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Vida, pasión y muerte en Pisagua

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Unos treinta días antes habíamos estado Bernardo Tapia, Patricio Cabezas y yo a escasos diez metros de ese lugar, habíamos hecho todo tipo de conjeturas en base a lo conversado por Tapia con el doctor Neuman en Valparaíso. Y por fin todo indicaba que estábamos en la ubicación correcta.

Pero para entender lo ocurrido, es preciso retroceder y sumergirnos en el lodazal desde donde un mal día salió la orden y la bala o algún acerado corvo; la tortura del que la recibió, y como hay un Dios, el castigo del que la aplicó.

Veinticinco internos, o reos comunes cumpliendo condena, albergaba en agosto de 1973 la cárcel de Pisagua, algunos de ellos habían traído también a sus familias.

Era la Colonia Penal Pesquera de Pisagua, cuya creación estaba autorizada en un dormido decreto del año 1951, y por medio del cual se pudo cristalizar el proyecto que en tal sentido comenzó a auspiciar majaderamente un funcionario de gendarmería en Santiago, luego de haber leído acerca del penal “Isla María” en Méjico y sobre una colonia penal en Suecia en que los penados transitan con singular éxito hacia la rehabilitación. Viajó al norte en el año 1970, donde se encontró con Pisagua, y allí, con una cárcel inmensa en la que había solamente un reo y cinco funcionarios de cargo, mientras en el resto de los recintos penales del país el hacinamiento era tan conocido como insoportable.

Así el administrativo de gendarmería, Mario Vergara Bustos, militante del partido Demócrata Cristiano, dotado de mucho más criterio que galones, venciendo los obstáculos inherentes a todo buen proyecto logró la aprobación del mismo por parte del entonces director del servicio, señor Quiroga y procedió a instalarse en la cárcel de Pisagua con 25 internos seleccionados por la superioridad de su servicio y que cumplían sentencias de entre 5 a 20 años.

La colonia penal funcionaba bien, tenía el rechazo de velado o directo tanto de los pescadores de Pisagua -por cuestiones de precio en los mariscos y pescado que producía para la venta el penal- como de las autoridades provinciales de la Unidad Popular por el asunto de su militancia política. Pero el penal se autofinanciaba.

Vergara Bustos, jefe del establecimiento, que nada tenía que ver con Daniel Vergara Bustos, subsecretario del Interior del Presidente Allende, soportaba democrático y cristiano los roces que continuamente se producían tanto con el intendente Alejandro Soria de Iquique, como con el subdelegado con asiento en Pisagua, señor Francisco Pacheco, así como con otros personeros o autoridades de la Unidad Popular.

Cabe recordar que en los últimos episodios guerreros conocidos se había vivido en Pisagua en el año 1891, mientras que los periódicos de Mario Vergara Bustos, jefe de la nueva Colonia Penal Pesquera de Pisagua con las JAP (Juntas de Abastecimiento y Precios creadas durante el gobierno de la Unidad Popular), distaban mucho de ser el preludio de otra guerra. Pero al innovador funcionario de gendarmería le penaría a corto plazo su identidad civil, tanto por ser Vergara por su padre y Bustos por su madre.

El día 11 de septiembre de 1973, a las 8 horas de la mañana, el jefe Vergara fue detenido cuando se encontraba en Iquique a bordo de la embarcación con que contaba para las actividades pesqueras de la colonia, y convenientemente desarmado fue llevado raudo hasta el regimiento Lynch y luego al interior de un container ubicado en el regimiento de Telecomunicaciones, en el que ya se encontraban almacenados varios conspicuos o vulgares personajes.

La guerra había comenzado, aun cuando de ella se sabía muy poco. El país procuraba entre germánicos compases, enterarse que ellos mismos, por una extraña suerte de telepatía con alambres cruzados, habían pedido ayuda a los militares del mismo país que les libraran de enemigos, también del país, los que provisoriamente al parecer se guardaban se containers. De lo que no cabía ya duda alguna era que se vivía o moría -según se mire- un golpe de Estado, que para los interesados se llamaría “guerra interna”.

