Za darmo

La cara de la muerte

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CAPÍTULO TRECE

Zoe estaba encorvada en una de las sillas de la oficina del comisario, toda su atención se encontraba en la pantalla de su computador. Él había girado la pantalla sobre su propio eje para que ella pudiera ver el video mientras que en la habitación de al lado, Shelley estaba con Jimmy Sikes.

–Probablemente no es a lo que están acostumbradas ―dijo el comisario, era una tosca disculpa y una defensa a su comisaría. ―No tenemos el mismo presupuesto que ustedes tienen en el FBI. No hay espejos polarizados ni equipos modernos de tecnología aquí. No tenemos el espacio.

–Está bien ―le dijo Zoe, asintiendo con la cabeza hacia la pantalla―. Puedo ver todo aquí.

–¿Está segura de que ella estará bien ahí dentro sola? Quiero decir, me di cuenta de que tú eres la agente principal…

–La agente especial Rose lo manejará muy bien ―dijo Zoe, sonriendo. No sonrió por su reconocimiento o estímulo, sino simplemente porque encontró su duda divertida. ―Ella tiene una reputación de ser buena interrogadora. Sólo mire.

El hombre se acomodó en su propia silla de escritorio, el cuero gastado crujió bajo su peso mientras ambos miraban en silencio.

Shelley ya estaba en la pantalla, sentada frente a Jimmy Sikes, cuyas esposas pasaban a través de una barra en la mesa para mantenerlo en su lugar. Él la había estado observando, masticando una de sus ásperas y sucias uñas, durante unos cinco minutos mientras ella leía sus archivos sin decir una palabra. Ella tranquilamente hojeó página tras página, sin siquiera mirar hacia arriba para prestarle atención.

Zoe se preocupó, no por Shelley, sino por Sikes. Él pesaba más de lo que ella quería. Según ella, las escenas del crimen indicaban un hombre más liviano. Sikes había aumentado de peso desde la última actualización de sus datos. No sólo eso, sino que la forma en que se mordía las uñas de alguna manera estaba mal. Estaba en desacuerdo con la cuidadosa meticulosidad de las huellas que el asesino nunca dejaba.

Sikes se estaba poniendo cada vez más inquieto, moviendo su peso de un lado a otro, escupiendo una uña masticada en el suelo. La técnica de Shelley funcionaba, lo atraparía con la guardia baja. Él habría esperado un viejo policía canoso gritándole, tratando de intimidarlo. El silencio no era a lo que estaba acostumbrado, ni tampoco a la sonrisa tranquila que Shelley le mostraba de vez en cuando mientras seguía leyendo.

Shelley terminó de revisar sus archivos y lo miró, estableciéndose en una postura más cómoda y abierta.

–Sr. Sikes ―dijo cálidamente―. Jimmy, si me permite.

Él la miró fijamente como un perro acorralado, sin decir nada.

–Tienes un buen historial, ¿no? ―le dijo con una sonrisa, como si le animara a presumir de sus hazañas en lugar de juzgarle.

–Ya cumplí mi condena.

–¿Y cuál era, Jimmy?

–Dije que cumplí mi condena. Ya salí. No pueden castigarme por eso nunca más.

–Bueno, en realidad podemos, Jimmy. Porque fuiste puesto en libertad condicional, ¿no? ―dijo Shelley mientras que actuaba como si estuviera consultando sus registros, aunque Zoe sabía que ya se los había memorizado. ―Por asalto agravado, dice aquí. Un crimen violento.

Jimmy no dijo nada en el silencio que ella dejó, él sólo se volvió para escupir otra de sus uñas en el suelo. La uña golpeó el suelo con un ruido sordo que sólo era audible para Zoe. Era el sonido de la verdad. Su asesino nunca haría eso. Nunca dejaría pruebas de ADN.

–Y como estabas en libertad condicional, Jimmy, se suponía que no debías dejar el estado. ¿No es así? Y aun así tenemos registros que muestran que tú y tu auto se movieron desde la casa de tu hermana Miranda, a través de Missouri y hasta Kansas. Es un gran viaje, ¿no?

