Una Vez Atraído

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Una Vez Atraído
Una Vez Atraído
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Czyta Adriana Rios Sarabia
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CAPÍTULO CUATRO

Riley tocó la puerta del dormitorio de April. Era mediodía, y ya le parecía hora de que su hija se despertara. Pero la respuesta que obtuvo no era la que había estado esperando.

“¿Qué quieres?”, fue la respuesta taciturna que recibió desde dentro de la habitación.

“¿Dormirás todo el día?”, preguntó Riley.

“Ya estoy despierta. Bajaré en un minuto”.

Con un suspiro, Riley volvió a bajar las escaleras. Deseaba que Gabriela estuviera aquí, pero siempre tomaba tiempo libre los domingos.

Riley se sentó en el sofá. April se había portado taciturna y distante todo el día de ayer. Riley no había sabido cómo aliviar la tensión no identificada entre ellas, y se había sentido aliviada cuando April había ido a una fiesta de Halloween en la noche. Como había sido en casa de una amiga a un par de cuadras, Riley no se había preocupado. Al menos no hasta que se hizo la una de la mañana y su hija aún no había llegado.

Afortunadamente, April había llegado mientras Riley seguía indecisa sobre si actuar o no. Pero April había entrado e ido directo a la cama sin decirle dos palabras a su madre. Y, hasta el momento, no se veía más dispuesta a comunicarse esta mañana.

Riley se sentía aliviada de que estaba en casa para lidiar con lo que sea que estaba pasando. Aún no se había comprometido con el nuevo caso, y seguía indecisa al respecto. Bill siguió manteniéndola al tanto, así que sabía que ayer él y Lucy Vargas habían ido a investigar la desaparición de Meara Keagan. Habían entrevistado a la familia para la que Meara había estado trabajando y también sus vecinos en su edificio de departamentos. No habían obtenido pistas.

Hoy Lucy estaba haciéndose cargo de una búsqueda general, coordinando a varios agentes que estaban repartiendo volantes con la foto de Meara. Mientras tanto, Bill estaba esperando nada pacientemente para que Riley tomara una decisión.

Pero no tenía que decidirlo de inmediato. Todos los de Quántico entendían que Riley no estaría disponible mañana. Uno de los primeros asesinos que había llevado ante la justicia ya podía optar por libertad condicional en Maryland. No testificar en esa audiencia simplemente era imposible.

Mientras Riley reflexionaba sus opciones, April bajó por las escaleras completamente vestida. Entró en la cocina sin siquiera mirar a su madre. Riley se puso de pie y la siguió.

“¿Qué tenemos para comer?”, le preguntó April, mirando dentro del refrigerador.

“Puedo prepararte el desayuno”, dijo Riley.

“No te preocupes, encontraré algo”.

April sacó un trozo de queso y cerró la puerta del refrigerador. Se cortó una rodaja de queso en el mostrador de la cocina y se sirvió una taza de café. Le añadió crema y azúcar al café, se sentó en la mesa de la cocina y comenzó a mordisquear el queso.

Riley se sentó con su hija.

“¿Qué tal estuvo la fiesta?”, preguntó Riley.

“Estuvo normal”.

“Llegaste a casa un poco tarde”.

“No, no fue así”.

Riley decidió no discutir. Tal vez una de la madrugada realmente no era tarde para los chicos de quince años de edad que estaban de fiesta. ¿Cómo lo sabría?

“Crystal me dijo que tienes un novio”, dijo Riley.

“Sí”, dijo April, bebiéndose su café.

“¿Cuál es su nombre?”.

“Joel”.

Después de unos momentos de silencio, Riley le preguntó: “¿Cuántos años tiene?”.

“No lo sé”.

Riley sintió un nudo de ansiedad y enojo en la garganta.

“¿Cuántos años tiene?”, repitió Riley.

“Tiene quince. Igual que yo”.

Riley se sentía segura de que April estaba mintiendo.

“Quisiera conocerlo”, dijo Riley.