Del Containers, el preso -sin cargos- pero de apellidos inconvenientes vuelve a salir en calidad de encargado de administrar el penal de Pisagua del que han desaparecido en su ausencia los presos comunes y solo quedan deambulando por los alrededores, aquellas mujeres y niños que habían acompañado a sus hombres a cumplir sus condenas en Pisagua. Lamentablemente, Vergara Bustos carece de autoridad y medios para ayudarlos a regresar a sus hogares en el distante sur y solo puede aconsejarles que desaparezcan de Pisagua, donde él debe quedarse bajo las órdenes del comandante Larraín.

Si bien ha conversado su rango, no ha podido hacer lo mismo con sus subalternos de gendarmería los que se han reubicado en unidades carcelarias normales.

1700 personas pasan por Pisagua mientras Vergara Bustos, se encarga de administrar y procurar alimentación para todo ese universo doliente, hasta que nuevamente es detenido en el mes de Diciembre de 1973 y mandado bajo 21 cargos que un día le formula el Comandante Larraín a quien ha contado que el susodicho transportaba metralletas en el barquichuelo de la Institución Carcelaria.

Luego del Consejo de Guerra correspondiente que se le dice se le celebra pero al cual no lo dejaban asistir, Vergara toma conciencia de su poca importancia relativa, lo que le llena de satisfacción. Carece de importancia militar ni política, y la autoridad militar que le ha rebajado los cargos a 17, le envía detenido a disposición de un tribunal ordinario en Iquique donde se le sumaría y luego sobresee.

Pero su permanencia en Pisagua ya como detenido o como administrador, le sirve para variedad de cosas, una de ellas es para aprender que es posible que en una celda individual, de las del primer piso puedan caber 20 personas, o que en un colectivo de ocho presos puedan vivir o agonizar sesenta o más.

Vergara Bustos es administrador el día en que el Capitán Benavides le confidencia que sacarán a Cinco voluntarios a trabajar. En realidad sacan a seis y los seis mueren cuando intentan fugarse. Es que los carceleros previsores han montado ametralladoras de trípode en partes estratégicas que esperan la fuga. Allí caen Nasch, Calderón, Guzmán, Cañas, Lizardi y Jiménez.

Luego vienen los Consejos de Guerra en que no se condena a muerte pero en que las sentencias se rehacen por petición afligida del Jefe Militar local. Y es que otro Jefe más estrellado está en Calama y por si viene a Pisagua hay que mostrar efectividad, entonces es lo de la fosa.

El regidor del Partido Comunista de Valparaíso, Alberto Neuman, a quien reconocí de inmediato como el candidato de los Comunistas a Presidente de Centro de Alumnos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Concepción, allá por el año 1963, cuando yo ingresaba a primer año de Leyes, había sido detenido y encerrado a bordo del Buque Esmeralda el día 11 de septiembre de 1973, y de ahí trasladado el 16 de Setiembre a las bodegas del “Maipo” de la Sud Americana de Vapores, donde en compañía de centenares le llevaron a Pisagua donde arribó el día 18 de setiembre de 1973. Nunca supo bajo que cargos, o que letra se le asignaba a su supuesto plan, que bien pudo ser la Zeta. Pero nunca le preguntaron por ello, aun cuando lo golpearon por todo el abecedario.

Un rusch dérmico fue como el organismo del Doctor Neuman que somatizó el dolor psíquico que le sobrevino a nuestra llegada por el Norte al cementerio de Pisagua. Había decidido dar el rodeo al Norte en prevención de la existencia de una patrulla militar que sabíamos a la entrada Sur al área que nos interesaba también llamado Pisagua Viejo, y así lo manifestó a nuestros acompañantes, el citado Doctor y el Abogado denunciante de la Vicaría de la Solidaridad de Santiago, Héctor Salazar Ardiles.

Para cuando llegaron los paleros y resto del equipo humano que voluntariamente participaría en la búsqueda, el Dr. Neuman creía ya haber identificado el lugar preciso, esto es en la playa al borde del faldeo del cerro, pero como quiera que el impacto emocional debió ser muy fuerte, la transferencia del dolor emocional a su cuerpo trajo como consecuencia que nuestro testigo extraviara el lugar, por lo que el primer día, el trabajo no arrojó fruto alguno.