Jimmy se movió inquieto, sus ojos se chocaron con la superficie de la mesa entre ellos. Estaba pensando en algo, su mirada era distante y desenfocada. Zoe sacudió la cabeza con fuerza. Todo esto estaba mal. Su asesino era inteligente, tranquilo, cuidadoso. Habría hablado, tendría algún tipo de coartada ya preparada. Nunca habría permitido que Shelley lo acusara así.

–También fallaste en reportarse con tu oficial de libertad condicional, y en definitiva, eso significa que estás buscando volver a la cárcel por incumplimiento. Es una lástima. Me gustaría verte rehabilitado, en lugar de que tuvieras que pasar más tiempo tras las rejas ―dijo Shelley completando su espectáculo comprobando todos los detalles del expediente, luego lo cerró y lo dejó a un lado. ―Por supuesto, yo podría ser capaz de ayudarte con eso. Porque no es por eso que te hemos arrestado, ¿verdad?

Jimmy levantó su cabeza con sus ojos entrecerrados.

–¿No es por eso? ―dijo él.

Shelley le sonrió como si fueran mejores amigos y le dijo: ―No, Jimmy. Te arrestamos por los asesinatos que cometiste esta semana.

Jimmy Sikes casi se cae de su silla.

–¿Qué? ¡Yo nunca he hecho algo así! ―dijo.

Shelley negó con la cabeza.

–Vamos. No me mientas, Jimmy. No a mí. Soy tu mejor oportunidad de conseguir un buen trato con el juez, ¿sabes? Puedo ayudarte a mejorar un poco las cosas, pero sólo si me dices la verdad.

–¡No he matado a nadie! ―gritó Jimmy, moviendo la cabeza salvajemente―. No sé en qué creen que me he metido, pero me he estado divirtiendo. Eso es todo. No he asesinado a nadie.

Y Zoe le creía completamente. Todo esto era una pérdida de tiempo. Jimmy Sikes no era su hombre, y nunca lo había sido. Eso se podía ver en su falta de inteligencia, sus elecciones de palabras, sus acciones. Incluso el peso de su cuerpo.

Ella esperó. Shelley aclararía esto. Después de todo, necesitaban seguir las reglas. Si no lo hacían, la gente se preguntaría por qué Zoe no había seguido todas las pistas disponibles.

Shelley se cruzó de brazos sobre la mesa, conservando su sonrisa.

–Bueno, Jimmy, ¿por qué no me cuentas sobre los últimos días, entonces? En tus propias palabras. Así podremos resolver este tonto malentendido.

Jimmy dio una gran bocanada de aire, y luego sacudió la cabeza con la misma fuerza otra vez.

–Sé lo que están haciendo ustedes los policías. No pueden hacerlo. No. No te diré nada. Me vas a culpar de esto, me harás quedar como un estúpido. Conozco a los policías.

Shelley suspiró, apoyando la cabeza en una mano.

–No soy policía, Jimmy. Soy del FBI. Y todo esto está siendo grabado. No estoy tratando de engañarte. Lo prometo.

–Ya he estado aquí antes ―dijo Jimmy sacudiendo la cabeza―. No. No. Yo ya sé cómo es esto. Vas a tratar de culparme como la psicópata de mi ex y su amigo el policía. No voy a hablar contigo.

Shelley lo miró tranquilamente, dejando que se tranquilizara.

–Si no tienes nada que ocultar, puedes decírmelo, Jimmy. Si tienes coartadas, podemos ir a comprobarlas. Ver si apareces en las cámaras. Siempre hay cámaras. Incluso aquí.

Jimmy miró hacia arriba, buscando frenéticamente en el área que Shelley había señalado, hasta que sus ojos se fijaron en la lente. Miró fijamente a la lente. Zoe tembló un poco, sintiendo que sus miradas se encontraban aunque, por supuesto, él no podía verla de la forma en que ella podía verlo.

–Así que, ya ves, Jimmy, nadie puede hacer como si dijeras algo que no has dicho. Todo está siendo grabado. Y si tratara de engañarte, perdería mi trabajo.