April puso los ojos en blanco. “Dios, Mamá. ¿Dónde creciste? ¿En los años cincuenta o algo?”.

Riley se sintió incomodada.

“No creo que eso sea irrazonable”, dijo Riley. “Haz que venga a la casa y preséntamelo”.

April bajó su taza de café tan fuertemente que derramó un poco sobre la mesa.

“¿Por qué tratas de controlarme todo el tiempo?”, espetó.

“No estoy tratando de controlarte. Solo quiero conocer a tu novio”.

Por unos momentos, April se quedó callada mirando su café fijamente con una expresión taciturna. Entonces se levantó de la mesa y salió enfadada de la cocina.

“¡April!”, gritó Riley.

Riley siguió a April. April fue a la puerta principal y agarró su cartera, que colgaba en el perchero.

“¿Adónde vas?”, dijo Riley.

April no respondió. Ella abrió la puerta y salió, cerrando la puerta de golpe.

Riley se quedó atónita por unos momentos. Riley pensó que April regresaría al instante.

Ella esperó un minuto. Luego se fue a la puerta, la abrió y miró por la calle. No vio a April por ningún lado.

Riley sintió el sabor amargo de la decepción en su boca. Se preguntaba cómo las cosas se habían puesto así. Había tenido momentos difíciles con April en el pasado. Pero cuando las tres, Riley, April y Gabriela, se habían mudado a esta casa adosada durante el verano, April había estado muy feliz. Se había hecho amiga de Crystal y había estado bien cuando comenzó la escuela en septiembre.

Pero ahora, apenas dos meses después, April había pasado de ser una adolescente feliz a ser una adolescente taciturna. ¿Su TEPT había regresado? April había sufrido una reacción retrasada después de que el asesino llamado Peterson la enjaulara y tratara de matarla. Pero había estado viéndose con una buena terapeuta y parecía estar lidiando con esos problemas.

Aún parada en la puerta abierta, Riley sacó su teléfono celular de su bolsillo y le envió un mensaje de texto a April.

“Vuelve aquí. Ahora mismo”.

El mensaje de texto fue marcado “entregado”. Riley esperó. Nada sucedió. ¿April dejó su celular en casa? No, no era posible. April había agarrado su cartera a la salida, y ella nunca salía sin su teléfono celular.

Riley siguió mirando su teléfono. El mensaje aún seguía marcado como “entregado”, no “leído”. ¿April simplemente estaba ignorando su mensaje de texto?

En ese momento, Riley se sentía bastante segura de que sabía dónde estaba April. Ella cogió una llave de una mesa cerca de la puerta y salió a su pequeño porche delantero. Bajó las escaleras de su casa adosada y pasó por el césped a la siguiente unidad, donde vivían Blaine y Crystal. Tocó el timbre de la puerta mientras miraba su teléfono celular.

Cuando Blaine contestó la puerta y la vio, su rostro se iluminó en una sonrisa.

“Hola”, dijo. “Qué agradable sorpresa. ¿Qué te trae por estos lados?”.

Riley balbuceó con torpeza.

“Me preguntaba si... ¿April está aquí? ¿Visitando a Crystal?”.

“No”, dijo. “Crystal tampoco está aquí. Dijo que fue a la cafetería. La que está cerca”.

Blaine frunció el ceño con preocupación.

“¿Qué pasa?”, dijo. “¿Hay algún problema?”.

Riley gimió. “Tuvimos una pelea”, dijo. “Salió de la casa enojada. Tenía la esperanza de que vendría aquí. Creo que está ignorando mi mensaje de texto”.

“Pasa adelante”, dijo Blaine.

Riley lo siguió a la sala de estar. Ambos se sentaron en el sofá.

“No sé qué está pasando por ella”, dijo Riley. “No sé qué está pasando con nosotras”.

Blaine sonrió con nostalgia.

“Sé cómo se siente”, dijo.

Riley estaba un poco sorprendida.

“¿En serio?”, preguntó. “Siempre me parece que tú y Crystal se llevan perfectamente”.

“La mayoría de las veces, claro”. Pero desde que es adolescente, la situación se vuelve inestable a veces”.

