Za darmo

La cara de la muerte

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Zoe cerró los ojos, apagando la voz del viejo. Era el tipo de persona que no usaría diez palabras para decir algo si pudiera usar cien en su lugar. Lo opuesto al tipo de persona con la que Zoe disfrutaba conversar. En vez de escucharlo, pensó en la escena, en la forma en que todo estaba un poco fuera de lugar.

Mentalmente, Zoe movió el alfiler rojo del mapa en su cabeza a la nueva ubicación, era una corta distancia pero aún era relevante. El camino era el punto donde había intentado matarla, y eso era lo que era significativo, no el punto donde ella realmente había muerto. Eso acercaba el alfiler un poco más cerca de su línea recta, pero no lo suficiente como para hacer una diferencia. Tenía que ser una curva.

–¿Dónde estaba el hematoma? ―preguntó Shelley, llamando la atención de Zoe.

El forense indicó un área en su propio cuerpo, sobre las costillas y el estómago de su lado izquierdo.

–Como digo, el hematoma habría sido infligido postmortem, ya que quedaba muy poca sangre en esta etapa. Eso es todo lo que puedo decir de una investigación inicial. Yo diría…

–Enojo ―dijo Zoe, interrumpiéndolo―. Por alguna razón, estaba enojado con ella.

–Tal vez porque había huido ―sugirió Shelley.

–Pero ya estaba muerta cuando él la alcanzó ―dijo Zoe―. Consiguió su objetivo. Entonces, ¿por qué estaba tan enojado?

Shelley extendió sus manos haciendo un gesto, el forense comenzó de nuevo su monólogo divagante como si no hubiera habido ninguna interrupción.

La mente de Zoe iba a mil kilómetros por hora. Había más interrogantes de las que ella había visto en cualquiera de las otras escenas del crimen, era algo irónico ya que lo que ahora necesitaban desesperadamente eran respuestas. ¿Por qué había elegido esta carretera como su lugar, este camino de acceso aleatorio en medio de una autopista sin nada a su alrededor? No era un estacionamiento o un lugar natural para encontrarse con alguien, como un sendero, como en sus otros crímenes, ¿por qué había cambiado esto?

¿Y por qué, si ya había logrado su objetivo de matar a la mujer, seguía lo suficientemente enojado como para perder el tiempo pateándola, lo que lo dejó incapaz de terminar de cubrir sus huellas?

No era sólo eso, sino que algo más se le quedó grabado en la mente. El Rorschach de los charcos de sangre. Los patrones. ¿Por qué eso había disparado algo en su mente, algo que le daba la certeza de que era obra de él? Si pudiera averiguar qué era lo que vinculaba esa imagen mental con los otras escenas del crimen, lo atraparía.

El incómodo pensamiento comenzó a hacerse más fuerte. Era el pensamiento de que tal vez él podía leer los números, como ella. Que tal vez esto era el trabajo de alguien con la habilidad del diablo para ver cosas que nadie más podía.

«Si encuentras el patrón, encuentras al asesino», se dijo Zoe a sí misma. Y encuéntralo ahora, antes de que vuelva a matar.

CAPÍTULO QUINCE

Zoe se sentó al lado de uno de los escritorios, obteniendo una vista panorámica de la sala de investigación. El caso volvía a vivir, lleno de actividad y de nuevas hojas de papel que se unían a las pilas esparcidas por los escritorios. Había muchos expedientes que ahora estaban abiertos para ser leídos de un vistazo, listos para revelar sus secretos a quien los mirara de cerca. Los números que ya había visto pasaron ante sus ojos como sólo una distracción. No importaban. Eran los números que Zoe había dejado de lado hasta ahora que los que necesitaba.

Zoe escudriñó los informes delante de ella, sabiendo que había algo. Algo que todos habían pasado por alto. Si pudiera descifrar que era…

–Tenemos una coincidencia con los neumáticos ―dijo Shelley, colgando el teléfono de un golpe mientras giraba su silla de escritorio hacia Zoe. ―Un sedán. Creen que puede ser un modelo más antiguo a juzgar por el ancho. La banda de rodamiento estaba bastante gastada, así que ha hecho varios kilómetros en su vida. Hay algunos fabricantes de sedanes que utilizan esos neumáticos, pero al menos es un comienzo.