Con todo el ánimo de la totalidad de los asistentes estaba sobrado como para seguir al día siguiente y los que fueren necesarios, y así nos concertamos con Fernando Muñoz, los abogados Vila y Montoya de la Comisión de Derechos Humanos de Iquique, el colega Salazar Ardiles, el hombre que fue pieza vital en el hallazgo definitivo, el Antropólogo y Arqueólogo Olaf Olmos Figueroa, Víctor Troncoso y sus camaradas cuyos nombres no pregunté, y dos paleros invitados, el hijo del difunto abogado don Julio Cabezas Gacitúa y su cuñado el Ingeniero Civil Bernardo Tapia, a estos últimos llamé en la noche del primer día de búsqueda, ya que con ellos había estado investigando los alrededores apenas unos veinte días antes, y no me habrían perdonado que les ignorase, ni yo tampoco.

El reinicio de la búsqueda comenzó en el mismo lugar donde habíamos interrumpido el día anterior y para cuando llegamos ya estaban allí los Carabineros de Pozo Almonte que habían decidido pernoctar en el terreno por disposición del tribunal.

Nuevamente pasaríamos estrecheces en materia de agua y alimentos, ya que todos estuvimos más pendientes de asegurar un número y variedad adecuada de herramientas que de los importantes refrigerios, pero estos detalles no parecían inquietar mayormente a nadie. En todo caso, salvó la situación el Sr. Gobernador Provincial Sr. Calderón, quien se apersonó al lugar y proveyó de lo que faltaba.

 

Como el segundo día no contábamos con la presencia del testigo, era menester recordar sus indicaciones anteriores, pero hacia el fin de la jornada, pudo más la inquietud profesional del arqueólogo, quien junto a Fernando Muñoz Marinovic, se desplazaron al borde del cementerio que se encumbraba unos ochenta metros más arriba e hicieron el hallazgo, merced tanto de la inquietud de Olmos como de unos signos demostrativos del asunto que nos ocupaba y en los que no habíamos reparado; éstos consistían en una apilamiento relativamente ostensible de un zapato viejo, una flor artificial, una piedra sobre los que descansaban los primeros y al lado, trazado con algún objeto romo, los números 7 y 3.

A contar de ese momento, las escasas dos horas de luz natural que restaban de día, marcaron el ritmo del trabajo, no había ninguna pala disponible y siempre alguien esperaba a que otro descansara de la suya para seguir usándola.

Para entonces se nos habían unido el tanatólogo Dr. Eduardo Olguín, el Dr. Bernardo Gómez y el apreciado abogado criminalista don Jaime Vivanco.

Faltando no más de una hora para el crepúsculo, apareció el primer bulto de arpillera que dejaba ver como silueteaba en su interior una figura de rara aspecto humano.

A la postre resultó corresponder al cadáver de una persona que no sospechábamos siquiera pudiera estar allí.

La reconoció días más tarde, la diputada Sra. María Maluenda, era el cuerpo de Manuel Sanhueza, que había pertenecido a las Juventudes Comunistas de Concepción a más de 2.000 kilómetros de distancia.

El día tocaba a su fin, se había dado la orden del juez para que el tanatólogo abriera el saco y reconociera superficialmente el cadáver, diligencia que se había practicado con eficacia y buena dosis de emoción. La conclusión in situ era categórica.

Data aproximada de muerte: no más de 16 o 17 años.

Causa estimada de muerte: Múltiples traumatismo a la altura de la región clavicular derecha, con fractura de clavícula y totalidad de los arcos costales anteriores fracturados. Múltiples impactos de bala en las zonas indicadas.

Los días siguientes, 03 y 04 de Junio permitieron el hallazgo de veinte bultos correspondientes a 21 cuerpos, todos en similares características que el primero, esto es, múltiples heridas de bala, data de no más de 16 a 17 años, vista vendada, ensacados en arpillera.

Sus nombres ya se conocen, sus verdugos…también.

Pisagua en la literatura

Laura Salinas Cerpa

Palabras iniciales

Partir detrás de las huellas escritas de grandes y pequeños escritores parece tarea cotidiana en el quehacer de un estudiante, maestro o simplemente aficionado a las bellas letras.

