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Rafael Cordero: Elogio Póstumo

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Esto se explica por el estado social del país, del que necesariamente he de ocuparme, siquiera á grandes rasgos, para demostrar á las generaciones nuevas, á los conterráneos bisoños, á los huéspedes de la víspera que sólo por referencias tradicionales ó históricas han de poder apreciar la contextura étnica de nuestro regionalismo, cual es la trascendencia de este acto, que patrocina el Ateneo, pero al que toda esta brillante concurrencia presta cumplidísima cooperación.

Desde los instaladores comienzos de la colonia subdividióse la sociedad puertorriqueña en dos castas: blanca y negra; señora la una, sierva la otra; oriunda aquella de las regiones hesperias, de antiguo vigorizadas por el derecho romano y la moral evangélica; originaria la otra de esos territorios africanos donde aún tropieza con obstáculos insuperables el carro luminoso de la universal civilización. De esta última procedía el Maestro Rafael.

Hijo de Lucas Cordero, artesano de esta capital, y de Rita Molina, natural de Arecibo, por más que el estado matrimonial de éstos pruebe la condición de libres que les asistía, y que acaso disfrutaron sus antecesores, es innegable que el prejuicio de casta debía subsistir para ellos, puesto que doblemente cimentado se hallaba en general por las leyes y las costumbres. Es por esto que ha de atribuirse al estado social del país la dificultad ofrecida, en 1868, á la colocación del retrato del obscuro menestral en la sala de sesiones de la Real Sociedad Económica.

Y, sin embargo, es el medio social en que se dilatara la actividad benéfica del Maestro Rafael, el que valora con opulentas cifras la elevación apostólica de sus humanitarias virtudes.

Nació en octubre de 1790, es decir, veinte y cinco años después de haber visitado á Puerto Rico, en calidad de Comisario régio, el mariscal de campo don Alejandro O'Reylly y de haber consignado en la "Memoria acerca de su visita" que en la isla había no más que dos escuelas: una en Puerto Rico y otra en San Germán, fuera de cuyos puntos pocas personas sabían leer. Entre esas pocas personas hay que colocar al maestro Lucas y á su consorte que se ejercitaban, voluntaria y gratuitamente, en transmitir sus escasos conocimientos á niños de ámbos sexos.

Podrá extrañarse por alguno que hallándose tan limitada, en 1790, la instrucción primaria, entre las clases superiores de Puerto Rico, existiesen negros aptos para transmitirla por espontáneo y caritativo impulso; mas á esa extrañeza cabe responder, recordando que tampoco había en la isla, por aquella época, escuelas de dibujo y pintura, y ya las vírgenes de José Campeche, también sometido á las preocupaciones de casta, alcanzaban notoriedad al pincel que debía perpetuar la memoria del general don Ramón de Castro y la popular hazaña en que hubo de figurar aquel caudillo.

Que las facultades naturales de la inteligencia necesitan factores auxiliares para su desarrollo, es innegable. Donde hallaron ese auxilio los padres de Rafael Cordero no lo dicen las crónicas; pero el hijo hubo de encontrarlo en el hogar doméstico. Allí adquirió sus modestos conocimientos y el hábito de transmitirlos; hábito que ejercitó con verdadera vocación, conciliándolo con el oficio sedentario de tabaquero, elegido para ganar el necesario sustento, y practicado asíduamente durante su vida; aún después de haber sido nombrado, oficialmente, maestro incompleto en 1865, por hallarse comprendido en las prescripciones del Decreto reformador de la enseñanza pública que autorizara el general Messina.

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