Za darmo

La cara de la muerte

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CAPÍTULO DIECINUEVE

Zoe paseaba por el pasillo, inquieta y lista para empezar. Hacía más de una hora que estaba lista, esperando que el doctor les dijera que era hora de interrogar a su sospechoso.

–Siéntate, Z… ―sugirió Shelley, dándole palmaditas en el asiento de plástico vacío que estaba a su lado. ―La noche puede ser larga.

Zoe estaba a punto de ceder y sentarse cuando se abrió la puerta de la habitación privada en la que su sospechoso estaba siendo tratado.

–Pueden hablar con él ahora ―dijo el doctor, haciendo una pausa para levantar un dedo en señal de advertencia. ―Pero nada demasiado extenuante. Si su monitor de ritmo cardíaco se dispara muy rápido, voy a tener que pedirle que se vaya.

–Entendido ―dijo Zoe ansiosa por entrar. Ya lo había oído todo antes. El disparo sólo fue en su pierna, el tipo no estaba en peligro de sufrir más daños. El doctor sólo tenía que decirlo.

Lo que significaba que ella no tenía ningún reparo en hacer todo lo posible por conseguir una confesión.

–¿Nos apegamos al plan? ―preguntó Shelley. Habían estado repasando su estrategia todo el tiempo que esperaban que los médicos terminaran.

Zoe asintió con la cabeza y permitió que Shelley entrara antes que ella para que llamara primero la atención del sospechoso.

–Hola, Sr. Bradshaw ―dijo Shelley, cálidamente como siempre―. ¿Cómo está su pierna? ¿Le dieron suficiente medicación para el dolor?

–Con un agujero, así está mi pierna ―espetó Bradshaw, obviamente no había sido conquistado por los amistosos modales de Shelley. Zoe aún no podía verlo bien, ella seguía esperando al otro lado de la puerta entreabierta. ―Esto es ridículo. No he hecho nada malo.

–Bueno, esperemos que ahora podamos llegar al fondo de eso, y que pueda recuperarse en paz ―le dijo Shelley, arrastrando una silla para sentarse al lado de su cama. ―Empecemos desde el principio, Sr. Bradshaw. ¿Qué estaba haciendo en la feria de dinosaurios gigantes de Kansas?

–Es una feria. ¿Para qué cree que estaba allí? ―espetó Bradshaw nuevamente.

Zoe había escuchado suficiente. Las buenas maneras de Shelley no estaban haciendo ningún progreso, y necesitaban otro ingrediente. La intimidación que la presencia de su tirador proporcionaría podría hacerlo un poco más cooperativo. Abrió la puerta y entró, caminando para pararse a los pies de la cama.

Zoe lo evaluó mientras se apoyaba en la bandeja de metal que contenía su historial médico, apoyando los codos en los bordes incómodos y fingiendo que no la afectaban. Su altura, peso y otras medidas pasaron desfilaron delante de sus ojos mientras lo examinaba. Medía un metro ochenta, era delgado, con un poco más de músculos en los brazos para darle la fuerza para tirar bien de un alambre de garrote.

Todo parecía encajar con lo que buscaban, pero ella seguía teniendo un mal presentimiento sobre él. La forma en la que actuaba no era para nada lo que ella había sospechado. Su espera había sido poco sutil, de pie al lado de su coche era fácilmente visible. Ella sabía lo cauteloso que era su hombre, cómo borraba toda evidencia de sus movimientos mientras podía hacerlo. ¿Cómo habría sido capaz de borrar sus pasos, después de secuestrar a alguien a plena vista? Él había aparcado en la hierba, sus pies se hundían, los neumáticos de su coche dejarían profundas huellas. No tenía sentido.

Su reacción ahora fue la de abrir los ojos como dos platos, estirando su cuerpo, alejándose físicamente de ella.

–¿Qué está haciendo ella aquí? ―preguntó.

–La agente especial Prime es mi compañera ―dijo Shelley―. Ella estará aquí mientras lo interrogo. Como dije, Sr. Bradshaw, terminemos con esto lo más rápido posible para que todos podamos seguir adelante, ¿sí?

–¿Seguir adelante? ―preguntó Bradshaw mientras continuaba mirando a Zoe, aunque giró la cabeza hacia Shelley mientras se dirigía a ella. ―¿Cómo se supone que voy a seguir adelante? Tengo una bala atascada en mi pierna.