Perseguir la imagen y percepción de un lugar especial en el poema o texto literario junto a su entorno social, histórico, político y humano es como acercarnos en sueños a un abismo, asomarnos con mucho cuidado y expectantes a una visión necesariamente dual de este universo tan vital y al mismo tiempo tan trágico de Pisagua.

Ahora bien, para conformar una reseña bibliográfica acerca de los escritos y poetas que nos han legado su particular imagen de este lugar y sus circunstancias, obviamente se ha implantado un sistema de fichaje y búsqueda en el reducido entorno local de bibliotecas y archivos personales, conversaciones con lugareños, en fin, todo lo que “echara luces” para capturar el pensamiento y el sentimiento de todos ellos, lo que de alguna manera gravita, junto al irremediable apremio del tiempo, en la involuntaria omisión que con toda seguridad incurriré, de algunos o muchos distinguidos hombres de letras, amén de que muchos de ellos permanecen inéditos.

Pisagua un silencio de muerte Un grito de vida

“¡Qué cosas extrañas nos cuente el silencio de esta ciudad en agonía! Porque Pisagua muere calladamente, allí ante el soberbio espectáculo de un mar azul como ninguno y de la maravillosa bahía que lo encierra. Conocedora de su irremediable destino, desde que la muerte la sorprenda engalada…” Alfredo Wormand. Pisagua Puerto Mayor. Revista Anales de la Universidad del Norte. Vol. II. 1968.

Un primer acercamiento tuvo que ser necesariamente el personal, así es que lo fundamental era llegar hasta Pisagua, aún desconocido como espacio para mí y por otro lado, tremendamente re-conocido por sus implicancias humanas y sociales tan contradictorias.

En estas tierras del norte todo es inmensamente arquetípico; parece que el universo se ordenara aquí en grandes y contundentes verdades, valga como ejemplo el paisaje; nos aplasta con la belleza de su dialéctica natural: mar y pampa, vastos ambos, también de sus contrastantes colores y ritmos. El ser humano se siente pequeñito en ambos espacios, poderosamente atraído a sumergirse en su propio interior en una suerte de sortilegio universal, que lo obliga a reflexionar y a hacer suyos los dolores del mundo.

Pisagua es avistada repentinamente entre tanta piedra y amarillo, entre tanta curva y estrechez caminera, en una especie de torbellino laberíntico:

“…Por el desierto se extravían las huellas venas inconclusas de anatomía singular, son líneas que van hacia alguna parte remota y codiciada, línea para una caligrafía obsesionante…” Poema La Pampa, Andrés Sabella.

De pronto, el cielo se acaba en una suerte de imagen medieval; se acaba la tierra, cae verticalmente y al parecer no hay más, el vacío se abre ante nuestro asustado deambular.

Cuando nos percatamos de que el azul que avistamos es el mar continuando el cielo y que muy abajo, como la cascabel del serpenteante camino se yerguen verdaderas miniaturas del pasado, des-coloridos balcones que muestran desesperadamente, aprovechando la distancia, un acicalamiento y distinción efímeros, porque en minutos, la realidad de la cercanía se impondrá inexorablemente…y por fin, estamos en Pisagua.

“…Ciudad es esta que como ninguna del Norte de Chile, evoca un pasado de suntuosidad. No son las ruinas magníficas de civilizaciones desaparecidas. Son más que ruinas materiales, las ruinas de un recuerdo, saturadas de nostalgias…” Alfredo Wormand. Frontera Norte. Pág. 109. Edit. Pacífico. Chile.

Y es en este instante donde todo lo leído y compartido con tantos escritores, historiadores, poetas, articulistas, etc…se junta con la visión de ésta, del presente y el paradigma conceptual se escinde en dos ejes, básicamente confrontacionales, parafraseando un tanto lo dicho por el sicólogo y ensayista francés Gastón Bachelard (teórico de la literatura poética) quien sostiene una teoría sicologista en torno al tratamiento de la imagen poética. Nos dice por ejemplo que la imagen es “un despertar súbito del siquismo” (Poética del Espacio), y ordena la estructura poética en relación a esta concepción tan especial que se asienta en esta singularidad humana, me refiero al chispazo imaginativo que de alguna manera organiza este micromundo y lo perfila en dos planos: uno horizontal y otro vertical.