Blaine miró a Riley con simpatía por un momento.

“No me digas”, dijo. “Tiene algo que ver con un novio”.

“Aparentemente”, dijo Riley. “Ella no me dice nada sobre él. Y se niega a presentármelo”.

Blaine negó con la cabeza.

“Ambas están en esa edad”, dijo. “Tener un novio es una cuestión de vida o muerte. Crystal aún no tiene uno, y eso me parece bien a mí, pero no a ella. Está muy desesperada al respecto”.

“Creo que yo también lo estaba a esa edad”, dijo Riley.

Blaine dejó escapar una risita. “Créeme, cuando yo tenía quince años, lo único que pensaba era en las chicas. ¿Quieres café?”.

“Sí, gracias. Negro estaría bien”.

Blaine entró a la cocina. Riley miró a su alrededor, notando una vez más lo bien decorada que estaba su casa. Blaine definitivamente tenía buen gusto.

Blaine volvió con dos tazas de café. Tomó un sorbo. Estaba delicioso.

“Te juro que no sabía en lo que me estaba metiendo cuando me convertí en madre”, dijo. “Creo que no ayudó que era demasiado joven para eso”.

“¿Qué edad tenías tú?”.

“Veinticuatro”.

Blaine echó su cabeza hacia atrás y se echó a reír.

“Yo era menor. Me casé a los veintiuno. Pensé que Phoebe era la chica más hermosa que jamás había visto. Súper sexy. Pasé por alto el hecho de que ella también era bipolar y ya bebía mucho”.

Riley estaba más y más interesada. Sabía que Blaine se había divorciado y hasta allí. Parecía que ella y Blaine habían cometido errores comunes en su juventud. Había sido demasiado fácil para ellos ver la vida a través del resplandor de la atracción física.

“¿Cuánto tiempo duró su matrimonio?”, preguntó Riley.

“Nueve años. Debimos haberlo terminado mucho antes. Yo debí haberlo terminado. Seguía pensando que podía rescatar a Phoebe. Fue una idea estúpida. Crystal nació cuando Phoebe tenía veintiún años y yo tenía veintidós, era estudiante en la escuela de chef. Éramos demasiado pobres y demasiado inmaduros. Nuestro próximo bebé nació muerto, y Phoebe nunca lo superó. Se volvió casi completamente alcohólica. Se volvió abusiva”.

 

La mirada de Blaine estaba lejana. Riley sentía que estaba reviviendo recuerdos amargos de los que no quería hablar.

“Cuando llegó April, estaba en entrenamiento para ser agente del FBI”, dijo. “Ryan quería que renunciara a ello, pero yo no quería. Estaba empecinado en convertirse en un abogado exitoso. Bueno, ambos tenemos la carrera que queríamos. Simplemente no teníamos nada en común como para seguir juntos. No pudimos sentar las bases para un matrimonio”.

Riley se quedó callada bajo la mirada compasiva de Blaine. Se sentía aliviada de poder hablar con otro adulto sobre todo esto. Estaba empezando a darse cuenta de que era casi imposible sentirse incómoda alrededor de Blaine. Sentía como si pudiera hablar con él sobre cualquier cosa.

“Blaine, estoy desgarrada ahora mismo”, dijo. “Realmente me necesitan en un caso importante. Pero las cosas están tan mal en casa. Siento que no estoy pasando suficiente tiempo con April”.

Blaine sonrió.

“Ah, sí. El viejo dilema del trabajo versus la familia. Lo conozco bien. Créeme, ser el dueño de un restaurante ocupa bastante de mi tiempo. Dedicarle tiempo a Crystal es un reto”.

Riley miró los ojos azules de Blaine.

“¿Cómo encontraste un equilibrio?”, preguntó.

Blaine se encogió de hombros.

“No lo encontré”, dijo. “No hay suficiente tiempo para todo. Pero no tiene sentido castigarte por no ser capaz de hacer lo imposible. Créeme, renunciar a tu carrera no es una solución. Phoebe trató de ser ama de casa. Eso fue parte de lo que la volvió loca. Solo tienes que aceptarlo”.

Riley sonrió. Le parecía una idea maravillosa, aceptarlo y ya. Tal vez ella podría hacerlo. Realmente parecía posible.

Ella tomó la mano de Blaine y la apretó. Riley sentía una tensión deliciosa entre ellos. Por un momento, pensó que tal vez podría quedarse con Blaine por un rato, ahora que sus hijas estaban ocupadas en otra parte. Tal vez ella podría...

Pero aún cuando los pensamientos comenzaron a formarse en su mente, sintió que se estaba alejando de él. No estaba lista para actuar en estas nuevas sensaciones.

Alejó su mano suavemente.

“Gracias”, dijo. “Mejor me voy. Quizás April ya llegó a casa”.

Se despidió de Blaine. Tan pronto como caminó por la puerta, su teléfono vibró. Era un mensaje de texto de April.

“Acabo de recibir tu mensaje de texto. Lamento haber actuado así. Estoy en la cafetería. Regresaré pronto”.

Riley suspiró. Simplemente no tenía ni idea qué responder. Parecía mejor no responder en absoluto. Ella y April tendrían una conversación seria más tarde.

Riley acababa de entrar en su casa cuando su teléfono vibró de nuevo. Era una llamada de Ryan. Su ex era la última persona con la que quería hablar en estos momentos. Pero sabía que seguiría dejando mensajes si no hablaba con él ahora. Aceptó la llamada.

“¿Qué quieres, Ryan?”, preguntó bruscamente.

“¿Este es un mal momento?”.

Riley quería decirle que ningún momento era bueno. Pero se guardó ese pensamiento.

“No, supongo”, dijo.

“Estaba pensando en ir a visitarlas”, dijo. “Quisiera hablar con ambas”.

Riley sofocó un gemido. “Preferiría que no hicieras eso”.

“Pensé que dijiste que este no era un mal momento”.

Riley no respondió. Este era típico Ryan, torciendo sus palabras para tratar de manipularla.

“¿Cómo está April?”, preguntó Ryan.

Casi resopló de risa. Sabía que solo estaba tratando de entablar una conversación.

“Qué amable de tu parte preguntarlo”, dijo Riley sarcásticamente. “Ella está bien”.

Obviamente era una mentira. Pero incorporar a Ryan era lo que menos ayudaría a mejorar las cosas.

“Mira, Riley....”, dijo Ryan. “He cometido muchos errores”.

“No me digas”, pensó Riley. Se quedó callada.

Después de unos minutos, Ryan dijo: “Las cosas no han estado muy bien últimamente”.

Riley siguió guardando silencio.

“Bueno, solo quería asegurarme de que April y tú estuvieran bien”.

Riley apenas podía creer su descaro.

“Estamos bien. ¿Por qué lo preguntas? ¿Se te fue una de tus novias, Ryan? ¿O las cosas van mal en la oficina?”.

“Estás siendo muy duro conmigo, Riley”.

Para ella, estaba siendo lo más amable posible. Ella entendía la situación. Ryan debía sentirse solo ahora misma. La mujer de mundo que se había mudado con él después del divorcio debió haberse ido, o alguna nueva aventura se habría acabado.

Sabía que Ryan no soportaba estar solo. Siempre regresaría a Riley y April como último recurso. Si ella lo dejaba volver, solo duraría hasta que otra mujer llamara su atención.

Riley dijo: “Creo que deberías arreglar las cosas con tu última novia. O con la anterior. Ni siquiera sé con cuántas has estado desde que nos divorciamos. ¿Con cuántas, Ryan?”.

Oyó un leve jadeo en el teléfono. Riley sin duda había tenido razón.

“Ryan, la verdad es que no es un buen momento”.

Era la verdad. Acababa de tener una visita agradable con un hombre que le gustaba. ¿Por qué estropearlo ahora?

“¿Cuándo será un buen momento?”, preguntó Ryan.

“No lo sé”, dijo Riley. “Te lo haré saber. Adiós”.

