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Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1

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CAPÍTULO DIECISIETE

Martes

1 a. m.

Los ojos de Keri le pesaban mientras conducía desde el centro de regreso a Venice. A la 1 a. m. de la mañana de un martes, el típicamente brutal tráfico de Los Ángeles era pan comido, pero ella no estaba de humor para apreciarlo. Se dio cuenta de que ocupaba los dos carriles del Lincoln Boulevard y corrigió de inmediato. Subió el volumen de la radio para escuchar alguna horrible canción EDM y bajó todas las ventanillas, permitiendo que el aire caliente de la noche le golpeara la cara y el pelo.

Alguien le estaba mintiendo. Las historias del yogurín roquero Walker Lee y del guardia de seguridad Artie North estaban en conflicto. Pero sin ninguna evidencia que seguir, ella dependía de sus instintos.

Por eso iba al apartamento de Lee. Pensó en llamar a Ray pero decidió que le iría bien dormir. Además, si las cosas salían mal, mejor sería que fuese un proyecto en solitario.

Tocó a su puerta y él contesto en unos segundos. Era evidente que no estaba durmiendo. Una maleta abierta descansaba sobre el sofá detrás de él. Estaba repleta hasta el borde.

Keri la miró, luego a él, y dijo:

–Hablé con el guardia de seguridad, Artie North. Negó tener algún vídeo de Ashley o de usar alguna cosa para intentar extorsionarla para obligarla a tener relaciones sexuales con él.

Walker puso los ojos en blanco.

–Ese enano de mierda está mintiendo.

–Aunque fuese cierto, cuantas más vueltas le doy, más creo que apuntaste hacia él como una trampa Está pasando algo que tú no me cuentas. Te lo dije antes, sé sincero conmigo y no tendrás de qué preocuparte. Pero si me mientes… —dejó el resto en suspenso.

Walker Lee estaba en la entrada, evidentemente sin saber qué hacer. Keri intentó echarle una mano. Señaló con la cabeza la maleta.

–¿Te vas de la ciudad?

–Sí.

–¿Cuándo?

–En cualquier momento, de hecho.

Intentó morderse la lengua pero no pudo.

–Eso es algo muy patético, ¿no crees? ¿Ahora que Ashley necesita que todos estén con ella?

Tenía una mirada fría.

–¿Sabe qué? Ya basta. Siento si le pasó algo a Ashley pero estoy harto de que esté aquí.

A Keri le sorprendió el tono desafiante. Hasta ahora se había comportado con tanta tranquilidad que había logrado embaucarla. Pero era obvio que escondía algo. No estaba segura de si tenía algo que ver con la desaparición de Ashley.

–¿Te importa si entro? —preguntó ella entrar al apartamento rozándolo.

A pesar de la creciente tensión que sentía, ella caminó con calma y rapidez hasta su estudio. Él trató de alcanzarla e, inútilmente, le dijo:

– Sí que me importa.

Keri movió la base del micrófono que había en el medio de la habitación, quitó lentamente el micro y lo contempló con aire introspectivo, como si nunca hubiera visto uno. Entonces, de repente, lo balanceó por el cable, hasta hacer un amplio círculo sobre su cabeza, dejando que las frustraciones del día le dieran impulso. Walker Lee la observó por un momento, atónito. Recobró entonces el ánimo y abrió la boca.

–Oye, no… —comenzó a decir, pero antes de que terminara la frase, Keri cambió la trayectoria del micrófono y se lo tiró a él encima. La frente, encima del ojo izquierdo, le quedó cubierta de sangre con el golpe.

Se desplomó en el suelo, aturdido. Al cabo de un instante, se llevó la mano hasta donde había recibido el golpe y luego la miró. Estaba cubierto de sangre, que manaba abundantemente por su mejilla hasta llegar a su pecho desnudo.

Le llevó un segundo entender lo que había pasado. Mientras Keri esperaba que él lo procesara, fue hasta la encimera, cogió un trapo que había allí y se lo lanzó.

–¿Qué me hiciste en la cara? —gimió él de manera patética.

Keri sabía que seguramente había ido demasiado lejos, pero a estas alturas ya estaba comprometida. Ahora se sentía totalmente despierta.