El primero (horizontal) aglutina la imagen de lo estático, pasivo, inmóvil, si vamos más allá, nos cae el silencio, la soledad, el desamparo, imágenes que “tiran” sin poder evitarlo y casi naturalmente el concepto de muerte.

El segundo (vertical) nos conduce en dirección contraria si bien toca en todos los puntos con el eje horizontal en una franca relación dialéctica –es esencialmente dinámico lo que congrega imágenes activas, de mucho movimiento, ruido, belleza y por sobre todo, vitalidad.

En síntesis, podemos extraer una idea básica que estará gravitando a través de todo el capítulo en relación a Pisagua, la fuerza y existencia de ambas instancias: la vida y la muerte.

Ahora bien, la relación que pretendo establecer es la siguiente: entre todos los poetas consultados, narradores inclusive escritores no literarios, yo diría que se expresan con un criterio de orden horizontal (de acuerdo al contexto propuesto), es decir, todos coinciden en señalar para Pisagua un destino trágico, una predestinación hacia la muerte. Obviamente, no olvido la circunstancia social y política de trasfondo que de una u otra forma se abre paso a través de los versos o párrafos.

Por allí, en el prólogo que hace el profesor Jaime Concha a la novela Pisagua, Semilla en la arena de Volodia Teitelbom, esboza una visión dual que nos parece pertinente e interesante de destacar.

“…Pisagua, doble faz contradictoria de nuestra patria; vergüenza de unos cuantos, gloria sencilla y callada de muchos otros…”

No cabe duda que el dolor, la angustia, la impotencia son fuentes inagotables de donde se nutren los poetas de todos los tiempos y ámbitos para erigir sus estandartes poéticos. Pisagua ha sido para los chilenos un poco de eso, a pesar de su irredarguible belleza.

Me propongo entonces, seleccionar lo que dijeron nuestros poetas acerca de Pisagua, ya que necesariamente el entorno de la pampa y del desierto ocuparán lugares de privilegio en función de las imágenes de horizontalidad que poco a poco van conformando este paradigma de desolación y muerte.

Por otra parte, el tratamiento social nos encara o mejor dicho, no sitúa en este mismo paradigma, inevitablemente el hombre supera el entorno con su tragedia ideológica, esencialmente con el “ser”.

Creo que la “defensa”-si pudiera llamarse así- del plano ascensional, es decir de lo opuesto al fenecer de la esperanza, quisiera asumirla en mi carácter de mujer de esta época, más bien de esta década, un sujeto que también ha experimentado el fatídico embate de un gobierno dictatorial y testigo también de la dramática situación que envuelve a lugares como Pisagua, Lonquén, Chihuío, etc. Pretendo entonces, a través de la palabra y del plano éste de la verticalidad imaginativa decir y engarzar un discurso de ascensión, optimista, reivindicador de dolores, buscador quizás de antiguas glorias y rehacedora de ellas, en suma de un discurso de esperanza y en donde mi único trabajo va a consistir en hilas más fino en los poemas y semblanzas que nuestros mismos poetas hicieron, obviamente no con el afán de hacerlos parecer contradictorios, sino que necesariamente y en todo orden todo concepto, idea o imagen involucra necesariamente para su dinámica esencial, su contrario.

“…En su naturaleza Chile es varío de climas, tonos y prodigalidades, el mar dialoga con el cobre, el son con la planta, la lluvia con el carbón, el oro con el salitre, la nieve con la campiña…

¡Somos la tierra donde Dios prueba sus novedades! Tierra ideal como largo eje de la vida…” El Pampino. Pág. 47. Andrés Sabella. Semblanzas del Norte Chileno.

Un camino adecuado para ordenar la palabra poética me parece que es hilvanar las imágenes y versos en función de esta dualidad esencial que impone Pisagua: su enorme carga trágica (que jamás pidió), y por otro lado, la inconmensurable belleza y prodigalidad de su mar y de su entorno pampino. Esta perpendicularidad gravitará básicamente en torno a los tres elementos esenciales que conforman el universo de la realidad y también de la ficción: