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Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1

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–¿Así que ahora es policía? ¿Por qué está Sandman sentado frente a mi escritorio con esta bonita señorita, perdón, agente de las fuerzas del orden?

A Keri no le gustó la condescendencia, pero la dejó pasar. Tenían prioridades más importantes.

–Necesitamos mirar lo que tu cámara de seguridad ha grabado en el día de hoy —dijo Ray—. Concretamente desde las dos cuarenta y cinco a las cuatro p. m.

–No hay problema —contestó Stu como si le pidieran algo así todos los días.

La cámara de seguridad estaba operativa, algo necesario, dada la clientela del establecimiento. No transmitía en vivo a un monitor, sino que estaba conectada a un disco duro, donde se almacenaba la grabación. Los lentes eran de ángulo ancho y captaban toda el cruce de Main y Westminster. La calidad del vídeo era excepcional.

En un cuarto trasero, Keri y Ray miraron la grabación en un monitor de escritorio. La sección de Main Street enfrente del parque canino era visible hasta la mitad de la manzana. Solo podían esperar que cualquier cosa sucedida hubiese tenido lugar en ese tramo de la calle.

Nada de mucha actividad sucedió hasta cerca de las 3:05. Era la salida de la escuela, a juzgar por los chicos que comenzaban a salir a montones a la calle, en todas las direcciones.

A las 3:08, apareció Ashley. Ray no la reconoció de inmediato así que Keri la señaló: una chica que irradiaba seguridad, vestida con falda y un top ajustado.

Entonces, de golpe, ahí estaba, la furgoneta negra. Se acercó hasta ella. Las ventanas estaban tintadas, lo cual era ilegal. La cara del conductor no era visible ya que tenía puesta una gorra con la visera bajada. Ambos visores de sol estaban puestos hacia abajo, y el resplandor de la brillante luz del atardecer hacía imposible tener una clara visión del interior del vehículo.

Ashley dejó de caminar y miró hacia la furgoneta. El conductor parecía estar hablando. Ella dijo algo y se acercó. Al hacerlo, la puerta del pasajero se abrió. Ashley continuó hablando y pareció que se inclinaba hacia la furgoneta. Conversaba con quienquiera que estuviese conduciendo. Después, repentinamente, ya estaba adentro. No estaba claro si se había subido voluntariamente o tiraron de ella. Al cabo de unos pocos segundos más, la furgoneta arrancó. Sin prisa. Sin acelerar. Nada fuera de lo normal.

Miraron la escena de nuevo a velocidad normal, y luego una tercera vez, a cámara lenta.

Al final Ray se encogió de hombros y dijo:

–No lo sé. Todavía no puedo decirlo con seguridad. Ella terminó dentro, eso es todo lo que puedo decir con certeza. Si ha sido con o contra su propia voluntad, de eso no estoy seguro.

Keri no podía llevarle la contraria. El segmento de vídeo era desesperante por su imprecisión. Pero había algo que no cuadraba. Solo que ella no podía dar con el quid de la cuestión. Retrocedió el vídeo y lo reprodujo de nuevo hasta el momento en el que la furgoneta estaba más cerca de la cámara de seguridad. Entonces lo puso en pausa. Era el único momento en que la furgoneta estaba a la sombra. Todavía era imposible ver en el interior del vehículo. Pero sí que había otra cosa visible.

–¿Ves lo que yo veo? —preguntó ella.

Ray asintió.

–La placa de la matrícula está tapada —apuntó él—. Yo lo pondría en la categoría de «sospechoso».

–Pienso igual que tú.

De repente el teléfono de Keri sonó. Era Mia Penn. Fue al grano sin ni siquiera decir hola.

–Acabo de recibir una llamada de Thelma, la amiga de Ashley. Dice que cree haber recibido una llamada por accidente desde el teléfono de Ashley. Escuchó una cantidad de gritos como si alguien estuviera chillando a otra persona. Había música con un volumen estridente, así que ella no pudo decir con certeza quién estaba gritando, pero piensa que era Denton Rivers.

–¿El novio de Ashley?

–Sí. Llamé a Denton a su teléfono para ver si había sabido algo de Ashley, sin decirle que yo acababa de hablar con Thelma. Dijo que no había visto a Ashley ni sabía nada de ella desde la escuela pero parecía evasivo. Y la canción de Drake, Summer Sixteen, se escuchaba al fondo cuando llamé. Volví a llamar a Thelma para ver si esta era la canción que ella había escuchado cuando recibió esa llamada equivocada. Dijo que era esa. Por eso la llamé de inmediato, detective. Denton Rivers tiene el teléfono de mi niña y creo que podría tenerla a ella también.