Zoe asintió, sacando una hoja de papel del fax. Le desconcertaba que en estos tiempos, el equipo del comisario todavía usara el fax, pero no le correspondía a ella decirles cómo trabajar en su oficina.

–Esto es del forense. Es una fotografía… ¿qué es esto?

Inclinó la cabeza, analizando la imagen. Una mancha de color verde sobre un fondo blanco. Había una regla estándar a un lado que indicaba que era menos de un centímetro de ancho como de largo. Aparte de eso, el forense no había enviado ninguna información.

–Déjame ver ―dijo Shelley extendiendo su mano e inclinó su cabeza de manera similar―. ¡Oh! Creo que es un trozo de pintura. Déjeme llamarlo y corroborarlo.

Zoe no escuchó la llamada de Shelley, filtró su voz en el fondo. Los trozos de pintura y los modelos de sedán eran buenas noticias para la investigación en general, pero había algo más. Algo que le molestaba en el fondo de su mente y que aún no había descubierto que era. Fuera lo que fuera, podría salvar la vida de otra mujer, porque el asesino no se había detenido o disminuido la velocidad, y su patrón exigía otro cuerpo esta noche.

–Es un trozo de pintura ―le confirmó Shelley, acercándose a ella―. El forense dice que estaba debajo de una de sus uñas. Es muy probable que sea del coche del asesino.

Zoe dejó de prestarle atención a los informes del caso y se levantó, dirigiéndose a su caballete.

–Entonces es un nuevo perfil ―dijo―. Estamos buscando un modelo antiguo de sedán verde con matrícula de otro estado, conducido por un hombre que encaja con la descripción física que ya hemos elaborado.

–Estamos reduciendo la búsqueda ―dijo Shelley con el rostro brillando de entusiasmo.

–Aún es una red bastante larga ―dijo Zoe pensativamente, golpeando el bolígrafo contra su labio inferior. ¿Qué es lo que no estaba viendo aquí?. ―Deberíamos poner una orden de búsqueda para esta descripción.

–Lo haré de inmediato ―dijo Shelley saltando de su asiento y casi corrió fuera la habitación, dirigiéndose a la oficina del comisario.

Su entusiasmo podría haber sido molesto o desagradable, excepto por el hecho de que estaba haciendo las cosas. Zoe tenía que admitir que estaba feliz de tener otro par de manos y ojos en esto. Había demasiadas partes operativas, demasiadas piezas del rompecabezas faltantes como para que pudiera hacer todo sola.

Sin embargo, todavía faltaban muchas pruebas físicas. Identificar el coche era una cosa, y no lo habían hecho exactamente. Probablemente aun habría cientos, si no miles, de vehículos que coincidían con la descripción que tenían. Revisar las bases de datos y rastrear cada uno de ellos no era una opción. Para cuando hubieran completado la lista, habría cuerpos apilados en cada estado a lo largo de todo el país.

Excepto que él no tenía como objetivo a todo el país, ¿verdad? Se estaba moviendo en una curva, una curva que sólo Zoe podía averiguar cómo rastrear. Los números no podían decepcionarla, no estando tan cerca de tener algún tipo de pista. Ella sólo tenía que seguir buscando.

Zoe miró las fotografías de la escena del crimen de cada una de las mujeres de ojos vidriosos y gargantas abiertas mirándola. Podía leer todo tipo de números en los marcos. Una falda de treinta centímetros apoyada en un atuendo que estaba a sólo dos centímetros del suelo. Un busto 90D, otro 105F, un 85B. Diecisiete dólares escondidos en el estuche de teléfono que aún estaban allí. Todo eso le decía algo sobre las víctimas, pero absolutamente nada sobre el asesino.

Su instinto le decía a Zoe que estaba en lo correcto en cuanto a la elección de sus víctimas. Lo que importaba era la ubicación y la oportunidad, no una persona determinada a su alcance. Necesitaba dejar de prestarle atención a las mujeres, por más difícil que esto pareciera cuando se podía ver un cuerpo empapado en sangre brillando bajo el flash de la cámara. Necesitaba concentrarse en el lugar más que en ellas. En la escena.

¿Qué es lo que no estaba viendo?

Zoe comenzó desde el principio, analizando las fotografías de la gasolinera. Desalentadoramente, pocas de las imágenes contenían algo más que el propio cuerpo. En el fondo, se podía ver el precio del gas reflejado en las ventanas, las tres variedades de periódicos locales en venta y podía contar los metros entre la víctima y la puerta principal. Pero no había nada, nada que le dijera quién era el asesino.

Algo la hizo recordar, y Zoe frunció el ceño, revolviendo las fotografías de nuevo. Sólo había una foto que contenía un único caramelo de color azul. Pero eso no estaba bien, ¿verdad? Había más caramelos, muchos más. Recordaba los colores esparcidos a su alrededor mientras caminaba por la escena.

Se levantó y caminó por el pasillo, hacia la pequeña habitación al final del pasillo donde el fotógrafo de la policía local había instalado su equipo. Estaba sentado frente a una computadora con una gran pantalla, el equipo más moderno de todo el lugar, y saltó cuando ella entró sin llamar a la puerta.

–¿Puedo ayudarla, señora? ―preguntó nervioso.

–Es sobre la escena del crimen en la gasolinera ―dijo Zoe, yendo al grano. No le gustaba que los demás retrasaran los asuntos con charlas, y dado que nadie parecía disfrutarlo tampoco, no estaba segura de por qué se insistía en ello. ―¿Tiene alguna fotografía de los caramelos que estaban esparcidos por el estacionamiento?

El fotógrafo se puso de pie, se dirigió a un archivador al otro lado de la habitación y sacó una carpeta de plástico delgada. Empezó a hojear las impresiones, cada una de ellas encerrada en una brillante bolsa de plástico para protegerla, hasta que encontró la que buscaba.

–Aquí tiene ―dijo―. Tomé una foto. Pensé que era algo extravagante, caramelos en una escena del crimen. Aunque no parecía tener ningún valor forense. El comisario dijo que probablemente se le habían caído a un niño.

 

Zoe tomó la carpeta de sus manos, estudiando la imagen de cerca.

–Gracias ―dijo, dándose la vuelta para volver al pasillo.

–No se supone que esas fotografías salgan de mi habitación ―dijo el fotógrafo, pero no continuó hablando cuando vio que ella lo ignoraba y seguía caminando.

No le importaba el protocolo del pueblo, aquí había algo. Ella podía sentirlo. Y si eso podía salvar la vida de alguien, entonces le importaba un bledo en qué habitación se suponía que se quedara la carpeta.

Era solo una fotografía. Esto subrayaba el hecho de que nadie más podía ver lo que ella podía ver. Porque esto podía definir todo. Ella podía sentirlo. Esto era algo que todos habían pasado por alto, pero era la clave de todo el caso.

Zoe se hundió de nuevo en su silla, sus ojos se posaron una y otra vez sobre la colección de caramelos en el suelo. Con esta fotografía, tomada directamente desde arriba y a cierta distancia, tal vez desde arriba de una escalera, realmente podía ver como se veía el patrón. Porque era un patrón, como todo lo demás.

La mayoría de las personas habrían mirado esto y solo habrían visto una dispersión aleatoria de caramelos. Como algo que se le ha caído a un niño, tal vez. No tenía sentido. Pero si había algo que Zoe había aprendido con el tiempo, era que las cosas nunca eran sin sentido. Los resistentes arbustos de Arizona crecían a cierta distancia en base a los nutrientes que podían encontrar. Las nubes se formaban en las corrientes de aire, siguiendo las líneas de presión y forzadas por la temperatura y la humedad. La gente se movía en los mismos patrones día tras día, vida tras vida, impulsada por supuestos sociales y genéticos preestablecidos.

Y los caramelos habían caído en los vértices casi perfectos de un poliedro convexo. Todo lo que había que hacer era conectar los puntos para ver las líneas rectas trazadas entre cada uno. Se podían ver claramente, si sabías lo qué estabas buscando.

Cualquiera habría descartado esto como basura al azar, algo que debía ser limpiado y desechado. Pero él no era cualquiera. Había limpiado todo lo demás, las huellas, cualquier rastro de su presencia. Pero había dejado esos trozos de caramelo caídos, evitándolos escrupulosamente, dejándolos donde habían caído.

Hubo un momento de duda en su mente, pero en realidad no dudaba si estaba en lo cierto. Sabía que debía tener razón. La duda provenía del miedo, el miedo a tener algo en común con un brutal asesino. Un asesino en serie, uno que trataba las vidas humanas como trozos de caramelo. Algo desechable, algo que utilizaba únicamente para la creación de un patrón.

Era el temor de que ella pudiera terminar igual. El diablo estaba en ella, su madre se lo había dicho.

Zoe sabía que ella no era una asesina malvada. Aunque tenía dificultades para conectarse con otras personas, seguía viéndolos como humanos. El miedo venía de fuera de ella misma, de las supersticiones de su madre y de la necesidad de ocultar quién era realmente.

Pero con o sin miedo, no podía negar lo que veía delante de ella. Todas las piezas encajaban a la perfección, formando una imagen completa, y aunque podrían ser reorganizadas, no le parecía que podían contar otra historia.

Ahora Zoe sabía quién era su asesino. Él era como ella. Veía las cosas de la forma en que ella las veía. Miró esos pedazos de caramelo dispersos y vio una señal divina de que estaba en el camino correcto. Él miró el patrón Rorschach de alas que dejó la herida del cuello de la víctima y eso fue lo que le animó a seguir adelante a pesar del error.

No estaba haciendo una curva aleatoria impulsada por la necesidad. Estaba formando un patrón.

Y ahora que lo conocía, podía atraparlo. Podía hacer que se detuviera.

La única interrogante era si ella podía hacerlo antes de que él se cobrara otra vida.

***

Zoe volvió en sí, dándose cuenta de que había estado mirando a la nada, pensando durante bastante tiempo. Estaba viendo todo desde una nueva perspectiva. Todo había cambiado. Él pensaba de la misma manera que ella, y Zoe sabía cómo pensaba mejor que nadie.

Shelley había regresado a la habitación para sentarse tranquilamente a mirar los informes, pero Zoe apenas notó que estaba allí. Estaba demasiado concentrada, y su mente daba vueltas.

Zoe agarró y reunió rápidamente cada uno de los expedientes de las víctimas en orden, tomando tanto las notas de la escena del crimen, los informes del forense de todos los cuerpos menos el último, como la fotografía que mejor mostraba la escena completa. Viéndolos a todos juntos así, estaba más claro que nunca que había una conexión. Las segundas bocas abiertas a través de las gargantas, todas del mismo ancho y profundidad con una precisión de un milímetro, con una presión aplicada con la misma intensidad cada vez.

Todo eso era trabajo del mismo par de manos. Manos que ahora deberían estar en el volante, llevándolo al destino donde se encontraría con su próxima víctima. Zoe miró el mapa en la pared, y siguió la curva. Vio los pueblos que estaban potencialmente en su camino. Se centró en un área en particular, la zona donde la curva probablemente continuaría, debía ser un pueblo rural, sólo habría unos pocos edificios, un punto de paso en la carretera.

Nadie iba a morir allí esta noche. No si ella podía hacer algo al respecto.

Un oficial llamó a la puerta de la sala de investigación, estaba dubitativo con una bolsa de papel marrón en la mano.

–Entra ―dijo Shelley, sonriéndole―. ¿Eso es el almuerzo?

–El comisario me pidió que les trajera algo ―dijo, haciendo otra pausa antes de entrar en la habitación, como si cruzara una línea prohibida. ―No sabía lo que les gustaba, así que les traje algunos sándwiches diferentes. Y algunos pasteles, también.

–Eres muy amable ―le respondió Shelley, amablemente quitándole la bolsa.

–¿Ya es la hora del almuerzo? ―preguntó Zoe, mirando el anticuado reloj en la pared. El tiempo se les escapaba. Podía contar con una mano el número de horas antes de que él intentara matar de nuevo. Ciertamente antes de la medianoche, habría otro cuerpo, a menos que ella lo encontrara primero.

Zoe le agradeció al oficial y tomó un sándwich al azar sin elegir en absoluto. Resultó ser queso y tomate a la parrilla, aunque solo había registrado era el grosor de un centímetro y medio del pan, el hecho de que dentro de las rebanadas había sólo dos tercios de un tomate, y la repartición desigual de la mantequilla en cada rodaja de pan. Fuera como fuera, para un cerebro que necesitaba combustible, era delicioso.

Los archivos frente a ella llamaron su atención, los números eran aún más claros ahora que antes. Echó un vistazo a sus alturas, sus edades, el salario que ganaban cada año, el año en que se graduaron de la escuela secundaria (o si no lo habían hecho), el número de personas que tenían a cargo, el largo de su cabello en centímetros. Nada de esto proporcionaba ningún tipo de vínculo o patrón.

Zoe estaba descartando muchas cosas, pero eso no era necesariamente algo malo. Era una señal de que estaba en el camino correcto. Descartar un vínculo entre las víctimas significaba que su instinto estaba en lo cierto y que lo importante era la ubicación. Ahora estaba más segura de eso que nunca. Los veinte minutos extra para estar segura valieron la pena y la evidencia estaba en la última víctima, la joven que habían identificado como Rubie.

¿Por qué el asesino estaría tan enfadado con la mujer que huyó de él como para patearla incluso después de que ya estaba muerta? No tenía sentido, pero eso era si no podías entender la forma en que él pensaba. Si lo mirabas desde la perspectiva de cualquier otra persona, podrías decir que sólo estaba frustrado, o era tonto, o tan macabro como para disfrutar pateando un cadáver. Ninguna de estas afirmaciones coincidía con las otras escenas del crimen.

Zoe se puso en su lugar. Si ella fuera la asesina, ¿por qué estaría tan enojada? ¿Qué la haría enojar a pesar de haber logrado su tarea?

A menos, claro, que no hubiera logrado hacer su tarea completamente.

Tenía que ser eso. Y así como así, Zoe lo supo.

La respuesta era simple. No era porque la víctima se había defendido, ya que todas podrían haberlo hecho aunque sin mucho éxito. No era porque había huido de él, o porque él temía que ella no hubiera muerto, porque de hecho había muerto cuando la encontró en el bosque.

No, era porque ella había arruinado su patrón. Ahora Zoe podía verlo tan claro como la brillante luz del sol que entraba por las ventanas del pasillo exterior, que proyectaban un cuadrado amarillo brillante en la pared lejana que encapsulaba su caballete y que hacía casi imposible leer el perfil escrito allí.

Zoe ya no necesitaba el perfil. Ella sabía lo que estaba buscando ahora.

Un hombre que vivía por los patrones, que vivía y moría por ellos. O mejor dicho, que mataba por ellos. El patrón era lo más importante para él. Lo que significaba que la curva del mapa no era sólo una curva, era un mensaje.

Un mensaje que Zoe estaba resuelta a descifrar.

El estruendo del sonido del teléfono en la pared la alejó de sus propios pensamientos. Shelley se levantó para contestar sin que se lo pidiera, la cual era otra razón por la que a Zoe le estaba empezando a agradar mucho.

–¿En serio?

Algo en el tono agudo de Shelley hizo que Zoe mirara hacia arriba y prestara atención.

–¿Cuándo fue eso? … ¿Y solo ahora acaba de aparecer la coincidencia en el sistema? Claro, sí. ¿Podría enviar todo por fax lo antes posible? Gracias.

Volvió a poner el teléfono en el soporte de pared, y se volvió hacia Zoe con los ojos bien abiertos.

–Hay otro. Hace cinco días, pero la policía local acaba de poner los datos en el sistema y vio la coincidencia con nuestros casos. Parece que podría haber sido su primer asesinato.

Zoe se levantó como un resorte de su asiento, dirigiéndose al mapa clavado en la pared.

–¿Dónde?

Sólo había una pregunta que importaba ahora. El quién era irrelevante. El cómo era obvio, era un asesinato por alambre de garrote, de lo contrario nunca habría aparecido la coincidencia. El por qué se estaba haciendo más claro a cada paso que daban.

Era el dónde lo que podía desbloquear todo.

Shelley corrió hacia el fax, sacando apresuradamente el primer papel que estaba arrojando. Escaneó la página apresuradamente, gritando el nombre de una ciudad tan pronto como la encontró.

Zoe escaneó el mapa, buscando algo a lo largo de la línea recta o incluso la suave curva que ahora sabía que era. ¿Dónde estaba este pueblo? Buscó nombres una y otra vez, sin verlo, preguntándose dónde podría estar.

Se apartó, haciendo un gesto para coger el trozo de papel, lo tomó de las manos de Shelley y lo examinó ella misma. El nombre del lugar era correcto. Entonces, ¿por qué no estaba donde se suponía que estaría?