–Estoy harta de que te burles de mí. Se acabó. ¿Entendido?

El hombre se puso un trapo sobre la herida para detener el sangrado y dijo:

–Voy a denunciarte.

–La única cosa que vas a hacer es decirme lo que necesito saber, Walker. De lo contrario, te haré otro chichón a conjunto en el otro lado de la cabeza. O quizás la próxima será la mano con la que tocas la guitarra. Tú me trajiste a este estudio a prueba de sonidos y te me echaste encima. Yo me defendí con fuerza. Esa es la historia que todos creerán, a menos que empieces a hablar ahora mismo.

Keri tenía la sensación de que fuera lo que fuera lo que él había ocultado todo ese tiempo, estaba a punto de soltarlo.

–Mira, la única cosa que se me ocurre es que hay un tipo que se ronda cerca de cerca Boardwalk, y al que Ashley y yo le compramos drogas hace tiempo; nada del otro mundo, solo yerba y éxtasis. Se hace llamar Auggie.

Keri nunca había oído hablar de él. O era uno de poca monta o era un alias.

–Vale, continúa.

–Bueno, la última vez que hicimos negocio con él, ¿cuándo fue? Miércoles por la noche, sí eso es, él estaba mirando a Ashley de manera muy extraña, todo el tiempo, como un lobo mirando a una oveja, algo así. Yo no dije nada pero ya le digo que no me gustó. Nos dio lo nuestro, yo le di el dinero, pero entonces él quiso más. Decía que el precio había subido. Me dijo que volviera con el resto del dinero en unos días. Hizo entonces un comentario incomprensible, que yo entendí como una amenaza bastante vaga hacia Ashley, si yo no volvía para pagarle la diferencia. Nunca volví. Que se joda, no jugaba limpio. Subió el precio sin avisarme. No juego a ese tipo de juegos. Además, oí que sus hombres usan una furgoneta para despedazar y robar televisores, ordenadores, cosas así. Pero no sé de qué color.

Keri trató de imaginarlo. Si Walker estaba diciendo la verdad, entonces Ashley conocía a Auggie y no dudaría en acercarse a la furgoneta estando él dentro.

–Debiste habérmelo dicho antes.

–Lo  que debí haber hecho era no meter a Ashley en toda esta tontería, para empezar —admitió—. Debí mantenerla a salvo. No sé cómo jodió todo.

Keri lo miró detenidamente. Tenía el lado izquierdo de la cara cubierto por el pelo rubio salpicado de sangre. Pero ella tenía la sensación de que ahora sí había algo de sinceridad. Quizás todavía había esperanza para él. Pero eso no era asunto suyo.

–¿Sabes dónde vive Auggie?

–No. Pero frecuenta un antro llamado Blue Mist Lounge, entre Windward y Pacific, justo a la derecha de Townhouse. Ahí es donde todo el mundo se encuentra con él.

Eso era a menos de un kilómetro de la casa de Ashley. Keri sacó cinco de veinte de su bolso, los tiró al suelo, y dijo:

–Ve a que te cosan la cabeza. Hay una clínica que atiende urgencias a diez manzanas de aquí, yendo hacia el este—. Ella hizo una pausa y añadió: Y no te tropieces con más encimeras.

Él asintió de manera comprensiva, y entonces dijo algo que la sorprendió:

–Tenga cuidado con Auggie, detective. Es malo de verdad.

–Gracias —dijo ella al salir, sin decir en voz alta lo que estaba pasando por su mente.

«En este momento me estoy sintiendo realmente mal conmigo misma».

CAPÍTULO DIECIOCHO

Martes

De madrugada

En el camino Keri llamó a Ray. No quería hacerlo pero el Blue Mist Lounge era el tipo de lugar que requería apoyo.

–¿Estabas durmiendo? —preguntó ella.

–Estaba —replicó él al instante, no demasiado feliz.

Hizo una pausa.

–Tú no estás durmiendo —observó él—, y me necesitas.

–Bingo —dijo ella.

Él suspiró con fuerza.

–Y si me necesitas, es porque debe ser malo.

–Correcto de nuevo —dijo ella.

–Te odio, Locke.

–Te quiero, Grandote.

