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Vida, pasión y muerte en Pisagua

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El hombre y sus circunstancias Su entorno. El tiempo

Creo que no es necesario extenderme acerca de las otras posibilidades de expresión para este trabajo, ni los múltiples caminos que puede haber tomado para hacerlo.

La lectura y relectura me fueron mostrando un parámetro –poético- si se pudiera juntar esas dos palabras – en donde la muerte y la desolación pasan a ser personajes principales a través de la descripción del paisaje y de la circunstancia humana, situación que se repite históricamente en ciclos de espanto en donde solo cambia la época pero no así el prejuicio, la persecución y el encarcelamiento de la libertad, del sentir y del pensar.

Pisagua, paisaje Pampa y Mar

“Si raspara la angustia de estos huesos / encontraría el mar, de sombra a sombra…” del poema La Pampa, Andrés Sabella.

El poeta es un poco o mucho de Dios. Sus sentidos transminan paredes y cercas asaeteando el mundo con su vivencia de la vida y de la muerte.

Pisagua se yergue en esta gran pampa de Andrés Sabella como un estandarte trágico del destino y el silencio preñado de presagios se agazapa en cada piedra, en cada huella del viento de esa terrible inmensidad.

“…Piedras con gestos de verdugos, / perspectivas que concluyen en la noche…” del poema La Pampa. Andrés Sabella.

Al parecer el destino trazó surcos siniestros para Pisagua aun cuando la naturaleza se empeñó en desafiarlo con su rotunda e indesmentible belleza. Las olas del mar de Pisagua corrieron día y noche con su himno de vida ensordeciendo con vano entusiasmo los ecos de la muerte, transmitidos por la arena secular en cada grano de impactante silencio.

Son muchísimos los versos y pensamientos que se estructuran con este leit motiv yo diría que casi obligado primariamente por el imponente paisaje. Démosle un vistazo somero a las siguientes descripciones que de la pampa, del mar y de Pisagua han hecho escritores y poetas:

“…como si allí, hubiese sufrido el mundo una horrible quemadura de maldiciones, se muestra la pampa. Es el énfasis de la soledad.

Esta tierra donde las piedras parecen un llanto seco y detenido…”

“…Yo he visto temblar el horizonte de la pampa

Como el límite mismo de la vida…”

“…La pampa es el museo de la angustia…”

“…Es el pergamino del desierto, la muerte / redacta la soledad, el mal, los espejismos / y en los flancos amarillos; sal de olas y sal de tierra estremecida, sal de agujas…” La Pampa. Andrés Sabella.

Confirmando la idea de predestinación nos dice Pablo Neruda en su poema Hombres de Pisagua.

“…Pero la mano que te acaricia se detiene / junto al desierto, al borde de la costa marítima / en un mundo azotado por la muerte…”

También Volodia Teitelbom, en 1972 nos cuenta su impresión de Pisagua donde también subyace la misma idea en su novela Pisagua: Semilla en la arena.

“…Era una abandonada sombra, un pueblo fallecido hacía tiempo, insepulto tal vez por negligencia, error o espíritu de ficción agazapado en un minúsculo terraplén del macizo costeño…”

Toda esta confluencia perceptiva, esta sensibilidad, esta visión conjunta de soledad, angustia y muerte es refrendad por los hechos que se incorporaron lentamente junto a sus dolientes y desolados fantasmas, eternos buscadores de la verdad, pues murieron por ella y van más allá de la muerte sosteniendo su bandera teñida de tragedia y espanto.

Por donde quiera que miremos, la pampa es “el museo de la angustia” como la llama Andrés Sabella y reflexiona más allá todavía en su novela Norte Grande.

“…La tierra es seca. Un gris de olvido se escapa de las grietas. Y el desierto se queda plano liso, macabro, igual que la mesa donde se juega, en un azar diabólico, el destino de un hombre…”

“…Piedras, semillas del horror. Piedras para que la muerte marque su camino. Piedras que la sangre pinta, como terribles manzanas de una hespérides muerta…”

En el libro Semblanzas del Norte Chileno, Andrés Sabella cita a Andrés Bellenort quien acota:

“…Desesperante y yerma inmensidad cubierta por un cielo implacablemente azul: un desierto en todos los sentidos…”

Una y otra vez la palabra poética va lapidando el desierto, la vastedad del norte, sus tesoros traicioneros, sus pequeños y grandes puertos que bregan por subsistir, engalanados artificiosamente en un grito inútil de distinción, puesto que cada refinamiento del boato salitrero estaba sujeto a la volubilidad y capricho del magnate de turno.

Esta es, por ejemplo, la visión que tiene Eduardo Barrios en su novela Un perdido, un personaje Luis dice cuando avista Iquique.

“…todo aquel conglomerado ingrato a los sentidos y tosco al espíritu, que parecía entumecerse arropado en una bruma sucia como harapo del cielo invernal…”

Otro novelista, Nicolás Ferraro, en una novela Terral se suma con nuevas palabras a la misma imagen:

“En cambio hacia el sur la pampa se abre de pronto como una mano desolada, inmensa, pardusca…” (p. 12).

Más adelante interioriza esta visión, inclusive perfila características humanas en los elementales más singulares de este paisaje:

“…Cerrando los ojos para evitar la resolana pude percibirlas las líneas azules, desleídas, de las grandes cordilleras, algunos muros derruidos donde el viejo viento se estrella llorando. El aire caliente se estrella llorando. El aire caliente da un aspecto terrible a lo que ya es terrible y solo. Deforma las perspectivas. Brilla todo con furia. Hay espejismos, lagos de aguas y helada, castillos, embarcaciones….” Nicolás Ferraro, Terral. Pág. 12.

Y así, los poetas se suman a otros y otros escritores describiendo y connotando las peculiaridades de este paisaje tan del norte y no logran sustraerse del “fatum” que parece fluir desde los más escondidos rincones de esta tierra pampina…

“… ¿Cómo es posible resistir en aquel páramo? ¿Cómo habrá hombres capaces de vivir por años en la monstruosa realidad del desierto sin que esta realidad se les prendiera en el corazón y los dejara para siempre petrificados?...” Pág. 87. Andrés Garafulic. Ensayo El relato literario en el norte chileno de Mario Bahamonde.

“La visión de Garafulic es la de una tierra de maldición, capaz de petrificar el corazón humano, como una pesadilla terrible para quien tenga la obligación de enfrentarla y convivirla. Y es también la visión de casi todos nuestros escritores regionales o nacionales que han intentado la interpretación de esta tierra”.

Con estas palabras de Mario Bahamondes, aparecidas en su ensayo El relato literario en el norte chileno, se refuerza y corrobora en toda su extensión el planteamiento básico acerca del paisaje, como asimismo nos permite en alguna medida continuar con la visión que del hombre ha dejado en la literatura, el poeta y escritor chileno.

Pisagua, Hombre Circunstancia y Tiempo

A pesar de que la trilogía paisaje, hombre, tiempo es indisoluble, y una estructura, me tomo la libertad de separarlos sólo como una forma de desentrañar las palabras distintas y especiales percepciones de nuestros escritores.

El hombre, es un ser histórico, trascendente, una imagen de verticalidad en toda su dimensión. Él es protagonista, él vive el tiempo, lo crea y se va envuelto en las mismas circunstancias hechas por él.

El paisaje en cambio, es inmanente, el hombre tiene la virtud de transcenderlo, rechazarlo o hacerlo suyo. Es cierto que el desierto es una misteriosa tierra subyugante y como dice Andrés Garafulic:

“es una realidad que prende el corazón y deja al hombre para siempre petrificado”, como asimismo el mar es verdaderamente un imán que va más allá de la atracción fuerte, mucho más allá del pensamiento y del concepto, cuando se filtra en la sangre del hombre la cambia su sabor la deja salobre:

“…Soy hijo de las olas, parezco un huiro / moviéndose de aquí-allá con la corriente / haciéndose naufragio la voz y el verbo / pero suele darme alegrías este vaivén…” Zona de pesca. Juvenal Jorge Ayala. Pág. 9.

Y ese mareo es para siempre. Pero, obviamente el hombre gratifica sus carencias, colma sus inmensas necesidades con esto. Debemos admitir la garra y profunda fuerza de este paisaje nortino, pero de todas maneras el hombre se yergue y en una suerte de pacto de amor, ambos se subyugan y complementan en una fusión divina.

Son las circunstancias las que alteran el ritmo del corazón humano, lo arrastran y envuelven en intrincados juegos de vida y muerte.

“…Son conflictos en los cuales no hay esperanzas en la posibilidad de éxito, aunque si hay conciencia en la necesidad de lucha.

Algo así como si al hombre de esta tierra no lo derrotara la naturaleza desértica y feroz sino la circunstancia histórica de su proceso social…” El relato en el norte chileno. Mario Bahamonde. Pág. 87.

 

Aun así el hombre va entrampando su vida en estos lugares y nada le atemoriza, lo imperioso en su lucha particular con la tierra y el hambre y perecer si fuera preciso:

“…El día que se aburriera no había más que sentarse en la boca del tiro y encender la mecha. El dinamitazo lo elevaría seguramente a la gloria de Dios hijo y todo lo demás…” El Taita de la Oficina. Carlos Pezoa Véliz. Pág. 67

La visión de los escritores de la tercera o cuarta década del siglo aproximadamente es consumida por esta lucha titánica el hombre y la naturaleza, luego lentamente como iremos viendo, la historia va colocando ante la sensibilidad del mundo literario un escenario distinto, propio del esfuerzo, el trabajo y la lucha de clases, propio del progreso, de la explotación. Comienza el hombre a transformarse en un individuo que pelea por lo que parece justo y digno:

“…En el desierto cada hombre tiene su esperanza; la esperanza fresca y suave de ennoblecer el yermo, de fructificarlo, de hacer fértil y propicia la mañera adversidad del suelo. Y en este trabajo feriz en que cuanto hay alrededor es obstáculo y negación se han consumido generaciones de anónimos combatientes…”

“El hechizo de mi terruño”, en Visión y Audición desvelada de la pampa, Revista Zig-Zag, Edic. Extraord. Dedicada a la industria salitrera 1935. Augusto Iglesias.

Por otra parte, está la pareja del norte, el esfuerzo conjunto, el universo creado y poblado nuevamente.

“…El pampino y la pampina fueron, cada día, Adán y Eva de este paraíso al revés y los que perpetúan la familia se vanaglorian de sus troncos: el pampino y la pampina de hoy no alterarán la portentosa levadura de sus padres…” Semblanzas del norte chileno. Pág. 65. Andrés Sabella.

También Roberto Hernández en Juan Godoy o el Descubrimiento del Chañarcillo, en 1930, tiene esta visión del “cateador”:

“…extenuado por la necesidad y sostenido únicamente por sus sueños fantásticos de futuro engrandecimiento…”

“…la mula es su compañera inseparable, ya en el desierto como en las ásperas

sierras…”

“…imagínense un hombre que se alimenta homeopáticamente, pues le basta un pedazo de charqui y un trago de agua para una semana…”

Eulogio Gutiérrez dice del pampino en Tipos Chilenos:

“…Es el más viril de nuestros tipos populares porque desafía la vida bajo el ardor tórrido del trópico, con energías de centauros y esfuerzos de titán, bregando como un cíclope en la extracción y beneficio de la riqueza más portentosa del país…” Pág. 76

De pronto la literatura debe asumir una realidad distinta; una lucha distinta. La pampa o el mar forman parte de su sangre y tejidos, conforman un todo. La lucha es con otros hombres, otras formas de lucha, intereses, mezquindades, avasallamiento, poder. Lo circunstancial se impone y todo cambia, el paisaje, el hombre y su historia, que como proceso, invariablemente vuelve a producirse.

“…Amigos sin rostros ni cirios / vuestra es la flores que dará el silencio / y su vuestro sueño es de día enardecido / juntad vuestras cenizas para iluminar el levante / por donde nace una bandera del color de nuestras iras…”. Andrés Sabella. Catálogo de la soledad. Pág. 47.

El entorno cambia para nuestros poetas, y los cambios trágicos. Pablo Neruda nos comunica, sin subterfugios una cruel, dura pero real verdad:

“…Un nuevo campo de concentración se ha abierto en Pisagua, en las ruinas de una población minera, entre el desierto y el mar. Alambrados de púas al estilo nazi rodean establecimiento situado en una de las regiones más sobrecogedoramente inhospitalarios del planeta…” Para nacer he nacido. Pág. 304

Ahora en 1990, nos aclara un sobreviviente de la última etapa repetida de la historia, en el mismo lugar y por similares causas…

“…Tres gobiernos han utilizado esta aldea costera como campo de concentración de prisiones políticos. El primero corresponde al de Gabriel González Videla, quien en 1947 prescribió a los comunistas y los relegó en Pisagua. En 1956, Carlos Ibáñez del Campo, tras un paro nacional decide decretar la relegación de dirigentes sindicales directivos del Partido Comunista. Y el tercero después del 11 de setiembre de 1973…” Francisco Lillo. Fragmentos de Pisagua.

En 1972, Volodia Teitelbom recuerda lo sucedido en Pisagua sin imaginarse que la historia que estaba escribiendo es una dualidad temporal que a los ojos del lector de hoy parece una premonición detallada de lo que allí, volvería, quizás con más saña y refinamiento a suceder.

“…porque Pisagua es hoy algo más que un lugar o una ciudad muerta. Es el campo de concentración, un drama vivo del pueblo, es un espíritu que desborda lo geográfico, lo local, para transformarse en una palabra llena de connotaciones políticas y humanas…” Prólogo de Jaime Concha. Pisagua Semilla en la Arena. Volodia Teitelbom. Edic. 1972.

Neruda no conoció este Pisagua del 73, pero sí las anteriores y son innumerables sus testimonios escritos, en donde su sensibilidad se vuelca y conduele como una herida abierta:

“…Pisagua, letra del dolor, manchada / por el tormento, en tus ruinas vacías / en tus acantilados pavorosos / en tu cárcel de piedra y soledades…” Los Puertos. Canto General. Pág. 424.

Y no sólo el escenario es imprecado por nuestro premio Nobel. Su compañero de infortunio es profunda y dolorosamente cantado por él:

“…Firmes, firmes, hermanos / firmes cuando en camiones, agredidos / de noche en las cabañas empujadas / amarrados los brazos con alambres / sin despertar, apenas sorprendidos, y atropellados, fuisteis a Pisagua / llevados por armados carceleros…” Los Hombres de Pisagua. Canto General. Pablo Neruda.

El tiempo y las circunstancias se funden, metamorfoseando el paisaje de Pisagua. El eterno animal ávido de sangre y poder que habita en la razón del hombre jamás se sacia…

Le hemos observado, agazapado en los versos de muchos poetas, de ayer y hoy. Si no hubiese puesto referencias y datos, parecería que todo lo leído y escrito por nuestros autores pertenecen a una misma historia, a un mismo relato trágico.

Palabras finales, respetuosamente propositivas

Los planos imaginativos, horizontal y vertical, vida- muerte, ayer y ahora, pampa y mar, dolor-alegría, parecen confundirse en un abrazo de contrarios, tanta fuerza repelida, tanta idea silenciosa, ¿acaso es así?, ¿puede morir el pensamiento del hombre?, ¿realmente se acaban sus sueños y las luchas por conseguirlos?

Esta asolada pero bellísima tierra de Pisagua, después de tanto dolor, tortura y muerte, ¿ha perdido su encanto, su fascinación, su embriaguez? Podemos olvidar acaso que:

“…Allí entre los arenales y el cielo, hombres, mujeres y niños se esforzaban por conseguir una mañana mejor, más justo, más digno…” Salitre. Reencuentro. Añoranza. Realidad. Gilda Bibiani Penso.

Debemos aprender a vivir con el dolor con dignidad y no morir ni dejar morir lo que a mi juicio es un símbolo de la vida misma. Nuestros compañeros de esperanzas que ya no están junto a cada uno de sus seres queridos merecen que Pisagua se transforme en un monumento a la vida, en donde la persecución de las ideas se transforme en universidades, la desolación en esperanza; las ruinas y nostalgias en briosas y bullentes academias y parques. Llenemos la pequeña ciudad de familias, niños y alegría. Debemos eliminar el silencio de la muerte y componer música de gloria, de honor, de respeto y alabanza a quienes dieron su vida para poder construir un más digno, justo en donde seamos realmente iguales a los ojos de Dios.

“…Todo ese patrimonio de esta humildad cultural, histórico-arquitectónico, nos llama, nos alerta, nos busca a través del espacio y de la eternidad para que comprendamos y aprendamos de la historia urbano y humana allí pasada, sufrida y disfrutada entre las calicheras y las fichas salario, entre particulares, obreros, empleados y aristócratas…” Gilda Bibiano. Estrella de Iquique. Crónica “Salitre. Reencuentro. Añoranza. Realidad”.

La historia de esta pequeña ciudad ha sido trágica por las circunstancias: incendios, pestes, campos de concentración, pero aun en el ahondamiento de las palabras más dolorosas de nuestros poetas y escritores se escapa la vida, la fortaleza y la tremenda fuerza interna del hombre con el no menos tremendo poder de trascender la abyección y la estultez humana. Su tierra hermosa, su mar que sigue siendo intensamente azul, sus cielos nocturnos sin mensura, poblado de voces y luces que la pampa acoge con ternura y tibieza. El hombre y la belleza son uno solo, uno crea al otro y viceversa y de esta materia está construido el universo y la vida.

Solamente el ser humano con sueño, ideas, conocimientos, dignidad y verdades eternas, vence las veleidades de otros hombres inferiores. No hay predestinación en esta hermosa tierra. Debemos recordar siempre para construir mejores mañanas, debemos enterrar nuestros muertos para vivir con ellos en el corazón dignamente y enfrentarnos a la tarea de rehacer la vida con valor, libertad, valentía como ellos nos enseñaron.

El legado más hermoso que un ser humano puede dejar a otro semejante está en nuestras existencias, marcando nuestros pasos. Ascendamos y rescatémoslo de nuestros posibles errores.

“…Feliz año nuevo hermanos míos / cuanto amor me habéis enseñado, / cuánta extensión sobre la ternura / habéis abarcado en la muerte…” Poema Los Héroes. Pablo Neruda. Canto General.

Pisagua nuestro de cada día

Bernardo Guerrero Jiménez

¿Pero, qué hay del Pisagua nuestro de cada día? ¿Qué hay de aquellos hombres y mujeres que a diario hicieron o han de hacer su vida en esta caleta-puerto? ¿Qué hay de esas calles y de ese muelle de Pisagua donde más de algún amor creció?

En suma, por tantos hechos trágicos que han atravesado Pisagua, nos hemos olvidado de su vida cotidiana, de su club deportivo, de sus propias glorias.

Las próximas páginas tratarán de enmarcar a Pisagua dentro de la perspectiva anteriormente señalada.

En el año 1992, el cronista iquiqueño don Carlos Alfaro Calderón nos decía de Pisagua:

Capital del Departamento del mismo nombre en la Provincia de Tarapacá, situado a cuarenta millas marinas al Norte de Iquique.

Es puerto mayor y está unido a Iquique por ferrocarril, telégrafo, cable submarino y teléfono.

Antiguamente el puerto se alzaba en la desembocadura del Río Pisagua, hoy exhausto, y aún se pueden ver los escombros de la antigua población.

El puerto actual está situado al pie de un cordón, de cerros elevados de la Cordillera de la Costa que le defienden del Sur, quedando abierto al Norte.

Una prolongación de estos cerros hacia el mar en dirección al Oeste, denominada Punta de Pichalo, contribuye a que el surjidero para naves de cualquier tonelaje, sea muy abrigado a los vientos reinantes del S.O.

El fondo es bueno y las naces se acoderan, proa a tierra en quince a veinte brazas a poco centenares de metros de tierra.

El ferrocarril que parte de Pisagua al interior es una obra de ingeniería muy atrevida y antes de llegar a la cima, ha de hacer un recorrido en zig-zag, que en partes tiene una gradiente de 4,73%.

El pueblo construido, sobre la ladera del cerro, no posee calles planas, propiamente dicho a más de la del Comercio que es su arteria principal y la recorre de un extremo a otro de Naciente a Poniente, principiando en la Estación del F.C. para ir a terminar al muelle.

 

El aspecto del pueblo, a pesar de su construcción de materiales muy lijeros, es pintoresco y de noche, visto de la bahía hace recordar una visita a Valparaíso en pequeña escala por la disposición de sus casas sobre los cerros.

Posee seis muelles para el embarque del salitre y movilización de carbón, la mayoría de propiedad de la Empresa F.C. pero también hay un muelle fiscal para pasajeros y cabotaje, situado a inmediaciones de la Aduana y Resguardo.

Arquitectónicamente hablando, nada tiene de notable Pisagua, pues sus construcciones de material lijero, tienen más visos de campamento que de ciudad.

En dos ocasiones, la ciudad ha sido destruida por grandes incendios, pero ha resurgido como el Ave Fénix, de sus propias cenizas, eso sí que cada vez han desmerecido más sus construcciones (Carlos Alfaro C. en Album Gráfico de Tarapacá 1922- Iquique, 1922. Página 222)

Pisagua es como todo pueblo chico, incluso con su infierno grandes que la misma historia se ha encargado de inventar.

Pero los habitantes de Pisagua tienen sus sueños, sus pesadillas y sus esperanzas, que se plasman en lo que hacen o en aquellas cosas que no alcanzaron a hacer.

Esta Pisagua que ha sabido de tantas muertes, ha sabido también de articularse en torno a barrios populares, cada uno de ellos con sus propios signos de identidad. Dos barrios, uno por el norte y otro por el sur, configuran esta especial configuración espacial de Pisagua. El primero, los “Cara Sucia”, y el segundo, los “Cara Manchada”. Este último ligado al ferrocarril.

Tres Clubes Deportivos, han animado las tardes del fútbol en este puerto-caleta. “El Relámpago”, “El Maestranza” y “El Yungay”. Cada uno de ellos se ha sabido encumbrar en el corazón de los pisaguinos, y uno que otro, en la cima del éxito. Aunque al decir de muchos habitantes de este puerto-caleta, “El Maestranza” lejos, fue el mejor.

Si los pueblos tienen barrios y clubes deportivos, también, para ser tales han de tener carnavales. Y los pisaguinos no son la excepción. Las tinas con aguas en cada calle, servía para mojarse, y de paso, cohesionarse más como grupo social. La memoria que es tan frágil como la vida recuerda a Clementina Gallardo y a Loreto Cueto como reinas del Carnaval de Pisagua.

En su época de esplendor, Pisagua tuvo grandes almacenes como “La Victoria”, el “Cuculi”, la tiende de Anastazio Falani, y la de Domingo Chong, quien es el tío del profesor que alguna vez hizo clases en la Escuela Centenario N°6. En cuanto a hoteles se trata, existió el “Gran Hotel”, y el “Hotel Cavancha”.

Los migrantes también fueron importantes. Se recuerda a unos alemanes que se bajaron del barco que los trajo y se quedaron para siempre. Se habla de Enrique Ticse y de Otto Grawe, abuelo del profesor que ahora está en el exilio en Dinamarca. También hubo chinos como Manuel Díaz, y una tienda de abarrotes de Carlos Díaz cerca de donde están los cañones. El, está emparentado con la actual dueña de la Radio Lynch.

Cuando en el puerto había 80 barcos veleros, los pisaguinos se quejaban de que había poco movimiento. “No era como antes”, dicen ahora, en un tono con gusto a melancolía.

Yo me acuerdo de niño cuando iba a la escuela para hombres por ahí cerca del Hospital, donde están los cañones, porque ha de saber también había otra escuela para niñas, por allá bajo a continuación de la Escuela Nueva. No se veían sitios vacíos, como ahora, se veía el cerro cubierto de casas nuevas y viejas, habían casas de dos pisos y en la calle principal que se llamaba la calle del Comercio, había de todo; casas grandes de dos pisos a los lados de la calle y desde la Bomba de Incendios hasta la Estación del Ferrocarril; había hoteles, restaurantes, tiendas surtidas, carnicerías, panaderías, clubes, billares, edificios públicos. Mire, le voy a nombrar algunos edificios: La Bomba, Casa Importadora Perfecty, Restaurante la Gran Peña, Edificio de la Cárcel, Salón de Entretenciones Zaragoza, Hoteles el Chileno y el Gran Hotel, Banco de Chile, Imprenta La Ley, Hotel Cavancha, Tienda el Cuculi, Tienda Firma Boero hijos e Cía, Almacenes La Paloma, La Victoria; al frente, el Teatro Municipal, el Mercado y en los altos, las oficinas; al lado, la Iglesia y casa del Obispado, Cuartel de Carabineros, Caja Nacional de Ahorros y Panadería Cartajena, claro que me he saltado algunos de menor importancia y otro tal vez por el olvido.

Teníamos de todo, trabajo, alimentos, mercaderías, entretenciones no faltaban. Lo único que no teníamos era el Agua Potable y el camino hacia la pampa o hacia Iquique o Arica. El agua la entregaba el FF.CC. salitrero que tenía una cañería propia y revendedores que repartían, primero en animal, en carretas y después en camioncitos chicos. A los años el Presidente Ibáñez nos dio la huella y el agua. Las mercaderías llegaban en los barcos del Sur o Norte los caleteros o pacotilleros. Desembarcaban los animales: toros y vacas para el camal. Pero, también llegaban por tierra, se fija ese caminito angosto como sendero, sí…le llamaban el camino de los toros, por ahí arreaban los animales desde la pampa y que llegaban al camal.

Contaban los abuelos que así como hubo tiempos buenos, también hubo tiempos muy malos, por ejemplo, cuando la población de Pisagua fue azotada por la peste bubónica en dos oportunidades o época. La primera, los abuelos tomando lo indispensable de casa y los niños se fueron a vivir a una cueva a Pisagua Viejo. La segunda vez, la familia arrancó para la Punta Pichalo, también se guarecieron como en una cueva para vivir. Aquí nació, un tío; la vez anterior también nació una tía.

También en dos oportunidades Pisagua fue arrasada por colosales incendios que lo consumieron de sur a norte. Fue reconstruido porque había plata y comercio.

En todo caso ya no es el Pisagua que yo vi con ojos de niño; me acuerdo, profesor, que para la crisis, el mar no nos faltaba, había abundancia de albacoras, la cortábamos en rodela, la ensartábamos en una varilla y salíamos a gritarla: a peso la rodela. En ese tiempo, no se vendía por kilo (Monografía de Pisagua, Mario Cárdenas Dupry, Julio de 1986).

Los pisaguinos recuerdan a Pedro Muga de la Democracia Cristina y primer presidente del Centro de Hijos de Pisagua, como uno de sus hombres-orgullo. También ubican a don Juan Checura Jeria, regidor del Partido Radical, y a don Víctor Galleguillos Cler, del Partido Comunista.

En Pisagua funciona un Centro de Madres, la Iglesia Católica hace cursos de catequesis, a cargo de Teresa Jaramillo de Demetro y de la Señora del Sargento de Carabineros. Doña Edda, la presidenta del Centro de Hijos de Pisagua, nos dice que “siempre hay algo porque rezar. Ahora más que nunca”. También está el Club Deportivo Pisagua, que según los pisaguinos le han ganado a todos. Ellos, los del deportivo, juegan en la cancha que está en la cárcel. Y si hay un club, es lógico que también haya una fuente de soda. Esta es la Caldera del Diablo, a cuyo dueño se le conoce como el “argentino”.

A los pisaguinos les pesa que el puerto-caleta sea un puerto-caleta de la muerte. No les gusta esa fatídica fama que tiene. Para ellos, después del golpe de Estado de 1973, Pisagua es absolutamente distinto.

Con esa rara complicidad que tiene la gente con sus muertos, los pisaguinos – del Centro del Hijos de Pisagua – siempre tuvieron un Padrenuestro para sus muertos, y también, por supuesto, para los muertos cuyos cuerpos fueron encontrados en junio de 1990.

El Centro de Hijos de Pisagua acudió al sepelio en que Iquique despidió a sus muertos.

Fiel a la mentalidad popular, el Centro de Hijos de Pisagua, en unos de sus viajes alojó en la cárcel. Según nos cuenta su presidenta, allá les penaron. Este hecho lo cuenta diciendo que cuando ella estaba lavando los platos, alguien le tomó el hombro y le soplaron. Otros dos casos más se cuentan acerca de lo mismo.

Pisagua para ellos, está manchada de sangre. Donde pisan, pisan sangre. No obstante, el pueblo de Pisagua, a juzgar por los antecedentes electorales de que se disponen, siempre estuvo más cargado a la derecha que a la izquierda. Así, por ejemplo, en la votación presidencial del 4 de septiembre de 1970. El candidato de la derecha Jorge Alessandri obtuvo 57 votos, el izquierdista Salvador Allende 23 y Radomiro Tomic de la Democracia Cristiana alcanzó 19 sufragios (La Estrella de Iquique, 5 de septiembre de 1970). Este juicio es reafirmado por algunos pisaguinos que dicen que muchos de ellos, son pinochetistas, y que el descubrimiento de cadáveres los pone en una incómoda posición, de allí que muchos de ellos se encierran como ostras.