierto asidero en la realidad —ya que efectivamente existe un tipo de abusador clerical que “calzaría” con la anterior representación—, lo cierto es que la imagen sobre el perfil de los sacerdotes abusadores parece ser bastante más compleja y variada. Esto significa que parece existir evidencia consistente que, de acuerdo a múltiples investigaciones y estudios realizados a la fecha, no existiría un perfil clínico único respecto al funcionamiento de las personalidades de sacerdotes y religiosos abusadores1. Es decir, detrás de la conducta de manipular, abusar y violentar sexualmente a un menor de edad, pueden existir una gran variedad de tipos de configuraciones de personalidad, así como también motivaciones y conflictos psíquicos del todo disímiles. Por otra parte, es sabido que la conducta del abuso sexual propiamente tal puede presentar una amplia cantidad de patrones y modos específicos de manifestarse. Por ejemplo, algunos abusadores recurren a la violencia explícita, en otros, prima la manipulación seductora; algunos sacerdotes y religiosos han realizado abusos que implican episodios únicos, otros han llegado a establecer relaciones abusivas que se perpetúan por años. Sin embargo, parece existir consenso de que los “depredadores sexuales clericales seriales”, justamente aquellos que han tenido una mayor cobertura mediática —lo que probablemente ha sido acentuado por el horror que ha producido la desidia con que las autoridades eclesiales permitieron su brutal accionar—, son una significativa minoría del total de sacerdotes abusadores en la Iglesia. Por ejemplo, de acuerdo al estudio realizado por el John Jay College solo cerca del 3,5 % de los abusadores clericales estadounidenses podrían ser calificados de abusadores seriales —aunque ellos fueron los responsables del 26 % del total de los casos de abusos—, mientras que el 56 % de los abusadores tuvo, hasta donde se logró investigar, solo una víctima2. De forma consistente con ese descubrimiento la Comisión Real Australiana reportó que entre el 5 al 8 % de los abusadores clericales tuvo más de diez víctimas, en cambio el 74 % de ellos tuvo solo una3.

Dentro de las distinciones introductorias relevantes sobre el perfil de los abusadores se encuentra la diferenciación entre aquellos que tienen una conducta de atracción ocasional, infrecuente y/o acotada hacia menores de edad, y la de aquellos que experimentan la emergencia de deseos sexuales de forma exclusiva hacia niños y/o jóvenes. A aquellos que de manera irregular pueden sentir atracción sexual hacia adolescentes, niños o niñas se les ha llamado “pedófilos regresivos”, ya que su conducta se presenta gatillada por un contexto de desorganización de la personalidad, generalmente vinculado a un momento situacional de alto estrés emocional. En cambio, aquellos que presentan una atracción erótica permanente y exclusiva hacia menores de edad —la que comúnmente se activa ya desde la época de la adolescencia— se les denomina “pedófilos fijados”. Este grupo suele implicar un perfil de personalidad que cuenta con un considerable grado de psicopatología, muestran altos índices de inmadurez emocional y tienen una baja presencia de habilidades sociales. Ellos suelen experimentar deseos sexuales hacia menores en ausencia de remordimientos y culpa, es decir, presentan una vivencia egosintónica de su atracción a menores, la que suele estar racionalizada y validada argumentativamente. Además, el pedófilo fijado suele tener múltiples víctimas de abuso sexual. Sin duda, este perfil está relacionado con un peor pronóstico de tratamiento y recuperación.

En cambio, los pedófilos regresivos suelen presentar un funcionamiento psicosexual más integrado, una organización de personalidad más coherente y estructurada, e incluso pueden vivenciar la atracción hacia menores de edad con remordimientos y con capacidad de experimentar culpa4. Por cierto, tienen un mejor pronóstico para el tratamiento. Existe evidencia consistente de que la amplia mayoría de abusadores sexuales eclesiales correspondería a este último subgrupo5.

Independiente de estas distinciones iniciales y del énfasis que han hecho muchos académicos sobre la multiplicidad de perfiles psicológicos posibles de hallar en el universo del clero que ha cometido abusos, también han existido variados intentos de presentar factores comunes que podrían encontrarse presentes de forma transversal en dicha población. En general los investigadores han actuado con cautela al respecto, aclarando siempre que el intento de generalización y clasificación comparativa de este grupo específico de personas puede no hacerle justicia a la singularidad clínica de la casuística individual. Por tanto, valga la aclaración que todas las hipótesis que se plantearan a continuación en este capítulo sobre la caracterización clínica de los sacerdotes abusadores, implican cierto grado de generalización. Por consiguiente, ellas conllevan la posibilidad de que exista un margen de error o inadecuación para la comprensión clínica de ciertos casos específicos.