Finalizó la llamada. Había estado caminando de un lado a otro desde que había comenzado a hablar con Ryan. Se sentó y respiró profundamente para calmarse.

Le envió un mensaje de texto a April.

“Es mejor que llegues a casa ahora mismo”.

Recibió una respuesta unos segundos después.

“Está bien. Voy en camino. Lo siento, mamá”.

Riley suspiró. April sonaba bien ahora. Probablemente lo estaría por un rato. Pero algo no estaba bien.

¿Qué estaba pasando con ella?

CAPÍTULO CINCO

En su guarida poco iluminada, Diablito caminó frenéticamente de un lado a otro entre los cientos de relojes, tratando de alistar todo. Faltaban solo unos minutos para la medianoche.

“¡Arregla el que tiene el caballo!”, gritó el abuelo. “¡Tiene un atraso de un minuto!”.

“Voy a eso”, dijo Diablito.

Diablito sabía que sería castigado de todos modos, pero sería especialmente horrible si no lograba alistar todo a tiempo. Ahora tenía las manos llenas con otros relojes.

Arregló el reloj con las flores metálicas que tenía cinco minutos de retraso. Entonces abrió un reloj de pie y movió la manecilla de minuto solo un poco a la derecha.

Revisó el gran reloj con cuernos de venado. Se atrasaba a menudo, pero se veía bien ahora. Finalmente fue capaz de arreglar el reloj con el caballo. Tenía siete minutos de retraso.

“Qué más”, se quejó el abuelo. “Ya sabes qué hacer ahora”.

Diablito obedientemente fue a la mesa y cogió el látigo. Era un gato de nueve colas, y el abuelo había comenzado a golpearlo con él cuando era demasiado joven.

Caminó hacia el final de la guarida que estaba separada por una alambrada. Detrás de la cerca estaban las cuatro cautivas, sin muebles excepto las literas de madera sin colchones. Había un armario detrás de ellas que servía de baño. El hedor había dejado de molestar a Diablito hace un tiempo.

La mujer irlandesa que había secuestrado hace un par de noches lo miraba atentamente. Después de su larga dieta de migas y agua, las otras estaban debilitadas y desgastadas. Dos de ellas rara vez hacían otra cosa que llorar y gemir. La cuarta solo estaba sentada en el piso cerca de la valla, encogida y cadavérica. Ella no hacía ruido en absoluto. Apenas parecía estar viva.

Diablito abrió la puerta de la jaula. La mujer irlandesa saltó hacia adelante, tratando de escapar. Diablito atacó su rostro ferozmente con el látigo. Ella se echó para atrás. Azotó su espalda una y otra vez. Sabía por experiencia que le dolería bastante, incluso a través de su blusa rota, especialmente sobre las ronchas y los cortes que ya le había causado.

Entonces mucho ruido llenó el aire cuando todos los relojes comenzaron a sonar la medianoche. Diablito sabía lo que tenía que hacer ahora.

Mientras los relojes seguían sonando, se apresuró hacia la mujer más débil y flaca, la que parecía apenas estar viva. Ella lo miró con una expresión extraña. Era la única persona que había estado aquí lo suficiente como para saber lo que iba a hacer a continuación. Parecía casi como si estuviera lista para ello, tal vez incluso hasta le daba la bienvenida.

Diablito no tenía otra opción.

Se agachó junto a ella y rompió su cuello.

Miró fijamente a un reloj antiguo adornado al otro lado de la valla mientras la vida abandonó su cuerpo. Una Muerte tallada a mano estaba caminando hacia adelante y hacia atrás en frente de él, vestida con una bata, su cráneo sonriente mostrándose por debajo de su capucha. Era el reloj favorito de Diablito.

El ruido circundante fue bajando de intensidad lentamente. Pronto no escuchó ningún sonido en absoluto excepto el coro de los relojes y el lloriqueo de las mujeres que aún estaban vivas.

Diablito colocó a la chica muerta sobre su hombro. Era tan ligera que no le tomó ningún esfuerzo en absoluto. Abrió la jaula, salió de ella y la cerró detrás de él.

Sabía que había llegado el momento.

CAPÍTULO SEIS

“Una muy buena actuación”, pensó Riley.

La voz de Larry Mullins estaba temblando un poco. Mientras terminaba su declaración preparada para la junta de libertad condicional y para las familias de sus víctimas, sonaba como si estuviera a punto de llorar.

“He tenido quince años para mirar atrás”, dijo Mullins. “Todos los días estoy lleno de pesar. No puedo volver atrás y cambiar lo que pasó. Yo no puedo traer a Nathan Betts y a Ian Harter a la vida. Pero me quedan años para hacer una contribución significativa a la sociedad. Por favor denme la oportunidad de hacerlo”.

Mullins se sentó. Su abogado le entregó un pañuelo y él limpió sus ojos, aunque Riley no vio lágrimas reales.

El consejero y administrador de casos deliberaron en susurros. También lo hicieron los miembros de la junta de libertad condicional.

Riley sabía que pronto sería su turno para testificar. Mientras tanto estudió el rostro de Mullins.

Ella lo recordaba bien y pensaba que no había cambiado mucho. Incluso entonces, había estado bien arreglado y era bien hablado y tenía un aire de inocencia. Si estaba más endurecido, lo escondía bien detrás de sus expresiones de tristeza extrema. En ese entonces había estado trabajando de niñero.

Lo que impactó a Riley fue lo poco que había envejecido. Había tenido veinticinco años cuando había ido a la cárcel. Tenía la misma expresión amable y juvenil que había tenido en aquel entonces.

No podía decir lo mismo con los padres de las víctimas. Las dos parejas se veían prematuramente viejas y quebrantadas de espíritu. A Riley le dolía el corazón por todos sus años de pena y aflicción.

Ella deseaba haber sido capaz de hacer lo correcto para ellos desde el principio. También lo había querido su primer compañero del FBI, Jake Crivaro. Había sido uno de los primeros casos de Riley como agente, y Jake había sido un excelente mentor.

Larry Mullins había sido detenido bajo la acusación de la muerte de un niño en un parque infantil. Durante su investigación, Riley y Jake encontraron que otro niño había muerto en circunstancias idénticas mientras estaba bajo el cuidado de Mullins en una ciudad diferente. Ambos niños habían sido sofocados.

Cuando Riley había arrestado a Mullins, le había leído sus derechos y lo había esposado, su expresión irónica y llena de superioridad casi que había admitido su culpa.

“Buena suerte”, le había dicho sarcásticamente.

Ciertamente, la suerte se había vuelto en contra de Riley y Jake justo cuando Mullins estuvo bajo custodia. Negó haber cometido los asesinatos. Y a pesar de los mejores esfuerzos de Riley y de Jake, la evidencia contra él no era muy impactante. Había sido imposible determinar cómo los niños habían sido sofocados, y no había sido encontrada ningún arma asesina. Mullins solo había admitido haberlos perdido de vista. Había negado haberlos asesinado.

Riley recordó lo que el fiscal general les había dicho a ella y a Jake.

 

“Tenemos que tener cuidado, o el bastardo podrá quedar libre. Si tratamos de procesarlo por todos los cargos posibles, perderemos todo. No podemos demostrar que Mullins fue la única persona que tenía acceso a los niños cuando fueron asesinados”.

Luego vino la oportunidad de negociar la declaración. Riley odiaba las declaraciones negociadas. Su odio por ellas había comenzado con ese caso. El abogado de Mullins había ofrecido el trato. Mullins se declararía culpable de ambos asesinatos, pero no como asesinatos premeditados, y sus sentencias serían simultáneas.

Era un trato horrible. Ni siquiera tenía sentido. Si Mullins realmente había matado a los niños, ¿cómo podría haber sido simplemente negligente? Las dos conclusiones eran totalmente contradictorias. Pero el fiscal no vio otra alternativa que aceptarlo. A Mullins le dieron treinta años de cárcel con la posibilidad de libertad condicional o libertad anticipada por buena conducta.

Las familias se habían sentido destrozadas y horrorizadas. Habían culpado a Riley y a Jake por no hacer su trabajo. Jake se retiró tan pronto como terminó el caso, se había vuelto un hombre amargado y enojado.

Riley les había prometido a las familias de los chicos que haría todo lo posible para mantener a Mullins tras las rejas. Hace unos días, los padres de Nathan Betts habían llamado a Riley para informarle sobre la audiencia de libertad condicional. Había llegado el momento para que cumpliera su promesa.

Los susurros generales llegaron a su fin. La oficial de audiencias Julie Simmons miró a Riley.

“Entiendo que Riley Paige, la agente especial del FBI, quisiera hacer una declaración”, dijo Simmons.

Riley tragó grueso. Había llegado el momento para el que se había estado preparando por quince años. Sabía que la junta de libertad condicional estaba familiarizada con todas las pruebas, tan incompletas como eran. No tenía sentido repasar la evidencia de nuevo. Tenía que hacerlo más personal.

Ella se levantó y comenzó a hablar:

“Según tengo entendido, Larry Mullins tiene la oportunidad de salir en libertad condicional porque es un 'prisionero ejemplar'“. Con una nota de ironía, agregó: “Sr. Mullins, lo felicito por su logro”.

Mullins asintió con la cabeza, su rostro mostrando ninguna expresión. Riley continuó.

“'Comportamiento ejemplar', ¿qué significa eso exactamente? Me parece que tiene menos que ver con lo que ha hecho que con lo que no ha hecho. No ha roto las reglas de la prisión. Se ha comportado. Eso es todo”, dijo.

Riley luchó para mantener su voz firme.

“Honestamente, no me sorprende. No hay niños en la prisión para matar”.

Escuchó jadeos y murmullos en la sala. La sonrisa de Mullins se volvió una mirada llena de furia.

“Discúlpenme”, dijo Riley. “Sé que Mullins nunca se declaró culpable por asesinato premeditado, y la fiscalía nunca buscó ese veredicto. Pero él se declaró culpable igualmente. Mató a dos niños. No hay ninguna forma de que pudo haberlo hecho con buenas intenciones”.

Pausó por un momento, eligiendo sus siguientes palabras cuidadosamente. Ella quería provocar a Mullins para que mostrara su ira, para que mostrara quién era de verdad. Pero el hombre sabía que el hacerlo arruinaría su récord de buena conducta y que nunca saldría. Su mejor estrategia era hacer que los miembros de la junta afrontaran la realidad de lo que había hecho.

“Vi el cuerpo sin vida del niño de cuatro años Ian Harter el día después de su asesinato. Parecía estar dormido con los ojos abiertos. La muerte se había llevado toda su expresión, y su rostro estaba pacífico. Aún así, todavía podía ver el terror en sus ojos sin vida. Sus últimos momentos en este mundo fueron terroríficos. Fue igual para el pequeño Nathan Betts”.

Riley escuchó a las madres comenzar a llorar. Odiaba traer de vuelta esos recuerdos horribles, pero simplemente no tenía otra opción.

“No debemos olvidar su terror”, dijo Riley. “Y no debemos olvidar que Mullins demostró poca emoción durante su juicio, y ciertamente ninguna muestra de remordimiento. Su remordimiento vino mucho más adelante, si es que alguna vez lo sintió realmente”.

Riley respiró profundamente.

“¿Cuántos años de vida les quitó a esos niños si los sumamos? Me parece que mucho más de cien años. Recibió una condena de treinta años. Solo ha cumplido la mitad. No es suficiente. Nunca vivirá lo suficiente como para pagar todos esos años perdidos”.

La voz de Riley estaba temblando ahora. Sabía que tenía que controlarse. No podía romper a llorar o gritar de la rabia.

“¿Ha llegado el momento de perdonar a Larry Mullins? Eso se los dejo a las familias de los niños. Esta audiencia no se trata del perdón. Ese no es el punto. La cuestión más importante es el peligro que representa. No podemos arriesgar la posibilidad de que más niños mueran en sus manos”.