–No, no la tiene ―le dijo Zoe con calma.

–¿Qué?

–El médico se la quitó de la pierna.

Bradshaw la miró fijamente, sin decir nada. Parecía estar a punto de explotar, una mezcla de miedo y rabia se acumulaban dentro de él, sin un objetivo fijo en el que depositar todo aquello.

–Sr. Bradshaw ―comenzó de nuevo Shelley, luego dudó―. ¿Puedo llamarlo Iván? Usted puede llamarme Shelley.

Hubo una pausa antes de que Bradshaw apartara los ojos de Zoe lo suficiente para murmurar―: Bien.

–Vayamos al grano, ¿sí? Cuando le pidieron que se diera la vuelta y dejara caer lo que sostenía, ¿por qué salió corriendo? ―preguntó Shelley en un tono suave y tranquilo. Sonaba como si tuviera mucha curiosidad por saber la respuesta. Zoe sabía que ella habría sonado acusadora con una pregunta así, y se preguntó brevemente cómo hacía Shelley para lograr sonar así.

–Alguien me estaba apuntando con un arma ―dijo Bradshaw, sus ojos se dirigieron bruscamente hacia Zoe en la primera palabra. ―¿Qué se suponía que debía hacer?

–¿No había ninguna otra razón detrás de su intento de escapar? ¿Tal vez algo por lo que pensó que podría meterse en problemas? Mire, estamos aquí por un asesino, Iván, así que si usted ha hecho algo más, puede decírnoslo. Lo dejaremos tranquilo.

–No he hecho nada. Sólo era un espectador inocente. ¡Esta loca me disparó sin ninguna provocación!

Zoe reprimió un gruñido. No estaban llegando a ninguna parte. Confiaba en Shelley lo suficiente como para saber que lograría que él le hablara, eventualmente. Podrían pasar horas aquí, hablando, antes de que ella lo lograra, pero Shelley lograría superar la ira y el miedo que él sentía y lo haría hablar de verdad.

No tenían horas. O, al menos, Zoe no tenía horas. Ella tenía que saberlo ahora mismo. Tenía que saber si tenía al hombre correcto. Porque si no lo era, entonces significaba que un asesino en serie seguía libre, y seguía operando con una agenda muy apretada.

La imagen de la varilla del aceite tirada en el césped seguía desfilando por su mente. El coche del hombre realmente necesitaba algo de ayuda, y no era un arma mortal lo que tenía en sus manos. Eso no encajaba. Su asesino no iba a dejar que los problemas con el coche se interpusieran en su camino. Su asesino era meticuloso, estudioso, preciso.

No era sólo eso, sino que no había nada en el coche que les revelara nada. No había rastros de ningún tipo de arma homicida, ni siquiera algo que pudiera ser usado como un instrumento contundente. Estaba lleno de botellas de plástico vacías y envoltorios de comida en los huecos traseros, y habían encontrado, sin buscar demasiado, cabellos largos y rubios en el asiento del acompañante. Si había algo que sabía del asesino, era que era limpio y ordenado. Limpio. No dejaría la evidencia de una acompañante en su vehículo, que sería fácilmente rastreable a través del ADN.

Él asesino habría estado esperando con el alambre de garrote. Zoe lo sabía. Podía sentirlo en sus huesos. ¿Por qué se haría la víctima inocente hasta tal punto que ni siquiera estaba listo para atacar si alguien se acercaba? La única respuesta que se le ocurrió fue que este no era el asesino que buscaban.

Lo cual era problemático, porque ya la habían llamado sus superiores y le habían advertido de que iba a tener problemas por disparar su arma si resultaba que el hombre era una víctima inocente.

Necesitaba llegar al fondo de esto, y rápido. Zoe comenzó a mirar alrededor de la habitación, mirando hacia su izquierda y su derecha. Vio la cortina de separación, el equipo de monitoreo, el suero, los estantes con ropa de Bradshaw…

Había un armario. Se acercó y lo abrió, ignorando la conversación detrás de ella mientras Shelley continuaba interrogándolo.

–¿Estaba en la feria solo, o se encontró con alguien allí?

Zoe revisó los cajones, buscando algo que le ayudara. No había muchas cosas en la habitación, ni jeringas o frascos de pastillas, nada que un paciente pudiera usar para hacerse daño. Pero había una caja de tiritas. Pensando, Zoe la abrió, vertiéndolas en la parte superior del armario con su cuerpo bloqueando la vista de Bradshaw.

–Fui con mi hermana. Ella estaba con sus hijos, así que se fue a casa temprano. Yo también me iba a ir a casa, pero el coche no arrancaba.

Zoe comenzó a romper las tiritas, haciendo movimientos rápidos y regulares, tomando dos o tres tiritas a la vez. Dejó caer cada una de ellas en la caja de manera aleatoria. No quería que fueran regulares o uniformes, no para esto.

–Iván, ayúdeme con esto. Quiero entenderlo para dejarlo descansar. Sólo hábleme de lo que pasaba por su mente, ¿de acuerdo? Estaba en su coche, comprobando los niveles de aceite…

–Y luego escucho a alguien gritando locuras sobre el FBI.

–¿Creyó que se lo estaba gritando a usted en ese momento?

–No, ¿por qué lo haría? ¡Sólo me estaba ocupando de mis asuntos!

Zoe se dirigió hacia la cama y colocó una bandeja de comida sobre el regazo de Bradshaw. Él la estaba mirando con pánico y confusión.

–¿Qué está haciendo ahora? ―exigió, mirando a las dos mientras Zoe volteaba la caja y dejaba que las tiritas sobre la bandeja. ―¿Esto una amenaza?

Las tiritas cayeron, esparcidas por la bandeja, incluso algunas de ellas aterrizaron sobre la cama. Cayeron y no tenían un patrón ni una forma particular, pero Zoe conocía al asesino. Ella sabía que él vería un patrón allí. Ella misma lo miró fijamente, comenzando a organizar líneas y vértices, comprobando las conexiones.

Le llevó trece segundos, pero lo pudo ver. Por la forma en que la caja se había inclinado y por la distribución uniforme de las tiritas en la superficie, había creado una forma más o menos distintiva de dieciséis lados. No era uniforme, pero creaba una forma. El asesino lo vería, lo sabría por su mente perturbada.

 

–¿Qué está haciendo? ―preguntó de nuevo Bradshaw, su voz dejaba entrever el miedo y la confusión, se dirigía sólo a Shelley. ―Quiero que venga alguien aquí conmigo. Esto no es seguro.

–¿No lo puede ver? ―dijo Zoe mirando su cara de cerca.

–¿Ver qué? ―le dijo Bradshaw mientras miraba nuevamente las tiritas antes de levantar la cabeza. ―¿Ver qué?

Era difícil, pero siempre existía la posibilidad de que estuviera fingiendo. De que estuviera fingiendo no ver el patrón. Zoe sabía que tenía que subir las apuestas, y mostrarle que sabía lo que él estaba haciendo.

Él no podría reprimir su reacción si ella dibujara el único patrón que tendría más sentido para él.

Ella levantó su dedo índice y con cuidado, lentamente, dibujó una aproximación de una espiral de Fibonacci con la masa de tiritas, despejando una ruta como un camino a través de un laberinto.

Pero cuando levantó la vista, con su tarea completada, Bradshaw la miraba con más confusión que antes.

–Quiero un abogado o algo así ―dijo―. No puede hacer esto. Esto es intimidación, estas cosas raras. Ella no debería estar cerca de mí.

–¿Shelley? ―le preguntó Zoe, mirando a su compañera, ignorándolo.

Shelley negó con la cabeza.

–Estuve observando su rostro todo el tiempo, Z. No reconoce la forma. No creo que tenga ni idea de lo que está pasando aquí.

Zoe golpeó la bandeja con la mano, empujando las tiritas al suelo mientras apartaba la bandeja de la cama. Otro callejón sin salida. Otra pérdida de tiempo.

Salió al pasillo, sin esperar a que Shelley la siguiera, y caminó hasta que encontró una máquina expendedora. Golpeando los botones con más fuerza de la necesaria, esperó a que la máquina le sirviera una débil taza de café y se la llevó a la boca sin esperar a comprobar si estaba lo suficientemente fría.

–¿Z?

Zoe se giró para ver a Shelley acercándose a ella con cautela. Zoe contó sus pasos ligeros y cuidadosos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Estaba contando cualquier cosa para intentar controlar su ritmo cardíaco y evitar que la molestara tanto cometer otro error.

–Le dije que enviaremos a la policía estatal para hablar con él más tarde. Para interrogarlo, conseguir algunos detalles, ver si realmente tiene algo que ocultar o no.

–No me importa Bradshaw ―respondió Zoe―. No es el hombre que estábamos buscando.

–Lo sé ―suspiró Shelley, apoyando suavemente una mano en la parte superior del brazo de Zoe―. No te culpes. Todos cometimos el mismo error. Pensamos que era él.

–Fue mi idea―dijo Zoe sacudiendo la cabeza amargamente―. Yo fui quien sugirió que fuéramos tras él. Yo le disparé.

–¿Tú…? ―se pausó Shelley, mordiéndose el labio. ―¿Crees que nos equivocamos de lugar?

–No ―respondió Zoe, ella estaba convencida y lo sentía dentro de su ser, dentro de su mente. El patrón no mentía. ―El lugar era el correcto, era el hombre equivocado. No sé cómo, pero se nos escapó. Ahora que sabe que estamos tras él, puede que no tengamos la oportunidad de nuevo.

–¿Señora?

Era Max, titubeando a unos cuantos metros de distancia. Quizás había visto el ataque de Zoe a la máquina de café, y estaba temeroso de acercarse.

–Acabamos de recibir noticias de la estación ―dijo él―. La historia de su hermana concuerda. Se había ido a casa con sus hijos poco antes de que nos acercáramos a él. Parece que sólo tuvo un día familiar.

Zoe no se creía capaz de responderle. Fue un alivio cuando Shelley lo hizo por ella, simplemente agradeciendo a Max y despidiéndolo.

–Lo perdimos ―dijo Zoe, tan pronto como nadie podía oírlas. Arrugó la taza de café de papel en su mano, salpicando el suelo con las últimas gotas del líquido marrón. ―Esa era nuestra mejor oportunidad de atraparlo, y la perdimos. Volverá a matar, si no lo ha hecho ya.

Shelley no dijo nada, pero se acercó y nuevamente apoyo ligeramente su mano en el brazo de Zoe. Aunque era un gesto pequeño, de alguna manera era tranquilizador. Un toque maternal, pensó Zoe. Algo tan ajeno a ella que nunca había entendido el significado.

El momento se rompió por un zumbido en su cadera, su teléfono celular estaba vibrando, anunciando una llamada.

Zoe comprobó el identificador de llamadas, maldijo internamente, y luego respondió.

–Habla la agente especial Prime.

–He recibido un informe de que ha disparado a un sospechoso mientras lo estaba deteniendo ―le dijo el hombre que no era su jefe directo, sino el que estaba por encima de él. Era una llamada telefónica seria.

Zoe suspiró.

–Sí, señor.

–Y desde entonces ha comprobado que este hombre era inocente, ¿es eso correcto?

No tenía sentido negarlo o intentar razonar.

–Sí, señor.

–¿Por qué no tengo su informe en mi escritorio? ¿Por qué estoy escuchando esto de alguien más?

–Acabamos de dejar al sospechoso después del interrogatorio, señor. Me estoy retirando para empezar mi informe ahora.

–No es un error aceptable, agente especial Prime. La reputación del FBI está en juego. En el actual clima político, no puede haber agentes disparándole a cualquier persona.

–Me disculpo, señor ―dijo Zoe, tomando un respiro para explicarle, pero fue en vano.

–Un paso en falso más en este caso y se terminó, Prime. Son dos arrestos equivocados, uno de ellos utilizando incorrectamente un arma de fuego. Uno más y está fuera. Su compañera también.

Los ojos de Zoe se dirigieron hacia Shelley.

–La agente especial Rose no tenía nada…

–Estoy seguro de que no ―la interrumpió―. pero son un equipo, y espero que lo hagan bien. La novata no sufrirá muchas repercusiones. Usted es responsable como agente superior, Prime. Si todo esto sale mal, es su trabajo el que corre peligro. ¿Me entiende?

Zoe se humedeció los labios.

–Sí, señor ―dijo, no había otra respuesta aceptable

La llamada se cortó y Zoe dejó caer el celular en su bolsillo.

–¿Nada bueno? ―dijo Shelley haciendo un gesto de dolor.

–Deberíamos volver a nuestra sala de investigación. Tenemos sólo un día antes de que el verdadero asesino ataque de nuevo.

Zoe se frotó la frente en un intento de aliviar el fuerte dolor de cabeza que estaba comenzando a sentir y salió por los sinuosos pasillos del hospital hacia la salida.

Al pasar junto a la policía estatal que se dirigía en dirección contraria para interrogar a Iván Bradshaw, Zoe no pudo dejar de notar su ceño fruncido. Estaban claramente descontentos con los eventos de la noche, y su frustración parecía estar dirigida específicamente hacia las dos agentes.

–Sólo cometimos un error ―dijo Shelley, incluyéndose caritativamente en la culpa mientras avanzaba para seguir a Zoe. ―Lo atraparemos. Aún conocemos su patrón. Esta vez se nos ha pasado algo por alto. La próxima vez, no lo haremos.

Zoe deseaba poder compartir la convicción de Shelley. La verdad era que había metido la pata, y no estaba segura de cómo había sucedido. Y si cometía otro error, no era sólo su trabajo lo que estaba en juego, sino la vida de un inocente.

Volvió a tomar su celular, haciendo una última llamada a la policía estatal. Algo había estado dándole vueltas en su mente, y ahora se revelaba ante ella. Era algo urgente que se le apareció al comprender que no tenían a su asesino después de todo.

–¿Hola? Necesito que envíen una patrulla a la feria de inmediato. El hombre que hemos arrestado no es el asesino. Hay una posibilidad de que haya llegado tarde, y lo perdimos por poco.

–¿Una posibilidad? ―dijo el jefe sonando un poco escéptico, incluso por teléfono.

–Es una orden urgente ―le dijo Zoe, deseando que él hiciera lo que le había pedido. ―Hay vidas en juego. Envíe una patrulla allí ahora mismo.

CAPÍTULO VEINTE

Condujo sin prestar atención, mirando por su espejo retrovisor para ver si había luces intermitentes y manteniendo la ventanilla abierta para escuchar las sirenas. El aire frío que entraba por la ventana era lo único que lo mantenía en el momento presente. Esa oleada de realidad era como una bofetada, lo hacía enfocarse lo suficiente como para evitar que chocara el coche.

Sin eso, podría estar perdido. Tan perdido como creía que estaba el patrón, ahora que no tenía oportunidad de completarlo.

¿Qué iba a hacer?

Había fallado, iba a fallar. La noche todavía no había terminado, pero la policía había sabido dónde encontrarlo. Sabían dónde él atacaría a continuación. Todo había terminado. ¿Cómo iba a completar el patrón ahora?

Colocó su direccional para detenerse a un lado de la carretera, descansando su frente en el volante por un momento. ¿Podría ser que todo terminara ahora tan cerca de que haber finalizado todo?

Se enderezó, dándose cuenta de algo. Habían hecho un arresto, ¿no? Había visto a la mujer del FBI apuntar su arma y disparar, y a los oficiales entrando para arrestar al otro hombre y llevárselo. Al salir, había visto en su espejo retrovisor cómo se lo llevaban, mientras gritaban con la boca abierta.

Si habían hecho un arresto, tal vez pensaron que lo habían atrapado. Que el sospechoso de todos los asesinatos estaba en custodia, y que todos estaban a salvo.

Y si pensaban que todos estaban a salvo, entonces no se molestarían en seguir vigilando la feria.

Con este nuevo pensamiento en su mente, arrancó el coche de nuevo y dio una vuelta en U hacia la feria. Tal vez todavía había una oportunidad. A pesar de todo, esta noche tal vez podía terminar bien.

Si había una posibilidad de que funcionara, se lo debía al patrón intentarlo.

A pesar de la emoción que corría por sus venas por una renovada sensación de esperanza, mantuvo el coche a un ritmo firme y suave. Respetó el límite de velocidad todo el camino, aunque ya no había ninguna señal de las fuerzas del orden en la carretera. Se mantenía tranquilo, se comportaba con calma. Se acercaría con precaución, no se precipitaría a actuar sin pensar.

No había nadie cuando llegó a la zona donde un grupo de coches habían estado esperando para salir de la feria, el grupo que él suponía que estaba formado por policías en coches sin distintivos. Bajó la velocidad, se detuvo en la hierba junto a la carretera y apagó el motor. Si lo veían aquí y le preguntaban que estaba haciendo, podía decir que no se sentía bien. Que se había detenido para recuperar el aliento y a esperar que se le calmara el estómago.

Pero nadie se acercó, y a medida que pasaban los minutos, comenzó a sentirse más seguro de que nadie lo estaba observando.

Salió del coche, permaneciendo cerca de él en las sombras, incluso se agachó y puso las manos en las rodillas mientras otro vehículo lo alumbró desde la carretera. Estaba haciendo su parte. Y cuando nadie vino a enfrentarlo, tomó una decisión.

Aquí no estaba muy lejos de la feria. Podía fácilmente caminar hasta el estacionamiento y atravesarlo a pie, hasta llegar a las puertas. Estaba cerrado, por lo que no se permitían nuevos visitantes, pero podía colarse por encima de la valla y ver lo que podía encontrar. Tal vez todavía había una manera de hacer que funcionara.

Se quedó cerca de los árboles, escondiéndose en las sombras, contento de su decisión de vestirse con colores oscuros. De esta manera, podía evitar ser visto por el mayor tiempo posible. Si todavía había alguien esperando en el estacionamiento, podía escabullirse, volver a su coche y evitar ser detectado.

El estacionamiento estaba vacío. Pudo verlo tan pronto como llegó al borde de los árboles, desde la valla rota desde la cual había estado observando antes. Ahora parecía mucho más grande sin todos los coches. No había nadie a la vista, e incluso las luces de la feria se habían apagado. Más allá de la entrada, vio las altas formas de las estatuas de dinosaurios, como centinelas sobre la feria vacía.

No había nadie. Estaba cerrado, y todos se habían ido.

Después de todo, había perdido su oportunidad.

Se quedó allí, queriendo patear algo o arrancarse el pelo, luchando contra un grito de frustración. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? No había nadie aquí, nadie que completara el patrón. ¡Nunca iba a lograrlo!

¿Cómo pudo ser tan estúpido? Debió cubrir sus huellas para que fuera menos obvio que estaba siguiendo un patrón. Tal vez debería haber movido más cuerpos desde el principio, ya que era la ubicación de la muerte lo que importaba. ¿Por qué le tomó tanto tiempo darse cuenta de eso? ¿Y por qué había esperado sentado en su coche en lugar de entrar en la feria para atacar antes?

Toda esperanza estaba perdida. Contempló la posibilidad de ir a la feria y solo inspeccionar. Aun así, su estómago estaba hecho un nudo, y no sabía si sería capaz de moverse así.

Una luz resplandeció ante él, iluminando el estacionamiento completamente, y el miedo se apoderó de él. Esta noche cada vez empeoraba más. Cuando se le fue el encandilamiento causado por el brillo de los faros, vio la distintivo de la policía estatal pintada en el lateral del coche.

 

–¿Puedo ayudarle, señor? ―preguntó el policía, asomándose sobre la ventana. Su voz tenía un tono acusador. No era realmente una cuestión de ayuda. El hombre lo entendió. Era una sospecha.

Tuvo que pensar rápido en decirle algo que le quitara la sospecha. Convertirse en una persona normal ante la mirada del policía.

–Estuve aquí antes, y creo que se me ha caído la billetera ―dijo rápidamente, metiendo las manos en los bolsillos como buscando. ―Pensé en venir a ver, pero parece que están cerrados por la noche.

Entonces esperó, tenso. El policía todavía estaba dentro de su coche, no era un blanco fácil. Si saliera del coche, tal vez tendría una oportunidad. Podría enrollar el cable alrededor de su cuello, atraparlo, convertirlo en la pieza del patrón de esta noche. Pero siempre quiso evitar a los policías, evitaba a cualquiera que llamara mucho la atención. Los policías querían atrapar a los asesinos de policías más que a cualquier otro tipo de asesino.

La otra cosa era que el policía podría tratar de arrestarlo, y entonces tendría que hacer algo. Tendría que sacar el alambre de garrote de su bolsillo y detenerlo antes de que le pusiera las esposas o lo reportara en la radio. El hombre no podía ver los ojos del policía en la oscuridad, no podía leer su expresión facial. No tenía ni idea de lo que haría a continuación. Ni siquiera podía ver la altura del policía. ¿Y si era demasiado alto, demasiado fuerte? Había atacado a mujeres en su mayor parte, y eso era por una razón. El primer hombre de la granja casi lo había dominado, casi se había escapado. No podía estar seguro de que no volvería a suceder.