–De acuerdo, Mia. Esto es de gran ayuda. Ha hecho un gran trabajo. Pero necesito que mantenga la calma. Cuando colguemos, mándeme un mensaje con la dirección de Denton. Y recuerde, esto podría ser algo completamente inocente.

Colgó y miró a Ray. Su ojo bueno daba a entender que estaba pensando lo mismo que ella. En unos segundos, su teléfono vibró. Reenvió la dirección a Ray mientras bajaban de prisa por los escalones.

–Tenemos que darnos prisa —dijo ella mientras corrían a sus coches—. Esto no tiene nada de inocente.

CAPÍTULO CUATRO

Lunes

Al atardecer

Keri se preparaba, cuando, diez minutos más tarde, pasaba por delante de la casa de Denton Rivers. Redujo la velocidad del coche, mientras la examinaba, y luego aparcó a una manzana de distancia, Ray detrás de ella. Sentía ese aguijón en el estómago, el mismo que tenía cuando algo malo estaba a punto de suceder.

«¿Y si Ashley está en esa casa? ¿Y si él le ha hecho algo?»

La calle de Denton estaba cubierta con una serie de casas de una sola planta como hechas con el mismo molde, todas pegadas entre sí. No había árboles en la calle, y el césped en la mayoría de los pequeños jardines del frente hacía tiempo que se había vuelto marrón. Estaba claro que Denton y Ashley no compartían el mismo estilo de vida. Esta parte del pueblo, al sur del Venice Boulevard y unas pocos kilómetros hacia el interior, no tenía casas de un millón de dólares.

Ray y ella andaban con rapidez por la manzana y ella miró su reloj: un poco después de las seis. El sol estaba comenzando su largo y lento descenso sobre el mar, hacia el oeste, pero quedaban un par de horas para que oscureciera totalmente.

Cuando llegaron a la casa de Denton, escucharon una música a todo volumen que venía de dentro. Keri no la reconoció.

Ella y Ray se acercaron en silencio, ahora oían gritos, de enfado y graves, una voz de hombre. Ray desenfundó su arma y le indicó con un gesto que fuera por la parte de atrás, luego levantó un dedo, dando a entender que entrarían a la casa en exactamente un minuto. Ella miró su reloj para confirmar la hora, asintió, sacó su arma, y se deslizó a lo largo del borde de la casa hacia la parte de atrás, con cuidado de agachar la cabeza mientras pasaba por delante de las ventanas abiertas.

Ray era el detective con más experiencia y normalmente era el más cauto de los dos cuando se trataba de entrar a un propiedad privada. Pero era evidente que pensaba que las actuales circunstancias les eximían de la obligación de conseguir una orden. Había una chica desaparecida, un sospechoso potencial dentro y unos gritos de enfado. Era algo defendible.

Keri probó la puerta lateral. No tenía echado el cerrojo. La abrió lo mínimo que pudo para evitar un chirrido y se metió adentro. Era poco probable que alguien en el interior pudiera oírla pero no quería arriesgarse.

Una vez en el patio trasero, se pegó a la pared trasera de la casa, manteniendo los ojos bien abiertos ante cualquier movimiento. Un asqueroso y decrépito cobertizo que había cerca de la verja trasera de la propiedad le dio mala espina. La oxidada puerta corrugada parecía que iba a desplomarse.

Se movió a gatas por el patio trasero y se quedó allí por un momento, esperando oír la voz de Ashley. No la oyó.

La parte de atrás de la casa tenía una puerta de madera con pantalla, con la cerradura sin echar, que llevaba a una cocina estilo años setenta, con una nevera amarilla. Keri vio a alguien al final del pasillo, en la sala, gritando al ritmo de la música y moviendo el cuerpo como si estuviera moviendo la cabeza como si estuviera en un pogo invisible en un concierto de rock.

No había todavía ninguna señal de Ashley.

Keri bajó la vista hacia su reloj: en cualquier momento, a partir de ahora.

Puntual, escuchó un sonoro golpe en la puerta delantera. Abrió a su vez la puerta de pantalla trasera a la vez, para ocultar el ligero clic del pestillo de la puerta. Aguardó, un segundo y sonoro golpe le permitió cerrar la puerta trasera simultáneamente. Se movió velozmente a través de la cocina y por el pasillo, echando un vistazo a cada puerta abierta que encontraba a medida que avanzaba.

En la entrada principal, que estaba abierta excepto por la pantalla, Ray golpeó de nuevo, con mayor fuerza incluso. De repente, Denton Rivers dejó de bailar y fue hasta la puerta. Keri, oculta en una punta de la sala, pudo verle la cara en el espejo que había junto a la puerta.

Se veía visiblemente confuso. Era un chico guapo: el cabello castaño bien cortado, los ojos de un azul profundo, una fibrosa y sinuosa constitución más propia de un luchador que de un jugador de fútbol. Bajo circunstancias normales era probablemente un tipo que atraía, pero ahora mismo esos atractivos estaban ocultos bajo un rostro desmejorado, unos ojos irritados y un tajo en la sien.

Cuando abrió la puerta, Ray mostró su placa.

–Ray Sands, Unidad de Personas Desaparecidas del Departamento de Policía de Los Ángeles —dijo en voz baja y firme—. Querría entrar para hacerte unas preguntas sobre Ashley Penn.

El pánico se apoderó de la cara del chico. Keri había visto esa mirada antes: estaba a punto de escapar.

–No te has metido en un lío —dijo Ray, presintiendo lo mismo—. Solo quiero hablar.

Keri vio que el chico tenía algo negro en la mano derecha, pero como el cuerpo de él le tapaba parcialmente la visión, no pudo ver qué era. Levantó su arma y apuntó con ella a la espalda de Denton. Lentamente, quitó el seguro.

 

Ray la vio hacerlo por el rabillo del ojo y bajó la vista hacia la mano de Denton. Tenía una mejor perspectiva del objeto que el chico sostenía y todavía no había levantado su arma.

–¿Es el mando para la música, Denton?

–Ajá.

–¿Puedes, por favor, dejarlo caer en el suelo delante de ti?

El chico vaciló y entonces dijo:

–Vale. —Dejó caer el aparato. Era en efecto un mando.

Ray enfundó su arma y Keri hizo lo mismo. Mientras Ray abría la puerta, Denton Rivers se giró y se sobresaltó al encontrar a Keri enfrente de él.

–¿Quién eres tú? —preguntó.

–Detective Keri Locke. Trabajo con él —dijo, señalando con la cabeza a Ray—. Qué bonito tienes esto, Denton.

En el interior, la casa estaba hecha un asco. Habían estampado las lámparas contra las paredes. Los muebles estaban tumbados. Había una botella de whisky medio vacía sobre una mesita, junto al origen de la música: un altavoz Bluetooth. Keri apagó la música. Con el silencio repentino, ella examinó la escena con más detalle.

Había sangre en la alfombra. Keri tomó nota mental pero no dijo nada.

Denton tenía unos rasguños profundos en el antebrazo derecho que podrían haber sido provocados por unas uñas. El tajo en un lado de la sien había dejado de sangrar pero hacía poco. Esparcidos por el suelo había los trozos de una foto de él y Ashley.

–¿Dónde están tus padres?

–Mi madre está en el trabajo.

–¿Y tu padre?

–Está muy ocupado haciendo de muerto.

Keri, sin inmutarse, dijo:

–Bienvenido al club. Buscamos a Ashley Penn.

–Que se joda.

–¿Sabes dónde está?

–No, y me importa una mierda. Ella y yo hemos terminado.

–¿Está aquí?

–¿Acaso la ves?

–¿Está aquí su teléfono? —insistió Keri.

–No.

–¿Es ese su teléfono, el que llevas en el bolsillo trasero?

El chico vaciló y, a continuación, dijo:

–No. Creo que tendríais que iros ahora.

Ray se colocó a una incómoda distancia corta del chico, le levantó mano y dijo:

–Déjame ver ese teléfono.

El chico tragó saliva de golpe, después se lo sacó del bolsillo y se lo pasó. La funda era rosada y parecía cara.

Ray preguntó:

–¿Es de Ashley?

El chico continuaba en silencio, desafiante.

–Puedo marcar su número y veremos si suena —dijo—. O tú puedes darme una respuesta directa.

–Sí, es suyo. ¿Y qué?

–Pon el culo en ese sofá y no te muevas —dijo Ray. Luego a Keri—: Haz lo tuyo.

Keri buscó en la casa. Había tres pequeños dormitorios, un baño diminuto y un armario para la ropa de cama, todos inofensivos en apariencia. No había señales de lucha ni de cautiverio. Encontró la cuerda para acceder a la buhardilla en el pasillo y tiró de ella. Se desplegó una serie de rechinantes escalones de madera que llevaban al piso superior. Subió por ellos con cuidado. Cuando llegó a la parte de arriba, sacó su linterna e iluminó a su alrededor. Era más un pequeño espacio libre para arrastrarse por él que una verdadera buhardilla. El techo estaba a poco más de un metro de altura y el entramado de las vigas dificultaba más el movimiento, incluso agachándose.

No había gran cosa allá arriba. Solo una década de telarañas, un buen número de cajas cubiertas de polvo y un baúl de madera de aspecto voluminoso en el extremo más lejano.

«¿Por qué alguien puso el objeto más pesado y asqueroso al fondo de la buhardilla? Tuvo que ser difícil llegar hasta esa esquina».

Keri suspiró. Por supuesto, alguien lo puso allí para hacerle la vida difícil a ella.

–¿Todo bien por allá arriba? —se oyó a Ray desde la sala.

–Sí. Solo reviso el ático.

Trepó hasta el último escalón y se abrió paso a lo largo del ático, asegurándose de pisar sobre los estrechas vigas de madera. Le preocupaba que un paso en falso la hiciera caer por el techo de yeso. Sudada y cubierta de polvorientas telarañas, finalmente llegó hasta el baúl. Cuando lo abrió e iluminó su interior, se sintió aliviada al comprobar que no había cuerpo. Vacío.

Keri cerró el baúl y rehizo su camino hasta la escalera.

De regreso en la sala, Denton no se había movido del sofá. Ray estaba sentado directamente enfrente de él, a horcajadas en una silla de cocina. Cuando ella entró, él la miró y preguntó:

–¿Había algo?

Ella negó con la cabeza.

–¿Sabemos dónde está Ashley, detective Sands?

–Todavía no, pero trabajamos en ello. ¿Correcto, Sr. Rivers?

Denton hizo como que no oía la pregunta.

–¿Puedo ver el teléfono de Ashley? —preguntó Keri.

Ray se lo entregó sin entusiasmo.

–Está bloqueado. Necesitaremos que los técnicos hagan su magia.

Keri miró a Rivers y dijo:

–¿Cuál es su contraseña, Denton?

El chico se burló de ella.

–No lo sé.

Keri le dejó claro con su expresión arisca que no le creía.

–Voy a repetir la pregunta de nuevo, muy educadamente. ¿Cuál es su contraseña?

Después de vacilar, el chico se decidió a decirlo:

–Miel.

Dirigiéndose a Ray, Keri dijo:

–Hay un cobertizo en la parte de atrás. Voy a echarle un vistazo.

Rivers desvió la mirada rápidamente hacia esa dirección pero no dijo nada.

Ya fuera, Keri usó una pala oxidada para forzar el candado que cerraba el cobertizo. Un rayo de luz penetraba a través de un agujero en el tejado. Ashley no estaba allí, solo había latas de pintura, viejas herramientas y varios trastos más. Justo cuando estaba a punto de salir, vio una pila de matrículas de vehículos de California sobre una estantería de madera. Al mirar con más detalle, contó seis pares, todas con pegatinas del año en curso.

«¿Qué están estas haciendo aquí? Tendremos que meterlas todas en bolsas».

Dio media vuelta y se dispuso a salir cuando una súbita brisa cerró de golpe la puerta oxidada, tapando la mayor parte de la luz que entraba en el cobertizo. Con esta semioscuridad impuesta, Keri sintió claustrofobia.

Tomó una gran bocanada de aire, luego otra. Trató de normalizar su respiración cuando la puerta se abrió con un crujido, permitiendo que entrara de nuevo algo de luz.

«Esto debe haber sido como lo que le pasó a Evie. Sola, arrojada a la oscuridad, confundida. ¿Es esto a lo que mi pequeña tuvo que enfrentarse? ¿Fue esta su pesadilla en vivo?»

Keri se tragó las lágrimas. Se había imaginado cientos de veces a Evie encerrada en un sitio como este. La próxima semana se cumplirían cinco años desde que ella desapareció. Pasar ese día iba a ser muy difícil.

Mucho había pasado desde entonces: la lucha para mantener su matrimonio a flote mientras sus esperanzas se desvanecían, el inevitable divorcio de Stephen, el año «sabático» de su cátedra en criminología y psicología en la Universidad Loyola Marymount, oficialmente destinado para realizar una investigación independiente, pero en realidad motivado por la bebida y las relaciones íntimas con algunos estudiantes, que finalmente habían forzado la mano de  la administración. A dondequiera que mirara, veía los pedazos rotos de su vida. Se había visto forzada a enfrentarse a su principal fracaso: su incapacidad para encontrar a la hija que le habían robado.

Keri se secó bruscamente las lágrimas de los ojos y se riñó a sí misma en silencio.

«Vale, le has fallado a tu hija. No le falles a Ashley también. ¡Ánimo, Keri!»

Ahí mismo en el cobertizo, encendió el teléfono de Ashley, y tecleó la palabra «Miel». La contraseña funcionó. Al menos Denton fue sincero en una cosa.

Pulsó Fotos. Había cientos de fotografías, la mayoría de ellas las más típicas: adorables selfies de Ashley con amigos en la escuela, ella y Denton Rivers juntos, unas cuantas fotos de Mia. Pero se sorprendió al ver, repartidas por todas partes, otras fotos más provocadoras.

Varias se habían tomado en un bar vacío o alguna especie de club, claramente antes o después de su horario de apertura, con Ashley y sus amigos visiblemente borrachos en modo de fiesta salvaje, disparándole a las cervezas, levantándose las faldas y mostrando los tangas. En algunas había yerba en pipas o en pitillo. Había una invasión de botellas de licor.

«¿A quién conocía Ashley que tuviera acceso a un lugar como ese? ¿Cuándo sucedió? ¿Cuando Stafford estaba en Washington? ¿Cómo es que su madre no tenía ni idea de esto?»

Fueron las fotos con el arma las que realmente llamaron la atención de Keri. De repente, estaba al fondo, sobre una mesa, una 9 mm SIG, casi invisible, al lado de un paquete de cigarrillos, o encima de un sofá, junto a una bolsa de patatas fritas. En una imagen, Ashley estaba afuera, en algún lugar del bosque, cerca del río, disparándole a unas latas de Coca-Cola.

«¿Por qué? ¿Era solo por diversión? ¿Estaba aprendiendo a protegerse a sí misma? Si era así, ¿de qué?»

Curiosamente, las fotos de Denton Rivers habían ido disminuyendo considerablemente en los últimos tres meses, que coincidían con otras nuevas de un chico con un  atractivo impresionante y una larga y salvaje melena de abundante cabello rubio. En muchas de esas fotografías, iba sin camiseta, mostrando sus bien definidos abdominales. Parecía muy orgulloso de ellos. Una cosa era cierta: era evidente que no era un chico de secundaria. Se veía como de poco más de veinte.

«¿Era él quien tenía acceso al bar?»

Ashley había tomado un buen número de fotos eróticas de sí misma. En algunas, enseñaba las bragas. En otras, no llevaba nada a excepción de un tanga, a menudo una tocándose de manera sugerente. En las fotos no se le veía nunca la cara pero se trataba sin duda de Ashley. Keri reconoció su dormitorio. En una imagen vio la estantería al fondo con el viejo libro de matemáticas que escondía su falsa identificación. En otra vio el peluche de Ashley al fondo, descansando sobre su almohada pero con la cabeza girada como si no soportara mirar. Keri sintió ganas de vomitar pero se contuvo.

Volvió al menú principal del teléfono y pulsó Mensajes para ver los mensajes de la chica. Las fotos eróticas de Fotos habían sido enviadas una por una a alguien llamado Walker, al parecer el chico de los abdominales. Los mensajes que las acompañaban dejaban poco a la imaginación. A pesar de la conexión especial de Mia Penn con su hija, estaba empezando a parecer que Stafford Penn comprendía a Ashley mucho mejor que la madre.

Había también un mensaje para Walker de hacía cuatro días que decía:

«Formalmente le di una patada a Denton. Espero drama. Ya te contaré».

Keri apagó el teléfono y se sentó en la oscuridad del cobertizo, pensando. Cerró los ojos y dejó que su mente vagara. Una escena se formó en su mente, una tan real como si ella misma estuviera allí.

Era una soleada  y agradable mañana  de un domingo de septiembre, llena por el infinito de un cielo azul californiano. Estaban en el parque infantil, ella y Evie. Stephen regresaba esa tarde de una excursión a pie por el Parque Nacional de los Árboles de Josué. Evie llevaba una camiseta color lila, pantalones cortos de color blanco, medias blancas de encaje y bambas.

Tenía una amplia sonrisa. Tenía los ojos verdes. Tenía el pelo rubio y ondulado, recogido en trenzas. Tenía el incisivo superior partido, era un diente definitivo, no de leche, así que necesitaría que se lo arreglaran en algún momento. Pero cada vez que Keri sacaba el tema, Evie entraba en pánico, así que aún no la había llevado.

Keri estaba sentada en el césped, con los pies descalzos y los papeles esparcidos a su alrededor. Estaba preparando sus notas para una intervención que haría a la mañana siguiente en la Conferencia de Criminología de California. Contaba incluso con un conferencista invitado, un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles llamado Raymond Sands a quien ella había consultado en unos pocos casos.

–Mami, ¡vamos a buscar yogur helado!

Keri miró la hora.

Casi había acabado y había un local de Menchie’s de camino a casa.

–Dame cinco minutos.

–¿Eso quiere decir que sí?

Ella sonrió.

–Eso quiere decir que sí, un sí grande.

–¿Puedo ponerme virutas o solo toppings de frutas?

–A ver cómo te lo digo… ¿sabes qué podemos poner en las macetas del jardín?

–¿Qué?

–¡Virutas de madera! ¿Lo entiendes?

–Claro que lo entiendo, mami. ¡Ya no soy pequeña!

–Claro que no. Discúlpeme usted. Solo dame cinco minutos.

Volvió a concentrarse en el discurso. Un minuto después, alguien pasó junto a ella y le tapó por un instante con su sombra la página. Molesta por la distracción, intentó volver a concentrarse.

De repente, la tranquilidad se rompió por un grito que helaba la sangre. Keri levantó la vista, sobresaltada. Un hombre con una cazadora y una gorra de béisbol huía rápidamente. Solo pudo verle la espalda pero podía afirmar que llevaba algo en brazos.

 

Keri se puso de pie y buscó desesperadamente con la mirada a Evie. No se veía por ningún lado. Keri empezó a correr detrás del hombre incluso antes de estar segura. Un segundo después, la cabeza de Evie asomó por un lado del cuerpo del hombre. Se veía aterrada.

–¡Mami! —gritaba—. ¡Mami!

Keri los persiguió, a toda velocidad. El hombre llevaba ventaja. Para cuando Keri había recorrido la mitad del césped, él ya estaba en el aparcamiento.

–¡Evie! ¡Suéltala! ¡Alto! ¡Que alguien detenga a ese hombre! ¡Tiene a mi hija!

La gente miraba pero la mayoría parecía confundida. Nadie se levantó a ayudar. Y ella no veía a nadie en el aparcamiento para pararlo. Vio a dónde se dirigía. Había una furgoneta blanca al otro extremo del aparcamiento, estacionada en paralelo a la acera para salir fácilmente. Él ya estaba a menos de quince metros cuando de nuevo escuchó la voz de Evie.

–¡Por favor, mami, ayúdame! —suplicó.

–¡Ya vengo, cariño!

Keri corrió todavía más, con la vista nublada por las lágrimas ardientes, sobreponiéndose a la fatiga y el miedo. Ya estaba en el borde del estacionamiento. No le importaban los minúsculos fragmentos de asfalto que se le clavaban en sus pies desnudos.

–¡Ese hombre tiene a mi hija! —gritó de nuevo, apuntando en esa dirección.

Un adolescente que llevaba una camiseta y su novia salieron de su coche, a unos pocos paso de la furgoneta. El hombre pasó corriendo justo al lado de ellos. Parecían desconcertados hasta que Keri gritó de nuevo.

–¡Paradlo!

El chico comenzó a caminar hacia el hombre, y luego echó a correr. Para entonces el hombre había llegado a la furgoneta. Deslizó la puerta del lado y tiró a Evie hacia el interior como si fuera un saco de patatas. Keri escuchó el golpe sordo del cuerpo al impactar contra algo sólido.