Jimmy miró a Shelley, sudando y dijo: ―¿No vas a incriminarme de nada?

–Dime lo que ha sucedido, y te diré si puedes irte ―dijo Shelley, remarcando las últimas palabras para asegurarse de que él había entendido. ―Es la única manera de que salgas de aquí. Y créeme, no quiero a un hombre inocente aquí más que tú.

Jimmy se apoyó en su asiento, su cadena tintineo y lo contuvo cuando intentó tirar sus brazos demasiado lejos. Respiró profundamente y luego miró a Shelley.

–Estaba en el casino de Potawatomi. Tuve un racha y gane todo, ¿sabes? Me senté frente a un chico que no entendía mucho y gané todo lo que trajo consigo, y a su amigo otro poco.

–¿Y cuándo fue esto?

–Supongo que hace como… cuatro. ¿Hace cinco días? Tal vez cuatro. No lo sé exactamente.

–¿Fuiste al casino desde la casa de Manda?

–Sí.

Shelley revisó las notas que había escrito de su llamada con Manda.

–Eso fue hace seis días, Jimmy.

–Bueno, mierda ―dijo, y se rio.

–Así que, lograste una gran victoria, ¿verdad? ¿Mucho dinero? ―dijo Shelley moviendo su peso hacia adelante, dándole toda su atención.

–Más de lo que nunca tuve en mi vida―asintió Jimmy―. Así que fui al bar, y entonces pensé, no, no debería quedarme por aquí. El chico y sus amigos de seguridad, tal vez tienen algo en contra de un exconvicto que gana a lo grande.

–¿Así que a dónde fuiste?

–Subí a mi coche y conduje hasta el siguiente bar. Justo al lado de la autopista. Me quedé allí hasta la hora de cerrar, luego dormí unas horas en el asiento trasero y conduje hasta el siguiente bar.

Shelley había estado mirando sus notas, revisándolas, alineando sus avistamientos con su historia, pero cuando él dijo esto se detuvo y las dejó.

–¿Me estás diciendo, Jimmy, que has estado bebiendo durante los últimos cinco días seguidos?

Jimmy se encogió de hombros.

–También he pasado por un par de casinos. Me volví supersticioso. Cada vez que tenía una buena victoria, iba al siguiente.

Shelley hizo clic en la parte superior de su bolígrafo, sacando la punta.

–Voy a necesitar que me des los nombres y las localizaciones de estos casinos y bares, Jimmy. Lo estás haciendo muy bien. Te sacaremos de aquí enseguida.

Zoe ya estaba introduciendo el nombre del primer bar en su teléfono, lo que llevó a una búsqueda de la ubicación y el número de teléfono. Salió de la habitación y comenzó a marcar, mirando desde una ventana en la puerta cerrada mientras Shelley terminaba de tomar notas y se levantaba para salir de la habitación.

 

–¿Hola? Sí, me gustaría hablar con su gerente. Soy la agente especial Zoe Prime del FBI ―dijo al teléfono, llamando la atención de Shelley cuando salió en el pasillo―. Le llamo para pedirle que nos envíen las grabaciones de vigilancia de hace unas noches para ayudarnos en una investigación.

Entre Shelley, Zoe, el comisario y su equipo, rastrearon todos los lugares en los que Jimmy dijo que había estado. Aunque sus tiempos estaban un poco equivocados sin duda distorsionados por el alcohol y la forma en que el tiempo parecía moverse de manera diferente dentro de los casinos, varias horas de búsqueda a través de imágenes de correo electrónico lentamente verificaban sus coartadas.

Era visible en las grabaciones de las cámaras de seguridad durante los tiempos estimados de todos los asesinatos.

Cada uno de ellos.

Shelley golpeó su libreta contra el escritorio en señal de frustración.

–Tenemos que dejarlo ir. No es el tipo ―dijo ella.

–Aun así lo entregaremos por la violación de la libertad condicional ―le recordó el comisario―. Iré a hacer algunas llamadas. Querrán transferirlo de vuelta a su condado de origen.