–Bueno ―dijo el policía retirándose, tardándose más de lo necesario, poniéndole los nervios de punta al hombre. ―Será mejor que vuelva por la mañana, señor. Estamos patrullando esta zona por un arresto hecho aquí antes. Mañana puede preguntarle al personal si alguien la ha encontrado.

El hombre se rascó la parte de atrás de su cabeza, dejando caer sus hombros.

–Sí, señor ―dijo en un tono de voz más bajo, demostrando su decepción―. Supongo que será mejor que espere por un buen samaritano mañana.

El policía subió la ventanilla y empezó a alejarse, el hombre esperó a que el coche se moviera para moverse también. Caminó hacia la entrada del estacionamiento, la que se dirigía a la carretera como si estuviera a punto de salir y volver a su coche.

Y se detuvo tan pronto como el coche patrulla estuvo fuera de la vista, sin querer dejar el estacionamiento todavía. Aquí era donde tenía que ocurrir. No había ninguna duda al respecto. El patrón era claro. ¿Pero cómo iba a hacerlo si no había ningún objetivo en la zona?

Se quedó allí, sin saber qué hacer o adónde ir. No había nada para él aquí, pero aun así se sentía obligado a quedarse. Si era necesario, se quedaría toda la noche, hasta que el sol saliera por la mañana y finalmente todo terminara.

Pero no tuvo que esperar hasta el amanecer. De hecho, tuvo que esperar muy poco tiempo.

Sólo habían pasado unos minutos desde la partida del policía estatal cuando escuchó otro sonido. Era una risa ligera y la conversación de dos voces que provenían de una distancia lo suficientemente lejos como para que pudiera sólo oír sonidos y no palabras. Venían desde algún lugar de la feria, y parecían estar acercándose.

Aguantando la respiración para oírlas más claramente, el hombre se arrastró hacia las puertas de entrada. Se quedó cerca de las sombras en el borde del estacionamiento, donde los árboles lo cubrían bastante. El pulso se le aceleró al darse cuenta de que se acercaban lo suficiente como para poder entender su conversación.

Eran dos mujeres, una mayor que la otra. Hablaban de su día, de las visitas y su comportamiento y de lo concurrido que había estado. Una de ellas estaba jugando con un juego de llaves mientras caminaban. Sonaban tranquilas, calmadas, alegres. Probablemente estaban contentas tras haber finalizado otro día de trabajo. Se hicieron visibles en uno de los postes de la valla, atravesando la entrada de la feria.

–Déjame cerrar ―dijo una de ellas, inclinándose ligeramente para mirar la puerta más de cerca―. Dios, está oscuro aquí afuera. Desearía que dejaran las luces encendidas al menos para que pudiéramos ver.

–Ya sabes cómo es Mark ―dijo la otra riendo―. Tenemos suerte de que nos pague por cerrar. Si se saliera con la suya, nos pagaría hasta el final del turno y nos haría trabajar gratis.

–Buscando la forma de ahorrar un poco de dinero ―concordó la mujer mayor. La otra encendió la linterna de su celular, apuntando a la puerta.

El hombre contuvo la respiración nuevamente, examinándolas bajo una nueva luz mientras la mujer mayor finalmente colocaba la llave en la cerradura. Ella estaba en sus veintitantos o en sus treinta años, su frente se arrugó mientras se concentraba para completar el movimiento. La otra era sólo una adolescente, tal vez este era su primer trabajo de media jornada. La manera perfecta de ahorrar dinero para la universidad.

Esta era una oportunidad. El hombre nunca había tratado de matar dos personas a la vez, pero eran mujeres, y seguramente ninguna de ellas esperaba que hubiera alguien cerca. Estaba muy oscuro en el estacionamiento sin las luces de la feria, y ellas iban a pie, moviéndose hacia los coches que tal vez estaban estacionados en la calle lejos del área de clientes.

No sólo eso, sino que también tenían el brillante resplandor de la linterna sobre sus ojos. Mientras la mujer mayor terminaba finalmente su tarea y metía las llaves en su bolso, el hombre sabía que esta era su oportunidad. Una vez que apagaran la luz quedarían básicamente ciegas en esta oscuridad. Él las vería, y ellas no lo verían a él.

Esta era su oportunidad de mantener el patrón en funcionamiento.

Esperó hasta que la luz se apagara, y luego saltó de su escondite para atacar.