Cerró la puerta violentamente y enseguida dio la vuelta corriendo para llegar al lado del conductor, donde el adolescente lo alcanzó y lo agarró por un hombro. El hombre dio media vuelta y Keri pudo verlo mejor. Llevaba unas gafas de sol y la gorra con la visera baja y era difícil verle a través de las lágrimas. Pero pudo entrever un cabello rubio y lo que parecía parte de un tatuaje, en el lado derecho del cuello.

Pero antes de que pudiera percibir algo más, el hombre echó hacia atrás el brazo y le soltó un puñetazo al adolescente en la cara, haciendo que se estrellara con un coche cercano. Keri escuchó un doloroso crujido. Vio que el hombre sacaba un cuchillo de la funda que llevaba en el cinturón y lo clavaba en el pecho del adolescente. Lo sacó y aguardó un segundo hasta ver que el chico caía al suelo antes de salir corriendo hacia el asiento del conductor.

Keri se forzó a sacarse de la cabeza lo que acababa de ver y no se concentró en otra cosa que no fuera llegar hasta la furgoneta. Oyó que el motor se encendía y vio que comenzaba a arrancar. Estaba a menos de seis metros.

Pero el vehículo ya estaba acelerando. Keri siguió corriendo pero sentía que su cuerpo empezaba a rendirse. Miró la matrícula para memorizarla. No había ninguna.

Buscó sus llaves y recordó que estaban en su bolso, en el parque. Corrió hasta donde estaba el adolescente, con la esperanza de coger las de él y su coche. Pero cuando llegó hasta el chico, vio que su novia estaba arrodillada junto a él y lloraba desconsolada.

Levantó la vista de nuevo. La furgoneta ya estaba lejos, dejando atrás un rastro de polvo. Ella no tenía matrícula, ninguna descripción que dar, nada que ofrecer a la policía. Su hija había desaparecido y ella no sabía qué hacer para recuperarla.

Keri se dejó caer al suelo junto a la chica adolescente y comenzó a llorar de nuevo, sin que pudieran distinguirse los gemidos de desesperación de una y de otra.

Cuando abrió los ojos estaba de nuevo en la casa de Denton. No recordaba haber salido del cobertizo ni haber caminado por el césped reseco. Pero de alguna manera había llegado a la cocina de Rivers. Con esta eran dos en un día.

Esto iba a peor.

Entró de nuevo en la sala, miró a Denton a los ojos, y dijo:

–¿Dónde está Ashley?

–No lo sé.

–¿Por qué estás en posesión de su teléfono?

–Se lo dejó aquí ayer.

–¡Mentira! Ella rompió contigo hace cuatro días. No estaba aquí ayer.

El puñetazo verbal se hizo evidente en la cara de Denton.

–Vale, se lo quité yo.

–¿Cuándo?

–Esta tarde, en la escuela.

–¿Solo se lo quitaste de la mano?

–No, tropecé con ella después del último toque de timbre y se lo saqué del bolso.

–¿Quién es el propietario de la furgoneta negra?

–No lo sé.

–¿Un amigo tuyo?

–No.

–¿Alguien que contrataste?

–No.

–¿Cómo te hiciste esos rasguños en el brazo?

–No lo sé.

–¿Cómo te hiciste ese chichón en la cabeza?

–No lo sé.

–¿De quién es la sangre que hay sobre la alfombra?

–No lo sé.

Keri cambió los pies de posición y trató de contener la furia que crecía en su sangre. Sentía que estaba perdiendo la batalla.

Lo miró fijamente y dijo, sin emoción:

–Voy a preguntarte una vez más: ¿dónde está Ashley Penn?

–Que te follen.

–Respuesta incorrecta. Piensa en ello de camino a la comisaría.

Le dio la espalda, dudó por un instante y entonces, de repente, se giró y lo golpeó con el puño fuerte y cerrado, con cada gramo de frustración en su cuerpo. Le dio de lleno en la sien, en el mismo punto de la herida anterior. Esta se abrió y salpicó de sangre todo, incluyendo la blusa de Keri.

Ray la contempló incrédulo, paralizado. Entonces puso de pie a Denton Rivers de un solo tirón y dijo:

–¡Ya oíste a la señorita! ¡Muévete! Y no tropieces ni te des un golpe en la cabeza con otra mesa de centro.

Keri le dedicó una sonrisa agridulce pero Ray no se la devolvió. Parecía horrorizado.

Algo como esto podía costarle a ella su trabajo.

A ella no le importaba, sin embargo. Lo único que le importaba ahora mismo era hacer que este mocoso hablara.