Dejó a Shelley y a Zoe solas en su sala de investigación, y el resto de la gente se había ido después de comprobar las grabaciones que les habían asignado. Eran las únicas que quedaban, mirando hacia abajo, era la misma posición en la que habían estado antes de localizar a Jimmy Sikes.

–Lo atraparemos ―dijo Shelley, cansadamente―. Lo atraparemos. Esto es sólo un pequeño contratiempo.

Zoe asintió.

–Sé que lo haremos. Quería que fuera antes de que se llevara otra víctima. Hemos perdido horas preciosas con Sikes.

–¿Cómo supiste dónde iba a estar?

Zoe levantó la cabeza ante la pregunta abrupta, agachando los ojos inmediatamente cuando vio que Shelley la observaba de cerca.

–¿Qué quieres decir?

–Tú y yo teníamos los mismos datos ―dijo Shelley―. Sabías tanto como yo. Pero te las arreglaste para rastrearlo hasta el casino, aunque no había forma de que supieras que él definitivamente estaría allí. Entonces, cuando trató de huir, sabías a dónde iría. Me dirigiste a la posición exacta donde podía detenerlo.

Zoe no dijo nada. Técnicamente, no le había hecho una pregunta. Podía seguir mirando los expedientes delante de ella en silencio, sus ojos vagando sobre las palabras y las imágenes sin ver nada.

–¿Cómo lo supiste? ―repitió Shelley.

Zoe sintió algo en su garganta, un nudo que amenazaba con tragarse las palabras fáciles y ensayadas. Tal vez podría admitirlo. Tal vez Shelley lo entendería. Ella había sido bastante comprensiva hasta ahora, también era amable y simpática. Tal vez esta era la persona en la que Zoe podía confiar.

Pero el número de personas en el mundo que conocían su sinestesia, sobre los números y patrones que aparecían frente a sus ojos dondequiera que mirara, podían ser contados sin necesidad de usar todos los dedos de una mano. Y un secreto como la habilidad desde la infancia, y el diagnóstico que recibió cuando era una joven adulta, y que había sido capaz de guardar tan bien, no podía ser revelado tan fácilmente.

–Fue sólo una combinación de suerte y experiencia ―dijo Zoe, pasando la página, aún sin leer una palabra. ―Una vez que hayas estado en el trabajo por tanto tiempo como yo, serás capaz de detectar las cosas un poco más fácil. Luego haces tu mejor suposición, y esperas que sea correcta.

Había quedado algo en el aire, algo que se sentía tan pesado sobre el cuello de Zoe que ella estaba segura de que debía tener una manifestación física visible. Pensaba que Shelley la estaba mirando, viendo esto y sabiendo que no estaba diciendo toda la verdad.

–¿Sólo suerte? ¿Así es como supiste que se escabulliría a un lado, en lugar de mantenerse en curso hacia donde los otros estaban esperando?

Había una gran incredulidad en la voz de Shelley, una severidad e inflexibilidad que Zoe había escuchado muchas veces antes. Era la voz de su madre, la voz de su maestra, las voces de los pocos amigos que había tenido antes de que inevitablemente pensaran que era rara y dejaran de llamarla. Era la voz de todos, eventualmente, cuando empezaban a creer que ella era un fenómeno.

«Tienes el diablo dentro de ti, niña».

Los recuerdos pasaron, Zoe estaba erizada, el sudor le salía por los poros. Shelley no le creyó. ¿Era este el momento en que tenía que confesar? Si continuaba fingiendo, ¿sería peor? Shelley podría continuar, encontrar una nueva compañera, y eso sería bastante malo. Zoe se estaba acostumbrando a ella. O incluso podía reportárselo a sus superiores.

¿Era el momento de decírselo?

El teléfono fijo sonó, sorprendiéndolas a ambas y abruptamente cortando la tensión como un cuchillo afilado. Shelley se apresuró a contestar, dejando caer sus papeles en el escritorio y girando su silla hacia el teléfono.

–¿Hola? ¿Sí?

Zoe sabía, sólo por la expresión de Shelley, que no eran buenas noticias.

Colgó, su cara se puso pálida.

–Hay otro cuerpo ―dijo―. El comisario nos llevará allí. No está lejos. Enviará un equipo con nosotras.

Zoe sintió que su estómago se le hacía un nudo. Después de todo, no se habían salido con la suya al no saber nada de él anoche. Aunque ella lo estaba esperando, de todas maneras la golpeó como una tonelada de ladrillos. Otra persona había perdido la vida porque Zoe no había sido lo suficientemente rápida para salvarla.

–Perdimos mucho tiempo con Sikes ―dijo Shelley, su tono era vacío. Se veía conmocionada, como si fuera a quedarse allí por mucho tiempo sin moverse.

No podían permitirse eso ahora. Necesitaban moverse. Necesitaban encontrar las pistas, evitar que esto ocurriera de nuevo. Zoe cogió su libreta de notas, su taza de café de poliestireno y su bolso, y se dirigió a la puerta.

–¿Algún detalle?

–Sólo la ubicación por ahora ―dijo Shelley, sacudiendo la cabeza, parecía estar saliendo de su aturdimiento. Luego movió la cabeza hacia un lado bruscamente, cambiando su tono. ―Espera un segundo.

Shelley se acercó al mapa en la pared, agarrando un alfiler rojo y buscando los nombres de lugares por un momento antes de empujar el alfiler en su lugar.

–¿Ahí? ―preguntó Zoe, sintiendo que la confusión la embargaba. ―¿Estás segura?

–Eso es lo que dijo el comisario ―le confirmó Shelley.

Zoe echó otro vistazo al mapa, luego dio la vuelta para irse, corriendo hacia el estacionamiento. Esto estuvo mal, todo mal. No estaba lejos de su ubicación, pero aun así estaba lejos de donde ella había predicho. ¿Cómo se las había arreglado para estropearlo?

La línea recta ya no estaba intacta, este alfiler se inclinaba hacia la izquierda y debajo de la última clavija, donde la anterior había estado más a la derecha y debajo del asesinato original.

No era una línea recta.

¿Era posible que fuera una curva?

CAPÍTULO CATORCE

Zoe dejó que Shelley se sentara en el asiento del conductor, mientras se sentaba a su lado, pensando en números y figuras y curvas. ¿Podría ser realmente cierto? ¿Podría haber estado leyendo mal las señales todo este tiempo?

El auto entró por caminos secundarios y por senderos de tierra, tomando la ruta más corta siguiendo las indicaciones del comisario. Él iba dirigiendo el camino en una maltrecha patrulla policial que había tenido tiempos mejores, y él no se empeñaba en cuidar la suspensión o los neumáticos. Como el de ellas era un coche de alquiler, no podía soportar las mismas condiciones penosas.

Zoe observó el paisaje a través de las ventanas, sujetando su cinturón de seguridad sobre su pecho. Siempre se mareaba un poco en el asiento de acompañante. Sujetar el cinturón lejos de su cuello le ayudaba.

Entraron en una autopista. La bordeaba un gran espacio de tierra y rocas, con árboles creciendo un poco más lejos. Era evidente que el paso del hombre y la maquinaria había despejado el espacio. Ningún árbol crecía en línea recta, ni siquiera en la naturaleza. Los patrones de la naturaleza eran círculos, espirales. ¿Podría ser que su asesino se estuviera inspirando en eso?

La presencia de dos coches de policía de la comisaría indicaba que habían llegado a su destino antes de que el comisario se detenía su propio vehículo junto a ellos. Shelley suspiró aliviada, aflojando el agarre del volante.

–Recuérdame que nunca me suba a un coche con ese hombre ―dijo ella, sacudiendo la cabeza mientras se detenía suavemente al costado de la carretera, lejos del tráfico.

Zoe salió rápidamente del coche, ansiosa por llegar al cuerpo. Quería ver cómo había dejado éste. Era su primera oportunidad de encontrar el cuerpo real aún en posición, antes de que la escena del crimen fuera registrada y la víctima llevada a la mesa del forense. Seguro que podía encontrar más pistas aquí. Cosas que los investigadores no habrían visto. Cosas que sólo Zoe podría percibir.

Un par de hombres blancos de mediana edad se apoyaban en el capó de uno de los coches de policía, ambos estaban vestidos con equipos de caza camuflados. El comisario se dirigió hacia ellos, y Zoe le siguió, mirando hacia atrás para comprobar que Shelley la acompañaba.

–Comisario, estos son los dos cazadores que encontraron el cuerpo ―dijo el joven policía―. Están un poco conmocionados, pero no vieron mucho.

–¿No vieron a nadie más en el bosque? ―preguntó Zoe bruscamente, cortando la respuesta murmurada del comisario.

Los cazadores la miraron con los ojos abiertos, mirando al comisario con confusión. Con un movimiento impaciente, Zoe sacó su placa del bolsillo y se las mostró, permitiéndoles ver que ella era del FBI.

–No oímos ni vimos nada ―dijo uno de los hombres―. Estábamos instalados en el bosque desde la madrugada, sentados y esperando en silencio. Estábamos escuchando a los animales. Habríamos escuchado si algo pasaba cerca.

–¿Cómo descubrieron el cuerpo? ―preguntó Zoe.

–Estábamos juntando nuestras cosas para irnos a casa ―explicó el otro, con una sonrisa de pena―. No cazamos nada. Los pájaros no paraban de gritar. Creímos que se habían dado cuenta de que estábamos allí y no iban a dejar que nada se nos acercara sin avisar. Normalmente se callan, pero no esta vez. Así que, después de unas horas, pensamos que era mejor irnos.

–Fue entonces cuando vimos al zorro ―agregó el otro―. Estaba con la nariz pegada al suelo, siguiendo un rastro. Se asustó cuando nos vio y corrió hacia el otro lado, pero el sol había salido y pudimos ver lo que estaba olfateando.

–Sangre ―aclaró el primer cazador―. Esparcida por el suelo. Un rastro. Grandes chorros. Al principio pensamos que debía ser un animal herido. Pero cuando lo seguimos, no muy lejos, encontramos…

Los dos hombres se callaron, mirándose los pies, sin duda reviviendo lo que habían visto.

–Gracias por su ayuda, caballeros ―dijo Shelley en voz baja, mientras Zoe se alejaba de ellos y se adentraba en los árboles. No tenían nada más que decirle.

No tuvo que ir muy lejos. Ya había una serie de banderas y números colocados, marcando un camino en el suelo hacia los árboles. Mirando hacia atrás, pudo seguirlas las marcas hasta un camino de acceso que el comisario había evitado tomar, era un punto lo suficientemente alejado de la carretera como para no atraer demasiada atención.

Zoe se detuvo, y se dirigió hacia donde comenzaban las marcas. Tenía la sensación de que el camino de acceso era donde todo había comenzado, y quería hacer esto cronológicamente. Descubrir los números de una manera que tuviera sentido.

Junto al camino de acceso había un gran chorro de sangre, un chorro que debe haber venido del ataque inicial. Podría haber sido una oleada de adrenalina que hizo que su corazón latiera más rápido y la sangre saliera disparada, o quizás era a causa del movimiento de que la mujer había empujado a su asesino. Este no era como los otros asesinatos. No se parecía en nada al resto. Zoe incluso tenía sus dudas de que este pudiera haber sido cometido por el hombre al que estaban buscando.

Mirando hacia adelante, notó las banderas, cada una de ellas colocada sobre una salpicadura de sangre. Eran muchas. Había sido una herida profunda. El espacio entre ellas, de varios centímetros cada vez, le indicaba un movimiento a gran velocidad. La regularidad de las distancias entre las banderas, era como el latido de un corazón.

Dejar un rastro tan obvio, junto a las huellas de neumáticos que podrían ser analizadas, no correspondía para nada con su sospechoso. No sólo eso, sino que la víctima no había muerto donde la había encontrado. Eso ya era inusual. Su sospechoso elegía a sus víctimas cuidadosamente, y no había posibilidad de que huyeran o fueran descubiertas. Si las dejaba a la intemperie, era con la confianza de que él se iría mucho antes de que nadie tuviera idea de su presencia.

 

No, Zoe no podía ver su marca aquí. Ella siguió los rastros de sangre, a veces eran simples gotas, otras eran charcos más grandes. Los cálculos que aparecían frente a sus ojos le mostraban un corazón que latía rápido en pánico, un recorrido sin salida, un tropiezo aquí y allá. Las manos que sujetaban la herida ajustaron su agarre después de algunos pasos, disminuyendo el rango de flujo de sangre a ambos lados, pero sin detenerlo por completo. Ocasionalmente se rociaban más gotas, creando un patrón de salpicaduras que era totalmente único.

Aunque el terreno aquí era demasiado seco y sólido para dejar huellas claras, pudo determinar los pasos a partir de las oleadas y charcos de sangre. Caía más abundante cuando los pies de la mujer se apoyaban, sacudidos por el impacto. La garganta de la mujer había sido cortada, la sangre caía desde lo alto, dejando que se acumulara para crear un patrón más amplio que el que tendría con una herida más baja. La cantidad indicaba un derrame arterial, no una simple herida superficial. No era de extrañar que estuviera muerta. Ya había perdido mucha sangre sin siquiera haber llegado al bosque.

La sangre le estaba diciendo cosas, casi demasiadas para lograr asimilarlas en el instante. La distancia, la mujer se inclinaba hacia adelante mientras corría, su cuerpo se inclinaba, su cuello no estaba tan lejos del suelo como lo estaría si estuviera derecha. El intervalo, la velocidad era muy rápida, la carrera de alguien que temía por su vida. Dos milímetros, tres centímetros, cinco centímetros. Todos esos espacios contaban una historia de desesperación. Y la pérdida de sangre también construía una imagen, gota a gota, Zoe hacía la suma en su mente a medida que avanzaba. Había perdido casi un litro de sangre antes de entrar en el bosque.

Bajo los árboles, las señales eran más claras, aunque distorsionadas a su manera por los efectos de la naturaleza. El paisaje se convirtió en 3D, las manchas de sangre cayeron sobre los troncos de los árboles y raíces expuestas, rocas y hojas de bajo crecimiento. Eso no cambiaba los números. Aun así le contaban todo. Los ajustó frente a un montículo de tierra de cinco centímetros, calculó la distancia desde el suelo hasta el cuello de la mujer. Sabía que la víctima no estaba ni cerca de estar en posición vertical. Su cuerpo se derrumbaba hacia abajo a medida que avanzaba. Un litro y medio.

Zoe pudo percibir cómo la mujer había tropezado y caído pero se había levantado para seguir corriendo, pudo ver cómo casi se arrastraba hasta donde pudo. El patrón de la sangre era diferente aquí, caía desde de una herida que estaba sólo a treinta centímetros o menos del suelo, ya era menos como una salpicadura y más como un flujo. No había más marcas de salpicaduras. Dos litros, luego dos litros y medio.

Entonces llegó a donde finalmente ella se había caído, y Zoe estaba mirando los obscenos ojos abiertos de una chica muerta, su cuello abierto como una segunda sonrisa, sus manos apretados en un agarre mortal del dobladillo de su camiseta rota.

Zoe se puso en cuclillas, ignorando al oficial que estaba junto al cuerpo e incluso la presencia de Shelley que se acercaba por detrás de ella. Ella tenía que leer estas señales, averiguar lo que significaban, ver lo que todos los demás no podían ver. ¿Esto era obra de él o no?

La chica estaba acostada de espaldas, pero los patrones de sangre a su lado contaban otra historia. Ella se había movido, o la habían movido, todo un cuerpo de distancia. Al principio estaba boca abajo, con ambas manos agarrando su la garganta. La sangre había brotado de ambos lados de su cuello, donde la herida no podía cerrarse, formando dos charcos que debían extenderse debajo de ella como macabras alas. Sólo por el ancho de los charcos, combinado con lo que ya había visto, Zoe sabía que todo esto sumaba más sangre de la que alguien podía darse el lujo de perder y seguir viviendo. Un litro entero en los charcos. Había muerto a causa del desangramiento.

Alas… Zoe se acercó, abriendo los ojos lentamente al darse cuenta de lo que estaba mirando. La asociación simbólica de los charcos de sangre era la de una mancha de Rorschach, un patrón en algo que no era realmente un patrón. Eran casi perfectamente simétricos, como una de esas famosas láminas. Esto significaba algo. Ella sabía que sí, lo sentía en lo profundo de su ser. Esto significaba algo para él.

¿De dónde venía esa certeza? No había patrones en las escenas del crimen hasta ahora, ¿no? Zoe apartó ese pensamiento por el momento, centrándose en el cuerpo que tenía delante. Primero tenía que determinar si este era realmente su asesino.

El patrón de sangre, el corte fino en la garganta que pudo haber sido hecho con un alambre de garrote afilado, la elección de la víctima y el lugar, el momento. Después de todo, era él. Pero algo había salido mal. Ella se había escapado de él y se las había arreglado para correr, aunque no muy lejos. Casi había escapado. Normalmente él tenía más control.

Zoe pensó en los pocos pasos que él había dejado en la escena del crimen de Linda, cómo la mujer había estado tan cerca de salvarse cuando él le había puesto el alambre alrededor de la garganta y la había matado. Normalmente era un asesino muy controlado. Esto era una ruptura en su patrón, y no estaba planeado. La chica había luchado con él. Zoe miró el rostro de la chica que ya se estaba poniendo gris sintiendo una rara ráfaga de compasión, pensando en lo duro que debe haberse aferrado a la vida para llegar tan lejos.

El color le decía algo más: el tiempo que había transcurrido. Él la había atacado dentro de su marco de tiempo normal. Mientras Zoe había estado… ¿haciendo qué? ¿Derramando confesiones sobre su difícil infancia y sintiendo lástima por ella misma? ¿Desperdiciando esas preciosas horas que podrían haberle salvado la vida a esta mujer?

El forense se acercó y Zoe se hizo a un lado, permitiéndole comenzar la evaluación inicial. Aquí no llegaban los equipos de investigación de la escena del crimen de traje blanco del centro de la ciudad. Sólo llegaba el forense y su maletín, y tenían suerte de tenerlo. Zoe no precisaba esperar a que él terminara, sabía exactamente lo que le diría.

–¿En qué estás pensando? ―preguntó Shelley, mientras Zoe se acercaba. Había estado esperando a una distancia prudencial del cuerpo, desde donde no llegaba a mirarlo ni olerlo.

–¿Lo pudiste ver bien? ―le respondió Zoe con otra pregunta. Empezaba a preocuparse de que Shelley fuera demasiado delicada, y que no tuviera el estómago para soportar una escena del crimen. Además, no quería explicarle con detalles lo que había visto. El forense podría hacer eso, y podría evitarle a Zoe exponerse a contar cómo lo había visto.

–Brevemente ―asintió Shelley―. Parece que le cortaron la garganta allí, en el camino de acceso, pero escapó y corrió. Se desangró aquí. Eso supongo, al menos. No pude ver ninguna otra herida.

–Ni yo. Esta vez todo le salió mal a él. Ella casi escapó, y aunque parece que hay algunas marcas que fueron limpiadas cerca del cuerpo, no completó su habitual limpieza total. Me imagino que los forenses serán capaces de obtener más pistas aquí que en otra escena.

–Las huellas de los neumáticos y huellas, tal vez.

Zoe asintió.

–No es suficiente para identificar su coche o su identidad todavía. Pero es un paso para reducirlo, evidencia para presentar cuando lo atrapemos. Parece que se está volviendo más desesperado.

El forense se acercó, enrollando un par de guantes clínicos y metiéndolos de nuevo en su bolsillo.

–He completado la investigación inicial ―dijo él―. Preliminar, por supuesto, hasta que tenga la oportunidad de llevarla a la oficina y echar un mejor vistazo. Allí podré realizar las pruebas necesarias y comenzar una investigación más exhaustiva que revelará más detalles de los que puedo proporcionar en este momento.