Riley notó que un par de personas en la junta de libertad condicional estaban mirando sus relojes. Se sintió un poco preocupada. La junta ya había examinado otros dos casos esta mañana, y tenían cuatro más por terminar antes del mediodía. Estaban impacientándose. Riley tenía que terminar esto de una vez. Los miró fijamente.

“Señores y señoras, les imploro a que no concedan esta libertad condicional”.

Luego dijo: “Tal vez alguien más quisiera hablar en nombre del prisionero”.

Riley se sentó. Sus últimas palabras habían sido un arma de doble filo. Sabía perfectamente que ni una sola persona estaba aquí para hablar en defensa de Mullins. A pesar de su “buen comportamiento”, todavía no tenía ni un amigo o defensor en el mundo. Ni tampoco merecía uno.

“¿Alguien más quisiera hablar?”, preguntó el oficial de audiencias.

“Solo quisiera añadir unas palabras”, dijo una voz desde el fondo de la sala.

Riley jadeó. Conocía esa voz bastante bien.

Giró en su asiento y vio a un hombre familiar bajito y fornido parado en la parte posterior de la sala. Era Jake Crivaro, la última persona que esperaba ver hoy. Riley se sintió contenta y sorprendida.

Jake se acercó y declaró su nombre y rango para los miembros de la junta y dijo: “Yo puedo decirles que este tipo es tremendo manipulador. No le crean. Él está mintiendo. No mostró ningún remordimiento cuando lo atrapamos. Lo que están viendo es tremenda actuación”.

Jake caminó hasta la mesa y se inclinó hacia Mullins.

“Apuesto a que no esperabas verme hoy”, dijo, su voz llena de desdén. “No me lo habría perdido, bastardo asesino de niños”.

La oficial de audiencias golpeó su martillo.

“¡Orden!”, gritó.

“Ah, lo siento”, dijo Jake sarcásticamente. “No quise insultar a nuestro prisionero modelo. Después de todo, él está rehabilitado ahora. Es un bastardo asesino de niños arrepentido”.

Jake solo se quedó parado allí mirando a Mullins. Riley estudió la expresión del prisionero. Sabía que Jake estaba haciendo todo lo posible para provocar un estallido de Mullins. Pero el rostro del prisionero se mantuvo insensible.

“Sr. Crivaro, por favor tome asiento”, dijo el oficial de audiencias. “La junta puede tomar su decisión ahora”.

Los miembros de las juntas se apiñaron para compartir sus notas y reflexiones. Sus susurros se veían animados y tensos. Todo lo que Riley podía hacer en ese momento era esperar.

Donald y Melanie Betts estaban sollozando. Darla Harter estaba llorando, y su marido, Ross, estaba sosteniendo su mano. Él estaba mirando directamente a Riley. Su mirada la atravesó como un cuchillo. ¿Qué pensaba del testimonio que acababa de dar? ¿Creía que enmendaba su fracaso?

La sala estaba demasiado caliente, y sintió sudor en su frente. Su corazón estaba latiendo con fuerza.

La junta dejó de deliberar en pocos minutos. Uno de los miembros de la junta le susurró a la oficial de audiencias. Ella se volvió hacia todos los demás que estaban presentes.

“No se concede la libertad condicional”, dijo. “Pasemos al siguiente caso”.

Riley jadeó en voz alta ante la brusquedad de la mujer, como si el caso no fuera más que una multa. Pero se recordó a sí misma que la junta tenía prisa para continuar con su trabajo de esta mañana.

Riley se puso de pie, y ambas parejas corrieron hacia ella. Melanie Betts se echó en los brazos de Riley.

“Ay, gracias, gracias, gracias...”, seguía diciendo.

Los otros tres padres la rodearon, sonriendo a través de sus lágrimas y diciendo “Gracias” una y otra vez.

Ella vio que Jake estaba a un lado en el pasillo. Tan pronto como pudo, dejó a los padres y corrió hacia él.