Zoe miró hacia arriba, y por casualidad sus ojos recorrieron otra parte del mapa mientras se orientaba, y el nombre saltó hacia ella. Allí. Pero no estaba en absoluto donde ella esperaba que estuviera. Estaba muy lejos hacia un lado, mucho más arriba que el último alfiler. Zoe colocó el nuevo alfiler y luego dio un paso atrás, asimilando todo.

Y en este momento se sentía muy estúpida, ahora que tenía todas las pistas en su poder.

Lo que al principio había confundido con una línea recta con torpes desviaciones, y luego con una curva, no era en realidad ninguna de esas cosas. La curva era demasiado pronunciada para ser descrita con precisión como una curva. En cambio, era una forma, una forma que aún no había sido completada.

Pero era demasiado pronunciada para ser un círculo. Si los puntos de datos formaran un bucle cerrado, tendría una forma extraña y deformada. El patrón le importaba demasiado al asesino para que cometiera ese tipo de error. No, no era un círculo.

Era una espiral, o iba a serlo, una vez que la terminara.

Un poco aplastada, un poco forzado, pero era una espiral.

¿Cómo podía haber pasado esto por alto durante tanto tiempo? Rubie no habría muerto si Zoe hubiera descubierto que el próximo punto sería en algún lugar de esa carretera. Podrían haber puesto coches, perros y helicópteros. Podrían haberlo atrapado, incluso si su espiral estaba un poco desviada de una forma completamente precisa con sus estimaciones.

¿Pero encajaba eso con lo que ella estaba pensando? Si él se estaba centrado en el patrón, ¿realmente permitiría que fuera tan imperfecto? Eso no le parecía correcto a Zoe.

Las víctimas no importaban, y nunca lo habían hecho. Su asesino sólo escogía a alguien en el lugar y momento adecuados para sus propósitos y los convertía en un alfiler en un mapa. Si las víctimas no importaban, y el asesino estaba tan enojado con su última víctima por huir, entonces…

 

Zoe sacó el alfiler del bosque, donde se había encontrado el cuerpo, y lo llevó a la entrada del camino de acceso. El punto donde realmente había atacado.

–Shelley, ¿la víctima fue encontrada muerta en el lugar donde ocurrió el ataque? ―preguntó con un tono de urgencia en su voz.

Shelley hojeó las otras páginas que el fax seguía escupiendo, frunciendo el ceño.

–Espera, déjame ver… Hum… No, no lo parece. El hombre fue encontrado fuera de una granja. Espera, ¿un hombre? Eso rompe el patrón.

–No, no es así ―dijo Zoe impaciente―. Vamos. ¿Dónde fue atacado?

–En los terrenos de la granja ―dijo Shelley y se adelantó para poner su dedo sobre el mapa―. Aquí. Parece que corrió.

Zoe movió el alfiler rojo, sólo un pequeño grado. Pero cuando lo hizo, la espiral estaba más ordenada, más compuesta, más alineada con lo que ella podría haber esperado. Resultó que lo habían estado mirando mal desde el principio. No eran los sitios donde se encontraban los cuerpos lo que importaba. Era el lugar donde se producían los ataques, los lugares específicos y precisos donde el asesino quería que estuvieran.

El teléfono sonó de nuevo, en algún lugar distante al alcance de la atención de Zoe. Ella lo ignoró, dejando que Shelley se encargara de ello. Eso no era importante ahora mismo. Lo que era importante era el patrón.

Él no había esperado a que la empleada de la gasolinera doblara la esquina porque quería distraerla, ni darle falsas esperanzas, ni porque todo fuera un juego. Lo había hecho porque ella tenía que estar allí, de lo contrario su espiral no funcionaría.

De hecho, mirándola ahora, Zoe la llamaría una espiral perfecta. Nada era un error, y no había ninguna desviación. Era una espiral perfecta del tipo que se veía en todas partes en la naturaleza, era una espiral de Fibonacci, el espacio disminuía en proporciones precisas hasta llegar a un punto final.

Eso significaba dos cosas. La primera era alentadora: era que iba a haber un final para los asesinatos.

La segunda era menos alentadora.

Era que habría tres asesinatos más antes de que la espiral se completara.