Él suspiró con fuerza. Luego se escuchó un crujido, y ella supo que se estaba incorporando en la cama.

–Tienes suerte de que esta vez estoy solo —dijo él—. ¿Cuál es la dirección?

Quince minutos después, Keri paró enfrente del Blue Mist y esperó, pues sabía que Ray llegaría en cualquier momento. Mientras esperaba, le echó un vistazo al expediente de Auggie. Era un maleante y camello de poca monta pero con un muy mal genio. Había pasado dieciséis de sus treinta y cuatro años en la cárcel, mayormente por asaltos. No había registro de secuestros pero una vez había encerrado a una novia en el armario del dormitorio durante doce horas, porque pensaba que ella le había robado metadona.

Ray apareció, ella salió del coche y se paró junto a él.

Él miró el club.

–El Blue Mist, ¿eh? —preguntó él—. Sabía que podía contar con que me invitarías a una cita con clase.

Se aproximaron a la puerta en silencio, Ray se puso tenso, preparándose obviamente, ella lo sabía, para los problemas.

En la puerta principal del club les aguardaban un guardia tipo pit bull. Al mostrar sus placas, sin embargo, y después de mirar a Ray, se apartó.

Se abrieron camino después de pasar junto a él y subieron por los escalones de la entrada. Una ruidosa música de hip-hop retumbaba en los altavoces. Keri observó que ella era la única persona blanca en el lugar y se sintió un poco culpable de sentirse aliviada por tener a Ray a su lado.

Se movieron con rapidez hacia la sala vip de la parte trasera, que tenía su propio guardia de seguridad. Ray le hizo un gesto con la cabeza, mostró su placa y él se apartó para que entraran.

La puerta se cerró detrás de ellos, atenuando la música de la sala principal. Dentro, una mujer sobre un pequeño escenario en la esquina cantaba temas de Billie Holiday. Estaba más lleno de lo que Keri esperaba a esa hora, a principios de semana.

Echaron un vistazo. Ray señaló con la cabeza un rincón oscuro de la sala y musitó:

–El Sr. Rastafari.

Auggie se hallaba sentado en un amplio reservado lejos de la multitud. Dos mujeres estaban sentadas a ambos lados de él. Keri vio que eran prostitutas. Estaban pegadas a él en plan de seducción, compitiendo por su atención. En medio de la mesa había una botella de whisky medio vacía, con vasos alrededor. Las mujeres reían a carcajadas por todo lo que Auggie decía y ninguno deparó en Ray y Keri hasta que llegaron a la mesa.

 

Ray se sentó junto a una de las mujeres, que vestía un top rojo escotado. Keri se quedó de pie.

–Hola, chicos —dijo él cordialmente.

Al principio la mujer parecía atónita, pero cuando le hubo echado una mirada a él, sonrió. Keri ignoró la incómoda sensación de estar ligeramente celosa de una prostituta.

Auggie no habló pero todo su cuerpo se tensó, lo que le hizo Keri pensar en una cascabel enroscada.

De repente, la otra mujer sentada en el lado opuesto, que llevaba un top muy ajustado, golpeó con la mano la mesa y dijo:

–¡Tú eres Sandman!

La mujer que estaba junto a Ray no lo entendió.

–¡Sandman! ¡El boxeador!

La del top ajustado se pasó hacia el otro lado de Ray y se pegó hasta que su cadera presionaba la de él, hasta dejarlo dentro de un sándwich de golfas.

–¡No puedo creer que Sandman esté aquí! —casi gritó de alegría.

Keri había estado observando a Auggie atentamente. En un lapso de diez segundos, su expresión había pasado silenciosamente de la desconfianza a la envidia, y de esta al miedo. Y entonces, vio pasar como un relámpago por su rostro algo que ella no pudo identificar. Hasta que él no se subió sobre la mesa y saltó buscando la salida ella no supo lo que era: desesperación.

Auggie fue rápido pero Keri había estado anticipando cualquier cosa por parte de él, y se movió para detenerlo de un golpe en el hombro cuando cayera al suelo. Él vio lo que ella estaba haciendo y corrigió en el aire su salto de tal manera que chocaran de frente, y que sus cerca de noventa kilos cayeran sobre ella. Ella pesaba casi treinta kilos menos que él y sabía que aunque estaba bien posicionada, se llevaría buena parte del impacto.

Estaba en lo correcto.

El cuerpo de él golpeó el de ella con tal ímpetu que la hizo caer y rodar por el suelo. La parte de atrás de su cabeza golpeó con fuerza el suelo de madera pero ella aprovechó el ímpetu de ese retroceso para dar una voltereta hacia atrás y ponerse de nuevo de pie. Estaba de pie, pero veía colorines y tenía la sensación de que alguien gritaba dentro de su cabeza.

Medio segundo fue demasiado para darse cuenta que ella estaba en medio de la ruta de escape de Auggie, y que él no pensaba dar un rodeo. Dobló las rodillas para evitar que volviera a derribarla como un muñeco pero no sirvió de mucho. Él chocó con ella y ambos rodaron, con la rodilla de él en el estómago de ella, dejándola sin aire. Sintió que la bilis subía a su garganta mientras luchaba por recuperar el aliento. Auggie gateó antes de ponerse de pie y salió disparado hacia la puerta.

Tumbada en el suelo, Keri vio a Ray tratando desesperadamente de librarse de las prostitutas y de salir del reservado. El fue corriendo hasta ella pero ella usó la poca fuerza que le quedaba para hacerle señas de que fuera tras Auggie. Él asintió y salió embalado por la puerta detrás de su presa.

Keri se quedó allí unos segundos, tratando de respirar. Al ponerse de costado para poderse incorporar, sintió unos brazos en los hombros que la ayudaban a ponerse de pie. Eran Top Rojo y Top Estrecho. Ella les dio las gracias con un gesto, todavía incapaz de hablar, antes de salir tambaleándose por la puerta detrás de Ray y Auggie.

–¿Hacia dónde? —balbuceó al guardia de seguridad. Él apuntó a la entrada trasera. Ella corrió hacia allá y abrió la puerta de un empujón, que llevaba a una escalera de metal desvencijada que daba hacia el callejón en la parte de atrás del club. Oyó voces.

En la distancia, vio que Ray tenía a Auggie acorralado contra una verja. El sospechoso trató de subir pero una mano le falló y cayó al suelo. Ray le había estado persiguiendo y estaba a solo tres metros de él cuando Auggie se giró con un arma en la mano. Y disparó.

Ray continuó.

Auggie disparó de nuevo cuando Ray ya saltaba sobre él. Ambos se desplomaron y a Keri se le hacía difícil ver qué estaba pasando. Bajó volando los escalones, saltó casi dos metros desde el último para ir a parar a la calle y corrió en dirección a los dos hombres. Ya estaba a medio camino cuando por fin pudo ver lo que estaba sucediendo.

Auggie había fallado los dos tiros. Ray había caído encima de él, lo había inmovilizado y lo estaba golpeando a discreción. La cara de Auggie era una masa de carne. Ya no se movía.

–¡Ray, para! —gritó ella—¡Lo necesitamos vivo!

Sus palabras parecieron sacarlo de su trance y dejó de golpearlo. Puso a Auggie boca arriba y lo dejó sobre el asfalto, aspirando grandes bocanadas de aire.

Keri corrió y miró los ojos hinchados y ensangrentados de Auggie. Estaba consciente. Su respiración era débil, pero respiraba.

–Hola, Auggie —dijo ella—. Solo vinimos a hablar contigo de una de tus clientas, una chica llamada Ashley Penn.

El hombre no dijo nada.

–Pero ahora estás bajo arresto por intento de asesinato de un oficial de policía. Esto podría haber ido de manera distinta.

El hombre hizo un gesto de dolor y susurró una palabra:

–Cooperaré.

Keri le dio la vuelta con brusquedad para ponerlo boca abajo y le puso las manos en la espalda para esposarlo.

–Oh, sí, mejor ve pensando en cooperar, Auggie. De lo contrario, esto solo será el primer asalto con Sandman.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Martes

De madrugada

Tras el cristal de la sala de observación, Keri, Ray y Hillman observaban a Auggie mientras iba de un lado a otro en la Sala de Interrogatorio 1. Nadie le había dirigido la palabra en los cuarenta y cinco minutos transcurridos desde que Keri le había prometido que su salud dependía de su cooperación. Detectives de toda clase, patrulleros y forenses estaban en el Blue Mist Lounge, procesando el callejón donde un sospechoso le había disparado a un oficial. Auggie estaba jodido. Se enfrentaba a un montón de cargos, entre ellos el de homicidio en grado de frustración, que no era poco. Todos querían hacerlo pasar por el aro.

Hillman miró a Keri. Ella sabía que él estaba molesto por tener que volver a comisaría en mitad de la noche.

–Tienes cinco minutos, máximo. Si el sujeto llega a decir la palabra abogado, quiero que de inmediato dejes de hablar y abandones la habitación. Quiero a este sujeto fuera de la calle y eso significa que vamos a seguir todos los pasos al pie de la letra. Solo tenerlo aquí en lugar de en urgencias es un riesgo. No quiero que un defensor poco hábil logre que lo pongan en libertad en un abrir y cerrar de ojos. ¿Nos entendemos?

–Sí, señor.

A Keri le llevó un segundo arreglarse la blusa y apartarse los pelos de la cara. Tenía un fuerte dolor de cabeza y posiblemente una costilla fracturada. Pero no quería que Auggie pensara que le había hecho aunque fuera un rasguño.

Entró en la Sala de Interrogatorio y dijo:

–¿Me recuerdas?

Auggie comenzó a decir algo pero Keri hizo un gesto para que callase.

–No digas la palabra abogado. Si lo haces, tendré que dejar de hablar y entonces no podré ayudarte.

Auggie se burló de ella.

–Ustedes no se identificaron —dijo él—. Pensé que iban a robarme o algo así. Por eso corrí. Fuera en el callejón cuando disparé, fue en defensa propia. Tengo licencia para portar armas. Puedes comprobarlo. No hice nada malo.

Keri puso los ojos en blanco.

–Mira, como están las cosas, vas a pasar algún tiempo en la cárcel. Pero que ese tiempo sea cinco o cincuenta años depende de cuántos amigos puedas hacer en los próximos cinco minutos. Tienes ante ti una única oportunidad. Háblame de Ashley Penn.

Auggie no necesitó que se lo repitieran.

–Personalmente nunca le vendí nada a ella, ni a nadie.

Era una mentira pero Keri la dejó pasar. Sentía que venía algo más.

–¿Pero…?

–Pero oí un rumor de que ella frecuentaba el sector desde hacía tiempo, no sé si me entiende. También oí un rumor de que ella recientemente había hecho una compra importante porque se iba a otro estado. Quería disponer de una reserva hasta que pudiera encontrar un proveedor por allá.

–¿A qué estado?

–No lo sé.

–¿Quién se iba con ella?

–No lo sé.

–¿Era un tipo de pelo largo?

–Sé a quien te refieres. El roquero —dijo Auggie—. No, no era él. El rumor era que se trataba de una de sus amigas.

«Esto es nuevo. ¿Tenía Ashley otros planes y Walker se enteró? A él no le gustaría».

–¿Puedes describir a esta chica? —preguntó ella.

–Nooo, tío, lo único que sé son rumores. Sobre esa chica hay muchos rumores.

Keri salió de la habitación. Hillman le había dado cinco minutos y ella había empleado menos de dos.

Su mente iba a toda velocidad.

«¿Podría ser que Walker se enteró del plan y trató de pararlo? ¿Podría ser que subió a Ashley a la furgoneta, en principio para hacerla cambiar de opinión para que no se fuera, pero entonces, el asunto se fue caldeando? ¿Quizás las cosas se pusieron violentas? Walker no tenía una coartada. Pero tampoco tenía una furgoneta».

Estaba fuera de la Sala de Interrogatorio, repasando las opciones una y otra vez en su cabeza hasta que Hillman y Ray salieron de la sala de observación para reunirse con ella.

–Ahí lo tienes. Escapó —dijo Hillman.

Keri lo dudaba.

–Quizás lo estaba planeando pero no creo que sea eso lo que haya sucedido.

–¿Por qué no?

–La chica que se subió a esa furgoneta no parecía que se iba a un viaje largo —dijo ella.

Hillman negó con la cabeza.

–Quizás ella y la chica misteriosa iban a un sitio donde recogerían sus cosas para el viaje. ¿No dijo Walker Lee que ella estaba considerando simular su propio secuestro?

–Lo dijo. Pero también dijo que no iba en serio. No es imposible pero simplemente no encaja. Todo en este caso suena a secuestro.

Hillman suspiró con fuerza. Ella veía que estaba tratando de no perder la serenidad.

–Son casi las tres de la mañana. Hemos estado con esto sin parar durante más de diez horas, y no tenemos nada firme que indique que ella fue raptada en lugar de irse por su propio pie. Desgraciadamente para ti, detective Locke, no llevamos los casos según la sensación que dan. Así que esta corazonada que tiene no es suficiente para proseguir.

Lo necesitaba de su lado, así que Keri se refrenó para no contestarle con excesiva rudeza.

–Es más que una corazonada, señor.

–¿Entonces qué es?

–No lo sé —dijo Keri—. Ahora no puedo pensar.

–Exactamente —dijo Hillman—. Estamos todos zombis. Eso significa que todos nos vamos a casa a descansar, que es lo que usted debió haber hecho en primer lugar. Es una orden—. Miró a Keri y repitió las palabras: Es una orden.

–De acuerdo —dijo ella.

–Duerme —repitió, antes de añadir—: pero los quiero a todos de vuelta a las siete de la mañana.

*

Antes de dirigirse a su casa, Keri hizo una breve parada en su mesa. Quería meter en la base de datos los nombres de Thomas El Fantasma Anderson y del abogado defensor, Jackson Cave, a ver si por arte de magia salía algo. Sentía curiosidad por Anderson pero el tiempo era poco, así que decidió concentrarse en Cave, quien era más relevante en ese momento. Había un montón de información pero nada que lo incriminase directamente.

Aun así, no podía dejar de sospechar que Cave podría tener información sobre el Coleccionista. Él podría saber incluso el nombre verdadero. Keri tenía que averiguarlo. Pero ¿cómo?

Aunque ella irrumpiera en su oficina, él seguramente no tendría un archivo en un armario con la etiqueta «Secuestradores por contrato». Este era el tipo de información que tendría que mantener aparte en su mente. Y ella necesitaba encontrar una manera de acceder ahí. Quizás podría encontrar algo sucio en él, algo que hiciera que le prohibieran ejercer si no cooperaba con ella. El chantaje era una herramienta valiosa.

Suspiró profundamente y perdió la concentración por un instante. Casi de inmediato, los pensamientos sobre Evie inundaron su cabeza. Vio la expresión de terror en el rostro de su hija mientras miraba a su madre ese día en el parque, su pequeño cuerpo en los brazos de un extraño. Oía los gritos en su cabeza.

–¡Mami! Mami!

Sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos y corrió al baño antes de que alguien pudiera notarlo. Una vez en el baño, se dejó llevar y dejó que las lágrimas que había sofocado la torturaran. Se sentó en el suelo del baño durante cinco minutos hasta sentir que ya podía incorporarse.

 

Cuando salió del baño, Ray la estaba esperando. La rodeó con los brazos.

–Pensé que habías ido a casa —dijo ella.

–Bueno, parece que no. ¿Quieres que me quede contigo?

Ella lo sopesó por medio segundo.

–No, estoy bien.

–¿Segura?

–No —ella sonrió y dijo—. Ray, ¿estaré bien algún día?

–Tú ya estás bien —dijo él—. Es solo que necesitas más tiempo para trabajar en ello.

–No quiero trabajar en ello. Quiero encontrar a Evie.

–La encontrarás —dijo él—. La encontraremos. Lo que necesitas en mantenerte fuerte hasta entonces. ¿Okey?

Se abrazó más a él.

–Eres buena persona, Gigante Verde.

–Tú también, Pulgarcita —dijo él—. ¿Te di las gracias por detenerme antes de que matara a Auggie?

–No.

–Gracias —dijo él.

Cinco minutos más tarde, Keri estaba en el Prius. Estaba exhausta y con la energía al mínimo. Sabía que debía ir a casa para descansar un par de horas si iba a encontrarle algún sentido a este caso. Pero antes, tenía que hacer una cosilla.