Un primer factor común que emerge en las evaluaciones clínicas que se han realizado a los abusadores de menores al interior de la Iglesia, se relaciona con la forma como el victimario se vincula con sus impulsos agresivos y destructivos. Es decir, en las evaluaciones psicológicas realizadas se ha encontrado que la vivencia de la agresividad es siempre un factor que destaca en la organización mental del abusador. La relación interna que se establece con la agresión suele ser de naturaleza conflictiva, constituyéndose como una amenaza y una fuente potencial de desestabilización para la vida psíquica del sujeto. Por tanto, existiría la presencia de un alto funcionamiento defensivo interno para modular, reprimir y evitar la emergencia de los propios impulsos agresivos6. Por ejemplo, un estudio realizado en los noventa por Plante, Manuel y Bryant con 160 sacerdotes católicos —ochenta de ellos habían abusado a menores y ochenta era el grupo control compuesto por sacerdotes no-abusadores— determinó que el sobre control de la hostilidad era la única característica psicológica que pudo diferenciar adecuadamente al sacerdote perpetrador de sus pares que no habían realizado abusos sexuales. Dichos autores postularon la hipótesis que los sacerdotes perpetradores de abusos sexuales pueden estar “actuando” su agresividad y hostilidad, la cual había sido crónicamente reprimida y temida7. Veinte años después, Thomas Plante junto a Arianna Aldridge investigaron el funcionamiento de 21 sacerdotes que tenían acusaciones fidedignas de abusos sexuales, reportando la presencia de un perfil clínico en que destaca un alto funcionamiento defensivo, personalidades iracundas, desconfiadas e irritables que tienden a minimizar la hostilidad8. De manera coherente con lo recién señalado, en un estudio comparativo a través de la implementación del test de Rorschach entre psicópatas, abusadores sexuales homicidas y pedófilos no-violentos, Gacano, Meloy y Bridges encontraron que la población pedófila dio cuenta de mucha mayor ira, la cual podía provenir de su rigidez cognitiva e incapacidad introvertida para gratificar sus necesidades9. De acuerdo a la doctora irlandesa Marie Keenan —probablemente una de las académicas más destacadas a nivel mundial sobre el problema de los abusos sexuales eclesiales— la relación entre la ira, la agresividad y los abusos sexuales eclesiales se encuentra aún subteorizada, por lo que se requiere de un mayor trabajo intelectivo sobre esta materia10.

 

Una de las hipótesis más controvertidas y polémicas sobre el perfil de los abusadores clericales se relaciona con la tesis de la homosexualidad como factor gatillante. Esto se ha debido en parte a que ha sido la misma jerarquía de la Iglesia católica la que ha sostenido y difundido dicha postura —sobre todo en la década de los noventa— en un sinnúmero de ocasiones11. En varios ambientes conservadores homofóbicos de la cultura católica la tesis ha sido bien recibida. A fin de cuentas, ¿no es acaso lógico pensar que como la amplia mayoría de los casos de abusos sexuales eclesiales se han concentrado en jóvenes adolescentes varones, la motivación directa de los perpetradores debiese ser su homosexualidad no asumida? Contrario a dicho razonamiento argumentativo es importante relevar que, a la fecha, no existe evidencia empírica alguna que pruebe una vinculación entre la homosexualidad y los abusos sexuales12. Al contrario, de manera consistente los estudios al respecto revelan que la gran mayoría de los sacerdotes perpetradores tienen, de hecho, una orientación sexual de tipo heterosexual13.

Permítame ser más claro. La orientación sexual de una persona no es una “patología” o un trastorno que pueda ser ligado con la realización de cualquier tipo de prácticas abusivas. Así como personas integradas y maduras que tienen una orientación de tipo heterosexual experimentan atracción sexual hacia otros adultos del sexo opuesto, de igual forma personas que tienen una integración y madurez psicológica adecuada y que tienen una orientación de tipo homosexual experimentarán atracción por otros adultos de su mismo sexo.

Fruto de una vasta experiencia trabajando con cientos de sacerdotes abusadores de menores, la psicóloga clínica y forense Leslie Lothstein —quien fuera directora de psicología del Institute of Living, centro especializado en el tratamiento mental de sacerdotes católicos en Estados Unidos— afirma que muchos sacerdotes que han abusado de adolescentes varones tenían una orientación heterosexual. Ella explica que la elección de adolescentes hombres por sobre las mujeres se debía a que los sacerdotes consideraban que la interacción sexual con varones —aunque considerada “impropia” y “pecaminosa”— no rompía ni amenazaba sus votos de celibato. Al mismo tiempo, las relaciones sexuales con mujeres eran fuente de mayores ansiedades ya que podían poner en riesgo su identidad sacerdotal, si es que de dichos encuentros sexuales llegaba a producirse un embarazo14. Muchos miembros del clero fueron educados en la visión que las mujeres son, últimamente, peligrosas y pecaminosas, y, por tanto, el encuentro sexual con ellas era conceptualizado interiormente como “la peor de las faltas” o “el pecado más terrible”. De esta forma, las relaciones sexuales con adolescentes eran, por lejos, mucho menos amenazantes para sus identidades sacerdotales15.

Por otra parte, es indudable que el clero católico está compuesto por un porcentaje importante de personas que tienen una orientación homosexual. Aunque los estudios realizados sobre esta materia varían bastante respecto las cifras porcentuales que tendría dicha población en el clero, se estima que entre un 20 % a un 50 % de los sacerdotes católicos tendrían una orientación homosexual16. De esta forma, se ha postulado que parte de los sacerdotes homosexuales experimentarían serias dificultades para aceptar e integrar su orientación sexual —debido a la cultura eclesial católica y su visión negativa de la homosexualidad, sobre todo cuando ella se refiere al sacerdocio— lo que les llevaría a desplegar una serie de costosas estrategias psíquicas destinadas a reprimir y/o negar sus deseos eróticos homosexuales. La tensión interna que esto conlleva, sumando al estilo híper vigilante y paranoide respecto de la posibilidad de ser descubierto en la propia orientación, más los sentimientos de soledad, aislamiento, incomprensión y resentimiento con la cultura eclesial dominante, podrían llegar a constituirse como una peligrosa combinación para ciertos sacerdotes homosexuales, lo que los podría dejar en una posición de riesgo respecto de la posibilidad de realizar prácticas abusivas17. Por cierto, ello implica que es la combinación de factores contextuales —y no la orientación sexual en si misma— la que emerge como problemática y destructiva.

Otra manera de intentar generar una caracterización clínica de los perpetradores clericales implica realizar la abstracción de enumerar las características de personalidad relevantes y/o eventos comunes asociados a la historia de vida de los religiosos perpetradores de abuso sexual. Por ejemplo, sintetizando algunos descubrimientos relevantes al respecto Gerald Kochansky y Murray Cohen afirman que los sacerdotes abusadores suelen caracterizarse por: 1) haber sufrido abusos sexuales o interacciones sexuales prematuras cuando ellos eran menores de edad, lo cual puede promover ciertos mecanismos defensivos primitivos como la compulsión a la repetición y la identificación con el agresor; 2) presentar una considerable falta de habilidades sociales básicas y una gran inmadurez vincular; 3) tener serias perturbaciones en el desarrollo psicosexual, incluyendo confusiones respecto la orientación sexual, inhibición heterosexual y, además, un extremadamente pobre conocimiento sobre sexualidad18.

En consonancia con ello, Stephen Rossetti, sacerdote diocesano y psicólogo del Saint Luke Institute —otro renombrado centro especializado en el tratamiento de salud mental del clero católico— postuló la presencia de seis “banderas rojas” que serían características psicológicas comunes presentes en abusadores clericales de menores, a saber:

• Comportamiento e intereses de tipo infantil.

• Confusiones respecto la propia orientación sexual.

• Falta de relaciones adecuadas con pares.

• Experiencias extremas en el desarrollo psicosexual.

• Antecedentes de abuso sexual infantil.

• Un tipo de personalidad excesivamente pasiva, dependiente o conformista19.

Las dos propuestas anteriores coinciden en afirmar que la presencia de abuso sexual infantil es un factor de riesgo a considerar. La doctora Keenan sintetiza varios estudios que han reportado que en las biografía de los sacerdotes perpetradores es frecuente encontrar la presencia de abusos sexuales tempranos, afirmando que las cifran oscilan entre el 35 % al 80 % del total de dicha población20. El estudio del John Jay College concuerda con ello afirmando que sacerdotes que hayan sufrido abuso sexual en sus infancias tienen un mayor riesgo de realizar abusos en su vida adulta21.

Tomando en consideración estas consideraciones, la doctora Keenan afirma que:

Los factores psicológicos que son continuamente enfatizados en la literatura psicológica y psiquiátrica para diferenciar al clero que abusa sexualmente del clero “normal” son subescalas de personalidad y pruebas clínicas que sugieren una hostilidad sobre controlada y una confusión de la identidad sexual por parte de los perpetradores clericales, aunque esto es simplemente una cuestión de grado. También se piensa que los abusadores clericales son más pasivos y conformistas en sus formas de vinculación, pero nuevamente esto puede estar relacionado con una hostilidad demasiado controlada y una incapacidad o renuencia a lidiar abiertamente con el conflicto y la ira. También se cree que los perpetradores clericales tienen una mayor incidencia de abuso sexual infantil que el clero “normal”22.